CAPITULO 42
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Daniel y Shela pasaron sobre el paso de montaña del Endter a lomos del vasstor. Una vez se encontraban cerca de la cabaña de Jesré–aser, aún sobre el bosque, Daniel hizo descender al vasstor.
- Muchas gracias amigo –dijo Daniel acariciando al animal–. A partir de aquí será mejor que continuemos nosotros solos. Busca a Rosjer y tráelo.
- Antes de caer de la torre vi a un hombre muerto junto a la gran puerta negra de la fortaleza, tenía pelo negro y abundante barba –confesó Shela.
- Ése era Rosjer. Sacrificó su vida para que yo pudiera entrar en la fortaleza de las tinieblas –dijo Daniel bajando la mirada. Una gran tristeza se adueño de su corazón.
El vasstor se marchó, Daniel y Shela observaron en silencio su vuelo.
- Debes de haber sufrido mucho en tu viaje –discernió Shela mientras miraba a Daniel con ojos compasivos–. Siento mucho todo lo que ha ocurrido y el dolor que te haya causado.
- Ser el liberador del valle de la luz era mi destino, y ahora sé que todo el sufrimiento y las dificultades merecieron la pena –confesó Daniel mientras tomaba la mano de Shela–. Una vez que he vuelto a tu lado todo el dolor que he experimentado es similar a un susurro lejano, a un turbio recuerdo que no atormenta mi corazón porque mi corazón está lleno de la felicidad que me da tu amor.
Shela volvió a los brazos de Daniel, después de tanto tiempo separada de él anhelaba pasar el mayor tiempo posible sintiendo el contacto de su piel, sintiendo el amor de aquel joven que se había enfrentado a multitud de peligros para salvarle la vida.
Un sonido de galopar de caballos se oyó a lo lejos, el ruido se incrementó rápidamente. Un grupo de guardias reales llegó rápidamente y rodeó a ambos.
- Debe acompañarnos, su prometido le espera en el castillo real –anunció Shuré, el nuevo jefe de los guardias reales nombrado por Tirsé, dirigiéndose a Shela.
Daniel y Shela se miraron con gestos incrédulos.
- Mi prometido es quien me acompaña e iré con él a Somper –anunció Shela agarrándose del brazo de Daniel.
- No son esas las instrucciones que tenemos princesa Shela –respondió Shuré.
- ¿Princesa? –exclamó incrédula Shela–. No hay familia real en el valle de la luz y mucho menos mi familia.
- Quizás pertenezcas al linaje real cuya gobernación se vio interrumpida por los mendhires –opinó Daniel mientras recordaba el relato de Iskimel–. Debemos hablar con tu padre, él nos aclarará la situación.
- El rey Tander murió en la rebelión –relató Shuré–. Un rebelde invadió el castillo real y le dio muerte.
Shela se derrumbó al oír la noticia, se refugió en los brazos de Daniel y lloró desconsoladamente.
- Mi pobre padre… no puede ser… no es justo. ¡Cuán oscuras fueron las sombras que se extendieron por esta tierra! –se lamentó Shela en voz baja.
- La maldad que extendieron los mendhires fue superior a lo que tu noble padre esperaba –dijo Daniel en voz baja mientras abrazaba a Shela tratando de consolarla.
- Princesa Shela, esperaremos cinco minutos, después nos tendrá que acompañar. Y tú retírate de ella –ordenó Shuré a Daniel.
- Retírate tú de aquí –exclamó Shela entre sollozos dirigiéndose a Shuré mientras permanecía abrazada a Daniel.
Shuré y sus hombres se alejaron algunos metros y observaron a la pareja a distancia.
- Matad al hombre si intenta huir con ella –ordenó Shuré.
- Pienso que deberías ir para informarte de la situación –opinó Daniel.
- No me abandones mi amor, acompáñame allí donde yo vaya –le suplicó Shela a Daniel mirándole a los ojos.
- Te prometo que no te dejaré –la tranquilizó Daniel.
Daniel y Shela se dirigieron hacia el castillo real acompañando a los guardias reales.
Alrededor del mediodía llegaron al castillo real.
- Tú debes esperar fuera –indicó Shuré a Daniel.
- No –protestó Shela–. Él vendrá conmigo.
- Tirsé ha ordenado que sólo usted entre en el castillo –respondió Shuré dirigiéndose a Shela.
- ¿Quién es Tirsé y de quién proviene su autoridad? –inquirió Shela cuyo dolor se mezclaba con indignación.
- Es su prometido, mañana tendrá lugar el enlace y al día siguiente él será nombrado rey según dispuso su madre –explicó Shuré.
- No puede ser –exclamó Shela atónita mientras miraba a Daniel, cuya mirada reflejaba el temor de que, finalmente algo se interpusiera entre ellos.
Ashla se asomó por una ventana del castillo.
- Dejad pasar al joven –ordenó ella.
Ambos entraron en el castillo, los guardias reales llevaron a Daniel y Shela hasta la habitación en la planta alta donde se encontraba Ashla.
Shela se abrazó a su madre cuando los tres quedaron solos en la habitación.
- Madre, ¿qué significa todo esto? –inquirió Shela desconcertada por la situación.
- Muchas cosas han ocurrido desde tu marcha hija mía –comenzó Ashla–. Una gran maldad se extendió por el valle. El libro sagrado señaló a tu padre como descendiente legítimo de la antigua línea real olvidada. Mientras Daniel marchaba a destruir la piedra plateada varios mendhires invadieron el valle y promovieron una rebelión contra el rey.
