A veces, dejar de respirar es bueno. Cabuzarte bajo la superfície del mar de lo preescrito, y evadir aquellas cosas que te punzan en la sien día tras otro.
Nadar bajo el hilo predeterminado de los hechos, dejando que estos sucedan lo más suavemente posible. Saltarse la ley impuesta por el destino.
Cuando te sientes acolchado por el agua de debajo de la superfície, te sientes bien. Yo siento como me hundo más y más, cómoda y armoniosamente, hasta llegar a un punto donde acaba el agua y empieza el césped. Y me duermo.
Y despierto en un bosque insustancial, desordenado, relativamente tranquilo, pero con poco color y enigmático.
Puedo darle el color que yo quiera, pintar los troncos de azul y las copas de rosa fucsia, si quiero. Mas prefiero dejarlo tal cual y simplemente pasear, correr por él, entretenerme en un punto de las profundidades del mar de lo preescrito donde se puede respirar.
Qué extraño parece poder respirar bajo el agua, ¿verdad?
Pero no todo es bueno si se abusa, y abusando del no respirar puedes ahogarte, es evidente; como lo es también que se ha de volver a la superfície, impulsando tu cuerpo para saltar sobre el agua, logrando que coja alguno de los primeros peldaños de las escaleras que, poco a poco, suben desde tres palmos más arriba del agua hasta quién sabe dónde. Aunque puede que a la primera no llegues a agarrarte y te resbales. Hay gente que sube, sube y sube, y logra llegar al fin de su escalera.
Ahora es el momento, voy a salir del bosque, voy a impulsar mi cuerpo y cogeré fuertemente con mi mano el primer peldaño de esa escalera mía.
Lástima que me haya metido en la frente con toda la esquina del peldaño. ¡Ai...! Al agua de nuevo.
Bueno, otra vez será.