Desde el principio Árgash había sido nuestro mayor problema a la hora de intentar dar lógica a nuestras teorías. La idea de una sola criatura como él, o dos si sumamos a Xhalina, capaces de dominar con su poder al resto de seres de su misma especia resultaba algo muy poco probable. Ni siquiera un Sei-Thar, con todo su poder, habría podido dominar a un número lo suficientemente grande de Dau o Tai-Thar de no ser por el respeto natural que estos le profesaban, pero sabíamos que ese respeto estaba basado en el orden social que su casta, formada por un número de individuos suficiente como para poder controlar a las inferiores, había establecido durante siglos.
De ahí nuestro desconcierto. Aunque todas las criaturas de Árunor respetasen ahora a Árgash y a Xhalina por una cuestión social, ese respeto debía haberse fundado con la fuerza de su poder y esto parecía imposible teniendo en cuenta que incluso los Sei-Thar estarían bajo ellos. La diferencia de poder entre un Tai-Thar y un miembro de esta cuarta clase debería ser abismal, más de lo que la lógica nos permitía asociar a seres de una misma especie. Y cómo de costumbre no nos equivocábamos, aunque a veces deseo que lo hubiésemos hecho.
La respuesta a este enigma, a esta paradoja en la que nuestras teorías se habían enredado desde el principio y jamás habíamos podido responder, era insultantemente sencilla, tanto que quizás esa simplicidad fue el principal obstáculo que nos impidió verla hasta que la oímos de los labios del propio Nesk-lat.
Árgash pertenecía a otra especie… así de sencillo. El señor de Árunor no era uno de los “Thar” como habíamos convenido llamar a las tres castas de demonios, sino una criatura de una raza totalmente distinta que habitaba el mismo mundo y cuyo poder iba más allá de lo que podíamos imaginar.
En un principio esto nos alegró, nos dio ánimos para continuar pues suponía un avance en todas nuestras teorías. Pero nuestros logros pronto se volverían en nuestra contra al oír por primera vez los nombres del señor de Árunor pronunciados por la solemne y profunda voz de Nesk-lat:
“Árgash, el hijo de Darshan,… el padre de Árunor”.
Aquellas palabras no tenían sentido y recuerdo que yo mismo dudé de ellas en un principio, pero por fortuna para mí y aquellos lo suficientemente fríos como para seguir mi ejemplo conseguí ocultarlo. Los que no lo hicieron y dejaron que sus emociones se reflejasen en sus rostros aunque solo fuese a modo de una sutil sonrisa de incredulidad serían los primeros en comprobar la importancia de estas, así como el poder y la verdadera naturaleza del Sei-Thar.
Nesk-lat no solo era sabio, también era poderoso, severo… e implacable. Cuatro de nuestros compañeros dudaron de su palabra, y los cuatro cayeron muertos a nuestro alrededor sin que él moviese apenas una de sus manos para desatar su poder. No describiré aquí el poder de aquel hechizo, pues yo mismo no lo reconocí en su día y dudo que se encuentre siquiera entre nuestros libros más antiguos, pero si diré que su efecto no fue distinto al de los encantamientos de fuego negro que nuestros maestros habían aprendido a controlar con el paso de los años. Aunque, por supuesto, estos parecían un mero juego de niños al lado del poder desatado por aquella criatura.
Pero ni siquiera esto nos detuvo. Estábamos tan perdidos en el deseo de continuar nuestra investigación, tan embriagados por la curiosidad y la ambición de conocimiento que nada podía ya detenernos. Y para nuestra alegría, esa insistencia en seguir adelante tendría como recompensa las respuestas que tanto ansiábamos… y con ellas la destrucción de todo aquello que una vez habíamos creído saber sobre nuestro mundo.
Árgash es, en palabras del propio Nesk-lat, la criatura más antigua de Alinor. Sí, Alinor, no Árunor, su existencia va más allá incluso de la de nuestros dos mundos y su nacimiento ni siquiera tuvo lugar en el antiguo mundo errante que dio origen a todo, sino en la lejana estrella negra de Darshan, de ahí su primer nombre.
Era una criatura oscura, sombría… aterradora. Un ser nacido de la oscuridad infinita que da vida a Darshan cuya existencia debió pasar desapercibida para el resto del universo durante eones mientras permanecía en su interior como un feto en el vientre de su madre, siguiendo el eterno descanso para el que parecía haber nacido. Hasta que un día, Alinor se cruzó en su camino y cambió su destino para siempre cómo ya había hecho con miles de otras criaturas arrancándolo del abrazo oscuro de Darshan para arrojarlo sobre uno de sus planos junto a los habitantes de un mundo cercano.
Así fue como los habitantes de Alaucor y Árgash se encontraron por primera vez, y ni siquiera el propio Nesk-lat describe esto como un encuentro agradable. La primera guerra de los Thar no fue contra el resto de habitantes de Alinor, sino contra el propio Árgash y la ira incontenible que parecía devorarlo conforme la amalgama de oscuridad que lo rodeaba se condensaba tomando forma sobre aquel nuevo mundo.
El poder de aquella criatura consumió a miles de seres tan poderosos como Nesk-lat en segundos, envolviéndolo todo como una gigantesca llama negra que tratase de devorar Alinor. No conocía límites, no conocía la piedad… no conocía nada que fuese su propia ira y una rabia incontrolable dispuesta a condenar aquel plano y al resto del mundo errante a ser devorados por su poder mientras el cántico de su ira se extendía por todas partes. Un cántico tenebroso y aterrador que no brotaba de su cuerpo, sino de su poder y hacía vibrar a todas las criaturas que lo escuchaban como intentando devorar sus mentes de la misma forma que sus llamas devoraban sus cuerpos.
Pero algo cambió entonces. En el momento en que el ser nacido en las entrañas de Darshan abandonó por completo el manto de tinieblas que lo rodeaba la guerra se detuvo de pronto y sus ojos de fuego observaron su propio cuerpo con sorpresa. La misma que, según nos relató Nesk-lat, había en las miradas de cada uno de los Thar al ver el verdadero aspecto de la criatura que había estado destruyéndolos.
La voz del Sei-Thar se hacía más profunda en este punto, cómo si los recuerdos y el describir a su señor pudiese perturbarle incluso a él. Nos habló de un ser sombrío, físicamente semejante a los de su casta pero permanentemente cubierto por una sombra tras la que su rostro quedaba siempre velado salvo por la ardiente luz de su mirada y cuya única ropa eran sus cabellos, tan negros como el mismo Darshan, que se agitaban a su espalda como una capa negra bajo la que solo las tinieblas cubrían su cuerpo. Las mismas que lo habían visto nacer y que, de alguna forma, nunca parecían abandonarle.
En este punto cualquiera que sepa algo de historia y esté leyendo esto habrá notado ya la primera incongruencia entre esta y mi relato. El Árgash que Nesk-lat nos describió no tiene nada que ver con el monstruo que nosotros trajimos a Linnea salvo en la ferocidad que describe en sus primeros momentos de vida. Y sin embargo, fuese cual fuese su aspecto, sabemos que sí era Árgash pues su poder iba más allá que el de cualquier Sei-Thar.
¿Qué sucedió entonces?. ¿Por qué un ser tan poderoso sí pareció sufrir la transformación de los Tai o los Dau al atravesar la barrera pero los a su lado insignificantes Sei-Thar no la sufrían?. Las respuestas a estas preguntas no son sencillas, pero estoy seguro de que aquel que esté leyendo estas líneas las comprenderá más fácilmente cuando concluya mis explicaciones sobre ambos señores. Por ahora seguiré con Árgash.
Al observar la similitud entre este y ellos mismos los Thar lo tomaron al instante como un nuevo miembro de su especie y dejaron de luchar. No porque realmente lo creyesen así, sino porque sabían que era su única posibilidad de supervivencia e incluso los Sei-Thar se arrodillaron a sus pies dándole por primera vez el título de señor de su raza que hoy ostenta.
Árgash, sin embargo, no se conformó con algo tan sencillo y pronto resumió su marcha de destrucción. Centenares de Thar morirían de nuevo a sus pies, pero esta vez sin levantar la cabeza ni tratar de defenderse, abandonándose a la destrucción que parecía condenar a su especie cómo si esto no les preocupase. Y al fin todo esto conseguiría el resultado que esperaban.
La falta de resistencia y su total despreocupación por sus vidas hizo que Árgash comenzase a cansarse de aquello. Era un ser despiadado y furioso, pero también orgulloso y acabar con seres tan pasivos como los Thar se volvió casi una molestia para él. Entonces su atención se giró hacia los otros planos de Alinor, hacia las decenas de mundos superpuestos en realidades separadas por finas barreras dimensionales que rugían con el furor de batallas interminables entre las criaturas que los habitaban.
Este fue el comienzo de la mayor guerra de Alinor y con ella comenzaría también el fin del viejo mundo. El nuevo señor de los Thar descendió sobre los planos interiores seguido por los ejércitos de Alaucor, más útiles ahora a su mando como armas de destrucción que como simple combustible para el fuego de su poder, y su marcha de destrucción hacia el plano material fue imparable.
Ninguna criatura podía enfrentarse a un ser como Árgash, ningún ejército hacer frente a las hordas sombrías de los Thar, solo podían intentar resistir… y perecer entre las llamas del hijo de Darshan y sus seguidores. Durante milenios esta marcha continuó arrasando incontables vidas y extinguiendo especies enteras de criaturas hasta alcanzar su cenit en el corazón del maltrecho Alinor.
Al llegar allí, sin embargo, las cosas cambiaron por completo. Nuestro orgullo nos ha hecho vernos como la última raza superviviente de Alinor gracias a nuestro poder, pero supongo que quien haya leído hasta aquí sabe ya que eso está muy lejos de ser cierto. Lo que Árgash y sus legiones de destrucción encontraron al llegar al corazón de Alinor no fue a un enemigo poderoso y difícil de vencer, sino a la misma patética e indefensa raza que hoy habita Linnea.
