Los Hijos del Cristal. Capítulo 23: La verdadera cara de la luz.

Ok, otro capítulo pa ir acabando con esto. Quedan tres^_^:

Los Hijos del Cristal
El ocaso sería especialmente sombrío aquel día, como si el propio desierto llorase con lágrimas de sangre a los miles de cadáveres que ahora acogía en su seno tiñendo el cielo de un intenso tono púrpura. Solo en el horizonte, allí donde cielo y tierra se acariciaban, éste cambiaba con el suave color rosado de unas nubes rara vez vistas sobre aquellas tierras. Finos y alargados rasguños abiertos en el perfecto manto celeste como si este también estuviese herido.
La noche llegaría más tarde para traer la calma a las almas que poco a poco abandonaban el mundo dejando las carcasas vacías en que una vez había residido. Su manto de sombras serviría para cubrir momentáneamente el macabro escenario de la batalla y los dos astros que cada noche danzaban entre las estrellas para toda Linnea actuarían esta vez como guía para aquellos que avanzaban entre sus dunas regresando a casa tras el horror vivido, como compañero para los visitantes del desierto ahora abandonados a su suerte sin sus generales pero todavía con la esperanza de volver a su país… y cómo último testigo para aquellos que se rendían física o mentalmente y se desplomaban sobre las dunas sumándose a los caídos.
Sin embargo estos no eran los únicos que se movían bajo la pálida luz de Kashali esa noche. Al Sur del campo de batalla un grupo todavía organizado había emprendido la marcha en cuanto el calor había descendido y en sus rostros no podía verse la tristeza o desesperación que había en los soldados. Ellos habían vivido también el horror de la batalla, pero eran los vencedores de aquella masacre, de aquella guerra estúpida y sin sentido que había terminado antes de empezar, aunque no antes de causar demasiado daño para considerarse insignificante.
Era una comitiva silenciosa, formada por cerca de cincuenta sombras que caminaban perfectamente alineadas a ambos lados de tres carruajes en cuyo interior descansaban sus provisiones, sus líderes… y su ejecutor. Pero ninguno de ellos estaba despierto en aquel instante, la travesía nocturna era algo que no requería de su atención y la caravana continuó su camino lenta pero constantemente en la dirección elegida por su señora hasta que la luz de un nuevo día los obligó a detenerse de nuevo.
A diferencia del impulsivo ejército de Acares ellos sí conocían la ley del desierto e incluso los caballeros de la orden debían obedecerla. No importaba su poder o a quien perteneciese su mente, el desierto de la garra no tenía señor ni obedecía más ley que la suya y el dictaba cuando la vida podía o no moverse entre sus arenas. Por eso, antes incluso de que las dunas se convirtiesen una vez más en un océano dorado bajo los rayos del sol, los carros se detuvieron y la comitiva se convirtió en campamento en unos minutos adoptando la forma de un curioso hexágono de tiendas negras en cuyo centro se alzaba una blanca de mayor tamaño.
Allí se encontraba precisamente aquella que había causado tanta muerte y destrucción con sus acciones. Tras la gruesa lona de aquella tienda descansaba la mujer cuyas maquinaciones habían acabado con miles de vidas y esta no tardaría en despertarse para atar los últimos cabos de su plan. Sus acciones eran las de un monstruo, una criatura peligrosa y despiadada capaz de traicionar a todo y a todos por sus fines, pero como solía suceder con la propia naturaleza este peligro no tenía una forma abominable, sino hermosa y frágil que la hacía aún más temible y ella no se esforzaba por ocultar.
Esa mañana los rayos del sol que entraban por las ventanas acariciarían su silueta desnuda a través de las cortinas transparentes de su cama mientras ella abandonaba las sábanas que la habían cubierto esa noche. Su sensual figura era perfectamente visible desde fuera de la cama e incluso los matices más íntimos de su cuerpo podían distinguirse sin dificultad, pero a ella no le preocupaba y sus manos tan solo la envolvieron en una finísima tela de seda lavanda para cubrirla. Algo que esta no conseguía en absoluto ya que, nada más salir de entre las cortinas, la luz la volvería tan transparente como estas dibujando su cuerpo bajo ella salvo en sus hombros donde un bordado dorado la remataba y allí donde sus cabellos la cubrían deslizándose insinuantemente entre sus pechos.
Su mente, sin embargo, no estaba interesada en pensar en la decencia de su atuendo en ese momento y sus ojos pronto buscaron a su particular botín de la batalla mientras caminaba hacia su jaula dejando que sus piernas entreabriesen la tela a cada paso para mostrar aún más su cuerpo. Él dormía todavía, tendido boca abajo en el suelo metálico de una celda con barrotes tan gruesos como un brazo humano diseñada para capturar Noaths y que esperaban fuese suficiente para aquel monstruo al que había visto el día anterior, aunque su aspecto volvía a ser el de siempre y ni siquiera su espalda mostraba las heridas que aquellas halas deberían haber dejado al salir.
La general volvió a mirarlo con interés como aquella mañana dejando que sus ojos examinasen cada línea de su espalda y se agachó cerca de la jaula para volver a despejar su rostro con una mano. Sus cabellos de plata estaban alborotados por la brusca forma en que lo habían limpiado de sangre arrojándole agua desde fuera de la jaula por temor a que se despertase, pero sorprendentemente él seguía durmiendo y su rostro tenía una expresión de paz extraña bajo ellos que la hizo sonreír una vez más mientras acariciaba su mejilla.
-Curiosa criatura. –Susurró siguiendo con los dedos el contorno de su barbilla. –Tan hermosa y serena, pero a la vez sanguinaria y poderosa. Nos parecemos más de lo que crees… Jonathan.
El joven continuó sin moverse a pesar de la voz que se deslizaba hasta sus oídos. Su cuerpo no parecía reaccionar a nada aunque su respiración permitía saber que seguía vivo y la general continuó su exploración deslizando su mano hasta su cuello. Allí, sin embargo, encontraría algo que ya conocía y sus ojos se entrecerraron al notar el contacto metálico de una pequeña cadena bajo las yemas de sus dedos.
-Incluso aquí su recuerdo está presente, como seguramente lo esté también en tu corazón. –Volvió a susurrar tirando suavemente de la cadena hasta que el colgante de la pareja pendió de sus dedos. -Y sé que ella te buscará. Pero… ¿Y tú?. ¿La buscarías a ella?.
Algo cambió de pronto en el hasta entonces inmóvil cuerpo de Jonathan en cuanto esta pronunció aquellas últimas palabras y tocó el colgante con sus dedos. Su espalda se estremeció como si un escalofrío la recorriese y este apoyó ambas manos en el suelo poniéndose en pie de un salto para sorpresa de la general que se enderezó lentamente para mirarle sin perder en absoluto su sonrisa. Sus ojos brillaban todavía con la luz del poder que había absorbido dándole un aspecto ligeramente siniestro, pero sin sus alas y la sangre no parecía en absoluto tan peligroso y su cuerpo musculoso perfilado por los cabellos de plata que caían sobre sus hombros hasta su cintura era tan atractivo como recordaba. Hasta el punto de que la general no se molestó en alejarse de la jaula y siguió mirándole sin nada que ocultase su propio cuerpo de sus ojos salvo aquel vestido parcialmente abierto bajo el que toda su figura era visible.
-Por fin te despiertas. –Dijo con voz melódica y atrayente confiada por la serena expresión del rostro del joven. –Parece que ya te encuentras mejor, reconozco que nos sorprendiste bastante con el pequeño espectáculo que organizaste ayer.
Jonathan sí respondió esta vez, aunque, por desgracia para la general, no lo haría con palabras como esta esperaba. Sin un solo gesto o sonido de aviso salvo un tenue destello de sus ojos de rubí, el joven se abalanzó de golpe sobre la puerta de la jaula y su brazo se deslizó rápidamente entre dos de los barrotes cogiendo a la general por sorpresa.
Agatha no tuvo tiempo para reaccionar esta vez. La mano de Jonathan la cogió por el cuello con una precisión y firmeza imposibles de evitar para la general y notó como sus dedos se cerraban en torno a su garganta elevándola hasta separar lentamente sus pies del suelo. Sus manos trataron inútilmente de conseguir que la soltase golpeando su brazo, tirando de sus dedos en un intento desesperado por liberarse mientras abría la boca para intentar gritar. Pero no podía, el aire no circulaba lo suficiente por su garganta para formar su voz y solo un ahogado gorjeo brotó de sus labios mientras seguía forcejeando.
