El beso de los espiritus. Capítulo 12: Cadenas de libertad

Cadenas de libertad



-Estoy viva…

Esta sencilla afirmación sería lo único que ocuparía la mente de Nanouk durante sus primeros minutos de conciencia. No sabía cuanto hacía que había perdido el conocimiento, tampoco recordaba absolutamente nada tras su caída en el lago… pero seguía viva.
No estaba muy segura de cómo era posible sin embargo. Todo aquello había sido demasiado para ella y la imagen del agua arremolinándose sobre su cabeza como una enorme serpiente a punto de engullirla era todo lo que quedaba en su memoria de aquella horrible caída. Algo que, lejos de ayudar, la confundía aún más pues parecía incluso más extraño que el hecho de que hubiese sobrevivido a una caída como aquella.
Todo su cuerpo estaba entumecido y apenas podía moverse, aunque eso no la preocupaba demasiado. La sensación de adormecimiento de sus músculos pasaría poco a poco y su mente tampoco estaba en condiciones de hacer nada de todas formas. Aún estaba confusa, ligeramente mareada y demasiado cansada para intentar nada que no fuese abrir los ojos.
Tenía curiosidad por saber dónde había acabado. Estaba tendida bocabajo y podía sentir el agua acariciando sus piernas casi hasta las rodillas, por lo que suponía que debía estar tendida junto a una corriente de agua. También sentía humedad en el resto del cuerpo, pero esta era ya mucho más sutil y supuso que se trataría de la propia humedad del aire en aquel lugar.
Estuviese dónde estuviese, la brisa que a veces acariciaba su piel estaba tan cargada de humedad que parecía mojarla aún más en lugar de ayudar a secar su ropa y podía sentirla por todo el cuerpo. La parte superior de su vestido y hasta la piel de su espalda y brazos estaban tan empapadas como sus piernas. Incluso sus labios estaban húmedos a causa de las diminutas gotas que su propia respiración condensaba sobre ellos al inhalar aquel aire saturado de humedad. Pero esto no la molestaba demasiado, al contrario, resultaba casi agradable en aquellos instantes.
El frescor del agua la ayudaba a salir del sopor que aún adormecía su mente y el frío no era precisamente un problema en aquella jungla. Hacía calor, siempre hacía calor, y ni siquiera el suelo mojado sobre el que seguía tumbada estaba frío.
A través de la delgada tela de su vestido podía notar en su pecho la calidez de aquella tierra que la tentaba a seguir allí tumbada. No estaba dura siquiera, algo que Nanouk achacaría a estar tan cerca del agua, y aunque podía notar perfectamente cada una de las irregularidades de la misma cada vez que su respiración oprimía suavemente sus pechos contra ella esta parecía ceder lo justo para no hacerle daño, lo que contribuía a que la joven estuviese extrañamente cómoda. Y esto sería finalmente lo que la haría empezar a preocuparse.
Había algo extraño en todo aquello. En su mano izquierda podía notar perfectamente las cosquillas producidas por las delgadas briznas de hierba que acariciaban su piel, pero esto no sucedía en ningún otro lugar. Era como si solo una parte de su brazo hubiese caído entre la hierba y algo separase el resto de su cuerpo de ella. Algo que, como notaría al prestar un poco más de atención, además parecía moverse bajo ella.
Al principio no se había dado cuenta debido al aturdimiento que aún nublaba sus sentidos, pero ahora comenzaba a notarlo cada vez con más claridad. El suelo bajo su pecho y su rostro se movía ligeramente arriba y abajo de forma casi rítmica, como respondiendo a su propia respiración, y esto la haría abrir al fin los ojos.
Había luz, demasiada para sus pupilas aún acostumbradas a la oscuridad, por lo que al principio no conseguiría ver nada salvo sombras. Poco a poco, sin embargo, sus ojos irían acostumbrándose a la luz de Anakran y comenzaría a distinguir lo que hasta entonces eran solo siluetas borrosas frente a sus ojos.
Lo primero que vería serían sus propios cabellos, como hilos de plata que habían caído sobre su rostro y cubrían en parte sus ojos aunque sin llegar a impedirle por completo la visión. Al otro lado de la cortina formada por estos podría ver otra silueta que pronto identificaría como su propia mano y descansaba a apenas unos centímetros de su cara. Aunque no sería esto, sino precisamente aquello sobre lo que descansaba, lo que llamaría su atención.
Era blanco, esto sería lo primero que notaría al mirar hacia la superficie sobre la que ella misma también estaba tendida. Un color inusual que la llevaría a tantear suavemente con los dedos aquello sobre lo que seguía acostada. Su superficie era blanda y se hundía ligeramente bajo las yemas de sus dedos al presionar suavemente, de ahí que se encontrase tan cómoda allí tendida, aunque curiosamente parecía regresar a su posición original en cuanto dejaba de presionarla.
Esto sorprendería aún más a la todavía adormilada Nanouk que se entretendría por un momento observando sus propios dedos juguetear sobre aquella cosa. O al menos así sería hasta que, tras presionar demasiado fuerte con uno de sus dedos, notaría algo duro bajo la capa más blanda y todo el suelo reaccionaría revolviéndose bajo ella.
La reacción de Nanouk no se haría esperar. Más preocupada ahora que curiosa, y visiblemente más despejada, la joven levantaría de golpe la cabeza separando su rostro de lo que hasta entonces había considerado como suelo y podría ver al fin dónde estaba: encima de Ikiba.
Para sorpresa de una más que confusa Nanouk, nada más levantar la cabeza la Harumar se encontraría mirando al rostro del todavía dormido Leoran y comprendería de inmediato lo que sucedía. Había caído sobre aquel extraño muchacho, todavía no sabía cómo, pero lo cierto es que estaba tendida completamente sobre él con el pecho descansando sobre su estómago, su rostro apoyado en el pecho del muchacho y las piernas entrecruzadas con las suyas como si ambos se hubiesen acostado juntos. Detalle este último completamente ridículo pues sabía perfectamente lo que había sucedido en realidad, pero que aún así la haría sonrojarse ligeramente y tratar de levantarse lo más rápido posible.
Todavía no sería capaz sin embargo. Nada más apoyar ambas rodillas en el suelo para tratar de ponerse en pie, la Harumar notaría un fuerte mareo al cambiar bruscamente la orientación de su aún confuso sentido del equilibrio y lo único que conseguiría sería empeorar las cosas.
A causa del mareo, Nanouk volvería a caer hacia delante incapaz de sostenerse siquiera sentada y apenas acertaría a apoyar ambas manos en el suelo para no caer por completo. Lo que la dejaría esta vez en una posición aún más problemática para la joven puesto que, al intentar levantarse, ésta se había movido hacia delante y su rostro ya no estaba sobre el pecho del muchacho, sino directamente encima de su cara.
Sus manos apoyadas a ambos lados de la cabeza del joven Leoran eran lo único que aún mantenía su rostro separado del suyo por apenas unos centímetros. Lo que, por un lado, la ponía más nerviosa empeorando aún más si era posible el rubor de sus mejillas, y por otro le permitiría ver al fin con claridad la cara de aquel muchacho.
A diferencia de ella él había caído boca arriba y por primera vez su rostro aparecía completamente despejado. Sus cabellos sueltos y tan húmedos como los suyos brillaban como sedas de cobre sobre su pecho y alrededor de su cabeza, pero por una vez no ocultaban nada de su rostro y Nanouk se quedaría mirándolo ensimismada por un momento.

-Es extraño… -Susurró recorriendo lentamente su rostro con la mirada. –…así casi pareces uno de los nuestros.

