El beso de los espiritus. Capítulo 3: Hijos de la jungla.

Bueno, siguiente capítulo, no se si alguien de aquí se lo leerá porque el foro no es muy dado a los relatos largos, pero si alguien lo hace que lo disfrutéis^ ^.


Capítulo 3: Hijos de la jungla


El dolor fue lo primero que Nanouk sintió al despertar. Al tiempo que sus ojos se abrían de golpe, buscando inútilmente las paredes de una cueva que ya no estaba allí, sus manos aferraron con fuerza al borde del colchón sobre el que descansaba y un agudo pinchazo en el hombro la haría volver a la realidad.
Estaba en un lugar que no conocía, acostada sobre una cama igualmente extraña, y solo el agitado jadeo de su respiración rompía el silencio que la rodeaba. Como un eco que acompañaba a los acelerados latidos de su corazón mientras la joven giraba nerviosamente la cabeza a ambos lados.
Mirase dónde mirase no podía ver nada familiar. Los muros de roca de la cueva se habían convertido en sobrias paredes de madera, la oscuridad de la noche en una penumbra iluminada por cortinas de luz que se filtraban entre los tablones y la lluvia en frías gotas de sudor que ahora empapaba su cuerpo.
Aquello no había sido más que un sueño, un macabro truco con el que su propia mente parecía querer burlarse de ella. Pero también sabía que no era solo una fantasía sin sentido, sino algo salido de sus propios recuerdos como probaba el dolor de las heridas que aún sentía en su hombro y en su pierna. Lo que hacía todo aún más confuso para la joven Harumar.
No sabía dónde estaba o qué había sucedido, ni siquiera por qué estaba aún con vida, y el punzante dolor que aún oprimía su cabeza no la dejaba pensar con claridad. Pero había algo que sí tenía claro: quería salir de allí. No sería la prisionera de nadie, ni Leoran ni humanos, por eso cuando sus ojos dieron al fin con una salida no dudó en qué hacer.
Nada más ver la cegadora luz de una pequeña puerta abierta en la pared de su derecha, el cuerpo de la joven reaccionó al instante y Nanouk trató de ir hacia allí. Sentándose rápidamente en la cama para saltar a continuación al suelo sin preocuparse en absoluto por las extrañas ropas que la cubrían. Una prenda de tela ligera que apenas llegaba hasta sus muslos, sin costura alguna visible y abierta por completo en su lado derecho donde solo dos lazos, uno a la altura de su pecho y el otro en su cadera, la mantenían alrededor de su cuerpo.
Pero la realidad la alcanzaría también en ese mismo momento. El dolor de su muslo paralizó su pierna como si una aguja la atravesase y la cabeza le dio vueltas haciéndola caer de rodillas. Mareada no por el dolor, sino por el brusco cambio al que había forzado a su sentido del equilibrio aún acostumbrado a la posición horizontal.
En ese momento otro sonido llegó a la habitación interrumpiendo el ritmo de su respiración. Unos pasos provenientes de la puerta que llevarían a Nanouk a levantar rápidamente la cabeza mientras se sujetaba la pierna con la mano. Y cuando sus ojos se posaron sobre la silueta de mujer que acababa de aparecer en la entrada, una parte de su mente sintió un pequeño alivio esperando que fuese Nyla.
Desgraciadamente aquello sería tan solo un espejismo. En el mismo instante en que Nanouk respiraba aliviada creyéndose a salvo, dos brillantes ojos amarillos como los de un felino se abrieron en el rostro de la recién llegada. Matando la débil esperanza que acababa de nacer en su pecho y llevando a Nanouk a hacer lo único que todavía seguía claro en su mente.
La joven Harumar apretó los dientes para soportar el dolor, apoyó ambas manos en el suelo y cargó sin pensárselo contra la sorprendida Leoran. Golpeándola de lleno en el pecho con su hombro para apartarla de la puerta y salir corriendo tan deprisa como podía.
La luz la cegaba pues sus pupilas estaban aún demasiado abiertas a causa de la penumbra de la habitación y no sabía hacia dónde se dirigía, pero tampoco le importaba. La voz dolorida de la Leonar gritando a su espalda palabras que no comprendía era más que suficiente para que supiese que se estaba alejando y siguió adelante, doliéndose a cada paso mientras atravesaba cojeando un mar de borrosas sombras y siluetas disueltas en luz. Hasta que, al cabo de unos minutos, la oscuridad le dio la bienvenida de nuevo.