Sin embargo lo que más la aterraba no era su brazo, ni siquiera la forma en que la sostenía solo por el cuello con la intención clara de estrangularla, sino sus ojos. Los rubíes que los formaban la miraban fijamente contemplando su lucha por sobrevivir, serenos, impasibles, como dos sangrientos espejos en los que su miedo se reflejaba al ver la muerte tras el hermoso y tranquilo rostro de aquel muchacho.
Aquel no era el joven que ella conocía, era la misma criatura que había visto el día anterior y sabía lo que eso significaba. Para él su vida ni siquiera parecía significar nada, era solo un objeto que estaba a su alcance y había decidido tomar pero no le preocupaba aún cuando eran sus propios dedos los que la ejecutaban. Aunque, afortunadamente para ella, algo más sucedería antes de que este pudiese llegar al final.
Con la llegada del día no solo ella se había despertado y la voz de aquel que siempre estaba a su lado inundaría la tienda de pronto al encontrarse con aquella macabra escena. Su nombre resonó bajo la lona junto a los pasos de Kalar mientras este corría hacia ella ignorando cualquier otra cosa y sus ojos lo miraron nubosos amenazando con desvanecerse antes de que el arma del general le devolviese la esperanza con el brillo de plata de su hoja.
La espada se hundió limpiamente en el brazo del muchacho y este reaccionó al fin, su calma se rompió al sentir el acero hundiéndose en su piel y su mano se abrió liberándola al tiempo que volvía su atención hacia Kalar. El general no perdió tiempo, soltó inmediatamente la espada nada sin molestarse en arrancarla del cuerpo de su rival y recogió a Agatha para alejarla de allí.
A diferencia de ella él sabía que su golpe no había servido de nada. Había visto de lo que era capaz y ni si quiera se sorprendió al ver como el metal de su espada se fundía entre su piel mientras la herida se cerraba y ambos trozos de la hoja caían al suelo. Pero también sabía que su poder había disminuido o no seguiría aún en una jaula y ahora que ella estaba a salvo eso carecía de importancia.
-Te advertí que era peligroso. –Le recordó dirigiendo su mirada hacia la mujer que yacía en sus brazos sujetándose el cuello con una mano mientras trataba de respirar. –Después de ver lo que sucedió en la batalla y como escapaba a tu control e incluso al de aquella otra criatura deberías haber esperado algo así si te acercabas. Te creía más inteligente.
-Tienes una curiosa forma de mostrar tu preocupación por los demás. –Jadeó Agatha recuperando poco a poco el aliento pero sin moverse en absoluto, aparentemente cómoda entre los brazos de su compañero. –Esperaba que volviese a ser el de antes, por eso me acerqué a él. Pero parece que el efecto del poder del cristal todavía perdura, aunque hay algo en sus ojos que no encaja con lo que vimos en la batalla. Esa criatura no es un ser sanguinario al que le guste matar, simplemente no le importa hacerlo, es como si nuestras vidas no tuviesen significado para él.
-¿Qué diferencia hay?. –Preguntó Kalar girando su cabeza hacia Jonathan que continuaba observándolos desde la jaula. -Para mí es lo mismo.
-Para nosotros ninguna supongo. –Explicó Agatha sintiéndose mejor poco a poco. –Pero para otros podría significar la diferencia entre la vida y la muerte siempre que no se crucen en su camino.
-Deberías haberme dejado acabar con él cuando tenía la oportunidad. –Le reprochó Kalar en absoluto de acuerdo con sus palabras. -Sea lo que sea sigue siendo un peligro para todos y solo complicará las cosas.
-Le necesitamos. –Lo contrarió Agatha con un suave movimiento de su cabeza. –Él es la única carta que nos queda para ganar algo de tiempo y parece que no nos queda más remedio que usarla. En ese estado no tiene otra utilidad para nosotros.
-¿Qué quieres que hagamos?. –Volvió a preguntar Kalar, esta vez ya no como amigo sino como alguien dispuesto a obedecer órdenes.
-Ya sabes a donde debes enviarle, no hace falta que te lo repita. –Aclaró con cierta tristeza la general. –Eso la atraerá a ella hacia allí y la alejará de nosotros por el momento.
-¿Eres consciente de lo que seguramente sucederá si ambos se encuentran allí?. –Pareció dudar Kalar con la mirada fija en sus ojos pese a la casi total desnudez del resto de su cuerpo. –No importa en que estado se encuentre él, esa criatura destruirá todo para encontrarle.
-Para que algo nazca es necesario que algo muera primero, Kalar. –Le sonrió ella dejando claro que ya había previsto eso. –No podemos construir algo nuevo sin destruir lo viejo, así es como funciona el mundo.
-Es un precio muy alto. –Suspiro Kalar poniéndose lentamente en pie para dejarla a ella en el suelo ahora que podía sostenerse por si sola. –Sobretodo para nosotros. ¿Estás segura de que no te importa pagarlo?.
-Es la única forma. –Insistió Agatha con voz ligeramente melancólica a pesar de sus palabras. –Necesitamos el fragmento para completar nuestros planes pero sería arriesgado enfrentarse a quien lo posee mientras no tengamos todos los cristales. A diferencia de nosotros ella sí parece poder usar todo su poder y eso la hace muy peligrosa, debemos alejarla por el momento.
-El desierto es muy grande. –Señaló Kalar resistiéndose a aceptar aquella explicación.
-Sería arriesgado. –Negó Agatha batiendo suavemente sus pestañas mientras sonreía una vez más. –Necesitamos todo el tiempo que podamos conseguir y allí no le será tan fácil alcanzarle. Además, es el lugar perfecto para que él consuma toda esa magia que ha absorbido, cuanto antes vuelva a la normalidad menos peligroso será para nosotros.
-Está bien. –Aceptó finalmente Kalar sin más muestras de emoción que un nuevo suspiro. –Si eso es lo que crees así se hará.
-No debería afectarte tanto. –Trató de animarle Agatha levantando una mano para juguetear con los cabellos del general. –No es el primer sacrificio que hacemos por esto.
-Ya hemos hecho demasiados. –Respondió totalmente serio Kalar. –Y la única razón por la que estoy dispuesto a hacer uno más no es precisamente nuestro plan… tú lo sabes perfectamente.
Agatha apartó su mano al escuchar esto y siguió mirándole a los ojos por unos segundos sin perder su sonrisa antes de responderle. Pero no lo hizo con más palabras, ella sabía perfectamente lo que significaba aquella última frase y su respuesta vendría en forma de un suave roce de su cuerpo contra el suyo a través de aquella delicada prenda antes de fundirse con sus labios en un beso.
-Lo sé, y también sé que no es la razón apropiada para hacerlo. –Aseguró cuando separó sus labios de los de él y volvió a mirarle. –Pero no me importa, no voy a detenerte si eso es lo que deseas y coincide con los míos.
-Entonces daré la orden de que se lo lleven. –Continuó Kalar hablando con la misma seriedad, cómo si aquel beso no afectase a su marcialidad. –Cuanto antes se alejen de aquí con él más tranquilos estaremos todos.
-Te estaré esperando. –Le sonrió ella dándose la vuelta para volver a su cama.
-Deberías descansar. –Replicó Kalar mirándola mientras se detenía frente a las cortinas.
-Tú también. –Finalizó ella con voz suave y de nuevo atrayente antes de soltar su ropa dejándola caer al suelo susurrando al acariciar su piel. –¿Por qué no hacerlo juntos si es lo que los dos deseamos?.
Kalar observó su figura desnuda antes de que se introdujese entre las cortinas y la siguió con los ojos por un momento, pero su mente pronto volvió a su tarea más inmediata y no dijo nada más. El general se dio la vuelta dirigiéndose hacia la salida de la tienda y sus siguientes palabras ya no serían para ella, sino para los dos caballeros a los que encomendaría la tarea de trasladar a su prisionero.
Así comenzaría un nuevo viaje para el mayor de los hermanos, uno que esta vez ya no podría controlar y lo llevaría en dirección opuesta a la de aquella que lo había causado todo mientras a su alrededor el mundo trataba de volver poco a poco a la normalidad tras la gran batalla. El reino de Lusus había perdido a sus caballeros y uno de sus maestros así como gran parte de su ejército, pero Acares y Tarman eran ahora conscientes de su error por los relatos de los supervivientes y la traición de sus generales cambiaría de inmediato sus relaciones con el tercer reino. Aunque, al igual que este, sus ejércitos estaban dañados y su principal objetivo era reagruparse antes de emprender la búsqueda de aquel enemigo común sabiendo que su poder no era algo que pudiesen arriesgarse a subestimar.
