El frío comenzaba a calarme hasta los huesos. Parece que mi chaqueta de cuero y mis guantes de lana poco podían hacer ante el gélido viento que acompañaba a la noche. De repente, algo me llamó la atención: las luces de la casa de la señora Luisa estaban totalmente apagadas. Ella siempre deja las farolas de fuera encendidas, porque dice que así la luz entra por la ventana de su habitación y se siente más segura. Decidí acercarme un poco y me percaté de que la puerta de entrada no estaba encajada. En ese momento no sabía si avisar al tío Jorge, que vivía a escasos metros, o entrar yo mismo a ver qué ocurría. Como siempre, la curiosidad me pudo, y abrí la puerta para adentrarme en la casa.
Un golpe de calor se abalanzó sobre mi, teniendo que dar varios pasos hacia atrás para intentar evadirme del bofetón de temperatura. Era realmente extraño que hiciera tanto calor en el interior de la casa, ya que ésta era centenaria, y por lo tanto tenía techos altísimos y grandes paredes agrietadas por el paso de los años. Soportando la alta temperatura, seguí dando pequeños pasos hasta entrar en el salón, donde la luz reinaba por su ausencia. Tanteando como si de un ciego se tratara, traté de buscar un interruptor que iluminara la sala, hasta que, de repente, divisé al fondo de la habitación rojas luces opacas, como si de neónes se trataran. Me acerqué, dándome cuenta de que el interruptor de la luz se encontraba al lado del sillón; lo encendí, y fue entonces cuando una aterradora imagen me sobresaltó.
Delante mia se encontraba el cuerpo de Luisa, del cual emanaba una putrefacta peste a carne podrida. El olor, en cuestión de segundos, se había introducido por mi nariz y había llegado a todo mi cuerpo, provocándome grandes retortijones y un temblor general que casi me impedía el mantenerme en pie. Sin embargo, no era el olfato lo que más me había impactado. Era la vomitiva imagen del cuerpo de Luisa totalmente derretido lo que realmente me horrorizaba. Sobre sus huesos, perfectamente visibles, podían verse los restos de piel y carne totalmente derretidos, los cuales aún desprendían un humillo que no hacía más que recordarme el tufo a muerte que alli se respiraba. La cuenca de los ojos servía de recipiente para la masa de carne que provenía de la frente y la cabeza, la cual llevaba consigo partículas de ceniza, provenientes del cabello incinerado a mi parecer. A los pies del cadáver de la señora Luisa se amontonaba cantidad de piel semiderretida que seguramente perteneciera a las piernas y a la cadera y que se había adherido al suelo como si de lava volcánica se tratara.
Tras ver esta aterrorizante escena, decidí mirar a mi alrededor para averiguar qué demonios había ocurrido en esa endiablada habitación. En todas las paredes podían verse símbolos diabólicos y frases que invocaban al mismísimo diablo, mientras que del techo colgaban pequeños crucifijos puestos del revés que no paraban de girar en el aire. Además, varias Biblias reposaban sobre la vieja mesa de roble, todas ellas abiertas por el mismo capítulo: "Apostol San Pablo: -'y el Diablo arderá entre las zarzas que cubren las almas de los creyentes'-". Tras ver todo esto, llegué a dos conclusiones: o es cosa de sectas, o es un hecho paranormal.
PD: no sabía cómo terminar la historia