El beso de los espiritus. Capítulo 4: Las lágrimas de un guardián.

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Capítulo 4: Las lágrimas de un guardián.


Thalan despertó bajo el ronco tronar de sus campanas una vez más. La orgullosa ciudad blanca del Ármir volvía a vibrar con la voz de bronce de sus torreones y sus habitantes respondían poco a poco a la alarma. Las gentes de la ciudad lo hacían con miedo, temiendo el significado de aquella nueva llamada de alerta; Los soldados con valor, corriendo hacia sus puestos decididos a afrontar el deber que les había sido encomendado. Pero esa mañana el corazón que latía con más fuerza en respuesta al sonido de las campanas no era el de ningún humano, sino el de un Harumar.
Cuando Luciora entró corriendo en el cuarto de su guardián para despertarlo se encontraría con alguien completamente diferente al amigo que conocía. Una criatura de ojos brillantes cargados de emociones, rostro marcado por las evidentes secuelas de una noche de desvelo y con los cabellos alborotados dándole un aspecto que poco tenía que ver con la elegancia característica del joven.
No era la primera vez que su guardián presentaba un aspecto tan desaliñado, al contrario, más de una vez lo había visto incluso peor tras disfrutar en exceso de la noche de Thalan. Pero sus ojos… Luciora jamás había visto aquel brillo en las pupilas de su amigo, ni tampoco en los de ningún Harumar hasta entonces, pero había algo en ellos que lo hizo temblar por un segundo. Como si por primera vez se diese cuenta de que no era humano.
Nobu sin embargo pareció ignorarle por completo. El joven Harumar saltó de la cama como un rayo arrojando a un lado la única sábana que cubría su cuerpo aún desnudo, recogió la ropa que esa misma madrugada había desperdigado por el suelo antes de dejarse vencer por el sueño y salió de la habitación a toda prisa. Sin palabras ni un solo gesto hacia Luciora, como si no hubiese notado que estaba allí. Aunque el joven de cabellos más oscuros sabía perfectamente que no era así.
En aquellos momentos su guardián simplemente no tenía sitio en su corazón para nada que no fuese su hermana. Luciora lo sabía de sobra, había visto la preocupación durante todo el día anterior en el rostro del joven desde que ambos se habían enterado de la partida de Nanouk, y también esa misma noche mientras esperaban inútilmente un mensajero que no llegaba. Por eso no intentó siquiera decirle nada. Ahora la preocupación que hasta ese instante había devorado el corazón de su amigo se había transformado en algo distinto, en un sentimiento mucho más básico que lo movía por encima de cualquier cosa: en rabia.
Por eso nada ni nadie podría haber impedido que Nobu llegase esa mañana hasta las puertas de Thalan para recibir al explorador mandado en busca de noticias sobre el fuerte. Ni siquiera las docenas de soldados que, como cada vez que estas se abrían, se agrupaban ya frente a la entrada formando un amplio semicírculo para recibir al jinete y al carruaje que lo seguía.
Los animales entraron despacio en la ciudad, extenuados hasta el límite como probaban las gotas de sudor cubriendo sus cuerpos y resbalando para acabar sobre las blancas piedras de Thalan. Y sin embargo ellos no eran quienes presentaban peor aspecto en aquella comitiva.
Los dos jinetes que los montaban ni siquiera habían levantado la cabeza ante el saludo marcial e imperturbable de los dos halcones en la entrada. Sus yelmos estaban cerrados, sus ojos clavados en el suelo como si temiesen mirar a los compañeros a los que debían traer esperanza con sus noticias y ni siquiera tenían el ánimo suficiente para seguir aferrando las riendas. Avanzaban tambaleándose sobre las sillas, con los brazos colgando lánguidamente a cada lado de sus cuerpos y nada que los llevase hacia delante salvo la voluntad de los propios caballos. Y por suerte estos últimos no necesitaban que nadie los guiase.
Los tres animales conocían su hogar tan bien como sus jinetes y sus pasos serían lo único que se oiría en la plaza durante unos segundos en cuanto las campanas dejaron de sonar. Ahogándose poco a poco entre las filas de soldados que observaban con una mezcla de temor y preocupación el aspecto de sus compañeros en espera de una orden por parte de sus superiores. Algo que no llegaría ya a producirse puesto que, en el momento en que un caballero se adelantaba al fin hacia el primer jinete, Nobu llegó también a la plaza.
Los soldados que lo vieron acercarse se apartaron con la marcialidad de costumbre reconociendo al Harumar incluso con aquel descuidado aspecto; Y los que no lo hicieron fueron apartados de su camino de empujón sin el menor miramiento. En esta ocasión Nobu no estaba allí como guardián de Luciora, sino como el hermano de alguien de quien aquellos mensajeros debían traer noticias y no tenía tiempo ni paciencia para formalidades. Pero no todos los que se habían reunido en aquella plaza serían tan permisivos con él como los soldados.
