Los Hijos del Cristal. Capítulo 25: Aquellos que caminan entre luz y sombra.

En fins, pasados los exámenes ya pueo escribir otra vez y ahí os dejo el siguiente capítulo, ánimo a los que aún sigáis la historia que ya falta un pelillo pa acabar y sorry por el retraso, pero los finales son los finales.^ ^

Los Hijos del Cristal
La muerte está cerca. Puedo oír el susurro de su manto de olvido arrastrándose por los corredores de este maldito templo mientras se acerca poco a poco a mí. Y sin embargo no me preocupa su llegada, al contrario, en estos momentos sería su retraso el que realmente me aterraría. Pues eso me obligaría a seguir pensando, a seguir escuchando su voz… a recordar todo lo que ella me ha hecho ver y aún estremece mi alma con los enigmas que sé que jamás podré descifrar.
Tal vez sea eso lo que me mantenga aún con vida. Mis ojos se cierran por momentos prometiendo no volver a abrirse y la falda de comida y sueño han deteriorado mi cuerpo hasta el punto de que ya no tiene fuerzas para levantarse. Pero hasta hoy algo seguía alimentando esa llama que otros llaman vida y temo que ese algo pueda ser mi propia curiosidad, mis deseos de seguir con una investigación que ya no puedo concluir. O tal vez sea simplemente un juego de la propia muerte, una forma de demostrarme que nadie la controla y castigarme por mi arrogancia obligándome a esperar un poco más. Cómo si tentase a mi mente a arrojarse al precipicio de la locura que la existencia de esa criatura ha abierto en las entrañas de mi propia alma.
Supongo que por esto he decidido retomar mi olvidado diario. Aunque mis ojos ya no puedan ver mi mano recuerda las runas perfectamente y necesito hacer algo que me impida seguir pensando en ella… en ese ser cuyos ojos aún queman mi alma con el recuerdo de mi estupidez como una vez quemaron mis pupilas regalándome la paz de la oscuridad perpetua.
Atrás queda la alegría de mis primeras horas, la infantil euforia que por un momento me hizo sentir de nuevo como un joven aprendiz al disfrutar del embriagador poder que el fragmento despedía conforme la sangre de la niña se derramaba sobre él. Entonces no era consciente de lo que realmente había sucedido, no más al menos que los estúpidos que intentaron traicionarme y me abandonaron aquí creyendo haberme engañado para que yo mismo me encerrase en esta barrera. Pero la realidad no tardaría en alcanzarme con la crueldad que siempre la caracteriza.
Algo había salido mal. Lo comprendí esa misma noche al observar que el único rastro de la criatura era una débil bruma en el centro de la sala a pesar del terrible poder que podía sentir emanando de ella. He visto cientos de invocaciones a lo largo de mi vida y jamás me había encontrado con algo así, con un ser cuyo cuerpo se formase lentamente a partir de su poder en lugar de materializarse violentamente en nuestro mundo rasgando la tela de las realidades que nos separan.
En un principio culpé al cristal blanco por lo que parecía un fracaso. Mi mente dirigió su odio de forma casi irracional hacia la gema de luz que centelleaba en medio de la sala dando por sentado que su influencia había afectado a la ceremonia y me dormí en la fría esquina de roca de estos muros abatido por la pérdida de mi última esperanza para lograr mis objetivos. No podía estar más equivocado al pensar esto… ni tampoco más en lo cierto.
Para mi sorpresa, y de nuevo mi alegría, a la mañana siguiente mis ojos observaron con fascinación como una criatura emergía de la bruma tomando la forma casi humana que solo los Sei-Thar me habían mostrado hasta entonces y todos mis temores se desvanecieron por un segundo. Exactamente el tiempo que ella tardaría en salir de entre la luz y abrir sus ojos para mirarme fijamente.
Ni siquiera puedo describir qué sentí en ese momento. Miedo, sorpresa, curiosidad… tal vez incluso pena, toda clase de emociones se agolparon de pronto en mi corazón al contemplar los ojos de oro de aquella criatura y reconocer la hermosa silueta de su cuerpo de niña. Era ella, Sarah, la pequeña que yo mismo había sacrificado el día anterior sin el menor reparo y de pronto se mostraba ante mí mirándome con los ojos de la criatura por cuya vida yo había cambiado su alma.
Aquello derrumbó por completo mis planes. Dónde debería haber una respuesta encontraba de pronto una nueva pregunta y mi mente era incapaz de comprender qué estaba sucediendo. No solo por su aspecto, sino porque su comportamiento pronto probaría ser igualmente infantil al pasearse despreocupadamente por la cámara ignorando incluso mi presencia.
Aquella criatura no me servía, no se parecía en nada al ser sabio y maduro que Nesk-lat había demostrado ser y que yo buscaba. Su mente no era más compleja que la de una niña de la edad que su cuerpo aparentaba y mis llamadas apenas obtuvieron una mirada curiosa por su parte como respuesta. Lo que acabó por convencerme de que todo mi trabajo era inútil y me arrojó una vez más a la pendiente de la desesperación.
No sé exactamente cuantos días pasaron desde eso. Aquí dentro es difícil llevar la cuenta pues la falta de luz hace imposible saber cuando empieza o acaba uno, pero supongo que sería cerca de una semana por el número de veces que mi cuerpo me pidió el descanso del sueño. Entonces fue cuando lo vi por primera vez.
La estaba observando como siempre y ella parecía tan poco interesada en mi cómo la primera vez, sin embargo esto cambiaría de pronto ese día. No sé si por simple curiosidad hacia la figura que la había estado mirando durante tanto tiempo o sencillamente por interés en la única entrada de la cámara, pero al fin decidió acercarse a mí y su proximidad rompió la monotonía de aquellos días permitiéndome verla con más claridad.
En ese instante pude apreciar algunas cosas que no había notado todavía. Su cuerpo había cambiado sutilmente con el paso de los días alterando de una forma apenas perceptible su rostro y entre sus cabellos rojos como el fuego empezaban a aparecer pequeños mechones de plata. Era un cambio sin importancia que a ella no parecía afectarle en absoluto, pero dejaba claro que no era tan parecida a la niña como yo había supuesto en un principio y que había algo más en ella que cada vez se hacía más patente. Algo que mi estupidez estaba a punto de obligarme a contemplar con mis propios ojos.
La desesperación es un sentimiento peligroso incluso para las mentes más serenas y yo no fui una excepción. Cansado de esperar y con ella tan cerca mi curiosidad me llevó a intentar lo que con Nesk-lat había sido imposible: a tratar de controlarla. Suponía que su mente sería más fácil de dominar al ser la de una niña y ella ni siquiera se preocupó al verme recitar el hechizo, tan solo siguió mirándome como si encontrase divertidos mis movimientos y mis palabras. Qué ingenuo era al pensar eso.
Todavía siento el escalofrío que recorrió mi espalda al ver sus ojos en el instante en que mi voz terminaba el hechizo formando un anillo negro a su alrededor. El inocente y alegre brillo de oro de su mirada se apago por completo en ese instante volviéndose de pronto tan frío como el metal, de un color tan pálido como la plata y a la vez tan intenso que amenazaba con cegarme son luz e hizo estallar el anillo sin un solo movimiento de su cuerpo. Pero no terminó ahí. La mirada de plata de aquella criatura siguió clavada en mi cuerpo y sus manos se levantarían hacia la barrera para tocarla intentando acercarse más a mí.
No negaré mi temor en ese momento. Retrocedí de inmediato para alejarme de ella temiendo su reacción cuando la barrera devorase su mano y me cubrí con el pilar sobre el que descansaba el fragmento. Sin embargo de nuevo todo sería distinto a como yo esperaba. Su mano atravesó la barrera sin provocar más reacción que unos pequeños relámpagos negros con que la energía de la misma rodeaba su brazo y por unos segundos pareció dispuesta a atravesarla sin que esta pareciese hacerle el menor daño.
Pero no lo hizo. Antes de que continuase adelante sus ojos volvieron a recuperar el color del oro y esta retrocedió de golpe sacando su mano de la barrera como si estuviese confusa. Entonces no comprendía qué significaba aquello y solo pude mirarla mientras se alejaba, aunque esto no hacía menor mi sorpresa ante lo que acababa de presenciar.
Aquella barrera era el hechizo más poderoso que jamás habían visto las seis escuelas. Una espera de magia negra tan pura que disolvía todo lo que la tocaba y se alimentaba del propio fragmento usando el poder de Árgash para crear algo que ni siquiera un Sei-Thar debería poder rebasar. Y sin embargo ella lo había echo como si nada, tan solo extendiendo la mano hacia delante como si no existiese.
A partir de ese momento mi actitud hacia ella cambió por completo. Ahora sabía lo poderosa que era y comencé a contemplarla con más cautela alejándome de la barrera cuando ella se acercaba, algo que curiosamente pareció sorprenderla pues me miraba de forma extraña al ver esto. Sin embargo no había más signos de aquel poder y la falta de comida empezaba ya a afectarme haciendo que todo pareciese cada vez más difuso. Tenía que descansar más a menudo y a veces me despertaba junto a la barrera con ella mirándonos a mí y al fragmento de una forma tan triste que me hacía estremecer. Poco podía sospechar entonces que esa sensación no era nada comparado con lo que estaba a punto de experimentar.