Ninguno de ellos sospechaba que esto era precisamente lo que Agatha había planeado, que cada una de sus reacciones era un simple movimiento que ella había previsto con una precisión asombrosa y que la única esperanza real para oponerse a ella no se encontraba en sus ejércitos, sino tan perdida en el desierto como aquel Jonathan.
Para los cinco jóvenes y su peculiar rescatador aquellos días no habían sido en absoluto alegres. La tristeza del grupo estaba patente en cada uno de sus rostros salvo en el de Néstor que continuaba sereno a pesar de lo que le habían contado y durante aquel tiempo apenas intercambiaron palabras. Las mentes de todos estaban fijas en una única cosa: en qué podría estar pasándole a Jonathan y dónde podría estar. Pero la única que realmente podía ayudarles a encontrarle era Sarah y ella seguía sin despertarse aumentando aún más la tristeza de Jessica.
La menor de los hermanos era la más afectada de los cuatro que seguían conscientes. Sus ojos observaban constantemente a Sarah mientras ella permanecía hecha un ovillo a la sombra de una duna con la cabeza apoyada en las rodillas y ni siquiera su hermano o Atasha conseguían consolarla. Este había intentado incluso acercarse a Sarah a pesar de la presencia del dragón para despertarla, pero la criatura no se lo permitía y lo recibía con un rugido mientras continuaba cobijando a su protegida entre sus garras. Algo que lo convencía de que no era buena idea pese a su tristeza por no poder hacer nada que aliviase su propia preocupación y, sobretodo, la de su hermana.
Pero esto no podía durar eternamente. Jess estaba cansada de seguir así, sus ojos enrojecidos por la tristeza eran incapaces de derramar más lágrimas y su mente no pudo soportarlo por más tiempo. Ignorando las advertencias de su propio hermano, la joven se acercó al dragón mirándolo fijamente y cuando la criatura rugió para advertirle no se alejó como había hecho Álbert. En lugar de eso, sacó su arco extendiéndolo frente a ella y colocó una flecha que apuntó a la cabeza del animal a pesar de la corta distancia que los separaba.
-¡Adelante!. –Lo invitó con voz triste en lugar de furiosa tensando la cuerda del arco. –Prefiero eso a seguir aquí sin hacer nada esperando que el desierto nos mate. Así que hazlo o apártate de una vez, es mi amiga y no voy a dejarla sola un minuto más.
El dragón la miró con curiosidad al escuchar esto como si pudiese comprender sus palabras y su enorme cabeza se movió de pronto hacia la joven que lo amenazaba. Su flecha era inútil, ella lo sabía perfectamente como también sabía que el animal recordaría quién le había causado las heridas de las alas, pero no se movió en absoluto y dejó que este decidiese su destino como ella le había pedido.
Por unos segundos notó como sus ojos de oro se clavaban en ella recorriéndola de arriba abajo como si examinasen su cuerpo palmo a palmo, cómo buscaban los suyos clavándose en ellos con una sombra de inteligencia desconcertante en una criatura así. Aunque todo esto dejaría de tener importancia al ver como sus fauces se abrían frente a ella y el ardiente aliento de este la envolvía por unos segundos.
Jess temió que aquel fuese su veredicto y estuviese a punto de devorarla cerrando sus terribles mandíbulas alrededor de su frágil cuerpo, sin embargo sus ojos pronto verían algo que la haría darse cuenta de que no era esa su intención. La boca del dragón se cerró suavemente sobre la punta de su flecha y la arrancó de sus manos sin violencia dejándola caer a sus pies para sorpresa de la joven. Hecho esto, una de sus alas se movió abriéndose por completo hasta extenderse por encima de su cabeza como si tratase también de protegerla del sol con su sombra y apartó la garra con que protegía a Sarah permitiéndole el paso.
Tanto Jess como sus dos compañeros suspiraron aliviados en ese instante. Álbert había estado a punto de intervenir al verla actuar así y su mano soltó con alivio la empuñadura de su espada esperando que el peligro hubiese pasado mientras se acercaba también a ellos. En ese momento, sin embargo, la cabeza del dragón se giró violentamente hacia ellos rugiendo de nuevo y la propia Jess lo miró desconcertada al darse cuenta de que solo la aceptaba a ella.
Los ojos del dragón cambiaron por completo al dirigirse a su hermano, adoptando una vez más la mirada animal que le correspondía y este no tuvo más remedio que retroceder. Ella, por el contrario, siguió adelante hasta arrodillarse junto a su amiga y la cabeza del animal volvió junto a ambas mirándola de reojo.
-¿Tú también estás preocupado por ella, verdad?. –Preguntó Jessica mirando al dragón de forma distinta a como lo había hecho antes. –Estabas en la cueva para protegerla y eso es lo que estás haciendo también ahora.
La criatura no podía responder con palabras, pero si pareció comprender las de la joven y sus ojos pestañearon mientras sus fauces se abrían una vez más. Aunque lo que pasaría a continuación no sería tan agradable para Jess como lo que este había hecho antes. Sin que ella pudiese hacer nada para evitarlo, la criatura acercó su cabeza a la suya y su larga lengua de reptil le dio un afectuoso lametón desde la cintura hasta la cabeza que estuvo a punto de derribarla dejándola tan sorprendida como asqueada.
-Por qué tenía que abrir la boca... –Pensó estremeciéndose mientras se limpiaba la saliva del animal de la cara y volvía su atención hacia Sarah. -¿Y ahora que hago?. Yo no tengo poderes, si fuese como Atasha…
Jessica se acercó al cuerpo aparentemente inerte de su amiga mientras pensaba esto y le levantó la cabeza apoyándola en sus rodillas para que no estuviese tendida sobre la arena. No podía curarla como Atasha había hecho con Álbert y ni siquiera parecía que ella lo necesitase. Su cuerpo estaba perfectamente, era su mente la que se negaba a volver a despertar y tan solo podía hacer una cosa para intentar recuperarla: llamarla.
-Sarah… -Pronunció su voz con tristeza apartando sus cabellos de su cara con ambas manos. -…estamos aquí, te estamos esperando. Despierta por favor.
El rostro de la joven que descansaba sobre su regazo siguió tan impasible como hasta entonces por unos segundos, cómo si no fuese consciente de nada de lo que sucedía a su alrededor. Pero algo cambió de pronto, Jessica notó como esta temblaba entre sus manos y sus ojos se dirigieron inmediatamente hacia los suyos justo a tiempo para ver como las doradas pupilas de su amiga brillaban una vez más bajo el sol mirándola con sorpresa y preocupación.
-Jessica… -Murmuró todavía tendida, dejando que su mente se aclarase poco a poco.
-Empezabas a preocuparme, ¿Sabes?. –Le respondió su amiga con una sonrisa tan triste como cariñosa. –Pensaba que ya no te despertarías.
-Estás a salvo. –Continuó Sarah con voz suave. –Tenía miedo de haceros daño, no sabía lo que ella haría con vosotros pero…
-Todos estamos bien, hiciste lo que tenías que hacer. Lo que yo haría si estuviese en tu lugar. –La animó Jessica sin apartar sus manos de su cara. –Y ahora te necesitamos… yo te necesito más que nunca.
La voz de Jessica temblaba al pronunciar aquellas últimas palabras y Sarah se dio cuenta inmediatamente de que algo no iba bien. Su cuerpo reaccionó automáticamente a la inquietud de su corazón y se enderezó de golpe obligando a Jess a apartar sus manos mientras esta se giraba hacia ella. Sus ojos ardían, no con furia sino con preocupación y ella sentía aún más dolor al saber que no podría calmarlos.
-¿Y Jonathan?. –Preguntó forzando a su voz a superar su miedo por aquella pregunta mientras sus ojos revisaban temerosos todo lo que la rodeaba ignorando por completo al dragón. –Jess… ¿Dónde está?… por favor, dímelo… dime que le ha pasado.
Jessica bajo la cabeza incapaz de seguir soportando su mirada antes de atreverse a responder. No quería decírselo, no quería admitir otra vez que había perdido a su hermano ni forzarse a pensar. Pero sabía que no podía negarse, le debía una respuesta por dolorosa que fuese y las palabras fueron formándose poco a poco en su garganta hasta conseguir salir al exterior.