Esto no complació a Árgash. Su furia no encontró a nadie sobre quien descargar su rabia, solo un puñado de criaturas insignificantes que sus ejércitos podían dominar sin el menor problema y su hastío ante esta situación fue convirtiéndose poco a poco en frustración. Después de todo, ¿De qué sirve el poder de destruir si no hay nada digno de ser destruido?.
Durante casi un siglo Árgash siguió esperando pacientemente como señor de los planos y de su nuevo ejército a que Alinor cambiase su tedioso destino. De vez en cuando incluso revivió la guerra lanzando hordas de Tai-Thar contra los animales, esto es probablemente lo que una criatura como él pensaba de nosotros, que habitaban el plano material para saciar en la medida de lo posible su ansia de destrucción. Pero esto no era suficiente, su frustración crecía día a día en la celda en que Alinor se había convertido para él y el ansia por extender su rabia al resto del universo para medirse incluso con aquellos que los observaban desde el vacío infinito lo llevó a tomar la decisión que dio origen a su último nombre.
Árgash, el hijo de Darshan, usó su infinito poder para resquebrajar los planos de Alinor sin preocuparse por sus seguidores o él mismo y el universo tembló al son de la llama negra que envolvió al mundo errante hasta provocar el cataclismo que todos conocemos. Así murió Alinor, no por las guerras o por nuestra resistencia como tan estúpidamente intentaron enseñarnos nuestros antepasados, sino por la voluntad y el hastío de un solo ser que deseaba enfrentarse con aquellos de su misma especie: los propios dioses.
Esta revelación todavía resuena hoy en mis oídos amenazando con hacerme recordar una vez más el terror que sentí al oír las palabras originales usadas por Nesk-lat: Anarthum, etak, madalian. Tres palabras que significaban respectivamente “dios”, “destrucción”… “tinieblas” y cuyo significado conjunto nos fue incapaz de pasar a nuestro idioma. Pero fuese como fuese había algo que sí comprendíamos: Árgash era un dios entre los demonios, y su poder ya había destruido el mundo una vez solo por rabia.
Nuestra propia existencia parecía insignificante de pronto, cómo si nuestro papel en el pequeño mundo en que habíamos nacido se hubiese vuelto de pronto todavía menos importante al negarnos incluso el derecho a haber participado en la muerte de Alinor. Y sin embargo ni siquiera esto nos detuvo, aquello generó nuevas preguntas en nuestras mentes que demandaban respuestas cada vez con más insistencia y pudimos ver como Nesk-lat sonreía satisfecho con nuestra curiosidad… o tal vez nuestro miedo.
Fuese cual fuese la razón, el Sei-Thar eligió seguir hablándonos de nuestro pasado y por él supimos que el propio Árgash se sorprendió al notar como el mundo que había destruido daba origen a los dos que hoy conocemos. De las cenizas de Alinor, como nuestra historia nos enseña esta vez en una forma bastante correcta, un nuevo mundo emergió recogiendo a los pocos supervivientes del cataclismo en sus dos únicos planos y así surgieron Linnea, Árunor y su organización actual. De lo que se deduce, irónicamente, que Árgash no solo podría llamarse el padre de Árunor, sino también el padre de la propia Linnea.
Pero estos dos planos no fueron lo único que nació de la muerte de Alinor. Si hubiese sido así, nuestros dos mundos habrían estado condenados al mismo fatídico destino que su antecesor ya que nada habría impedido que Árgash tratase de liberarse una vez más de su celda para extender su furia al vacío infinito que nos rodeaba. Sin embargo, de la multitud de planos que se convirtieron en pura energía durante la muerte de Alinor y jamás llegaron a formar parte del nuevo mundo nació algo más que cambiaría para siempre nuestro destino y al mismísimo Árgash. Y ese algo, es precisamente aquella cuyo nombre habíamos oído ya cientos de veces junto al suyo en boca de los monstruos que invocábamos y de la que al fin Nesk-lat se decidiría a hablarnos a continuación.
Diario de Arthur Mirtusen, último mago de la corte de Ramat.
Álbert suspiró con cierto alivio al ver que la anotación terminaba en aquel punto y cerró el diario para evitar la tentación de seguir adelante. Aquellas runas cada vez tenían menos sentido y empezaba a dudar de la cordura del mago, pero en el fondo algo le decía que esa solo era una excusa buscada por su mente para alejar el mismo temor que en su día había sentido el propio Arthur y esto lo preocupaba.
Un dios… ni siquiera estaba seguro de comprender del todo lo que significaba aquella palabra. Había leído sobre ellos en el orfanato, sobre las criaturas de poder casi ilimitado que vagaban por el vacío que rodeaba los mundos observándolo todo como espectadores pasivos del eterno desarrollo del universo. Pero nada de esto podía aplicarse a Árgash, ni siquiera usando la anomalía del errático vagabundeo de Alinor como excusa para justificar su presencia en un mundo.
La ira que Arthur describía en su diario no podía pertenecer a una de aquellas criaturas, era demasiado ilógico. Si así fuese las guerras entre seres con una furia semejante y el poder para destruir un mundo devorarían al propio universo en poco tiempo convirtiéndolo todo en un vacío tranquilo e imperturbable. De ahí la seguridad de todos los eruditos del pasado al afirmar que se trataba de criaturas pasivas y tranquilas, porque nuestra propia existencia negaba la posibilidad de que estos fuesen violentos o interfiriesen en el curso normal del desarrollo de un mundo como el nuestro.
Y sin embargo Arthur parecía seguro, sus palabras ni siquiera lo dudaban a pesar del terror que decía sentir al comprenderlo y esto era preocupante. Aquel hombre no solo era un mago, también era un sabio tan entregado a su investigación como para ignorar su propia vida y una mentira así no encajaba con la personalidad que aquellas páginas dejaban entrever. No solo eso, conforme su relato avanzaba las confusas afirmaciones de las primeras páginas cobraban sentido uniendo poco a poco las piezas de aquel extraño rompecabezas. Su propia mano había buscado ya más de una vez determinadas frases antes incomprensibles y se había sorprendido ante la claridad con que ahora podía ver su significado.
Todo aquello empezaba a darle dolor de cabeza. Leer el diario se había convertido más en una fuente de preguntas que de respuestas y prefirió olvidarlo por el momento relegando una vez más al viejo manuscrito a la oscuridad de su mochila mientras volvía sus ojos hacia la ventana de su habitación.
Fuera la tormenta había cesado al fin y la vista desde lo alto de la torre era agradable para alguien no acostumbrado todavía a la ciudad como él. El sol empezaba a filtrarse entre las nubes grises que tapizaban el cielo conforme estas se dispersaban y sus rayos iluminaban una Ramat todavía húmeda por la lluvia. Los jardines de las islas titilaban con las gotas de agua que cubrían tanto hojas como flores y sus cascadas ahora más vivas que nunca con el agua de las lluvia formaban delicados arco iris cuando un rallo de luz jugaba entre las brumas húmedas que estas desprendían. Más allá, sin embargo, la belleza de Ramat se volvía más tosca en el grisáceo anillo de la periferia donde solo las pequeñas humaredas blanquecinas de las chimeneas interrumpían el monótono color negro y gris de los tejados de las casas.
Aún así el cambio seguía siendo agradable para la vista. Tras tres días de tormenta la gente salía a las calles llenándolas con la vitalidad que durante aquellos bochornosos y nublados días le habían faltado y Ramat volvía a ser la bulliciosa metrópolis de siempre. No era nada demasiado extraño, después de todo las tormentas y la lluvia eran algo frecuente en las praderas de Acares, pero esta parecía haber empezado en un momento curiosamente oportuno y el propio Álbert se preguntaba si su hermana tendría o no razón.
Jessica se había empeñado desde el principio en tomar la tormenta como una señal y los había enclaustrado literalmente a los tres en aquel hotel. Ni él ni Atasha habían podido salir para volver a casa debido a la insistencia de la menor de los hermanos y empezaba a hacerse molesto. Después de todo, por bueno que fuese aquel hotel, ninguno de ellos estaba acostumbrado a la pesada tranquilidad de los barrios ricos e incluso Atasha se mostraba incómoda en aquel lugar.
Por otro lado, y a favor de las teorías de su hermana, tenía que admitir que resultaba un tanto extraño que ni su hermano ni Sarah se hubiesen preocupado en absoluto por dónde estaban. Estaba claro que o bien se habían olvidado de ellos, cosa poco probable, o estaban demasiado ocupados como para molestarse en buscarles. Opción esta última que sí le parecía posible teniendo en cuenta su empalagoso comportamiento en el tren y el carácter de ambos.
Fuese cual fuese la opción correcta, lo cierto era que con la tormenta ya extinguida en el horizonte no había ninguna razón por la que su hermana pudiese insistir todavía en quedarse allí y Álbert decidió volver de una vez a casa… si esta todavía seguía en pie. Con su tranquilidad habitual recogió su mochila, dejó lo que le quedaba de un buñuelo que había desayunado sobre una bandeja y se dirigió hacia la puerta de su habitación para ir a buscar a sus compañeras.
Nada más abrirla, sin embargo, su mirada se encontraría de golpe con los oscuros ojos de una de una de ellas y este se detuvo al instante visiblemente sorprendido mientras Atasha bajaba la mano que ya había levantado para llamar a la puerta y le dirigía una amistosa sonrisa como de costumbre.
-¿Ya estás listo?. –Preguntó con el tono de voz suave y bajo que la caracterizaba pero que cada día que pasaba junto a ellos se volvía más confiado y menos dubitativo. –Jess está esperando abajo y me ha pedido que viniese a buscarte. Parece que por fin podemos volver a casa.