Nanouk sería la primera sorprendida ante aquel pensamiento. Desde su llegada al poblado Leoran había visto día tras día como todo lo que creía saber de aquella raza se venía abajo poco a poco, pero nunca había dejado de verles como lo que realmente eran. Ni su amabilidad, ni tampoco el cuidado con que aquellas mujeres la habían tratado podían borrar de su mente la impresión de peligro que sus ojos de felino y sus colmillos le transmitían.
Al mirarle a él todo eso había desaparecido. El rostro de aquel muchacho tan solo transmitía calma, serenidad, emociones que pocos salvo su propio hermano habían conseguido inspirar en la mente de la joven. Y ni siquiera la sangre de su herida conseguía borrar la sensación que Nanouk sentía al mirarle. Tan solo contribuía a acentuarla despertando otros sentimientos aún más desconcertantes en el pecho de la joven.
La herida ya parecía haberse cerrado, pero en el rostro del Leoran todavía quedaba un largo hilo de sangre ya seca que atravesaba horizontalmente su rostro pasando sobre sus dos ojos. Algo que recordaría a Nanouk lo sucedido durante la caída y por un instante oscurecería su mirada con la sombra de una culpa con la que ella jamás había querido cargar.
Por fortuna no parecía grave, aparentemente poco más que un rasguño en un lado de su cabeza, y esta idea le permitiría alejar por un momento aquel desagradable sentimiento de su corazón. Para evitar además seguir pensando en eso, sus ojos se alejarían cuanto antes de la sangre y seguirían deslizándose sobre el rostro del muchacho hasta alcanzar su boca.
Sus labios formaban una expresión tranquila y apacible, como si tan solo se hubiese tumbado allí a descansar y lo sucedido en la catarata fuese solo un mal recuerdo, y Nanouk no sabía muy bien como sentirse al mirarlos. Sus ojos parecían no querer apartarse de ellos, pero el resto de su cuerpo se sentía incómodo estando tan cerca de él y cada vez se encontraría más confusa. Hasta que, de pronto, el propio Leoran pondría fin a todos estos pensamientos por ella.
Ya fuese por el peso de Nanouk, o simplemente porque él empezaba también a despertarse, Ikiba se movería de nuevo aún dormido y su boca se abriría ligeramente por unos segundos para tomar una larga bocanada de aire. Lo justo para que sus afilados colmillos centelleasen de nuevo entre sus labios y la Harumar reaccionase rápidamente.
Esta vez Nanouk no lo dudaría un instante. Nada más ver sus colmillos todo lo que sentía hacia su raza regresaría de golpe a su mente y se apartaría inmediatamente de su rostro. Lo que había estado pensando dejaría de tener sentido con solo ver sus colmillos, el verdadero aspecto de aquella raza de terribles depredadores, y preferiría alejarse de él cuanto antes.
Con cuidado para no despertarle, y procurando moverse lo suficientemente despacio para dar tiempo a su equilibrio a reajustarse, Nanouk se sentaría sobre Ikiba por unos segundos descargando la mayor parte de su peso en sus rodillas ahora apoyadas en el suelo y conseguiría al fin levantarse. Las piernas le temblaban aún un poco y todavía se tambaleaba ligeramente, pero ya era capaz de sostenerse. Lo que no solo le permitiría alejarse de él, sino también ver al fin con claridad el lugar en que se encontraba.
Ahora que estaba de pie Nanouk no tardaría en darse cuenta de dónde estaban. Frente a ella se extendía la jungla, un entramado de arbustos, enredaderas, flores y árboles tan denso que apenas podía ver unos metros más allá del linde. Pero a su espalda todo era distinto, un rumor ya familiar llenaba el aire esparciéndose por todo el claro junto a una especie de neblina y la Harumar sabría ya con qué se encontraría antes incluso de girarse: la catarata.
Ambos se encontraban justo a los pies de la enorme catarata que los Leoran habían elegido como su verdugo aquella mañana. La corriente de agua volvía a parecer normal y caía ruidosamente sobre un pequeño lago escarbado al pie de la montaña por la propia corriente. Parecía muy profundo, tanto que en su parte central el agua se tornaba oscura y ya no podía verse más allá de la superficie como en sus orillas, lo que haría suponer a Nanouk que este había sido quien había amortiguado la caída de ambos jóvenes.
Aún así esto no explicaba en absoluto la transformación de la catarata durante su caída ni el cómo habían podido sobrevivir al impacto contra el agua desde una altura semejante, pero a decir verdad a Nanouk tampoco le interesaba demasiado averiguarlo. Estaba viva, eso era lo único que importaba, y ahora que ya sabía dónde estaba solo le quedaba una duda por resolver.
Ignorando por un momento la selva que la rodeaba y al joven Leoran aún tendido junto al agua, la Harumar levantaría lentamente la mirada siguiendo el torrente de la cascada y se detendría al llegar a su nacimiento. Allí no había nadie tal como ya había supuesto, y sus ojos continuarían ascendiendo de nuevo hasta mirar al nublado cielo que esa mañana cubría la selva.
Los brillantes colores del amanecer aún teñían aquellas nubes, lo que significaba que había pasado al menos un día y una noche inconsciente. Tiempo más que suficiente para que, de haber querido, los Leoran hubiesen bajado a comprobar si habían sobrevivido o no a la caída. Pero no lo habían hecho, tal como pensaba les daba igual ya lo que sucediese con ellos y esto haría que algo poco frecuente se dibujase en los suaves labios rosados de la joven: una sonrisa.
No era una sonrisa amarga, ni falsa como otras veces. Era una sonrisa limpia y clara que pocos habían visto nunca en ella, tan radiante que iluminaba por completo su rostro llenándolo de vida como si de pronto fuese alguien completamente distinta.
¡Era libre!. Daba igual dónde estuviese o cómo hubiese sucedido, al fin era libre y la alegría que brotaría en su corazón era indescriptible. Ni siquiera ella misma sabría que hacer por unos segundos, solo cerraría los ojos con la cabeza aún levantada hacia el cielo y se quedaría así un rato. Sonriendo en silencio mientras la humedad de la catarata empapaba su rostro y su pecho de la misma forma que los sonidos y aromas de la jungla empapaban sus sentidos.
Pasados unos minutos, Nanouk tomaría una gran bocanada de aire, suspiraría dejando que el inmenso alivio que llenaba su pecho se extendiese por todo su cuerpo hasta borrar todas las tensiones que hasta ese día la habían atenazado, y abriría de nuevo los ojos. Se sentía ligera, como si un gran peso la hubiese estado aprisionando contra el suelo hasta ese momento, pero ahora había desaparecido.
Su mirada brillaba con la misma alegría de su sonrisa, convirtiendo sus ojos en dos hermosas gemas verde-azuladas que descenderían lentamente hacia la superficie del lago para mirarse a sí misma. Y en ese instante, justo al encontrarse con su reflejo, la joven daría con su primer problema: su ropa.
El vestido de las Leoran era demasiado corto en casi todas partes según el criterio de la joven Harumar, demasiado ajustado allí dónde ella preferiría que no lo fuese y además estaba todavía mojado. Algo que convertía su parte superior en una prenda aún más sensual e insinuante de lo que ya era y, por tanto, completamente opuesta a sus gustos hasta el punto de ser casi alarmante.
Nanouk se sentía increíblemente incómoda de pronto con aquella ropa, incluso pese a no haber nadie mirándola, y buscaría rápidamente una forma de arreglarlo. Tras un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que el Leoran aún seguía dormido y no había nadie más allí, soltaría los tirantes de su vestido y comenzaría a arreglarlo a su manera.
Primero quitaría las anillas de los tirantes hasta dejar solo una, acortándolos así considerablemente de forma que al volver a atárselos al cuello estos subirían la tela muy por encima de sus pechos haciendo desaparecer por completo su escote. A continuación aflojaría un poco los cordones de ambos lados, algo que no le gustaba demasiado pues dejaba más a la vista sus costados pero que no tenía más remedio que hacer pues al subir el vestido de aquella manera este oprimía tanto su pecho que apenas la dejaba respirar. Y por último, una vez satisfecha con la parte superior, se encargaría de arreglar aquella sugerente falda.
Tras un rápido vistazo a ambas piezas de la misma, desataría los bordes de la pieza trasera para tensarlos por completo de forma que esta se ajustase bien a su cintura y no dejase sus caderas a la vista. Hecho esto, la ataría de nuevo manteniéndola tensa y uniría los bordes del triángulo frontal a la otra pieza de tela con dos de las anillas que había soltado de los tirantes. Hasta que, finalmente, esta tomó la forma de una verdadera falda y la joven estuvo a gusto con ella.
Por desgracia la tranquilidad de Nanouk tampoco duraría mucho esta vez puesto que algo llamaría su atención nada más acabar de arreglarse la ropa. No fue nada, apenas un pequeño chasquido a su derecha acompañado del sonido de algo moviéndose en el agua, pero bastaría para que la joven se girase de golpe y mirase hacia el lugar en que ella misma había estado tumbada hasta entonces. Y en ese mismo momento se encontraría con su primer problema: el Leoran empezaba a despertarse.
Nanouk no perdió el tiempo. Nada más ver cómo el muchacho comenzaba a moverse se alejaría de inmediato de allí retrocediendo hasta el borde mismo de la jungla y se refugiaría tras uno de los árboles. No tenía miedo de él, al fin y al cabo ella también era una guerrera, pero tampoco sabía qué esperar de éste y seguía siendo un Leoran.
Ikiba no parecía precisamente peligroso en aquel momento de todas formas. El joven estaba tan aturdido o más que ella cuando se había despertado e incluso algo tan sencillo como sentarse le resultaría complicado. No podía apoyar una de sus manos, al menos no sin que en su rostro apareciese una expresión de dolor considerable, y tardaría un rato en conseguir sostenerse con un solo brazo mientras su equilibrio sufría el mismo reajuste por el que antes había pasado el de la Harumar.
Nanouk sabía perfectamente a qué se debía el dolor en la mano del Leoran, su mente aún no había olvidado la forma en que sus garras se habían hecho pedazos al intentar mantenerlos en el agua, y pronto se daría cuenta de que no lo miraba solo por curiosidad. Quería saber el daño que había causado la caída en el muchacho, ver hasta que punto sus heridas eran o no graves, aunque ni siquiera ella misma comprendía del todo por qué.
El Leoran tardaría menos que ella en recuperar el equilibrio y su siguiente paso sería intentar abrir los ojos. Hasta entonces la sangre aun reseca sobre sus párpados se lo había impedido, por lo que Nanouk no se había sorprendido demasiado de que aún los tuviese cerrados, pero esto pronto cambiaría.
Tras tantear con la mano la orilla hasta dar con el agua, Ikiba se inclinaría hacia delante y se lavaría la cara con ambas manos reblandeciendo la sangre hasta limpiar por completo su rostro y sus ojos. Hecho esto, volvería a enderezarse y terminaría de secarse la cara con la tela de uno de sus brazos para abrir al fin los ojos... y dejar escapar un súbito grito de dolor que retumbaría por toda la jungla.
El grito del Leoran haría que Nanouk casi saltase hacia atrás incluso a aquella distancia. No sabía qué estaba pasando, pero el dolor era más que patente en la voz del muchacho y esta vería como sacudía violentamente la cabeza volviendo a cerrar los ojos. Algo estaba mal con sus ojos, lo suficiente para que este se llevase inmediatamente incluso la mano herida a la cara para cubrirlos sin importarle ya el dolor de la misma, y la propia Nanouk notaría como si un nudo se formase en su estómago ante lo que aquello podía significar.
Ikiba no se rendiría a pesar del dolor. Sus ojos volverían a abrirse de nuevo, apretaría los dientes negándose a ceder y trataría de mirar a su alrededor, pero el resultado siempre sería el mismo. Apenas podía mantener los ojos abiertos por más de unos pocos segundos, ni siquiera cuando uno de sus brazos los cubría como tratando de protegerlos de algo, e incluso lo intentaría abriendo solo uno de ellos a la vez.
Sería entonces cuando Nanouk se daría cuenta de lo que sucedía. Cuando el Leoran giró la cabeza en su dirección tratando de ver algo a su alrededor con uno de sus ojos, la Harumar se encontraría de nuevo con aquel hermoso zafiro que ya conocía y el corazón le daría un vuelco que la dejaría sin respiración por un instante.
Los ojos del Leoran habían cambiado, al menos el único que ella podía ver. Su pupila estaba dilatada, casi hasta parecer completamente redonda en lugar de tener el aspecto felino que caracterizaba a toda su raza, y no enfocaba a ningún lugar concreto. Simplemente seguía la dirección de la cabeza del Leoran, sin mirar a ningún lado por si mismo ni cambiar en ningún momento la posición o forma de su pupila. Lo que solo podía significar una cosa:

