El beso de los espiritus. Capítulo 7: Elegidos

Siguiente capítulo de la historia, sorry por la tardanza pero llevo una temporada de un liado que pa qué>_<.

Elegidos


Nyla sería también la primera de las dos recién llegadas en despertarse al día siguiente, pero en esta ocasión lo haría de forma completamente distinta a la de los anteriores. Estaba en la cama, no escondida en ninguna parte, y sus ojos ya no temían al mundo que la rodeaba sino todo lo contrario.
Esa mañana el canto de los pájaros que ya conocía se mezclaba además con unos extraños golpes y esto atraería su curiosidad apremiándola a despejarse cuanto antes. Se encontraba mucho mejor ahora que había podido descansar toda una noche. Prueba de ello eran la pequeña sonrisa que adornaba un rostro ahora limpio, de nuevo iluminado por la belleza de la que tanto solía preocuparse en Thalan, y el centelleo de vitalidad que inundaba cada uno de sus suaves ojos color ámbar.
La delgada sábana con que se había cubierto originalmente estaba hecha un burruño bajo ella y lo único que la cubría era su ropa interior, pero esto no la preocupaba demasiado. Tras unos segundos estirándose para desentumecer sus músculos y despejar por completo su aún adormecida mente, se pondría en pie y buscaría la ropa que Gael le había traído el día anterior.
Allí había todo lo que necesitaba, desde lo que su mente habituada a tratar con todo tipo de prendas exóticas pronto reconocería como la ropa interior de las Leoran hasta una pequeña cinta para el pelo. Un detalle que encontró extraño en un principio pues le parecía inusual que se preocupasen no solo por darle con que cubrirse sino también por su aspecto, pero que le resultaba igualmente conveniente.
Sin el menor reparo a diferencia de lo sucedido con Nanouk, Nyla dejó sus viejas prendas en un pequeño cesto a un lado de la cama y se vistió tras asearse un poco con el agua que ahora sabía como conseguir. Estaba fría, pero con el calor y la humedad de la jungla esto apenas suponía una molestia y no tardaría en encontrarse frente al mismo improvisado espejo de la noche anterior atándose el pelo y arreglándose el resto de la ropa.
Su vestido era sencillo. Un conjunto blanco y azul celeste formado por una prenda superior atada sobre su hombro izquierdo que caía en diagonal hacia la derecha sin llegar a insinuar siquiera sus pechos. No tenía mangas, ni prácticamente nada que ocultase su espalda o sus hombros como la mayoría de la ropa de las Leoran, y finalizaba justo bajo sus pechos. Allí una banda de una tela distinta rodeaba el torso de la joven ajustando la prenda y rompiendo la suavidad de sus colores con los cuidados adornos dorados que la formaban.
Más abajo y tras dejar parte de su vientre al descubierto, la parte inferior del vestido se ceñía también a su cuerpo con una serie de cintas más largas que rodeaban la cintura de la joven y se ataban a la derecha de sus caderas. Desde allí los extremos de las mismas caían flotando libremente junto a la tela de su falda y esta última finalizaba más allá de sus rodillas. Sin aberturas ni nada tan insinuante como en el caso de la ropa de Nanouk salvo por el considerable vuelo que aquella ligera tela tomaba al moverse y adornada también por numerosos bordados de colores. Aunque, en su caso, estos tomaban siempre la forma de círculos en lugar de los triángulos que cubrían las prendas de la joven Harumar.

Contenta ya con su aspecto, Nyla guardó el pañuelo de Gael en un pequeño bolsillo interior de la falda y cedió al fin al empuje de su curiosidad abriendo la puerta para buscar la fuente de aquellos extraños golpes. La bruma de la mañana aún no se había despejado por completo y el volcán resplandecía con la belleza de un jardín recién regado, pero los ojos de la Shamshir no se dejarían distraer por esto.
El sonido no procedía de muy lejos y al siguiente golpe Nyla giraría inmediatamente la cabeza hacia la parte oeste del volcán para encontrarse con su fuente. Allí, en la gran plaza que existía entre las casas más grandes de la parte baja del cráter, varios Leoran se afanaban en la construcción de lo que parecían grandes mesas. Algunas con forma de arco cubriendo el contorno de la plaza y otras totalmente rectas que se deslizaban entre los edificios de forma perpendicular a la circunferencia de las primeras, pero todas enormes.
A la joven Shamshir no le costó mucho darse cuenta de que aquello eran los preparativos de algún tipo de reunión. Tanto por el desproporcionado tamaño de las mesas, como por la cuidada forma en que estas habían sido dispuestas recreando la imagen de Anakran. Y tras observar el resto del pueblo con más calma en busca de alguna pista más sobre el motivo de aquellos preparativos daría también con otra novedad.
Casi no había nadie en el poblado. Mirase dónde mirase las calles y casas del volcán aparecían vacías y los únicos Leoran que podía ver eran aquellos ocupados con alguna tarea relacionada con los preparativos y, como no, los siempre presentes guardias. Estos últimos parecían además estar por todas en lugar de solo junto al gran portón principal como el día anterior y el celo con que vigilaban cada rincón de la ciudad empezaba a ponerla nerviosa.
Afortunadamente para Nyla, antes de que pudiese pensar demasiado en lo que significaba todo aquello una voz familiar atraería su atención junto al lago y esta dirigiría allí su mirada. Gael estaba junto a la orilla justo en frente de la casa y Nyla sonreiría por un momento al darse cuenta de la tranquilidad que sentía al reconocer la voz del joven Leoran, pero esta sonrisa desaparecería de golpe al ver que junto a él se encontraba uno de los guardias.
No podía entender lo que ambos se estaban diciendo desde aquella distancia y, de todas formas, sabía que no entendería una palabra de aquella extraña lengua aunque estuviese justo al lado, pero eso no significaba que no se diese cuenta de muchas cosas solo con mirarlos.

La voz del guardia sonaba ligeramente hosca, no hasta el punto de resultar desagradable, pero sí estaba claro que no hablaba precisamente de forma amistosa mientras señalaba con una mano a los cubos que Gael acababa de llenar de agua en el lago. Y cuando su mano pasó a continuación a señalar al cobertizo en que dormía ella Nyla se dio cuenta de que todo tenía que ver con su estancia allí.
Gael, por el contrario, seguía tan tranquilo como siempre y su voz sonaba con la misma amabilidad que le había ganado la confianza de la temerosa humana a la que daba cobijo. Aunque sus gestos eran tan firmes como los del guardia y, lejos de aceptar lo que este le decía, negó inmediatamente con la cabeza al tiempo que señalaba de nuevo a los cubos y a sí mismo.
Aquello no pareció hacerle demasiada gracia al guardia que replicaría en un tono un poco más alto intentando convencerle, pero la respuesta del joven sería aún más tajante. Gael cogería uno de los cubos, señalaría hacia una cueva situada cerca del lago y diría una nueva frase en la que Nyla pudo reconocer su nombre antes de que el Leoran cogiese también el otro cubo y se diese la vuelta para irse.
El guardia se sorprendió por un momento ante la forma en que Gael se había referido a la Shamshir, usando un nombre y no solo con una de las muchas palabras con que Nyla los había escuchado hablar de ella hasta entonces, pero no estaba dispuesto a darse por vencido. Por la longitud de sus cabellos Nyla sabía que era de una casta superior a la de Gael y la joven no se sorprendería en absoluto al notar como sus siguientes palabras eran ya claramente una orden.
Lejos de hacerle caso, sin embargo, Gael simplemente se paró de nuevo y giró la cabeza hacia el guardia para decir una sencilla frase sin perder en absoluto su sonrisa.

-Med-rala nar faur. –Dijo señalando hacia la cueva junto a la que Nyla había visto al joven de mirada bicolor el día anterior.

La cara del guardia cambió de inmediato. Las palabras de Gael habían sonado con la misma amable tranquilidad de siempre, pero su significado parecía preocupar al guardia más que todo lo que habían dicho hasta entonces y este decidiría irse en ese mismo momento. Algo que Nyla no comprendería, pero que Gael parecía saber ya que sucedería por la tranquilidad con que retomaría su camino
Una vez cerca de la casa, sin embargo, el Leoran notaría al fin la presencia de la joven Shamshir y se detendría de nuevo para saludarla con una mano tras dejar uno de los cubos en el suelo. Momento que Nyla aprovecharía para acercarse a él e intentar entender lo que acababa de ver.

-Todo eso era por mí, ¿Verdad?. –Preguntó ignorando una vez más que ninguno de los dos entendía la lengua del otro.