-Eso supuse al ver que la tormenta había parado. –Afirmó Álbert echándose la mochila al hombro. –En realidad esperaba que fuese ella la que entrase de un momento a otro sin molestarse en llamar como de costumbre.
-¿Tú también piensas lo mismo?. –Preguntó Atasha mientras se apartaba a un lado para dejarle pasar. -¿En serio creéis que esta tormenta ha sido cosa suya?.
-¿Tú no?. –Replicó Álbert devolviéndole la pregunta un tanto divertido al ver como esta desviaba la mirada al instante con su timidez habitual. –Ya viste lo que pasó en la cueva.
-Sí, pero Sarah dijo que era solo mientras su cuerpo se acostumbraba al de Jonathan y a la forma en que reacciona ante la magia negra. –Explicó Atasha con voz ligeramente titubeante mientras empezaba a caminar a su lado. –Además… han sido tres días. No pueden…
-No es tan raro para un par de recién casados. –Rió Álbert mirándola de reojo. –Y menos con alguien como Sarah a la que nunca le ha importado admitir que algo le gusta. Es curioso ver como cambia conforme aprende cosas y aún así sigue siendo la misma de siempre.
-Quieres decir que no es como yo… -Pareció comprender Atasha forzándose a levantar la cabeza para mirarle. -¿Crees que yo no actuaría igual en su caso?.
-Creo que a ti te daría vergüenza incluso admitir que te gusta un beso. –Replicó Álbert girando la cabeza hacia ella mientras ambos avanzaban hacia las escaleras que llevaban al primer piso. –Mientras que a Sarah eso no le preocupa en absoluto. Ha crecido sin todos los prejuicios que la educación os impone a chicas como tú y por eso actúa así, en cierto modo ha tenido mucha suerte.
-Eso no es cierto. –Protestó Atasha frunciendo ligeramente el ceño para intentar mostrar algo del carácter que ella misma sabía que no tenía. –No me importa admitir que me gusta un beso, no soy tan…
-Olvidas que vi tú reacción cuando te besó Jonathan y cuando Jess se empeñó en enseñarle a Sarah lo que era un beso. –La interrumpió Álbert señalándola con un dedo. –Te da mucha vergüenza besar a alguien delante de la gente.
-No puedes comparar eso con lo que hace Sarah. –Lo contradijo ella para nada convencida con su respuesta. –Si Sarah hace eso es porque quiere mucho a Jonathan y no le importa demostrarlo delante de quien sea, yo no…
Atasha se dio cuenta de lo que estaba a punto de decir al llegar a aquel punto e interrumpió su frase pronto. Sus ojos miraron a los de Álbert con una mezcla de dudas y sorpresa ante la tranquilidad que le devolvían las pupilas de color verde oscuro del joven y sería él quien hablaría por ella.
-Eso no ha sido un cumplido precisamente. –Dijo sonriendo en una forma extraña en la que resultaba difícil adivinar si estaba o no de broma. –Pero deberías decírselo a Jess no a mí, puede que a ti si te haga caso y deje de jugar con nosotros de esa forma.
Dicho esto, Álbert aceleró un poco el paso sin decir nada más y Atasha bajó la mirada mientras lo seguía hasta dónde los esperaba Jessica. No acababa de comprender por qué había detenido su propia frase, por qué le preocupaba lo que él había dicho o simplemente por qué tenía que dudar siempre tanto de todo. Pero parecía claro que Álbert sí lo tenía claro, su reacción había sido inmediata y ella prefería no decir nada por el momento.
Una vez reunidos, los tres abandonaron el hotel sin más problemas y se dirigieron de vuelta a la periferia hablando de cosas sin importancia mientras descendían la torre para cruzar uno de los puentes. Aquellos días de descanso eran algo que los tres agradecían, sobretodo tras lo pasado en el templo del cristal azul, pero echaban ya de menos a sus dos compañeros y todavía tenían que hacer algunas compras en las tiendas antes de volver.
La ciudad empezaba a ser un lugar ya familiar para ellos al igual que el bullicio de la gente que abarrotaba sus calles y moverse por estas se había vuelto una costumbre que les facilitaba mucho las cosas. Encontrar lo que buscaban no era la odisea que había sido en sus primeros días como habitantes de Ramat y gracias a esto en unas horas habían reunido todo lo que necesitaban para poder dirigirse de una vez a su hogar.
Su casa parecía abandonada desde el exterior, con todas las ventanas cerradas y ni el menor rastro de luz en su interior que pudiese sugerir la presencia allí de alguien. Algo que, por otro lado, no sorprendió en absoluto a Jessica que pasó al interior con toda tranquilidad seguida por los demás.
El primer piso estaba vacío, tan en silencio que sus pisadas sobre la madera del suelo resonaban en la penumbra del pasillo y la cocina donde solo la luz de la ventana alejaba las sombras. Todo estaba prácticamente como lo habían dejado antes de marcharse: las sillas desperdigadas por la cocina, los platos a medio recoger a un lado de la mesa ahora cubiertos del polvo de varios días, incluso la puerta de una de las alacenas que Jessica había olvidado cerrar con las prisas estaba todavía igual.
-Parece que ni se han pasado por la cocina. –Señaló Álbert notando el abandono de la habitación. –En fin, al menos todo parece estar entero, reconozco que me preocupaba lo que los poderes de Sarah podían haber echo.
-Estarían demasiado ocupados con otra cosa. –Se burló Jess dirigiendo su mirada hacia el techo de la habitación. –Pero yo que tú no hablaría tan rápido, todavía no hemos visto como está el piso de arriba.
-No creo que hacerlo sea buena idea. –Sugirió Atasha mirando dudosa a las escaleras. -Deberíamos llamarles desde aquí y esperar a que bajen, no está bien interrumpirles si…
-No te preocupes, Jonathan es humano, necesita dormir de vez en cuando. –La contrarió Jessica tan sonriente como antes. –Además, creo que ya sé donde están, al menos uno de ellos.
Nada más decir esto, Jess señaló a una de las paredes de la cocina por cuya esquina podía verse una gruesa tubería de metal ascendiendo hacia el segundo piso y les indicó que escuchasen. Esto, en principio, no suponía nada especial para ninguno de los dos y ambos miraron de nuevo a la menor de los hermanos sin comprenderla, pero pronto oirían algo que los haría darse cuenta de lo que intentaba decirles.
Agua. Ahora que todos estaban tan en silencio como la casa lo había estado antes de su entrada el rumor suave y claro del agua corriendo por aquella cañería se escuchaba perfectamente en la cocina delatando la presencia de alguien en el baño de la casa. Lo que no hizo sino alegrar aún más a Jess que sonrió con la despreocupación de costumbre hacia sus dos compañeros y se alejó inmediatamente de ellos perdiéndose en la penumbra de las escaleras.
Conforme subía el ambiente de abandono que la casa presentaba en su primer piso parecía desvanecerse poco a poco y su sonrisa se volvió más traviesa al pararse frente a la puerta de la habitación de la pareja. El sonido del agua era ahora mucho mas claro al oírse ya no en la cañería sino a través de la puerta del baño al final del pasillo y un suave susurro lo acompañaba resonando entre las habitaciones. Era un sonido suave, tan delicado como el que el agua producía al acariciar el cuerpo de quien se encontraba en el baño pero pronunciado por una voz tremendamente familiar que Jess identificó al instante.
-¿Sarah cantando?. –Se preguntó para sí observando la luz que brotaba bajo la puerta del baño. –Al menos sé que uno de los dos está despierto y bastante alegre por lo que parece.
Animada por esto, Jess volvió su atención a la habitación de su hermano y abrió la puerta sin el menor cuidado para pasar al interior. Jonathan seguía dormido por lo que parecía, tendido en la cama con una de las sábanas cubriendo parcialmente su cuerpo y la cabeza hundida en la almohada como tratando de alejarse del resto del mundo. Todo a su alrededor estaba tranquilo, tan en silencio como el resto de la casa e iluminado por la luz que entraba por la única ventana de la habitación. O al menos eso parecía en un principio.
Al acercarse un poco más a la cama, Jess escuchó de pronto el crujido de algo rompiéndose bajo su pie y se detuvo al instante para dirigir su mirada hacia abajo. Era un fragmento de algo, un trocito de cerámica de color blanco que parecía haberse desprendido de alguna cosa más grande y a lo que otro probablemente no le daría mucha importancia. Pero Jessica sí lo hizo, nada más verlo su mente enlazó aquello con lo que había pensado en un principio sobre Sarah y al mirar a su alrededor pudo ver una multitud de trozos similares esparcidos por toda la habitación así como los sitios vacíos sobre las mesitas y muebles en los que una vez hubo algún jarrón o plato a los que todos aquellos pedazos pertenecían.
-Con que no había pasado nada… -Rió llevándose la mano a la boca para no hacer ruido. –Valla una noche de bodas.
Mientras pensaba esto, Jess se acercó al fin a la cama y se inclinó hacia su hermano para despertarle con unas “cariñosas” palmadas en la cara. La reacción de este, sin embargo, no fue precisamente la que ella esperaba y mientras sus ojos se abrían poco a poco todavía visiblemente soñolientos una de sus manos se alzó hasta sujetar su rostro acariciando su mejilla suavemente en un gesto que la dejó un tanto sorprendida por un momento. Aunque esta sorpresa pronto se convirtió en algo muy distinto al darse cuenta de por quién la había tomado.
-¡Ni se te ocurra!. –Advirtió inmediatamente Jessica comprendiendo en parte su reacción mientras él giraba la cabeza hacia ella. –No soy Sarah, cómo intentes algo raro te ahogo con la almohada.
-¿Jess?. –Preguntó su hermano con voz adormilada al tiempo que pestañeaba intentando aclarar la imagen que sus ojos le devolvían en aquella penumbra. -¿Qué haces aquí?.
