Cap. 40 "Las Sombras del Valle de la Luz" CAPITULO DECISIVO

Entramos ya en la parte final del libro, después de este quedarán solo cinco capítulos más.

CAPITULO 40
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Daniel continuó por el camino que rodeaba la fortaleza de las tinieblas. Continuó buscando el lugar desde el que se pudiera llegar al interior de ella.
Ya por el lado noreste de la fortaleza halló Daniel pequeñas rendijas en el muro. No mucho más arriba había una pequeña ventana. Daniel conocía bien sus habilidades en la escalada por lo que se decidió a subir hasta ella. Comenzó su ascenso con dificultad; la espada le incomodaba y el escudo le pesaba; con mucho esfuerzo logró ir subiendo poco a poco, se agarraba fuertemente a cualquier pequeña rendija del muro. Descubrió que los filos del muro estaban afilados, se hacía un corte cada vez que se agarraba a una nueva rendija.
Finalmente alcanzó la ventana y entró en la fortaleza por ella. Se preguntó dónde estaría Rosjer, se dijo que debía estar entreteniendo a los mendhires porque de lo contrario ya habrían acudido a por él.

Daniel observó la fortaleza por dentro. Se encontraba en un oscuro pasillo en el que había algunas viejas armaduras. Avanzó a paso rápido por el pasillo en la dirección en la que se encontraba la torre mayor, multitud de puertas quedaban a un lado y a otro de él. Daniel no se entretuvo en comprobar lo que había tras esas puertas, sabía que la piedra plateada se encontraba en la torre más alta y tenía el presentimiento de que Shela también estaba allí.
Daniel llegó al final de pasillo, una gran puerta había allí. Lentamente la abrió y observó atónito la gran habitación que había ante él. Multitud de cuadros se encontraban allí, en ellos estaban pintados los hombres nobles que se convirtieron en mendhires. Una gran alfombra se extendía por toda la habitación, nueve sillas se encontraban alrededor de una gran mesa en la que se podía ver un mapa de aquel mundo. Daniel observó que el valle de la luz estaba marcado en el mapa. «El valle de la luz es su objetivo, no puedo retrasarme más» se dijo Daniel volviéndose y buscando una salida. La única puerta que daba a la habitación era por la que él había entrado, sin embargo la torre más alta quedaba en la dirección opuesta.
Algo captó la atención de Daniel en el muro que daba en dirección noreste; un gran candelabro se encontraba sujeto a la pared. El candelabro no tenía velas y su apariencia era como de no haber sido usado nunca.
«¿Para qué se tiene un candelabro si no se usa?» se preguntó Daniel mientras se acercaba al candelabro. Decidió tirar del candelabro hacia él y una pequeña abertura de no más de un metro de alto se hizo en la pared. Daniel se agachó y entró por ella pasando a un lugar muy oscuro.
Una débil luz llegaba desde el final de una galería. Daniel anduvo hacia ella y poco a poco comenzó a distinguir lo que había a su alrededor. El lugar parecía estar abandonado, con la única luz lejana de alguna rendija en el muro, lleno de telarañas y con piedras en el suelo que fácilmente podían provocar caídas.

Daniel llegó hasta unos escalones. Observó que era el comienzo de una inmensa escalera en forma de caracol más lúgubre aún que la galería anterior. Daniel comenzó a subir todo lo rápido que podía sin caerse. El silencio del lugar era sobrecogedor; a Daniel le pareció que no habría oportunidad de pasar desapercibido allí si quedaba tan solo un mendhir. Tras casi quince minutos de subida por las oscuras escaleras Daniel sintió algo en su mente; era como si Shela estuviera clamando por ayuda pero la oscuridad del lugar ahogara su llamada de socorro. Daniel se apresuró aún más y corrió con todas sus fuerzas por las escaleras. Daniel comenzó a saltar los escalones de dos en dos y de tres en tres. Sentía que el tiempo de Shela se acababa y que no llegaría a tiempo.

Los mendhires continuaban buscando a Rosjer en el pequeño bosque de la muerte; así se llamaba el bosque en el que Rosjer se había ocultado. Era el bosque en el que los mendhires acostumbraban a dejar los cuerpos muertos de los hombres que acudían hasta allí buscando el estanque de la eternidad.
Rosjer permanecía oculto en un pequeño agujero en el suelo. Dos mendhires se hallaban junto a la piedra que lo cubría.
- Hay calor humano aquí –afirmó uno de ellos.
- Sí, también yo lo percibo –concordó el otro que levantó repentinamente la piedra que cubría el escondite de Rosjer.
El primero, cuyas manos estaban cubiertas por guantes, agarró a Rosjer y lo sacó de allí.
- Tenemos al hombre –anunció el segundo.
Los tres mendhires restantes acudieron al lugar.
- Hoy desearás no haber venido nunca a este mundo –le dijo uno de ellos.

