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En los últimos meses se está produciendo en Francia un fenómeno electoral sin precedentes. Durante la precampaña y la campaña de las elecciones presidenciales del 22 de Abril se está desarrollando lo que muchos observadores califican como una gran “revolución social”, articulada fundamentalmente alrededor del “Front de gauche”, coalición de Izquierdas compuesta por el Partido de Izquierdas, Izquierda Unitaria, Federación por una Alternativa Social y Ecológica, Movimiento 35 Rojo y Verde, y el Partido Comunista, con el apoyo de colectivos como el sindicato CGT y ATTAC. En todas las grandes ciudades y cientos de pueblos se han creado espontáneamente “comités ciudadanos” de apoyo a dicha candidatura y se están consiguiendo movilizaciones nunca vistas: 120.000 personas en un mitin en la Bastilla en París, 70.000 en Toulouse, 40.000 en Lille, 120.000 en Marseille y se espera un gran desbordamiento en el mitin final del 20 en Paris. Se están vendiendo cientos de miles de ejemplares del Programa Electoral y a pesar de la poca cobertura de los medios de “información” (en España apenas se ha citado de refilón en algún periódico), el fenómeno “Mélenchon” (candidato a la presidencia) está atrayendo la mayor parte del debate electoral entre la población, y todas las encuestas oficiales lo sitúan en 3ª posición.
Jean-Luc Mélenchon fue ministro en el gobierno del Socialista Jospin, del que dimitió por desacuerdos con las políticas neoliberales que estaba aplicando, creando un “Partido de la Izquierda”. Desde entonces ha planteado con claridad un programa claramente anticapitalista y la necesidad de una revolución ciudadana que mediante una asamblea constituyente traiga a Francia la VI República, que tenga como eje el Ser Humano. Tesis y propuestas claramente expuestas en el libro que escribió a finales de 2010 y del que se han multiplicado las ediciones y vendido varios cientos de miles de ejemplares: “Qu’ils s’en aillent tous” (Que se vayan todos), con el subtítulo “Vite, la Révolution citoyenne” (Rápido, la revolución ciudadana). Los mensajes objetivos son claros, transparentes y fácilmente entendibles: – Prioridad al empleo y no a las ganancias (plan nacional de reintroducción de las producciones deslocalizadas, 35 horas semanales ); – contra el cambio climático planificación ecológica (nuevos campos de trabajo en transportes en común y energía renovable); – aumentar los salarios no los accionistas( Salario Mínimo 1.700€, salario máximo en cada empresa, ingresos máximos nacionales); – poder para el pueblo y no para las finanzas(verdadera tasa sobre las transacciones financieras, polo financiero público); – contra los privilegios de la oligarquía la VI República (Asamblea Constituyente, generalización y defensa de la laicidad, derecho de veto de los trabajadores sobre los despidos) ; – servicios públicos en todas partes y para todos (restablecimiento de todos los puestos públicos suprimidos, escuela obligatoria de 3 a 18 años, polo público de energía); – no a la Europa liberal (romper los acuerdos de Lisboa, poner fin a la independencia del Banco Central Europeo, desobedecer las directivas de liberalización de los servicios públicos, rechazar la libre circulación de mercancías y capitales) …
Todo esto explicado didácticamente en los mítines multitudinarios, desvelando las causas y los culpables de la situación y proponiendo con medidas y cifras las soluciones, perfectamente posibles en el 5º país más rico del mundo, cuando algunas de ellas se están aplicando en países latinoamericanos, como Ecuador, Bolivia o Venezuela, con muchos menos recursos. Todo depende de la ciudadanía, a la que lanza una advertencia clara: “Si vous faites les moutons, vous serez tondus” (si os hacéis los borregos, seréis esquilados).
¿Podrá esta ola social tener la suficiente fuerza para conseguir esa revolución ciudadana que arrebate el poder al “monarca presidencial” o al “rey dinero”? ¿Se producirá ese asalto al antiguo régimen de los “patronos supercaros” y de los “hechiceros de la pasta” que convierten lo humano en mercancía y vampirizan las empresas? ¿Acabarán con los “barones de los media” que han borrado al pueblo y sus voces de las pantallas? Para que esto se produzca, toda esa gente, la inmensa mayoría de la población, tiene que saber “qué hacer y porqué”. Por eso se presenta el “croquis”, el programa que lo explica.
Seguramente no se podrá conseguir este vuelco social tan espectacular en los dos meses previos a unas elecciones presidenciales, teniendo en frente a todos los poderes reales, pero esta campaña puede conseguir unos buenos resultados electorales que obliguen a L’Hollande a girar a su izquierda. Y lo más importante, la organización ciudadana alrededor de este Plan debe seguir funcionando en red en toda Francia, concienciando progresivamente a su alrededor, lo que permitirá unos aún mejores resultados en las elecciones legislativas del otoño. Y desde luego, puede y debería ser un buen ejemplo a adaptar en el resto de países europeos.