En su alocada carrera Nanouk se había adentrado en lo que parecía ser otra cueva y las sombras de sus muros le permitirían al fin ver lo que la rodeaba: Un estrecho pasillo de roca, tan largo que su final se perdía entre la oscuridad y que carecía por completo de antorchas o cualquier otra fuente de luz.
Tampoco las tinieblas bastarían para detener esta vez a la joven Harumar. Nanouk siguió corriendo sin pensar en lo que podía aguardarla entre ellas y solo se detuvo al cabo de unos minutos para tomar aliento. Un poco más tranquila ahora que estaba lejos de la entrada, pero demasiado agotada y dolorida para mantener el ritmo sin antes descansar un momento.
Sin embargo, al acercarse a una de las paredes del túnel para poder apoyarse en ella y aliviar el dolor de su pierna, Nanouk se daría cuenta de algo que hasta entonces había pasado por alto. No había paredes como tales, tan solo gruesos barrotes de acero que se extendían como una pared de metal hacia ambos lados del túnel. Y la mente de la joven no necesitaría demasiado tiempo para comprender lo qué significaban.
Era una cárcel, el último sitio en el que desearía estar en ese mismo instante, pero afortunadamente parecía no haber nadie allí. Aunque no podía ver nada más allá de los barrotes, sus oídos no captaban más sonido que el del aire en el túnel y por un momento se relajó apoyando el brazo en los barrotes. Pero…
-¡¡Darniran!!
Un grito desgarrador brotó de pronto a su espalda al tiempo que algo se movía tras ella. Los ojos de Nanouk se giraron de inmediato hacia la oscuridad y trató de retroceder, pero algo la sujetó por el brazo. Una mano fuerte y pálida que la aferró con fuerza mientras dos ojos amarillos se abrían frente a ella y el rostro de un Leoran aparecía entre las sombras. Pálido como su mano, con la cabeza completamente rapada, el rostro pintado con algo que parecía sangre reseca y el inconfundible brillo de la locura centelleando en sus ojos.
Nanouk no soportó su mirada por más de un segundo. Apartó asqueada los ojos hacia un lado al tiempo que golpeaba su mano contra los barrotes obligándolo a soltarla y se alejó de inmediato. Pero apenas pudo dar un par de pasos hacia atrás, a su alrededor el túnel entero cobraba vida de pronto con ojos como los de aquella criatura abriéndose a lo largo de las paredes y la joven se detuvo en el centro del mismo. Observando aterrada como otras manos trataban de alcanzarla desde la pared contraria mientras los gritos inundaban el túnel.
Estaban por todas partes. Desde la oscuridad más profunda que sus ojos alcanzaban a ver al final del túnel hasta la entrada ya lejana del mismo. Y Nanouk ya no sabía qué hacer, su mente era incapaz de reaccionar entre el ensordecedor griterío con que aquellas criaturas martilleaban sus tímpanos haciéndola estremecerse de temor.
-¡¡Basta!!. –Gritó desesperada. -¡Dejadme tranquila!.¡¡Callaos!!.
La voz de la joven apenas llegaría a sus propios oídos entre los gritos de los presos y Nanouk se desesperaría aún más dejándose caer pesadamente en el centro del pasillo. Sin fuerzas ya para seguir soportando el dolor de las heridas o hacer frente a la pesadilla que la rodeaba. Y para su sorpresa, el túnel entero volvió a sumirse en un completo silencio justo en ese instante como si la estuviesen obedeciendo.
Los ojos desaparecieron una vez más entre las sombras, el eco de los gritos cesó poco a poco y las manos se alejaron también de los barrotes dejándola a solas en la oscuridad. Pero Nanouk no tardaría en darse cuenta de que este cambio no se debía a ella.
De nuevo sentía la misma sensación que en la cueva. La misma angustia oprimiéndole el pecho mientras se ponía en pie y miraba rápidamente a su alrededor buscando algo entre las tinieblas. Pero allí no había nada, solo sombras extendiéndose a su alrededor salvo allí donde la entrada brillaba aún como un lejano punto de luz.