Gael ladeó la cabeza sin entenderla, algo que por otro lado ella ya sabía que sucedería, y centró su atención en lo único que sí podía entender: su aspecto. El cambio en la joven era más que notable y los ojos del muchacho la recorrerían de arriba abajo con una atención que esta no pasaría por alto. Aunque esto no la molestaría en lo más mínimo.
Nyla estaba acostumbrada a que la mirasen, era algo que ella misma había buscado siempre en Thalan y nunca le había preocupado la forma en que cada humano con el que se cruzaba intentaba ver hasta dónde cubría, o no, la tela de sus vestidos. Pero la mirada de Gael era distinta, sus ojos parecían observarla de la misma forma que alguien miraría una pequeña flor, no buscando una forma de ver más allá de su ropa como había pensado el día anterior, y esto la haría esbozar una sonrisa tan dulce como extraña para ella.
Ni siquiera ella misma sabía por qué se sentía de aquella forma bajo la mirada del Leoran, alegre y a la vez ligeramente tímida. Era como si fuese la primera vez que alguien la miraba, pero la sensación era más agradable que nada de lo que había sentido nunca en Thalan y llenaba su pecho con la misma calidez con que Anakran acariciaba su piel.

-Belnaria. –Dijo finalmente Gael sacando a la joven de sus pensamientos.
-No sé qué significa eso. –Se lamentó Nyla mirándolo ahora con cierta desilusión. -Pero al menos suena bien, ojalá pudiese entenderte.

Por suerte para Nyla, la cara de frustración que esta había puesto al no poder entenderle sí haría que Gael comprendiese en cierta forma lo que ella acababa de decir. Lo que lo llevaría a mirarla pensativo por unos segundos hasta dar finalmente con una forma de hacerla entenderle.

-Edo et nar belnaria. –Repitió señalando ahora a una de las hermosas flores púrpura que adornaban las ventanas frontales de la casa.
-¿Una flor?. –Intentó entender Nyla sin mucho éxito al tiempo que señalaba también a la planta. -¿Esa flor es belnaria?.
-Naer. –Negó Gael entendiendo su error y señalándola de nuevo a ella.
-¿Yo?

Nyla se miró a si misma todavía sin comprender lo que el Leoran intentaba decirle, volvió a mirar a la flor intentando ver en sus delicados pétalos purpúreos algún parecido con ella… y al fin se dio cuenta de lo que sucedía. En el mismo instante en que su mente se fijaba en la belleza de la pequeña flor, la joven Shamshir comprendió por qué Gael la había usado para enseñarle el significado de aquella nueva palabra y notó con vergüenza como sus mejillas se sonrosaban ligeramente.
Gael también se dio cuenta de que le había entendido nada más ver aquella reacción y su sonrisa se volvería aún más amplia. Desgraciadamente, por agradable que le resultase la compañía de la Shamshir el joven Leoran tenía mucho que hacer esa mañana y trataría de recoger su cubo para seguir su camino. Algo que, para su sorpresa, no le resultaría tan fácil como él había esperado.

-¡Espera!. –Lo interrumpió rápidamente Nyla en el instante en que este iba a coger el cubo. -Si lo que querían era que llevase yo el cubo no me importa. No quiero que tengas problemas por mi culpa ni que me den de comer sin hacer nada. Eso era lo que hacían en Thalan…

Al tiempo que decía esto, Nyla alargó su mano hacia el cubo y trató de coger la cuerda que servía como asa del mismo, pero ni siquiera llegó a rozarlo. Antes de que pudiese cogerla, Gael movió bruscamente su mano hasta sujetar con ella la muñeca de la joven y esta dio un pequeño salto hacia atrás visiblemente asustada al tiempo que miraba de nuevo a los ojos del Leoran.

-Naer. –Susurró este con tono ligeramente apenado al notar como la mano de Nyla temblaba entre sus dedos.
-¿Qué ocurre?. –Intentó comprender Nyla, tan sorprendida por su reacción como por la tristeza de sus ojos.

A modo de respuesta, Gael tiró suavemente de su mano hacia él y soltó el otro cubo colocando a continuación su otra mano junto a la de Nyla. Las diferencias eran evidentes entre ambas, tanto por el mayor tamaño de la mano del muchacho frente a la diminuta mano de la joven, como por el aspecto de su piel. La del Leoran era la mano de un trabajador, de piel curtida y marcada por el trabajo con el barro, mientras que la de Nyla presentaba una piel suave e impoluta que jamás había sabido lo que era trabajar realmente en algo.

-Naer. –Insistió Gael señalando de nuevo al cubo y a continuación a la mano de la joven. –Dae et nar sadira.

Una vez más las palabras eran inútiles para que la joven le entendiese, pero Nyla sí comprendería lo que querían decir todos sus gestos. Fuese o no una Leoran Gael le estaba mostrando el mismo trato que el resto de su raza daba a todas sus mujeres y no la dejaría cargar con el cubo aunque el guardia se lo hubiese dicho. Algo que la hacía sentirse extraña de nuevo ante la actitud de aquel muchacho hacia alguien de otra raza como ella… y avergonzada por la forma en que había sentido miedo de él.
-Lo siento. –Dijo apresurándose a intentar arreglar lo que acababa de hacer.
-Sadira. –Replicó Gael al tiempo que soltaba su mano y señalaba hacia la cueva a la que ya se había referido al principio de su discusión con el guardia. –Edo nar sadira.
-No sé lo que significa eso. –Insistió Nyla en absoluto conforme con aquello y apresurándose a ser esta vez ella quien sujetase la mano de Gael entre las suyas. –Pero lo siento, aunque no sepas lo que estoy diciendo al menos espero que comprendas esto. Tú no me das miedo como los demás, ni tú ni… él.

Tal y como Nyla esperaba aquello sorprendería visiblemente a Gael y, aunque no entendería exactamente sus palabras, el gesto en si resultaría más que suficiente para que las esmeraldas de sus ojos volviesen a brillar con la misma amabilidad de siempre. Lo que haría que ella misma se sintiese mejor al instante y recuperase también la sonrisa mientras Gael apartaba lentamente la mano de las suyas y le señalaba otra vez a la cueva.

-Zere. –Dijo empujando suavemente la espalda de la joven en aquella dirección como si de nuevo hablase con una niña pequeña. –Sadira.
-Está bien. –Aceptó Nyla mucho más tranquila ahora que volvía a ver el mismo brillo en los ojos del muchacho. –Ya voy, no hace falta que me empujes.

Satisfecho con esto, y aparentemente divertido con la cara que Nyla había puesto al darse cuenta precisamente de que la estaba tratando como a una niña, Gael se despidió de ella con otro gesto de su mano y retomó su camino hacia la casa. Lo que dejaba de nuevo a la Shamshir a solas en el camino y sin nada mejor que hacer que ir a aquella cueva. Después de todo, si Gael había insistido tanto tenía que haber algún motivo por el que se la había señalado ella y al guardia, así que esperaba poder al menos encontrar allí algo que hacer para pagar de alguna forma su sustento en aquel poblado.
Con la ciudad casi vacía Nyla no tendría problema alguno para llegar hasta la cueva y, tras bordear tranquilamente el lago mirando como siempre al formidable árbol de su centro, se adentraría en el estrecho pasillo de roca que conducía al interior de la montaña.
No estaba oscuro, algo que agradecía pues la oscuridad nunca le había agradado precisamente, pero la curvatura del túnel le impedía ver a dónde conducía y tardaría todavía unos minutos en llegar al final. Una vez allí, sin embargo, esta se encontraría no solo con algo inesperado, sino también con la respuesta a muchas de las preguntas que se había hecho a sí misma desde su llegada a aquel poblado.
La sala a la que conducía aquel túnel era una de las antiguas cámaras secundarias de magma del volcán. Un lugar en el que otrora la roca misma había cobrado vida en forma de fuego líquido, pero que ahora se había convertido en uno de los rincones más tranquilos y apacibles del mismo.
Allí dónde antes habían reinado la roca y el fuego, ahora eran la naturaleza y el agua quienes, como en el resto del pueblo, rodeaban a los Leoran fundiéndose en uno con su peculiar cultura. Algo que había dado lugar a una de las simbiosis más extrañas que Nyla había visto nunca.
La roca y el agua se habían mezclado para dar vida a una extraña variedad de musgo de tallos largos y sedosos como los de la misma hierba. Una planta alimentada por los minerales de las rocas, la humedad de la montaña y el sol que entraba por la claraboya de la bóveda extendiéndose por cada rincón como un suave manto verde que servía de suelo a muchas otras.
Gracias a esto, lo que en sus orígenes había sido una más de las cuevas del volcán era ahora un fascinante jardín interior. Las antiguas paredes de roca desnuda se habían convertido en auténticos murales de vegetación adornados por las frágiles pero radiantes flores que nacían entre el musgo, sus columnas en rígidos árboles que se fundían con un techo tan verde como la cúpula del bosque y sus charcas en magníficos estanques.
Estos últimos eran además la prueba de que no había sido solo la naturaleza quien había creado aquel lugar. Toda el agua que fluía por la cueva estaba perfectamente canalizada para dejar su suelo lo más seco posible, desde la sobrante de estos lagos en miniatura nacidos del secular goteo del techo, hasta las pequeñas fuentes que manaban de las paredes.
Los viejos manantiales que una vez había corrido libres sobre los oscuros feldespatos del suelo habían sido domados por los artesanos de aquella raza. Sus cristalinas corrientes, creadoras de las hermosas terrazas que como inundados escalones adornaban muchas de las paredes formando pequeñas cascadas semicirculares, canalizadas en arroyos que ya no corrían libremente, sino por los caminos que otros habían creado para ellos.
Y en este lugar, protegidos entre los impenetrables muros del volcán, Nyla se encontraría con la otra cara de aquella raza. Una totalmente opuesta a la que Nanouk había conocido el día anterior al dar con sus guerreros: la de sus niños… y sus mujeres.
Por toda la estancia la joven Shamshir podía ver aquello cuya ausencia en el poblado la había sorprendido desde el primer día. A las mujeres Leoran, las únicas del pueblo de las que aún no había sido capaz de deducir cual era su tarea en una sociedad que parecía cuidarlas tanto, ocupándose del tesoro más preciado para su raza: sus pequeños.
En la zona central y más seca de la cueva Nyla podía verlas sentadas junto a un coro de pequeños que escuchaban atentamente todo lo que estas decían. Mas allá, repartidos por las terrazas y jardines de las paredes, otros eran instruidos en cosas mucho más evidentes cómo trepar por cuerdas, hacer cestos, usar herramientas o incluso moldear el barro tal y como había visto hacer a Gael. Y por todas partes, como no podía ser menos en un lugar lleno de niños, algunos se escapaban poniendo a prueba la paciencia de las mujeres más jóvenes mientras corrían alborotadamente entre los demás.