Daniel alcanzó el final de las escaleras y se encontró frente a un largo pasillo en el que había bastante luz. Dos puertas se apreciaban al final del pasillo; una a la izquierda y otra a la derecha.
Una gran luz plateada salía de debajo de la puerta que se encontraba a la izquierda. La luz que salía por ese pequeño espacio era suficiente para iluminar todo aquel pasillo. Una luz muy tenue se veía bajo la puerta de la habitación derecha.
De repente un grito sonó procedente de la habitación que se encontraba a la derecha. A Daniel no le cabía ninguna duda de que había sido la voz de Shela, una voz en la que se percibía una gran desesperación. Daniel pensó rápidamente; estaba en la fortaleza de las tinieblas, fue enviado allí para destruir la piedra plateada que, con toda seguridad estaba a su alcance en la habitación de la izquierda, solo tenía que tomarla y arrojarla al estanque de la eternidad. Por el contrario en la otra habitación se encontraba Shela y con ella de seguro había al menos un mendhir. Daniel recordó las palabras que Tander le dijo antes de iniciar su camino: ‘Confío en que puedas devolverme a Shela, pero en caso de que tengas que elegir entre salvarla y destruir la piedra plateada debes saber que el futuro del valle de la luz debe prevalecer sobre el de una persona en particular’.
También vino a su mente lo que el hada Silmirar le anunció: ‘si llegas hasta el final tendrás que tomar una difícil decisión. Tendrás que elegir entre el pueblo del valle de la luz y Shela’.
Daniel estaba paralizado, su corazón palpitaba agitadamente pero no conseguía mover ninguno de sus músculos. Sus ojos permanecían fijos en aquellas dos puertas, tan cercanas y tan lejanas a la vez. A Daniel le pareció que se desmayaba; había llegado hasta allí convencido de qué era lo debía hacer pero ahora se daba cuenta de que no era lo que él deseaba. Sabía que si tomaba la piedra plateada e iba hasta el estanque de la eternidad tendría la oportunidad de destruir a los mendhires pero algo en su corazón le decía que antes de que lo hiciera los hombres inmortales matarían a Shela. Por otro lado, si acudía a rescatar a Shela quizás los mendhires lo mataran a él también y el futuro del valle de la luz se vería abocado a las sombras. Muchas personas inocentes del valle morirían, prácticas abominables como el canibalismo del pueblo de Rizpá–Malpá llegarían hasta allí. El futuro de todo un mundo estaba en peligro.

Daniel dio un paso adelante; seguía indeciso pero la responsabilidad de proteger a todo un mundo le pesaba mucho, de forma que miraba fijamente a la puerta de la izquierda.
«Lo siento Shela» se dijo Daniel volviendo la mirada hacia la puerta de la derecha, tras eso anduvo hasta la puerta de la parte izquierda. La puerta se veía luminosa, no podía contener toda la luz que la piedra plateada desprendía. Daniel agarró el pomo y desenvainó su espada, se dispuso a abrir la puerta cuando oyó un grito de dolor que venía de la otra habitación.

- ¡Cállate! ¡No puedo esperar más! ¡Te daré muerte ahora mismo! –clamó una voz de hombre dentro de la habitación.
“¡No puedo dejar morir a Shela!” exclamó Daniel que se lanzó hacia la otra habitación y, espada en mano, se precipitó dentro de ella. Shela se encontraba a su izquierda, sus manos y pies estaban sujetos por grilletes y tenía grandes cortes en sus brazos y piernas. Sus ropas se veían rasgadas y desgastadas. Un mendhir, con apariencia inmaculada, largas ropas oscuras que tapaban todo su cuerpo excepto su rostro, pelo gris y ojos plateados se hallaba frente a ella y a la derecha de Daniel.
Daniel se lanzó rápidamente hacia la izquierda, interponiéndose entre Shela y el mendhir.
- No podía esperar a que llegaras para empezar a disfrutar hiriéndola –dijo el mendhir señalando a Shela.
- No volverás a hacerle daño –exclamó Daniel señalando al mendhir con la espada.
- Sabes que no tienes ninguna oportunidad ante nuestro poder. Eres un simple joven, un joven sin familia, un muchacho cuya presencia aquí se debe a una casualidad del destino. Antes de que puedas rescatarla yo os habré aniquilado a los dos, no tienes nada en este mundo –dijo el mendhir con una sonrisa en su rostro.
- Daniel, a mi me tienes y siempre me tendrás –dijo Shela con un tono débil de voz, un tono en el que se apreciaba todo el dolor y sufrimiento que le habían causado esas maléficas criaturas.
Daniel se volvió hacia Shela y, con dos golpes certeros de espada, cortó las cadenas que mantenían sujetos sus brazos. El mendhir hizo un gran ruido, un ruido para alertar a los demás hombres inmortales. Daniel aprovechó el momento para liberar a Shela de los grilletes de sus pies.