Entonces lo sintió una vez más. Por un breve segundo notó como una suave corriente de aire caliente acariciaba la desnuda piel de su hombro y su corazón dio un vuelco comprendiendo que había alguien justo tras ella. Pero ya ni siquiera tendría la oportunidad de girarse hacia él.
En el mismo instante en que la joven giraba rápidamente sobre su pierna sana para encararle, la mano del recién llegado la golpeó en la nuca y ésta calló al instante. Desplomándose indefensa conforme las fuerzas la abandonaban y sus ojos se cerraban poco a poco. Aunque aún con la suficiente voluntad para verlos de nuevo antes de perder por completo la conciencia.
Volvían a estar allí. Los mismos ojos que recordaba, las mismas estrellas gemelas de colores azul y magenta que la miraban impasibles mientras ella caía por completo en el abrazo de la oscuridad. A diferencia de la última vez, sin embargo, en esta ocasión su dueño sí haría algo más que mirarla antes de que ella alcanzase el suelo.
El Leoran la sostendría en sus brazos una vez inconsciente y la miraría en silencio un momento examinando las vendas que cubrían su muslo. Había sangre en ellas y, como comprobaría al posar suavemente su mano sobre la pierna de la joven, todavía estaba caliente. Lo que significaba que la herida había vuelto a abrirse debido al esfuerzo de la carrera.
Tras un suspiro de resignación, el Leoran se la echó al hombro sin demasiados miramientos y dio la vuelta para regresar. Con paso tranquilo pero firme, atravesó el túnel sin que uno solo de los presos se atreviese a moverse siquiera mientras pasaba entre ellos y se dirigió al lugar del que la joven había huido hacía unos minutos.
No estaba muy lejos, después de todo ni siquiera alguien como Nanouk podría haberse alejado demasiado en aquel estado, y cuando llegó de nuevo frente a la puerta ya lo estaban esperando. En esta ocasión no una, sino tres mujeres Leoran que, además de mostrar un considerable malhumor por la tosca forma en que la estaba cargando, lo echarían inmediatamente de la habitación en cuanto dejó a Nanouk sobre la cama.
El joven Leoran al que pertenecían aquellos dos extraños ojos apenas dijo nada pese a todo. Tan solo suspiró una vez más comprendiendo en parte su celo tras el esfuerzo que habían puesto en curarla y dirigió su atención hacia otra parte. Por ahora Nanouk no daría más problemas, o al menos eso esperaba, pero ella no era la única que se había despertado esa mañana.
A lo lejos el joven podía oír ya las voces de otros Leoran entre la armonía de sonidos con que la jungla daba la bienvenida a la luz de Anakran. Sus gritos alzándose amenazadores y furiosos como si estuviesen discutiendo entre ellos mientras él caminaba tranquilamente hasta la puerta de la casa en que se encontraban. Pero éste sabía perfectamente que no era eso lo que pasaba, por eso apenas se sorprendería ante la escena que lo aguardaba en el interior.
Cuatro Leoran rodeaban lo que parecía ser una especie de celda hecha con barrotes de caña, todos armados con espadas que alguno de ellos había incluso desenvainado y con los rostros cubiertos por pinturas de guerra. Aunque a lo que se enfrentaban esta vez no era un enemigo armado como el de la última noche.
Dentro de la celda tan solo había dos criaturas. Una de ellas otro Leoran tumbado sobre una camilla con el pecho cubierto por vendas teñidas con su propia sangre. El otro, una muchacha humana que ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo y trataba de alejarse cuanto podía de todos ellos hecha un ovillo en el rincón más apartado de la celda.
Nyla no entendía nada de lo que decían, ni siquiera sabía dónde estaba tal y como le había sucedido a Nanouk. Pero ella no tenía el valor de la joven Harumar y se había derrumbado por completo. Tan solo era capaz de llorar y abrazarse a si misma esperando despertar de aquella pesadilla.