Fue hace poco, uno de los últimos días en que mi cuerpo era aún capaz de moverse y el sueño todavía reconfortaba mi mente. Ese día había caído presa del sueño antes de lo normal y ni siquiera recuerdo dónde me dormí, solo la incómoda frialdad de la pared en que me apoyé para descansar hasta que la luz me hizo volver a abrir los ojos… aquella luz que no debería existir y parecía llamarme incluso en mis sueños. Y cuando lo hice me encontré con algo que me hizo retroceder hacia la zona más alejada de la sala con una velocidad de la que ya no creía capaz a mi maltrecho cuerpo: no estaba solo.
Ella estaba allí, dentro de la sala como si de nuevo la barrera no existiese y su mirada volvía a iluminar con un aura de plata todo lo que la rodeaba. Esta vez, sin embargo, sus ojos no me miraban a mí sino al pequeño fragmento del cristal negro. Su mirada parecía triste al contemplarlo y a la vez alegre, una mezcla de emociones tan imposibles como su propia existencia que se acentuaba aún más por la forma en que sus manos rodeaban a veces el fragmento como tratando de cogerlo. Pero siempre se detenía, cuando sus manos se acercaban a la gema su cuerpo temblaba haciéndola retroceder y sus ojos se volvían dorados de nuevo por un breve segundo.
No me fue difícil darme cuenta de qué aquella no era la misma niña a la que había estado observando hasta entonces. Sus ojos eran distintos, no solo en el color del brillo que los rodeaba, y cuando se posaron en mí sentí tal temor que retrocedí hasta pegarme por completo a la pared ante la profundidad que su mirada había cobrada de pronto. Ella, por el contrario, mostró una reacción totalmente opuesta hacia mí y se acercó poco a poco iluminando con su luz las tinieblas que me cobijaban.
Aquella fue la última luz que mis ojos contemplaron en nuestro mundo. Recuerdo cada segundo del eterno minuto que ella estuvo frente a mi, cada suave movimiento de sus delicadas manos acercándose a mi rostro para comunicarme un mensaje que sus labios no podían hacerme llegar. Pero sobretodo recuerdo su tacto al rozar mi frente… y la sensación de vértigo que invadió en ese instante al sentir como su mente tocaba la mía por lo que pareció una eternidad.
Las imágenes que acudieron entonces a mi mente son imposibles de describir con palabras. Vi un mundo extraño e imposible, de cielo oscuro como nuestra noche a pesar de la luz que el Sol irradiaba entre sus nubes de algodón negro, de interminables llanuras verdes salpicadas por ciudades totalmente negras tan hermosas como perlas de azabache, de grandes bosques tan oscuros y sombríos que el propio Narmaz parecería un jardín a su lado, de cataratas de una belleza incomparable y lagos nítidos como espejos. Y supe que ya no estaba observando mi mundo sino aquel que tantas veces había deseado contemplar.
La alegría de ver como todas mis teorías se cumplían ante mis ojos me embargó por unos momentos. Pude ver con mi mente el mundo hermoso que yo había imaginado y su civilización libre de guerras, levantada bajo una sola bandera que los había llevado a un punto en que la nuestra era sencillamente patética a su lado. Como si los humanos fuésemos simples niños incapaces de levantar un sencillo castillo de arena junto a sus torres de cristal negro y balcones flotantes.
Pero las imágenes pronto cambiaron. Las visiones de Árunor me dirigieron hacia una gran meseta y allí descendieron sobre sus bosques acercándome a un enorme palacio flotante cuyo aspecto era totalmente distinto del de las otras ciudades. Sus torres superiores no eran negras como en el resto, sino blancas como el marfil y las pasarelas que las unían estaban hechas de un cristal casi transparente dándoles el aspecto de una titilante tela de araña tejida entre sus cinco torres.
Lo más sorprendente, sin embargo, era que aquello solo representaba una mitad del palacio. Bajo este, extendiéndose hacia el suelo como un reflejo de las primeras cinco nuevas torres totalmente negras se alzaban de forma invertida desafiando a la gravedad como para oponer su oscuridad al brillo de las superiores. Algo que me hizo darme cuenta al instante de a quién pertenecía aquella magnífica construcción antes incluso de que mi viaje continuase.
Las imágenes me llevaron hasta la base del lago sobre el que flotaba el palacio, caracolearon entre sus torres inferiores y se detuvieron sobre el patio central de la mitad superior. Allí pude escucharla por primera vez. Su voz era como un débil susurro que llegó a mi mente atrayéndome hacia ella y supe inmediatamente que era aquella a quien había buscado. Ninguna otra criatura podría haber despertado tantas emociones en mi viejo corazón con solo el sonido de su voz y al fin pude obtener la primera respuesta a mis preguntas.
Xhalina estaba viva, no había muerto al separarse de Árgash como había esperado y esto no era una buena señal. Su canción tampoco era la misma que Nesk-lat había descrito. Su voz no transmitía paz y quietud, sino una tristeza tan profunda que mis ojos lloraron sin que yo mismo comprendiese por qué y me hizo estremecer al darme cuenta de lo que estaba escuchando realmente.
Aquellas palabras no eran un simple cántico. Cada una de ellas se enlazaba con la anterior en un idioma que no comprendía pero cuyo ritmo me era demasiado familiar y me hicieron entender el por qué cientos de Thar se habían reunido en aquel patio para arrodillarse con la mirada fija en la pequeña capilla colgante en que se encontraba su soberana. Aquello no era una canción, era un hechizo, y por la forma en que todo el palacio y la propia meseta vibraban bajo pulsos luminosos que nacían de aquella cúpula su poder iba más allá de lo que jamás había presenciado.
Mi viaje continuó de todas formas sin darme tiempo a preocuparme. Las imágenes me llevaron hasta el pasillo de roca que conducía a la cúpula y supe que estaba a punto de entrar. Entonces mi trayecto llegó a su fin, y con él gran parte de mi propia existencia.
Mis ojos ardieron en ese instante. Por un momento, a penas un breve segundo que mi mente atesorará eternamente, pude contemplar el hermoso rostro de la diosa y sus ojos de plata observándome tras la luz que la vestía mientras su cuerpo se desvanecía entre destellos de luz cada vez más intensos.
Probablemente eso me salvase la vida. A pesar del corto espacio de tiempo durante el que pude mirarla antes de que desapareciese entre el son de su propio cántico transformándose en hermosas gotas de luz que desaparecían poco a poco su imagen fue capaz de quemar mis pupilas bajo mis párpados. Si aquello hubiese durado más tiempo estoy seguro de que mi mente tampoco lo habría resistido, simplemente habría muerto consumido por su luz como todos los Thar que se atrevieron a mirarla cuando apareció por primera vez en su mundo. Ojalá yo hubiese tenido su misma suerte.
Cuando recuperé la consciencia volvía a estar solo en la cámara. La sensación del frío de la pared me volvió a la realidad junto a la calidez de la sangre que corría por mis mejillas desde mis ojos. Ella se había ido de nuevo regresando a la sala del cristal, algo que no comprendía pues sabía que podía atravesar la barrera sin problemas pero que mis oídos me confirmaban al reconocer su inocente voz y sus pasos al otro lado de la misma. O, como ahora sabía que era, los de aquella otra criatura que compartía con ella el mismo cuerpo.
No sé qué clase de ser es esta niña, pero ahora sé con seguridad que dentro de ella hay algo más cuya mente no es en absoluto tan infantil. Sus ojos son diferentes y posee recuerdos de Árunor que ni el propio Nesk-lat se habría atrevido a contarnos, mucho menos a mostrármelos de esa forma. Pero a pesar de su poder sigue dependiendo de su otra mitad y esta la hace retroceder como si tuviese miedo de algo que la otra desea. Eso fue lo que le sucedió con el fragmento del cristal, lo mismo que le sucedió la primera vez que atravesó la barrera. Pero… por cuanto tiempo seguirá siendo capaz de detenerla.
Lo que más me aterra es pensar en la relación que esto puede tener con las imágenes que ella misma me regaló a cambio de mi vista y la parte de mi alma que el recuerdo de la diosa ha consumido para siempre. Sé lo que presencié ese día y su significado ha sido lo que me ha privado de sueño incluso a pesar de mi cansancio. He visto como Xhalina desaparecía entre el poder de su hechizo, el final de una diosa nacida para un dios que ya no existe. Y sé que no tiene sentido.
Algo no encaja en todo esto, desde la muerte de Árgash a manos de criaturas insignificantes para su poder hasta la tranquila y apacible forma en que Xhalina desapareció de su mundo en lugar de consumirnos a todos con la ira que debería haber incendiado su corazón. Solo encuentro una forma de unir todo esto y darle sentido, pero la mera posibilidad de que sea cierta hace que tiemble pensando en lo que futuro puede deparar a nuestros mundos.
Sin embargo algo me impulsa a pensar que es así. Sus ojos, su fascinación por el cristal negro… sus recuerdos. Todo es demasiado evidente y temo haber cometido el mismo error que mis maestros sin darme cuenta al realizar esta última invocación. De nuevo me siento un peón del destino al comprender que probablemente haya cumplido el papel que ellos deseaban al ser el último capaz de hacerlo tras la desaparición de la escuela, pero curiosamente no me arrepiento. Hay algo que me reconforta a pesar de lo que esto podría desencadenar, un débil susurro que permanece en mis oídos desde que ella tocó mi frente y repite una y otra vez la misma palabra confirmándome lo que ya sospechaba: Graimar, o en nuestra lengua... gracias.
