Hoy lo he visto por primera vez. Han pasado varios días desde mi captura, si es que puede llamarse así a la forma en que entré en la ciudad y me entregué a sus sorprendidos guardias, pero al fin he conseguido que acepten mi petición. La amenaza de no cumplir sus demandas y el miedo a lo que podría hacer si decidiese traicionarlos ha sido mayor que su temor y me han llevado hasta las catacumbas para permitirme contemplar esa extraordinaria joya.
Han sido solo unos segundos y sé que no permitirán que me acerque a él de nuevo, pero jamás olvidaré la sensación que invadió mi cuerpo al contemplarlo. Su oscuridad es a la vez más tenebrosa que la del propio Malar y más brillante que la luz del cristal blanco, casi como si su mera existencia deformase la realidad a su alrededor provocando un juego imposible de luz y tinieblas en el que no existen sombras… ni luz… solo un manto negro que lo atrae todo a su interior.
Cada una de sus caras es opaca a diferencia de sus cinco patéticas copias, no reflejan nada salvo la oscuridad de su interior y ni siquiera esta aparece en ellas, es más como mirar a un vacío infinito que a algo sólido. Y su poder… su poder es indescriptible, incalculable… imparable. Su sola presencia en la catedral ha hecho que la luz de su opuesto blanco se apague casi por completo e incluso ahora, lejos de él en esta maldita celda, puedo sentir su influencia rodeándonos a todos en un abrazo oscuro que los monjes ignoran.
Todo esto no hace más que reafirmar mis teorías. El poder de Árgash supera con creces el de esos inútiles cristales de los magos y ni siquiera puede contenerse en uno de ellos, las grietas que recorren su superficie y el pequeño fragmento que ya se ha desprendido de él es la prueba tangible de ello. Y aún así los monjes ni siquiera se cuestionan lo que ha sucedido, lo aceptan por imposible que parezca y se conforman con seguir adelante con sus vidas en la comodidad de la paz que la destrucción de Árgash ha traído al fin a Linnea. Como si todo acabase aquí y Árunor no existiese ni la muerte de una criatura semejante afectase a su equilibrio.
Pero qué se puede esperar de unos meros aprendices. Con sus maestros muertos en el combate contra Árgash y los grandes magos abandonando el reino tras ese estúpido decreto del rey lo único que queda son un grupo de niñatos jugando con fuerzas que no comprenden. Su vanidad los ha llevado incluso a adoptar las viejas escuelas como una religión y por toda su catedral hay imágenes de su viejo maestro como si este fuese una especie de profeta… o dios, todavía no sé hasta que punto llegan su fanatismo y su locura. Aunque supongo que no debo quejarme, después de todo su ineptitud es mi principal ventaja en este juego y no me gustaría perderla… por humillante que resulte.
Todas mis precauciones, mis planes, los días que pasé ideando una razón sólida que me permitiese presentarme ante ellos sin levantar sospechas y los argumentos para apoyarla. Todo eso es ahora inútil ya que ni siquiera se han preguntado qué hago aquí o como he sabido de sus necesidades, han aceptado mi presencia como algo natural y solo les preocupa seguir adelante con sus propios planes ahora que tienen lo que necesitan. Algo que me alegra enormemente pues estos son también los míos y ahora sé que podré llevarlos a cabo, solo espero que los resultados estén a la altura del sacrificio que me están exigiendo.
Por ahora solo me queda esperar. Me han encerrado hasta que todo esté listo para partir hacia el lugar que han elegido y por lo que he oído tardarán todavía varios días mientras aseguran toda la zona. Resulta tan irónico ver como toman tantas precauciones para evitar un ataque del exterior cuando su mayor peligro está ya entre ellos, comiendo la comida que ellos mismos me han traído y con la posibilidad de liberarse a su voluntad ya que ni siquiera se han molestado en atarme.
Pero no lo haré… no, aunque resulte tentador el acercarme una vez más a ese cristal sé que jamás podría usarlo, su poder es demasiado grande. Debo ser paciente y conformarme con esa pequeña esquirla, eso es todo lo que necesito y la recompensa es demasiado tentadora como para arriesgarlo todo ahora.