-¡Alto!. –Lo detuvo un caballero nada más verlo atravesar la línea final de soldados con la intención clara de seguir hacia los recién llegados. -¿A dónde crees que vas?.
-Fuera de mi camino. –Respondió Nobu deteniéndose solo cuando el caballero se colocó justo frente a él impidiéndole el paso.
-No tientes tu suerte, Harumar. –Le advirtió el caballero apuntando el extremo de su espada hacia él en respuesta al desagradable tono en que le había hablado. –Esto es un asunto del ejército, los de tu clase no tenéis nada que hacer aquí.
La respuesta de Nobu ante aquellas palabras fue tan inesperada como contundente. Ante las sorprendidas miradas de los soldados, el joven Harumar levantó una mano hasta sujetar con ella el afilado extremo de la espada, la apretó con fuerza como si no le importase que el metal se hundiese en su carne y desvió por un instante sus ojos del jinete para posarlos sobre el caballero.
-Te he dicho que te apartes.
Aquellas palabras y la furiosa mirada del Harumar alertarían al caballero de que algo no iba bien, pero ya era tarde. Antes de que pudiese reaccionar Nobu dio un seco golpe hacia delante con el brazo que aún sostenía la espada y el caballero cayó al suelo golpeado por la empuñadura de su propia arma. Más dolido en su orgullo que en su rostro gracias al yelmo que lo cubría, pero aún así lo suficientemente aturdido para que Nobu pudiese seguir adelante.
Aquel, sin embargo, no era el único caballero que se encontraba junto a las puertas en ese momento. Al ver el ataque a su hermano de armas otro de los caballeros humanos había entrado inmediatamente en el círculo de soldados dispuesto a dar una orden para detener a Nobu y había desenvainado ya su espada. Pero antes de que pudiese hacerlo Luciora llegaría al fin allí, y no lo haría solo.
-¡Dejadle!. –Ordenó la voz seria y autoritaria de un general mientras se adelantaba junto al Shamshir rompiendo con su armadura escarlata la uniforme línea de acero de los soldados. –Esto nos incumbe a todos.
Nobu se detendría también por un segundo al escucharlo y volvería su mirada hacia Luciora, agradeciendo sin palabras su presencia mientras soltaba el arma del caballero y bajaba la mano. La sangre corría por sus dedos goteando lentamente sobre las blancas rocas de Thalan como prueba del daño causado por la espada, pero aún así el joven guardián no tardaría en continuar su camino hacia el jinete que ya había bajado del primer caballo.
-¿Dónde están los demás?. –Preguntó secamente.
Los ojos del explorador lo miraron por un segundo como si fuera a decir algo, pero no fue capaz. Tal y como había hecho durante su entrada a la ciudad, el muchacho que se ocultaba tras aquella armadura de soldado bajó la cabeza mirando tembloroso al suelo y trató de evitar la mirada del Harumar. Pero esto no era algo que Nobu estuviese dispuesto a permitirle en aquel momento, ni siquiera al ver el miedo que velaba los ojos de aquel chico a través de su yelmo y la palidez que parecía envejecer su rostro.
-¡¡Habla!!. –Insistió cogiéndolo por ambos hombros y obligándolo a mirarle con una fuerte sacudida. -¿Qué ha pasado en el fuerte?, ¿Qué habéis visto?.
-Cadáveres... –Acertó a responder el muchacho con voz temblorosa, más asustado de sus propias palabras que de Nobu. –Cadáveres dentro y fuera del fuerte… ríos de sangre. La jungla los ha matado a todos, allí solo queda la muerte.
-La jungla no puede matar a un ejército. –Replicó Nobu en absoluto convencido con su respuesta. –Tiene que quedar alguien. ¿Y el general y su escolta?.
-El general está con los demás... –Respondió el explorador todavía con voz entrecortada. –¡Muerto!. Su cuerpo estaba enterrado bajo uno de los caballos junto al carruaje… y su cabeza empalada en medio del fuerte.
-Había dos guardianes con él. –Insistió el Harumar con voz cada vez más desesperada. –Llevaban sus armaduras, ¡Tenéis que haberlos visto!.
El muchacho bajó la cabeza de nuevo por unos segundos como si no quisiese seguir hablando de aquello, pero aún así respondió a la pregunta. No con palabras, sino simplemente con un gesto de su brazo que señalaría hacia el carruaje y llevaría a Nobu a dirigirse inmediatamente hacia allí. Aunque esta vez su paso ya no era tan firme como antes pues sabía perfectamente lo que aquello podía significar.
