Unas cuantas líneas de claridad entraban en la prisión en que se había convertido su habitación y le hizo sentir que ya era hora de levantarse. El camino a trazar ahora no era fácil y no ayudaba la mínima luz que había, pero era un camino que había hecho desde su niñez, así que su cuerpo lo guió de forma mecánica hasta el cuarto de baño mientras su cerebro todavía se despertaba. Allí abrió el grifo y observó como el agua fluía hasta el desagüe, durante unos segundos, sin nada más que escuchar que ese ruido matutino, y prepararse para el primer dolor del día. Unió las dos manos bajo el chorro de agua, frío, empezaba a despertarse. Cuando en sus manos se encontraba suficiente de aquel líquido, acercó la cara y unió manos y cara, con un efecto estimulante pero a la vez doloroso, el agua fría le hizo despertarse. Alzó la cara y se miró en el espejo: la misma cara de siempre. Cientos de gotas se reunían y bailaban sobre su piel, algunas encontraban en la gravedad un juego que les hacía descender por su cuello para marcar un camino que llevaban a la muerte de esas gotas, pero en su largo camino harían sentir al dueño de ese mundo sensaciones que ya no recordaba. Sus ojos estaban dormidos aun. Los observó un poco más, el color verde nativo pasaba desapercibido con el rojo de las manchas, poco espacio para el blanco quedaba, en resumen, otra noche que apenas había dormido, y la cuenta que llevaba se hacía más larga.
Ahora tocaba cambiar de ambiente, del húmedo y azul cuarto de baño pasó al gris y seco del comedor. Se sentó en la butaca, otra vez notó el frío en su piel, pero esta vez provenía de otra piel, apretó un botón del mando de la tele y cogió un pitillo. Mientras la habitación se llenaba de un ruido, un ruido que ignoraba pero que le hacía sentir más acompañado, encendió el pitillo, con la quizás falsa ilusión que aquel acto haría que la espera se le pasara antes. Allí sentado, mientras el ambiente se enturbiaba cada vez más, su mente empezaba a descubrir lo que le deparaba el día: otro día sin ella, otro día buscándola, otro día esperando que llegue. Se dio cuenta de su cariño hacía años, y ese sentimiento en lugar de diluirse por la ausencia de ella, fue incrementándose y hacía unos meses que la cosa había llegado a cotas extremas. Apenas comía, apenas dormía, apenas salía, apenas vivía. Cada vez se separaba más del mundo real y cada vez se acercaba más a otro mundo, real, pero que estaba delimitado por cuatro paredes. Su cuerpo cada vez experimentaba más dolor, el dolor de la soledad.
Muchas veces había pensado en salir a buscarla, pero ya fuera por miedo a encontrarla o por falta de valor y energía no lo había hecho. Todas las mañanas seguía el mismo ritual, se levantaba de la cama, iba al lavabo y se sentaba en el comedor. Tele encendida y cigarrillo en mano, su cerebro tendía una red de sueños en los que él era el protagonista, y el final siempre era parecido, se encontraban y ya nunca se separaban.
El resto del día seguía la misma tónica, quizás cambiando de lugar para no molestar a los demás invitados de aquel cementerio. Y llegaba la noche. Se iba a dormir pronto, con la esperanza de conseguirlo algún día, pero no, horas y horas pasaba en vela, soñando despierto con su destino o con su ilusión. Era el momento en el que más cerca estaba de ella, y por ello el peor, por qué sabía que era mentira.
Unas cuantas líneas de claridad entraban en la prisión en que se había convertido su habitación, pero no había nadie. Quizás esta vez sí que salió en su búsqueda.
Si habeis llegado hasta aquí, gracias.