Ashla se detuvo durante algunos segundos, el dolor por la muerte de Tander hería más y más su corazón.
- Un grupo de varios miles de rebeldes se dirigía hacia aquí cuando le prometí a Tirsé tu mano si lograba defender este castillo –continuó Ashla mirando los ojos preocupados de Shela.
- Madre, yo amo a Daniel. No deseo estar con ningún otro –le aclaró Shela mientras tomaba la mano de Daniel.
- Di mi palabra, no puedo faltar a ella –objetó Ashla–, y Tirsé logró que la batalla terminara y el castillo no fuera tomado por los rebeldes.
- La batalla cesó porque la piedra plateada fue destruida y el maligno poder de los mendhires dejó de influir en las gentes del valle. Y ese hombre no impidió la muerte de padre; según me informaron un rebelde logró entrar y lo mató –exclamó Shela, en cuyo rostro volvían a verse lágrimas de tristeza.
- Hizo lo que pudo, es un buen hombre y gobernará junto a ti esta tierra –afirmó Ashla.
- No me obligues a casarme con él –suplicó Shela desesperada–. Mi amor pertenece a Daniel, él arriesgo su vida para salvar la mía.
La puerta de la habitación se abrió de repente, era Tirsé, quien contempló la escena: Ashla se encontraba sentada en una silla junto a la puerta, Shela estaba de rodillas suplicándole a su madre que no pusiera trabas a su amor con Daniel mientras tomaba la mano de este.
- Ella es mi prometida ¿verdad? –inquirió Tirsé señalando a Shela.
- Sí –se limitó a responder Ashla.
- Por tocar a mi prometida y quebrantar las costumbres del valle respecto a los compromisos matrimoniales quedas desterrado de esta tierra para siempre. Si tratas de volver la pena de muerte en la horca será tu condena –anunció Tirsé dirigiéndose a Daniel.
Dos guardias reales entraron en la habitación y se llevaron a Daniel, Shela no soltaba su mano y suplicaba que no se lo llevaran. Tirsé agarró a Shela separándola así de Daniel.
- No volverás a ver a ese extranjero indeseable –declaró Tirsé.
- Eres tú quien has roto las sagradas costumbres de nuestra tierra al tocarme; nunca me casaré contigo, Daniel es el único dueño de mi amor –dijo Shela muy enfadada mientras se desembarazaba de los brazos de Tirsé y salía corriendo de la habitación con lágrimas en los ojos.
Ashla y Tirsé quedaron pensativos en la habitación.
- Es una buena chica –dijo Ashla rompiendo el silencio–. Simplemente se había encariñado con ese muchacho.
- Espero que mañana esté preparada para casarse conmigo –comentó Tirsé molesto.
- Hablaré con ella y todo se solucionará; siempre ha sido muy obediente y razonable –lo tranquilizó Ashla.
Dos guardias reales llevaron a Daniel hasta donde comenzaba el bosque de los orcires, junto a la cabaña de Jesré–aser.
- Si vuelves ya sabes lo que te ocurrirá –le advirtió uno de ellos tras lo que se marcharon sobre sus caballos en dirección al castillo real.
Daniel contempló como se alejaban los guardias reales, había sido desterrado de la tierra que había salvado tan sólo algunas horas antes; un gran dolor inundaba su corazón al pensar que todo había acabado. Tander había muerto, al igual que Rosjer. Shela le había sido arrebatada; no tenía nada, se encontraba solo en un mundo al que no pertenecía. Daniel sentía que no había nada ya por lo que luchar, su lugar no estaba allí.
El atardecer comenzaba a caer sobre el valle de la luz cuando Jesré–aser llegó. Este observó como Daniel contemplaba el horizonte con gesto melancólico.
- ¿Daniel? –inquirió Jesré–aser mientras recordaba su anterior encuentro con ese joven que se hallaba junto a su casa.
Daniel permaneció en silencio con la mirada puesta en el horizonte, la voz de Jesré–aser sonaba lejana y confusa; en su mente solo había sitio para el rostro de Shela, la recordaba continuamente mientras un sentimiento de impotencia lo invadía. Jesré–aser se le acercó.
- ¿Te encuentras bien hijo? Regresaste de tu viaje ¿verdad? –preguntó Jesré–aser poniendo la mano sobre el hombro de Daniel.
- Muchos seres habitan las tierras desconocidas –relató Daniel mientras giraba su cabeza en dirección a Jesré–aser, quien apreció el dolor que se reflejaba en los ojos de Daniel–. Además de los orcires hay bellas hadas, animales alados como los vasstors, poderosas bestias como los tumyars y seres de otros mundos. Hay montañas, bosques, praderas, tierras rocosas, mares, desiertos, pantanos, zonas luminosas y zonas oscuras que ya no lo serán más.
- Veo que largo y agotador ha sido tu viaje, entra en mi casa y come algo –le ofreció Jesré–aser.
- Agradezco tu hospitalidad pero prefiero permanecer aquí. Muchas cosas perturban mi corazón ahora –respondió Daniel sin mirar a Jesré–aser.
- Como quieras amigo, si quieres entrar sólo tienes que llamar a la puerta –dijo Jesré–aser después de lo que entró en la casa.
Daniel permaneció fuera, contemplando como la oscuridad de la noche caía sobre el valle de la luz.
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