El corazón de Nobu temía lo que podía aguardarlo bajo la gran lona blanca que cubría el carro y a la vez necesitaba verlo. Era una sensación extraña, casi tan desgarradora como la angustia que le oprimía el pecho pensando en lo que podía haberle sucedido a Nanouk, y solo una cosa lo ayudaría a superarla en esos instantes.
-Nobu... –Susurró la voz de Luciora a su lado haciéndole notar que estaba junto a él.
-Lo sé. –Murmuró su guardián en respuesta al tiempo que alargaba una mano hacia la lona. –Sé que no estoy solo.
Dicho esto, Nobu apretó con fuerza la mano y tiró bruscamente de la lona dejando al descubierto lo que ya había esperado. Algo que haría que un escalofrío recorriese su espalda nada más verlo y que sembraría un silencio mortal sobre unos soldados para los que el relato del explorador ya había supuesto suficiente preocupación: Maruk.
El otrora maestro de los jóvenes Harumar yacía sobre el carruaje en la misma posición en que había caído. Todavía orgulloso incluso en su muerte, como una gran estatua cubierta por las heridas de una batalla que solo Nobu aceptaba a intuir gracias a aquellas marcas.
-Maruk… -Murmuró Nobu cerrando los ojos por un segundo y acercándose hasta posar su mano sobre el brazo de roca de su viejo compañero.
-Jamás imaginé que vería a alguien como Maruk en ese estado. –Se estremeció Luciora observando también con preocupación la efigie de piedra de Maruk. –La armadura está destrozada, ¿Cuántos han debido enfrentarse a él para hacerle eso?.
-Uno… -Respondió secamente Nobu con el rostro completamente serio, comportándose una vez más como el guerrero que realmente era y siguiendo cada marca de la armadura con la mirada. –Estas heridas las ha hecho un único rival.
-No… –Negó con incredulidad Luciora mirando hacia donde señalaba Nobu. –Eso es imposible, solo un guardián de tu rango podría enfrentarse a alguien como Maruk, no puede ser que un solo Leoran haya hecho esto.
-Esto no lo ha hecho un Leoran como los que se han enfrentado a nosotros hasta ahora. –Continuó Nobu sin dejar de examinar el cuerpo. –Mira los trazos de cada corte. Están hechos con dos armas exactamente iguales y empuñadas por la misma criatura, seguramente dos espadas gemelas por la longitud de los cortes. Y todos se suceden en parejas perfectamente calculadas para astillar la armadura hasta hacerla débil, ni una sola está dada al azar. Quien hizo esto no era un guerrero…era un artista.
-Entonces…. –Intentó entender Luciora, a la vez atemorizado por aquellas palabras y sorprendido por la forma en que Nobu hablaba de su enemigo. -¿Crees que todos están muertos como ha dicho el explorador?.
-Nanouk ni siquiera estaba al nivel de Maruk, jamás quiso aprender a luchar como nosotros. –Fue la respuesta seca y apenada de Nobu ante aquella pregunta. –Si él no ha sobrevivido ella no habrá tenido ninguna posibilidad. Pero…
Al tiempo que sus labios pronunciaban esta última palabra, los ojos de Nobu se desviaron al fin de la estatua en que se había convertido el cadáver de Maruk y buscaron algo más en el carro. Un bulto, cualquier cosa que sobresaliese bajo la lona que aún cubría la parte trasera y pudiese señalarle el lugar en que encontraría el cadáver de su hermana. Pero no pudo ver nada, tan solo una pequeña caja en un rincón del carro que jamás habría podido contener lo que sus ojos y su corazón buscaban con ansiedad.
-¿Y la otra Harumar?. –Preguntó inmediatamente girando la cabeza hacia el explorador que ahora se encontraba respondiendo a las preguntas del general. -¿Dónde está?.
El muchacho miró por un momento hacia el general como pidiendo permiso antes de responder y, cuando este asintió con la cabeza, señaló con una mano hacia la caja que Nobu ya había visto. Algo que no servía en absoluto para resolver las dudas del joven guardián, pero que aún así lo llevaría inmediatamente a apartar por completo la lona para abrir la caja.
Aquella tosca caja de madera había servido para transportar espadas y eso era lo que Nobu esperaba ver dentro, pero nada más lejos de la terrible realidad que lo aguardaba tras la tapa. Allí sus ojos no verían metal, sino roca. Pequeños y resquebrajados fragmentos de piedra corroída, casi como si algo la hubiese derretido por una de sus caras, que se amontonaban unos sobre otros dejando entre ver los dibujos de lo que otrora había sido una armadura. Una imagen ya de por sí terrible para cualquier Harumar, pero que en el caso de Nobu se haría aún más desgarradora al reconocer los familiares diseños de cada pieza y lo haría estremecerse de dolor.