-¡Dejadme!. –Pidió entre sollozos, con la cara hundida en su falda y las manos rodeando sus rodillas para no ver a ninguno de ellos. -¡No sé que queréis de mí!... dejadme tranquila… por favor…
Desgraciadamente para ella sus palabras eran tan incomprensibles para los Leoran como las de estos para ella. Lo que los llevaría una vez más a gritarle de nuevo esperando la reacción que ellos querían. Hasta que, cansado ya de ver aquello, recién llegado decidió intervenir. Cerró la puerta tras él con un fuerte portazo que atraería de inmediato la atención de los otros cuatro Leoran y caminó hacia ellos con la misma tranquilidad que hasta entonces.
La furia de los rostros de aquellos Leoran se esfumó casi al instante. Nada más verle sus miradas se volvieron mucho menos amenazantes y las armas regresaron a sus fundas mientras él pasaba entre dos de ellos para detenerse frente a la celda.
-Feror… -Murmuró en un tono tranquilo, con los ojos clavados en Nyla y el herido en lugar de en ellos.
-Naer Darat. –Pareció negarse uno de los Leoran mirándolo con cierto recelo pero sacudiendo enérgicamente una mano. –Soure tar eyira.
-¡Feror!.
Esta vez la voz del joven Leonar ya no sonó tan tranquila y la propia Nyla saltaría en su rincón al escucharla. Pero una vez más no iba dirigida hacia ella, sino hacia los otros Leoran que reaccionarían también enseguida. Uno tras otro, los cuatro salieron de la casa sin más palabras y los dejaron a solas junto al herido. Aparentemente no muy de acuerdo con la idea por la expresión por sus caras, pero más dispuestos a aceptar eso que seguir enfrentándose a la mirada bicolor de aquel joven de su misma raza.
Conseguido esto, el Leoran abrió la puerta de la celda que ni siquiera parecía estar cerrada con llave y pasó al interior para mayor terror aún de la joven humana. Sus ojos se posaron primero en el herido, pasando al mismo tiempo una mano frente a su boca para comprobar algo, y se dirigieron a continuación hacia Nyla haciendo que se pegase aún más a la pared.
-No me hagas daño…. –Suplicó entre gimoteos mientras él se acercaba. –Por favor… no me matéis… no quiero morir.
El Leoran continuó adelante sin inmutarse ante sus palabras. Se detuvo justo frente a ella y se inclinó de pronto hacia la joven extendiendo una mano. Lo que haría temblar aún más a Nyla que cerraría desesperadamente los ojos temiendo un golpe. Sin embargo no sería eso lo que sentiría a continuación.
En lugar de golpearla, la mano del Leoran la cogió por un brazo y tiró fuertemente de ella poniéndola en pie a pesar de sus lloros y la obligó a acercarse al herido. Sin gritos o amenazas, pero tampoco sin la menor compasión hacia la desesperada muchacha que pataleaba aterrada intentando liberar su brazo.
-Soure azdura. –Dijo señalando con la mano hacia el Leoran tumbado en la camilla y empujándola contra ella. –Zar firet.
Nyla observó por un segundo el rostro del otro Leoran ahora a pocos centímetros de ella, tembló ante la rigidez que podía verse ya en sus facciones y retrocedió aterrada una vez más.
-Está muerto… -Lloró mirando al otro Leoran en busca de piedad, temiendo un posible castigo a cada nuevo sollozo con que su pecho sacudía el resto de su cuerpo. –¿Queréis que lo reviva?. ¿Es eso?.
El Leoran no respondió a sus preguntas puesto que, al igual que le sucedía a ella con él, no comprendía en absoluto su lenguaje, pero la posibilidad de haber acertado bastaba para la aterrada Nyla. Aquello era lo que había hecho siempre entre los humanos, usar sus poderes para ganar favores y una posición entre ellos aún a costa de ser la herramienta de los militares. Tal vez ahora le sirviesen también para salvar su vida entre aquellos seres a los que no comprendía.
Animada por esto, la joven se acercó al cadáver mirando todavía con miedo al otro Leoran y extendió una mano hacia él pare empezar su hechizo. A lo que, para mayor terror aún de Nyla, el Leoran sí reaccionaría esta vez moviendo rápidamente una mano para detenerla como si hubiese adivinado sus intenciones.
-Naer. –Le recriminó en un tono tan severo como la forma en que la sujetaba por la muñeca. –Soure azdura. Letto.