-Cómo qué “¿Qué hago aquí?”. –Replicó esta ahora visiblemente molesta mientras lo miraba fijamente. –¿Hace tres días que no sabes nada de nosotros y eso es todo lo que se te ocurre preguntar?.
Jonathan la miró pensativo unos segundos cómo si fuese a contestar a su pregunta, pero de pronto cerró los ojos de nuevo dejando escapar un simple suspiro de resignación y pareció dispuesto a ignorarla. Sin embargo, y antes de que esta pudiese protestar de nuevo, Jess noto como la mano de su hermano se deslizaba hasta detrás de su cabeza sin el menor aviso y este tiró de ella de pronto con fuerza estampándola contra la misma almohada con que ella había amenazado con ahogarle.
-Déjame dormir anda. –Pidió mientras esta murmuraba algo ininteligible con la cara hundida en la almohada y agitaba los brazos buscando un apoyo. –Todavía es temprano y tengo sueño.
Dicho esto, Jonathan soltó a su hermana al fin y esta se alejó al instante de la cama dirigiéndole una furibunda mirada mientras él volvía a girar la cabeza hacia el otro lado dispuesto a dormirse de nuevo. Pero por desgracia para él las cosas no habían acabado allí, su hermana no era precisamente alguien que dejase correr aquella clase de cosas y la expresión sombría con que lo miraba se tornó de pronto tan traviesa como al principio mientras daba la vuelta alrededor de la cama para llegar al otro lado de la misma. Una vez allí, y sin pensárselo en absoluto, sujetó con ambas manos la parte inferior del colchón, dobló ambas rodillas para tomar impulso y tiró de pronto hacia arriba con todas sus fuerzas.
El efecto fue inmediato. Con el colchón inclinado hacia su lado y nada que lo detuviese el cuerpo de Jonathan calló por el borde de la cama antes de que él pudiese siquiera despertarse. El sonido de algo pesado golpeando el suelo de madera de la habitación resonó al instante por toda la casa sumándose a las carcajadas de Jessica y la cabeza de Jonathan pronto asomó por encima del colchón mirándola todavía con sueño, ni siquiera lo suficientemente despierto aún como para enfadarse.
-Muy graciosa… -Dijo apoyando la barbilla sobre el colchón con los ojos todavía a medio abrir. -¿No se te ocurría una forma más agradable de despertarme?.
-Si quieres que te despierten con besitos o esas cosas se lo pides a tu mujercita. –Se burló Jessica sentándose en el borde de la cama mientras su hermano resoplaba apartándose el pelo de la cara. –Yo lo seguiré haciendo a mi manera.
-No creas que ella es mucho más sutil. –Afirmó él sacudiendo la cabeza para intentar despejarse. –Por cierto, ¿Dónde está?.
-Aquí. –Respondió una voz cantarina y curiosamente alegre a su espalda. -¿Qué haces en el suelo?.
Ambos hermanos giraron al instante la cabeza hacia la puerta nada más oírla y se encontraron con Sarah que los miraba visiblemente divertida. Lo único que la cubría en aquel instante eran sus propios cabellos cayendo en cascada sobre su cuerpo y su piel resplandecía todavía ligeramente húmeda, pero como de costumbre su desnudez no parecía preocuparla en absoluto frente a ellos y sus ojos incluso brillaban con un alegre centelleo dorado que atrajo de inmediato la mirada de Jessica.
-El tonto como siempre. –Señaló la menor de los hermanos poniéndose en pie para acercarse a ella. –Por lo menos tú tienes mejor aspecto que él, pero tampoco parece que nos hayas echado mucho de menos.
-Estaba ocupada con otras cosas. –Sonrió juguetona Sarah mientras iba a sentarse junto Jonathan que ya se había levantado del suelo. –Pero claro que os echaba de menos, sois mis amigas.
-Por cómo está todo esto y el aspecto de Jonathan me hago una idea. –Respondió burlonamente Jessica señalando al suelo lleno de trozos de jarrones. –No tiene muy buena cara, ¿Qué le has hecho?.
-Jess, ¿Quieres dejarlo?. –Pidió Jonathan girándose hacia ella y hablando antes de que Sarah pudiese decir algo, cosa que le preocupaba bastante a decir verdad. –Creo que ya es suficiente.
-Está bien. –Se conformó esta cambiando su expresión por una cariñosa sonrisa con la que miró a la pareja. –Solo quería reírme un poco con vosotros, aunque no os lo creáis yo sí os extrañé a los dos durante estos días. Pero también me alegra mucho veros así por fin, siempre que no os olvidéis por completo del resto de vuestra familia por supuesto.
-Yo no me olvidé de vosotros en ningún momento, no entiendo por que os fuisteis así. -Aclaró Sarah mirándola con una expresión casi curiosa. -¿Por qué no podéis seguir siendo los de siempre cuando nosotros estamos juntos?. Si dices que te alegra vernos así no tiene sentido que os valláis.
-Me pareció que os gustaría tener unos días para vosotros solos sin que nadie os molestase. –Respondió Jess con la misma sonrisa de antes. –Además no creo que pudiésemos dormir mucho si nos hubiésemos quedado. ¿Me equivoco?.
-No. –Admitió Sarah con su sinceridad habitual. -Y tendréis que acostumbraros, eso no va a cambiar porque estéis aquí. Jonathan dijo que era algo que solo debíamos compartir entre nosotros y lo entiendo, yo tampoco quiero compartirle a él con nadie, pero eso no significa que vayamos a separarnos o dejar de demostrarnos afecto por que hayáis vuelto… ¿O sí?.
Al tiempo que decía esto, Sarah se giró hacia Jonathan buscando una respuesta y este la miró desconcertado mientras terminaba de vestirse. Seguía sin acostumbrarse a las preguntas aparentemente sencillas pero de difícil respuesta que Sarah tan bien sabía plantear y aquella no era una excepción, más aún teniendo en cuenta el interés con que su hermana los miraba a ambos.
-A eso ya te respondía el otro día, nadie va a separarnos y mucho menos hacer que deje de demostrarte lo mucho que te quiero. –Explicó Jonathan poniéndose de pie y mirándola mientras observaba de reojo a su hermana. –Sí resulta una molestia tendremos que buscarnos otra casa, eso es todo. Ahora si no os importa creo que también iré a darme una ducha, necesito despejarme.
-Si te hubieses despertado antes podíamos habernos duchado juntos. –Dijo Sarah mirándole un tanto decepcionada.
-He dicho que necesito despejarme. –Replicó este dirigiéndole una curiosa sonrisa antes de salir. -Eso acabaría con las pocas ganas que me quedan de levantarme.
Dicho esto, Jonathan se alejó por el pasillo en dirección al baño y las dos se quedaron solas en la habitación. Momento que Jess aprovecharía para hablar con más confianza con su amiga mientras esta se dedicaba a buscar su ropa por la habitación y dejar que sus cabellos se arreglasen por si solos como de costumbre formando la habitual melena que acariciaba su espalda.
-No te molestes, será mejor que la dejes para lavar y no te la pongas de nuevo. –Sugirió Jess. –Te hemos comprado alguna ropa mientras veníamos, ya suponía que no te quedaría nada limpio que ponerte.
-Todavía me queda el otro vestido. –La contrarió Sarah deteniéndose a un lado de la habitación. –Pero está en la mochila con el resto de las cosas.
-¿Ni siquiera os habéis vestido en todo este tiempo?. –Preguntó Jessica un tanto sorprendida.
-No. –Confirmó Sarah con su tranquilidad habitual. -¿Tan raro te parece?.
-Supongo que no. –Respondió Jessica acercándose a ella y mirándola de una forma extraña que la sorprendió ligeramente. –Después de todo podría decirse que para vosotros todo empezó aquel día en la cueva. Llevabais mucho tiempo de retraso.
-Eso fue por mi culpa. –Admitió Sarah cuyos ojos cambiaron de pronto substituyendo el alegre centelleo de su mirada por un suave velo de cariño no muy frecuente en ellos. –Sabes, hasta que os conocí a vosotros nunca había tenido nada salvo aquel cristal y la verdad es que no me importaba en absoluto, no entendía la mayoría de las emociones de las que me hablabas. Pero cuando me di cuenta de que iba a perder a Jonathan me asusté mucho, fue la primera vez que de verdad sentí lo mucho que le necesitaba y que no quería perderle, ojalá me hubiese dado cuenta antes. Ahora entiendo algunas de las cosas por las que le he hecho pasar.
-No te preocupes por eso, él también tiene gran parte de culpa por actuar de esa forma y dejártelo todo a ti en lugar de ayudarte un poco. –La animó Jessica tan sorprendida como contenta al oír aquellas palabras de la criatura que ella mismo había ayudado a convertir en la esposa de su hermano. –Además, ¿Qué más da eso ahora?. Tal vez no lo hayas notado pero acaba de ponerte por encima de todos nosotros, ni siquiera le importaría dejarnos para irse contigo a otra casa y que podáis seguir juntos. Y no te imaginas lo mucho que me alegra oírle hablar así.
-Pero yo no quiero eso. –Negó Sarah confundida. –No quiero que os separéis por mi culpa, sois sus hermanos… y mis amigos.
-Lo sé, y no creo que pase por el momento. Te aseguro que aunque haya dicho eso no estoy dispuesta a dejarte a mi hermano para ti sola tan pronto. –Se burló Jessica intentando borrar la seriedad de su afirmación anterior. –Pero eso no significa que algún día no pase. Desde el día en que se llevaron a Jonathan del orfanato me di cuenta de que yo no podría estar siempre a su lado como había estado hasta entonces aun siendo su hermana y me propuse encontrar a alguien que sí lo estuviese. Y esa eres tú, sé que aunque yo no pueda estar ahí para él Jonathan ya no volverá a estar solo como antes de que le conociésemos, ahora te tiene a ti. Cómo tú le tienes a él.