Estoy demasiado cansado para continuar. La pluma se escapa de entre mis dedos y mi mente se nubla con el recuerdo de su rostro… es hora de descansar. Mañana continuaré si ella aún sigue ahí… como lo ha hecho hasta ahora… como lo hará hasta que venza a su otra mitad.

Diario de Arthur Mirtusen, último mago de la corte de Ramat


Aquellas eran las últimas frases escritas en el diario. Las runas de las últimas palabras estaban borrosas confirmando el grave estado de su escritor y el resto de páginas se encontraban totalmente en blanco. No había un mañana como el mago había supuesto, tan solo un vacío que señalaba el final de su historia y, tal y como el mismo había escrito, también de su vida.
Álbert respiró profundamente al llegar a este punto y cerró por última vez el libro. Todo lo que se contaba en él le resultaba demasiado familiar, desde los acontecimientos y el extraño comportamiento de Sarah hasta las suposiciones de aquel mago que estaba seguro de compartir. Esto era tal vez lo único en limpio que había sacado de él, un indicio de que sus pensamientos no eran tan descabellados a menos que aquel mago estuviese loco y las cosas no eran tan simples como parecían a su alrededor. Aunque ya no tendría demasiado tiempo para seguir pensando en esto pues el familiar sonido de la voz de su hermano lo sacaría de pronto de sus pensamientos haciéndolo dirigir su mirada hacia la pareja.
Lo que vio entonces lo hizo recuperar la sonrisa por un instante. De nuevo el cobre se convertía en oro ante la voz de aquel a quien ella había buscado, iluminando con el brillo de dos maravillosas estrellas doradas las oscuras escamas de la criatura que ahora los protegía. Y con ellos, abriéndose al mismo tiempo que los humedecidos párpados que antes los habían ocultado, su corazón abrió también las puertas de su alma liberándola de la dolorosa prisión para la que solo aquella voz servía como llave.
Sin embargo algo la detenía. No solo se sentía feliz… también sentía miedo, un miedo extraño e incomprensible a separarse de él y volver a mirarle que la paralizó por uno segundos sorprendiendo a sus tres compañeros. De pronto su mente comprendía lo que él había sentido siempre, aquel miedo hacia algo que deseaba más que nada pero no estaba seguro de poseer… y la asustó. Por un momento sus brazos se negaron a soltarlo y lo apretaron aún con más fuerza contra ella, arrojándola a un mar de emociones tan contrarias como fuertes a las que no sabía como reaccionar.
Pero aquello no duraría mucho tiempo. A pesar de todo lo que sentía los deseos por agarrarse a la esperanza que aquella voz le traía eran demasiado intensos como para que pudiese contenerlos y su cuerpo se aferraría a la calidez de la mano cuyo contacto lo había empezado todo. Aquella mano cariñosa y agradable que reposaba en su espalda devolviéndole el abrazo y que, al sentirla estremecerse, se movió lentamente entre sus cabellos acariciándola hasta conseguir que se separase de él para mirarle.
Desgraciadamente lo que ella vio entonces no era lo que había esperado. Al volver a mirar a su esposo a la cara con la esperanza de volver a ver al Jonathan de siempre su mirada se encontró una vez más con los mismos ojos fríos y serenos de antes y su cuerpo tembló tentándola a caer de nuevo en la desesperación. Sin embargo algo se lo impidió.
Antes de que volviese a dejarse arrastrar por su tristeza su mirada reparó en las líneas de humedad que recorrían las mejillas de su esposo partiendo de sus ojos y comprendió que no todo seguía igual. Sus lágrimas probaban que él si había reaccionado tal y como su voz le había demostrado hacía unos segundos y fue ella la que intentó llamarlo de nuevo esperando que le respondiese.
-Jonathan… -Susurró levantando ambas manos hasta acariciar el rostro de su esposo y notar la humedad des sus lágrimas bajo estas. –Eres tú… ¿Verdad?. A pesar de todo sigues siendo tú, lo sé.
El cuerpo de Jonathan le respondería esta vez adelantándose a su propia voz. Su otro brazo se elevó lentamente hasta alcanzar el rostro de aquella temblorosa criatura tan aparentemente frágil pero que hacía apenas unas horas había destruido una ciudad solo con el poder de su rabia y su temblaría rozando su mejilla apenas lo suficiente para que ella notase su contacto. Como si de alguna forma tuviese miedo de tocarla
-Sa… rah… -Pronunció de nuevo la voz que ella deseaba oír, pero temblorosa y apagada como si no perteneciese al mismo ser.
Las lágrimas volvieron a manar de los ojos de la joven casi de inmediato al escucharle. Su alegría por escuchar de nuevo aquella voz fue superada rápidamente por la tristeza de verle en aquel estado y de nuevo no supo que hacer.
-¿Qué te pasa?. –Preguntó una vez más temblando conforme sus dedos limpiaban la humedad de la cara de su esposo. –¿Por qué no me respondes?. Sé que estás ahí, que aún sigues siendo tú…
-Niña… -Respondió casi de inmediato una voz que no brotaba de su esposo sino de su cabeza, la misma a la que había llamado una y otra vez buscando ayuda. –No puede… lo desea… pero ya está demasiado lejos para regresar. Solo hay un camino ahora…
-¡¿Qué camino?!. –Preguntó rápidamente Sarah sorprendiendo a todos al habar aparentemente para si misma. –Dime qué le ocurre. Tú lo sabes, ¡Ayúdale... ayúdame!.
-Su alma está despertando… -Volvió a contestarle la voz con el mismo tono suave de antes a pesar de las alteradas preguntas de la joven. –Ha tocado a su otra mitad por un momento y ya no puede permanecer dormida… por eso su corazón es incapaz de retenerla. Pero él aún se niega a abrir los ojos… y mientras el cántico siga llamándole no podrá dar marcha atrás, solo hacia delante.
-El cántico… -Repitió Sarah comprendiendo de pronto algo entre el mar de enigmas con que ella le había hablado. -¡El cristal!. Es eso, ¿Verdad?. El cristal negro y su maldito cántico son lo que le impide volver a ser como antes.
Sarah esperó en silencio una respuesta al pronunciar estas últimas palabras creyendo haber dado con la explicación que buscaba. Pero esta no llegaría, a pesar de las esperanzas con que la joven había hecho aquella pregunta segura de haberla comprendido la voz no regresó y sería la de alguien totalmente distinto quien la haría volver a la realidad.
-¿Es ella otra vez?. –Preguntó la voz de Jessica a su lado mientras la joven desviaba los ojos de su hermano hasta mirarla a ella. –No puedo escuchar su voz como durante la batalla. Pero parecías…
-¡Si!. –Afirmó Sarah de golpe bajando sus manos y girando la cabeza hacia ella para mirarla con ojos súbitamente brillantes que la sorprendieron aún más que sus palabras. –No entiendo todo lo que me ha dicho, pero sé que el cristal negro tiene algo que ver con lo que le pasa a Jonathan.
-Eso tiene sentido. –Dijo de pronto la voz más serena de Álbert que seguía a unos pasos de ellas junto a Atasha pero las miraba fijamente, especialmente a Sarah alegrándose al ver como la languidez de su mirada volvía a desaparecer substituida por la ardiente furia del fuerte carácter que todos habían aprendido a apreciar. –El cántico de ese cristal fue el que lo empezó todo y sabemos que Jonathan reacciona así solo al absorber magia negra. Es posible que Agatha lo siga utilizando y que sea precisamente eso lo que le mantiene así, después de todo si tú puedes sentirlo a esta distancia seguramente él también pueda hacerlo. Ahora sabemos que ambos sois demonios… y probablemente de la misma casta.
-Agatha… -Murmuró entre dientes Sarah pronunciando coda sílaba de aquel nombre con un odio que hacía centellear diabólicamente sus ojos. –Me da igual qué sea Jonathan, solo quiero que vuelva a ser el mismo de antes. Y si todo esto es culpa de Agatha por fin tengo una pista que seguir para recuperarle.
-¿Vas a enfrentarte a ella?. –Temió Atasha hablando de nuevo con dudas, tanto por lo que esto significaba como por el sombrío aspecto de Sarah al decir aquellas palabras. –Recuerda lo poderosa que es ahora que tiene los cristales. Será muy peligroso intentar atacarla, tú misma viste lo que ocurrió durante la batalla. Ni siquiera aquella criatura de luz pudo luchar contra su poder.
-Ella no pretendía luchar, solo llamar a Jonathan para hacerle regresar y que no acabase así. –La contrarió Sarah hablando de pronto con una seguridad que la sorprendió a ella misma. –Eso es lo que yo habría hecho y sé que es lo mismo que ella desea. Esta vez tendrá que enfrentarse a mi y yo no voy a atacarla… ¡Voy a matarla!.
-Entonces decidido. –Concluyó Jessica sumando su voz a la de la joven y poniendo una mano sobre su hombro y tratando de sonreír pese al dolor que aún sentía por su hermano. –Iremos a Tarsis y recuperaremos a Jonathan aunque para eso tengamos que arrancarle el cristal de las manos a la propia Agatha. Cualquier cosa es mejor que estar aquí sin hacer nada salvo deprimirnos.
-Es una locura. –Pareció oponerse Álbert, aunque sus palabras dejaron de tener sentido casi al instante a causa de la burlona sonrisa que apareció en su cara. –Pero lo mismo podría decirse de todo lo que hemos estado haciendo desde hace días. ¿Qué mejor forma de acabar con todo esto que con una más?.