También he escuchado rumores sobre mi compañero, sobre el muchacho que me escoltó hasta aquí y me abandonó en las puertas de la ciudad sin temer en absoluto a los guardias que patrullaban desde las torres. Irenus se ha ido como pensaba, pero no esta tan loco como parecía. Otros prisioneros que han llegado más recientemente a este apestoso calabozo hablan de un grupo de jóvenes que caza en las llanuras al Este de Ramat como un grupo de bestias salvajes. Una manada de cazadores con un demonio como líder que usa una segadora para destrozar a sus víctimas y los dirige hacia las tierras asoladas del viejo imperio.
Se equivocan, yo sé que no se trata de ningún demonio, pero no puedo culparles por pensar así. Me pregunto qué pretende, Irenus trama algo y parece dispuesto a dejar un legado tras de sí, aunque el suyo no será en forma de manuscrito sino de seguidores que continuarán su labor… sea cual sea esta.
De todas formas, ahora lo que ese muchacho haga ya no puede afectar a mi futuro ya que este está decidido y solo puedo esperar a que los preparativos estén listos para poner fin a este juego de una vez por todas. Hasta entonces seguiré escribiendo este pequeño diario, ahora sé que ni siquiera tengo que molestarme en ocultarlo con mi magia y eso lo hace todo mucho más sencillo.
Hay tantas cosas que tendría que explicar para que aquellos que sigan nuestro legado puedan algún día comprender todo esto, tantos detalles e información que jamás podré plasmar aquí y se han perdido para siempre entre las llamas que consumieron nuestros manuscritos en la escuela. Pero puedo ayudarles a entender… a ver más allá de las mentiras con que serán educados y recordarnos como algo más que los vencidos en una guerra que nosotros no empezamos.
Solo tengo una duda. ¿Por donde empezar?. Llevamos tantos años trabajando en esto y hemos estado tan cerca que ahora vernos tan lejos de nuevo hace difícil saber en que punto iniciar este relato. Creo que lo más fácil será empezar por el principio, por las mentiras con que crecimos y ahora sabemos que no son más que un espejismo creado por bárbaros con mentes demasiado cerradas sobre sus estúpidos valores morales y éticos como para entender la verdad. Sí, creo que eso haré…
Diario de Arthur Mirtusen. Último mago de la corte de Ramat
Álbert se detuvo entonces y cerró el libro una vez más marcando la página con una pequeña doblez en su esquina superior. El diario de aquel mago se hacía más y más interesante a cada nueva página que conseguía traducir, pero ahora que tenía que leerlo en voz alta para sus compañeros se hacía difícil mantenerlo en secreto con el constante vaivén de pasajeros entre los vagones. Tras haber pasado Nilith el tren iba casi a rebosar y prefirió no seguir hasta estar seguro de que nada de aquello les traería problemas, algo que no agradó en absoluto a su hermana ya que esta había sido la principal causante de que empezase a leer para todos y lo miró visiblemente decepcionada.
-¿No irás a parar ahora?. –Preguntó mirándolo fijamente. –Estaba a punto de empezar a contar algo importante.
-Este no es un buen sitio para seguir. –Respondió Álbert guardando con cuidado el libro en la mochila del grupo. –Además, me estaba dando dolor de cabeza, estas runas no son fáciles de traducir.
-Vaya una excusa. –Refunfuñó su hermana sin dejar de mirarle. –Siempre haces lo mismo, eres perezoso hasta para leer.
Álbert suspiró con resignación ante los comentarios de su hermana y se limitó a recostarse en su asiento sin decir nada más esperando que lo dejase tranquilo. Sus tres compañeros, por el contrario, encontraban aquello bastante divertido y sonreían mirándolos a los dos mientras el tren continuaba su lento camino hacia la gran Ramat.
Resultaba agradable ver bromear a Jessica de nuevo y sonreír de aquella forma, sin preocupación, sin tristeza, cómo si nada hubiese pasado. La pena y el dolor seguían allí, por supuesto, pero su ánimo y el de sus hermanos se había recuperado lo suficiente como para conseguir no mostrarlo en el exterior y esto hacía sonreír a sus dos compañeras de viaje mucho más que sus bromas.
Atasha era además la única que conocía la región tan al oeste y sabía que ya no quedaba mucho para llegar, lo que la ayudaba a soportar mejor aquel tedioso trayecto y la impaciencia por saber qué los aguardaba en aquella ciudad. Sarah, sin embargo, se había cansado ya de ver una y otra vez el mismo paisaje y había dirigido su atención hacia el grupo como los demás recostándose tranquilamente sobre Jonathan que seguía rodeando su cintura con sus brazos cómo si los dos se hubiesen acostumbrado al fin a la compañía del otro.
