Leal Mascota

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Con un portazo cerró la puerta del coche. Maldito día, las ventas en su sección habían bajado dos puntos en el último ejercicio y no se sentía nada contenta. Colgó su bolso al hombro y entró al ascensor sumida en un torrente de pensamientos y proyectos para recuperar esa pérdida.

Todo se diluyó en su mente cuando, al meter la llave en la cerradura, oyó su jovial ladrido. Sonrió para sí misma reprochándoselo, ya había acabado su trabajo, era hora de relajarse un poco.

Le esperaba frente a la puerta, la lengua fuera jadeante.

-Mi perrito… ¿has echado de menos a tu mamita? -le preguntó mientras le acariciaba el desvaído pelaje-. ¡Eh! No me lamas la cara… bueno… déjame cambiarme, saldremos a dar una vuelta después de cenar, ¿te parece bien?

Como respuesta se irguió excitado y se subió a las piernas de ella.

-Vamos Arturo, no me manches la ropa. Vete a tu cojín, voy a sacarte la comida.

De un saco de pienso sacó un bol que dejó en la esquina de la cocina; para ella calentó un poco del arroz tres delicias que había sobrado del día anterior. Comieron en silencio, le gustaba ver como comía Arturo… dejando caer buena parte de la comida fuera del plato y devorándola con un ruidoso batir de mandíbulas. La verdad es que le gustaba verlo en cualquier momento… compartir su vida con él era lo más maravilloso que le había sucedido en mucho tiempo

Recogidos los platos se cambió en unos minutos, se limpió el maquillaje frente al espejo y refrescó su rostro con agua fría. En la puerta ya le esperaba nervioso, con la correa entre los dientes.

-Ya vamos, ya vamos… qué excitable eres, dios mío… hoy iremos a tu parque favorito, ¿vale?- le comentó bajando al aparcamiento en el ascensor.

El coche les dejó dentro mismo del enorme parque de las afueras, prácticamente desierto a esas horas más allá del camino principal y el sendero para bicicletas.

Arturo corrió sobre la hierba y se revolcó gustoso. Ella le dejó hacer mientras se sentaba en un banco y sacaba un hueso de goma para lanzárselo. Lo tenía en la mano cuando una figura se acercó por el camino.

-¡Elena! -gritó con una sonrisa el hombre antes de darle un abrazo-. Hacía tiempo que no te veía, ¿va todo bien?

-Por supuesto, Alberto, sólo he estado liada con el trabajo, ya sabes.

-Entiendo… veo que Arturo está tan alegre como siempre.

-Si, no sé de dónde saca la energía ese pequeño demonio… ¿Y donde está Estrella?

-Aquí mismo –Alberto silbó y un agudo ladrido llegó de entre los árboles-. Ya sabes lo tímida que es… -explicó a Elena-. ¡Estrella, ven aquí!

Estrella salió de entre los árboles a la orden y llego a los pies de su amo, interesada por Elena se acercó a sus pies y la husmeó. Arturo le gruñó y asustada se escondió tras su amo.

-¡Arturo! ¡Compórtate!

-Tranquila, Elena… sólo quieren jugar -se giró hacia Estrella e hizo un amplio gesto-. ¡Id a jugar los dos! -obediente salio corriendo hacia la hierba.

Arturo se lanzó sobre ella y juntos se revolcaron sobre la hierba. Él le mordió el cuello y buscó su sexo. Sus colas flotaban en el aire caprichosamente.

-¡Arturo! –gritó Elena pensando en separarlos-. ¿No se harán daño, Alberto?

-La naturaleza es sabia… además, ¿nunca te has pensado en cómo sería un cruce entre los dos? –pregunto curioso-. No te preocupes, Estrella está con un tratamiento que lo impide… pero podríamos considerar la posibilidad.

-No sé… Arturo es aún muy joven para hacer monta… -caviló Elena, pese a que la idea le había interesado y sin duda le dedicaría tiempo los próximos días.

-Yo creo que ya está en la edad perfecta –observó mientras les señalaba-, parece dominarlo bien.

Elena observó algo sonrojada como Arturo había logrado finalmente encontrar la posición correcta y penetraba con ahínco a Estrella, que inclinada al suelo solo gemía quedamente por las embestidas. Continuaron durante varios minutos ante la silenciosa mirada de sus dueños.

Con un furor animal ambos cayeron rendidos. El obsceno sonido puso fin a su unión y los dos se dedicaron carantoñas y lametones.

-Vamos a separarlos ya o éstos seguirán dale que te pego toda la noche –sugirió Alberto con pesar.

-Arturo, ven aquí -gritó Elena con la correa en la mano.

Arturo y Estrella se separaron con cierta resistencia inicial, dedicándose cariñosos gruñidos como despedida. Alberto y Elena se despidieron igualmente hasta el próximo encuentro y se separaron en caminos diferentes.

De vuelta a casa Arturo se durmió en el asiento de atrás. Elena miraba su cuerpo tendido en el retrovisor y se preguntaba cuanto había crecido ya su mascota, le parecía que la tenía desde hacía tan poco... cómo pasaba el tiempo. Ya en el garaje, antes de despertarlo, acarició su cuerpo con una sonrisa en su rostro.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en su piso, la vecina les saludó.
-Buenas noches Elena, de dar un pase ¿verdad? -le preguntó.

-Claro Gloria, tienes turno de noche ¿verdad? Que te sea leve.

-Gracias Elena, a ver cuándo venís los dos a comer una paella el domingo, que me sale de muerte, ¿no te apetece, Arturo?

-Por supuesto Gloria, desde que tengamos un día libre se lo recordaré a Elena.

Gloria se despidió del joven matrimonio y se quedó sola en el ascensor. Algo en el suelo atrajo su atención, se agachó y recogió una enorme cola de suave cabello, la cola acababa en un húmedo dildo aún caliente.

La vecina no era en absoluta tonta, y enrollando la cola la dejó en el interior del buzón de sus jóvenes vecinos.

-¡Dichosa juventud! -musitó para sí misma cerrando el buzón.
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