-Está ciego… -Susurró Nanouk sintiendo como su propio cuerpo se estremecía ante aquellas palabras.

Curiosamente, el muchacho si reaccionaría ante esto. Sus ojos podrían estar dañados, pero su oído seguía siendo tan fino como siempre y su cabeza se giraría rápidamente hacia ella una vez más como si pudiese verla… pero no era así. Aunque había dado con su posición gracias al sonido de su voz, Nanouk vería que su ojo no la seguía ni aún cuando ella salió de detrás del árbol para dejarse ver y esto confirmaría dolorosamente sus sospechas.
Aún así, Ikiba no parecería necesitar verla para saber que se traba de ella. Tras un rato mirando en su dirección y escuchando todos los sonidos que lo rodeaban, este se daría por satisfecho y murmuraría una única palabra mientras volvía su atención a otra cosa: darniran.
Nanouk conocía esa palabra perfectamente después de tanto tiempo en el poblado. Era la que los Leoran usaban para referirse a ella o a Nyla, lo que en aquel lugar la dejaba solo a ella como única opción y la haría suponer que la había reconocido incluso sin poder verla. Pero no diría ni haría nada para responderle, su mente estaba totalmente en blanco en ese momento y se mantendría en silencio sin saber ya como sentirse al ver el daño que la caída parecía haberle provocado a aquel muchacho.
Al principio había esperado que fuese solo algo temporal, que se arreglase conforme este se iba despejando y tuviese algo que ver con que acababa de despertarse, pero desgraciadamente no sería así. Pasados unos minutos incluso Ikiba se rendiría. Sus intentos por forzar a sus ojos a mantenerse abiertos pese al dolor que esto parecía provocarle se harían cada vez menos frecuentes conforme pasaba el tiempo hasta que, al fin, desistiría por completo.
Tenía más cosas de que preocuparse e incluso él se daría cuenta de que no podía hacer nada, por lo que dirigiría su atención hacia otra cosa. En primer lugar buscaría a tientas la herida de su cabeza, aunque pronto comprobaría que era solo un rasguño que ya había cicatrizado y no se preocuparía más por ella. Era el golpe en sí y su efecto sobre sus ojos, no aquella herida insignificante, lo que realmente lo preocupaba, pero eso era algo contra lo que ya nada podía hacer.
A continuación se ocuparía de su mano herida. Los hilos de sangre ya seca todavía marcaban las aberturas en su piel por las que salían las garras y el dolor era más que patente en su rostro con solo moverla. Afortunadamente Ikiba sabía lo que tenía que hacer para curarse, aunque la idea no le resultaba más agradable que aquel punzante dolor.
Ante la sorprendida mirada de Nanouk, Ikiba se quitaría el largo guante sin dedos que cubría su brazo izquierdo, colocaría la tela en su boca mordiéndola con todas sus fuerzas… y sacaría las garras de aquella mano. La voz del muchacho se escucharía de nuevo en forma de un ahogado bufido en ese instante, lo único que aquella tela ahora aprisionada fuertemente entre sus dientes dejaba escapar y más que suficiente para que la Harumar se estremeciese de nuevo.
El dolor era tal que Ikiba tendría que sujetarse la muñeca de la mano herida con la otra para poder soportarlo. Sus garras estaban partidas y astilladas por varios sitios, lo que junto a la sangre que las cubría explicaba el dolor que sentía. En aquel estado no solo no eran útiles, además rasgaban su propia carne al deslizarse por el interior de su mano y no podía dejarlas así.
Tras unos segundos recuperándose, Ikiba escupiría la tela de su boca y sacaría las garras de su mano sana al tiempo que examinaba con cuidado con sus dedos el estado de las otras. Una vez con la imagen clara en su mente de cómo se encontraban, el Leoran limpiaría poco a poco cada una de sus destrozadas garras cortando aquello que ya no servía, arrancando las astillas que sobresalían y afilando la parte restante hasta dejar poco más que cuatro afilados pinchos. Hecho esto, respiraría profundamente una vez más y relajaría la mano herida dejando que sus garras regresasen lentamente a su interior.
La sangre manaba de cada uno de los puntos de salida de las garras como prueba de las heridas que habían abierto al salir, pero al menos ya no le harían más daño. Lo que le dejaba ya solo una cosa por hacer. Con cuidado puesto que su tacto era la única referencia que tenía ahora para hacer las cosas, cogería el guante y usaría sus garras para cortarlo hasta formar dos largas tiras de tela.
Una de ellas, la más corta, la ataría con cuidado alrededor de sus nudillos para parar la hemorragia de la mano. Y la otra, por doloroso que fuese tener que hacerlo, la usaría para cubrir sus maltrechos ojos atándola bajo el pelo detrás de su cabeza.
Sin más heridas de qué ocuparse, Ikiba se acercaría un momento al agua tanteando su borde con la mano y por unos segundos tocaría su superficie como esperando algo. No sucedió nada sin embargo, y el muchacho se limitaría a bajar la cabeza susurrando palabras que Nanouk no llegaría a escuchar antes de apartar de nuevo la mano para ponerse en pie.
Desgraciadamente, ahora que estaba ciego ni siquiera algo tan simple sería fácil para Ikiba. Nada más levantarse, el Leoran trataría de dar unos pasos hacia el centro del claro para orientarse con el viento y sus pies lo traicionarían. Privados de la guía de sus ojos, uno de ellos tropezaría con una de las rocas del claro y el otro resbalaría en la mojada hierba de la orilla arrojándolo de bruces al suelo.
El golpe no sería nada pues seguía siendo lo suficientemente ágil para acertar a amortiguar la caída con las manos, pero contribuiría a aumentar aún más la brecha en su orgullo y lo haría reaccionar de una forma que Nanouk jamás había visto. Gritando de pura rabia al tiempo que daba un fuerte puñetazo al suelo y bajaba la cabeza incapaz de encontrar una forma de seguir adelante.
Aquello sería ya demasiado para el corazón de la Harumar. Sus recuerdos del elegante guerrero que había visto luchar aquel día contra los guardias se superpondrían a la lastimera imagen del muchacho ciego y caído que tenía delante y no sabría como reaccionar. Se sentía mal, no oprimida o angustiada como en el poblado, sino de una forma completamente distinta y a la vez más dolorosa.
Sentía pena, pero no por aquel muchacho, sino por ella misma y lo que había hecho. Por eso no era compasión lo que había en su corazón al mirarle, era otro sentimiento mucho más puro y profundo: tristeza. Sabía de quién era la culpa de que él estuviese allí en primer lugar, quién lo había obligado a herirse de aquella forma para que los dos no acabasen muertos. Y esta vez no encontraría excusa alguna que la ayudase a apartar de su pecho la horrible sensación de culpa que sentía al mirarle.
De nuevo las palabras de la Shamshir volvían a resonar en su cabeza mientras los ojos de Nanouk temblaban observando los lastimosos esfuerzos del muchacho por ponerse en pie, y sabía que no podría escapar de ellas. Tenía razón, por mucho que la odiase y que desease no haberla escuchado jamás sabía perfectamente que todo lo que le había dicho era cierto. Como también sabía que solo le quedaba una salida.
No importaba quien o qué fuese él, ni mucho menos quien fuese ella. Lo único realmente importante era que ninguno de los dos era ya el mismo, los dos eran igual de libres, estaban igual de solos y la única diferencia era que él ya no tenía a dónde regresar. Por eso Nanouk tenía claro lo que debía hacer, y no tardaría en decidirse.