Fuera todo seguía igual que hacía horas, una interminable sucesión de llanuras sobre las que ahora, de vez en cuando, un río rompía con sus aguas azuladas la verde monotonía de la pradera, pero no lo suficiente como para que aquello no llegase a cansar. Esto había sido lo que había impulsado a Álbert a retomar el diario del mago para intentar distraerse un poco, aunque aquello no había durado mucho y lejos de ayudarles a entender lo que había pasado en aquel templo hacía casi quinientos años, pero lejos de ayudarles esto los había confundido aún más con la extraña forma de narrar los acontecimientos de aquel hombre.
-Parece que odiaba mucho a los monjes. –Dijo al cabo de un rato Atasha cansada de no hacer nada y darle vueltas a cosas que sabía que no entendería. –Habla de ellos cómo si fuesen los verdaderos causantes de todo lo que sucedió durante la guerra. Incluso cuestiona las enseñanzas de sus maestros.
-En cierto modo tiene razón. –Señaló Jonathan sorprendiendo bastante a la joven. –Cualquiera que sepa algo de historia puede darse cuenta de eso.
-¿Qué quieres decir?. –Preguntó súbitamente preocupada por las palabras de Jonathan. -Sé que ahora se han convertido en algo despreciable, pero al principio no eran así. Los que fundaron la congregación creían en lo que hacían, por eso se concentraron en el estudio de la magia para curar y ayudar a los demás. El gran maestro incluso sacrificó su vida con los demás para derrotar a Árgash y salvar Linnea.
-Es una forma de verlo. –Replicó Jonathan. –Y no me sorprende que tú lo veas así, pero no es la única. En Lusus, por ejemplo, la gente te contará una historia muy distinta si les preguntas, no todo es tan sencillo como parece.
-¿Cuál?. –Lo apremió a continuar Atasha.
-Que ellos no atacaron a nadie. –Explicó Jonathan. –Si conoces la historia de Linnea sabrás que no fueron los magos negros quien atacó primero. Ellos solo se defendieron y cuando se vieron rodeados hicieron lo único que podían hacer para intentar salvar sus vidas. Fue una medida desesperada, tanto que acabó con ellos mismos, pero no tenían elección.
-El reino de Acares solo intentaba recuperar lo que era suyo. –Lo contrarió Atasha, recordando perfectamente la historia que había estudiado en el monasterio. –Fue el imperio quien lo empezó todo conquistando territorios que no le pertenecían.
-Fue una guerra. –La contrarió Jonathan en absoluto de acuerdo. –Y el imperio ganó limpiamente. Sus soldados y sus generales vencieron en todos los frentes a base de fuerza y estrategia. Pero Acares no podía hacer lo mismo y recurrió a los magos, ahí empezó todo.
-Eso no justifica que trajesen a un monstruo como Árgash a Linnea. –Insistió Atasha todavía convencida de tener razón. –Podían haberlo destruido todo.
-Para comprender su forma de actuar solo tienes que hacerte la misma pregunta que se hicieron ellos ese día. –Continuó Jonathan ahora un tanto serio. –¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvar tu vida?.
Atasha lo miró totalmente desconcertada al oír esto. Sus explicaciones habían tenido algo de lógica hasta entonces, pero aquello la había cogido totalmente por sorpresa y ni siquiera sabía que responder. Jonathan, sin embargo, sonrió ligeramente al ver que el resto de sus compañeros lo miraba con una expresión similar y decidió seguir.
-Es inútil que lo pienses, ninguno de nosotros lo sabe. –Aclaró sin dejar de sonreír. –Es algo que solo descubriremos si algún día nos encontramos en esa situación. Y eso fue exactamente lo que les sucedió a aquellos magos.
-Sé que yo jamás haría algo así. –Respondió al fin Atasha con firmeza. –Mi vida no vale tanto, no arriesgaría la de todos los habitantes de Linnea solo para salvarme.
-No todo el mundo es tan noble como tú Atasha. –Señaló Jonathan mirándola todavía con la misma sonrisa. –Y si como ellos mismos dicen esos magos eran tan diabólicos como intentan hacernos pensar, la respuesta estaba bastante clara en su caso. No puedes amenazar a alguien con un poder como el suyo y esperar que no lo use contra ti por peligroso que sea.
-¿Es eso lo que crees realmente?. –Preguntó un tanto indecisa Atasha tras pensar durante unos segundos en aquella respuesta. -¿Qué fue Acares quien provocó la llegada a Linnea de Árgash atacando a los magos negros?.