-¿Nobu?. –Preguntó sorprendido Luciora al ver como su guardián daba un paso atrás alejándose de la caja y se estremecía ligeramente. -¿Qué ocurre… qué has visto?.
-Su armadura... –Acertó a responder Nobu con voz tan triste que cada palabra se clavaba dolorosamente en el corazón de su protegido. –Esta es la armadura de Nanouk. Ni siquiera la han dejado morir… ¡Se la han arrancado!..
El rostro del Shamshir palideció al escuchar esto. Sabía como funcionaban las armaduras de los Harumar, por eso no le había sorprendido ver a Maruk en aquel estado, y lo que Nobu sugería lo aterraba demasiado. La única forma de quitarle la armadura a un Harumar muerto o mal herido era arrancarle al mismo tiempo parte de su cuerpo pues la roca disolvía en segundos la piel y parte de la carne hasta fundirse con ellos. Lo que sugería un destino terrible para la hermana de su guardián.
-¿Dónde está el cuerpo?. –Preguntó una vez más Nobu tratando de controlar sus emociones para mirar de nuevo al explorador.
-No había ningún cuerpo junto a esa armadura. –Explicó el humano con voz ya más tranquila al encontrarse al abrigo de su general. –Seguimos un rastro que se alejaba de la batalla y llegamos hasta una cueva, allí encontramos esos restos y parte de la espada del otro Harumar. Pero nada más, no pudimos dar ni con su dueño ni con la Shamshir que acompañaba al general.
-¡Eso no tiene sentido!. –Rugió Nobu girándose amenazadoramente hacia el muchacho. –Los Leoran nunca hacen prisioneros, ¡Tenía que estar allí!.
-Es la primera vez que ven a alguien de tu raza sin su armadura. –Le recordó el general en un tono firme y tan autoritario como de costumbre. –Lo cual nos pone en una situación difícil. Si se han llevado a una Shamshir y a una Harumar para estudiarlas perderemos dos de nuestras mejores bazas.
-¿¡Cree que eso me importa!?. –Replicó furioso Nobu. –Si eso es cierto entonces la encontraré. No tiene por qué preocuparse de su maldita superioridad estratégica. Es mi hermana, ¡Yo la recuperaré!.
La paciencia de Nobu pareció agotarse finalmente con aquellas palabras. Todo lo que había visto tan solo había empeorado su preocupación y la mera posibilidad de que su hermana estuviese siendo torturada por aquellos salvajes en ese mismo momento avivaba su furia más de lo que nada lo había hecho nunca. Estaba furioso con todo y con todos, con la ciudad por haber alejado de él a su hermana, con los Leoran por arrebatársela de aquella forma y consigo mismo por no haber podido evitar nada de aquello.
Ni siquiera Luciora se atrevió a decir nada esta vez al verle pasar a su lado. Lo dejó seguir hacia la puerta mirándole como el resto de soldados hasta que este se detuvo una vez más a apenas un metro de los portones y dirigió su atención hacia los guardias que se ocupaban de ellos.
-¡Abrid la puerta!. –Gritó en un tonto brusco y amenazador.
-No irás a ninguna parte. –Respondió la voz del general a su espalda, todavía igual de firme e impasible que antes pese a todo lo sucedido. –Nadie atraviesa esas puertas sin una orden del consejo, y menos un Harumar.
-Me dan igual vuestras leyes. –Replicó Nobu sin girarse, con la mirada todavía clavada en los dos soldados que custodiaban las puertas frente a él. –Abrid la puerta, ¡Ahora!.
-Nobu cálmate. –Intentó hacerlo razonar Luciora. –Hacer eso no arreglará nada, tienes que tranquilizarte.
-¡Es mi hermana!. –Gritó Nobu girando la cabeza hacia él por un segundo. -¿Cómo quieres que me tranquilice sabiendo que está en manos de esos animales y puede estar ya muerta o algo peor?.
-No tienes más remedio.
Al tiempo que decía esto, el general levantó un brazo y varias decenas de ballesteros apuntaron sus armas al Harumar asomando tras la línea de soldados y por las ventanas de las torres. Aunque ni siquiera esto parecería ser suficiente para calmar al alterado Harumar.
-Muy bien… -Murmuró dirigiendo una sombría mirada a uno de los soldados que tenía delante. -¿Eso es lo que queréis?.