Dicho esto, y sin una sola explicación que Nyla pudiese entender, el Leoran salió de la celda llevándola casi a rastras tras él y se dirigió hacia la puerta. Algo que atemorizaría aún más a la joven pues temía que eso significase finalmente la hora de su muerte y la haría llorar aún con más fuerza suplicando y tironeando de aquella mano en un intento inútil por liberarse.
Sin embargo, aún incluso en medio de su pánico y sus súplicas, la mente de Nyla conseguiría todavía ver algo a lo que aferrarse para intentar sobrevivir: aquel Leoran también estaba herido. Las manos del joven que tiraba de ella estaban vendadas y podía ver también algo de sangre en la tela que las cubría, lo que le daba aún una última oportunidad.
-¡Puedo cuarte a ti!. –Lloró adelantándose a él para hacer que se detuviese y mirándolo suplicante. –Tus manos… puedo curarlas, pero por favor no me hagas daño… no me mates.
El Leoran se detuvo una vez más y la miró confundido, probablemente preguntándose qué había dicho como ella hacía con él cada vez que hablaba. Pero Nyla no esperó una palabra, colocó su mano sobre la que el joven había usado para sujetarla, cerró los ojos y trató de demostrarle que podía ser útil antes de que acabase con ella como su corazón temía.
Al instante una luz blanca rodearía la mano de la joven, como una pálida estrella que se hubiese posado sobre uno de sus dedos y ésta usaría para escribir algo en el aire justo sobre la mano del Leoran. Un pequeño círculo en cuyo interior, al igual que había hecho Luciora en Thalan, dibujaría una complicada runa completamente blanca que no tardaría en cumplir su cometido.
La luz centelleó respondiendo al poder de la joven, sus cabellos se azotaron mientras la runa descendía posándose sobre la mano de su captor y sus ojos se abrieron de nuevo. Un cegador destello blanco cubrió entonces la mano del Leoran y parte del brazo de la joven, se deslizó entre sus vendas como una niebla blanca y se disipó poco a poco hasta desaparecer. Aunque, como Nyla pronto comprobaría con cierto alivio, no sin antes hacer lo que ella pretendía.
Aparentemente sorprendido por lo que la joven acababa de hacer, el Leoran la soltó y miró su mano por unos segundos. No necesitaba quietarse la venda para saber que sus heridas ya no estaban, algo que lo haría relajar su expresión para alivio de Nyla, pero pronto sucedería algo que lo haría recuperar su seriedad inicial.
Las piernas de la joven se doblaron de pronto como si le faltasen las fuerzas y se precipitó hacia el suelo. En absoluto sorprendida pues ya sabía que sucedería, pero incapaz de hacer nada salvo dejar que aquel Leoran la cogiese bruscamente por debajo del hombro y tirase de ella para mantenerla de pie.
-Tero store deino…? –Pareció preguntarse el Leoran al ver esto, mirándola fijamente como si el súbito agotamiento de la joven fuese algo que no esperaba.
-¿Lo ves?. –Intentó hacerle entender Nyla a pesar de todo. –Puedo curarte, por favor… no me hagas daño… no quiero morir.
Al tiempo que decía esto, y una vez recuperado de nuevo el equilibrio tras el sofoco inicial causado por sus poderes, Nyla estiró de nuevo la mano para intentar hacer lo mismo con la otra herida de su captor. Pero…
-¡Naer!.
El Leoran la detuvo de golpe cogiendo de nuevo su mano y la miró totalmente serio al tiempo que sacudía la cabeza. Algo que provocaría de nuevo el terror más absoluto en Nyla temiendo haber fallado al intentar convencerle y que, en cuanto éste siguió adelante tirando de nuevo de ella, la llevarían a gritar desesperada forcejeando para intentar escapar a la muerte que la esperaba allí fuera.
Sin embargo, y por suerte para ella, nada más lejos de lo que pretendía realmente aquella criatura al arrastrarla hasta la puerta. Una vez fuera, el joven no solo no le hizo el menor daño sino que además la soltó empujándola bruscamente hacia delante para alejarla de allí.
-Giraret teli. –Dijo a continuación levantando una mano y señalando a una casa a lo lejos.
Nyla miró en aquella dirección aún con más temor esperando algo terrible, pero no pudo ver nada salvo lo que parecía una casa más de las que la rodeaban y se giró de nuevo hacia él todavía llorando.