-No. –Negó este sorprendiéndola de nuevo tanto a ella como a sus compañeros. –Pero tampoco creo que los magos tratasen de causar semejante destrucción. Fue un error, el mismo que Acares cometió al atacarlos. La diferencia está en que ellos ya no pudieron corregirlo, el Rey de Acares sí lo hizo en cambio y de ahí su decisión de cerrar las escuelas.
-Es una forma extraña de verlo. –Admitió Atasha bajando por un momento la mirada. –En el monasterio jamás nos habrían permitido dudar siquiera por un momento de quién tuvo la culpa. Todo parecía tan claro, ellos lo invocaron, ellos trajeron la destrucción a Linnea… ellos fueron los culpables de todo y nosotros los salvadores.
-No es extraño, sucede en todas las guerras. –Apuntó esta vez Álbert encontrando al fin el momento para decir algo. –El vencido es siempre el tirano y el ganador el salvador que lo ha derrotado. El caído no tiene derechos, no puede elegir ni defenderse.
-Supongo que hay una parte de razón en todo eso. –Reconoció la joven esbozando también una pequeña sonrisa al mirarlos a los cuatro, sintiéndose extrañamente cómoda al poder discutir con sus amigos temas que hasta entonces le habían estado vetados y debía aceptar como dogmas. –Todo puede interpretarse de varias formas.
-Tal vez más cosas de las que crees. –Explicó de nuevo Jonathan. –Tú misma has dicho que los monjes se centraron en la magia curativa para ayudar a los demás. Pero… ¿No te resulta curioso que lo hiciesen justo tras el decreto del rey y que precisamente por esto fuesen los únicos bien vistos ante la sociedad?. Incluso les permitieron quedarse con los edificios de las escuelas para alzar su primera catedral y muchas de sus construcciones fueron fundadas por el propio rey.
-La verdad es que ya no lo sé. –Dijo Atasha encogiéndose ligeramente de hombros. –Y tampoco me importa, no quiero tener nada que ver con ellos nunca más ahora que sé lo son realmente.
-No te preocupes, después del alboroto que montamos en su catedral en Tarsis no creo que ellos quieran tampoco tener nada que ver con nosotros. –Rió Jessica mirando de reojo a Sarah. –Dudo que aquel diacono pueda olvidar a Sarah en lo que le queda de vida después de ver de lo que es capaz.
-Solo espero que no tengamos más problemas con ellos. –Se preocupó Atasha. –Después de todo murieron varios monjes, ¿Creéis que nos seguirán para intentar algo?.
-Lo dudo, no les conviene. –Negó Álbert con la tranquilidad de costumbre. –Tendrían que dar muchas explicaciones para denunciarnos ante el ejército y saben que sus monjes no podrían hacer nada contra Sarah. Pero no esperes que te den la bienvenida en ninguna de sus catedrales, estoy seguro de que todos saben ya quienes somos y lo que ha sucedido.
Atasha sacudió la cabeza en absoluto preocupada por esto y se relajó al fin en su asiento alegre por poder compartir sus pensamientos con sus compañeros. Lejos de terminar ahí, sin embargo, la discusión iniciada por aquel diario todavía continuaría tomando una dirección distinta en esta ocasión a causa de una pregunta formulada por la única que aún no había dicho nada.
-¿Y ese otro chico?. –Preguntó mirándolos a todos con la misma curiosidad infantil de costumbre. –El mago habla mucho de él para ser alguien cualquiera. Le preocupa incluso después de haberse separado.
-Por lo que ese mago cuenta de él y los rumores de los que habla es fácil darse cuenta de quién es. –Dijo con calma Álbert mirando ahora a Jonathan cuyo rostro había cambiado de pronto mostrando una expresión bastante seria. -¿Tú no crees lo mismo?.
-Es posible. –Admitió este no de muy buena gana, ganándose una extraña mirada de sus tres compañeras que creían entender en parte lo que ambos querían decir pero esperaban que se lo confirmase. –Pero…
Justo en el instante en que Jonathan pronunciaba esta última palabra, la luz desapareció de pronto del vagón como si la noche hubiese devorado súbitamente al día y los tres miraron al instante hacia la ventanilla sorprendidos. Pero lo que vieron entonces no solo no los preocupó, sino que los hizo sonreír comprendiendo lo que significaba.