Nada más decir esto, Nobu dio un rápido paso hacia los soldados antes de que ninguno pudiese siquiera moverse, cogió a uno por el cuello con uno de sus brazos y lo colocó frente a él cubriéndose tras su cuerpo. El soldado intentó resistirse en un principio y sus manos buscaron el brazo del Harumar tratando de liberarse, pero desistiría inmediatamente en cuanto este lo apretó con más fuerza amenazando con romperle el cuello.
-¡Adelante!. –Los animó a todos. –Disparad o abrid la maldita puerta.
Los ballesteros titubearon y ninguno disparó, pero las puertas siguieron también sin abrirse. Aquello no bastaba para convencer a todo un ejército y mucho menos a uno de sus generales, sobretodo cuando este tenía aún un as más bajo la manga para terminar con todo de una vez.
-Te lo diré una última vez. –Dijo el general con voz severa al tiempo que movía el brazo hacia Luciora. –Nadie atraviesa las puertas de Thalan sin una orden del consejo. Suelta a ese soldado y aléjate de la entrada o uno de los dos no sobrevivirá a este día.
Casi al mismo tiempo que el general pronunciaba aquella nueva orden, todas las ballestas cambiaron su dirección apuntando ahora al Shamshir y la mirada de Nobu cambió de golpe. La rabia incontrolable que lo había quemado por dentro hacía unos segundos se vino abajo al ver a su protegido retroceder asustado bajo la amenaza de las flechas y no dudó en qué hacer.
Con un único movimiento, el Harumar arrojó al soldado al suelo y comenzó a caminar una vez más hacia dónde estaba Luciora. Al mismo tiempo, el general dio otra orden con su otro brazo y una docena de soldados se apresuraron a rodearlo deteniéndolo a medio camino y sujetándolo para que no volviese a hacer nada peligroso.
-¡Ya está bien!. –Pidió Luciora girándose hacia el general. –Soltadle.
-No puedo permitir este tipo de desafíos a la autoridad de la ciudad. –Respondió el general dándose la vuelta para regresar con sus hombres. –Pasará el día y la noche en el calabozo. Si después de eso no se calma y vuelve a intentar algo parecido… morirá.
-Acaba de perder a su hermana. –Intentó explicar Luciora mientras los soldados llevaban a Nobu hacia las barracas de la zona baja de la ciudad. -¿Es que ni siquiera tenéis corazón para entender eso?.
-Es una herramienta, como tú. –Respondió bruscamente el general mirándolo de reojo. –Si no cumple su función nos es inútil y por tanto prescindible, como lo habrías sido tú si él se fuese, no creas que mi amenaza era en vano. Ahora ocúpate de que esto no suceda de nuevo si no quieres perderle, eso es todo lo que puedes hacer.
Sin más palabras, el general continuó su camino y no tardó en desaparecer tras las líneas de soldados que ya empezaban a retirarse. Allí ya no quedaba nada para ellos, solo un cadáver y los restos de una armadura que los propios Harumar no tardarían en ir a recoger para dar una apropiada despedida a Maruk según sus tradiciones. Por lo que Luciora tampoco tardó mucho en alejarse de las puertas de Thalan dirigiéndose esta vez hacia el mismo lugar al que se habían llevado a su guardián: hacia los calabozos.
Los barracones de los soldados se encontraban cerca de las puertas por razones de seguridad y llegar allí no le llevaría mucho tiempo. Su edificio principal estaba justo en la esquina opuesta a la ocupada por el templo de los Harumar, aunque en este caso su aspecto era casi el mismo que el de cualquiera de los otros edificios de Thalan. Paredes rectas, tejados puntiagudos y el inconfundible color blanco y azul de la ciudad se fundían con la muralla para dar cobijo a sus defensores. Y bajo estos, escarbados en parte en el interior de la propia muralla, los calabozos aguardaban a aquellos que quebrantaban las leyes de los hombres.
No era un lugar agradable, ni siquiera para los soldados que los vigilaban. Oscuro, asfixiante y con un desagradable olor a moho que impregnaba por completo el aire debido a la humedad filtrada entre las rocas de sus paredes. Una de las consecuencias de su proximidad al lecho del Ármir y que, junto a la dureza de las leyes de Thalan, explicaba por qué sus celdas estaban casi vacías. Pocos de los que se atrevían a quebrantarlas sobrevivían lo suficiente para acabar allí, y los que lo hacían no duraban mucho en el viciado ambiente de los calabozos que convertía la más pequeña de las heridas en una causa segura de muerte.
