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El tráfico ilegal de carne es una actividad común en las selvas tropicales de África. Los cazadores colocan numerosas trampas escondidas entre la espesa vegetación de manera indiscriminada. Estas consisten en unos lazos metálicos tensados que se amarran fuertemente a un árbol y que atrapan al animal del cuello o de una extremidad a su paso. Las heridas que provocan estos diabólicos artilugios suelen causar lesiones e incluso la muerte a todo tipo de animales. De hecho, no es raro ver a chimpancés “afortunados” que han conseguido escapar, pero que aún conservan señales de heridas causadas por ellas.
La selva guineana de Bossou no escapa a esta terrible actividad, pero algo que llamó la atención de un grupo de investigadores fue las pocas cicatrices que presentaban los chimpancés de esta zona. Por ejemplo, en la zona de Uganda, 9 de cada 10 individuos presentan lesiones de distinto tipo causadas por las trampas, algo que no ocurre con sus parientes de Guinea. Aunque hay documentados casos contados de individuos que son ayudados por otros a escapar de las trampas, esta no era razón suficiente para explicar el fenómeno.
En un principio, nadie prestó gran atención este hecho, ya que lo que jamás pudo imaginar el equipo de investigación japonés, liderado por Gaku Ohashi y Tesuro Matsuzawa, de la Universidad de Kyoto, es que los miembros de este grupo de Bossou han aprendido a romper las trampas que esconden los cazadores de una manera muy rápida y eficaz. Tras cientos de horas de observación a esta comunidad, estudiada desde 1976, han logrado filmar este comportamiento hasta en seis ocasiones diferentes a lo largo de 200 días de investigación. La técnica para liberarse de la trampa consiste en golpear el árbol más cercano o la parte arqueada en tensión, hasta que el mecanismo salta y queda anulado por completo.
Las observaciones presentadas en el artículo publicado en la revista científica especializada Primates concluyen que los chimpancés reconocen estos artefactos entre la densa vegetación, comprenden cómo funciona el mecanismo de la trampa y son capaces de identificar cuáles son las partes “arriesgadas” o “sensibles” y cuáles no. En todos los casos observados, tocan la parte que está conectada al árbol, pero en ningún momento la zona del lazo, que es la más peligrosa. En una ocasión, el macho dominante del grupo tocó esa zona, pero sólo después de haberla desactivado.
En otra de las oportunidades, en los alrededores de la trampa se encontraba el cadáver de una especie de antílope llamado duiker. Los chimpancés, antes de proceder a romperla, golpearon varias veces el cadáver del duiker para comprobar que no seguía vivo. A continuación, y sin tocar el suelo, colgados desde una rama cercana, volvieron a desactivarla, aunque esta vez no fuera necesario.
La desactivación de trampas no se ha observado en ninguna otra comunidad de primates fuera de Bossou. Una explicación aportada por los autores es que debido a la larga experiencia con este tipo de mecanismos mortales, es muy probable que hayan podido aprender sobre su funcionamiento, los peligros asociados a su manipulación, así como la manera de interactuar con ellas de un modo seguro. También es posible que estos conocimientos sean transmitidos culturalmente de generación a generación.
Esta conclusión viene apoyada por el hecho de que cuando los machos adultos manipulaban las trampas, eran observados muy de cerca por otros chimpancés más jóvenes. Incluso en uno de los casos, uno de ellos acabó interviniendo por sí mismo, lo que podría ser interpretado como un caso de enseñanza, aunque necesitamos más datos para poder afirmarlo. Además, momentos antes de proceder, hizo llamadas y golpes de tambor sobre los troncos de los árboles, lo que atrajo a varios compañeros más.