Los cinco mendhires que se encontraban a las afueras del castillo y llevaban a Rosjer oyeron el ruido.
- ¡Es la señal de Rismarsé! –exclamó uno.
- Sí –concordó el mendhir que llevaba a Rosjer–. El hombre predicho debe de encontrarse en el interior de nuestra morada y este es un burdo farsante.
El mendhir despojó a Rosjer de la parte de su vestidura que le cubría la cabeza, descubrió su mano y tocó con ella la cara de Rosjer. Una gran energía, superior a la que su cuerpo podía contener entró en el hombre de Rizpá–Malpá. Al instante Rosjer cayó muerto al suelo. Los cinco mendhires entraron en la fortaleza de las tinieblas rápidamente.

Daniel miró a los ojos azules de Shela, quien sintió unas palabras en su mente.
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Al instante Daniel se lanzó sobre el mendhir e insertó su espada a la altura del su corazón. Shela salió corriendo de la habitación y bajó apresuradamente por las escaleras de caracol.
El corazón de Rismarsé latía con dificultad, la carne trataba de cerrarse pero no podía mientras el acero de la espada permanecía ahí. Rimarsé lanzó a Daniel a gran distancia, su herida se cerró y se incorporó. Daniel permanecía aturdido por el golpe; Rismarsé se le acercó y lo cogió por el cuello.
- Pobre necio –dijo Rismarsé junto al oído de Daniel–. Ahora sí que causaremos dolor a tu amiga, un dolor inexplicable que nunca se le ha causado a ningún humano.

Shela corría escaleras abajo cuando oyó a lo lejos el ruido de pasos aproximándose. Rápidamente se dio la vuelta y corrió hacia arriba.

Daniel trataba de liberarse del mendhir pero la fuerza de este era grandiosa.
- Tu momento ha llegado –exclamó Rimarsé mientras descubría su mano derecha y tocaba con ella el rostro de Daniel.
Daniel sintió como si una fuerza extraordinaria entrara en él y como a la vez un poder luchaba contra esa fuerza desde dentro de él. Rismarsé no daba crédito a lo que veía, Daniel aprovechó la confusión de el mendhir para lanzarse sobre él. Lo atravesó con su espada a la altura de su vientre, de su cuello y sus piernas pero la piel se cerraba en el mismo instante que la espada había pasado. Rismarsé lanzó un haz luminoso hacia Daniel que este repelió con el escudo. Un ruido que se oyó en el pasillo distrajo la atención el mendhir. Daniel aprovechó el momento para empujarlo fuertemente hacia una ventana que se hallaba detrás de Rismarsé. El mendhir cayó por la ventana de la torre.
Daniel salió rápidamente al pasillo, oyó unos ruidos que provenían de la escalera de la torre y cuya intensidad incrementaba rápidamente. La puerta de la habitación que estaba frente a él se encontraba abierta; una luz cegadora salía de la habitación. La luz no permitía distinguir las formas claramente pero Daniel pudo ver la silueta de Shela sobre el suelo. Daniel entró velozmente en la habitación y ayudó a Shela a levantarse del suelo.
- ¿Cómo te encuentras? –le preguntó Daniel nervioso mientras la sostenía en sus brazos.
- Estoy débil pero me curaré. Si estamos los dos juntos sé que me sanaré –afirmó Shela con una sonrisa en su rostro–. Sabía que no me abandonarías aquí.