-Una escuela. –Entendió Nyla mirando con una melancólica sonrisa aquel lugar y el comportamiento tanto de las mujeres como de los niños. –Así que ese era el motivo por el que las cuidan tanto.

Para Nyla todo estaba claro ahora que al fin podía ver de qué se ocupaban. Desde un principio le había parecido extraño que no trabajasen de la misma forma que los hombres y, sin embargo, pareciesen mantener el mismo nivel social que ellos o incluso estar por encima de este, pero ahora entendía por qué.
Los Leoran eran una raza mucho más básica e instintiva que la humana. Algo que debían a su casi simbiótica relación con los bosques en los que vivían y a los siglos que habían pasado luchando por sobrevivir en un lugar mucho más hostil que las fértiles y apacibles tierras humanas. Y esto había tenido un precio sobre ellos.
Para sobrevivir los Leoran habían tenido que convertirse en cazadores formidables, que entrenar a guerreros más letales y eficaces que cualquier depredador de las junglas en las que vivían si querían poder proteger a sus familias. Lo que requería de un tiempo y especialización considerable por parte de su raza y eliminaba toda opción de crear una civilización tan compleja como la humana.
Pero los Leoran habían sabido superar este escollo, de ahí la sorpresa de Nyla al encontrarse frente a una cultura rica y compleja en lugar de frente a unos salvajes como creía. Y ahora sabía cómo lo habían hecho.
Ellas eran las responsables de este cambio. En lugar de meras esposas dedicadas a la cocina o a la limpieza como sucedía casi con toda humana que no fuese una noble o una Shamshir, las Leoran se habían convertido en los verdaderos guardianes de su cultura tomando el relevo en todo aquello a lo que sus compañeros no podían dedicar más tiempo.
Así, mientras los Leoran dedicaban sus vidas al entrenamiento, la caza y la lucha, ellas aprendían todo aquello que la raza necesitaba para mantener su cultura. Sus tradiciones eran pasadas de unas a otras, sus conocimientos sobre hierbas, sobre su lengua o sobre las mismas runas… todo reposaba sobre los hombros de las mujeres de aquella raza pues eran las únicas con el tiempo suficiente para mantenerlos y transmitirlos generación tras generación.
Pero este no había sido el mayor logro de las Leoran. No solo mantenían los conocimientos de su raza, también eran las encargadas de ponerlos en práctica y enseñar a todos sus pequeños, sin excepción de género, una base que los prepararía para vivir en la complicada sociedad que habían tejido durante todos aquellos siglos.
Esto último sería precisamente lo que más sorprendería a Nyla. Aquellas mujeres, algunas tan jóvenes como ella o como las muchachas con las que había estado jugando el día anterior, eran maestras, cuidadoras, curanderas y seguramente muchas otras cosas que la Shamshir aún desconocía. Y los niños recibían de ellas una pequeña parte de todos estos conocimientos a la vez que permanecían bajo su cuidado. De forma que ninguno de ellos, ni siquiera los que algún día serían sus mejores guerreros, acabaría siendo de mayor uno de los salvajes por los que Nyla y el resto de humanos los habían tomado.
Conforme la edad de los niños aumentaba, sin embargo, Nyla podía ver ya en aquella cueva algunas diferencias y la parte menos humana de los Leoran se hacía más patente. La suya no era una sociedad basada en la moral o la ética como la humana, sino puramente en la eficacia, y esto se manifestaba en forma de un rígido sistema de selección.
A partir de su décimo año de vida la educación cultural de los jóvenes Leoran continuaba siendo común para todos, pero sus actividades físicas se volvían radicalmente distintas. Las niñas formaban grupos con otras maestras en rincones más apartados de la cueva dónde seguramente aprenderían los detalles más complejos de su cultura mientras que, para los niños, comenzaba su larga andadura hacia el futuro que habían dictaminado sus propias habilidades.
Aquellos menos aptos para el combate o la caza jamás tendrían la oportunidad de mejorar o esforzarse por cambiar, simplemente eran apartados de los mejores y dirigidos hacia tareas más artesanales. Una acción terriblemente injusta a ojos de Nyla, pero que para los Leoran suponía la única forma de aumentar la supervivencia de sus guerreros.
En las junglas en que vivían no había sitio para los que eran inferiores, ni tiempo para segundas oportunidades… solo había la muerte. Y para evitar esto las Leoran habían optado por redirigir los talentos de estos jóvenes menos aptos para el combate hacia otras áreas. Algo mucho menos cruel que la selección natural a la que de otra forma habrían tenido que enfrentarse en la jungla y, a la vez, enormemente más eficaz.
Con esto los Leoran no solo evitaban muertes innecesarias y maximizaba la eficacia de sus cazadores y guerreros, también se aseguraban de que cada uno de sus miembros hiciese aquello para lo que estaba mejor dotado por naturaleza. Lo que, por poco ético que pudiese resultar desde el punto de vista de alguien como Nyla, suponía uno de los mayores logros de la cultura Leoran y la explicación a muchas de las cosas que había visto. Entre ellas, el propio Gael.

-Así que aquí decidieron que no sería un guerrero. –Sonrió murmurando para sí mientras posaba su mirada en el rincón en que los niños trabajaban el barro de forma similar a la de Gael. –Parece que con él sí que acertaron, no me lo imagino con un arma en la mano. Pero…
Al tiempo que pensaba en esto, Nyla giró lentamente la cabeza buscando con atención algo más en aquella cueva y se detuvo observando a los niños que se preparaban para ser lo contrario que Gael.
-Y él… -Se preguntó buscando entre los pequeños a alguno que le transmitiese la misma sensación que el muchacho de ojos bicolores al que debía su libertad. -¿También aprendió aquí?. Es un guerrero, pero no es como ellos, es como si…

Algo llamaría de pronto la atención de la joven Shamshir interrumpiendo sus pensamientos antes de que pudiese dar con lo que buscaba. Un tirón, apenas lo suficientemente fuerte para que lo notase, pero al que sucederían otros de forma casi inmediata haciéndola volver rápidamente su atención hacia si misma.
A su lado había una niña Leoran de mirada esmeralda que tironeaba impaciente de su falda como tratando de decirle algo. Sus ojos mantenían el mismo aspecto felino que los de toda su raza, pero en ellos Nyla ya no veía amenaza alguna, solo la radiante vitalidad de aquella pequeña que la miraba impaciente esperando que le hiciese caso. Y, aunque sabía perfectamente que no la entendería, decidiría responderle con la misma sonrisa que hasta entonces había guardado solo para Gael en aquel poblado.

-¿Quieres algo pequeña?. –Preguntó inclinándose hacia la niña. –Yo no soy una de ellas, no creo que pueda ayudarte.

