Cada noche al acostarme, me gusta tumbarme bocarriba en mi cama, mirar al techo e imaginar que no hay nada, que veo el cielo y las estrellas en la noche, que la brisa nocturna me cubre y que escucho mi silencio volar. Me gusta escuchar el silencio, mi silencio. Su melodía es única, distinta segundo tras segundo. Cada recorrido que protagoniza mi mirada, es un nuevo motivo para componer con música lo que mi corazón bombea: MI VIDA.
El silencio... estilo de expresión más adecuo a mi persona. En su partitura hay desigualdad, incertidumbre, intriga, misterio, ganas de gritar y ganas de escuchar, ganas de callar y ganas de que te escuchen, primicia y ultimátum... Curioso paralelismo el que se forma entre estas notas y las que surgen día a día en la partitura que describen los latidos de mi corazón y que, conducidas por canales de sangre, se van grabando en mis venas, formando y dando forma a este ser astuto con cara de ingenua.
Ingenuamente, voy simulando una especie de guiño al cielo, pero mi astucia se despierta cuando la cara de ingenua duerme, y por ello, cierro los ojos creyendo que entro a formar parte de un sueño, cuando es el sueño el que, astutamente, entra a formar parte de mí.