-Estoy segura de que acabaré lamentando esto. –Se dijo a si misma al tiempo que volvía al claro y comenzaba a caminar hacia el muchacho. –Pero no puedo dejarlo así… no, ya estoy mintiéndome a mi misma otra vez, claro que puedo, simplemente no quiero hacerlo. No quiero ser como ella y si no hago algo por cambiarlo nunca podré volver a mirarme a mi misma sin avergonzarme.

Aunque dudosa y con paso no del todo firme, Nanouk seguiría acercándose a Ikiba animada por sus propios pensamientos y se detendría frente a él. El muchacho había conseguido levantarse y la había escuchado acercarse, por lo que él también se giraría hacia ella aún sin poder verla y ambos se quedarían en silencio por un momento. Los dos frente a frente en el centro del claro, ella mirando con tristeza sus ojos vendados, él dejando que fuese su aroma y sus sonidos lo que le dijese dónde estaba. Hasta que, al fin, la joven reuniría el valor necesario para dar el siguiente paso.

-Vamos.

Al tiempo que la suave voz de la Harumar decía esto procurando sonar tan amable como fuese posible, la joven estiró una mano hasta alcanzar una de las de Ikiba y trató de tirar de ella. Desgraciadamente el resultado no sería precisamente el que había esperado.
Nada más tocarle, el muchacho apartaría bruscamente su mano de él de un manotazo y la joven frunciría inmediatamente el ceño mirándolo un poco molesta. Estaba claro que no le hacía mucha gracia que lo tocase. Nada raro por otro lado puesto que, expulsado o no de su poblado, Ikiba seguía siendo un Leoran y además ella era la responsable de que estuviese en aquel estado. Pero Nanouk tampoco era alguien que se diese fácilmente por vencida.

-He dicho que vamos. –Insistió intentando cogerle la mano. –No seas testarudo ahora, soy la única que puede ayudarte y te aseguro que esto me gusta tan poco a mí como a ti.

La reacción del Leoran sería exactamente la misma una vez más, pero no así la de Nanouk. Para sorpresa de Ikiba, nada más apartar la mano de la joven ella parecería enfadarse considerablemente y dejaría las sutilezas a un lado para pasar sujetarlo con fuerza por ambos hombros obligándolo a escucharla más de cerca.

-Ya está bien de tonterías. –Refunfuñó visiblemente molesta por que no se dejase llevar como ella había esperado. -¿Es que no me entiendes?. Solo quiero ayudarte maldita sea.
-Itere.

La respuesta de Ikiba sería tan repentina para la joven como su reacción ante la fuerza con que había intentado sujetarle. Fuese lo que fuese lo que significaba aquella palabra Nanouk no tendría siquiera tiempo de pensar en ello puesto que, nada más decirla, los brazos de Ikiba la cogerían por el costado antes de que se diese cuenta y él la arrojaría hacia un lado usando una de sus piernas a modo de zancadilla.
Nanouk rodaría por el suelo incapaz de defenderse ante la sorpresa de aquel movimiento y acabaría sentada a unos metros de este. Algo que no ayudaba en absoluto a mejorar aquella situación y que, si esto era posible, la enfurecería aún más haciendo que se levantase de golpe dispuesta a obligarlo a hacerle caso de una forma o de otra.
El muchacho se había puesto en guardia pese a no verla, como si ya intuyese sus intenciones, y ella estaría a punto de responder a su ataque. Justo cuando iba a hacerlo, sin embargo, su enfado volvería a desaparecer de golpe al encontrarse de nuevo con la venda que cubría los ojos del muchacho y Nanouk recordaría algo más.

-Ikiba… -Lo llamó recordando de pronto su nombre y esperando que eso sí funcionase.

Por una vez la reacción del Leoran sería la que Nanouk había esperado. Nada más oír su nombre, parecería relajarse un poco y bajaría la guardia deteniéndose para señalar a Nanouk con la mano.

-Zaer. –Asintió en un tono calmado y suave que nada tenía que ver con la rabia y el dolor de sus rugidos anteriores. –Darniran?.
-Nanouk. –Respondió ella comprendiendo perfectamente su pregunta. –Yo me llamo Nanouk.
-Nanouk?. –Trató de asegurarse el Leoran repitiendo un nombre que en sus labios tomaba una sonoridad extraña incluso para su dueña, como si cada sílaba resonase en el viento de la misma forma que lo haría una nota musical.
-Zaer. –Acertó a responder de nuevo Nanouk.

El Leoran pareció conformarse con esto y bajó la mano aparentemente más tranquilo. Momento que Nanouk aprovecharía para acercarse una vez más a él con la esperanza de poder conseguir lo que quería. Aunque esta vez también ella cambiaría su forma de hacer las cosas.

-Sigues siendo un guerrero. –Susurró consciente de que él no la entendería aunque la escuchase. –No vas a dejar que te arrastre de un lado a otro, ¿Verdad?. Pero tal vez…

Mientras su voz tejía aquellas últimas palabras, Nanouk tomó la mano de Ikiba una vez más pero procurando no tirar esta vez de él y se colocó a su lado. Hecho esto, y a pesar de sentirse bastante incómoda con la situación pues su ropa no alcanzaba a cubrir tan arriba, posaría la mano del joven sobre su hombro para poder servirle así de guía.
El contacto de la mano del Leoran sobre su piel desnuda la haría estremecerse por un segundo, algo que incluso él notaría, pero aquella sensación pronto pasaría. Su mano no era áspera como había esperado de un guerrero, sino extrañamente suave y cálida. Tampoco la sujetaba con fuerza o brusquedad alguna, al contrario, sus dedos rozaban delicadamente su piel de forma que tan solo notaba el peso de la propia mano. Algo que la haría recuperar su sonrisa de nuevo, en parte aliviada por que todo pareciese empezar a arreglarse, y comenzar al fin a caminar hacia la selva con él.

-Sí. –Se dijo a si misma girando la cabeza en el momento en que notó como él daba el primer paso con ella. –Tal vez sí me sigas… tú sí.

Ikiba no le daría más problemas. Ahora que no tiraba de él y simplemente le guiaba, dejando que caminase a su ritmo gracias al contacto con su hombro y procurando llevarlo por dónde no fuese a tropezarse, el muchacho no parecía tener quejas y aceptaría su ayuda. Al menos por el momento.

