Abro la puerta trasera derecha. Veo a Dodi Al Fayed dislocado sobre el asiento, tumbado frente a mí, los ojos entreabiertos. Veo una alfombrilla del coche sobre la princesa Diana. La aparto para ver si ella aún vive y la coloco sobre el bajo vientre de Al Fayed, que tiene el sexo al aire”. Quedan pocos minutos para las doce y media de la madrugada del 31 de agosto de 1997. Romuald Rat es un fotógrafo que ha perseguido a Diana de Gales y Dodi Al Fayed por todo París; es el primero que llega a los restos humeantes del Mercedes 300 que se acaba de estrellar en el túnel de L’Alma. La escena es devastadora y así se la relata a la Brigada de Investigación Criminal de la policía francesa. Expertos consultados por interviú sobre las circunstancias en que estaba Al Fayed explican que “en centenares de accidentes nunca ningún accidentado tenía esa zona del cuerpo al aire”.
El testimonio del fotógrafo y todas las claves de la misteriosa muerte de Lady Di y su novio forman parte de un sumario que hasta ahora ha sido secreto. Hoy se desvela en estas páginas en exclusiva. Esta semana un periodista francés, Jean- Michel Caradec’h publica un libro con esta documentación titulado Lady Diana, l’enquête criminelle (Lady Diana, la investigación criminal), de la editorial Michelle Lafont.
El sumario desvela qué pasó dentro de ese coche y cómo fueron a parar a él en un dramático cambio de planes que acabó matando a una pareja que se había ganado las portadas de todas las revistas del mundo. Asimismo, se deduce que no hubo conspiración, sino fatalidad. Y mucho alcohol, y drogas, y carreras enloquecidas, y riñas, y reconciliaciones de amantes hasta que el coche paró violentamente contra uno de los pilares de este túnel parisiense tras chocar contra un coche viejo y lento. La medianoche había deparado una huida en enloquecida carrera del multimillonario Al Fayed, de origen egipcio; la princesa, su guardaespaldas y un chófer desde el hotel Ritz hasta un destino desconocido. Detrás, una estela de paparazzi que los sigue y los pierde a toda velocidad por el centro de París. Henri Paul, el conductor, no puede evitar que el coche se estrelle.
Llegan los fotógrafos. Romuald Rat, de la agencia Gamma, ve el panorama y se empieza a portar, según se recoge en el sumario, de una manera extraña. Aleja a fotógrafos y curiosos para preservar la desnuda intimidad de la pareja agonizante. Llega al lugar de los hechos Frederic Mailliez, médico de la asociación SOS Medecins, que patrullaba la calle con su pequeño vehículo de asistencia. “Dentro del coche hay cuatro pasajeros; en el asiento de delante, uno de ellos presenta un traumatismo facial, está inconsciente. (…) Detrás había un hombre que parece estar muerto. A su derecha, una mujer joven y que parece la que mejor está de todo el coche. Llegué fácilmente hasta ella porque la puerta ya estaba abierta. Llamo al 18 (número de emergencias)”. Mailliez aplica a la cara de la princesa el único material que lleva, una pequeña máscara de respiración conectada a una botella de oxígeno. La mantiene con vida porque piensa que es la accidentada con más posibilidades de sobrevivir. No reconocerá quién es la herida hasta que a la mañana siguiente ve estupefacto las noticias. En su declaración asegura que Lady Di estuvo inconsciente todo el tiempo.
Fotógrafos agresivos
Empieza a formarse una gran bola de nieve en las radiofrecuencias de los servicios de emergencia de París mientras los fotógrafos revolotean en torno al humeante Mercedes 300 de Diana Spencer. Gino Gagliarno y Sebatien Dorzee son los primeros policías que llegan al túnel. Gagliarno cruza el coche en mitad del paso subterráneo para frenar la circulación y llama al estado mayor de la brigada nocturna. Son ya las 0.30 horas. El sumario recoge el intercambio de avisos por radio.
–Aquí TV India Alpha para TN08. Accidente grave en el túnel de L’Alma. El policía ve un hombre que cuelga por una ventanilla. Descubre que una de las víctimas es Diana de Gales. “No puedo contener a los fotógrafos y socorrer a las víctimas”, declararía luego en el sumario. El documento judicial asegura que “varios fotógrafos se comportaron con violencia ante los intentos de la policía de que se retiraran del lugar”. Uno de los paparazzi se encara a los agentes y les dice: “No tenéis más que ir a Bosnia y veréis. Estoy haciendo mi trabajo”.