-Aún así, Tarsis está muy lejos y ni siquiera sabemos en que parte de Lusus estamos. –Volvió a dudar Atasha haciendo las preguntas en las que ninguno quería pensar pues la respuesta no era fácil. -¿Cómo vamos a llegar hasta allí. No creo que Sarah pueda llevarnos de esta forma todo el camino, sería muy duro para ella.
-Si hace falta lo haré.
La voz de Sarah sonó fuerte y firme de nuevo al pronunciar estas palabras. Su anterior decaimiento había desaparecido abrasado por el fuego de la furia que ardía de nuevo en su corazón y esta se puso en pie una vez más para cumplir sus palabras. Desgraciadamente no todo saldría como ella pensaba y pronto comprobaría que la esperanza que alimentaba su alma no era suficiente para alimentar también a sus desgastadas fuerzas.
Antes de que pudiese siquiera usar sus poderes, su cuerpo se tambaleó negándose a obedecerla y esta trastabilló cayendo hacia atrás sin poder hacer nada ante la sorprendida mirada de sus compañeros. Aunque, tal y como la propia Jessica había imaginado, su cuerpo no llegaría a tocar la arena puesto que uno de los brazos de Jonathan la recogió suavemente deteniendo su caída y esta acabó sentada una vez más en su regazo con su cuerpo pegado a su pecho.
-Tienes razón, sigue siendo él aunque no pueda hablarnos como antes. –Le sonrió Jessica al ver esto. –Estoy segura de que por eso ha reaccionado. Fue lo mismo que dijo cuando yo creí que había muerto, le ocurra lo que le ocurra no soporta ver llorar a la gente que quiere. Y a ti te quiere más que a nadie, por eso sabía que no dejaría que te rindieses así.
-Eso no me basta. –Respondió Sarah sin intención ya de levantarse ahora que él la mantenía en sus brazos. –Pero…
-Necesitas descansar. –La interrumpió Álbert sin perder su tranquila sonrisa. –No has comido desde hace tiempo y lo que sucedió en Vramack ha tenido que agotarte mucho. Además, Atasha tiene razón, es demasiada distancia para que tú nos lleves hasta allí. Tendremos que buscar otra forma.
-Eso no hará falta. –Lo contrarió Jessica dirigiéndole una traviesa mirada al tiempo que giraba su cabeza hacia la criatura que aún reposaba tras Jonathan. –Nuestro medio de transporte ya nos ha encontrado a nosotros. Él nos trajo hasta aquí y él nos llevará. ¿Verdad?.
El dragón levantó pesadamente la cabeza de la arena al escuchar esto y la miró con ojos curiosos por un momento como si la comprendiese. Hecho esto, movió su cuello hasta acercarse a la pareja que continuaba recostada en su costado y, tras posar su mirada de oro en los ojos de ambos abrió ligeramente sus terribles mandíbulas para dejar escapar un pequeño gruñido. Algo que, evidentemente, dejo a Jessica bastante sorprendida y la hizo mirarlo un tanto molesta al ver como volvía a posar su cabeza hundiendo parte de sus cuernos en la duna y cerraba los ojos sin la menor intención de hacer nada más.
-No parece muy dispuesto a hacerte caso. –Señaló Atasha ganándose al instante una sombría mirada de la menor de los hermanos. –Dudo que pueda siquiera entender lo que decimos.
-Tal vez. –Añadió Álbert sin quitar sus ojos del dragón. –De todas formas es mejor que esperemos a la noche. Todos necesitamos descansar y es el mejor momento para empezar el viaje, incluso para una criatura como él.
-¿Crees que es por eso por lo que no se ha levantado?. –Preguntó curiosa Jessica notando algo más en las palabras de su hermano.
-No. –Negó este son una nueva sonrisa. –Pero eso da igual ahora.
Aunque bastante sorprendida por la calma con que este estaba reaccionando, Atasha se resignó ante lo que parecía la decisión de todo el grupo y los dos se dieron la vuelta para volver a la sombra de la duna dónde habían dejado su mochila. Jessica, por su parte, no tardó en acompañarlos para ir a buscar algo de comida y tanto ella como Sarah tomaron cuando pudieron de aquellas resecas galletas para recuperarse de la falta de alimento durante el último día.
Terminada su comida, Sarah volvió a dejarse envolver por el brazo de Jonathan acurrucándose en su regazo como antes para descansar y solo Jess se quedó sola. En lugar de volver junto a Álbert y Atasha la menor de los hermanos siguió allí por unos instantes deseando estar cerca de Jonathan y solo el dragón pareció preocuparse por ella cubriéndola con su ala como siempre. Pero no era así.
Para sorpresa de la propia Jessica, Sarah reparó en esto al verla junto a ellos y sus labios esbozaron una cariñosa sonrisa por unos segundos al tiempo que extendía una mano hacia ella. Jess encontró esto extraño viniendo de Sarah y la miró con dudas por un momento, pero lo que su corazón sentía por su hermano pronto la hizo reaccionar aceptando aquella mano para acercarse también a ellos. Y para mayor sorpresa de la joven una vez a su lado no solo compartiría su compañía, sino también el abrazo de su hermano cuya otra mano rodeó igualmente su espalda como si reconociese su presencia a pesar de todo.
Todo esto no pasó en absoluto desapercibido para Atasha y mucho menos para Álbert cuyos ojos no se habían apartado un solo instante de sus hermanos. Aunque lo único que provocaría en él sería una nueva sonrisa ligeramente melancólica que solo la voz de su otra compañera borraría al preguntar de nuevo algo.
-¿Realmente crees que lo conseguiremos?. –Dijo Atasha mirándolo con las dudas y el temor de siempre. –Pareces muy tranquilo a pesar del poder de Agatha.
-Ya he dicho lo que pensaba. –Respondió Álbert girando la cabeza hacia ella sin perder la sonrisa. –Es una locura. Aún con Sarah de nuestra parte y Jonathan en ese estado el poder de los cristales será difícil de igualar. Además ni siquiera sabemos lo que volver a acercarse al cristal le hará a él.
-¿Entonces por qué estás tan tranquilo?. –Intentó comprender Atasha. –Deberíamos pensar en otra cosa en lugar de hacer algo que probablemente nos mate a todos.
-No hay otra posibilidad. –Negó Álbert encogiéndose de hombros. –Néstor lo sabía y por eso tomó aquella decisión, aunque tal vez tuviese más motivos personales para hacerlo de los que nosotros sabemos. Pero lo cierto es que si Agatha pretende liberar a Árgash no hay otra posibilidad más que detenerla, si no lo hacemos da igual dónde estemos, no habrá a donde huir.
-¿Tan poderoso es?. –Se preocupó Atasha apoyando su costado en el cuerpo de Álbert y dejando caer su cabeza hasta reposarla sobre su hombro mientras miraba al dragón. –Agatha no parecía estar loca, me cuesta creer que intente liberar a un monstruo que sabe que no podrá controlar.
-Según ese diario su poder va más allá de lo que podemos siquiera llegar a imaginar. –Fue la respuesta de Álbert, una que sabía no la tranquilizaría en absoluto pero que acompaño con su brazo rodeando suavemente su cintura para aliviar sus dudas. –Y desgraciadamente no creo que a Agatha le importe después de lo que hemos visto. Jess tenía razón, hace esto por venganza y tiene un motivo para odiar a todo el mundo.
-¿Cuál?. –Insistió en saber la joven de cabellos oscuros.
-Míralo tu misma.
Dicho esto, Álbert metió una mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y sacó de él algo que había recogido hacía días en el desierto tras caer al suelo mientras Sarah llevaba la gabardina de Jonathan. Era un pequeño puñal de plata parecido al que ya había visto una vez en Tírem y con el mismo sello grabado en su empuñadura que ahora odiaba por a quién representaba. Pero había algo más en aquel símbolo, algo súbitamente familiar que la hizo que Atasha abriese los ojos de golpe al entender que no era una “A” como había supuesto al principio, sino una elaborada “R” cuya imagen había visto hacía poco en otro lugar: en Vramack.
-Rashid… -Murmuró para ambos Atasha. –Era eso. Ella es uno de los Rashid… no puede ser.
-Resulta difícil de creer. –Asintió Álbert guardando el puñal de nuevo. –Pero todo parece indicar que así es, de lo contrario no tendría tanto control sobre Vramack como para poder enviar allí a Jonathan siendo tan peligroso.
-Entonces no toda la familia imperial murió durante la guerra. –Supuso Atasha ahora convencida por sus palabras. –Alguien debió escapar a la destrucción de la vieja Ramat.
-No es una práctica tan extraña como parece. –Asintió Álbert. –Muchas familias reales hacen lo mismo, incluso la de Acares. Para asegurar la supervivencia del linaje en caso de algo así algunos de sus miembros viven fuera de la capital.
-Aún así, sigue siendo difícil imaginar que quiera la destrucción de Linnea. –Repitió Atasha deseando con todas sus fuerzas creer sus propias palabras. –Hace más de cuatrocientos años de eso y su vida es totalmente diferente. ¿Por qué vengarse ahora por algo que sucedió hace tanto y de lo que nadie tiene la culpa ya?. Todos los responsables de aquello han muerto hace siglos.
-Eso solo puede responderlo ella. –Explicó Álbert suspirando por un momento. –Además, no solo vamos allí a detenerla. La verdadera razón de todo esto es Jonathan, yo tampoco quiero verle así más tiempo.