Durante las horas siguientes Nanouk se adentraría en la selva con Ikiba dispuesta a encontrar un camino que seguir. Pero no todo le resultaría tan sencillo, la jungla de los Leoran era un lugar hostil para todo aquel que no la conocía y la joven pronto se encontraría perdida entre su exuberante espesura.
Los árboles se extendían en todas direcciones hasta dónde alcanzaba su vista, incluso sobre su cabeza. Algunos esbeltos y de tronco recto, con la corteza lisa aún teñida por el pálido tono verduzco de la juventud y apenas un par de ramas antes de llegar a sus frondosas copas verde-azuladas. Otros más gruesos, de troncos igualmente rectos pero salpicados por innumerables ramas a todas alturas, copas más estrechas en su cima y corteza desconchada que parecía caerse en largas tiras flexibles desde las zonas más altas, algunas de las cuales aún no se habían desprendido del todo o pendían de las ramas más bajas como pálidos jirones. Algo que los hacía parecer más viejos de lo que en realidad eran y mezclaba además el tono anaranjado de su madera con el gris plateado de su corteza creando un extraño efecto.
Había también una tercera especie de árboles en aquella selva. Mucho más raros, tal vez uno por cada cien de sus congéneres, pero que destacaban sobre todos los demás. Eran auténticos colosos arbóreos, no por su altura pues apenas rebasaban la ya de por sí formidable talla del resto de especies, pero sí por su envergadura. Sus enormes troncos de más de veinte metros de radio eran el doble de gruesos que los de sus congéneres más robustos, además de nudosos, retorcidos y de ascender trazando extrañas curvas sobre sí mismos mientras sus ramas se abrían hacia todas partes. Hasta que todo a su alrededor, incluido el mismo suelo donde sus raíces sobresalían tejiendo complicadas redes en todas direcciones, quedaba bajo la formidable sombra de sus colosales copas. Tanto de la principal, cuyas oscuras hojas verdes destacaban entre las demás por el tono violáceo de su envés, como de cada una de las enormes copas secundarias a las que daban lugar sus ramas más gruesas a distintas alturas.
Pero lo que daba forma a la jungla no eran solo sus árboles, al contrario, estos eran simplemente los pilares que servían de apoyo a la mayoría de plantas del mismo. Entre ellas enredaderas, hiedras y todo tipo de plantas trepadoras o lianas que crecían sobre ellos. Cubriendo sus troncos hasta casi asfixiar a los árboles más jóvenes, colgando de rama en rama a mayor altura como retorcidas lianas salpicadas de hojas y flores de los colores más diversos o incluso sobre sus copas donde estas formaban verdaderos jardines aéreos entremezclándose con las hojas del propio árbol.
Cerca del suelo la vegetación cambiaba sustancialmente. Entre los árboles no había hierba, pero sí una infinidad de arbustos que vivían a su sombra alimentándose de las hojas caídas de los mismos. Entre estos había de todos tipos, algunos espinosos que Nanouk no tardaría en odiar pues sus espinas estaban ocultas tras hermosas hojas de un vistoso tono purpúreo, otros exactamente iguales pero sin dichas espinas que contribuirían aún más a la frustración de la joven, pequeños arbolillos repletos de bayas rojas como cerezas y flores del más vivo de los azules, y una infinidad de plantas con hojas a veces tan largas como sus brazos. Los arbustos eran en realidad tan numerosos que el suelo era incluso difícil de ver en algunos lugares y obligaría a Nanouk a abrirse paso como buenamente podía entre los más bajos.
No sería esto de todas formas lo que preocuparía a la joven Harumar. Lo peor de la selva no era su aspecto, al fin y al cabo esta era un hermoso ejemplo de lo que la naturaleza era capaz de hacer si no se la molestaba y los jardines de lianas colgantes que podía ver sobre su cabeza la harían sonreír más de una vez. Lo verdaderamente molesto era el ambiente de la misma.
El calor era sofocante bajo el abrigo del omnipresente mar de hojas de las copas, como también lo era la humedad hasta el punto de que la joven no tardaría en empezar a sudar pese a caminar con paso lento y tranquilo. Y además estaban los sonidos, una maraña de chillidos, trinos, siseos y gorjeos provenientes de todas direcciones que contribuían junto a los intensos aromas de la jungla a sobrecargar los sentidos de alguien tan poco acostumbrada a ella como Nanouk.
Pese a todo, la voluntad de la Harumar era lo suficientemente fuerte para no dejarse vencer fácilmente por algo así y continuaría adelante mientras sus fuerzas se lo permitiesen. Por eso no serían ni el calor, ni la pesadez de aquel ambiente lo que finalmente la vencería, sino algo mucho más sencillo: el hambre.
No había comido nada en todo el día, ni tampoco durante el anterior, y esto empezaría a pasarle factura haciendo que se detuviese finalmente. Estaba cansada pese al lento ritmo que había llevado para que Ikiba pudiese seguirla sin tropezarse, hambrienta y, lo que era peor, tampoco tenía la menor idea de a dónde se dirigía. La selva era idéntica en todas direcciones y orientarse era prácticamente imposible, hasta el punto que tenía la impresión de haber pasado ya varias veces junto al coloso arbóreo a cuya sombra había elegido detenerse. Y esto no ayudaba precisamente a mejorar su ánimo.

-Así no hacemos nada. –Masculló para sí misma al tiempo que se acercaba al gigantesco tronco del árbol. –Será mejor parar un rato, a ver si puedo encontrar algo de comida y orientarme un poco.

Dicho esto, Nanouk tomó de nuevo la mano de Ikiba apartándola de su hombro, la acercó al tronco del árbol hasta que este pudo tocarlo y lo miró de nuevo.

-Quédate aquí, ¿Entendido?. –Dijo consciente de que no la entendería, pero esperando al menos que sí comprendiese el tono de su voz. –Ahora vuelvo.