Aquel era el último lugar en que alguien esperaría ver a un Shamshir en Thalan, mucho menos a uno del rango de Luciora, pero nada de esto preocupaba al joven en aquellos momentos. Su guardián necesitaba más que nunca a alguien a su lado, a un amigo que le ayudase a soportar el duro golpe que las noticias del explorador habían supuesto… a él. Y Luciora no estaba dispuesto a permitir que nadie le impidiese estar a su lado.
Con el general de vuelta en la zona alta de la ciudad y los caballeros ocupados intentando sacar más información al explorador su único obstáculo eran los guardias de los propios calabozos. Pero estos no tenían el suficiente rango como para atreverse siquiera a cuestionar las intenciones de un Shamshir y la firme mirada del joven bastaría para convencerlos incluso cuando su educación las disimulaba bajo unas palabras casi amables pese a lo sucedido.
-He venido a ver a mi guardián. –Dijo deteniéndose ante los dos guardias parados justo frente al pesado portón de acero de los calabozos. –Me gustaría poder entrar a comprobar como se encuentra.
-No tenemos ninguna orden que lo prohíba. –Asintió uno de ellos haciendo un gesto con su lanza hacia su compañero. –Adelante.
Al tiempo que decía esto, el soldado dio un paso hacia un lado apartándose de la puerta y, cuando su compañero hizo lo mismo hacia el lado contrario, abrió la pesada hoja de metal que la bloqueaba. Tras ella unas escaleras descendían hacia la penumbra de los calabozos adentrándose en los cimientos de las murallas, algo que no detendría tampoco al joven Shamshir quien pronto se encontraría en su interior caminando con paso firme hacia la zona en que estaban las celdas. O al menos así fue hasta que la puerta se cerró a su espalda y el sonido del metal haciendo contacto de nuevo con la roca lo hizo pegar un pequeño respingo.
No estaba acostumbrado a estar en sitios así, mucho menos solo, y esto lo hacía estremecerse ligeramente ante la penumbra que lo aguardaba. No lo suficiente para olvidar por qué estaba allí, por supuesto, pero sí para que cada sonido, cada pequeño eco que rebotaba entre las paredes del calabozo lo hiciese mirar a todas partes sobresaltado. Hasta que, al fin, la escalera desembocó en el largo pasillo que albergaba las celdas.
La mayoría eran poco más que cubículos abiertos en los cimientos del muro, cuadrados de cuatro metros de lado y apenas dos de alto en los que habían segmentado aquel pasillo y divididos entre sí por gruesas paredes que servían de apoyo al muro. Lo que haría que Luciora lamentase aún más tener que buscar allí a su compañero y se apresurase a seguir adelante pese al temor que sentía hacia aquel lugar.
Su sombra temblorosa recorrería cada celda danzando bajo la luz de las antorchas al son de sus propios pasos, el único sonido que aún rompía el mortal silencio de aquel lugar, y al fin daría con una que no estaba vacía. Aunque lo que hallaría en ella le haría sentir más tristeza que alegría al ver el aspecto de su amigo.
Nobu estaba sentado en medio de su celda, con la cabeza agachada, el pelo cubriendo por completo su cara y los codos apoyados en ambas rodillas. Inmóvil, apenas consciente de nada de lo que le rodeaba y con los ojos clavados en algo que sostenía cuidadosamente en una de sus manos.
-Nobu… -Lo llamó acercándose lentamente a la celda mientras trataba de verle con más claridad tras la penumbra de la misma. –Lo siento. Siento mucho no haber podido evitar nada de esto.
-Este no es lugar para ti. –Respondió la voz de Nobu, tan apagada y triste que solo su tono bastaba para estremecer aún más el corazón de Luciora. –Vuelve a la ciudad, no quiero que estés en un sitio como este por mi culpa.
-Mi guardián está aquí. –Replicó Luciora con voz suave al tiempo que se detenía justo frente a los barrotes. –Mi sitio está con él, no fuera.
-Ahora no estoy en condiciones de ser el guardián de nadie. –Aseguró Nobu levantando poco a poco la cabeza para que su protegido pudiese verle la cara. –Mírame, tú te mereces algo mejor que esto.
Luciora se sorprendería en un principio al escuchar estas palabras, pero pronto comprendería su significado al ver al fin con claridad el rostro de su amigo. El mismo que tan bien conocía y que tantas otras veces le había hecho reír solo con la agradable sonrisa que siempre podía verse dibujada en sus labios, pero que ahora aparecía ensombrecido por una tristeza sofocante y marcado por dos pequeños hilos de humedad que partían de sus ojos. Algo que dejaba más que claro el dolor que Nobu sentía en ese momento por la pérdida de su hermana y llevaría a Luciora a intentar alcanzarle a través de los barrotes para darle el único consuelo que era capaz en ese instante.