La voz de Nyla haría que la niña la mirase con cara extraña al no entender sus palabras, como si se sorprendiese de que no hablase su misma lengua. Un detalle que haría a Nyla darse cuenta de lo que se parecía a una Leoran ahora que vestía con su misma ropa, pero que no haría perder en absoluto aquel brillo de impaciencia a la pequeña.
Lejos de aceptar la excusa de la Shamshir, la niña tiró de nuevo de ella para conseguir que le hiciese caso y señalo hacia la entrada del túnel por el que ella acababa de llegar.

-¿Quieres salir?. –Creyó entender Nyla señalando ahora también al túnel con su mano para que la entendiese. –¿Es eso?. ¿Quieres que te lleve hasta fuera?.

Para alegría de la Shamshir, su gesto sí pareció ser suficiente para que la pequeña comprendiese lo que había dicho en esta ocasión y le respondiese asintiendo con la cabeza. Algo que alegraría a Nyla en un principio creyendo poder al fin ser útil y la llevaría a ofrecer su mano a la pequeña para llevarla fuera como quería, pero que pronto lamentaría al ver como una de las Leoran a cargo de los niños se acercaba inmediatamente a ellas
El temor a lo desconocido volvía a tomar cuerpo en la joven Shamshir al ver a aquella mujer acercarse. Ahora no era ya el temor a su raza, sino a unas normas que aún no acababa de entender y que temía haber roto sin darse cuenta al aceptar la petición de la pequeña. Aunque pronto se daría cuenta de que este temor era, como tantas otras veces desde su llegada a aquel poblado, totalmente infundado.
Lejos de enfadarse con ella o decirle nada, la Leoran miró a la niña con cierta sorpresa y, a continuación, se giró hacia el centro de la cueva para llamar a algunas de las mujeres más cercanas. Las cuales, curiosamente, repetirían la misma operación una tras otras extendiendo aquella llamada por toda la cueva hasta que toda la actividad de la misma se detuvo de golpe.
Como la todavía preocupada Nyla pronto notaría, sin embargo, esto no tenía ya nada que ver con ella y si mucho con el vacío que reinante en el resto del pueblo. La niña no era la única que quería salir, en realidad solo era la más impaciente de todos y no había podido esperar a que su maestra la guiase como a los demás hacia la salida de la cueva. Pero no para dirigirse hacia el centro del pueblo, sino a otra parte a la que tanto ellos como sus maestras estaban impacientes por llegar pues allí tendría lugar uno de los acontecimientos más importantes de su cultura.
Esto último sin embargo, era algo que la joven Shamshir desconocía por completo y no entendía en absoluto nada de lo que estaba pasando. Tan solo podía mirar como los niños se dirigían ordenadamente hacia la salida y, al cabo de un rato y varios tirones más de la niña, ceder también a su curiosidad para seguirlos a todos hacia aquel lugar.
Curiosamente, este era el mismo que había visto señalar también esa mañana a Gael mientras hablaba con el guardia y, aunque ella no lo sabía todavía, también el que Nanouk había elegido visitar en primer lugar el día anterior: las cámaras de entrenamiento.

El aspecto de la colosal bóveda inundada y su gigantesca runa aguamarina la dejarían boquiabierta nada más entrar tal y como ya habían hecho con la Harumar. Sobretodo por el extraño titileo de aquel símbolo de luz y agua, la sobrecogedora sombra de los enormes felinos de roca… y el susurrante murmullo que resonaba en su interior.
No había gritos esa mañana como los que Nanouk había escuchado el día anterior al entrar allí, ni tampoco golpes, chasquidos de armas o nada que pudiese indicar la verdadera función de aquel lugar. Solo el inalterable siseo de la catarata y los canales cayendo sobre un lago ahora totalmente en calma, como un espejo de azabache sobre el que las líneas de la runa brillaban con la vida de aquella planta.
Las cuerdas, las plataformas de madera y los troncos también habían desaparecido. Ya no había guerreros entrenando allí que las necesitasen, ni siquiera en el círculo interior de la catarata junto al árbol central. Pero esto era algo que Nyla no encontraría extraño sin embargo, después de todo ella no había estado allí antes y lo que más la sorprendería en su caso sería el comportamiento de los propios niños.
Todos se habían callado, algo extraño en un grupo tan numeroso de niños fuesen de la raza que fuesen, y miraban a la zona superior con algo a medio camino entre la expectación y un respeto que pasaba a convertirse casi en miedo en los más pequeños. De todas formas ninguno dudaría un segundo en hacia dónde continuar una vez allí y todos comenzarían a subir ordenadamente saltando de tronco en tronco o, en el caso de los más pequeños, en los brazos de sus maestras.
Arriba se encontraban el resto de los Leoran del pueblo, reunidos bajo la impasible mirada de aquellos felinos de roca sobre la gran plataforma con forma de anillo que pendía de las paredes y sus enormes garras. Lo que convencería a Nyla de que algo importante estaba a punto de suceder allí arriba, aunque esto no sería en absoluto suficiente para que se atreviese a subir por los resbaladizos troncos que hacían de escaleras.
Fuese lo que fuese Nyla tenía muy claro que jamás conseguiría subir por aquellos troncos sin acabar chapoteando en el lago, sobretodo con aquella pequeña sujetando todavía su mano, y se quedaría abajo junto a otros Leoran más rezagados. Algo que, irónicamente, no haría dicha niña cuya impaciencia la llevaría a soltarla finalmente y subir por su cuenta junto a los demás.

Quien no había tenido tantos reparos a la hora de ascender por aquella peculiar escalera, y aunque con más de un susto a medio camino, había sido Nanouk. La Harumar se había despertado bastante más temprano que Nyla y, al encontrarse también con el pueblo vacío pero más vigilado que nunca, había decidido seguir a los últimos Leoran que se dirigían hacia allí.
No había olvidado lo sucedido el día anterior, pero fuera se encontraba tremendamente incómoda con tantos guardias pendientes de cada movimiento que tenía lugar en el poblado y su curiosidad había sido más fuerte su cautela. Aunque desgraciadamente esto tampoco le había traído respuesta alguna, ni siquiera una vez sobre la misma plataforma que la mayoría de los Leoran.
Todos los cambios que habían tenido lugar en la cueva la sorprendían, especialmente el silencio y la tranquilidad que ahora daban a aquella sala una atmósfera completamente distinta. Pero ninguno explicaba el por qué de una reunión así.
Allí arriba estaba la mayor parte del poblado. Mujeres, hombres, guardias, guerreros, artesanos… incluso ellos. El extraño grupo de jóvenes que había visto el día anterior entrenándose tras la catarata también estaba en aquel lugar, y de nuevo parecían tan distantes y apartados de los demás como cuando los había mirado a través de la cortina de agua.
A diferencia del resto del pueblo, aquellos muchachos permanecían sobre la plataforma colgante de la bóveda y no sobre el anillo de madera que rodeaba su pared. No parecía importarles el agua que fluía entre sus pies hacia las lejanas aguas del lago, ni las miradas de los centenares de Leoran que los observaban en silencio. Tan solo estaban allí, quietos, esperando algo que Nanouk no entendía mientras el fluir del agua los mecía suavemente sobre el vacío haciendo oscilar las cadenas de las que pendía la plataforma.
Pero la Harumar si notaría un detalle que la mayoría de los Leoran parecían pasar por alto al mirarles. Mientras observaba a aquellos guerreros ahora inmóviles como si formasen parte de la misma madera, notaría la ausencia de uno de ellos y sus ojos se dirigirían casi de inmediato hacia el resto de la multitud para buscarlo. Aunque ni ella misma estaba muy segura de por qué.
Si se hubiese tratado de uno de los otros probablemente ni siquiera se hubiese dado cuenta de que faltaba, pero sabía que era él. El mismo muchacho de cabellos cobrizos que había rechazado el reto el día anterior y se había alejado justo antes de que ella saliese apresuradamente de la cueva. Y esto último era precisamente la razón de su interés en él.
De algún modo su comportamiento le recordaba a ella misma en Thalan, a sus continuas broncas con Maruk y su desprecio por las rígidas normas de lucha de los Harumar. Por eso había sido el primero al que había buscado nada más verlos y, ya fuese por pura afinidad o simple curiosidad, había continuado buscándolo ignorando a todos los demás. Hasta que…

-Ahí está. -Susurró Nanouk notando un extraño estremecimiento al dirigir sus ojos hacia la entrada, como si su cuerpo reaccionase a sus palabras… o a lo que estaba viendo.