Habían entrado en un túnel, una enorme construcción cuyos muros de roca pasaban velozmente a poco más de un metro del tren y bloqueaba por completo la luz del exterior mientras el tren reducía lentamente la velocidad. Aquella era la señal inequívoca de que al fin habían llegado a su destino, uno de los cuatro grandes túneles que atravesaban la colosal muralla exterior de la ciudad permitiendo a los trenes entrar en ella, y ninguno de ellos apartó ya sus ojos de la ventana.
Todos habían oído hablar de la grandiosidad de aquella ciudad salvo Sarah, pero incluso esta esperaba impaciente a que la luz les descubriese el esplendor de la gran ciudad comercial y cuando la locomotora silbó adentrándose en el puente que seguía al túnel sus ojos se abrieron por completo mientras Ramat aparecía antes sus ojos.
La nueva Ramat había sido construida sobre el mismo emplazamiento en que la capital del imperio había sido destruida hacía siglos y se alzaba no sobre una llanura, sino sobre la enorme depresión con forma de cuenco que el poder de Árgash había dejado en su lugar. Para compensar la debilidad táctica que esto suponía la ciudad contaba con una gigantesca muralla que la rodeaba en el borde de la llanura y solo se abría en ocho puntos: cuatro puertas que daban acceso a pie y cuatro túneles para los trenes. Era una verdadera fortaleza por si sola, de ocho metros de altura y seis de ancho en cuyo interior había cuarteles, barracas, armerías y espacio para más tropas de las que cabrían en dos fuertes convencionales. Todo esto adornado por enormes mosaicos que formaban dos largas y serpenteantes bandas negra y blanca cerca de la parte superior dando paso a las alargadas almenas con forma de semicircunferencia que la coronaban.
La grandiosidad de la ciudad, sin embargo, no se encontraba en sus murallas, sino en la perfección arquitectónica de su interior. La parte superior de la depresión en que se levantaba la ciudad era similar a la de cualquier otra, una simple agrupación de casas formando barrios y calles que seguían la circunferencia de los muros y entre las que podían verse pequeñas plazas, mercados destinados al comercio de aquellas mercancías que consumiría la propia ciudad, almacenes, barrios industriales, comercios e incluso una de las blancas y centelleantes catedrales de los monjes. Estaba casi en el otro extremo de la ciudad, pero aún a aquella distancia sus torres de cristal eran perfectamente identificables y por un momento los hicieron centrar allí su mirada.
Pero aquí terminaba la parte corriente de aquella ciudad. Mas abajo, en la parte interior de Ramat, todo cambiaba de golpe y era difícil imaginar que semejante construcción pudiese haber sido levantada por manos humanas. La zona inferior de la depresión estaba anegada, formando un gran lago que ocupaba todo el centro de la ciudad alimentado por el río Urut, que la atravesaba de Norte a Sur trazando una curiosa “L” en su parte Oeste.
Sin embargo, lejos de detener el crecimiento de Ramat, aquel lago servía como base a la parte más importante de la misma. En el centro de sus aguas tranquilas y cristalinas como un espejo se elevaba una colosal torre cilíndrica cuyo diámetro superaba al de la propia Tírem, una construcción titánica cuya sola visión bastaba para dejar boquiabiertos a sus visitantes.
Estaba dividida en tres niveles, cada uno de unos seis metros de altura y en sus lados se abrían grandes arcos por los que entraban las vías y las carreteras de la ciudad cruzando el lago por puentes a distintas alturas. La parte superior de cada uno, además, contaba con una circunferencia de un metro de altura en la que la roca de sus muros se entremezclaba con grandes cristaleras que dejaban entrar la luz al interior y en aquel momento reflejaban la luz del atardecer resplandeciendo con brillos dorados sobre la pared encalada de la torre.
Este era el gran mercado de Ramat, el verdadero corazón de la ciudad más importante de Linnea. El interior de cada uno de los tres niveles de aquella torre plagada de pequeñas ventanas ovales contaba con andenes, zonas de carga y descomunales plazas en las que se vendían y compraba de todo en cantidades enormes. En conjunto cada nivel era como una pequeña ciudad que incluso contaba con sus propios destacamentos de soldados para mantener el orden y la complejidad de cada planta hacía confuso pasearse por ella para cualquiera que no la conociese dado su tamaño y el intrincado sistema de escaleras, andenes, almacenes y plazas de venta que la formaban.
