Los seres humanos han tenido que hacer conjeturas acerca de casi todo desde hace más o menos un millón de años. Los protagonistas de nuestros libros de historia han sido los más fascinantes y a veces los más temibles de nuestros conjeturadores.
¿Nombro a un par de ellos?
Aristóteles y Hitler.
Un buen conjeturador y otro malo.
A lo largo de todas las épocas, las masas humanas, sitiéndose tan insuficientemente educadas como nosotros ahora, y con razón, apenas han tenido más remedio que creer en este conjeturador o en este otro.
Los rusos que no simpatizaban mucho con las conjeturas de Iván el Terrible, por ejemplo, tenían todos los números para acabar con sus gorros claveteados sobre sus cabezas.
Hay que reconocer, sin embargo, que los conjeturadores más convincentes, incluido Iván el Terrible (hoy un héroe de la Unión Soviética), a veces nos han dado valor para soportar durísimas adversidades que nosotros éramos incapaces de comprender: pérdidas de cosechas, plagas, epidemias, erupciones volcánicas, bebés nacidos muertos... Los conjeturadores nos daban a menudo la ilusión de que la mala suerte y la buena suerte eran comprensibles y que de algún modo era posible afrontarlas con inteligencia y eficacia. Sin esa ilusión, tal vez habríamos abandonado hace mucho tiempo.
Pero en realidad los conjeturadores no sabían más que el común de la gente, y a veces todavía menos, incluso (o sobre todo) cuando creaban para nosotros la ilusión de que controlábamos nuestro destino.
Las conjeturas convincentes han sido la base del liderazgo desde hace tanto tiempo (en realidad desde que empezó la existencia humana), que de ningún modo sorprende que la mayoría de los dirigentes de nuestro planeta, a a pesar de toda la información de la que dispones ahora repentinamente, no quieran que se deje de conjeturar. Ahora les toca a ellos conjeturar y seguir conjeturando y lograr que se les escuche. Parte de las conjeturas más desmedidas jactanciosamente ignorantes del mundo se concentran hoy en Washington. Nuestros dirigentes están hartos de toda la información que la ciencia, el estudio y el periodismo han vertido sobre la humanidad. Creen que el pais entero también está harto de tanta información, y tal vez estén en lo cierto. No pretenden que volvamos a seguir el patrón del oro. Quieren algo todavía más básico: pretenden que volvamos a seguir la voz del charlatán.
Las pistolas cargadas son buenas para todos excepto para los internos de las cárceles y de los manicomios.
Correcto
Invertir millones en la sanidad pública crea inflación.
Correcto.
Invertir miles de millones en armas baja la inflación.
Correcto.
Las dictaduras de derechas son mucho más afines a los ideales estadounidenses que las dictaduras de izquierdas.
Correcto.
Cuantos más misiles con bombas de hidrógeno tengamos a punto para su lanzamiento en cuanto se dé la orden, más a salvo está la humanidad y mejor será el mundo que heredarán nuestros nietos.
Correcto.
Los residuos industriales apenas son dañinos, y menos aún los radiactivos, de modo que nadie debería quejarse.
Correcto.
Debería permitirse a las industrias que hicieran lo que les apetezca: sobornar, degradar un poquito el medio ambiente, fijar los precios, joder al tonto del consumidor, poner fin a la competencia y saquear el tesoro público cuando quiebre.
Correcto
La libre empresa consiste en eso.
También correcto.
Algo muy malo habrá hecho la gente pobre para serlo, de modo que sus hijos deberán pagar las consecuencias.
Correcto.
No se puede pretender que los Estados Unidos de América cuiden de su propia gente.
Correcto.
El libre mercado es un sistema de justicia automático.
Correcto.
Es broma.
Y si resulta que eres una persona instruida y reflexiva, no te recibirán bien en Washington. Conozco a un par de buenos estudiantes de trece años que ya no serían bien recibidos en Washington. ¿Se acuerdan de esos médico que se unieron hace meses para anunciar que era una simple y evidente certeza médica que no sobreviviríamos siquiera a un ataque moderado con bombas de hidrógeno? Ellos no fueron bien recibidos en Washington.
Aunque nosotros disparáramos la primera salva de armas de hidrógeno y el enemigo no contraatacara, los venenos liberados probablemente acabarían exterminando a todo el planeta.
¿Y cuál es la respuesta de Washington? Lo contradicen con una conjetura. ¿De qué sirve entonces la educación? Los conjeturadores rimbombantes, que detestan la información, siguen en el poder. Y de hecho los conjeturadores son casi en su totalidad personas con elevada educación. Piensen en ello: han tenido que desprenderse de su educación, incluso si fue adquirida en Harvard o Yale.
Si no lo hubieran hecho, sería imposible que sus conjeturas desinhibidas pudieran prolongarse indefinidamente. Ustedes no hagan lo mismo, por favor. Aunque deben saber que, si hace uso del vasto fondo de conocimientos del que disponen las personas instruidas se van a quedar más solos que la una: los conjeturadores les superan en número (y ahora soy yo quien conjetura), en una proporción aproximada de diez contra uno.
- Un Hombre Sin Patria. ¡Corred a comprarlo, gañanes!