Todo estalla.
Simplemente. Ahora lo comprendo.
Tirado en el suelo. Todo alrededor gira a una velocidad vertiginosa en círculos, y me siento embaucado por esa espiral del todo y la nada a la vez. Y todo estalla. Mis oídos se cierran protegiendo mis ideas de la porquería exterior. Mis ojos clausuran mi visión para no catapultar la puta realidad al centro de mi cabeza. Mis propios brazos me rodean, protegiendo todo lo débil que soy, protegiéndome a mí, lo único que de momento tengo.
El suelo está frío y embarrado, y me ensucio, como en la vida. Te ensucias. Todo estalla. Simplemente.
Mi corazón estalla por dentro, pero no pinta
mis cuatro paredes de bonitos colores, como siempre me han hecho creer,
o me he hecho creer a mi mismo. Estalla en púas, afiladas y dirigidas, y se clavan. Desgarran y atraviesan. Y hacen daño, duelen tanto que las lágrimas se acaban, se me secan las penas y se muere también la alegría, y no tengo nada más que llorar. El ruido me acompaña, me atormenta, y estalla en mis oídos, y ya no puedo más.
Me aprieto cada vez más y más, y me vacío por dentro, porque no tengo nada. Nada más que yo, que estoy estallando. Mi cabeza entre mis brazos y mi pecho, que palpita; mis piernas encogidas entre el barro. Y la vida estallando ahí fuera, sobre mí y a mi alrededor. Y ahora lo comprendo.
Todo estalla.
Abro los ojos. Todo tranquilo por todas partes, cosas tiradas, colores raros y sonidos muertos. Sueños desordenados por el suelo e ideas pintando paredes. Todo estalla, y es inevitable. Ahora vuelve la calma, pero volveré a estallar y la vida a mi alrededor, contra o a favor de mi voluntad. Porque
todo estalla.
Tarde o temprano.