Por fuera, sin embargo, lejos de ser sencilla como en un principio podía parecer la torre se ramificaba en una complicada red de puentes hacia los distintos niveles de la ciudad, vías por las que circulaban pequeñas vagonetas autónomas y rampas que descendían de un nivel a otro trazando cuidados arcos sobre la superficie del lago para reducir la pendiente y facilitar el traslado de mercancías. Y todo este telar de carreteras, esta red de vías y caminos, hervía de actividad en cada instante del día y de la noche con el interminable vaivén de viajeros, mercaderes y mercancías que por ellos circulaban.
Todo esto daba un aspecto agobiante a la ciudad que podría haber enmascarado la belleza de Ramat, sin embargo, esta sensación desaparecía por completo al fijarse en la parte más hermosa de esta, aquella que ocupaba un espacio intermedio entre las dos anteriores.
Sobre el lago, allí donde ni los puentes ni las rampas de acceso de la torre alcanzaban, podían verse los maravillosos jardines colgantes de Ramat. Verdaderas islas de vegetación que se alzaban a diferentes alturas sobre las aguas del lago sostenidas solo por una colosal columna y agrupadas de tres en tres entre los puentes que comunicaban la torre con la ciudad. Cada grupo se comunicaba entre sí por pequeñas escalas de madera, accesos sencillos y aparentemente frágiles pero que gracias a esto no dañaban la belleza natural de aquellos parajes como lo harían los aparatosos puentes de la torre. La más elevada de cada grupo contaba además con su propio sistema de alimentación de agua que fluía a través de la columna alimentando su pequeño lago y sus arroyos, descendiendo a continuación en forma de pequeñas cascadas desde sus bordes hacia el lago y sobre la isla siguiente por la que fluía de nuevo hasta caer sobre la última de las islas que se encontraba ya sobre la superficie del lago.
La única forma de acceder a estas islas era por barca desde los muelles de la ciudad, pero valía la pena por contemplar aquellos pequeños paraísos naturales. No se trataba de simples llanuras como fuera de los muros, sino auténticas obras de arte hechas con la naturaleza en los que se entremezclaban pequeños bosquecillos, campos de flores, lagos e incluso riachuelos para formar un mosaico de formas y colores que ocupaba toda su superficie y se prolongaba incluso más allá en forma de alargadas raíces, enredaderas y otras plantas colgantes que pendían de sus bordes o se abrían paso entre la base de roca sobre la que se asentaba acentuando aún más su belleza.
Todas eran artificiales, la mano de los constructores podía verse perfectamente en cada roca que embellecía las orillas de los lagos, en cada curva perfectamente trazada de sus ríos o en la distribución de los árboles y las extensiones de hierva y flores, pero esto no las hacía menos fascinantes y la presencia de grupos de aves en estos hacía olvidar cualquier otra cosa a los agobiados viajeros que se acercaban a ellas a relajarse.
La última parte de la ciudad se encontraba justo sobre la torre, ocupando la enorme circunferencia totalmente llana en la que esta finalizaba y a cuyo soporte no solo contribuían los muros, sino también cuatro enormes columnas de metal que recorrían las paredes de la misma alzándose desde al agua hasta su cima. Las cuatro habían sido esculpidas como si fuesen de roca para tomar la forma de gigantescas enredaderas de espino, moldeadas por el fuego de artesanos y magos cuyos talentos habían abandonado Linnea hacía siglo de forma que parecían gigantescas plantas de superficies pulidas y brillantes en cuyo extremo superior brotaban infinidad de ramas que se hundían justo por debajo de la cima de la torre para formar el entramado de metal que ayudaba a sujetarla. Cada una de ellas, además, continuaba su camino hacia los cielos durante unos diez metros más sirviendo como apoyo a las cuatro torres guardianas que vigilaban el edificio más importante de la ciudad: el palacio de Ramat.
Desde donde estaban no era fácil verlo entre el resto de lujosos edificios que se alzaban en aquel lugar, la mayoría residencias de nobles y altos cargos políticos y militares, pero aún así su esplendor era difícil de pasar por alto. Sus dos torres eran distintas a las de cualquier otro edificio que hubiesen visto nunca. No se trataba de las típicas torres cilíndricas o de base cuadrada que podía verse en otras construcciones similares, sino colosales estructuras ovoides similares grandes ojos hundidos hasta la mitad en la roca de la torre y cordados verticalmente en dos de forma que su cara frontal era totalmente lisa mientras la posterior descendía curvadamente hacia el suelo siendo mucho más ancha en su base que en su tejado. Entre estas, un poco más bajo pero no por eso menos espectacular, una gran construcción con forma de un cuarto de esfera reposaba tranquilamente con su cara lisa hacia el frente y la curva también hacia la parte posterior.
