Ensayo sobre la incomunicación

Más de las 4 de la madrugada.

Con el sueño cambiado tras haber dormido toda la tarde de mala manera abordo el enésimo intento por mi parte de articular la serie de pensamientos que me atormentan en los últimos tiempos.

Arranco para ello el PC, y por primera vez en varios días el ratón se digna a funcionar. También lo hace la fuente de alimentación que sontengo con varias tiras de fixo amenazando desconexión. Así que me dispongo a soltar el tocho que presiento se avecina.


Soy un triste. Mis intentos por alcoholizarme han sido baldíos. Hasta penosos. Pero aún así algo estoy sacando positivo del Cacique y demás. Seguramente todos conozcan la capacidad para hablar del que bajo los efectos de lo etílico se encuentra. Y de seguro que nadie la mía para escuchar lo que tengan que contarme. Aún siendo redundante apunto a la escena nocturna en la que alguien sobrio está rodeado de borrachuzos parlanchines.

Ayer me encontré en una de estas. Alguien al que apenas conozco de vista acaba llevándome en coche. Siéndo que estamos solos no tiene a nadie mejor al que contarle su vida. Y digo vida, no se conforma con anécdotas al paso. Y por supuesto, cuando hablamos de vida lo hacemos de amores. Llaman en este caso la atención las particularidades que paso a narrar para quien no tenga cosa mejor que oirlas.

Érase una vez una chica de la facultad vecina. A esta chica nuestro protagonista ya la había echado el ojo tiempo atrás. Llenose de gozo cuando día inesperado la ve aparecer (al igual que mi prosa ahora) como alumna de libre configuración en una de sus anodinas clases. Entrada apoteósica. A media hora de acabar una clase de dos, resumida por conveniencia en una tres cuartos, aparentemente fumadilla y respondiendo con cierto deje las embestidas del profesor irritado de turno. Aún a punto de sentarse al lado de nuestro personaje, finalmente se posa una fila por delante. Más que suficiente.

Nuestro héroe nunca alcanza a tener la relación deseada con la chica, pero aún así consigue tener su número y quedar para cosillas como hacer fotocopias. Jamás fuera del recinto académico pese a sus tímidos intentos. Eventualmente el cuatrimestre acaba y con ello la frecuencia de los encuentros. A nuestro amigo sólo le quedan las furtivas escapadas a la facultad adyacente con la ilusión de sólo poder verla.

Pasa algo de tiempo y no se la quita de la cabeza. Decide escribir, mayoritariamente poemas, acerca de su Julieta. 200 páginas después, e incapaz de declarársele directamente, reúne el valor para entregarle semejante paquete. Encuadernado y en una bolsa de tienda de regalos llega el día en que consigue entregárselo. Lo que nunca llegaría es el día en que ella se dignara a darle ni mísera respuesta. Tiempo después se enteraría que se había ido a vivir a otra ciudad. A vivir su vida.


Aún siendo consciente de que la historieta en cuestión da para mucho más, empezando por una mejor narración, voy a centrarme sólo en el ejercicio de endiosamiento que de la chiquilla lleva a cabo el prota en esos más de 200 folios. Y que espero sea pie para llevarme a algún sitio en este escribir según me pase por la cabeza en el que me encuentro. Aclarar que no estoy bebido ni bajo los efectos de ninguna droga. Pero probablemente fuera recomendable para el que haya llegado hasta este punto y tenga intenciones de proseguir. Para ellos suerte.


Es falso el fantasma de comunicación que nos promete el lenguaje.
Evidentemente acepto su utilidad para el día a día, y el imprescindible papel que ha tomado a lo largo del desarrollo de la sociedad y de sus usuarios. Pero me atrevo a afirmar que ni siquiera la crítica más feroz contra él se aproxima mínimamente a la realidad de su capacidad prácticamente nula para transmitir verdad entre dos personas. Y no me refiero a axiomas matemáticos y demás chuflas. Sino a lo que de suyo tiene cada cual, que empieza en uno mismo y muere en uno mismo. Incluso ahora sufro con horror como mis problemas de expresión hacen de la inevitable reducción incluso algo más que castración del pensamiento y las pasiones. Inconsciente que soy no paro.