-Gracias… -Respondió Sarah al oír esto.
-¿Por qué?. –Se sorprendió Jessica.
-No lo sé. –Negó su amiga encogiéndose de hombros. –Pero muchas gracias.
Jess no la comprendió del todo, pero aún así aquello le bastó para sonreír de nuevo con el cariño que cada vez más compartía con su amiga. y las dos continuaron hablando por un buen rato de otras cosas hasta que esta bajó a buscar la ropa para Sarah. Aunque no solo sería esto lo que traería sino también a la propia Atasha que se había dedicado a ordenar la cocina mientras ellas hablaban arrinconando a Álbert en una esquina de la misma. Precisamente mientras subían, ambas se encontraron con Jonathan que bajaba secándose todavía el pelo con una toalla y la joven de ojos más oscuros apenas tuvo tiempo de saludarle mientras la menor de los hermanos tiraba de ella hacia la habitación.
Una vez abajo, Jonathan se dirigió a la cocina dejando la toalla a un lado y se sentó frente a su hermano en la mesa aprovechando que este había vaciado la mochila sobre la misma para coger una de las galletas de provisiones.
-Tienes… -Empezó Álbert con una curiosa sonrisa.
-Mala cara. –Terminó Jonathan por él levantando apenas la vista de su comida para mirarle. –Lo sé, Jess ya ha hecho esa broma.
-Debí suponerlo, siempre se me adelante en todo. –Lamentó Álbert cruzando ambos brazos mientras observaba a su hermano seguir mordisqueando la galleta. –Aunque por una vez tiene razón, se te ve un poco cansado.
-¿Tú también?. –Refunfuñó Jonathan sin la menor intención de repetir la misma conversación una vez más.
-Está bien, está bien. –Aceptó Álbert. –Veo que ya has tenido bastante y supongo que debería alegrarme por ti en lugar de seguir pinchándote.
-Sería un cambio agradable. –Señaló Jonathan. –Después de tres días sin veros esperaba que tuvieseis más cosas de que hablar.
-A decir verdad no mucho, la tormenta nos mantuvo en el hotel la mayor parte del tiempo. –Explicó Álbert apoyando un codo en la mesa y su barbilla en la mano. -Además Jess estaba empeñada en dejaros tranquilos hasta que terminase o nos echaseis de menos y vinieseis a buscarnos, ya sabes como es.
-Créeme, si hubieseis esperado a lo segundo todavía seguiríais en ese hotel. –Afirmó Jonathan con una expresión extraña, totalmente diferente a la sonrisa que su hermano había esperado ver.
-Lo dices como si eso te preocupase. –Notó Álbert mirándolo ahora más serio al ver el cambio en su hermano. –Deberías relajarte un poco, no veo nada de raro en que os pase eso teniendo en cuenta lo fuerte que te ha dado con Sarah. Y dudo que a estas alturas puedas negar que lo ha hecho.
-Claro que no lo niego. –Respondió Jonathan levantando la mirada para encontrarse con los ojos de su hermano. –Pero resulta extraño. Con ella parece cómo si el tiempo dejase de tener sentido, ni siquiera me doy cuenta de cómo pasa o de lo que sucede a nuestro alrededor. Hasta que vi a Jess apenas me había parado a pensar en donde podríais estar.
-Piensas demasiado. –Concluyó Álbert. –Deja de darle vueltas a cosas a las que no deberías y alégrate de que todo os vaya bien por fin. Os queréis y punto, ¿qué importa todo lo demás?.
-Nada… -Afirmó Jonathan al instante con una seguridad sorprendente. –Eso es lo único que tengo claro… y lo que más me preocupa.
Álbert se dio cuenta al oír esto de que había algo más que su hermano no le contaba, algo que sin duda causaba aquella preocupación en su mirada y no era tan normal cómo él suponía. Pero también sabía que Jonathan no se lo diría, él jamás compartía ese tipo de cosas con nadie y solo podía esperar a que se aclarase por su cuenta. Algo para lo que ese día ya no tendría mucho tiempo ya que sus tres compañeras bajarían al cabo de unos minutos para reunirse con ellos.
La ropa que sus dos amigas habían escogido para Sarah fue más que suficiente para distraer la atención de Jonathan y no dejarle seguir pensando. Su torso antes oprimido por aquella ajustada prenda de terciopelo aparecía ahora cubierto por un delicado velo de tela tan ligera que parecía levitar sobre su piel meciéndose a cada movimiento de la joven. El tejido era apenas lo suficientemente grueso para no ser transparente y solo la su cuerpo le daba forma empujando suavemente la tela allí donde las curvas de sus pechos la alejaban del resto de su piel. La única parte ajustada se encontraba en sus bordes, unos centímetros por encima de sus pechos y abajo en su estómago, donde dos hilos de plata pegaban la tela azul celeste a su figura evitando que cayese al suelo dejándola desnuda.
A parte de la ligereza de este, la otra gran diferencia con su anterior vestido era la presencia de unas cortas mangas cubriendo sus brazos a la misma altura que el escote del mismo. Eran tan pequeñas que no llegaban ni a acercarse a sus hombros o sus codos, por lo que estos quedaban al descubierto una vez más al igual que gran parte de su vientre y su espalda como ya era costumbre en ella.
Más abajo, allí donde antes sus dos faldas se ocupaban de envolver su figura, una única prenda había pasado a realizar la misma tarea, aunque el tejido con que estaba hecha no la hacía precisamente apropiada para esto. Su nueva falda la cubría casi hasta los pies y solo una abertura que partía desde su mulo izquierdo hasta el final de la misma dejaba entrever su figura en un principio, pero la tela demostraba ser en exceso transparente y ligera al pegarse a sus caderas trazando incluso el contorno de su ropa interior.
La finísima bambula con que estaba confeccionada revelaba en demasiado su figura cuando la luz se cruzaba con ella y tendía además a flotar a su alrededor con cada paso como un gran velo blanco y adornado por diseños de un amarillo pálido. Debido a esto, y para mantener el decoro sin aumentar el peso de la prenda respetando los gustos de Sarah, sus dos amigas habían buscado también una ancha cinta de gasa en un azul más oscuro que rodeaba sus caderas formando un amplio lazo atado sobre su muslo izquierdo justo donde la falda se abría. De esta forma, aunque sus piernas eran perfectamente visibles sus caderas seguían mostrando solo una sensual insinuación de su verdadera figura y su aspecto atraería mucha menos atención. Algo que, por otro lado, no funcionaba en absoluto con Jonathan ya que esta parecía atraer sus ojos de todas formas llevase la ropa que llevase.
Ya reunidos, los cinco pasaron la mañana disfrutando al fin de la tranquilidad que el dinero de su último trabajo les permitía y así continuaron durante gran parte del día. Con el grupo completo de nuevo y el sol brillando sobre el cielo de Ramat nada les impidió salir a pasear por la ciudad o volver a los hermosos jardines de las islas colgantes para observar las primeras rosas de Lusus que florecían al fin en aquella época del año alentadas por las recientes lluvias. Eran flores extrañas, más similares a una orquídea que a una rosa a pesar de su nombre con pétalos de un intenso azul oscuro y diseños escarlata en la base de los mismos que atrajeron en más de una ocasión la mirada de la propia Sarah hacia los arbustos espinosos en los que florecían. Aunque algo pronto la haría desviarla hacia otra cosa.
-Veo que os gustan nuestros jardines. –Susurró una voz ya tremendamente familiar par ellos. –Me alegra ver que os vais acostumbrando a la ciudad.
El grupo al completo se giró al instante en la dirección de la que provenía aquella voz pero sin la menor sorpresa o preocupación como otras veces. Sabían a quien pertenecía y ninguno se extraño ya en absoluto al ver a la general acercándose tranquilamente a ellos por el camino con su sonrisa suave de costumbre y aquella elegante forma de caminar que la caracterizaba.
-No nos queda otro remedio, ahora vivimos en ella. –Respondió con cierta resignación Jessica adelantándose a sus hermanos. –Y tú, ¿También has venido a pasear un poco por los jardines?.
-No. –Negó Agatha sacudiendo ligeramente la cabeza mientras sus ojos buscaban a Jonathan encontrándose por un instante con los de Sarah antes de saltar a Álbert. –En realidad os estaba buscando a vosotros. Todavía os debo algo por lo de Tarman.
-¿Te refieres a lo del palacio?. –Se sorprendió Jessica hablando casi con impaciencia al recordar las palabras de la general. -¿Vamos a poder entrar a verlo como dijiste?.
-Sí, aunque eso no fue exactamente lo que dije. –Le confirmó Agatha acentuando su sonrisa al ver la reacción de la menor de los hermanos. –He tardado unos días en encontrar la forma pero ya está todo arreglado.
-¿Estás segura de que será prudente?. –Preguntó esta vez Álbert haciendo que su hermana lo mirase un tanto seria y la atención de Agatha volviese a él. –Con los dos príncipes residiendo allí suponía que el acceso a palacio estaría más restringido.
-Y lo está. –Afirmó la general cambiando su sonrisa por una expresión juguetona que recordaba curiosamente a Jessica. –Nadie puede entrar o acercarse siquiera a las puertas del palacio sin una razón para estar allí. Pero olvidas que somos nosotros quien da esas razones.
-¿Y cual es la nuestra?. –Volvió a preguntar Álbert con la misma calma que antes. –Porque supongo que eso es lo que te ha llevado tanto tiempo decidir.
-Así es. –Admitió Agatha dejando escapar un pequeño suspiro al tiempo que apoyaba una mano en su cadera. –Cómo tú mismo has dicho esa ha sido la parte complicada, aunque no solo he esperado por ese motivo. El principal es que hoy se celebrará algo en el palacio a lo que creo que al menos tu hermana y sus amigas estarían interesadas en ir.