El sonido de los pasos de los mendhires subiendo por la escalera de la torre se incrementaba continuamente. Daniel tomó la piedra plateada, la cubrió con sus ropas y miró a su alrededor.
- ¿Qué ocurre? –inquirió Shela con voz de agotamiento.
- La única salida de esta torre son esas escaleras que bajan. Los mendhires suben por ahí y en seguida estarán aquí. Estamos atrapados –le explicó Daniel.
Aún no había terminado de decir esas palabras cuando los mendhires llegaron a la habitación.
- Toma esto –dijo Daniel dándole la piedra plateada a Shela.
- Entréganos la piedra plateada y vuestra muerte será rápida –exclamó el mendhir que antes había acabado con la vida de Rosjer.
- ¡Jamás! –exclamó Daniel con la espada en su mano, tratando de cubrir a Shela para protegerla.
- Tú lo has querido –respondió el mendhir–. ¡Atacad!

Los mendhires se abalanzaron sobre Daniel. Shela vio una ventana en la esquina de la habitación de la que más cerca se encontraba y corrió hacia ella con la piedra plateada. La alcanzó y salió por ella.
- ¡La mujer tiene la piedra plateada! –exclamó uno de los mendhires.
- ¡Ve a por ella! –le ordenó otro.
Daniel consiguió quitarse de encima a los mendhires y fue retrocediendo hasta la esquina del cuarto donde se encontraba la ventana, deteniendo a los mendhires como podía. Usaba la espada y el escudo y su cuerpo rechazaba la fuerza procedente de ellos que trataba de entrar en él cuando la piel de los hombres inmortales tocaba la suya.

Shela se encaramó al tejado inclinado de la torre. El cansancio y el dolor habían hecho mella en ella; perdió el equilibrio y resbaló; logró agarrarse al filo de la torre. Shela miró hacia abajo; una gran caída había hasta un pequeño claro donde se divisaban algunos árboles y una pequeña masa de agua. La piedra plateada comenzó a escurrirse de la mano derecha de Shela, que no podía sujetar la piedra y seguir agarrada. La piedra plateada terminó cayendo hacia abajo.
Visdala se hallaba junto al estanque de la eternidad cuando oyó como algo golpeaba la tierra, se volvió y vio allí la piedra plateada. Visdala se acercó a ella y la tomó del suelo, miró hacia arriba y, viendo a Shela sujeta al tejado y oyendo el chirriar de la espada de Daniel a lo lejos comprendió lo que pasaba. Visdala se acercó al estanque de la eternidad con la piedra plateada en la mano y, con lágrimas en los ojos, comenzó a cantar con su dulce voz:

Hubo un tiempo en que yo amé
mucho ha pasado ya desde entonces,
él me amaba y yo lo quería
con todo mi ser.

Un día se marchó para no volver
ningún consuelo hubo para mí
pues lo amaba con todo mi alma.

Pero su espíritu se oscureció
y el mío se apenó,
por ser odiada, repudiada y olvidada
no hubo consuelo para mi.

La luz del día más no veré
como una flor marchita yo seré,
quemada por el calor del sol
y helada por el frío de la oscuridad.

En la sombra profunda permaneceré
eternamente y sola para siempre estaré.

Mi triste vida llega a su fin.
¿Por qué no me amaste mi amor?
¿Por qué escogiste la senda del dolor?

Una vez yo pensé
que juntos felices podíamos ser,
pero la oscuridad te tragó
y de mí te alejó.
Tengo frío, tengo miedo
porque conmigo tú no estás
y me encamino hacia la eterna oscuridad.

Pero el dolor para mi cesará
un nuevo día este mundo verá,
sin ti, sin mi
para nosotros nada queda ya.

Solo el lejano recuerdo de que un día nos amamos
un bello recuerdo demasiado lejano,
mi corazón desea la muerte
no quiere permanecer aquí ni un instante.

Adiós mi eterno amor
nuestra vida inmortal acabará
para que, sobre este mundo
la luz al fin pueda brillar.



Visdala arrojó la piedra plateada al estanque de la eternidad. Un gran resplandor inundó todo el cielo. El estanque de la eternidad se secó al instante. Un fuerte terremoto sacudió el monte de la eterna penumbra; Daniel observó como la carne de los mendhires se pudría ante sus ojos llegando a convertirse finalmente en esqueletos. Daniel se dirigió rápidamente hacia la ventana y, a pesar de los fuertes temblores de tierra que sacudían el monte de la eterna penumbra, logró subir al tejado de la torre. Shela se encontraba en el otro extremo, el temblor había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban.

Daniel corrió hacia donde se encontraba Shela pero antes de que pudiera llegar ella cayó hacia abajo.
- ¡No! ¡Shela! –gritó Daniel desesperado mientras veía como la mujer que amaba se dirigía inexorablemente hacia su muerte. Sin poder soportarlo se lanzó también al vacío.
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