-Lo sé. –Asintió Atasha con una pequeña sonrisa. –Me basta miraros para saber el daño que os hace a todos perderle. Por eso creo que tú deberías estar también con ellos ahora, no conmigo.
-Ese no es mi sitio. –La contrarió Álbert recostándose hasta apoyar su espalda en la pendiente de la duna. –Lo he sabido siempre y ahora lo tengo más claro que nunca. Yo no soy como ellos.
-¿Qué estás diciendo?. –Se sorprendió Atasha mirándolo de nuevo. –Tú también eres su hermano.
-Eso no significa que seamos iguales. –Insistió Álbert tratando de disimular la melancolía que amenazaba con empañar el verde esmeralda de sus ojos. –Dime, ¿Conoces ese viejo refrán que dice que todos tenemos un alma gemela?.
Aquella pregunta cogió por sorpresa a Atasha y esta tardaría unos segundos en responder. No comprendía el por qué se la había hecho tan súbitamente, pero sí sabía a qué se refería y asintió con la cabeza dándole la respuesta que él seguramente esperaba.
-Basta mirarles para darse cuenta de que para Jonathan no es así. –Continuó Álbert, dirigiendo sus ojos hacia Jessica y su hermano. –Desde pequeños supe que él y Jessica estaban unidos de una forma totalmente distinta a la mía, como si siempre hubiesen sido algo más que hermanos. Pero al mismo tiempo eran distintos de lo que debería ser una pareja, su cariño siempre fue más sutil que el amor que yo esperaba que llegase a aparecer entre ellos conforme crecían. Ahora sé que la razón de esto fue Sarah, ella era a quien aguardaba realmente el alma de Jonathan y a ella pertenece su corazón como el suyo le pertenece a él. Ambos se quieren de una manera tan abrasadora que ni siquiera pueden seguir adelante solos… y espero que algún día Jess encuentre también a alguien así. Estoy seguro de que como para Jonathan, para Jessica existe otra alma en algún lugar además de la de su hermano. Aunque después de lo que aquella criatura dijo en la salina me pregunto en qué lugar se encontrará su dueño.
-¿Qué quieres decir?. –Trató de comprender Atasha aún más confundida. –No entiendo todo eso, pero aunque fuese así eso no significa que tengas que apartarte de ellos. Eres su hermano.
-No me estoy apartando, tan solo ocupo el lugar que me corresponde. –Repitió Álbert encogiéndose de hombros. –A diferencia de ellos yo no he cambiado nada en estos años. Sigo siendo el mismo y lo único que puedo hacer es lo que hacía cuando éramos pequeños y los dos la protegíamos en el orfanato. Pero ahora ya no necesitan que alguien cuide de ellos, en realidad creo que nunca lo han necesitado. .
Atasha lo miró en silencio al escuchar estas palabras y se dio cuenta de que sus ojos ocultaban algo que él no había querido decir. Había dolor tras aquellas frases, el mismo que ella había sentido hacía tiempo cuando los había conocido y su mundo se había derrumbado a su alrededor dejándola sola sin nadie que la guiase… ni la necesitase. O al menos eso creía en aquel momento, sin embargo ellos le habían hecho ver que no era así y ahora era ella la que podría devolverles el favor. Sobretodo porque, aunque en ese instante decidiese no decir nada y solo se recostase a su lado rodeando su brazo con el suyo, sabía mejor que nadie que lo que él pensaba no era cierto y podría demostrárselo muy pronto.
Ajeno por completo a sus pensamientos, Álbert simplemente agradeció su compañía con un pequeño beso y se dejó arrastrar al reparador descanso que su cuerpo le pedía intentando no pensar en todo lo que se les avecinaba. Había muchas cosas que no había dicho, tanto sobre el por qué había aceptado aquel plan con tanta facilidad como sobre lo que pensaba a cerca de lo que les estaba sucediendo, pero nada de eso era seguro todavía y era mejor dejarlo en las sombrar por el momento. Las mismas que, unas horas más tarde, se extenderían por el desierto conforme el sol se hundía en el horizonte.
Sería precisamente entonces cuando él se despertaría de nuevo alertado por el frío que sentía en su hombro derecho. La llegada de la noche había enfriado la arena y sus sentidos habían notado al instante que algo faltaba a su lado, un cuerpo familiar y cálido que de repente había desaparecido y lo hizo abrir los ojos de golpe para mirar rápidamente a su alrededor. Algo que no le daría la respuesta que buscaba pero sí una que podría conducirle hacia ella.
A su lado podía verse un camino de pisadas recientemente labradas en la arena que ascendía hacia la cima de la duna y cuya dueña no podía ser otra más que ella. No podía encontrar una razón clara para aquello, pero parecía claro que Atasha se había alejado por su cuenta y este se puso en pie lentamente para ir a buscarla asegurándose antes de que ninguno de sus compañeros se había despertado para no interrumpir su descanso.
Sabía que nadie había podido atacarlos en aquel lugar, sobretodo con la constante vigilancia del dragón cuyo sueño habían descubierto por propia experiencia no era tan profundo como parecía, pero seguía preocupándole y solo se detuvo al llegar a la cima de la duna. Desde allí podía ver el ondulado paisaje del desierto ahora lleno de sombras y montículos dorados emergiendo entre ellas bajo la luz de Kashali como islas en un mar negro. Y sería precisamente en ese mar, en el valle entre su duna y la siguiente, donde daría con la familiar figura de su compañera esperándolo inmóvil en la oscuridad.
Esto no hizo sino sorprender aún más a Álbert y el joven descendió hasta ella cada vez más desconcertado por su comportamiento. Sin embargo sus sorpresas no habían hecho más que empezar y cuando se detuvo frente a ella para preguntarle algo su voz apenas consiguió formarse en su garganta antes de que ella lo abrazase lentamente con un cariño que pocas veces se atrevía a mostrarle.
-¿Atasha, qué ocurre?. –Preguntó mirándola sin reaccionar todavía a su abrazo. -¿Por qué te has ido así?.
-Porque sabía que tú me encontrarías. –Respondió ella en un tono suave y cariñoso, tan cálido que parecía hablar con su corazón y no sus oídos. –Y quería que lo hicieses para que entendieses lo equivocado que estás.
-No suelo equivocarme. –Señaló Álbert devolviéndole al fin el abrazo y mirándola con una tranquila sonrisa como de costumbre. –Ni tú sueles comportarte así. ¿Qué sucede?. Algo tiene que preocuparte para que hagas algo como esto.
-¿Lo ves?. –Dijo Atasha sonriendo juguetonamente entre sus brazos como si aquello le diese aún más la razón. –Vuelves a hacerlo. Incluso sin darte cuenta estás haciendo lo que creías que ya no podías.
-Te refieres a lo que dije sobre mis hermanos. –Comprendió entonces Álbert poniéndose súbitamente serio. –Eso no debería preocuparte, son solo cosas en las que pienso a veces. No tenías que demostrarme nada.
-Ni siquiera tú eres tan fuerte, yo lo sé porque he visto como eres cuando no te ocultas detrás de esa sonrisa. –Continuó Atasha cómo si sus palabras no la convenciesen en absoluto. –Por eso quería que lo vieses por ti mismo.
-¿El qué?. –Insistió Álbert todavía algo perdido, tanto por sus palabras como por el dulce brillo de sus rasgados ojos negros que lo miraban más fijamente que nunca. –Aún no sé por qué estás aquí.
-Que sigues haciendo lo mismo que hacías hace años. –Explicó Atasha sin perder su tímida sonrisa ni soltarle. –Sigues cuidando de los que te rodean. Por eso has salido en mi búsqueda, porque te preocupaste por mí y querías estar seguro de que estaba bien.
-Tú no necesitas que nadie cuide de ti. –Matizó Álbert empezando a caer en la cuenta de lo que quería decir pero en absoluto de acuerdo. –Eres mucho más capaz de lo que crees y ya nos lo has demostrado varias veces.
-Para mi eso no significa nada. –Volvió a llevarle la contraria Atasha bajando la mirada por un instante para dirigirla a su pecho. –Es algo que aprendí de Sarah. No importa lo fuertes que seamos, todos necesitamos a alguien. Y yo te necesito a ti, tanto como saber que tú también me necesitas, esa es mi mayor motivación para seguir adelante desde hace tiempo.
-Sarah… -Murmuró Álbert cambiando por completo su expresión ante las palabras de Atasha y devolviéndole el mismo cariño con la mirada que ella le profesaba con aquel abrazo. –Es irónico pensar que alguien como ella sea quien nos enseñe esto a nosotros. Y más aún que seas tú la que tenga que decirlo.
-¿Entiendes ahora por qué te dije eso?. –Preguntó Atasha sin dejar de sonreír al tiempo que levantaba las manos hasta posarlas en sus hombros. -Sé como te sentías al contarme todo eso sobre tus hermanos y solo quería que supieras que no es así. Tú aún tienes alguien a quien proteger… a mi.
-Lo entiendo perfectamente. –Afirmó Álbert sujetando cariñosamente su cintura para que no se alejase de él. –Aunque me resulta todavía extraño, hace tiempo ni siquiera imaginaba que podría querer a alguien como a ti y ahora me ofreces algo que siempre he buscado. ¿Es eso realmente lo que quieres?. ¿Dejarás que cuide de ti aunque no me necesites… que haga lo único que he querido hacer siempre?.