El muchacho al que estaba buscando acababa de llegar a la cueva. Algo extraño tanto por lo tardía de su llegada comparada con los demás, como por la exactitud con que Nanouk había girado la cabeza hacia allí justo en el momento en que él entraba. Pero todavía estaba por suceder algo aún más desconcertante para la Harumar.
Casi en el mismo momento en que sus ojos se posaban sobre el guerrero, este detendría sus pasos de golpe y levantaría la cabeza para mirar hacia arriba. Pero no hacia la multitud, ni tampoco hacia sus compañeros… sino hacia ella.
No importaba la distancia que hubiese entre ambos, ni tampoco la multitud de Leoran entre los que ella se encontraba y que hacían completamente imposible que nadie pudiese verla desde abajo. Nanouk sabía que la estaba mirando a ella, y esto la ponía enormemente nerviosa. Aunque afortunadamente esto no duraría mucho.
Pasados apenas unos segundos, y para alivio de Nanouk, el muchacho volvió a bajar la mirada y se dirigió tranquilamente hacia uno de los laterales de la entrada. No solo llegaba tarde, además parecía no tener la menor intención de reunirse con sus compañeros y este se limitaría a apoyar la espalda contra una pared y cruzar los brazos esperando a que todo acabase.
Por desgracia para él, sin embargo, Nanouk no había sido la única que lo había visto entrar y otra de las presentes en aquella cueva no tardaría en acercarse a él. Pero esta no era ninguna de las dos extranjeras, sino una Leoran bastante mayor que este.
Tenía el semblante serio, prueba de que no le agradaba en absoluto la actitud del joven, pero en su mirada había también algo más. Como una sombra de melancolía que solo él podría haber entendido y que sería precisamente la única razón por la que le prestaría atención cuando esta se detuvo frente a él.

-Naer zeret?. –Preguntó en un tono bajo y pausado.

La respuesta del muchacho fue poco más que una mirada. Sus ojos de colores casi opuestos se abrieron para observarla por un segundo dejando que la runa de la bóveda se reflejase en las superficies magenta y celeste de sus pupilas y simplemente negó con la cabeza. A lo que la mujer respondería no dándose por vencida, sino mostrándose aún más seria que antes.

-Aranna cedao inaren. –Dijo ahora con voz firme al tiempo que señalaba con el dedo hacia una de las manos del muchacho. –¡Teruner!

Los ojos del Leoran se cubrirían de golpe de la misma melancolía que los de aquella mujer al escuchar esto. El brillo de sus pupilas se oscureció empañado por la sombra del pasado y este levantaría la mano a la que había señalado la mujer. Estaba vendada, aunque por la forma en que la movía era evidente que no precisamente por que estuviese herida, y este la miraría unos segundos en silencio. Hasta que, al fin, pareció tomar una nueva decisión.
Con el mismo silencio que hasta entonces, pero un intenso brillo en la mirada que haría sonreír ligeramente a la mujer, se separó al fin de la pared y tomó el mismo camino que antes habían tomado sus compañeros. Era tarde, pero nada había empezado todavía y en cuestión de segundos ascendió por la espiral de troncos, saltó a la plataforma central haciéndola mecerse ligeramente sobre sus cadenas, y ocupó un puesto en el círculo que habían formado los demás. Aunque no sin antes, eso si, recibir una desagradable mirada por parte del muchacho de melena azabache al que ya había dado la espalda el día anterior.

En ese momento, y como si hubiesen estado esperando precisamente a que el último de aquel grupo llegase junto a los demás, algo comenzaría también a moverse entre la multitud. Los Leoran que se agrupaban en la zona Norte de la plataforma se apartaron poco a poco para dejar paso a alguien y una comitiva formada por cinco mujeres se acercaría al borde de la misma.
Todas eran bastante jóvenes, la menor seguramente incluso más que la propia Nyla, y su aspecto bastaba para saber que estaban allí por una razón distinta a la de los demás. Cuatro de ellas vestían ropas mucho más llamativas que las de la mayoría, tanto por sus llamativos colores como por los adornos que cubrían sus muñecas, cuellos, tobillos y caderas en forma de delicados colgantes y pulseras de todo tipo. Pero incluso sus ropas palidecían en comparación con las de la quinta joven que caminaba entre ellas.
Era la mayor de las cinco jóvenes, probablemente de la misma edad que la propia Nanouk, y estaba claro con solo mirarla que era no solo una de las Leoran más importantes de la ciudad sino también una pieza clave para lo que iba a suceder allí esa mañana.
Tenía el pelo negro y brillante como la superficie del mismo lago, tan largo y liso que caía sobre sus hombros como una cortina de seda hasta más allá de su cintura y sus ojos eran del mismo azul que la propia runa. Algo que los hacía destacar aún más en un rostro de facciones suaves, adornado tan solo por una fina gargantilla de plata con la forma de una flor que pendía sobre su frente y el intenso color rojo sangre que teñía sus labios.
Este último era también el mismo color que había sido usado en todo su vestido. La tela era ligera, casi como un velo que flotase sobre su cuerpo en lugar de pegarse a él, y parecía sujeta solo por un par de finísimas cadenas de plata.
Una de ellas, la encargada de sostener la parte superior del vestido, rodeaba el torso de la joven justo unos centímetros por encima del borde de sus pechos combándose además entre ellos como si el más mínimo movimiento pudiese hacerla caer del todo. Y de ella, como una delicada cortina de seda escarlata, la seda carmesí del vestido fluía libremente hasta cerca de su ombligo cubriendo tanto sus pechos como parte de su espalda.
La otra cadena, la que sostenía la parte final del vestido y debía además cargar con más peso, pendía justo sobre la línea de sus caderas y se curvaba además en su parte central a causa de la falta de tensión y el peso de la tela. Algo que convertía la cintura de la falda en un pronunciado arco cuya parte central se encontraba varios centímetros más abajo que los laterales.
Al igual que la prenda superior, la falda sostenida por esta cadena estaba hecha además con aquella ligera tela carmesí y cada paso de la muchacha la hacía flotar en torno a sus piernas como un mar de sangre. Una corriente suave y casi etérea interrumpida solo por las piernas de la propia joven que se abrían paso entre ella a través de las dos aberturas frontales y traseras de la falda, y por el brillante tono azabache de su cola.
Aquel era precisamente el detalle que más había llamado la atención de Nanouk. De lejos podía llegar a confundirse a los Leoran con Harumar, o incluso con humanos, pero sus colas eran un detalle difícil de pasar por alto. Y aparentemente algo de lo que estaban orgullosos por la forma en que, lejos de ocultarla bajo el vestido, este último parecía estar diseñado precisamente para dejarla libre aún a costa de tener una cintura tan baja en su parte central que llegaba a insinuar las nalgas de la joven.
Pero Nanouk pronto encontraría algo más importante a lo que prestar atención que al aspecto de aquella muchacha. En cuanto ella llegó al borde del anillo de madera, el círculo formado por el extraño muchacho y sus compañeros se deshizo pasando a convertirse en un arco abierto hacia ella y la joven siguió adelante.
No esperó una pasarela ni nada parecido como Nanouk había esperado de alguien con un aspecto así, simplemente saltó con la misma agilidad que ya había visto mostrar a toda su raza y cayó sobre el gran disco de madera en que se encontraban los demás. Proceso que seguirían también sus cuatro acompañantes hasta que las cinco se encontraron frente al doble semicírculo formado por los guerreros.
En ese momento, la muchacha del vestido rojo se adelantaría de nuevo a las demás y se acercaría lentamente al grupo de Leoran hasta colocarse en el borde de su arco, justo a la misma distancia de todos ellos. Una prueba más para Nanouk de que ella era el centro de aquella ceremonia, aunque todavía no comprendía del todo por qué. Pero sí comprendería lo que sucedería a continuación, quizás mejor incluso que muchos de los Leoran allí presentes.

Lejos de decir una sola palabra, la muchacha inclinó ligeramente la cabeza hacia ellos cerrando al mismo tiempo los ojos por un segundo y todos responderían de inmediato en la misma forma. Todos, esto es, menos el mismo que Nanouk ya sabía que no lo haría: el muchacho de cabellos color cobre.
Esto le ganaría de inmediato una desagradable mirada por parte de uno de sus compañeros, concretamente el mismo que el día anterior le había retado sin éxito, pero no sería él quien dijese nada en ese momento.

-Naer souret tar eiret. –Dijo la muchacha del vestido escarlata, hablando con una voz tan delicada como su rostro mientras sonreía con los ojos fijos en los del único que no había respondido a su saludo.
-Te nar maare. –Respondió el muchacho levantando su mano vendada y mirando de nuevo al dorso de la misma con ojos tristes. –Te nar maare Aranna.

