¿Quien conoce el verdadero color de su corazón...?
Salía el sol, y Jonás se desperezaba entre sus sábanas humedecidas por el frío de Noviembre. Su situación, cuanto menos, podía verse ciertamente difícil, pues, junto a los problemas familiares que pudiese tener, se encontraba en una fase de su vida en la que sólo podía esperar algún acontecimiento que diese sentido a todo. Llevaba meses esperando noticias, cualquier aviso, sobre la novela que había escrito, a pesar de no ser un buen escritor; que le serviría como acicate para diseñar su próximo futuro. A pesar de que no fuese mucho tiempo el que dedicó a su escrito, tenía puesta fe en sus posibilidades y en las enormes oportunidades que tendría en el mercado un texto de su temática. O al menos, así se lo vendieron antes de comenzarlo.
A pesar de abandonar el tinte literario por un fin más puramente económico; se sentía realmente orgulloso de lo que había conseguido realizar. Aunque le hubiesen puesto como obligación un tema, había conseguido, gracias a su imaginación, el poder desarrollarlo e innovar donde cualquier otro escritor no lo haría. Había partido de un billete, o simplemente, del esbozo de uno, para lograr realizar arte, que estaba seguro que sería aceptado; ya que, al fin y al cabo, todo era un mero encargo.
A medida que entornaba los ojos, y los dejaba inertes, perdidos, mirando hacia el techo; pudo intuir el soniquete del teléfono; el cual, insistente, se disponía a taladrarle los tímpanos tras la falta de protección ocasionada por una mala noche. Otra más. Eran las dos de la tarde, y aún así seguía teniendo intención de estar acostado; al fin y al cabo, no tenía ningún plan a lo largo del día. Pero el rinrineo parecía no cesar y le hizo levantarse, de una sola vez, para cogerlo.
Al otro lado de la conversación se encontraba su agente literario, el señor Julio; hombre educado y recatado. De su forma de hablar desprendía un halo de influencias que sonaba pomposo. Su acento del norte le daba aún más un tono de empaque que parecía enorgullecerle sobremanera. En si mismo, su trabajo era ser superior a sus súbditos; y, no sería de recibo, no vivir recordándoles quien se juega el dinero en esta ruleta rusa de la literatura. Pero tampoco necesitaba palabras para demostrarlo, pues todas sus conversaciones acababan en la demostración de su dominio en el mundillo. Pero eso sí, era el único que había querido dar la oportunidad a un escritor novel, y se lo agradecía enormemente.
El Señor Julio, hizo levantarse a Jonás, para darle la noticia de su vida. Había aceptado la novela, con pocos cambios, y se arriesgaría con una tirada realmente interesante. No cabía su gozo en un pozo, y lo demostró dándole las gracias una y otra vez; aumentando así el ego de su interlocutor. Aunque a este bien falta no le hacía, pero aún así, se sentía lo suficientemente agradecido como para no parar de rendir pleitesía a su interesada labor. Estuvieron hablando durante varios minutos sobre los términos del reciente acuerdo: Las partes a editar, el montante económico que recibiría y las posibilidades de futuro; como por ejemplo una película o la oportunidad de firmar libros de ciudad en ciudad.
Jonás se arrojó en la cama, mientras escuchaba los parámetros que le contaba. Pero no estaba en ese mundo, estaba en un estado de shock provocado por una sorpresa que no esperaba. Respondía a cada palabra con una afirmación temblorosa producida por los nervios; y difícilmente podía aventurarse a razonar cuanto oía, porque estaba pensando en todas las personas a las que llamaría a continuación. A todos aquellos que un día comenzaron a creer en él, y aún seguían haciéndolo aún cuando la bruma nublaba su voluntad en los momentos de desasosiego. Por una vez en su vida, se sentía reconocido y veía devuelta la plenitud que creía haber perdido en tantos meses sin saber nada de su trabajo.
No tardó en absoluto en llamar a toda su familia, para hacerles partícipes de la enorme noticia. El cúmulo de felicitaciones, cuanto menos, le hacía despertarse más alborozado que de costumbre. Al menos, todo parecía que comenzaba a engranarse y a funcionar de una vez.
Una vez todo resuelto, se volvió a echar en la cama, haciéndola chirriar. Si bien en su complexión podría verse que no era un amante del deporte, también el somier era de los objetos más antiguos de la habitación. Entornó los ojos hacia la antigua orla, y, se dio cuenta, que mientras sus compañeros seguían dando tumbos por el mundo y ganándose la vida para lo que se habían formado; él había sido un pirata que se había colado en un mercado para el que no estaba preparado; pero en el que al fin y al cabo, deseaba triunfar.
No sabía si eran delirios de grandeza aquello que ponía piernas a su cuerpo; pero aquel cuarto que tan acogedor le parecía durante los meses de soledad; se le había vuelto tremendamente pequeño. En la habitación se podía observar la personalidad de su dueño; una televisión a la que le faltaban botones y con un mano a distancia sin pilas; un monitor de televisión colocado en el cenit y sin estar conectado a ningún lugar; una minicadena que jamás probó para comprobar si funcionaba. Y, finalmente, su portátil presidiendo un escritorio que hacía mucho tiempo que no conocía apuntes ni libros de estudio. La estantería se encontraba llena de historietas, novelas teatrales y comedias; al fin y al cabo, Jonás, a sus veintidós años, era sólo un niño.
De querer continuar durmiendo, la euforia le llevó a vestirse rápidamente con unos vaqueros azules terminados en unas zapatillas de marcha, y un jersey rojo que realzaba el color de su rostro. Y se apresuró, raudo, a conectarse a Internet para buscar unos billetes de tren para Sevilla, dónde se situaba el despacho del Señor Julio, el cual, le esperaba para dentro de una semana (aunque realmente, prefería que fuese todo por teléfono, así habría menos preguntas). Los quería cuanto antes mejor, para poder bombardearle con los temas que no recordó haberle preguntado durante la anterior llamada, y deseaba verse saciado en cuanto a su curiosidad y frenesí.
El llevar tanto tiempo sin hacer nada, le había proporcionado una destreza inusitada en la compra y reserva por la red; por lo que necesitó muy poco tiempo para comprar los billetes para aquella misma tarde. Tuvo bastante suerte de que no se tratase de un día concurrido, ni que hubiese proximidad de fiestas, a la ida o a la venida, por lo que encontró asiento con cierta facilidad.
Era algo bastante obvio de su personalidad. Si bien, Jonás, era una persona poco trabajadora; podía llegar a realizar genialidades si algo se le antojaba. Si su defecto era la falta de continuidad, su virtud era el arrojo obsesivo hacia una meta; lo que le hizo escribir la novela en un sólo mes; dedicándole varias horas diarias como si fuese un autómata. Él no se cansaba, él no escribía. Aquel geniecillo que afloraba y comenzaba a manejar sus dedos cuando éste cerraba los ojos, jamás languidecía a pesar de estar diez horas seguidas escribiendo sin pegar bocado. Era duro, pero la única forma de acabar su historia era esa.