-Ella tampoco lo consiguió. –Respondió al viento del desierto, no a ella, dejando que fuese éste quien llevase sus palabras a los oídos de su amiga. –Jonathan no regresó al oír su voz y ellos se lo llevaron. Es todo lo que sabemos, este dragón nos sacó de allí y no pudimos hacer nada más.
-Ha sido Agatha… ¿verdad?. –Preguntó de nuevo Sarah tratando de controlar su propia voz al ver el dolor que había en los ojos de Jessica. –Ella se lo ha llevado.
-Si. –Asintió Jessica sin saber qué decir.
-No puede ser así… -Susurró Sarah con voz casi inaudible poniéndose en pie con dificultad, como si las fuerzas le fallasen y fuese a caerse. –No puede ser que no esté conmigo… que le haya perdido… ella no puede separarnos, ¡Nadie podrá!.
-Sarah… -Trató de llamarla Jessica poniéndose también en pie. –Sé cómo te sientes, pero…
Sarah ni siquiera la dejó terminar de hablar. Antes de que Jessica pudiese acabar su frase se dio la vuelta dirigiéndole una última y desesperada mirada y corrió hasta salir de la sombra que el dragón le proporcionaba. Jess adivinó sus intenciones y la siguió de inmediato, pero la joven no se detendría esta vez al oír su voz, continuó corriendo hasta elevarse con sus poderes escapando a su alcance y Jessica se detuvo en ese momento consciente de que no podía hacer nada. Aquella era la forma en que siempre reaccionaba ante el dolor, huyendo hacia donde fuese y en esta ocasión no podía seguirla como la última vez ni ofrecerle un consuelo que ella misma no tenía. Solo mirarla mientras se alejaba velozmente entre el viento del desierto.
-Volverá. –Dijo de pronto la voz de su hermano a su espalda. –No te preocupes.
-Sus ojos… -Murmuró Jessica aferrando la mano que Álbert acababa de posar sobre su hombro. -¿Los has visto?. Jamás había sentido tanta tristeza al mirar a alguien. Quiero a Jonathan con todo mi corazón y daría mi vida por recuperarle… y aún así tengo la impresión de que ni siquiera puedo comprender lo que siente ella. Es cómo si le necesitase más que respirar, cómo si se muriese por dentro al darse cuenta de que no está a su lado.
-Tal vez así sea. –Respondió su hermano en un tono extraño. –Después de lo que hemos visto en esa batalla todo es posible.
-¿Qué quieres decir?. –Preguntó Jess desconcertada.
-No lo sé. –Negó su hermano sacudiendo la cabeza y rodeando sus hombros con un brazo para llevarla junto a los demás. –Todavía no.
Jess siguió sin entenderle, pero tampoco tenía el menor interés en hacerlo y se abandonó al contacto de su hermano obligando a su mente a no pensar por un momento mientras volvía junto al grupo. Su propia tristeza volvía a alcanzara y ya no tenía fuerzas para enfrentarse a ella, ni siquiera arropada por el abrazo de su hermano y bajo la sombra protectora del dragón que parecía haber decidido seguirla a ella ahora que aquella a la que había protegido ya no estaba.
Pero Sarah no solo había huido esta vez porque su mente no soportase por más tiempo aquellos sentimientos, su desesperación al sentirse sola de pronto era demasiado fuerte para que pudiese quedarse quieta sin hacer nada y había reaccionado haciendo lo único que se le ocurría en aquel instante. Le habían quitado lo único que tenía, aquello que había conseguido casi como un juego y ahora era más importante que su propia vida llegando a quebrantar barreras que ella creía infranqueables con los sentimientos que los unía. Por eso no huyó esta vez, sino que regresó al único lugar en que podría encontrar algo que mitigase aquel dolor, el mismo en que le había perdido: las salinas.
Sarah descendió sobre la primera de las colinas que las formaban como una centelleante llama rojiza que surcaba el cielo del desierto sin preocuparse por la elevada temperatura de este. A sus pies el escenario de aquella carnicería llamada batalla seguía alterando la perfecta homogeneidad de las dunas a pesar de los días, rompiendo el dorado manto de la arena con incontables manchas rojas y blancas allí donde los cadáveres ya semi descarnados asomaban aún entre el polvo.
El viento no había podido cumplir todavía con su labor en aquel lugar. Ni siquiera el imparable desierto podía ocultar en dos días la desolación que los humanos podían crear en unas horas e incluso el aire estaba infectado por el olor a putrefacción que emanaba de aquel macabro escenario. Sin embargo nada de esto afectaba a aquella joven, los cadáveres no significaban nada para ella y el olor apenas alcanzaba a perturbar sus sentidos en el estado en que se encontraba por nauseabundos que fuesen los vapores que el viento removía a su alrededor.
Su mente estaba tan atrapada en la espiral de desesperación y tristeza que la consumía que solo podía pensar en una cosa. Sus ojos lo observaron todo desde el mismo lugar que una vez había compartido con su esposo en aquella colina buscando algo y cuando al fin dio con él se lanzó de nuevo al aire. No para elevarse como la última vez, sino para dejarse caer flotando suavemente hasta posarse al pie de la colina donde él había caído aquel día. Su segadora seguía todavía en el mismo sitio, hundida en la armadura ahora semienterrada de un soldado todavía en forma de espada y con el mango apuntando al cielo como si se tratase de una extraña lápida.
Pero ella no buscaba esto, sus ojos observaron por un segundo el círculo de cuerpos sin vida que se extendía frente a ella y pronto se dio la vuelta para dirigirse hacia la pared de la salina. Allí podía verse una gran roca de sal desprendida de la cima, la misma que los poderes de Jonathan habían separado con su rabia del resto de la salina y había caído bajo sus pies antes de que él abriese las alas. Y bajo ella, sacudiéndose con el viento que amenazaba con cubrirla para siempre, la tela blanca de su gabardina aguardaba todavía a su dueño aprisionada bajo las rocas y ya medio enterrada entre el polvo de oro y plata de aquella llanura.
Sarah acercó su mano a la roca mirando con tristeza la gabardina, posó su palma sobre la blanca superficie de la salina y al instante esta se partió en dos sacudida por un rayo negro. Su poder ya ni siquiera necesitaba palabras, reaccionaba a sus sentimientos como una extensión de sus propios dedos y destrozó la roca arrojándola a ambos lados para liberar aquella prenda antes de que ella se agachase para recogerla.
La arena acarició su piel ardiendo incluso a través de su falda cuando esta se arrodilló para deslizar su mano bajo la tela y tirar de ella, pero de nuevo sus sentidos se negaban a aceptar cualquier sensación que no procediese de su corazón. Sus manos arrastraron la gabardina fuera de su prisión de arena dejando tras de sí un rocío dorado y la sujetaron frente a sus ojos durante unos segundos.
Aquella prenda era lo único que le quedaba ahora como recuerdo suyo, una simple pieza de tela que no conservaba ya ni el calor ni el aroma del cuerpo que ella amaba, y sin embargo su corazón se estremeció igualmente al tenerla entre sus manos acabando con el último resquicio de voluntad que le quedaba.
No podía más… y lloró, lloró con toda la tristeza de su corazón apretando poco a poco la gabardina contra su pecho como una vez había hecho con su dueño hasta llegar casi a asfixiarse a si misma. Pero también lloró con su alma, dejando que la desesperación que la oprimía se liberase en forma de un torrente de lágrimas que humedecieron poco a poco la gabardina y la arena mientras ella temblaba entre sollozos fuera del alcance de todo y de todos.
No quería que nadie la viese, ni tampoco que la consolasen, solo llorar y dejarse arrastrar por aquel dolor incontenible que la quemaba por dentro. Y así lo hizo, durante horas su cuerpo y su mente se entregaron por completo a la tristeza llorando acurrucada en aquel lugar con la gabardina entre los brazos hasta que sus ojos no fueron incapaces de derramar más lágrimas por más que su corazón se lo pidiese.
-Niña… -La llamó de nuevo la voz de pronto, resonando en su cabeza en lugar de en sus oídos. –No llores, esa no es la solución.
-¡Déjame!. –Gritó ella entre sollozos. -¡Vete!, ¡Déjame tranquila!.
-No puedo… -Volvió a susurrar la voz con un tono triste que anticipaba sus palabras. –Tus lágrimas también son las mías… niña, comprendo lo que sientes y por eso no puedo dejarte así.
-Tú no puedes hacer nada… ¡No sabes nada!. –Replicó furiosa Sarah sin dejar de sollozar. –Te di lo que querías, te entregué lo único que tengo para que salvases lo que más me importa en el mundo. ¡Y no lo hiciste!.