Ni Nanouk, ni siquiera los compañeros del propio joven pese a que ellos sí podían entender sus palabras, comprenderían en absoluto el por qué de su comportamiento una vez más. Pero ella sí lo haría, aquella muchacha parecía saber lo mismo que la mujer que lo había convencido para subir y le respondería con una comprensiva sonrisa antes de regresar junto a sus acompañantes.
Terminado su saludo, parecía que había llegado la hora de empezar lo que todos habían ido a ver allí aquella mañana y tres de las jóvenes se acercarían inmediatamente a los guerreros. La cuarta, por su parte, acompañaría a la muchacha del vestido rojo hasta el centro justo del disco de madera y, mientras los guerreros tomaban el arco, las dos flechas y la cuerda que les ofrecían las tres jóvenes, comenzaría con su parte de la ceremonia.
A diferencia de sus compañeras ella no portaba arma alguna, solo un pequeño y brillante brote de aquella planta luminosa que aún centelleaba entre sus manos con el agua que contenía. Y su tarea sería simplemente sostenerla sobre una de las manos de aquella muchacha para, a continuación, abrir con una de sus garras una pequeña hendidura en la parte inferior y dejar caer el brillante líquido sobre la misma.
La joven permaneció inmóvil hasta que la última gota cayó en el pequeño cuenco formado por su mano. Con los ojos cerrados como si los nervios empezasen a pasarle factura mientras, a su alrededor, el círculo de guerreros volvía a formarse y todos le daban la espalda girándose de golpe y al unísono hacia el exterior.
En ese momento llegó su turno. En cuanto la luz de la planta brilló por completo sobre su mano y ya no en el interior del pequeño brote, ella misma levantó su otro brazo haciendo sisear las cintas de seda que colgaban entre su muñeca y su hombro, pinchó con una de sus garras el dedo anular de la mano que sostenía el agua… y esperó.
Al igual que todos los allí presentes, incluidas las dos extranjeras que aún los miraban asombradas, esperó inmóvil a que la naturaleza hiciese su trabajo y que su sangre manase poco a poco de la herida. Hasta que, cuando al fin fue demasiado grande para sostenerse sobre la yema de su dedo, la pequeña goda carmesí que se había formado se deslizó lentamente hacia su palma y se fundió con el agua.
Al instante el brillo de la sabia cambió de color. La pálida luz azulada se convirtió en su mano en un intenso fulgor carmesí reflejado en los claros ojos de la joven y los guerreros reaccionaron de nuevo. Todos ellos a la vez, con tal sincronización que parecía imposible pensar que no fuesen un único ser mientras cogían una de las flechas, rasgaban con ella la palma de sus manos hasta cubrir de sangre el metal de la misma, i dirigían sus ojos hacia las paredes.
Ella continuó también en ese momento. Sus ojos volvieron a cerrarse mientras sus labios murmuraban palabras más antiguas que aquel poblado, su mano se volcó dejando que la sabia se deslizase como un hilo de luz escarlata hacia la plataforma, y el agua hizo el resto.
En cuanto la sabia de la planta tocó la corriente que corría entre sus pies esta se dispersó de golpe en todas direcciones. Formando un anillo de luz carmesí que se abriría velozmente hasta alcanzar los bordes del disco de madera y descendería por la catarata hacia el lago tiñendo de rojo la luz del mismo árbol a su paso.
Pero aquello no terminaría allí. La sabía de la planta, ahora teñida por el vibrante rojo de la sangre de aquella muchacha, no se disolvería siquiera al alcanzar el lago y se esparciría por su superficie como un gran anillo carmesí. Alejándose rápidamente de la catarata conforme el agua lo empujaba hacia las paredes y, finalmente, alcanzando a las plantas de las mismas. Y sería entonces cuando empezaría la verdadera ceremonia.
Las raíces acuáticas de las plantas absorbieron la sabia de su hermana con mucha más velocidad que el agua, la tomaron en sus tallos tiñéndose ellas mismas con aquella luz escarlata y un anillo de luz carmesí comenzó a ascender por las pareces siguiendo las líneas de la runa.
Al mismo tiempo los guerreros volvieron a moverse, sus arcos se levantaron apuntando a la pared, sus miradas se clavaron en los brillantes tallos de las plantas que formaban la runa mientras sus pupilas reflejaban ahora el símbolo carmesí en que esta se había transformado y siguieron el ascenso de la sangre sin apenas pestañear. Usándola a la vez como señal, y como guía para distinguir las corrientes por las que el agua fluía por aquella planta hacia la cima de la bóveda.
Y sería allí, justo en la parte superior de la enorme cúpula de roca, dónde el anillo de sabia carmesí se reuniría una vez más deslizándose por los tallos de cada planta hasta fundirse en un nuevo retoño de aquella extraña planta. Un pequeño árbol de apenas dos metros de altura todavía que pendía boca abajo del techo de la cúpula y por el que la sabia correría de nuevo hacia abajo. Hacia su copa y el pequeño capullo que, para sorpresa tanto de Nanouk como de Nyla, pendía de su rama más alta.
Los brazos de los guerreros se tensaron en ese instante al tiempo que sus ojos se clavaban en el lugar que habían elegido, los ojos de la doncella se levantaron hacia el techo junto a los de los centenares de Leoran que los observaban sabiendo ya lo que estaba a punto de pasar… y todo comenzó.
La sangre de la joven alcanzó el capullo convirtiendo su pálido tono azul en un intenso brillo escarlata, la flor se abrió de golpe como alimentada por ella hasta convertirse en una hermosa rosa de luz carmesí, y todos los guerreros se movieron de nuevo al unísono soltando sus flechas.
Aquella era la señal que habían estado esperando, el inicio de su verdadera participación en la ceremonia, y el silbido de sus flechas sería el primer aviso de lo que estaba por venir. Todos se moverían de pronto mucho más rápido, rompiendo su perfecta coordinación para pasar a competir en velocidad unos con otros mientras sus manos cogían la otra flecha, ataban la cuerda a su extremo y la lanzaban a la base del árbol que pendía del techo.
La sangre de las primeras flechas comenzaría entonces a teñir las ramas de la planta. Como pequeñas corrientes escarlata que partían de los puntos a que habían disparado mientras ellos sujetaban las cuerdas y se lanzaban al vacío sin destino aparente. Pero Nanouk pronto comprendería que no era así.
Era una guerrera y solo con mirarlos podía ver algo que a Nyla se le escapaba: la competición. Aquellos muchachos ya no estaban participando en ninguna ceremonia, estaban compitiendo por algo y en cuanto los vio sujetarse a la runa justo donde habían clavado sus flechas y arrancar estas últimas, comprendió cómo.
Cada guerrero no había disparado al azar, había usado el fluir inicial de la sangre de la doncella para elegir un camino y ahora lo habían marcado con la suya. Y su objetivo era precisamente seguir ese camino para llegar arriba, corriendo por la misma pared mientras se apoyaban en la cuerda y en los surcos de la runa para seguir el trazado de su propia sangre. Aunque no todo era tan sencillo.
Como la sorprendida Nanouk pronto comprobaría, aunque la agilidad y equilibrio de los Leoran eran incomparables y podían casi correr horizontalmente sobre las paredes sin más apoyo que la cuerda, la planta era caprichosa y pronto se encontrarían con dificultades.
Las corrientes desaparecían a veces en la montaña cuando la planta se deslizaba por una grieta para reaparecer más abajo, más arriba o incluso en el otro lado de la bóveda. Muchas veces demasiado lejos para que pudiesen alcanzarlas de un simple salto sin perder el equilibrio. Y aquí empezarían a verse las diferencias entre unos y otros al no poder tocar la pared en ningún lugar que no fuese el marcado por su sangre.
Algunos caerían conforme empezaban a subir al no poder alcanzar de nuevo la pared y acabarían en el lago, otros se retrasarían al tener que saltar hacia el centro de la cueva con la cuerda para volver a posarse en otro lugar, hasta que solo dos parecerían ser capaces de mantener el ritmo y no quedarse atrás. Exactamente los mismos que Nanouk había estado siguiendo desde el principio y que ya había supuesto que serían los verdaderos protagonistas de aquella competición.