-¿Yo? –Preguntó desconcertada Jessica mirándola con curiosidad. -¿De qué se trata?.
-Un baile. –Aclaró la general sin apartar sus ojos de la joven para ver su reacción. –Esta noche habrá una pequeña fiesta en honor a nuestros dos soberanos y los cinco estáis invitados.
Sus palabras tuvieron exactamente el efecto que ella esperaba. Nada más oír aquello pudo ver como incluso la propia Atasha la miraba de pronto con un interés extraño en ella venciendo su timidez habitual y el resto del grupo parecía sorprenderse, pero sus ojos continuaron fijos en los de la menor de los hermanos esperando su respuesta. Algo que no tardó en llegar.
–¡Eso sería estupendo!. –Exclamo visiblemente ilusionada con la idea. –Estoy segura de que un baile así tiene que ser tan bonito como el propio palacio, sería fantástico poder verlo.
-Creo que no me has entendido bien. –Rió Agatha al escuchar aquellas palabras. –Estáis invitados al baile. No solo vas a verlo, también estarás en él.
Para sorpresa esta vez de la propia Agatha la mirada de Jess cambiaría por completo al oír esto. Toda su ilusión pareció esfumarse de golpe al escucharla y su mirada se volvió bastante más seria preocupándola por un instante.
-¿Es necesario que participemos?. –Preguntó en un tono en absoluto alegre, cómo si aquella propuesta le resultase súbitamente incómoda. –Estará lleno de gente elegante con vestidos carísimos y no creo que encajásemos allí, sería mucho mejor si pudiésemos echar solo un vistazo rápido.
-De que parezcáis tan elegantes como todos esos nobles pomposos que acudirán al baile me ocuparé yo. –Intentó tranquilizarla Agatha creyendo entender su preocupación. –Tranquila, os aseguro que vuestros vestidos no tendrán nada que envidiar a los de los demás.
-Eso es precisamente lo que más me preocupa. –La contrarió Jessica suspirando con resignación. –Seguro que acabaré teniendo que ponerme algo como eso.
Al tiempo que decía esto, Jessica señaló hacia la ropa de Agatha con una mano y la general levantó una ceja mirándola ahora con curiosidad.
–¿Qué tiene de malo mi vestido?. –Preguntó aún no muy segura de cómo tomarse aquello.
-Nada. –Trató de explicar Jessica dándose cuenta de que lo que había dicho no era muy amable precisamente. –A ti te queda perfecto pero yo prefiero mi ropa de siempre. No me veo con una cosa de esas.
-Eres una mujer, antes o después tendrás que ponerte uno y cuanto antes te acostumbres mejor. –Le aseguró Agatha volviendo a sonreír al entender por fin lo que sucedía. –Me temo que si queréis ver el palacio es la única forma. Para desempeñar la labor por la que estaréis en él es necesario que asistáis al baile.
-¿Qué labor es esa?. –Se apresuró a preguntar Álbert una vez más esperando que esta vez su hermana no desviase de nuevo la conversación hacia otro lado y Agatha sí le contestase. –Todavía no nos lo has dicho.
-Una que en realidad ya lleváis desempeñando desde hace algún tiempo. –Respondió la general dejando a un lado a Jessica por el momento al ver que ella también mostraba interés en esto. –Entraréis como mercenarios a mi servicio, aunque esta vez para ayudar a proteger a los príncipes. Es la única forma de permitiros entrar y después de lo que hicisteis recuperando el cristal nadie puso la menor objeción cuando lo sugerí en palacio.
Esta vez su explicación tendría más efecto sobre los cinco jóvenes de la que ella misma había esperado. Los rostros de todo el grupo se volvieron mucho más serios al oírla a pesar de la despreocupación con que ella había hablado, incluso el de la propia Sarah que entendía perfectamente la importancia de aquello, y sería Jonathan quien haría la siguiente pregunta.
-¿Eso es todo lo que esperas de nosotros?. –Dijo con una voz tan seria y firme que sus hermanos lo miraron un instante comprendiendo que aquellas palabras querían decir mucho más de lo que parecía y su pregunta no era en absoluto tan sencilla como aparentaba ser. –Agradecería que nos dijeses la verdad desde el principio.
-La verdad está en lo primero que os he dicho. –Respondió ella sin alterar en absoluto su sonrisa. –Seréis mis invitados y no espero nada más de vosotros sea cual sea la razón por la que diré que estáis allí. Todos mis soldados estarán alerta al igual que los de Kalar y dudo que alguien pueda siquiera acercarse al palacio o llegar hasta los príncipes a través de nuestros guardias.
-¿Y si alguien lo consigue?. –Insistió Sarah haciendo la pregunta que todos los demás tenían en la mente en aquel momento.
-Entonces esperaría lo mismo de vosotros que de cualquier otro habitante de este reino... -Aclaró Agatha sin dudar un solo segundo sobre cómo responder. –…y de unos amigos. Nada más.
-Vuelves a usarnos como un último recurso. –Comprendió Sarah sin atenuar en absoluto la hostilidad de su mirada. –Si todo lo demás te falla como sucedió con el templo nos tendrás a nosotros para ocuparnos de lo que sea. ¿No es así?.
-No. –Negó Agatha un tanto molesta por la insistencia de la joven. –Si eso es lo que queréis y llegamos a esos extremos podéis quedaros quietos mientras alguien ataca a los príncipes, pero no creo que eso os convenga ni a vosotros ni a nadie. Sabéis perfectamente lo que desencadenaría algo así. De todas formas como ya os he dicho la decisión llegado el momento sería vuestra, no una orden mía. Por lo que a mi respecta iréis como invitados, solo eso.
Aquellas últimas palabras hicieron que los cinco se mirasen indecisos por un momento sin saber qué decir. Sarah seguía mirando a la general con la misma hostilidad de siempre por sus propios motivos, pero Atasha y Jessica todavía tenían en la mirada aquel débil brillo de ilusión ante la posibilidad de ver el palacio y esto no se les escapó a ninguno de los dos hermanos. Aunque no serían ellos sino su hermana menor quién se encargaría de responder sin molestarse en preguntarles nada.
-Lo siento. –Dijo con cierta pena mientras miraba a Agatha. –Pero es algo demasiado importante y no queremos problemas con algo así. Será…
-Será todo un placer ser tus invitados. –Atajó Álbert interrumpiéndola de pronto y terminando su frase en una manera totalmente distinta a la que ella pretendía. –No hay nada que decidir.
-¡Oye!. –Protestó al instante Jessica ignorando por completo a Agatha por un momento para girarse hacia su hermano. -¿Qué hay de todo eso sobre los problemas que traían los trabajos importantes que siempre estas repitiendo?. Además, ¿Es que mi opinión no cuenta?.
-No. –Replicó tajantemente su hermano sonriendo burlonamente. –Tú solo intentas librarte de tener que ponerte un vestido, pero esta vez te aguantas. Querías ver el palacio y ahora lo verás te guste o no. Además ya la has oído, esto no es ningún trabajo.
-Serás… -Empezó Jessica para nada convencida con su respuesta.
-Vamos, eso no es tan malo. –Trató de calmarla Agatha ahora divertida por el comportamiento de ambos. –Seguro que a tus hermanos les encantará veros a las tres bien arregladas. Y ellos tampoco van a librarse, si quieres hasta puedes ayudarme a escoger sus trajes.
-Eso suena bien. –Asintió Jessica súbitamente interesada por las palabras de la general al tiempo que en sus labios se formaba una traviesa sonrisa –Te ayudaré encantada.
-Estupendo… -Murmuró su hermano nada más oír esto girándose ahora hacia Atasha. –Al menos te tenemos a ti para poner un poco de sensatez, confío en que entre tú y Agatha podáis hacer algo con ella.
-Haré lo que pueda. –Respondió Atasha tratando de no reírse. –Pero no creo que sea fácil.
-¿Se puede saber por quién me tomáis?. –Protestó de nuevo Jessica cada vez más molesta.
-Por alguien capaz de ponerse unos pantalones debajo de un vestido de noche. –Le aclaró su hermano. -Hazles caso y deja que por una vez te enseñen algo aunque no te guste.
-Para ti es fácil decirlo. –Refunfuñó Jessica dirigiendo su mirada esta vez hacia Sarah. –¿Y tú, no piensas decir nada?.
-A mi no me preocupa ponerme un vestido. –Dijo con toda tranquilidad esta sin comprender del todo el por qué de sus protestas. –Siempre que no sea muy pesado y pueda escogerlo yo, por una vez me gustaría elegir mi ropa por mi misma.
-No habrá ningún problema con eso. –Aseguró Agatha mirando a la joven de cabellos de fuego y luego a Jonathan por un instante. -Podréis escoger entre todo el guardarropa del palacio, seguro que encuentras algo que te guste… y que vaya a gustarle a él.
-Esa es mi intención. –Afirmó Sarah con una sonrisa que contrastaba totalmente con la actitud con que habitualmente trataba a la general. –Tanto para mi ropa como para la suya.
-Te comprendo. Todo decidido entonces. –Pareció alegrarse Agatha mirando a las tres jóvenes con una sonrisa. –Si me acompañáis os ensañaré lo que pueda del palacio y luego podréis escoger vuestra ropa y la de esos dos.
Al fin de acuerdo con ella, y aunque todavía con algún que otro refunfuño por parte de Jessica, las tres asintieron y Agatha comenzó a caminar hacia el muelle de la isla junto a ellas dejando tan solo a los dos jóvenes atrás. Algo que sorprendió incluso al propio Álbert puesto que hacía ya tiempo que no sucedía, aunque no sería de esto precisamente de lo que hablarían ambos antes de ponerse también en marcha.