-Yo no puedo hacer nada que tú no puedas. –Repitió la voz suavizando su tono. –Pero tú si puedes hacer cosas que yo no puedo.
-Se que él también te importa. –Le reprochó Sarah cómo si no la escuchase. -¿Entonces por qué no lo hiciste?. Te di mi propio cuerpo, ¿Qué más querías de mi?.
-Jamás he deseado quitarte tu cuerpo… niña. –La contrarió ella con un tono extraño. –No deseo quitarte nada ni tampoco hacerte daño. ¿Cuándo vas a comprenderlo y dejar de tenerme miedo?.
-¿Entonces qué quieres?. –Se desesperó Sarah tan confusa como siempre al hablar con ella. -¡¿Qué esperas de mi?!.
-Solo que recuerdes… -Respondió la voz con calma. –Que comprendas quien eres y dejes de temerte a ti misma. Eso es lo único que he querido siempre.
-Ya sé quien soy. –Replicó Sarah con firmeza. –Soy yo, solo eso, ¡Yo!, no quiero ser nadie más, ni tú ni ninguna otra, solo yo. La misma que he sido siempre… la misma que ama Jonathan.
-Sigues sin comprenderme. –Suspiró la voz aparentemente apenada. –Ni yo ni nadie puede cambiar lo que eres, tu futuro es solo tuyo… y suyo. Pero el futuro sin pasado no es nada, es solo un presente que jamás avanzará al no saber de dónde proviene.
-¿Qué significa eso?. –Preguntó confundida Sarah sacudiendo la cabeza. –Yo ni siquiera entiendo lo que dices, solo quiero recuperarle a él. No me importas tú, ni tampoco quien sea yo, ¡Solo le quiero a él!.
-Entonces búscale. –La animó la voz cambiando su tono una vez más para aliviar su tristeza. –Deja de llorar inútilmente y ve a buscarle. Tú puedes traerle de vuelta, porque es a ti a quien busca… solo a ti.
-No necesito que tú me digas eso para hacerlo. –Afirmó Sarah con una voz súbitamente brusca y firme mientras se ponía de pie y levantaba la cabeza. –Jonathan es mío… ¡Solo mío!. Me da igual qué me busque a mí o a ti, qué tú lo quieras también o no, él es parte de mí y haré lo que sea para recuperarle. –Al son de esta última palabra, los ojos de Sarah centellearon con una furia diabólica y la llanura retumbó como si un gigante sacudiese sus arenas desde abajo. -¡Lo que sea!.
-Lo sé… -Aseguró la voz. –Y así debe ser.
Las últimas palabras de aquella suave voz de mujer se perderían en los rincones de la mente de Sarah sin llegar a alcanzar su consciencia. Su corazón había recuperado una vez más la voluntad de seguir adelante y sus ojos centelleaban con furia haciendo vibrar la arena a cada paso mientras se acercaba a dónde estaba la segadora y la miraba entrecerrando los ojos. El arma aguardaba un dueño, una mano que volviese a empuñarla como antaño dándole el uso para el que había sido creada, y ella se la proporcionaría.
Con dos rápidos movimientos, la joven se puso la gabardina de su esposo, arrancó la segadora de un fuerte tirón arrancando pedazos de carne y sangre reseca del cadáver y dejó que su poder la limpiase cubriendo la hoja con una llama negra por unos segundos. Hecho esto, la guardó bajo la gabardina colgándola de los ganchos en que Jonathan solía hacerlo, miró hacia el cielo y se puso una vez más en marcha elevándose rápidamente hasta rebasar la colina para volar a continuación a ras de tierra y regresar junto a aquellos que sabía todavía la esperaban.
Así sería como sus compañeros la verían llegar esta vez. No como la llama escarlata que había surcado el cielo alejándose de ellos, sino como una silueta de plata y fuego que apareció de pronto entre la arena abriendo el propio viento a su paso con su poder. Sus ojos seguían brillando con furia, como dos pequeñas estrellas engarzadas en la perfección de su rostro y esto sería lo primero que llamaría la atención de Jessica haciéndola levantar la cabeza una vez más.
Por unos segundos la figura de su propio hermano pareció alzarse frente a ella, cómo si recuerdos y realidad se fundiesen bajo el sol del desierto con aquella gabardina para burlarse de su tristeza trayéndole una imagen que deseaba ver, pero sabía que no era cierta. Solo sus ojos le recordaban que no lo era, aquellos ojos cuya furia indescriptible la alegraba más que cualquier sonrisa puesto que ocultaban la desgarradora tristeza de su amiga y, además, señalaban el nacimiento de una nueva determinación que ella aguardaba impaciente.
-Sarah. –La recibió cuando su sombra se fundió con la del dragón cuya ala todavía la cobijaba y se detuvo frente a ella. -¿Por qué has huido así?. ¿Cuándo entenderás que eso solo te hace aún más daño a ti y a nosotros?.
-Voy a buscarle. –Afirmó Sarah totalmente seria, cómo si no escuchase las quejas de su amiga. –Por eso fui a buscar sus cosas.
-¡No! Tú no vas a ninguna parte. –La contrarió Jessica nada más oír esto al tiempo que se ponía en pie de un salto y la miraba con la misma seriedad que ella. –Ya he tenido bastante con todo esto, no pienso dejar que te marches otra vez sola. Iremos a buscarle, ¡Pero juntas!. ¿Entendido?. Te necesito para encontrarle y yo tampoco pienso renunciar a él, no sabría que hacer sin vosotros…
-Lo siento. –Se disculpó Sarah comprendiendo sus palabras. –Yo tampoco sabía qué hacer… aún no lo sé.
-Claro que no, nadie lo sabe si se queda solo. –Le aseguró totalmente seria Jessica. –Por eso no quiero que vuelvas a hacer lo mismo, y te aseguro que como lo intentes esta vez no te lo permitiré. Si hace falta yo misma te ataré a algo para que no vuelvas a huir así.
-No quiero huir…. –Negó Sarah tratando de corresponder con una sonrisa al esfuerzo de Jessica por hacer aquella broma, pero fracasando por completo. –Ahora las dos vamos en la misma dirección. Iremos juntas a buscarle, como una familia.
-Como lo que somos. –Le aseguró Jessica animada al escuchar sus palabras. –Nunca olvides eso. Tal vez Jonathan sea tu esposo, pero nosotros también somos parte de vuestra vida y para mí sois muy importantes: los dos.
Sarah asintió con la cabeza ante sus palabras y Jessica le respondió con una pequeña sonrisa segura de que ambas compartían los mismos sentimientos. Sin embargo no todo estaba claro todavía y la voz de su hermano pronto las interrumpiría tratando de poner algo de razón y calma en todo aquello. Aunque, una vez más, tendría que hacerlo a unos metros de ambas dado que el dragón seguía sin estar de acuerdo con su presencia o la de Atasha y había decidido reposar su cabeza entre ambas jóvenes.
-¿Sabes dónde está?. –Preguntó mirándola con toda la serenidad que su rostro era capaz de mostrar en aquel instante desafiando a sus propios sentimientos. –Has pasado dos días inconsciente y no tenemos ninguna pista sobre hacia dónde puede haberse dirigido Agatha.
-Él ya no está con Agatha. –Negó Sarah sorprendiéndolos a todos con aquellas palabras y atrayendo la atención del propio Néstor. –El cristal negro no está en la misma dirección que Jonathan, puedo sentirlos a los dos perfectamente y sé que no están juntos. La oscuridad del cristal proviene de allí. –Señaló dirigiendo una de sus manos hacia el sudeste. Y la llamada de Jonathan viene justo del lado opuesto.
-¿Su llamada?. –Preguntó Atasha sumándose a la conversación.
-No sé como describirlo. –Explicó Sarah. –Sé dónde está, lo veo como una luz que brilla en la distancia y me atrae hacia él, por eso podría encontrarle dónde fuese.
-Eso nos facilitará las cosas. –Se alegró Álbert aliviado al ver que poco a poco todo tomaba sentido. –Pero tendremos que ir con cuidado, el desierto es muy duro y no sabemos a qué distancia está ya de nosotros. A menos que tú puedas conseguir que el dragón vuelva a llevarnos no será fácil alcanzarle.
-Yo no puedo controlar al dragón, ni siquiera sé por qué esta aquí o por qué estaba en la cueva. –Respondió ella mirando a la criatura cuyos ojos seguían a los cuatro jóvenes cómo si los escuchasen. –Pero no le necesito. Iré a buscarle yo misma y lo haré como lo que soy, se acabó lo de intentar pasar por algo que nunca he sido.