Ambos habían empezado en extremos opuestos de la bóveda, como si desde un principio tratasen de evitarse, pero la joven Harumar sabía que ninguno de los dos había perdido de vista al otro por un solo instante. Tanto el muchacho de cabellos color cobre y mano vendada como el guerrero de hombreras en forma de garra y melena azabache eran guerreros igual que ella. Y la rivalidad que había visto en los ojos de este último era más que suficiente para que supiese que harían cualquier cosa por vencer al otro fuesen cuales fuesen sus verdaderas razones.
Por eso ni siquiera se sorprendió al verles sobresalir entre los demás, ni tampoco al darse cuenta de que aún eran los únicos que mantenían en sus bocas la flecha que habían lanzado originalmente a la pared. Aunque las cosas pronto se torcerían también para el joven de cabellos más claros.
Tras un largo salto lateral por la curvada pared de la bóveda para alcanzar el flujo carmesí creado por su flecha, este había tenido que detenerse al ver como las ramas de la runa se hundían en una grieta y otras distintas continuaban el trazado que él había seguido. Algo que lo obligaría a sujetarse con uno de sus pies a una de las ramas y tensar el brazo con que sostenía la cuerda al tiempo que se inclinaba hacia atrás buscando la salida de aquellas ramas. Pero solo para ver con preocupación como estas reaparecían cerca de diez metros por encima de su cabeza, justo en el principio de la parte vertical de la bóveda y dónde él ya no podía alcanzarlos.
Visto esto, su única opción era ascender por la cuerda como hacían hecho los demás, pero esto era demasiado lento y pronto pensaría en otra forma mejor de seguir adelante. Un rápido vistazo hacia su rival le bastaría para darse cuenta de que no era el único en su situación, después de todo ninguno de los dos había elegido su camino al azar y ambos conocían tan bien el suyo propio como el del otro. Lo que haría que los dos supiesen qué hacer de inmediato y de nuevo reaccionasen al unísono.
No necesitaron avisos, ni señales ni nada parecido. Tan solo flexionaron ambas rodillas tensando sus músculos, sujetaron con fuerza la cuerda… y se lanzaron con todas sus fuerzas hacia el centro de la bóveda.
Los dos volaron acercándose a la vez al centro mismo de la cueva, volcaron todo su peso hacia el mismo punto asegurándose de seguir la misma dirección que el otro pero en sentido opuesto y, cuando estaban ya a punto de encontrarse tal y como habían planeado, giraron sobre el eje de la cuerda apuntando sus pies hacia los del otro. Algo que Nanouk tomaría como un intento de ataque en un principio, pero que no tardaría en entender como algo muy distinto.
Ninguno de los dos jóvenes intentaba derribar al otro, no todavía al menos, lo que querían era usarse mutuamente para continuar adelante. Y lo harían de la forma más impensable posible para la Harumar: convirtiéndose cada uno en la pared que el otro necesitaba para subir.
El encuentro entre ambos no fue un choque violento como Nanouk esperaba, sino un golpe seco y calculado que las rodillas de los dos jóvenes amortiguarían a la perfección. Ninguno de los dos empujó al otro, ni siquiera se balancearon lo más mínimo a pesar del encontronazo, tan solo quedaron colgando de ambas cuerdas con las plantas de los pies de uno apoyadas en las del otro en un equilibrio casi imposible.
Entonces el peso de sus acciones cambiaría de nuevo. La fuerza y la tensión que hasta entonces había recaído en sus piernas fluyó hacia sus brazos, sus músculos se tensaron sujetando la cuerda con fuerza y ambos comenzaron el ascenso una vez más. Tirando de la cuerda hacia ellos con ambas manos para izarse al tiempo que sus pies los seguían hacia arriba con total sincronización. Mano tras mano, paso a paso en movimientos simultáneos que se hicieron cada vez más rápidos, más precisos, hasta que ambos parecieron correr literalmente sobre los pies de su rival en dirección al árbol izados por la fuerza de sus brazos.
Por espectacular que esto resultase, sin embargo, tenía un problema que los dos ya sabían. Si continuaban así ambos llegarían al mismo tiempo hasta la flor, el objetivo último de aquella competición, y si de algo estaban seguros era de que ninguno compartiría con el otro la victoria.
Por eso, y de nuevo sin más señal entre ambos que una simple mirada, cuando estaban ya a apenas tres metros del árbol su carrera se interrumpiría de golpe. Ambos doblarían a la vez las rodillas impulsándose mutuamente hacia lados opuestos y volarían una vez más hasta sujetarse esta vez al techo de la bóveda dónde su sangre volvía a fluir junto a la de los demás en dirección al pequeño árbol.
Estaban a cinco metros del árbol, demasiado lejos para saltar hasta él impulsándose solo con sus manos y la cuerda ya no les ayudaría estando tan cerca de su origen, por lo que solo les quedaban dos opciones. Avanzar por las ramas de la planta colgando solo de sus brazos hasta llegar al árbol, o intentar usar de nuevo al otro para ganar altura.
De nuevo una de las opciones era más segura y lenta que la otra, y de nuevo los dos jóvenes optarían por la más rápida. Esta vez no había colaboración entre ambos, solo pura competición y los dos se mirarían fijamente antes de soltarse una vez más de la pared. Estaban cansados tras el enorme esfuerzo de aquella carrera vertical y ambos jadeaban ostensiblemente, pero solo quedaba el último paso, solo un esfuerzo más, y no tardarían en darlo.
Con el mismo ímpetu que antes los dos se descolgaron dejándose caer con sus cuerdas hacia el centro de la cueva y, a diferencia de la vez anterior, lo hicieron cara a cara y no buscando los pies del otro. Pero uno de ellos no lo haría exactamente de la misma forma que el otro.
Antes de lanzarse hacia su rival, el muchacho de melena cobriza había dado una vuelta a la cuerda alrededor de su cintura como si tratase de evitar no caerse. Un detalle que su adversario pasaría por alto y tomaría como un acto cobarde por su parte, pero que pronto lamentaría no haber tenido en cuenta.
En el instante en que ambos estaban a punto de encontrarse y los puños del joven de cabellos más oscuros se preparaban ya para descargar el primer golpe, su rival soltó la mano con que sostenía la cuerda y desapareció de golpe frente a él. Pero no porque hubiese caído, sino simplemente porque al hacer esto su cuerpo había girado siguiendo la vuelta que él mismo había dado a la cuerda y le había permitido sostenerse justo bajo su adversario. Momento que aprovecharía para sujetar uno de sus pies con su mano, impulsarse hacia arriba aprovechando el impulso con que se había lanzado desde la pared y, tras caer sobre su espalda, saltar directamente hacia el árbol arrojando al mismo tiempo a su adversario al vacío.
Entonces se escucharía el primer grito de toda la ceremonia. Pero no sería de un grito de miedo, sino de pura rabia mientras el muchacho de cabellos más oscuros caía hacia el lago y se hundía en sus aguas para salir rugiendo unos segundos más tarde. Mientras, en la cima de la bóveda, su rival pendía de una de las ramas del árbol sujeto tan solo con uno de sus brazos y haría al fin lo que todos estaban esperando.
Tras unos segundos esperando a que los últimos hilos de sangre alcanzasen la flor, tomó la flecha que aún sostenía en la boca, cortó con ella el tallo de la flor y regresó a su cuerda para descender por ella hasta la plataforma colgante dónde ya lo esperaban los demás. Momento en que Nanouk había esperado algún tipo de recibimiento por parte de la multitud a su vencedor, pero sin embargo esta seguiría todavía en silencio como si esperase algo más. Y así era.
En cuanto el muchacho llegó a la plataforma, sus compañeros volvieron a formar un semicírculo a su espalda y las cuatro jóvenes retrocedieron también dejándolo solo con la Leoran del vestido carmesí. Ahora ellos eran los únicos que parecían importar en toda la cueva, los únicos a los que miraban los centenares de Leoran allí reunidos, e incluso Nanouk podía hacerse una idea de qué debía suceder con aquella flor y la joven Leoran.
Por eso no se sorprendería ya al ver como el muchacho caminaba hacia ella y la joven alargaba la mano para recibir la flor. Pero sí lo haría, como también lo harían todos los allí presentes salvo la propia muchacha, cuando el guerrero pasó a su lado ignorándola por completo y le dio la espalda para dirigirse hacia el borde de la plataforma.