-¿Qué quieres?. –Suplicó una vez más cayendo de rodillas frente él, ligeramente agotada y tan angustiada ante todo aquello que ya no podía más. –Por favor… decidme que queréis de mí… por favor…
Pero el Leoran ya no le hizo caso, se dio la vuelta ignorándola por completo y se alejó de allí dejándola sola una vez más junto a la casa. Asustada, desconcertada e incapaz de pensar en qué hacer a continuación en aquel lugar extraño del que no sabía nada. Aunque al menos un poco más tranquila al ver que aquel Leoran no pretendía matarla como había temido en un principio.
Lo primero que haría sería ponerse en pie de nuevo y mirar a su alrededor con los ojos aún empañados por las lágrimas. Era una prisionera, al menos eso había pensado en un principio al despertarse en aquella celda, pero ahora ya ni siquiera estaba segura de eso. Se encontraba en lo que parecía ser un pueblo Leoran, y sin embargo nadie parecía siquiera molestarse en vigilarla a pesar de que ellos eran sus enemigos en aquella guerra. Aunque lo más sorprendente para la joven Shamshir era sin duda el extraño aspecto de los propios Leoran.
En Thalan había escuchado cientos de rumores sobre los salvajes Leoran. Todos ellos tan aterradores que le habían helado la sangre en más de una ocasión mientras los oía de boca de los heridos. Pero lo que sus ojos le mostraban en ese momento no tenía nada que ver con los terribles animales a los que los soldados relataban haberse enfrentado en la jungla.
A su alrededor podía ver a los Leoran por todas partes. Algunos caminando tranquilamente escasos metros de ella, otros a lo lejos atendiendo a sus quehaceres diarios, y ninguno parecía la bestia sanguinaria que ella había imaginado. Eran como los humanos, apenas distintos desde lejos salvo por sus largas colas, y solo un poco más extraños que los Harumar una vez se les veía de cerca. Con orejas puntiagudas como las de estos últimos pero rematadas en unos curiosos mechones de pelo, ojos de felino y colmillos tan sutiles que solo podía ver cuando abrían la boca para hablar unos con otros.
Todo esto, sin embargo, no significaba en absoluto que Nyla se encontrase cómoda entre ellos. Todos la miraban con curiosidad, evidentemente sorprendidos por la presencia allí de una humana, pero ninguno mostraría la menor hostilidad hacia ella. Lo que no impediría sin embargo que Nyla intentase alejarse de ellos tanto como podía todavía visiblemente asustada.
Puesto que no sabía qué otra cosa hacer, la joven retrocedió todavía con pasos temblorosos hasta tocar con su espalda la pared de la casa y se relajó un poco. Más tranquila al saber que no había nadie tras ella mientras volvía sus ojos hacia el pueblo en que se encontraba y lo recorría poco a poco con la mirada.
Estaba en el interior de lo que parecía ser el cráter de un viejo volcán. De paredes altas y curvadas que ascendían más de doscientos metros hacia el cielo formando un gran cuenco y con una gran grieta en la zona Norte. Como si una parte de la montaña se hubiese desmoronado creando una gran abertura hacia la jungla que lo rodeaba. Pero no se trataba de eso.
En aquel lugar el cauce de un río atravesaba la pared del volcán y el trabajo secular del agua había llegado a abrir una hendidura en la que se encontraba la única salida visible. Un gran portón de casi seis metros de altura encofrado en la roca de la montaña, hecho con troncos de árboles más gruesos que su propio cuerpo y vigilado por varios guardias. Detalle este último que la haría desviar de inmediato la mirada hacia otro lado.
Nyla no era una guerrera como Nanouk y huir no era una opción viable en su mente. La sola idea de que los Leoran pudiesen creer que estaba pensando en escaparse y reaccionasen contra ella la aterraba demasiado, así que dirigió sus ojos hacia el resto del pueblo examinándolo poco a poco.
Siguiendo la corriente del río hacia el centro del volcán su mirada llegó hasta un gran lago. De aguas claras y tranquilas que reflejaban la luz de la mañana como un gran espejo parpadeante en cuyo centro nacía un único árbol. O al menos esa fue la impresión que la joven tendría en un principio, pero al mirar con más cuidado no tardaría en darse cuenta de que aquella extraña planta era algo más.
