copio y pego
2 de enero de 2009
"Ha coincidido en el Reino Unido la polémica por el mensaje del presidente iraní Ahmadineyad en el Channel 4 con la noticia de que el gobierno británico busca la censura de Internet. Al parecer, el secretario de Cultura británico Andy Burnham dijo a la edición del pasado día 27 de diciembre del diario The Daily Telegraph que su Gobierno estaba planeando negociar con la Administración del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, la elaboración de nuevas normas internacionales para páginas web en inglés.
Según Burnham, "cuanto más busquemos soluciones internacionales a estos temas -Reino Unido y Estados Unidos trabajando juntos- más fijará una norma internacional una norma de la industria". La idea sería dar a las páginas web clasificaciones como se hace con las películas. La justificación es que este tema "está centrando ahora todo el interés". Lejos de buscar solamente una clasificación de los contenidos, al estilo del cine, Burnham anuncia que "hay contenidos que no deberían poder ser vistos. Esta es mi opinión. Absolutamente categórica" y luego añade: "No se trata de una campaña contra la libertad de expresión, nada más lejos; se trata simplemente de que hay un mayor interés público en juego cuando se refiere a dañar a otras personas. Tenemos que ser mejores a la hora de definir dónde se encuentra el interés público y ser claros a este respecto". El secretario anunció que su gobierno quiere nuevos plazos de retirada de material de páginas web como YouTube o Facebook de contenidos "ofensivos" o "dañinos" y también cambiar las leyes de libelo para dar acceso a la gente a ayuda legal si son difamados online.
La cosa no puede resultar más chusca y, desde luego, no es casualidad que la noticia haya saltado a primera página de actualidad con motivo del mensaje de Ahmadineyad en Channel 4. Quizás es que el Gobierno británico nos toma por imbéciles. Posiblemente quiere que creamos que la industria pornográfica, que maneja miles de millones de euros y dólares, florecida precisamente al amparo de la libertad de expresión, resulta que ahora les preocupa seriamente. Hemos visto películas de psicópatas obsesos por la violencia como Quentin Tarantino proyectadas en televisiones públicas en horas de máxima audiencia y, sin embargo, esa pía preocupación por "la violencia" solo sonó de manera unánime con motivo del estreno de La Pasión de Mel Gibson. Tampoco ha despertado esta preocupación del Gobierno británico la trivialización de la muerte suscitada por cientos de programas –recordemos la reciente emisión en directo de una eutanasia- en los que se muestran asesinatos impunes o tipos humanos de la más baja ralea moral.
Es bastante pueril que después de años de justificar con la "libertad de expresión" toda la basura que diariamente se emite en medios de comunicación y que circula por la Red, resulte ahora que el Gobierno británico está seriamente preocupado con los contenidos "dañinos".
Cabe preguntarse: ¿Quién va a decir lo que se considera "dañino" o "perjudicial"? Porque en lo que a mí respecta, creo que está clarísimo que de poderse censurar los contenidos de Internet, la censura seguiría los cánones de lo "políticamente correcto"; es decir, del pensamiento impuesto por los intereses del capital global, bien en su versión izquierdista bien en su versión neoliberal. Lo que es seguro es que esa censura en pos de la supuesta protección de la infancia no va a prohibir ni la hiperviolencia hollywoodiense ni la banalización de la vida ni la "cultura de la muerte", denunciada por Juan Pablo II, por solo citar algunos ejemplos. Sí servirá para inculpar a alguien bajo la imputación de "extremismo de derechas", "racismo" o cosas parecidas, únicos sambenitos capaces de recabar la condena unánime de izquierdas, derechas y centro.
Frente a este tipo de insultos uno nunca está suficientemente en guardia y nunca se sospecha demasiado. Tienen la virtud de ser lo suficientemente difusos como para que pueda caber cualquiera y ser demasiado negativos como para que bloqueen todo discurso racional. Por si fuera poco, si se logra conectar cualquier sofisma con ellos, hasta el mayor botarate puede alcanzar su momento de gloria y silenciar a un adversario muy superior. La estrategia a seguir es fácil: te declaran "enemigo" y lo demuestran con su prensa. Luego amordazan a los discrepantes, que se refugiaban en Internet, y después te exterminan –social o económicamente, no hace falta más- ante el aplauso de un público que solo conoce una opinión. Para que luego digan que no existe el crimen perfecto. Resulta irrelevante que mil o diez mil personas muestren su desacuerdo. El problema sería que fueran diez millones pero el modus operandi garantiza que eso no sucederá nunca y que los temas a debatir y discutir, y los límites de los mismos, quedan fijados de antemano por unos "creadores de opinión" sin competencias.
Yendo al campo de lo concreto, como el debate por los contenidos de Internet solo se ha suscitado cuando el presidente iraní se ha dirigido al pueblo británico para decir que Cristo estaría contra los países que imponen guerras de agresión, esto corrobora la teoría de que lo que quiere cierto poder es asegurarse de que Internet, verdadero basurero de todas las miserias humanas pero también único bastión de la libertad de las fuerzas positivas que restan a la sociedad occidental, no alberga a disidentes de éxito. Burnham, o su aparatchik homólogo de entonces, podía haber pensado esto cuando los "antisistema" arrasaban las calles de París hace un par de años, coordinados u organizados a través de Internet, o cuando las instrucciones para fabricar armas o sintetizar drogas son relativamente fáciles de encontrar. La explotación industrial del sexo ofrece también buenos motivos. Pero no son estos los temas que hacen saltar la "alarma social". Solo cuando Ahmadineyad ha lanzado un mensaje que, en todo caso, puede discutirse como otro asunto más, parece que se suscita la cuestión del posible control de la Red. En el caso que nos ocupa, todo esto suena más bien a que Internet puede resultar peligroso a los críticos de esa pequeña cábala que conspira para incendiar guerras absurdas, que solo interesan a unos pocos iluminados, tal y como el Gobierno británico realizó en 2003 con motivo de la guerra de Irak, estafando a su propio pueblo.
En este sentido no es de extrañar que el Gobierno de Burnham busque la alianza para su nueva persecución ideológica en la persona de Barack Obama. Cuando las calles de Gaza huelen a sangre por la indiscriminada acción israelí contra la población civil –imagínense que el Ejército español bombardeara Guecho por que dos asesinos se hubieran escondido allí- el Gobierno de Obama es sin duda el peor gobierno para la paz en Oriente Medio que pueda imaginarse e induce a pensar que el pueblo estadounidense, que eligió a Obama para el cambio, se verá engañado una vez más por una política continuista cuyos primeros esbozos comenzarán a verse en enero, tras la toma de posesión.
En este sentido, la idea de una guerra contra Irán, de consecuencias funestas para el mundo, no ha sido desechada de las mentes psicóticas de todos los fanáticos sionistas que pueblan el gabinete de Obama, incapaces de pensar con ponderación y equidad, pero muy capaces de diseñar políticas acríticas y unilaterales, que generarán más odio y más violencia en todo el Oriente Próximo.
Así las cosas, me inclino a pensar que lo que verdaderamente quiere los jefes de Burnham es la censura de los enemigos políticos, antes que proteger a tanta gente víctima de esa agresión ideológica y moral cuya coartada ha garantizado durante tantos años el Gobierno de Su Majestad como tantos otro gobiernos de países occidentales."
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