-Jamás me he merecido a un compañero como tú. –Dijo mientras acercaba su mano al rostro de Nobu y la posaba suavemente sobre su mejilla secando en parte sus lágrimas. –Y sin embargo tú has sido más que eso durante todos estos años. Deja que ahora yo haga lo mismo, por favor. Déjame quedarme y curar al menos el único dolor que soy capaz de tratar.
Mientras decía esto, Luciora apartó suavemente la mano del rostro de su amigo y se agachó frente a los barrotes extendiendo también su otro brazo hasta coger entre sus manos una de las de Nobu. La misma que este había usado hacía unos minutos para enfrentarse al caballero y ahora colgaba junto a su rodilla goteando aún sangre desde su herida.
-No. –Lo detuvo de golpe Nobu comprendiendo sus intenciones antes de que el joven pudiese empezar su hechizo. –No merece tu esfuerzo… Deja que sangre porque su dolor es lo único que mitiga el que siento en el pecho.
-He hecho mayores esfuerzos por gente que ni si quiera me importaba la mitad que tú. –Respondió Luciora sonriendo amargamente mientras le hacía caso y soltaba su mano para ponerse en pie. –Y en parte todo lo que te está pasando es culpa mía y de mi gente. Me gustaría poder hacer algo por ti.
-Esto no es culpa tuya ni de los Shamshir. –Negó el Harumar soltando la mano de su amigo para permitir que este bajase el brazo. –Vosotros sois como nosotros, una herramienta más en esta guerra. Y en el caso de Nanouk eso ni siquiera tiene nada que ver, solo hay un culpable para lo que le ha sucedido a ella… y soy yo.
-Nobu, tú eres su hermano. –Lo contrarió inmediatamente Luciora bastante sorprendido por aquellas palabras. –¿Cómo puedes siquiera pensar eso?.
Nobu respondió a esta pregunta con una mirada tan triste y vacía que Luciora lamentó casi al instante haberla hecho. Aunque esta solo duraría unos segundos puesto que el joven Harumar no tardaría en volver a dirigir sus ojos hacia el puño de su mano sana.
-¿Sabes qué es esto?. –Dijo finalmente Nobu mientras abría poco a poco el puño para volver a mirar al objeto que sostenía entre sus dedos.
-El colgante que llevas desde pequeño. –Respondió Luciora centrando su mirada en lo que parecía ser la mitad de un cristal hexagonal cuidadosamente sujeto por una pequeña cadena de plata.
-Es un regalo de nuestros padres. –Explicó Nobu acariciando suavemente el pequeño cristal con los dedos. -Una mitad para cada uno, para que con solo mirarlo supiésemos siempre que en alguna parte había alguien llevando la otra mitad. Así nunca nos olvidaríamos el uno del otro por lejos que estuviésemos.
-Os los dieron pensando que los soldados os separarían, ¿Verdad?. –Creyó entender Luciora con tristeza. –Conozco las historias de cómo se recluta a los niños de tu raza para convertirlos en guardianes, no me sorprende que tus padres se preocupasen así por vosotros. Pero por suerte los dos acabasteis juntos a pesar de todo.
-No fue suerte. –Negó Nobu sacudiendo ligeramente la cabeza. –Mis padres nos conocían perfectamente y sabían lo que los humanos buscaban cuando venían a por niños a nuestros pueblos. Por eso estaban tan seguros de que nos separarían… pero Nanouk no lo permitió.
-¿Nanouk?. –Se sorprendió Luciora no muy seguro de lo que su amigo había querido decir con aquello. –Erais solo unos niños, ¿Qué podía hacer ella?.
-Nanouk no es como yo, ni como ningún otro de los Harumar que vivimos en esta ciudad. –Continuó Nobu levantando los ojos para volver a mirar a su protegido. –Tiene demasiado carácter para dejarse moldear como nosotros, no responde bien ni a las órdenes ni a las instrucciones de nadie y mucho menos a un entrenamiento tan rígido e inflexible como el nuestro. Por eso mis padres sabían que los soldados no se la llevarían como a mí. Lo que no esperaban es que ella cambiase solo por seguirme.
-Entonces esa es la fuente de todo. –Entendió Luciora de pronto. –Crees que si está aquí es solo por intentar seguirte.
-No lo creo… lo sé. –Afirmó tajantemente Nobu. –Nanouk solo tenía 5 años, si hubiese seguido llorando y agarrándose a la falda de nuestra madre como cualquier niña de su edad en lugar de hacerles frente como hicimos muchos de los demás nunca se la habrían llevado.
-Pero no lo hizo. –Adivinó Luciora. –Al ver que te llevaban con ellos intentó seguirte. ¿Verdad?.