-¿Por qué has aceptado?. –Preguntó en voz baja Jonathan sin siquiera mirarle, siguiendo con sus ojos la figura de su esposa caminando entre la hierva hacia el muelle. –Jessica tenía razón, no te gustan estas cosas.
-Sabes que siempre ha querido ver un sitio como ese, ya de pequeña le hacía ilusión verlos en los libros. –Respondió su hermano girando la cabeza hacia él. –Además, no he sido el único que ha aceptado. Te conozco, si no quisieses ir lo habrías dicho abiertamente y tus motivos probablemente sean más importantes que eso.
-Sarah tiene razón, sus palabras esconden más de lo que parece. –Dijo Jonathan a modo de respuesta. –Y si esto tiene algo que ver con ellos quiero saberlo. No sé por qué están aquí pero son los únicos que podrían evitar a los guardias como ella ha dicho, ignorarlo sería demasiado peligroso teniendo en cuenta lo que está en juego.
-¿Hablas de él?. –Preguntó Álbert ahora un tanto serio.
-Sí. –Respondió una vez más Jonathan antes de empezar a caminar. –Pero no está solo, y eso es lo que me preocupa.
Sin más palabras, los dos hermanos aceleraron el paso para alcanzar a sus compañeras y el grupo pronto se encontró dirigiéndose hacia la orilla del lago en una de las góndolas. Como siempre Agatha ya parecía tenerlo todo planeado desde un principio tomando su respuesta como afirmativa y un carruaje los esperaba junto al muelle, pero esta vez ninguno se preocupó en absoluto y agradecieron la comodidad que esto suponía dejando que los llevasen de vuelta hasta su casa para recoger sus armas en caso de necesitarlas y luego distrayéndose con las vistas que las rampas les ofrecían mientras ascendían hacia uno de los puentes superiores.
Una vez arriba, los cuatro caballos que tiraban de su carruaje aceleraron un poco el paso y cruzaron rápidamente tanto este como la calle principal del centro de la ciudad hasta detenerse justo frente a la puerta del palacio. Tanto esta como las dos puertas de servicio que daban acceso a las torres estaban custodiadas por guardias ataviados con pesadas armaduras y lanzas de hoja serpenteante con las que bloqueaban el paso a cualquiera que se acercase. Algo que en un principio llegó a preocuparlos al ver la sombría mirada que Sarah le dirigió a uno de ellos cuando este cruzó su lanza justo frente a su cara para detenerla. Y su preocupación no era precisamente por la seguridad de la joven, sino por la del propio guardia dado el mal genio de esta.
En cuanto Agatha abandonó también el carruaje, sin embargo, los guardias se relajaron al instante y todos respiraron más tranquilos al ver como Sarah ignoraba lo sucedido para continuar adelante con ellos hacia las elaboradas puertas de madera que cerraban el palacio. La mirada de Jessica seguía fija en la fachada llena de detalles del mismo, observando maravillada cada pequeño grabado, escultura o dibujo que la adornaba, aunque esto no sería nada comparado con su expresión al entrar por fin en él.
La gran puerta principal daba a un pequeño recibidor no demasiado amplio, una habitación semicircular con cuatro espejos de cuerpo entero en las paredes separados por franjas de madera blanca y algunas perchas doradas de las que cuidaba un sirviente cuya tarea era probablemente la de ocuparse de los abrigos y otras prendas de los visitantes. Cosa que esta vez no podría hacer ya que Jonathan no estaba en absoluto dispuesto a dejarle su gabardina.
Las paredes de todo el edificio parecían estar recubiertas de madera de todo tipo, oscuras y ricamente labradas en el cuarto inferior que cedían su paso a otras mucho más claras tapizando el resto hasta el techo repletas de extraños diseños dorados o plateados e interrumpidas aquí y allá por lo que parecían ser columnas talladas también en madera a modo de divisiones. Entre cada una de estas podían verse además cuadros, tapices, estatuas y otros adornos en su mayoría de metales preciosos que contribuían a incrementar el impacto visual que aquel lugar causaba en sus visitantes.
Pero lo que realmente los impresionaría por completo estaba todavía por llegar. Más allá del recibidor y de un corto pasillo en el que tan solo podían verse dos puertas a cada lado, el salón principal del palacio se abría ante sus ojos tras una gran puerta doble mostrándose tan grandioso como la fachada del mismo.
Era una habitación enorme, de más de cuatro metros de altura ocupada en su parte Norte por unas enormes escaleras cubiertas por la misma alfombra que los pasillos y adornadas por pasamanos dorados que partían de las imponentes cabezas de dos águilas talladas en mármol y plata en su base. Toda la sala parecía ser parte de un enorme mosaico que la convertía en una obra de arte por si sola, desde su techo cubierto por diseños rúnicos en color negro sobre fondo blanco rodeando a un círculo en el que se representaba una imagen de la vieja Ramat hasta el suelo de la misma. Allí podía verse a un gran dragón negro representando al señor de los demonios, una criatura terrible pero dibujada en un sueño eterno para simbolizar el sello del cristal negro y con cinco círculos más pequeños a su alrededor en cuyo interior se veían las runas representativas de cada escuela y el color de su cristal.
Sin embargo, ni siquiera la espectacularidad de estas pinturas conseguía desviar la atención del resto de maravillas que ocupaban la sala. Las grandes cristaleras y el rosetón incoloro abiertos al fondo de las escaleras justo donde estas se dividían tomando direcciones opuestas mientras se curvaban para ascender al segundo piso, el trío de lámparas de cristales centelleantes como diamantes que iluminaban la sala desde su centro, las armaduras custodiando silenciosas los rincones en contraposición a los guardias actuales igualmente firmes pero a la vez visiblemente vivos que vigilaban cada puerta, todo parecía brillar con la grandeza de un lugar concebido para ser el centro de toda Linnea.
Y los ojos de Jessica apenas sabían donde posarse, volaban de un lugar a otro como los de sus compañeros observando cada detalle con una fascinación casi infantil. Parecía encantarle todo lo que veía: los estandartes de los reinos colgando en las paredes laterales, los escudos y armas engarzados aquí y allá como trofeos de batallas pasadas, los complicados blasones de familias ya olvidadas, era como si su mente disfrutase de cada pequeña ventana al pasado que aquel lugar le ofrecía.
Por desgracia, y para su desilusión, todo esto no duraría mucho ya que Agatha parecía tener prisa por sacarlos de allí cuanto antes para que no se hiciesen notar demasiado y los llevaría hacia una de las puertas que se abrían bajo el arco derecho de las escaleras en cuanto pudo. A ambos lados de la sala se abrían sendos pasillos llevando hacia las alas este y oeste del palacio, pero por estos podía verse constantemente a toda clase de sirvientes y doncellas visiblemente atareados con lo que debían ser los preparativos para el baile y prefería llevarles a un lugar más apartado hasta que su presencia pasase más inadvertida.
Lejos de dar a una nueva habitación como podía parecer, aquella puerta llevaba a un largo corredor hacia la parte Norte del palacio pero esta vez prácticamente vacío salvo por la ineludible presencia de los soldados que guardaban en silencio las puertas entradas principales. Precisamente gracias a esto, el grupo pudo continuar sin preocupaciones y siguió a su anfitriona ignorando la multitud de puertas con las que se encontraban a ambos lados hasta que esta se detuvo al fin junto a una.
-Perdonad las prisas, pero no sois precisamente algo frecuente en el palacio y no os gustaría tener que responder a las preguntas de algún político curioso. –Explicó mirándolos a todos con una suave sonrisa. –Espero que os haya gustado lo que habéis podido ver de todas formas.
-Es fantástico. –Afirmó Jessica sonriendo con el mismo centelleo de ilusión todavía visible en sus ojos. –El palacio es precioso, nunca imaginé que podría ver uno por dentro y mucho menos el de una ciudad como Ramat. En el orfanato decían que era incluso más grande que el de la capital.
-Lo es. –Le aseguró Agatha. –Este palacio fue construido durante la época en que Acares reinaba sobre la mayor parte de Linnea y la ciudad entera se levantó para ser una nueva capital como la vieja Ramat lo fue en su día para el imperio. Pero las tensiones con los territorios del norte hicieron que esa decisión se retrasase y con la guerra todo quedó aplazado. Ahora parece que con la fusión de los dos reinos sí ocupará por fin el lugar para el que fue construido.
-¿Ramat pasará a ser la capital?. –Preguntó no muy sorprendido Álbert. –Tácticamente no parece una buena idea, está muy cerca de Lusus y es demasiado accesible.
-Precisamente por eso la han elegido. –Lo contrarió Agatha. –Quieren que la unión de los dos príncipes ponga fin a las enemistades entre los reinos, no que cree más. Este es el primer paso para acercar al nuevo reino a Lusus y limar las asperezas del pasado.
-Lo dices como si fuese a Lusus a quien hay que convencer para que no haya más guerras. –Notó Jonathan.
-Soy una general de Acares, es lo que debo pensar. –Sonrió Agatha sin preocuparse en absoluto por aquellas palabras. –Pero no estáis aquí para hablar de esas cosas. Dejemos las guerras a un lado y preocupémonos por arreglaros a todos lo mejor posible para esta noche.
-¿Es aquí dónde está el guardarropa del palacio?. –Preguntó de nuevo Jessica con la misma curiosidad de antes.
-Así es. La mayoría de nuestros visitantes se traen su propia ropa, los nobles son muy quisquillosos con esas cosas. –Explicó esta. –Por eso está en un lugar tan apartado, pero a nosotros nos conviene que sea así por esta vez para que podamos estar tranquilas. Y tus hermanos pueden quedarse en la habitación de al lado mientras esperan, luego les llevaremos la ropa que elijáis.
-¡Perfecto!. –Se alegró Jess mirándolos de reojo a los dos con una siniestra sonrisa. -¿A qué esperamos entonces.