Ikiba parecería confundido en un principio al notar como ella se alejaba, pero afortunadamente esto tan solo duraría unos segundos. Una vez seguro de que ella no estaba cerca, el Leoran entendería por qué lo había dejado allí y tantearía la corteza del árbol hasta asegurarse dónde estaba. Hecho esto, se giraría hasta apoyar la espalda en el árbol y se sentaría entre sus raíces esperando algo.
De nuevo su comportamiento resultaba confuso para Nanouk. Al mirarle no conseguía distinguir si realmente la esperaba a ella, o si simplemente se había quedado allí por qué no tuviese otra opción. Pero al menos parecía tranquilo a pesar de todo e, incluso en aquel estado, comenzaría a hacer algo que sorprendería bastante a Nanouk: peinarse.
Ciego o no, Ikiba parecía perfectamente consciente del estado de sus cabellos aún sueltos y comenzaría a desenmarañar con sus dedos los enredos formados en el mismo para, a continuación, atarlo en una cola de caballo que lo hacía parecer aún más alto de lo que ya era. Era un comportamiento extraño para alguien en su situación, pero que por otro lado Nanouk ya había apreciado en todas su raza.
Nunca había visto a uno de los Leoran despeinado, sucio o con aspecto descuidado. Todos parecían cuidar su aspecto de forma casi ritual, como si fuese una necesidad propia y no una simple cuestión social como en los humanos y Harumar, y aquel muchacho no era distinto.
Nanouk suspiraría un instante mientras lo observaba, se miraría a sí misma por un momento recordando el enmarañado desastre en que sus cabellos se habían convertido, y se daría la vuelta para continuar con su tarea sintiendo por primera vez un cierto alivio por que él no pudiese verla en aquel estado. Era un sentimiento cruel y lo sabía, especialmente cuando ella tenía la culpa de todo, pero al menos la libraba de la incomodidad que seguramente habría sentido si la mirase con aquella ropa y la vergüenza de su aspecto actual.
Con todas aquellas cosas aún en la cabeza, Nanouk comenzaría a dar vueltas por el espacio libre de arbustos que rodeaba el tronco de aquel coloso y no tardaría en darse cuenta de que la tarea no era precisamente fácil. Había muchos animales en la selva, de eso no había duda con solo escuchar los sonidos provenientes de todas partes, pero estos eran terriblemente esquivos ante una criatura como ella. Además no tenía armas, ni cuerdas ni nada parecido con lo que preparar una trampa o cazar, lo que solo le dejaba una opción.
Tenía que haber alguna planta comestible entre la vegetación de una jungla tan frondosa. A su alrededor las flores proliferaban como en un maravilloso jardín y muchos de los arbustos mostraban extraños frutos, como también lo hacían algunas de las enredaderas e incluso los árboles en sus ramas más bajas. La única duda de la joven era cual de ellos sería comestible puesto que no conocía ni una sola de aquellas plantas.
Afortunadamente, y aunque estuviesen diseñadas para la vida en territorio humano y no en aquellas junglas, todavía recordaba las lecciones de supervivencia de los Harumar y trataría de aplicarlas a aquella situación. Como norma general, sabía que la naturaleza dotaba a la mayor parte de sus creaciones más hermosas de un mecanismo de defensa tan letal como la belleza de las mismas. En otras palabras, cuanto más brillantes los colores o llamativa la forma de uno de aquellos frutos, más probabilidades de que no fuese comestible o pudiese ser incluso venenoso.
Siguiendo esta premisa básica, Nanouk recorrería los arbustos y plantas más cercanos en busca de algo que no llamase mucho la atención. La mayoría de aquellos frutos mostraban vivos tonos rojizos, amarillos o azules que los hacían destacar entre las hojas como una clara señal de alerta, y la Harumar los evitaría en todo momento. Hasta que, finalmente, daría con lo que buscaba.
Cobijados bajo una de las ramas más bajas del coloso junto al que se habían detenido, Nanouk podría ver varios frutos de aspecto mucho menos llamativo. No eran los frutos del árbol, sino de una enredadera que crecía alrededor de aquella rama, y su apagado tono marrón los convertía junto a su sencilla forma ovalada en los candidatos perfectos para saciar el hambre de la Harumar.
Ni siquiera estaban muy altos, algo que le facilitaría mucho las cosas pues la idea de escalar el árbol no la atraía precisamente, y tras un par de saltos conseguiría alcanzar cinco de ellos. Más que suficientes para ambos dado que cada uno era más grande que su propia mano.
Visiblemente satisfecha con su descubrimiento, y bastante feliz por poder comer al fin algo, Nanouk regresaría al lugar en que había dejado a Ikiba y observaría con alivio que él no se había movido. Seguía sentado en el mismo sitio, con la espalda apoyada en el árbol y jugando aparentemente con un trozo de madera entre sus dedos.
Por los cortes que había en aquel pequeño tronco parecía haber estado arañándolo con las garras, pero Nanouk no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Le había quitado toda la corteza y, de vez en cuando, daba un pequeño corte arrancando una arista de la madera sin razón aparente. No solo eso, a continuación pasaba a examinarlo minuciosamente con ambas manos para hacerse una imagen mental del resultado y solo una vez seguro de este volvía a dar otro corte.
Estaba claro que fuese lo que fuese lo que hacía no era precisamente fácil sin poder ver y el proceso era terriblemente lento. Algo que a Nanouk tampoco la preocupaba demasiado, después de todo parecía que aquello no suponía peligro alguno para ella y tampoco le daría más importancia. Simplemente se acercaría, cogería dos de los frutos y se los alargaría sonriendo orgullosa.

-Toma. –Dijo dejando uno sobre sus piernas y acercando el otro a su mano hasta que Ikiba decidió cogerlo. –Tú también tienes que tener hambre.

El Leoran parecería un tanto sorprendido, pero al menos no pondría pegas y aceptaría la fruta sin decir nada. Momento que Nanouk aprovecharía para dar al fin el primer mordisco a uno de los suyos. Tenía demasiada hambre para seguir preocupándose por si serían o no comestibles y, para alegría de la joven, pronto comprobaría que su sabor no era en absoluto desagradable.
Su piel era dura y al presionarla desprendía pequeñas gotas de un líquido de sabor ácido, pero esto no era un gran problema. Tras un par de mordiscos soportando el desagradable sabor, Nanouk escupiría la piel de la fruta y mordería la carne ahora al descubierto. Era roja, casi como si su jugo fuese sangre, y desprendía un olor dulzón que concordaba perfectamente con su sabor.
El Leoran no parecía tener las cosas tan claras sin embargo. Mientras Nanouk masticaba satisfecha los primeros bocados de aquella fruta, el muchacho examinaría cuidadosamente con las manos una de las que le había dado y su rostro cambiaría de golpe. Como si se hubiese dado cuenta de algo, la serena expresión de su rostro se tornaría mortalmente seria de pronto y este se apresuraría a rasgar con sus garras una parte de la fruta para olerla.
La reacción de Ikiba nada más hacer esto fue casi inmediata. En el mismo instante en que el aroma del fruto llegaba a su nariz, saltaría de pronto poniéndose en pie y la arrojaría bruscamente a un lado al tiempo que se abalanzaba sobre Nanouk.
La Harumar apenas tendría tiempo para comprender qué estaba pasando. Ikiba la alcanzaría con un brazo acertando a encontrarla por el sonido que producía al masticar, tiraría violentamente de ella hacia él y una de sus manos buscaría rápidamente su cara. Pero no para golpearla o herirla de ningún modo como esta temería en un principio, sino buscando su boca con los dedos.
Los ojos de Nanouk se abrirían de golpe al ver esto y la joven trataría de defenderse ya con más terror que razón. Sus brazos sujetarían al Leoran intentando separarlo de ella y patalearía como un animal furioso hasta conseguir que los dos cayesen al suelo, pero ni siquiera entonces conseguiría soltarse. La mano de Ikiba seguía aferrando con fuerza uno de sus brazos impidiendo a la joven librarse de él y sus dedos conseguirían abrirse paso entre sus labios a pesar de sus mordiscos hasta llegar casi hasta su garganta.
No buscaba ahogarla sin embargo como esta había temido, sino algo completamente distinto. En el instante en que sus dedos alcanzaron la parte más profunda de su boca, ambos se doblaría hasta formar un gancho que abarcaba toda la cavidad y él tiraría de ellos arrastrando consigo todos los pedazos de la fruta que la Harumar tenía en la boca. Aunque ya sería demasiado tarde para que Nanouk prestase siquiera atención a esto.
Demasiado furiosa y asustada como para buscar sentido a nada, la joven aprovecharía que al fin podía respirar de nuevo y que él había soltado su cara para revolverse hasta conseguir poner uno de sus pies en su cintura. Lo justo para poder apoyarse con ambos brazos en el suelo, tensar todos los músculos de su pierna y arrojar al Leoran hacia atrás hasta golpear su espalda contra el tronco del árbol.

-¡¿Qué demonios te pasa ahora?!. –Preguntó la joven rodando hacia atrás para poner distancia entre ambos al tiempo que se ponía en pie y tosía recuperando la respiración. -¿Es que intentas matarme?.
-¡Baiere! –Replicó Ikiba poniéndose también en pie y visiblemente dolorido por el golpe. –¡Edo et baiere!.
-¡No te entiendo!. –Respondió furiosa y bastante frustrada Nanouk ante aquellas palabras.
-Baiere. –Insistió Ikiba cogiendo ahora uno de los frutos en la mano y, a continuación, arrojándolo con fuerza contra el tronco del árbol hasta hacerlo pedazos. -¡Et baiere!.
-Pero qué… -Trataría de decir la sorprendida Nanouk al ver como este cogía a continuación otro fruto. -¡Para!.

Nanouk no entendía nada de lo que estaba pasando, pero lo que sí sabía era que no iba a permitirle tirar su comida de aquella forma. Antes de que pudiese hacer lo mismo con la segunda fruta, la joven sujetaría su mano por la muñeca para detenerle y ambos forcejearían por unos segundos hasta caer de nuevo al suelo. Esta vez no sería nada accidental, había sido ella quien había usado su pierna para hacer tropezar las del muchacho y este caería bajo la joven permitiéndole inmovilizarlo.

-Ya está bien. –Dijo entre jadeos al tiempo que sujetaba ambos brazos del muchacho contra el suelo con los suyos y se sentaba sobre su estómago. –Me ha costado mucho encontrar esa fruta. ¿Por qué la tiras?.
-Baiere. –Repitió por enésima vez Ikiba sin molestarse ya en seguir forcejeando con ella. –Naer et semare, ¡baiere!.