-Sarah, ¿Qué estás diciendo?. –Se sorprendió Jessica apreciando de nuevo un brillo sombrío en los ojos de su amiga.
-Soy un demonio. –Replicó esta con un tono casi áspero. –Hasta ahora lo he hecho todo a vuestra manera y lo único que he conseguido ha sido perderle. ¡Ahora la haré a la mía!.
Los tres la miraron con cierta tristeza al escuchar esto. Sabían lo que Sarah se había esforzado por pasar por humana y escucharla hablar así no era una buena señal. Su paciencia y su aguante habían llegado a un límite, uno demasiado peligroso tratándose de alguien de su raza y no sabían si alegrarse por lo que ella podría hacer para recuperar a Jonathan… o temerla, por la destrucción que podría desencadenar con su furia y la total carencia de preocupación por la vida que la caracterizaba.
Antes de que ninguno pudiese decir nada, sin embargo, la voz de su quinto compañero de viaje los interrumpiría a todos y estos observarían con sorpresa como se colocaba frente a ellos interponiéndose entre estos y la dirección en que se suponía estaba Jonathan.
-¿Habéis terminado ya con vuestros sentimentalismos?. –Preguntó en el tono sereno y orgulloso que los demás empezaban a detestar. –Sabéis perfectamente que todo lo que estáis diciendo no tiene el menor sentido. Si hay algún lugar al que debemos ir ese es dónde está Agatha, Jonathan es secundario ahora.
-¡¿Te has vuelto loco?!. –Preguntó con furia Jessica nada más oír esto mirando con incredulidad al caballero. –Jonathan es nuestro hermano, ¿Cómo puedes decir que es secundario?.
-¿Sabes qué está en esa dirección?. –Respondió Néstor todavía con la misma calma.
Jessica no supo que responder en ese momento y miró a su hermano esperando que este si lo supiese. No sabía qué cambiaría eso ni estaba dispuesta a aceptar sus palabras, pero su seguridad en lo que decía la desconcertaba y cuando volvió a hablar pudo comprobar que, a diferencia de otras veces, en esta ocasión si había un motivo para su actitud.
-Yo te lo diré: Tarsis. –Explicó Néstor sin inmutarse. –Ese es el objetivo final de Agatha.
-El cristal blanco… -Comprendió Álbert mirando sombríamente al caballero. –Maldita sea, todo esto formaba parte de su plan desde el principio. La niebla que lanzó sobre Tarsis no era un ataque, era una forma de obligar a los monjes a sacar el cristal de su sello. Incluso entonces ya nos estaba usando, y no solo eso, vosotros erais tan parte de ese plan como nosotros mismos. ¿Verdad?. Para eso era la guerra, ella no quería el cristal rojo, lo que buscaba era a los caballeros. El cristal podría haberlo conseguido de otras mil formas si fuese solo eso lo que quería.
-Eso parece. –Asintió el caballero para sorpresa de Jess y las demás que aún no lo comprendían. –Primero os usó a vosotros para romper la protección del cristal y ahora nos usará a nosotros para derrotar a los monjes, sabe que estarán alerta tras el robo del cristal negro y no podría hacerlo de otra forma.
-¿Cómo puedes decirlo tan tranquilo?. –Volvió a preguntar Jessica sacudiendo la cabeza visiblemente furiosa y confusa. -¿Es que te da igual todo?.
-Sois vosotros a los que no parece importarles lo que sucede, no yo. –La contrarió Néstor sin variar ni su expresión ni el tono de su voz. –Sabéis lo que sucederá cuando Agatha consiga ese cristal y que solo esa criatura que os acompaña podría hacerle frente. Lo que hay que hacer debería estar claro incluso para vosotros, y Jonathan no encaja en absoluto.
-¿Estás diciendo que deberíamos ir a detener a Agatha en lugar de buscar a nuestro hermano?. –Comprendió Jessica hablando casi con rabia.
-Agatha nos lleva varios días de ventaja, si no partimos tras ella de inmediato jamás la alcanzaremos a tiempo. –Replicó Néstor encogiéndose de hombros. –Nuestras opciones son esas: Jonathan… o Linnea. Y la elección debería ser sencilla.
-Lo es, tanto que ni siquiera existe una elección porque solo hay una posibilidad. –Los interrumpió Sarah con voz firme y furiosa. –Para mí solo hay un lugar al que puedo dirigirme y es lo que pienso hacer. Lo único que me importa es Jonathan, el resto del mundo me da igual.
-¿Dejarás que destruyan toda Linnea solo para recuperarle?. –Preguntó Néstor cambiando ahora su tono la ver la seriedad con que la joven lo miraba.
-Yo misma la destruiría si con eso pudiese volver a tenerle entre mis brazos. –Sentenció Sarah dejando que sus ojos centelleasen con el demoníaco poder de su furia. –Y lo mismo haré con todo lo que se interponga en mi camino. ¡Todo!.
-Entonces no serías distinta al propio Árgash. –Trató de hacerla entrar en razón Néstor viendo que los demás no querían decir nada y parecían estar de acuerdo con ella. -¿Es eso lo que quieres?.
-Eso no es lo que quiero… ¡Es lo que soy!. –Fue la respuesta de la joven cuyo corazón estaba ya por encima de todo razonamiento. –Sin Jonathan no hay diferencia entre esa criatura y yo. Los dos somos demonios, no debería sorprenderte.
Néstor sonrió al escuchar aquellas palabras, cómo si fuesen algo que ya había esperado escuchar y no le sorprendiesen tal y como ella decía. Sin embargo no se movió, a pesar de todo continuó frente a ella y sus ojos no mostraron la menor alegría, al contrario, su mirada se volvió dura y severa de pronto anticipando sus siguientes palabras.
-Entonces tendrás que pasar por encima de mí. –Amenazó para sorpresa del resto del grupo. –Mi deber sigue siendo acabar con esa mujer aunque sea el último de mi orden, no permitiré que tu egoísmo lo estropee todo. Os guste o no vendréis conmigo, es la única forma de tener una oportunidad frente a Agatha.
El propio Néstor se daría cuenta del error que suponía pronunciar aquellas palabras nada más terminar su frase. Los ojos de Sarah centellearon con furia al escucharle recordándole al instante que todo lo que había dicho era totalmente serio y el propio aire chisporroteó alrededor de la joven mientras esta relajaba ambos hombros y movía suavemente los brazos hacia atrás hasta dejar caer la gabardina al suelo. No porque desease librarse de ella, sino para mostrarle a aquel que se interponía en su camino el verdadero rostro de la criatura a la que intentaba enfrentarse.
-¡Tú no puedes detenerme!. –Le advirtió con un tono de voz rabioso cuyo poder hacía vibrar la arena al tiempo que sus alas de dragón brotaban de su espalda una vez más. -¡Apártate de mi camino!.
Una de las manos de Sarah se oscureció de pronto al son de estas palabras y la joven dio un violento manotazo hacia Néstor sin más avisos. Al instante, la arena frente a ella se abrió como si algo la atravesase velozmente en dirección al caballero y este apenas tuvo tiempo a pronunciar un hechizo. Su poder lo alcanzó con una furia imparable y se desencadenó en forma de una explosión de fuego negro que destrozó cualquier medio por el que este intentase protegerse arrojándolo unos metros más atrás.
Pese a todo Néstor no era tan fácil de vencer. Nada más tocar suelo de nuevo rodó hacia atrás hasta ponerse de pie y apoyó una mano en la arena para tratar de reaccionar más deprisa. Sin embargo su velocidad no le serviría esta vez, la criatura a la que había desafiado estaba demasiado furiosa para darle un solo segundo de tregua y cuando sus ojos la miraron de nuevo pudo ver como seis afiladas lanzas de hielo negro se formaban entorno a su brazo apuntándole irremediablemente.
Ella no bromeaba esta vez como cuando lo había atacado en el tren, le mataría si no se apartaba de su camino y su furia parecía dispuesta a no darle siquiera la oportunidad de alejarse ahora que la había desafiado. Las seis lanzas volaron una tras otra hacia él con una puntería tan certera como mortal, dándole apenas tiempo para rodar a un lado tratando de esquivarlas y destruir un par de ellas con su segadora mientras otras tres se hundía en la arena derritiéndose entre vapores oscuros. Pero una de ellas sí consiguió pasar, uno de aquellos tenebrosos cristales de hielo rompió su guardia pasando por encima de la hoja de su segadora y se hundió en su hombro derecho abriendo una profunda herida antes de fundirse.