Sus fachadas, sin embargo, lejos de ser sencillas como esta forma podría sugerir a lo lejos, resplandecían con brillos de plata y de oro, de mármol y granate que se entremezclaban dando vida a infinidad de gravados, relieves, balcones, cavidades y salientes hasta convertir cada una de ellas en fantásticas obras de arte.
Aquello era más que suficiente para cautivar por completo a los cinco jóvenes y estos no dijeron una sola palabra ni desviaron su atención un momento de la ciudad mientras el tren avanzaba por el puente sobre las calles construidas en la pendiente exterior de la depresión y se detenía lentamente en la primera estación, justo a medio camino entre la muralla y el lago donde un sin fin de vías y puentes para carros coincidían formando rampas entre los distintos niveles.
Esto desilusionó bastante a Jessica y a los demás ya que, debido a la coincidencia entre la altura de la torre y la de las murallas, la vía se dirigía directamente hacia la zona del palacio y estos habían supuesto que se detendría allí. Sin embargo, y como era de esperar dado el nivel de seguridad en la ciudad aquellos días, los pasajeros bajaban allí y una nueva locomotora pronto subió desde una vía inferior esperando su turno para recoger los vagones de carga y llevarlos al mercado en uno de los pisos más bajos de la torre.
Visto esto, el grupo se puso en pie un tanto decepcionado y todos se dirigieron hacia la salida de su vagón donde la gente se amontonaba para abandonar el tren de una vez. Algo que resultaba extremadamente lento en aquellos días dado que un soldado comprobaba minuciosamente los papeles de cada viajero antes de dejarlos bajar y solo una vez conforme le permitía entrar en la ciudad. Aunque lo más curioso no sería esto, sino lo que sucedería cuando al fin su vagón estuvo vacío y les tocó el turno a ellos para bajar.
Su único permiso para estar allí era el puñal que Agatha les había dado y Jonathan se lo entregó al soldado un tanto preocupado por cómo reaccionaría este. Nada más verlo, sin embargo, el guardia llamó a uno de sus compañeros que vigilaban el tren un poco más atrás y, tras comprobar algo, se lo devolvió al instante invitándolos a volver al tren.
-Mis disculpas señor, no sabíamos que aspecto tenían. –Se disculpó sorprendiéndolos a todos. –Lady Agatha nos avisó de que llegarían, por favor vuelvan al tren y los llevaremos al centro, no es necesario que se queden en la periferia contando con el sello de uno de nuestros generales para responder por ustedes.
Los cinco se miraron visiblemente sorprendidos tanto por la respuesta del guardia como por la confirmación del rango de Agatha y decidieron hacer lo que este les pedía. Tras recoger de nuevo el puñal entraron al vagón y volvieron a sentarse esperando a que los últimos pasajeros del resto de vagones bajasen y los soldados terminasen de inspeccionar el tren.
Una vez seguros de que todo estaba listo, los guardias desengancharon los vagones de pasajeros y la locomotora se puso de nuevo en marcha dejando al fin sitio para que la otra máquina cumpliese su cometido. Mientras tanto, esta continuó su camino y cruzó el puente a más de dieciocho metros de la superficie del lago adentrándose en la zona central de Ramat donde volvería a detenerse junto a una de las cuatro estaciones de esta.
Allí el mismo proceso se repitió una vez más. Los cinco jóvenes bajaron del vagón ya un poco cansados de tanto vaivén y se encontraron con un grupo de soldados vigilándolo todo. Esta vez, sin embargo, ya no se trataba de simples guardias sino de soldados de élite como los que habían escoltado a Agatha en Tírem, algo que los hizo darse aún más cuenta de la importancia de aquel lugar y la influencia que Agatha debía tener en la corte para conseguir que los dejasen entrar tan fácilmente.
Tal y como ya habían echo los soldados de la estación anterior, estos no pusieron pega alguna al ver el puñal y su sello y el grupo se alejó al fin de la estación adentrándose en una de las calles de Ramat. Incluso en aquella zona, donde se albergaba solo la élite de la sociedad y pocos tenían acceso habitualmente, las calles seguían el trazado circular que ya habían visto en el anillo exterior. Las casas se agrupaban formando pequeños arcos divididos por calles rectas que se dirigían hacia el centro y ellos se encontraban precisamente en una de estas, probablemente una de las más importantes dado su acceso a la estación y la longitud de esta.