El tronco estaba formado por lo que parecían decenas de plantas trepadoras enredadas entre sí. Algunas gruesas y casi tan robustas como un árbol, otras finas y flexibles que se retorcían en complicadas curvas alrededor de las primeras, pero todas con un mismo fin: Ascender hasta superar las sombras que las paredes arrojaban sobre el lago durante la mayor parte del día y abrirse a unos seis metros de altura para formar una hermosa copa de hojas verde-azuladas.
Lo más curioso de aquel árbol, sin embargo, no era el estar formado por varias plantas, ni siquiera la armonía con que éstas parecían haber crecido, sino la forma en que se fundían con el lago. Sus tallos eran translúcidos, como si careciesen por completo de pigmentos, y por su interior completamente hueco el agua fluía hacia la copa dándoles un aspecto tan irreal como hermoso. Sobretodo cuando los rayos de luz de la mañana los atravesaban haciéndolos centellear con multitud de tonos azules y verdes.
Nyla, sin embargo, estaba demasiado preocupada en esos momentos para apreciar la delicada belleza de aquella planta y pronto dirigiría su atención hacia otro lado siguiendo las raíces que esta tejía bajo el agua. Aquella planta no solo crecía en el centro del lago, sus raíces alcanzaban también la orilla en algunos lugares y pequeños retoños podían verse aquí y allá adornando con su presencia el pueblo. Aunque no eran en absoluto la única especie que había plantado sus raíces en la fértil tierra del cráter.
A su alrededor, sobre su cabeza y prácticamente cubriendo por completo la pared del volcán, otras plantas se extendían entremezclándose con las casas de los propios Leoran. Eran parecidas a árboles, de troncos gruesos y raíces tan fuertes que la casa en que se apoyaba se encontraba bajo el arco formado por dos de ellas, pero tan repletas de ramas que llegaban a parecer enredaderas. Y sobre estas vivían aquellas criaturas a las que Nyla tanto temía.
Sus casas se encontraban formando lo que parecían anillos alrededor de las paredes del cráter. Unas más altas que otras como si perteneciesen a distintas castas como sucedía en Thalan, pero aún así todas elevadas unos cuatro metros sobre el suelo salvo por algunas construcciones que ocupaban las orillas del lago. Aunque dado su tamaño y su aspecto a Nyla no le resultó difícil imaginar que éstas últimas debían ser edificios de uso común y no viviendas como las superiores.
Las casas eran de madera como ya había esperado de unas criaturas tan unidas a la jungla, pero aún así no eran pequeñas. Pese a la altura a la que se encontraban, la suma de la pared del cráter y el tronco de aquellas plantas como apoyo les permitía levantar construcciones de un tamaño considerable. Con paredes repletas de grabados que adornaban cada una de las tablas que las formaba, afilados tejados de dos aguas diseñados para escurrir el agua de las constantes lluvias, y dos estatuillas con forma de animal adornando sus extremos. Como silenciosos guardianes de madera apostados en los puntos en que el tejado, antes de alcanzar su parte exterior, ascendía de pronto dando una ligera curvatura al perfil de la casa.
No eran la obra de unos salvajes, eso fue lo primero que Nyla tuvo claro nada más verlas. Unos simples animales no habrían levantado algo así ni gozarían de una estructura social como la que sugerían aquellos anillos que se elevaban cada vez más alto hasta detenerse poco antes del final del cráter. Dónde ya solo las copas de aquellas extrañas plantas se extendían más allá creando una corona de ramas, hojas y flores que cubría la otrora desnuda roca del volcán.
También estaba claro que eran muy distintos a los humanos. Para ellos la altura no parecía tener el menor problema y las casas estaban unidas entre sí por pasarelas construidas sobre las ramas, puentes colgantes y sencillas cuerdas que pendían de ellas para permitirles ascender rápidamente. Algo que un humano tendría dificultades en hacer y sin embargo para ellos parecía increíblemente simple.
Todo aquello era demasiado para que la joven Shamshir pudiese asimilarlo de golpe. Su cabeza estaba aún confusa por todo lo sucedido y el miedo no tardaría en alcanzarla otra vez en forma de unos pasos. Un sonido que en otro lugar ni siquiera la habría hecho girarse, pero que allí la hizo bajar la mirada de inmediato y temblar aterrada al encontrarse con los cuatro Leoran de antes.