La persecución, la actitud de los fotógrafos, todo llevó a que las autoridades de Interior, ante la gravedad de los hechos, tomaran la decisión de detenerlos, acusados de omisión de auxilio y heridas involuntarias. Siete paparazzi pasarían 36 horas en un calabozo, entre interrogatorios. Ya había un culpable para la tragedia.
El resultado: Dodi Al Fayed, muerto; Henri Paul, chófer, muerto también en el acto; la princesa Diana de Gales, agonizante en un hospital; el escolta Trevor Rees- Jones, herido de gravedad. Diana de Gales moriría a las cuatro horas, víctima de una hemorragia interna masiva e incontrolable y con múltiples fracturas (ver recuadro). A la misma hora el padre de Dodi, Mohamed Al Fayed, llegaba a París a bordo de un helicóptero privado que había despegado poco antes de Londres. Los empleados del hotel Ritz (propiedad de Al Fayed) lo recogen y lo llevan al hospital donde estaba la agonizante princesa, creyendo por error que está allí su hijo. Así, se convierte en el primer allegado que recibe la trágica noticia de la muerte de Diana Spencer. Dodi estaba en el Instituto Médico Legal. Su cadáver tenía el número de registro 2.146. A Henri Paul le asignaron el 2.147. Más tarde, un error de un funcionario policial provocó una importante confusión, al dar el mismo número de registro a los dos fallecidos. La familia del chófer alegó que los resultados toxicológicos atribuidos a su familiar realmente pertenecían a otra persona. El sumario aclara que no hubo ningún error real, porque la confusión del policía fue tiempo después de hacer las autopsias.
Las muertes de Al Fayed y Paul fueron certificadas por la doctora Dominique Lecomte. Ella misma había certificado la muerte de Lady Di. Se encuentra el cuerpo del novio de la princesa totalmente desnudo sobre una mesa metálica. Tiene diversas e importantes fracturas en el pecho y la pelvis, y las piernas parece que han pasado por una trituradora. Además tiene la cara destrozada por el impacto. La muerte oficialmente la producen las hemorragias internas por el aplastamiento del tórax, agravado por el politraumatismo de las piernas. Cuatro fracturas en la pierna derecha, tres en la izquierda. La defunción se certifica a las 7.15 horas del 31 de agosto de 1997.
En busca de un culpable
El sumario desvela que, aunque fueron detenidos los fotógrafos que cubrían la visita a París de la princesa y su novio, las pesquisas sobre la causa del accidente pronto derivaron hacia otros lugares. El examen y las pruebas de sangre practicadas al cadáver de Henri Paul, el chófer, revelaron una gran sorpresa. Resulta que triplicaba –con 1,74 gramos/litro– la tasa de alcohol permitida para conducir en Francia. Además, se encontraron restos de diversas sustancias farmacológicas incompatibles con el alcohol y la conducción. Un cóctel de Prozac y barbitúricos regados con Ricard –un popular y poderoso licor de aperitivo francés anisado– era el combustible del hombre que conducía a la pareja de enamorados a toda velocidad por las calles de París. La autopsia practicada a Paul determinó que el conductor falleció por varias fracturas y desviaciones en las vértebras. Estaba desnucado y con grandes hematomas en la cara producidos por el choque contra el parabrisas del coche. Se había seccionado la vena aorta en el impacto. Fracturas en las piernas, aplastamiento testicular y varias vísceras reventadas completaban el cuadro mortal. Se guardaron todo tipo de vísceras y fluidos para analizarlos toxicológicamente.
Y acertaron, Henri Paul, segundo del equipo de seguridad del hotel Ritz y chófer eventual, había bebido, se medicaba profusamente con antidepresivos y había anulado una cita amorosa y alargado su jornada laboral para servir a la princesa y su novio. Realmente fue un cúmulo de casualidades lo que llevó a Henri Paul al encuentro de Dodi, Diana y el Mercedes 300. En el sumario es clave el testimonio del destrozado Trevor Rees-Jones, oficial de seguridad de Dodi Al Fayed. A pesar de que sufre amnesia parcial, Rees-Jones habla sobre lo que pasó en los últimos minutos de la enloquecida carrera del Mercedes por la ciudad.