Néstor no gritó a pesar del dolor, pero su mano buscó inmediatamente su hombro apretándolo con fuerza al notar como la sangre empezaba a fluir desde ella y sus ojos buscaron de inmediato a Sarah. Sin embargo no sería él quien daría con ella, la centelleante figura de la joven había desaparecido del lugar desde el que lo había atacado y antes de que este pudiese girar la cabeza una sombra apareció a su derecha advirtiéndole de la presencia de alguien a su lado.
-Nadie va a interponerse entre él y yo. –Advirtió la voz furiosa de la joven hablando en un tono tan sombrío como su poder. –Ni tú… ni Agatha… ni siquiera ella.
Dicho esto, Sarah movió bruscamente una mano hacia un lado haciendo que sus uñas se transformasen de nuevo en las largas agujas que ya había usado en Ramat y una de ellas apuntó al cuello del joven rozando su barbilla hasta llegar a atravesar la piel dejando un débil rastro escarlata a su paso mientras levantaba el rostro de Néstor para que la mirase.
-Ya basta. –La interrumpió de pronto la voz todavía serena pero ahora bastante más severa de Álbert al tiempo que su mano se posaba sobre la de la joven bajando su brazo. –Se qué tal vez no pueda comprender cómo te sientes ahora mismo, pero tienes que calmarte. Esto no es lo que él querría, vayamos a buscarle y dejemos de pelearnos entre nosotros.
Sarah lo miró fijamente durante unos segundos clavando sus ojos de oro en las pupilas esmeralda del Álbert, pero pareció comprender lo que él le decía y este no tardó en notar como aflojaba su mano para soltar a Néstor. Hecho esto, volvió sus uñas a la normalidad y se dio la vuelta regresando sin más palabras junto a sus dos amigas para recoger la gabardina.
-No sabes a qué te enfrentas. –Advirtió Álbert al joven que seguía de rodillas sobre la arena. –Probablemente ninguno de nosotros lo sepa. Y te aseguro que habla más en serio de lo que te imaginas cuando dice que hará lo que sea por encontrarle.
-Lo sé. –Afirmó Néstor poniéndose pesadamente en pie sin soltar su hombro. –Eres tú el que no se da cuenta y pierde el tiempo inútilmente. No sirve de nada que retrases lo inevitable cuando yo mismo no quiero hacerlo.
-Tal vez. –Respondió Álbert sacudiendo la cabeza antes de darle la espalda para dirigirse también junto a sus compañeras. –Pero preferiría no tener que verlo y Agatha lo hará con mucho gusto si es eso lo que buscas.
-Tal vez. –Replicó todavía con cierto orgullo a pesar de todo. –Eso lo sabremos pronto, ya es hora de que yo también me reúna con los míos. Aunque tenga que ir yo solo.
-Suerte. –Se despidió secamente Álbert.
Sin nada más que decirle, Álbert comenzó a caminar para alejarse del caballero esperando haber terminado ya con aquel desagradable incidente. Antes de que pudiese hacerlo, sin embargo, la voz de este lo llamaría de nuevo haciendo que se detuviese aunque sin llegar a darse la vuelta.
-Vramack. –Dijo con un tono totalmente serio. –Por si te interesa ahí es a dónde os dirigís, es lo único que hay en esa dirección.
-¿La biblioteca?. –Preguntó Álbert recordando haber visto aquel nombre en los libros del orfanato.
-Hace tiempo que dejó de serlo.
Aquella fue la última respuesta del caballero. Dicho esto, sus ojos se dirigieron una última vez hacia la menor de los hermanos con cierta nostalgia y sus labios volvieron a mostrar una extraña sonrisa antes de darse la vuelta para alejarse hacia el otro lado de la duna. Álbert, por su parte, reanudó su marcha y regresó al lado de su hermana para iniciar su propio camino en dirección contraria.
-Nos vamos. –Anunció Sarah mirándolos a los tres con los ojos todavía radiantes de poder.
-El Sol todavía se está poniendo. –Le advirtió Álbert. –Aún es pronto para ponerse en marcha, debemos esperar a que el calor descienda.
-Yo no voy a esperar un minuto más. –Negó Sarah con la cabeza. –No puedo esperar…
Dicho esto, Sara se giró hacia la dirección que había señalado antes dándoles la espalda a todos y la luz de sus ojos pronto se intensificaría una vez más respondiendo a su poder. Uno de sus brazos apretó con fuerza la gabardina y la segadora contra su pecho, pero el otro se movió de pronto hacia un lado y el propio desierto respondió ante aquel gesto. El aire se agitó a su alrededor como un remolino, la arena voló alejándose de ella repelida por una fuerza terrible y sus alas centellaron llenándose de un intenso brillo plateado. En ese instante sus ojos se cerraron por un segundo, su mano se iluminó con un relámpago blanco que fluyó a través de las puntas de sus alas uniéndolas con la luz de su magia y sus pies se separaron poco a poco del suelo hasta flotar unos centímetros por encima de este.
Todo su cuerpo brillaba una vez más irradiando la belleza sobrehumana que la caracterizaba, entremezclando el rojo fuego de la larga melena que ondeaba a su espalda con los suaves tejidos de su ropa cuyos movimientos perfilaban su figura entre la luz pegándose a su cuerpo al recibir las caricias de aquel extraño viento. Entonces sus ojos se abrieron también de nuevo, miraron al frente clavándose en el horizonte y todo a su alrededor estalló en respuesta no a su voz, sino a su propio corazón cegándolos a todos por unos segundos. La arena se elevó a cómo si algo la arrancase del seno del desierto cubriéndolo todo de polvo salvo a ella hasta que el viento de su poder lo limpió de nuevo y solo entonces sus compañeros pudieron ver el verdadero efecto de su hechizo.
A su alrededor la arena se había abierto trazando un gran círculo de unos dos metros de radio, una brecha de apenas cinco centímetros de ancho que el polvo dorado del desierto se negaba a rellenar por una razón tan sencilla como increíble: por que no estaba vacía. Al mirar más fijamente los tres pudieron ver como el aire se había oscurecido en esa zona formando una esfera que los envolvía a todos y llegaba incluso bajo la arena de una forma similar a la barrera que la propia Agatha había usado una vez.
-Nos vamos. –Dijo sin mirarles, flotando frente a ellos entre la centelleante luz y el viento de su poder. –Jonathan me está esperando. Y tengo que ir con él… lo necesito.
Dicho esto, Sarah movió su mano hacia delante sin dar tiempo a sus compañeros para decir nada al respecto y el rayo que la unía a sus alas partió también hacia la barrera golpeándola en la dirección en que deseaba moverse. En respuesta a esto el suelo sobre el que se encontraban vibró por unos segundos como si un terremoto los sacudiese y todos se tambalearon sin comprender qué sucedía. Pero pronto lo harían, la esfera que los rodeaba se pondría en marcha en ese mismo momento y la arena se abriría frente a esta como el agua lo haría ante la proa de un gran barco. No era algo nuevo para ellos, en realidad ya habían visto a Sarah viajar así por las praderas de Acares, pero esta vez la velocidad y tamaño de la barrera eran mucho mayores y sus compañeros se quedaron en silencio sin saber qué hacer o decir.
Tras ellos quedaba solo el profundo rastro dejado por la esfera en la arena, la esquiva sombra del caballero cuyo destino parecía ser totalmente contrario al suyo por elección propia... y el dragón. La formidable criatura que los había rescatado no había hecho el menor gesto de querer llevarles a ninguna parte y continuó observándolos desde la distancia hasta que su enorme silueta se perdió tras las dunas. Aunque, por la forma en que había actuado protegiendo a Sarah, ninguno dudaba que aquello no duraría mucho tiempo y ya no se sorprenderían al ver su enorme sombra cruzándose en su camino justo antes de que las últimas luces del día se extinguiesen por completo.
Durante el resto de la noche todo siguió igual para el grupo. Sarah continuó avanzando tan deprisa como su poder le permitía y los demás solo podían esperar tras ella sentados en la arena que la esfera transportaba como meros espectadores. Algo que la propia Jessica no soportaba y la hacía mirar con tristeza a su amiga al verla forzar su poder de aquella forma. Sin comer, sin beber, sin ni siquiera pararse a respirar por un segundo ni dejar a su cuerpo descansar con tal de seguir siempre hacia delante: hacia Jonathan.