-Ya lo estás haciendo. –Asintió Atasha temblando ligeramente entre sus manos mientras sus ojos centelleaban cargados de emoción. –Lo has hecho desde que salimos de Tarsis y no quiero que esto cambie nunca. Solo que sigas haciéndolo y me dejes hacer lo mismo contigo, porque ahora sé que tú también lo necesitas.
Álbert aceptó sus palabras con la misma alegre sonrisa de antes y no le permitió dar ya más explicaciones. Sus brazos volvieron a atraerla hacia él levándola en el aire casi por completo y cuando sus ojos se encontraron a la misma altura no hubo dudas para ninguno de los dos. Sus labios se acercaron lentamente y este la besó con dulzura dejando que ella le rodease con sus brazos mientras sus labios hablaban por ellos acariciándose mutuamente bajo la luz de Kashali. Sin nadie esta que vez que los mirase ni pudiese interrumpir aquella muestra de afecto que la timidez de Atasha tan pocas veces le permitía disfrutar.
Cuando ambos se soltaron, sin embargo, Álbert se encontraría aún con otra sorpresa al dejarla en el suelo. Sus ojos seguían vibrando con la emoción de hacía unos segundos y a él le resultaba imposible apartar los suyos de ella, aunque lo extraño no era esto sino que Atasha no bajase la mirada como de costumbre.
-Parece que nuestros papeles se han intercambiado por una vez. –Bromeó Álbert sin dejar de mirar a los titilantes ojos de su compañera. –Pocas veces puedo verte actuar de forma tan decidida. Haces que empiece a pensar que sí puedo hacer algo por ti si consigo al menos eso.
-Has conseguido muchas más cosas. –Respondió Atasha con voz suave y titubeante, como si esta temblase al igual que sus ojos presa de sus emociones. –Contigo me siento más cómoda de lo que lo había estado nunca con nadie y puedo ser yo misma, tu confianza hace que no me avergüence tanto de mi propio carácter.
-Los dos hemos aprendido mucho el uno del otro entonces. –Apunto Álbert alegre por esta respuesta. –Ahora será mejor que volvamos. Podrían despertarse y se sorprenderán si no estamos allí.
Dicho esto, Álbert cogió solo una de las manos de Atasha y se dio la vuelta para empezar a caminar hacia la cima de la duna con ella. Pero algo hizo que se detuviese. La pequeña mano que sostenía entre sus fuertes dedos se cerró de pronto alrededor de la suya y tiró de él negándose a dejarle avanzar.
Confundido por esto, Álbert se giró de nuevo hacia ella sin comprender por qué no le seguía y sus ojos serían los primeros en sorprenderse al ver como ella soltaba su mano sin decir nada y volvía a abrazarle. No con la sutil y delicada caricia con que lo había hecho antes sin llegar apenas a apretar sus manos contra su espalda, sino pegándose por completo a su cuerpo y apretándolo con fuerza contra ella hasta conseguir sentir el calor de su pecho a través de su propio vestido.
-No quiero volver todavía. –Dijo ella pegando su mejilla a su pecho para que él no pudiese verle la cara bajo sus cabellos de azabache.
-¿Por qué?. –Preguntó Álbert tratando de mantener su voz tranquila pese a no comprenderla.
-Si volvemos no sería capaz de seguir diciéndote lo que siento. -Susurró ella temblando como si pronunciar aquellas palabras le resultase difícil. –Te quiero y… hasta ahora me he comportado como una egoísta, por eso era tan importante para mí que entendieses lo mucho que te necesito ahora que sé que tú lo deseas como yo. Pero eso no es justo para ti, si tú me necesitas yo no puedo seguir tomando tu cariño sin poner nada de mi parte como cuando me dijiste que me querías por primera vez. Amar es algo más que eso, no es solo esperar a que tú hagas algo y reaccionar cuando lo haces cómo si yo no sintiese lo mismo que tú y te necesitase de la misma forma. Lo sé porque mi corazón lo ha comprendido esta tarde al ver la tristeza en tus ojos… y aún me duele por no haberla evitado antes.
-Eso no es cierto. –Negó él rodeando poco a poco sus hombros como si temiese tocarlos al no entender aún del todo su reacción. –Tú también me has dado mucho, empezando por tu compañía.
-Eso es algo que te daría cualquier amigo, pero yo no quiero ser solo eso y me he dado cuenta de que me estoy comportando como si lo fuese. -Mientras decía esto, las manos de Atasha se cerraron aferrándose a su chaqueta mientras ella lo apretaba aún más contra su cuerpo y su voz se volvió aún más titubeante. –Por una vez quiero sentir que realmente hago algo para demostrarte que te quiero, ser yo la que te haga reaccionar a ti y ver que tú me quieres tanto como yo. Y lo único que yo puedo hacer… es entregarme a mi misma. Eso es lo único que tengo y lo que quiero compartir contigo esta noche, solo contigo. Para que sepas que una parte de mí es ahora tuya… y tener también una parte de ti.
Álbert si comprendería lo que quería decir esta vez, tanto por sus palabras como por su extraño comportamiento al abrazarle de aquella forma cuando solo coger su mano solía hacerla titubear. Sin embargo su cuerpo no reaccionó como ella esperaba, sus manos la separaron de pronto de él sosteniéndola por los hombros hasta obligarla a romper su abrazo y la obligarían a levantar la mirada deslizándose hasta sostener su rostro entre ellas. Estaba ardiendo y sus mejillas brillaban con el sonrosado color de sus emociones incluso bajo la penumbra que Kashali les brindaba, pero sus ojos tan solo buscarían los suyos y apenas notarían nada más antes de hablar de nuevo.
-No tienes que hacer nada de eso. –Dijo totalmente serio a pesar del fuego que sus palabras habían despertado en su interior. –Sé que me quieres y no necesito que me lo demuestres de ninguna forma. Además, tú te mereces algo mejor que este lugar, no…
-Yo solo quiero merecerte a ti. –Lo interrumpió ella levantando ambas manos para coger las suyas y acariciarlas suavemente mientras su cuerpo temblaba aún con la inseguridad que la caracterizaba. –Y ni siquiera estoy segura de hacerlo. Hace tiempo le ofrecí lo mismo a alguien creyendo que debía hacer cualquier cosa para conseguir lo que mis superiores me habían ordenado. Entonces él me rechazó porque mis motivos no eran los correctos…
Tras decir esto, Atasha se detuvo un instante debido al rápido ritmos de sus emociones que dificultaban incluso su respiración y esta cerró los ojos por un segundo dejando caer dos temblorosas lágrimas por sus mejillas antes de volver a mirarle.
Y es algo que siempre le agradeceré, gracias a él comprendí lo equivocada que estaba y me dio una segunda oportunidad para volver a empezar. –Terminó. -Pero contigo es distinto, es mi corazón el que te desea y sé que esa es la razón apropiada. Por favor… no me rechaces tú también, no dudes de lo que siento por ti.
Álbert tardó unos segundos en responder tras escuchar su respuesta. Su mente comprendía perfectamente lo que ella quería decir y no le era difícil adivinar quien había sido aquel alguien, pero todo le daba igual en aquel momento. Su corazón golpeaba su pecho como si tratase de salirse a través de él y sus manos se cerraron poco a poco en torno a las de la joven mientras su rostro se suavizaba volviendo a mostrarle el cariño que ella necesitaba ver.
-¿Cómo podría rechazarte?. Hacerlo sería ir contra mi propio corazón. –Respondió sintiendo como las manos de ella palpitaban de pronto entre las suyas al oírle y sus ojos brillaban como antes. –Te quiero y deseo tanto estar contigo como tú, solo quería estar seguro de que no hacías nada por un motivo equivocado.
-¿Quererte no es un buen motivo?. –Preguntó de nuevo ella con la voz aún titubeante y el rostro ardiendo al igual que sus manos, pero ya mucho más cariñosa y alegre como le demostró la forma en que sus manos volvieron a rodear su cuello acercándola a él.
-Es el único que se me ocurre.
Esta vez fue ella quien no le dejó decir nada más. Tras escuchar lo que quería oír, sus labios buscaron los suyos con la misma pasión del abrazo anterior y sus manos juguetearon tímidamente entre los ángulos de su espalda acariciándole bajo su chaqueta. Algo a lo que él respondería de inmediato pegándola a él con uno de sus brazos sin la menor intención de soltarla como solía hacer durante los cortos besos que ella le había regalado hasta entonces.
Esta vez sus cuerpos sí se permitieron comunicarse como la pareja que eran. Sus bocas se hablaron una y otra vez fundiéndose bajo el brillo con que sus ojos se miraban mutuamente y las manos de ella serían las primeras en deshacerse de las ataduras que aún los separaban dejando caer a un lado la chaqueta del joven. Aunque pronto sería él quien pasaría a tomar las riendas de aquel vals de besos y caricias dejándose caer sobre la arena y arrastrándola con él hasta el suelo de la duna.
Allí sus cuerpos continuaron con el inocente juego de sus pequeños besos y las manos de Atasha llegarían también a desabrochar la camisa de Álbert venciendo con dificultad la timidez que las hacía temblar al rodear cada botón con sus dedos. Pero sería en ese momento cuando algo haría que ella se detuviese y lo mirase con cierta preocupación acostada por completo sobre él.
-Yo… es la primera vez. –Murmuró en palabras casi audibles incluso para él. –No… no tengo ninguna experiencia y no sé muchas cosas.
-Entonces los dos estamos en la misma situación. –Le sonrió Álbert posando un nuevo beso en sus labios antes de continuar al comprobar que ella parecía esperar que para él no lo fuese. –Los dos tendremos que aprender el uno del otro. No te preocupes.