El héroe de nuestra historia se enamoró de sí mismo. Yo digo. La imagen de la chica que él alberga y nutre poco tendrá que ver con la moza de marras. Simplemente sirvió como materia prima para la elaboración del adlátere que navegaría con él en sus innumerables sesiones de onanismo intelectualoide. Ella le dió unas notas y él edificó una enciclopedia en su corazón del que apenas sacó 200 páginas. Hasta aquí todo digno de la rúbrica de Perogrullo. Vamos un pasito más allá.

¿Qué hay de cierto por el amor que profesas a tus seres queridos?
Olvídate de mamá. ¿Qué amas de quien amas? ¿Por qué crees hacerlo?
(Aprovecho para apagar la tele, que Nick Nolte no me llena tanto).

Examina tus conversaciones. Súmamente sencillo si las hiciste vía messenger. Acompáñame a mi atalaya y alienate de tí mismo un momentín. Por este rato olvídate de tu modo de decir las cosas y mira sencillamente cómo las dices. Tú sabes que es lo que querías expresar y aún así verás la ineficacia de tus palabras. ¿Pretendes autoengañarte y creer que de lo que había en tí ha llegado ni en mínima y retorcida parte algo a su destinatario? (Paro a tomarme algo que estoy demasiado espesito).


Pueriles preguntas veo que me hice hace un instante. Más fácil me hará eso la tarea de proponer futil respuesta.

De cierto que lo que guardamos de las otras personas en nuestros interior no son esas personas, sino nuestros recuerdos de la interpretación que de ellas hicimos en algún momento dado. ¿No es por tanto lógico pensar que los sentimientos que proyectas sobre ellas no lo haces en realidad sino en esas imágenes de bricomanía? Pregunto.

La miras a los ojos y te repites que la amas con locura. Y tratas de hacerlo visible con tu cara de 'te amo con locura'. Llegado este momento, si no sabes qué cara es esa corre al espejo a ensayarla. (¡Puf! Una horita llevo ya...). Ahora contempla su faz. Sus ojos, su boca y las arrugas que ya le asoman. Podrías estar todo el día mirándola y regodeándote en el vuelco que te dan las entrañas. Pero... ¿Pero qué puta cara te está poniendo? Tu tienes iniciada desde hace rato la tuya de 'te amo con locura'. ¿Por qué no se limita a devolvértela? ¿Será que no te quiere? ¿Será cierto que son malas, pero malas malas y patatín patatán?

Le miras a los ojos y te repites interiormente a buen recaudo de oyentes no deseados:"El azul me hace gorda. Me tenía que haber puesto el granate. Y a ver cuando el pamplina este me toca el culo ya. Que me quedan pocos años de tenerlo firme aún". Estás cómoda cuando te pone la zarpas encima. Y muy contenta de tenerlo oficialmente como pareja. Interpretas tu pose de 'Yo también te quiero pero vámonos ya que me cierran el Zara'. Pero... ¿Y por qué te pone esa cara tan rara?¿Y por qué mierda todavía no te ha tocado el culo? ¿Será marica?

(Asumo que me he perdido. Releeo el título que he puesto y trato de hacer como que aquí no ha pasado nada tratando un poco el tema).

Cuando el prota de la historieta de hace unos párrafos me la narraba, yo evidentemente le compadecía por la no respuesta de la chavala. Cabrón y bellaco que soy que no le decía la verdad de lo que pienso. ¿Por qué mierda te va a tener que corresponder ni mínimamente porque te haya dado por procurarte ejercicios de autosatisfacción del ego viendo lo bien y lo guay que escribes? ¿Que lo has hecho por ella dices? Si apenas sumarás 30 minutos de conversación repartidos en más de medio año ¿Qué me estás contando?

¿Y los demás? Eso de decir 'sé lo que piensas/estás pensando' queda muy bonito romanticón y pasteloso. Y que sí, que os quereis todos muchos. Pero a vosotros mismos. Nos nacen solos y nos morimos solos. Y como quiera que ya he conseguido coger algo de sueño si eso lo acabo otro día en que sufra una siesta a destiempo.

Santificado sea mi ladrillo mientras pulso el botón de enviar.
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