Cediendo al fin a la impaciencia de la menor de los hermanos, Agatha asintió con la cabeza y abrió la puerta para dejarlas pasar mientras les indicaba con una mano a los dos jóvenes cual era la habitación en la que podían esperar. Hecho esto, ella también desapareció tras la puerta y los dos hermanos hicieron lo mismo con la sala de enfrente saliendo al fin de aquel pasillo para que los guardias no siguiesen mirándolos de forma extraña.
Era una habitación bastante pequeña, probablemente hecha para los sirvientes, con poco más que una sencilla cama y un armario como único mobiliario, pero para lo que ellos la necesitaban en aquel momento era más que suficiente. Lo único que tenían que hacer era esperar a que sus compañeras terminasen de arreglarse, cosa que sabían les llevaría tiempo si además Agatha y Atasha tenían que lidiar con Jessica, y Álbert fue el primero en ir a sentarse sobre la cama para esperar.
-No sé por qué pero no me tranquiliza en absoluto que Jess escoja nuestra ropa. –Dijo mirando hacia su hermano cuya vista parecía centrarse en la ventana. –Si Agatha la obliga a ponerse un vestido la pagará con nosotros… o al menos conmigo.
-¿Crees que dejar a Sarah ocuparse de eso me tranquiliza más que si fuese Jessica?. –Sonrió Jonathan acercándose a la ventana. –Ya sabes como es de “peculiar” con la ropa.
-No creo que tú seas precisamente el más apropiado para decir eso. –Replicó Álbert inclinándose hacia atrás hasta apoyar la espalda en la cama. –Tú ropa tampoco es muy común que digamos.
-Las costumbres son difíciles de perder. –Respondió este sin mirarle todavía, parándose justo frente a la ventana. –De todas formas creo que iré a buscar algo mientras esperamos. No me gusta estar sin hacer nada y ella se merece algún detalle, entre unas cosas y otras no he podido darle todos los que debería.
-¿A buscar algo?. –Repitió Álbert -¿Es que piensas salir del palacio?. Recuerda cómo está de vigilado, luego no podrás entrar sin Agatha.
-Solo será un momento.
Dicho esto, y para sorpresa de su hermano, Jonathan abrió las contraventanas de metal que protegían la ventana, empujó las dos hojas de madera y cristal que la formaban dejando que la brisa los refrescase por un momento y saltó fuera sin una palabra más. La habitación estaba en el primer piso del palacio, pero aún así no había un solo guardia custodiando su ventana ya que esta no se encontraba a ras de suelo como podía parecer si no sobre el vacío al que daba la pared trasera del palacio terminando justo en el final de la torre. Algo que, sin embargo, no detuvo en absoluto a Jonathan que descendió saltando entre las repisas de otras ventanas usando incluso a veces su propia arma para ayudarse a sujetarse y no tardó en llegar a una de las rampas que rodeaban la torre.
Mientras tanto, arriba, en la habitación a la que habían entrado sus compañeras, las cosas transcurrían exactamente con la calma que Álbert había supuesto y también con alguna que otra dificultad tanto para la general como para Atasha. Lo que Agatha había llamado un simple guardarropa era una sala casi tan grande como todo el primer piso de su propia casa repleto de armarios con puertas corredizas, pero ni siquiera las interminables filas de vestidos que podían verse allí parecían ser suficientes para conformar a Jessica.
Sus ojos no podían evitar encontrar cierto encanto en aquellas prendas. Vestidos elegantes y exóticos en muchos casos, confeccionados con las telas más caras que podía imaginar y bordados con oro y plata que los convertían en auténticas joyas. Pero sus formas seguían sin convencerla en absoluto y tanto su anfitriona como su amiga empezaban a desesperarse.
Para Agatha había resultado una tarea sencilla, en realidad ya había escogido su vestido con antelación y en apenas unos minutos su cuerpo había abandonado el terciopelo oscuro de su ropa habitual por una combinación de seda y raso en tonos rojos bastante elegante. Seguía siendo tan ajustado como de costumbre, algo que daba una idea de lo orgullosa que la general estaba de su figura, y tanto sus mangas como buena parte de su cintura, sus costados e incluso sus caderas eran transparentes llegando a dejar visibles los laterales de su ropa interior en su cintura. Pero esto a ella no parecía preocuparla en absoluto y ni siquiera la larga abertura en la parte delantera de la falda la preocupaba.
Atasha, por su parte, también se había decidido bastante deprisa tomando el vestido de color más suave y apariencia menos llamativa que pudo encontrar y Sarah hizo prácticamente lo mismo, aunque sus criterios de elección fueron totalmente contrarios y su ropa era con mucho la más llamativa tanto por su forma como sus colores.
Pero con Jessica las cosas no eran tan fáciles, la menor de los hermanos las tuvo dando vueltas por todo el guardarropa durante más de una hora y las obligó finalmente a escoger por ella, algo que acabaría lamentando bastante.
-¡NO!. –Protestó airadamente nada más terminar de meterse en aquel escaso vestido mientras miraba las burlonas sonrisas de sus compañeras. -¡He dicho que no y es qué no!. No pienso ir por ahí con esto.
-Te queda perfecto. –Le aseguró Agatha con un tono que pretendía ser comprensivo pero en el que aún se adivinaba la gracia que le hacía la reacción de la joven. –No te preocupes, tapa todo lo que tiene que tapar.
-La falda es muy corta. –Insistió Jess tironeando de esta como si intentase alargarla con las manos.
-Si fuese más larga no encajaría ni con el resto del vestido ni contigo, ese aspecto te queda muy bien. –Afirmó esta vez Atasha intentando convencerla. –Solo intenta olvidarte de ella.
-Eso no es tan fácil. –Refunfuñó Jessica mirando a los modelos de sus amigas y a las faldas de los mismas, todas mucho más largas que la suya pero a la vez más sugerentes dadas sus aberturas. -¿Cómo podéis siquiera caminar con… eso?.
-Con mucho cuidadito. –Respondió Agatha intentando no reírse y colocándose a su lado. –No corras, saltes ni hagas nada para lo que tengas que moverte demasiado deprisa y estarás perfectamente.
-¿Si es tan fácil por qué no puedo ponerme mis pantalones?. –Volvió a contrariarla Jessica. –Tampoco se verían.
-Ahí me has cogido. –Rió Agatha sin saber ya muy bien como responder. -Pero creo que se notarían un poco bajo el vestido, además, no es muy elegante.
-Pero yo estaría más tranquila. –Refunfuñó Jess dándose aparentemente por vencida al fin. –Y podría moverme como quisiera.
-Puedes hacerlo igual. –La animó Sarah acercándose también al grupo tras terminar de arreglarse el suyo. –Para eso llevas más ropa bajo el vestido.
-Sarah, eres la última que debería darme consejos con esto. –Replicó para nada tranquilizada por aquello al tiempo que se giraba hacia su amiga.
-¿Por qué?. –Se sorprendió esta. –Fuiste tú la que me enseñó lo que debía o no compartir con los demás o solo con Jonathan.
-¡No es tan sencillo!. –Exclamó Jess empezando a desesperarse, sobretodo al darse cuente de que por más que miraba el vestido de su amiga le costaba encontrar una sola parte que no fuese completamente transparente. –Me parece perfecto que tú seas capaz a llevar algo así, pero yo prefiero algo con más tela.
-Pues me temo que tendrás que aguantarte. –Señaló Agatha abriendo ambas manos para que mirase a su alrededor. –Los únicos vestidos “con más tela” como tú los llamas son como el de la princesa y no creo que quieras llevar una falda de esas. Ni siquiera yo sé muy bien como moverme con una.
-Está bien. –Se resignó Jessica de mala gana. –Llevaré este entonces, pero si os movéis demasiado rápido os vais solas.
-Aunque quisiéramos no creo que pudiésemos. –La tranquilizó Atasha señalando ahora a sus pies. –No es nada fácil correr con estos zapatos y mucho menos si no estás acostumbrada. Yo apenas sé caminar con ellos.
Nada más oír esto, Jessica dirigió su mirada hacia los pies de su amiga y pudo ver al instante los zapatos de tacón que esta llevaba, algo que la hizo girarse al instante hacia Agatha con cierto temor. Y por desgracia tanto para ella como para la propia Sarah, ese temor era fundado ya que la general no tardaría en darles a cada una un par de zapatos a juego con sus vestidos que se lo pondrían todo aún más difícil haciéndolas trastabillar por toda la habitación mientras intentaban encontrar la forma de caminar con aquello.
La propia Atasha no pudo evitar reírse en más de una ocasión ante todos los contratiempos que iban surgiéndoles para terminar de arreglarse. Desde conseguir que fuesen capaces de caminar con aquellos zapatos sin caerse hasta convertir las alborotadas melenas de ambas en un peinado más o menos elegante, todo parecía ser una odisea para las dos jóvenes y en especial para Jessica que solo se tranquilizó de nuevo cuando al fin Agatha las dejó escoger la ropa de sus hermanos.
Tal y como ya había dicho, Sarah se ocupó de escoger la de Jonathan con alguna ayuda de Atasha para no acabar escogiendo nada que no encajase, pero la de Álbert quedó por completo a su elección y esta puso todo su mal genio en elegirla. Buscó las prendas más elegantes pero a la vez más opuestas a los gustos de su hermano y cuando al fin Agatha se las entregó a una de las doncellas para que se las llevasen a los dos jóvenes le fue del todo imposible disimular la traviesa sonrisa que se empeñaba en aparecer en sus labios.
Terminado esto, y ya totalmente listas, Agatha decidió llevarlas al baile con ella y ni siquiera esperaron a sus compañeros. No porque les molestase esperarles, sino porque encontró que sería más apropiado dejar que ellos las buscasen y Jess parecía disfrutar también con la idea preguntándose cuales serían sus caras al verlas, especialmente la de Jonathan.