El suicidio económico de Europa
La austeridad fiscal que promueve Alemania está ahogando a sus socios europeos
Paul Krugman 22 ABR 2012 - 00:02 CET220
La semana pasada, The New York Times informaba de un fenómeno que parece extenderse cada vez más en Europa: los suicidios “por la crisis económica” de gente que se quita la vida desesperada por el desempleo y las quiebras de las empresas. Era una historia desgarradora, pero estoy seguro de que yo no era el único lector, especialmente entre los economistas, que se preguntaba si la historia principal no será tanto la de las personas como la de la aparente determinación de los líderes europeos de cometer un suicidio económico para el continente en su conjunto.
Hace solo unos meses albergaba algo de esperanza respecto a Europa. Es posible que recuerden que a finales del pasado otoño Europa parecía estar al borde de la crisis financiera, pero el Banco Central Europeo, homólogo europeo de la Reserva Federal estadounidense, acudió al rescate. Ofreció a los bancos europeos unas líneas de crédito indefinidas siempre que presentaran bonos de los Gobiernos europeos como garantía, lo que ayudó directamente a los bancos e indirectamente a los Gobiernos, y puso fin al pánico.
La cuestión por aquel entonces era saber si esta acción valiente y eficaz sería el inicio de un replanteamiento más amplio, y si los líderes europeos usarían el oxígeno que el banco había insuflado para reconsiderar las políticas que llevaron las cosas a un punto crítico en primer lugar.
Pero no lo hicieron. En vez de eso, persistieron en sus políticas y en sus ideas que no dieron resultados. Y cada vez resulta más difícil creer que algo les hará rectificar el rumbo.
Ya no se puede hablar de recesión; España se encuentra en una depresión en toda regla
Piensen en la situación en España, que actualmente es el epicentro de la crisis. Ya no se puede hablar de recesión; España se encuentra en una depresión en toda regla, con una tasa de desempleo total del 23,6%, comparable a la de EE UU en el peor momento de la Gran Depresión, y con una tasa de paro juvenil de más del 50%. Esto no puede seguir así, y el hecho de haber caído en la cuenta de ello es lo que está incrementando cada vez más los costes de financiación españoles.
En cierta forma, no importa realmente cómo ha llegado España a este punto, pero por si sirve de algo, la historia española no se parece en nada a las historias moralistas tan populares entre las autoridades europeas, especialmente en Alemania. España no era derrochadora desde un punto de vista fiscal; en los albores de la crisis tenía una deuda baja y superávit presupuestario. Desgraciadamente, también tenía una enorme burbuja inmobiliaria, que fue posible en gran medida gracias a los grandes préstamos de los bancos alemanes a sus homólogos españoles. Cuando la burbuja estalló, la economía española fue abandonada a su suerte. Los problemas fiscales españoles son una consecuencia de su depresión, no su causa.
Sin embargo, la receta que procede de Berlín y de Fráncfort es, lo han adivinado, una austeridad fiscal aún mayor.
Esto es, hablando sin rodeos, descabellado. Europa ha tenido varios años de experiencia con programas de austeridad rigurosos, y los resultados son exactamente lo que los estudiantes de historia les dirían que pasaría: semejantes programas sumen a las economías deprimidas en una depresión aún más profunda. Y como los inversores miran el estado de la economía de un país a la hora de valorar su capacidad de pagar la deuda, los programas de austeridad ni siquiera han funcionado como forma de reducir los costes de financiación.
Lo que es realmente inconcebible es mantener el rumbo actual e imponer una austeridad cada vez más rigurosa
¿Cuál es la alternativa? Bien, en la década de 1930 —una época cuyos detalles la Europa moderna está empezando a reproducir de forma cada vez más fiel— el requisito fundamental para la recuperación fue una salida del patrón oro. La medida equivalente ahora sería una salida del euro, y el restablecimiento de las monedas nacionales. Pueden decir que esto es inconcebible, y que sin duda alguna sería enormemente perjudicial tanto económica como políticamente. Pero lo que es realmente inconcebible es mantener el rumbo actual e imponer una austeridad cada vez más rigurosa a países que ya están sufriendo un desempleo de la época de la Depresión.
Por eso, si los líderes europeos quisieran realmente salvar al euro estarían buscando un rumbo alternativo. Y la forma de dicha alternativa es en realidad bastante clara. Europa necesita más políticas monetarias expansionistas, en forma de buena disposición —una buena disposición anunciada— por parte del Banco Central Europeo para aceptar una inflación algo más elevada; necesita más políticas fiscales expansionistas, en forma de presupuestos en Alemania que contrarresten la austeridad en España y en otros países en apuros de la periferia europea, en vez de reforzarla. Incluso con esas políticas, los países periféricos se enfrentarían a años de tiempos difíciles, pero al menos existiría alguna esperanza de recuperación.
Sin embargo, lo que estamos viendo en realidad es una falta de flexibilidad absoluta. En marzo, los líderes europeos firmaron un pacto fiscal que establece de hecho la austeridad fiscal como respuesta ante todos y cada uno de los problemas. Mientras tanto, los principales directivos del banco central insisten en recalcar la voluntad del banco de aumentar los tipos a la más mínima señal de una inflación más elevada.
Por eso resulta difícil evitar una sensación de desesperación. En vez de admitir que han estado equivocados, los líderes europeos parecen decididos a tirar su economía —y su sociedad— por un precipicio. Y el mundo entero pagará por ello.
Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008, es catedrático de la Universidad de Princeton.