-Si. –Afirmó con voz dolorida Nobu, como si reconocer aquello le hiciese aún más daño. –Cuando vio que me subían a uno de sus carros soltó a nuestra madre y corrió hacia mí a pesar de los soldados que había junto a él. Lloró, pataleó, gritó y hasta llegó a morder el brazo del que intentó detenerla. Hasta que al final consiguió que la encerrasen conmigo en el mismo carro y la mandasen aquí creyendo que su mal genio podría resultarles útil. No sabían lo equivocados que estaban.
-Por eso nunca ha encajado aquí. –Comprendió el Shamshir repasando ahora mentalmente viejos recuerdos. –Eso explica la sensación que me dio la primera vez que la vi. Nunca tuve la impresión de que fuese un guardián como los demás.
-Nanouk aborrecía la idea de ser un guardián. –Aseguró Nobu apretando otra vez el colgante entre sus dedos y llevándoselo al pecho. –Como también odiaba la rigidez de nuestro entrenamiento, las órdenes de los maestros y casi cualquier cosa que implicase hacer algo por instrucción de alguien.
-Y aún así te siguió hasta aquí. –Sonrió Luciora intentando animar con algo a su amigo. –Debe quererte mucho.
-Ella siempre ha reaccionado así con todos los que le importan, no solo conmigo. –Aclaró Nobu. –Es su única defensa para no quedarse sola. Lo hizo de pequeña cuando mis padres intentaron dejarla en un pueblo más seguro para que estuviese a salvo y nos siguió por su cuenta hasta el desierto, lo hizo ese día conmigo… y sé que lo haría de nuevo le costase lo que le costase para no estar sola. Eso la asusta más que ninguna otra cosa en este mundo y ella nunca ha tenido la suerte de que alguien hiciese lo mismo por ella, todos hemos intentando dejarla atrás alguna vez y la hemos obligado a seguirnos de esta forma.
-Por su bien. –Lo justificó Luciora notando los remordimientos que acompañaban a la voz de Nobu. –No deberías sentirte mal por eso.
-La razón no importa. –Negó cerrando los ojos por un momento. –Ahora la hemos perdido y es solo culpa nuestra… mía.
-Todavía puede estar viva. –Volvió a tratar de animarle Luciora. –No pierdas la esperanza.
-Lo esté o no ya no importa. –Explicó Nobu abriendo los ojos para volver a clavar su apenada mirada en las pupilas color ámbar de Luciora. –Nanouk es demasiado fuerte para soportar ser la prisionera de nadie, si la encierran será como si la condenasen a muerte. Se marchitará poco a poco hasta morir como lo haría una planta en una maceta demasiado pequeña.
-Sigue existiendo una posibilidad. –Insistió Luciora tratando de no dejarle caer por completo en la desesperación. –No la desperdicies volviendo a hacer una locura como la de hoy. Si regresa te necesitará aquí para ella, no muerto por dejarte llevar por la rabia.
-Ojalá tengas razón… -Murmuró Nobu con voz amarga, entendiendo lo que su amigo quería decir pero no por eso más animado.
-La única forma de saberlo es esperar. –Aseguró Luciora un poco más animado al escuchar esto. –Y pienso conseguir que vivas lo suficiente para hacerlo de una forma o de otra. Empezando por obligarte a vendar esa herida antes de que empeore.
-A veces eres un auténtico pesado. –Refunfuñó Nobu respondiendo como podía la broma de su compañero. -¿Lo sabías?.
-Me lo has dicho unas cuantas veces. –Asintió este girándose hacia un lado del pasillo. –Voy a por unas vendas, enseguida vuelvo.
Dicho esto, el joven Shamshir se alejó poco a poco por el pasillo en busca de algo con que poder curar la mano de su compañero y Nobu se quedó solo una vez más. Más aliviado tras la conversación, pero aún así lo suficientemente abatido para que, cuando el sonido de los pasos de Luciora se extinguió a lo lejos, las lágrimas volviesen a caer sobre el polvoriento suelo de la celda y sus sollozos rompiesen el silencio de los calabozos.
Un capitulo de testosterona... [pos eso] y de futura vaselina... [qmparto]

No me ha acabado de gustar la forma en la que se hablaba de la hermana... no se... forzado. Pero bien escrito claro.

Eso si macho... te lo tengo que decir en todas tus novelas... !¿tanto te cuesta poner espacios entre los parrafos?!... que mis ojos, y supongo que los de todos, lo sufren mucho al leerlo. [y copiarlo a un TXT y hacerlo manualmente es una lata...]
bueno, ya era hora de que me leyese el capítulo 4, pero es que los exámenes son los exámenes [ayay]

el capítulo bien, pero triste
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