Al tiempo que decía esto, Ikiba señalaría con la cabeza hacia el árbol y Nanouk dirigiría allí su mirada esperando que esto le explicase algo más que sus desconocidas palabras. Señalaba precisamente al lugar al que había arrojado la fruta, algo que en un principio no le diría mucho, pero al mirar con más atención no tardaría en dar con la razón de todo aquello.
Abajo, en el pequeño hoyuelo entre las raíces de la planta en que habían caído los trozos de la fruta, un espectáculo mucho menos agradable aguardaba a sus ojos: gusanos. El fruto entero estaba lleno de pequeños gusanos, todos ellos diminutos y del mismo color que la carne de la propia fruta, pero cuyo movimiento los hacía ahora perfectamente visible.
El estómago de Nanouk se revolvería nada más ver esto y la joven soltaría a Ikiba de inmediato para llevarse la mano a la boca. La parte exterior del fruto estaba bien, o al menos eso parecía, pero su interior era un amasijo de gusanos y diminutos huevos casi indistinguibles entre la pulpa del mismo color. Lo que al fin la haría entender el por qué Ikiba había reaccionado de aquella forma.

-Están malas. –Comprendió bajando la cabeza para mirar a Ikiba. –Eso era lo que intentabas decirme… son los nidos de esos gusanos.

Ikiba no diría nada más ante aquellas palabras. Aunque no pudiese comprender lo que le había dicho, los gestos de Nanouk eran más que suficientes para saber que ahora sí lo había entendido y esperaría pacientemente a que ella se apartase de encima de él para poder levantarse. Pero para su sorpresa esta vez Nanouk tardaría aún un rato en hacerlo.
La Harumar ni siquiera parecía darse cuenta ya de dónde estaba sentada. Se sentía mal de nuevo, y no precisamente por los retortijones que su estómago le estaba propinando al pensar en lo que podía haberle pasado de haberse tragado alguno de aquellos huevos. Había vuelto a ayudarla y ella se lo había vuelto a pagar comportándose como si intentase matarla, algo que la hacía sentirse estúpida y a la vez avergonzarse de sí misma.

-Parece que nunca voy a acertar contigo, ¿eh?. –Dijo más para si misma que para él mientras suspiraba ligeramente. –Supongo que tendré que empezar a confiar un poco en ti, al fin y al cabo vamos a pasar juntos bastante tiempo. Pero si al menos pudiese entender lo que dices… o lo que haces.

Desgraciadamente Nanouk sabía que ninguna de aquellas cosas era posible. No podía llegar a imaginar qué podía estar pasando por la cabeza de aquel muchacho, ni siquiera ahora que lo tenía tan cerca. Era distinto a todos los que conocía y lo único que podía hacer para que aquello no se repitiese era confiar un poco en él por extraño que resultase. Aunque esto generaba una pregunta que la joven ya no estaba muy segura de si provenía de su mente, o si en realidad era su corazón el que la formulaba: ¿Confiaría él en ella?.
La respuesta más inmediata era un no bastante claro. No había aceptado que le llevase de la mano siquiera y seguramente solo caminase con ella porque no le quedaba más remedio ahora que estaba ciego. Pero de todas formas seguía allí, la había ayudado de nuevo a pesar de todo y esto haría que se sintiese un poco más cómoda junto a él.

-Vamos. –Dijo levantándose al fin de encima de él y cogiéndole una mano. –Al menos deja que te ayude a levantarte.

El muchacho sostuvo con fuerza su mano en cuanto Nanouk se la cogió y por un momento ella temió que fuese a hacer lo mismo que junto a la cascada, pero para alegría de la joven no sería así. En lugar de rechazarla una vez más, Ikiba apretaría con cuidado los pequeños dedos de la joven entre los suyos y dejaría que tirase de él hasta estar de pie justo frente a ella.

-El único problema es que volvemos a no tener nada que comer. –Se lamentó en cuanto él le soltó la mano. –Tendré que buscar otra cosa por ahí, pero después de esto ya no me fío de ninguna de estas frutas.
-Raet?. –Preguntó Ikiba sin comprender una sola palabra pero notando la frustración en la voz de la joven.
-Comida. –Intentó explicarle Nanouk pensando un momento en cómo hacérselo entender y, a continuación, tomando la mano de Ikiba para colocarla sobre el estómago del mismo. –Comer, necesitamos comer algo. ¿Es que no tienes hambre?.

Ikiba tardaría unos segundos en responder de nuevo pues la explicación de Nanouk no era precisamente clara. Pero ya fuese porque él también tenía hambre como ella pensaba, o simplemente porque en realidad sí la había entendido, lo cierto es que este acabaría reaccionando para alegría de la Harumar.

-Semare?. –Preguntó llevándose la mano a la boca como si se estuviese acercando algo de comida.
-Si, digo zaer. –Asintió rápidamente Nanouk aliviada porque al menos la hubiese entendido. –Eso es lo que necesitamos, comida.
-Comida. –Repitió Ikiba intentando aparentemente comprender su lenguaje tal y como ella hacía con el suyo. –Rure.

Al tiempo que decía esto último, Ikiba señalaría hacia la espesura que se extendía a apenas unos metros de las poderosas raíces del árbol y le ofrecería a continuación la mano a Nanouk. Un gesto extraño y que ella tardaría en comprender, pero que el fin entendería y al que respondería tomando su mano para volver a ponerla sobre su hombro y llevarle hasta allí.
Una vez de nuevo junto a la espesura de arbustos y plantas, Ikiba tantearía con la mano entre estas hasta dar con lo que buscaba y cortaría con las garras dos grandes hojas de una de ellas. Nanouk no sabía qué podía tener aquello que ver con su comida pues las hojas no tenían frutos ni nada parecido, pero no preguntaría nada por el momento.
En lugar de eso, la Harumar preferiría esperar a que fuese el Leoran quien dijese algo y volvería a llevarle hasta el árbol cuando él se giró para pedírselo. Ikiba estaba sorprendentemente tranquilo, como si no viese en aquella jungla el mismo enemigo que ella a pesar de estar ciego, y una vez junto al árbol acariciaría su superficie con una mano como si buscase algo.
En ese mismo instante Nanouk entendería lo que pretendía aquel muchacho de cabellos color cobre. Tras un rato examinando el tronco, el joven daría con una zona apropiada, sacaría las garras de su mano sana y clavaría dos de ellas en el tronco con todas sus fuerzas
La corteza y la madera eran blandas en aquella zona, por lo que sus garras se hundirían casi hasta sus nudillos abriendo dos profundos agujeros. Y de estos, tal y como él quería, brotaría al instante la viscosa savia de la planta en forma de una especie de gelatina anaranjada.

-Edo. –Dijo señalando los agujeros al tiempo que abría una pequeña hendidura bajo cada uno y colocaba allí las hojas doblándolas como si fuesen embudos. –Comida.

La reacción de Nanouk no sería precisamente una sonrisa al ver esto, después de todo aquel líquido viscoso y semitransparente parecía cualquier cosa menos comida, pero sabía que no tenía muchas más opciones. Por eso, y sobretodo para no decepcionarle ya que se había molestado en buscarle algo de comer, cogería un poco con un dedo.

-En fin. –Pensó para si misma mirando no muy convencida la pasta viscosa que cubría su dedo. –No puede ser peor que lo que iba a comerme yo.

Sin más dudas, Nanouk cerró los ojos y se metió el dedo en la boca chupando a continuación aquella sustancia. Para su sorpresa, nada más hacerlo sonreiría de inmediato al notar el dulzón sabor de la savia deslizándose sobre su lengua. No era desagradable en absoluto, al contrario, tras tanto tiempo sin comer nada resultaba una delicia para la hambrienta Harumar que ya no tendría más reparos.
Casi a la misma velocidad que la savia iba brotando de la abertura, Nanouk iría recogiéndola con su mano sin apenas dejar que llegase a la hoja y comería cuanto podía. Algo que también haría Ikiba, aunque de una forma mucho más relajada que la joven.
Lejos de prestar atención continuamente a la hoja y recoger cada nueva gota de savia como ella, el Leoran la ignoraría por unos minutos y seguiría con su anterior tarea. Arrancando poco a poco pequeñas astillas al mismo trozo de madera de antes hasta que pudo comprobar con uno de sus dedos que la hoja se había llenado.
En ese momento guardaría de nuevo el trozo de madera, arrancaría un par de pedazos a la corteza del árbol y los usaría para tapar ambos agujeros antes de desenganchar la hoja para comenzar su comida. Lo que sorprendería bastante a Nanouk pues ella aún estaba comiendo.

-Yo aún tengo hambre. –Protestó mirando como el Leoran dejaba que la savia de la hoja se deslizase lentamente por su garganta. –No los tapes tan deprisa.
-Raet?. –Preguntó Ikiba apartando la hoja de sus labios para mirar a la joven.
-Comida. –Insistió ella. –Vamos sé que eso ya lo entiendes, solo quiero un poco más.
-Naer.