Atasha no pudo evitar devolverle la sonrisa al escuchar esto. Toda la vergüenza y el temor que sentía parecieron esfumarse de pronto al comprobar que no eran tan distintos y su cuerpo reaccionó volviendo a besarle antes de apartarse de él de nuevo para desilusión de este.
Pese a la cariñosa caricia con que sus manos aún sostenían su cintura ella se irguió hasta sentarse sobre él y lo miró con ojos tan brillantes como jamás había visto en el rostro de aquella joven. Rebosantes de cariño y, sobretodo, de la pasión que la hizo llevarse las manos a la espalda para hacer lo que su corazón ya había decidido.
Con más facilidad de la que el propio Álbert había podido imaginar, las delicadas manos de la joven la libraron la parte superior de su ropa en apenas unos segundos dejándola caer a su lado y los tirantes de su ropa interior también se soltarían atrayendo aún más su mirada. Algo que la hizo titubear por un momento y sujetar las copas de su sostén como si aún dudase, pero que él mismo se ocuparía de ayudarla a decidir.
Lejos de continuar esperando, Álbert se irguió también hasta sentarse en la arena y sus manos buscaron la suave espalda de su pareja acariciando al fin su piel sin nada que se lo impidiese mientras sus labios bajaban hasta los suyos. Sin embargo, y al igual que sus manos, su boca continuó su camino negándose a pararse allí y mientras sus dedos la hacían estremecerse rozando la línea de su columna esta bajó hasta uno de sus hombros y comenzó a besarla acercándose cada vez más a su cuello.
Atasha olvidó por completo su timidez en ese momento. Sus manos soltaron la prenda que aún sostenía y sus pechos ya excitados se dejaron acariciar por el aire del desierto antes de rozar el de Álbert conforme ella le devolvía cada beso imitando cada uno de sus gestos. Era un juego extraño para ambos, un hermoso baile en que ninguno marcaba el paso pues ambos exploraban por igual el cuerpo del otro con la misma inexperiencia pero a la vez la misma pasión.
Ella sería la primera en dejar que su voz rompiese la noche con un delicado gemido que se perdió entre la noche, justo cuando él deslizó ambas manos por el contorno de sus pechos desde sus costados y posó sus labios en el nacimiento de su cuello. Pero no era más que el primero de muchos, su corazón ardía a cada roce y podía notar que el suyo también en el ardor que sentía en sus labios cada vez que tocaba su piel. Su cuerpo quemaba como el fuego pero la atraía como un néctar que deseaba seguir probando y sus labios devoraron su pecho recorriéndolo cada curva de sus músculos mientras sus manos hacían lo mismo en su espalda.
Y él hacía exactamente lo mismo. Sus manos jugaron entre el elástico de su falda acariciando sus nalgas y su boca tomó entre sus labios uno de los delicados y sonrosados pezones que se balanceaban frente a él sacudidos la agitada respiración de la joven. Aquello pareció prender aún más fuego al cuerpo de la joven, su voz resonó en sus oídos como una dulce sinfonía en cuanto sus labios se cerraron en torno a su pecho y su espalda se arqueó hacia atrás obligándola a soltarle en un gesto que difícilmente podía controlar.
Él continuó aún con más intensidad al ver esto. Sus manos ascendieron rápidamente para cubrir sus pechos allí donde sus labios no podían y estos volaron de uno a otro besándolos continuamente, acariciándolos, rozándolos para hacerla temblar entre sus brazos y escuchar de nuevo su voz. Hasta que, cuando ella pareció no poder soportarlo más, se separó un instante y la miró sonriendo al ver la pasión que ardía en los habitualmente tímidos ojos de la joven.
Ella ni siquiera le habló en aquel momento, su cuerpo se estremecía aún jadeando a causa de la excitación y su mente no podía pensar en palabras que explicasen como se sentía. Tan solo volvió a besarle en cuanto él se lo permitió y se empujó hacia delante volviendo a caer sobre la duna con sus pechos aplastados contra el suyo y solo sus manos libres mientras él la besaba junto a sus orejas y ella hundía su cabeza en la curva de su cuello.
Pero sus manos no habían parado sus caricias sin una razón. Lejos de abandonar los dulces juegos que ambos compartían, sus dedos buscaron casi con desesperación el cierre de su falda y la abrieron dejándola totalmente suelta. Hecho esto, volvieron a ascender por su cuerpo acariciando su pecho y ambos siguieron besándose sin percibir ya nada más que sus emociones o la pasión de sus cuerpos.
Álbert la abrazó acercando más sus cuerpos cubiertos ya de sudor y siguió sus movimientos a la inversa. Descendió pro su espalda rozando con sus dedos el borde de sus pechos en sus costados para hacerla estremecerse y continuó esta vez más allá de su falda. Sin la tensión que antes la ataba sus manos se deslizaron bajo esta cubriendo sus nalgas con más caricias que la volvían cada vez más ardiente. Su boca buscaba su rostro, su cuello, su pecho… su cuerpo una y otra vez con una voracidad tan extraña como excitante que hacía jadear a su compañero mientras él seguía acariciándola y buscaba de vez en cuando sus pechos con sus labios. Pero eran sus manos las que más frecuentemente encontraban lo que buscaban, hundiendo suavemente sus dedos en la suavidad de sus nalgas y deslizándose sobre la tela de su ropa interior hasta sus muslos para hacerla temblar de nuevo al tocarla entre las piernas allí donde un simple roce bastante para que su voz volviese a regalarle un dulce gemido.
Esto acabó también con los nervios del propio Álbert. Su cuerpo lo quemaba deseándola más allá de lo que aquella ropa le permitía y la cogió de pronto en el aire para posarla sobre la ropa que ambos se habían quitado ya. Su cuerpo era demasiado hermoso para que la dejase sobre la arena, demasiado delicado para permitir que se manchase con esta como su propia espalda y cuando al fin la soltó fue él quien pasó a cubrir su cuerpo con el suyo en un nuevo beso.
Atasha se dejó llevar una vez más y solo siguió lo que su corazón le pedía. Lo abrazó con fuerza hasta que él se escapó de sus brazos, se estremeció al sentir su boca humedeciendo uno de sus pechos y tembló de tensión al verle descender hasta su cintura. Su propia respiración pareció cortarse al sentir como una de las manos de Álbert le levantaba las caderas cogiéndola bajo su cintura y la otra tiraba de su ropa bajando ambas prendas a la vez. Dejando que las dos se deslizasen por sus nalgas rozando su piel con el elástico que las había mantenido en su sitio y descubriesen al fin la última parte de su cuerpo que seguía oculta a la vista de su compañero.
Sus manos apenas perdieron tiempo nada más dejar la ropa a un lado, volvieron a ascender acariciando una de sus piernas mientras él regresaba junto a ella para besarla y dejar que esta hiciese lo mismo y se detuvieron sobre su muslo acariciando la parte interna de este. Por un momento él también dudaría como ella lo había hecho, su mano se detendría temblando ligeramente entre sus piernas sin atreverse a tocarla y sus ojos se encontrarían de nuevo con los de Atasha.
Esto sería precisamente lo que lo animaría a continuar. Los ojos de la joven podrían haber fundido el acero con el fuego que ardía en ellos, temblando con la misma excitación que el resto de su cuerpo hasta parecer brillar con luz propia entre las penumbras que los rodeaban. Y solo cuando su mano siguió su camino estos se cerraron rompiendo por un momento el hechizo en que parecían haberle atrapado.
La palma de su mano se posó sobre el suave cabello del nimbo oscuro que cubría la parte más íntima de su cuerpo y uno de sus dedos se deslizó sobre su monte de Venus hasta notar la humedad de su cuerpo. Eso fue lo que la hizo reaccionar, estremecerse bajo su contacto como si su cuerpo se quemase mientras él exploraba indeciso su cuerpo maravillado por sus reacciones y la pasión que ella despertaba en él.
No podía dejar de mirarla, ni siquiera de tocarla. Sus labios volvieron a bajar hasta su cuerpo antes incluso de ella abriese los ojos y recuperase la calma, la besaron entre sus pechos mientras sus dedos jugaban acariciando sus labios más delicados y continuó su camino haciéndola levantar el cuello para mirarle entre jadeos. Álbert cruzó su estómago sin dejar de acariciarla y esta lo vio rodear su ombligo con un nuevo beso antes de dirigirse hacia más abajo, pero algo hizo que se detuviese en ese momento.
Los ojos de Atasha cambiaron de golpe al ver esto y pudo ver como dudaban, por un segundo vio su timidez asomando tras el fuego de la pasión y notó como su cuerpo cerraba las piernas instintivamente al ver que él iba a mirarla allí y lo único que pudo hacer fue dirigirle una tranquilizadora sonrisa que la sorprendió aún más. Lejos de continuar, Álbert volvió a besarla comprendiendo sus sentimientos y solo su mano siguió acariciándola mientras él volvía a buscar sus labios cómo si no hubiese pasado nada y dejaba su propia ropa a un lado para sentir por completo el contacto de sus cuerpos al abrazarse.
-Lo siento… -Se disculpó consiguiendo formar palabras entre los jadeos con que su pecho respondía a cada caricia.
-Tendremos tiempo para aprender. –Respondió él sin preocuparse en absoluto, tan prendido de su cuerpo y su mirada que apenas podía pensar en otra cosa. –Los dos, no eres solo tú la que duda.