Pero ella sabía que no podría continuar así por mucho tiempo. Hacía dos días que no comía nada debido a su inconsciencia y conforme la noche se acercaba a su fin substituyendo el fresco viento nocturno por la cálida brisa diurna pudo notar como esta se tambaleaba de vez en cuando en el aire. Lo que la convenció finalmente de que no podía dejarla seguir así por más tiempo.
Sin una sola palabra hacia su hermano o Atasha, Jess se puso en pie de nuevo y se acercó a la joven dispuesta a hacer algo. Tal vez no tuviese poderes, pero podía ofrecerle parte del consuelo que necesitaba, del que ella misma necesitaba también, y no podía seguir impasible viendo como se hacía daño a si misma de aquella forma.
Antes de que pudiese alcanzarla, sin embargo, Jess vio algo extraño al colocarse justo tras ella y se detuvo sorprendida. Un pequeño destello de plata se desprendió de la mejilla de su amiga y voló hacia ella atraído por el viento, algo diminuto, apenas de un tamaño suficiente para ser apreciable de no ser por el reflejo que la luz trazaba sobre él. Pero aún así lo suficientemente importante como para hacer que todo el cuerpo de la menor de los hermanos se estremeciese al notar la humedad en su propio rostro cuando este rozó su cara.
Jess no lo soportó un segundo más, corrió de inmediato hacia ella y la abrazó tan fuerte como pudo apretando sus brazos contra su cuerpo sin importarle sus alas o la luz que la rodeaba.
-¡Basta!. –Gritó apretando sujetándola con fuerza como si tratase de aprisionarla. –No puedes seguir así o esto no servirá de nada. No conseguirás ayudar a Jonathan destruyéndote a ti misma de esta forma, y él te necesita… yo te necesito. No quiero perderte también a ti.
-No puedo. –Negó Sarah sin hacerle el menor caso, temblando entre sus brazos como si fuese a desvanecerse pero sin aminorar la marcha de la esfera. –Está cerca, casi le hemos encontrado. Ahora no puedo pararme… no quiero esperar más.
-¡Para!. –Gritó de nuevo Jessica a pesar de su respuesta. –Me da igual lo cerca que esté, no conseguiremos nada si tú no puedes siquiera sostenerte de pie. ¡Para!, por favor… ¡Para!, ¡Para!, ¡¡¡PARA!!.
Sarah seguía mirando al horizonte cómo si no la escuchase, con los ojos fijos en una lejana llama que alumbraba la penumbra de la mañana a lo lejos alzándose entre las dunas como una señal de dónde se encontraba su esposo. Pero algo cambió de pronto en ella, los gritos desesperados de su amiga vendrían acompañados de más lágrimas como las suyas que caerían sobre su hombro haciéndola temblar y su poder se detuvo al instante cómo si su corazón no supiese qué hacer.
Las dos cayeron a la vez en ese momento. Al desvanecerse la esfera tanto ellas como sus compañeros rodaron por el desierto a causa de la brusquedad con que habían parado y estas cayeron una sobre la otra todavía abrazadas hasta detenerse bajo una de las dunas.
-Tengo que ir… - Consiguió decir Sarah con lágrimas en los ojos mientras Jessica la miraba separándose de ella . –Tengo que moverme… o me moriré. Si no hago algo mi corazón no lo resistirá, este dolor me desgarrará por dentro hasta que ya no pueda más.
-¿Crees que eres la única que se siente así?. –Respondió Jessica cogiendo una de las manos de Sarah y poniéndola sobre su propio corazón como ella había hecho una vez. –A mí también me duele. No de la misma forma que a ti, pero me duele mucho. Y por eso no puedo dejar que sigas, aunque esté tan cerca no puedo seguir y perderos a los dos por dejar que ese dolor me impida pensar.
-Yo no quiero pensar. –Negó Sarah sacudiendo la cabeza. –Lo único que puedo ver en mi cabeza es a él, no quiero seguir pensando, solo volver a abrazarle.
-Entonces hazme caso y espera. –Trató de hacerle entender Jessica. –Necesitas comer y beber algo o tu cuerpo no lo soportará más. Y también descansar, no sabemos qué hay ahí dentro ni con que vamos a encontrarnos, por eso necesitaremos que estés en condiciones de ayudarnos a rescatarle. ¿De acuerdo?. Mañana iremos y derrumbaremos cada maldita piedra de ese lugar si hace falta pare encontrarle, pero hoy descansa o en lugar de recuperarle le perderás para siempre.
Sarah se quedó en silencio al escuchar todo aquello y sus ojos miraron la mano que su amiga sostenía todavía sobre su pecho. Podía sentir los latidos bajo su piel, tan acelerados como los suyos tal y como ella le había dicho, aunque tan diferentes también como sus sentimientos. Por eso, o tal vez simplemente por que en el fondo sabía que era lo mejor y deseaba ceder a los ruegos de su amiga, Sarah asintió con la cabeza y Jess pudo al fin sonreír por un segundo aliviada al verla entrar en razón.
En ese mismo instante, y cómo si hubiese intuido lo que ambas jóvenes habían decidido, la colosal sombra del dragón descendió de nuevo sobre ellas y Jess se alegró por una vez de ver a aquella enorme criatura al ver como este las cobijaba bajo su ala del creciente Sol de Lusus. Sarah apenas podía caminar ya y esto le permitió traerle tanto agua como comida a aquel lugar para dejarla descansar junto a ella y la cabeza del propio dragón que parecía divertirse observando a las dos jóvenes. En especial a la propia Jessica a la que miraría de nuevo en una ocasión entreabriendo sus fauces como la mañana anterior, aunque con resultado muy distinto.
-¡Ni se te ocurra!. –Le advirtió ella posando ambas manos sobre el hocico del dragón para cerrar sus poderosas mandíbulas de nuevo intuyendo sus intenciones. –Si haces eso otra vez te corto la lengua.
El dragón gruñó al oír esto como si la comprendiese y volvió a posar su cabeza junto a ambas jóvenes sin hacer nada más. Ambas necesitaban descansar y se apoyaron la una en la otra compartiendo por unas horas su descanso… y la tristeza que solo su mutua compañía era capaz de mitigar.
Al mismo tiempo, y no muy lejos de ellas aunque sí lo suficiente cómo para que el dragón no mostrase de nuevo su desconfianza hacia ellos, la pareja restante del grupo se acostaba a la sombra de una duna abandonándose a un consuelo similar. Atasha se había acostumbrado a dormir al lado de Álbert durante su viaje hacia Lusus, pero esta vez no quería solo eso y lo abrazaría cobijándose entre sus brazos como Sarah solía hacer con Jonathan.
-Conmigo no tienes que ser así. –Susurró solo para él, con la mejilla pegada a su pecho. –Sé que a ti también te afecta. ¿Por qué no lo muestras?.
-Yo no soy como ellas. –Respondió Álbert en el mismo tono deslizando una mano hasta su nuca para acariciar sus cabellos. –Y dejarme llevar por la tristeza no ayudaría a nadie, solo le causaría más dolor a Jessica.
-Te ayudaría a ti. –Lo contrarió Atasha abrazándole más fuerte. –Conmigo no tienes que ocultar así tus sentimientos, no me importa que los muestres.
-Tú no te mereces eso. –Negó Álbert sonriendo al escuchar sus palabras. –No tienes por qué cargar con mi tristeza.
-Pero quiero hacerlo. –Insistió Atasha. –Quiero saber cómo te sientes y llorar por ti o contigo si hace falta. No me importa, si tú no puedes yo lo haré por ti… por los dos, solo quiero poder ayudarte. Nadie puede cargar solo con todo y tú no tienes que hacerlo… me tienes a mi.
-Ya me estás ayudando. –Le aseguró Álbert estrechándola suavemente entre sus brazos. –Solo con estar ahí. Me ayudas más de lo que puedes imaginar.
Atasha se dio por vencida por el momento y se conformó con aquellas palabras. No era lo que ella quería, pero sabía que no conseguiría nada más de alguien como él y sus palabras le demostraban que su preocupación sí servía de algo aunque él no lo mostrase exteriormente con la misma intensidad que lo haría otro. Por esto, y a pesar de todo lo que les había sucedido, ese día lo que aparecería en su rostro mientras se dormía entre sus brazos no sería solo tristeza, sino también una pequeña sonrisa al saber que él también se dormía arropado por los suyos y era precisamente eso: ella, su compañía, lo que traía un poco de paz al corazón del joven al que amaba.
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