-¡Ikiba!. –Gritó en ese momento el joven de melena azabache, aparentemente furioso no solo por la derrota sino por el desdén que su compañero acababa de hacer a aquella joven.

El muchacho se detuvo al escuchar su nombre y, por un momento, parecería estar a punto de darse la vuelta, pero tan solo se giraría un poco para volver a mirar a aquella chica. Los ojos de la joven no mostraban furia, ni malestar, al contrario, seguía sonriendo de la misma forma y sería ella quien se giraría hacia el otro muchacho para indicarle con una mano que no interfiriese.
Hecho esto, ella misma se dio la vuelta y observó junto a los demás como el vencedor de aquella ceremonia se detenía al borde de la plataforma extendiendo su mano, y con ella la flor, hacia el vacío. Los delicados pétalos de la rosa de luz brillaban aún sobre la palma de su mano y, junto a ellos, una débil luz azulada parecía asomar bajo la venda en el dorso de la misma, pero esto serían apenas unos segundos. Los que él tardaría en dirigir su mirada hacia el lago, murmurar algo que solo él comprendería… y dejar caer aquella flor.
Nanouk no pudo contenerse en ese instante. La imagen de aquel muchacho venciendo a todos sus compañeros para conseguir la flor y, a continuación, tirarla así al lago ante la estupefacta mirada de los demás era demasiado para alguien como ella y no podría evitar reírse. Aunque pronto lo lamentaría al ver como, nada más oírla, todos los Leoran que la rodeaban clavaban sus miradas en ella sin compartir en absoluto su humor.
Lo que de nuevo la haría callarse y retroceder disimuladamente hasta la parte más alejada de la plataforma para que nadie se fijase en ella. Algo no muy difícil ya que todos estaban demasiado pendientes todavía de lo que sucedía en el centro de la cueva como para fijarse mucho en ella.
El preciado trofeo de la ceremonia cayó a las oscuras aguas del lago, flotó suavemente durante unos segundos ante los sorprendidos ojos de todos los presentes que aún no parecían ser capaces de asumir lo que estaba pasando, y se hundió. Desapareció rápidamente en las profundidades del lago como si este intentase devorar su luz escarlata hasta que, al fin, dejó de verse y la atención de todos regresó a la plataforma.
Allí las cosas aún no habían terminado. La ceremonia tenía un propósito y, aunque aquel muchacho no parecía tener ya nada que ver con él, la muchacha a la que debería haber ido dirigida esa flor todavía tenía algo que hacer. Aunque en su caso ya no era ninguna competición sino, como Nanouk pronto notaría, una elección.
Con la misma calma y suavidad con que había actuado hasta entonces, la joven Leoran se acercó al semicírculo de guerreros y los miró uno a uno como si buscase algo. Aunque ella ya sabía perfectamente lo que buscaba, de hecho lo había sabido incluso antes de hacer nada de aquello, y no tardaría en detenerse frente al joven cuya melena tenía el mismo tono azabache que la suya.

-Wa eto nar ledire. –Dijo sonriendo al tiempo que señalaba con una mano hacia si misma y, a continuación, apuntaba con ella hacia el árbol del techo sacudiendo la cabeza. –Naer et ceria.
-Ikiba et inaren. –Respondió el muchacho bajando la cabeza y señalando al joven de cabellos cobrizos.
-Zaer. –Asintió la muchacha sin perder su sonrisa. –Dat wa eto ledire dae.

Dicho esto, y para sorpresa del propio joven con el que estaba hablando, la Leoran alargó la mano hacia él y se la ofreció con una sonrisa. Algo que de nuevo pondría en vilo a toda la multitud pues ellos, a diferencia de Nanouk, sabían lo que aquel gesto significaba y esperarían casi sin respirar a que sucediese al fin lo que esperaban.
El muchacho no los defraudaría esta vez. Con una sonrisa solo comparable a la de la joven, tomó la mano de esta en la suya y dejó que ella tirase de él hasta llevarle al centro de la plataforma con ella.
Nanouk comenzaría a entender entonces todo lo que había estado pasando, así como las palabras y los gestos de aquella Leoran. Había presenciado la elección de alguien, todavía no sabía quien, pero seguramente alguien muy importante para el poblado por la forma en que todos se habían reunido allí para verla. Pero esta elección no se basaba solo en la competición que había tenido lugar entre los guerreros Leoran.
Era ella, aquella joven de vestido y labios carmesí, quien tenía la última palabra para elegir a su compañero, no la flor por la que todos habían competido. En algunos casos seguramente ambas cosas coincidiesen, después de todo el vencedor demostraba ser el mejor entre sus mejores guerreros y sería la elección más lógica, así como la más atractiva para una joven que no tuviese clara su elección. Pero no aquella vez.
Ella ya sabía a quien quería como compañero, como también sabía que aquel muchacho de cabellos color cobre no competía por entregarle la flor a ella, por eso no se había sentido despreciada por su gesto. Él no era una elección posible ya desde el principio, solo alguien que competía por algo muy distinto, y al tirar la flor al lago no solo había cumplido con lo que él quería sino que también le había facilitado a ella las cosas.

Para el joven elegido, sin embargo, el gesto de su compañero y su derrota no eran sino una dura puñalada en su orgullo que seguramente tardaría en olvidar. Él no parecía saber lo mismo que ella sobre aquel muchacho, o si lo sabía al menos estaba claro que para él no era justificación alguna, por lo que le tocaría a ella sanar esas heridas y demostrarle que no era solo una segunda elección.
El primer paso para esto ya había sido dado como probaba la sonrisa con que el joven había tomado su mano. No hacía falta saber mucho sobre los Leoran para darse cuenta de que la rabia del muchacho no había venido solo por la derrota, sino por lo que podía haber perdido con ella, y su mirada apenas parecía poder desviarse de los claros ojos azules de la joven. Algo que ella premiaría en unos segundos con un suave susurro, unas palabras dirigidas ya solo a él y que cerrarían su elección mientras la última parte de la ceremonia comenzaba a su alrededor.
Dos de las acompañantes de la joven se acercarían a ambos portando cada una un pequeño pañuelo carmesí sobre el que descansaban dos emblemas de plata. Ambos exactamente idénticos, con la forma diminuta garra rodeada por una enredadera de oro que hacía a la vez de pinza con la que sujetarlos al pelo de sus futuros dueños.
Era un detalle curioso desde el punto de vista de Nanouk, muy parecido al que los humanos sabía que utilizaban en sus ceremonias de unión, aunque ellos intercambiasen anillos en lugar de aquellos colgantes. Pero por el cuidado con que cada uno se lo colocaría al otro en el pelo y sus sonrisas, estaba claro lo que significaban.
Y no solo se trataba de ellos. Ahora que había visto aquello, sus ojos se volverían por un momento hacia el resto de Leoran y podría ver como cada pareja parecía portar un símbolo propio. Todo lo contrario que los más jóvenes que, en su mayoría, tenían el pelo suelto o atado con simples cintas pero nunca con un emblema así a menos que tuviesen una pareja.
De todas formas Nanouk no tendría mucho tiempo para pensar en esto puesto que, en el momento en que ambos se ponían los broches, toda la cueva estallaría al fin en un grito de júbilo animando a la joven pareja mientras el resto de guerreros aplaudían visiblemente felices con el resultado.
Todos, una vez más, menos aquel que había rechazado ese mismo honor hacía unos minutos y no tardaría en descender de nuevo hasta el lago para salir de la cueva cuanto antes. Allí ya no tenía nada que hacer y sabía por la sonrisa de ambos jóvenes que las cosas estaban mejor así, solo le quedaba regresar a su rincón de siempre y esperar que le dejasen en paz una vez más.
Antes de salir, sin embargo, sen encontraría todavía con alguien más justo frente a la salida de la cueva. Una de las extranjeras que esa mañana se habían reunido allí con ellos y que, ahora, le dirigía una sonrisa tan extraña como agradable.

-Enhorabuena. –Lo felicitó Nyla diciendo lo único que se le ocurría en aquel momento.

El muchacho no la entendió como de costumbre, pero su sonrisa parecía bastarle y la joven se ganaría la misma reacción de siempre. Una cariñosa palmada en la cabeza como la que alguien le daría a una niña pequeña por haber sido buena y que, de haber sido otro, probablemente le habría sentado bastante mal.
Curiosamente, sin embargo, con aquel Leoran esto no le resultaba en absoluto desagradable. Al contrario, sentía casi como algo normal que él la tratase así, aunque ni ella misma podía explicar muy bien por qué. Pero era más que suficiente para hacerla sonreír mientras decidía también volver al poblado.
Allí ya no quedaba nada que ver y, como pronto notaría, los Leoran empezaban a bajar ya del anillo superior, por lo que prefería evitar a la muchedumbre y salir de allí cuanto antes.

Lo que ella no sabía, sin embargo, era que no había sido la única que había seguido a aquel muchacho con la mirada. Nanouk no estaba interesada en absoluto en aquella ceremonia por importante que fuese, pero aquel joven atraía cada vez más su atención por su forma de actuar y esto la había llevado a seguirle hasta la salida. Momento en que, para su sorpresa y alegría, había dado al fin con aquello que había decidido buscar el día anterior:

-Nyla… -Murmuró para sí entrecerrando los ojos. –Así que también está viva, ¡lo sabía!.

Dicho esto, la Harumar emprendió inmediatamente el camino de vuelta decidida a alcanzar cuanto antes a la Shamshir y, aunque tardaría más de lo esperado en bajar debido al dolor con que su pierna aún acusaba el esfuerzo de la subida, pronto se encontraría también fuera siguiendo los pasos de Nyla.
Magnifico capitulo. La trama dentro del poblado parece ir poco a poco aclarandose... supongo que a este paso estas chicas ni aprenden el idioma ni locas..

por favor por favor... dime que no te queda mucho por describir... es que macho, eres detallista hasta el extremo. [esperemos a las escenad de cama :P]

La batalla aerea.... que quieres que diga... la verdad es que me lo imagine a lo matrix.... asi que ya sabes tus leorans llevan gabardinas negras y gafas a juego... a demas de ir por ahi con pastillitas de colores....
Mucho por escribir.... hombre, si dijera que la historia en si aún no ha empezado como lo verías?XD
2 respuestas