Por suerte para ella en esta ocasión no tenía de qué asustarse. Lejos de gritarle o hacer un solo gesto hacia la joven, los cuatro entraron de nuevo en la casa sin una sola palabra y ésta respiró de nuevo. Aunque solo durante los breves segundos que su mente tardó en darse cuenta de qué pronto descubrirían que su compañero había muerto.
Temiendo la reacción que esto pudiese provocar en ellos ahora que aquel joven Leoran ya no estaba allí para controlarlos, Nyla no lo pensó ni un segundo más y echó a correr hacia el lugar más apartado que pudo ver. Atravesó el camino que rodeaba el lago evitando acercarse a nadie, rodeó una gran casa junto a la que podían verse varios peces secándose al calor de Anakran y se refugió tras ésta confiando en que no la encontrasen. O que, al menos, si alguien lo hacía que éste fuese el joven Leoran y no aquellos cuatro que tanto la habían aterrado con sus gritos.
Allí pasó lo que quedaba de día. Sentada hecha un pequeño ovillo tras la pared de la casa escondiéndose lo mejor que podía tras unos barriles que olían a pescado. Hasta que, cuando la noche empezó al fin a caer sobre el cráter, el miedo y el hambre comenzaron a hacerse más intensos y sus ojos se dirigieron hacia el otro lado del lago.
La casa a la que había señalado el Leoran que la había sacado de la celda no estaba lejos. Era un edificio sencillo a orillas del río, más bajo que cualquiera de los demás y con una de sus paredes unida a otro edificio mayor. Éste último también bastante simple y sin un solo grabado en sus paredes a diferencia de los que ocupaban la zona superior, pero con tres grandes chimeneas ocupando el extremo oeste de su tejado. Lo que, unido al gran número de jarrones de barro apoyados en una de sus paredes, daba una idea de la función del mismo.
Aún así, esto no explicaba en absoluto por qué el joven Leoran la había empujado hacia allí. No entendía su lengua y mucho menos las dos palabras con que él le había señalado la casa, pero en el fondo había algo que sí sabía. Esa era ahora su única salida en aquel lugar si no quería quedarse allí de noche y el miedo acabó por superar su prudencia.
Con cautela todavía pero ya decidida, Nyla recorrió el camino hacia la casa mirando continuamente a su alrededor por temor a que la estuviesen esperando y consiguió llegar a la puerta sin problemas. Estaba abierta y no había nadie dentro, algo que la alivió enormemente, aunque sí había señales de que alguien había estado allí hace poco.
El lugar parecía un sencillo almacén repleto de sacos de arcilla y utensilios de madera que no reconocía, pero en un rincón alguien había habilitado una cama lo suficientemente grande para ella y también una pequeña mesa. Lo que, junto al plato de comida todavía humeante que descansaba sobre esta última, la harían entender al fin por qué estaba allí.
Aquel era su sitio ahora, eso era lo que el Leoran había querido decir, y Nyla no tenía más remedio que aceptarlo. Se acercó a la cama, se sentó junto a la mesa mirando el plato de comida… y lloró. Lloró de nuevo como lo había hecho esa mañana mientras su mano cogía una cuchara y llevaba el primer sorbo de comida a su boca.
ya lo he leído, comparado con el 2 este es cortísimo xD


Me encanta la ciudad de los Leoran ^^

Sin ninguna pega :p
Un capitulo interesante... la descripcion del pueblo tan detallada como siempre... ya aunque tu mismo te disculpas en el relato... ¿no hubiera sido mejor esperar a que descansase?... menudas apreciasiones para una niña aterrada, cansada y no muy avispada :p
Pos muchas gracias por los comentarios^ ^. Me alegro de que te gusta la ciudad Necane, y si, es mu corto comparao con el 2XD, pero es que TODO es corto comparado con esa monstruosidad de capítulo.

Muad, te dejas engañar por NylaXD. No olvides los dos últimos capítulos, puede que nyla este cansada y aterrorizada, pero de no muy avispada nunca ha tenido nada. Otra cosa es la imagen que de^ ^.
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