Un veloz convoy
Diana de Gales y su novio llegaron a París tras quince días de navegación por Cerdeña en el yate del millonario egipcio. Una nube de fotógrafos los recibió y acompañó por la ciudad. Se movían en un convoy formado por un Mercedes, un todoterreno Range Rover propiedad de Al Fayed y escoltados hasta la ciudad por un coche y motos de la policía. Con la pareja va Rees-Jones, que esta vez se ve reforzado con otro escolta. Se trasladan desde el aeropuerto a la casa Windsor y de allí al céntrico y lujoso apartamento que el egipcio tiene en París. Su otro cuartel general en la ciudad es el Ritz, propiedad de su padre. Mientras Diana se arregla en la peluquería él va a una joyería de la plaza Vendôme con Rees-Jones a comprar un anillo (llamado Dime que sí). Rees-Jones les deja solos en algunos trayectos para “regalarles algo de intimidad”.
Pero la tarde se tuerce cuado Dodi Al Fayed empieza a actuar de manera “poco juiciosa”, según asegura el juez Stephan en el sumario. Sin avisar a su oficial de seguridad cambia el restaurante de la cena y se planta sin previo aviso en el abarrotado restaurante del Ritz. Allí crean un tumulto de curiosos que disgusta al novio de la princesa. Sale corriendo de la mesa que le han montado a toda prisa y se va a la habitación 102 del hotel, la suite Imperial. Tiene tiempo para abroncar a sus escoltas y al personal del hotel de su padre. La pareja cena allí, en la más estricta intimidad, con Rees-Jones controlando la puerta de cuando en cuando.
Los escoltas han cenado gambas y langosta con tónicas en el bar del hotel. Se ha unido a la mesa Henri Paul, que tras conducir en el convoy principesco por la mañana ha vuelto a su puesto de trabajo precipitadamente ante el intempestivo cambio de planes de Al Fayed. Él se sienta, pero no cena: se bebe dos copas de Ricard. No eran las primeras de la noche, según averiguó más tarde la policía. Con todo el equipo de segu ridad en stand-by, Dodi prepara su jugada maestra. Ordena a Rees-Jones que prepare una maniobra de distracción para prensa y curiosos en la puerta principal del Ritz con el Range Rover y el Mercedes que han usado ese día. Mientras, Paul se presentará con otro Mercedes en una puerta lateral.
Trevor Rees-Jones ve a la pareja “relajada” en la puerta, esperando al coche. Dodi ya no está enfadado. Ress-Jones, sí lo está, pero “me adapto”. No le gusta la maniobra que le hará quedarse sin su hombre de apoyo. No sabe adónde van a ir hasta el momento de subir al coche. Paul, sobredosis de alcohol y barbitúricos con antidepresivos, se pone al volante; sin cinturón de seguridad. El sumario incide en un detalle. Mientras la princesa era una mujer preocupada siempre por ponerse el cinturón, esta vez viajó sin él. También Dodi. En cambio, el escolta, que suele ir suelto para aumentar su velocidad de reacción, se ata. Varios paparazzi descubren la maniobra y corren por la noche de verano de París tras el Mercedes de Dodi. Nada se sabe de lo que pasó en ese coche hasta que entra en él el fotógrafo Rat y se encuentra la tremenda escena de Lady Di agonizante y gimiente y su novio con el sexo al aire.
Sólo se pueden hacer conjeturas sobre esto, pero el sumario logra despejar dudas y sacar certezas. No hubo conspiración, sino improvisación. También mucho alcohol, drogas, y una terrible agonía, la de Diana.
Pero quedaba un misterio en esta pesadilla de una noche de verano en París. En el análisis de los restos del coche los investigadores franceses se encuentran con una sorpresa: hay restos de otro coche entre los del Mercedes. Se trata de un viejo Fiat Uno de color blanco. Rees-Jones, en su amnesia parcial, sólo recuerda de los últimos momentos un coche pequeño blanco. Una pareja que volvía de cenar se encontró con ese coche. Parecía desorientado y era conducido por un hombre blanco, moreno y gordo. Detrás, un perro grande. Las pesquisas llegaron al descorazonador callejón sin salida de que había 113.000 coches sospechosos. El juez instructor, Hervé Stephan, acaba despejando las dudas. Paul, cargado de alcohol y barbitúricos, tomó el túnel de L’Alma a toda velocidad. Tanta, que no pudo evitar a un lento y viejo Fiat Uno que se vio arrollado por el potente Mercedes 300. El coche grande chocó; el pequeño, desorientado, huyó. Fue cuando lo vio una pareja que venía de cenar.
No hubo conspiración. Hubo velocidad y muerte. Ya lo sabemos con certeza.
Perdón por el chapazo