-Yo no aguantaré mucho más… -Lo contradijo ella ahogando un nuevo gemido al notar el roce de su otra mano en su costado. –Ya no puedo controlar lo que siento… pero quiero esperarte a ti… a qué estemos juntos.
-¿Estás segura?. –Preguntó Álbert sintiendo ahora más que nunca la lucha entre su corazón y la estúpida cabezonería de su mente.
-No me obligues a hacerlo a mi… -Imploró Atasha apoyando las palmas de ambas manos en su espalda. –Ya me ha costado bastante atreverme a decirlo.
Aquellas palabras acabaron la poca voluntad que le quedaba a Álbert para seguir luchando contra sus propios deseos. Su temor a hacerle daño se vio superado por el ardor de la pasión que ambos sentían y este se deslizó entre sus piernas sintiéndola temblar de anticipación mientras las abría para recibirle. Ambos sabían qué sucedería y sus miradas reflejaban en parte la tensión de aquel momento, pero ninguno podía ya detenerse y ella lo abrazó con más fuerza esperándole hasta que al fin sintió su cuerpo rozando el suyo.
Los pliegues ya humedecidos de su cuerpo de mujer se abrieron poco a poco dejándole pasar y el roce entre ambos se volvió casi doloroso a causa de las sensaciones que les transmitían pidiéndoles con urgencia que continuasen. Sin embargo Álbert no lo hizo, siguió deslizándose lentamente dentro de ella sin apartar sus ojos de los suyos y solo se detuvo cuando lo inevitable los obligó a parar por un segundo. Entonces la miró a los ojos una vez más maldiciendo lo que debía hacer, vio la pasión que ardía en ellos pidiéndole que continuase a pesar de todo… y no dudó más.
Con un rápido y único movimiento su cuerpo se deslizó por completo dentro del de aquella mujer a la que tanto amaba y la calidez de su sangre lo envolvió al atravesar la barrera que antes los había separado. Ella tembló también en ese instante, apretó los dientes ahogando un grito de dolor mientras clavaba los dedos en su espalda cerrando los ojos y solo cuando el dolor remitió al cabo de unos segundos se atrevió a abrirlos o moverse de nuevo.
-¿Te ha dolido mucho?. –Preguntó Álbert sin moverse un solo milímetro pese al fuego que quemaba su cuerpo al sentir la ardiente tersura de su interior.
-Si. –Asintió esta en cuanto pudo controlar su voz de nuevo, tratando de devolverle una sonrisa a pesar de todo. –Pero no es nada, es un precio muy pequeño por estar contigo y solo tendré que pagarlo una vez.
-Ya lo has pagado. –Asintió Álbert sonriendo de una forma extraña. –Ahora tendremos que hacer que haya valido la pena.
Dicho esto, Álbert olvidó todas las dudas que podían haber quedado en su mente y volvió a besarla dejando que sus lenguas jugasen por un instante en un beso tan ardiente como la unión de sus cuerpos. Aún no quería moverse para no hacerle más daño, pero el resto de su cuerpo si lo hizo y sus manos pronto volvieron a excitarla haciendo que lo abrazase con más fuerza mientras recorrían sus costados y su boca volvía a jugar con sus pechos. No quería seguir viendo aquella pequeña mueca de dolor en su rostro, solo la excitación e impaciencia que había visto antes, y poco a poco la fue borrando volviendo a hacer que su cuerpo hirviese bajo el suyo deseando cada vez más las caricias que le proporcionaba.
Sus caderas comenzaron también a moverse poco después. Despacio, apenas sin que ninguno lo notase mientras sus cuerpos seguían uniéndose en caricias y más besos, pero cada vez con más decisión hasta que al fin sus movimientos consiguieron el resultado que habían buscado. La voz de Atasha se elevó de nuevo entre las sombras con un gemido de placer que brotaba de lo más profundo de la unión de sus cuerpos y eso fue todo lo que necesitó para saber que ya no había nada que temer.
Ella volvía a sentir el mismo placer que él ante su contacto y su propio cuerpo ya no podía contener sus deseos por más tiempo. Sus movimientos se hicieron más rápidos y largos, más profundos en cada nueva unión mientras ella lo atraía hacia si misma con sus brazos y se elevaba para besarle. El vaivén de sus cuerpos acoplados se mezcló con los gemidos de su voz, con los húmedos sonidos de sus besos, con el roce de sus suaves pezones tocando el suyo a cada agitado salto con que su unión los sacudía.
Ya no eran dos cuerpos los que se amaban bajo la luz de Kashali, eran solo uno cuyas mentes se habían unido por completo en una pasión que no controlaban. Gimiendo abrazados el uno al otro, jadeando mientras sus labios se buscaban entre el agitado movimiento de sus cuerpos entrechocándose. Y así continuaron durante varios minutos hasta, al fin, ambos alcanzaron el límite que sus mentes podían tolerar y sus cuerpos liberaron toda su tensión al mismo tiempo.
Atasha arqueó su espalda echando la cabeza hacia atrás al sentirle entrar por última vez, abrió la boca para dejar escapar un último y dulce gemido y lo estrechó entre sus brazos con todas sus fuerzas incapaz de controlarse. Y él la siguió sin dudarlo, cada músculo de su cuerpo se tensó con el deseo que ella despertaba en él y sus ojos se cerraron por un instante al estallar dentro de ella derramando el cálido torrente de su esencia hasta caer agotado a su lado. Jadeando y, a la vez, sonriendo igual que ella no solo por las sensaciones que aún quemaban su cuerpo, sino por las que podía ver en el rostro de aquella a quien amaba.
Así pasaron varios minutos más, desnudos el uno junto al otro con sus brazos aún entrelazados mientras trataban de recuperar la respiración. Y, sobretodo, felices por lo que acababa de suceder entre ambos.
-Tenías razón. –Dijo ella al cabo de un rato girando la cabeza hacia él sobre la camisa que aún le servía como sábana para acostarse.
-¿En qué?. –Preguntó este más calmado y sin la menor preocupación a pesar de no saber a qué se refería.
-Ha valido la pena.
Aquella respuesta fue todo lo que conseguiría por parte de Atasha. Sin la menor intención de explicarle nada más, la joven rodó hacia el lado en que estaba él y lo abrazó acurrucándose en sus brazos hasta cubrirlo en parte con su propio cuerpo. Aunque Álbert tampoco necesitaba nada más, aquello le bastaba pues él sentía exactamente lo mismo y rodeó su cintura con uno de sus brazos para mantenerla a su lado antes de tirar de su chaqueta con el otro para cubrir en parte sus cuerpos. Aún faltaban unas horas para que el resto de sus compañeros se levantase debido al cansancio que habían acumulado y la noche de Lusus era fría a pesar del calor que sus cuerpos aún compartían.
Al hacer esto, sin embargo Álbert notó como algo caía de los bolsillos de su chaqueta y sus ojos miraron con curiosidad a los dos pequeños objetos que yacían sobre la dorada arena del desierto. Uno de ellos era una afilada cuchilla negra todavía manchada de sangre seca y con forma de escama que esperaba no volver a ver jamás. La otra, por el contrario, era una pluma blanca y brillante como la plata que iluminaba incluso la arena que la rodeaba disipando las sombras de la noche.
Ambos objetos eran un recuerdo del mismo lugar y, aunque no lo pareciesen, también la misma cosa. Las dos eran plumas por diferentes que fuesen y Álbert cogió en su mano la blanca para observarla mejor recordando el aspecto de aquella criatura tan parecida a Sarah. Pero esto provocaría algo inesperado.
Nada más cogerla la pluma se resbaló entre sus dedos y fue a caer sobre la oscura superficie de la que una vez había pertenecido a Jonathan. En ese instante, y para sorpresa de Álbert, ambas plumas brillaron por un momento con un destello casi
Venga va, vi a ser pijotera ... digo, buena y te vi a contestar X-D

Pos si, pos si. La parte que mas me ha gustado ha sio el diario del mago, supongo porque todo se aclara ahí y to eso [burla3], me gusta ese personaje porque me parece sincero, en cuanto a lo que cuenta, y gracias a él sabemos la verdadera historia de Linnea, si no me equivoco(que ya sabes que yo pa los nombrs raros tengo una memoria limitada [burla3] )

La segunda parte del capi, pos quieres que te diga X-D , sigues igual de PORNOGRAFICO que siempre (cosa que me encanta, de verdad), y lo que sorprende de esta parte es que sea la propia Atasha la que lleve la iniciativa X-D y que Albert sea un poquillo corto, el chico, es que claro tanto musculo, tanto musculo... X-D y pa las cosas importantes... ains, hombres X-D

En fin, tengo muchas ganas de leer el final ( y supongo que a ti no te pasará como a mi con LUT que tardé tropecientos meses X-D)

Pos na, ala, a seguir escribiendo que ahora ya no tienes excusa para tenernos asi [amor] [beer]

He sido mu punietera?
Juas, de pijotera nada, más bien pelota[poraki].

El diario malegro que aclare cosas, para eso está (aunque sea un poco retorcidilloXD) y lo de esos sí que es raro siXD, pero weno, los personajes son así y qué se le va a hacer, la niña alguna vez tenía que romper por alguna parte y el tío pa eso nunca ha sio un lumbrerasXD.

Muchas gracias por molestarte en contestar hitchy y por toa la ayuda que prestas^ ^.
Ayuda yo ein?

Me va a sacar los colores, tio Crago [jaja] [ginyo]
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