Efectivamente, el Leoran podía comprender al menos una de sus palabras como ella pensaba, pero esto no solucionaría en absoluto su problema. Lejos de hacer lo que Nanouk quería, Ikiba acercaría una mano al árbol acariciando con cuidado su corteza y sacudiría lentamente la cabeza antes de hacer algo que la sorprendería aún más: ofrecerle lo que quedaba en su hoja.

-El árbol… -Entendió Nanouk observando la mano del muchacho aún sobre la corteza y la savia que aun ocupaba más de la mitad del embudo formado por aquella hoja. –No quieres hacerle más daño a este árbol, por eso me das la tuya.

Segura de haber acertado, Nanouk desistiría en su petición y miraría con hambre aquella savia por unos segundos, pero no la aceptaría. Al mirarla con más atención, sus ojos verían un pequeño semicírculo húmedo en el borde de la hoja y volarían hacia el rostro del joven posándose de nuevo sobre unos labios cuya marca reconocía perfectamente. Algo que la haría sentir extrañamente incómoda y rechazar inmediatamente su oferta, aunque ni ella misma estuviese del todo segura de por qué.
Ikiba no le daría mayor importancia a esto. Al ver que no cogía la hoja, asumiría que no quería más y retomaría su comida aparentemente nada molesto por su rechazo. Un detalle que aliviaría bastante a la propia Nanouk pues había caído en la cuenta, demasiado tarde como siempre, de que no aceptar su comida era otro desprecio a alguien que encima intentaba ayudarla una vez más.
Solucionado el asunto de la comida, y más relajada ahora que tenía mucha menos hambre, Nanouk se alejaría del árbol dejando de nuevo a Ikiba con su peculiar tarea y pasaría a preocuparse de su siguiente problema. No tenía la menor idea de dónde estaban, ni tampoco de hacia dónde iban, lo que suponía un grabe obstáculo a la hora de seguir adelante.

-Si al menos supiese dónde está Thalan. –Dijo mirando hacia arriba como si esperase ver en el cielo alguna indicación de hacia dónde ir, pero sin ver nada salvo la densa capa de hojas de los árboles. –Seguir así no vale de nada, lo único que hacemos es cansarnos sin motivo.
-Thalan… -Repitió Ikiba para sorpresa de Nanouk. –Edo Thalan?.

La joven se giraría rápidamente hacia él nada más oír esto. No entendía aún que quería decirle, pero parecía haber reconocido el nombre de la ciudad y Nanouk observaría como era él esta vez quien intentaba hacerse entender. Para eso, y con una habilidad que Nanouk encontraría casi increíble en alguien ciego como él, tomaría una pequeña rama y comenzaría a trazar líneas en el suelo hasta formar un sencillo dibujo en el que era fácil reconocer lo que intentaba representar: la gran ciudad humana del Ármir.

-Sí, esa es Thalan. –Se apresuró a asentir Nanouk. –¿Sabes dónde está?

Antes de responder a su pregunta, Ikiba volvería aguardar su trozo de madera y se pondría en pie de nuevo. Hecho esto, se giraría hacia el árbol y buscaría una de las enredaderas que crecían sobre él para, a continuación, tantear la corteza de la misma con la mano. Era casi tan gruesa como un pequeño árbol y, tal y como ella crecía sobre el árbol, el musgo crecía también sobre esta. Exactamente lo que Ikiba buscaba.
Una vez seguro de en que parte de la planta crecía el musgo, se giraría de nuevo hacia Nanouk y, tras pensar un poco, diría al fin algo.

-Thalan. –Respondió Ikiba levantando un brazo para apuntar en una dirección determinada. –Edo frare.
-¿Frare?. –Intentó entender Nanouk mirando su brazo y siguiendo aquella dirección con la mirada. –Allí, quieres decir que Thalan está allí, ¿Verdad?.

Ikiba no comprendería del todo sus palabras y ya no le respondería, pero Nanouk tampoco lo necesitaba. Estaba segura de que eso era lo que él había querido decirle y una vez se había parado a pensarlo con calma tampoco la sorprendía demasiado que lo supiese. Era un cazador, tal vez incluso más que eso entre los suyos, y de no haber estado herido probablemente se hubiese encontrado en aquella jungla casi como en su propia casa. Por eso no la sorprendía que fuese capaz de orientarse de aquella manera, ni tampoco que uno de los mejores guerreros Leoran conociese el nombre del fuerte enemigo. Porque eso eran al fin y al cabo, enemigos… o al menos una vez lo habían sido.
Pero las cosas habían cambiado. Lo mirase como lo mirase ya no podía seguir viendo a aquel muchacho como a un enemigo, de eso ya se había dado cuenta hacía un rato, y no tardaría en tomar una decisión.

-Entonces decidido. –Dijo la joven mirando en la dirección señalada por Ikiba y, tras girarse unos treinta grados hacia el Norte, señalando otra completamente distinta. –Tomaremos ese camino. Si vamos recto antes o después llegaremos al Ármir.

Convencida ya de lo que debía hacer, Nanouk se acercaría a Ikiba, tomaría su mano para colocarla de nuevo sobre su hombro y ambos se pondrían en marcha de nuevo. Pero esta vez sería Ikiba quien tiraría de ella obligándola a detenerse.

-Naer. –Dijo sacudiendo la cabeza al darse cuenta de que no iban en la dirección correcta. –Thalan naer frare.
-Ya sé que por ahí no se va a Thalan. –Afirmó Nanouk con tono súbitamente apagado. –Por eso no vamos hacia allí. Nyla tenía razón, no voy a volver a encerrarme yo misma en una celda como esa maldita ciudad ahora que soy libre. Además… que haría contigo, ¿Eh?.

Al tiempo que decía esto, Nanouk se giraría hacia Ikiba tratando de sonreír burlonamente, pero fallaría por completo. Su rostro mostraba una tristeza que ya no podía contener y de nuevo prefería que él no pudiese verla. No quería mostrar aquellos dolorosos sentimientos a nadie más, solo olvidarlos cuanto antes.
Sabía el precio de su decisión, lo había sabido desde la noche en que se había dormido pensando en ella y no podría evitar llevarse una mano al colgante que reposaba entre sus pechos.

-Lo siento... –Susurró al tiempo que cerraba los ojos derramando una única lágrima y apretaba con fuerza aquel fragmento de piedra entre sus dedos. -…Nobu.

El Leoran no podría escucharla esta vez pues sus palabras eran solo para ella, pero sí notaría el ligero estremecimiento que recorrería el cuerpo de la joven en ese momento. Y cuando aquella única lágrima, la última que Nanouk se permitiría a si misma derramar por algo por lo que ya había llorado toda una noche, se descolgó de su barbilla cayendo finalmente al suelo, Ikiba reaccionaría de forma inesperada.
Ante los sorprendidos ojos de la Harumar, Ikiba soltaría su hombro y se agacharía de pronto para buscar algo en el suelo con la mano. Había escuchado perfectamente su sonido al caer, algo impensable para un humano o incluso un Harumar, por eso no tendría problemas en dar con ella incluso estando ciego. Y cuando al fin lo hizo, cuando su mano alcanzó la humedad que aquella lágrima había dejado en las hojas del suelo, se llevaría los dedos a la boca para comprobar algo.

-Bata. –Dijo frotando suavemente la humedad de sus dedos al tiempo que se ponía en pie y giraba la cabeza hacia Nanouk, como si intentase mirarla a pesar de no poder ver. –Zadar?.
-No es nada. –Respondió Nanouk comprendiendo su pregunta perfectamente. –Solo una tontería.

Ikiba no entendería una sola palabra de aquello como de costumbre, aunque sí notaría la tristeza en su voz. Algo que le daría ventaja en esos momentos pues ella no podía mentir a alguien que no comprendía sus palabras. Para Ikiba era evidente que le sucedía algo y tal vez por eso, o simplemente porque al fin confiaba lo suficiente en la joven Harumar, haría algo que ella había estado esperando desde esa mañana.
Cuando la joven se sintió ya mejor para continuar y volvió a coger su mano, él ya no la soltaría. En lugar de dejar que la colocase sobre su hombro como antes, apretaría ligeramente los dedos de la joven entre los suyos y ella lo miraría un tanto sorprendida. Aunque solo durante unos segundos, los que necesitaría para comprender su gesto, bajar de nuevo la mano sin soltar tampoco la del Leoran, y reemprender la marcha con una pequeña sonrisa que ni ella misma había esperado ser capaz de esbozar en ese instante.

-Gracias. –Serían las últimas palabras de la joven antes de reanudar la marcha. –Gracias por dejarme llevarte… por seguirme.
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