Un vistazo a su alrededor bastaba para darse cuenta de la clase de gene que vivía en aquel lugar. Cada casa estaba adornada con infinidad de elaborados jarrones en los que las flores eran un adorno casi innecesario para sus exquisitos floreros, balcones decorados con figurillas de todo tipo, grandes cristaleras de colores vivos que formaban mosaicos sorprendentemente nítidos y hermosos, la clase de cosas que jamás se vería en los hogares de la gente normal y que, como ellos, no tenía dinero para esos lujos.
Aún así, lo que más sorprendió al grupo no fue esto, sino lo totalmente vacía que se encontraba la calle y el extraño murmullo que provenía de su extremo más alejado. Mirasen donde mirasen no podían ver a nadie y esto empezaba a despertar su curiosidad, sobretodo la de Jessica.
-La ciudad es muy bonita. –Dijo mientras caminaban mirando a los edificios y sus adornos. –Pero está muy vacía, ¿Dónde está todo el mundo?.
-No tengo la menor idea. –Replicó el menor de sus hermanos mirando hacia una de las calles transversales y comprobando que también estaba vacía. –Resulta extraño que una ciudad tan grande esté tan vacía. Y más teniendo en cuanta la cantidad de gente que debe haber en ella estos días.
-Tal vez eso sea solo en la periferia. –Sugirió Atasha no muy convencida. –Con toda la seguridad que hay aquí no es tan extraño que haya poca gente.
-Aquí no hay poca gente. –La contrarió esta vez Sarah mirando hacia una de las torres que se alzaba a lo lejos entre los edificios y sintiendo la tentación de volar hasta ella para mirarlo todo desde allí. –Simplemente no hay nadie, mires donde mires está todo vacío. Si queréis puedo ir a ver si encuentro a alguien desde…
-No. –Negó al instante Jonathan mirándola totalmente serio. –Sarah, ya lo sabes, nada de cosas raras. Con toda esta seguridad puedes estar segura de que alguien te vería y tendríamos problemas.
Sarah no estaba en absoluto contenta con aquello, pero comprendía que era necesario y aceptó con resignación las palabras de su esposo abandonando al instante la idea para alivio de este y los demás.
-De todas formas eso no es lo que más debería preocuparnos. –Dijo Álbert deteniéndose un momento y provocando que el grupo hiciese lo mismo. -Lo más importante ahora es buscar un sitio en el que quedarnos antes de que se haga de noche. La ciudad es muy grande y puede ser más complicado de lo que parece.
-Más aún si es algo permanente. –Señaló Jessica pensando ahora también en lo mismo. –Ahora que aún tenemos el dinero que nos dieron los monjes deberíamos aprovechar para buscar una casa para nosotros y no gastarlo en un hotel. Si queremos vivir aquí es mejor que nos hagamos a la idea desde el principio.
-No creo que podamos pagar nada en esta parte de la ciudad. –Dijo Atasha con el mismo tono suave y tímido con que solía hablar cuando tenía dudas. -Todo esto parece muy caro y seguramente solo dejarán quedarse aquí a las familias nobles. Aunque nos dejen pasar con el sello de Agatha creo que deberíamos volver a la periferia y buscar allí.
-Estoy de acuerdo. –Asintió Álbert. –Luego podemos volver y buscar a Agatha para ver en qué podemos ayudarla, pero primero es mejor que nos ocupemos de esto. Después de todo no sabemos lo difícil que puede ser dar con alguien de su rango, resulta difícil creer que aquella chica sea un general del reino Acares.
-¿Entonces hemos venido hasta aquí para nada?. –Se desilusionó Sarah mirando de reojo hacia el palacio y volviendo su atención al grupo.
-Eso parece. –Asintió Jonathan tampoco muy contento con la forma en que los guardias les habían echo perder el tiempo. –Tendremos que volver y bajar hasta uno de los mercados para ir hasta la periferia desde allí, el tren seguramente ya se habrá ido.
-¡De eso nada!. –Replicó de pronto Jessica sorprendiendo a todo el grupo y mirando con una traviese sonrisa a sus hermanos. –Sarah tiene razón, si nos vamos ahora habremos estado perdiendo el tiempo a lo tonto. Ya que estamos aquí pienso ir a ver qué es ese murmullo y echarle un vistazo al palacio más de cerca.
-Jess, vamos a vivir aquí, ya tendremos tiempo para eso. –Trató de convencerla Álbert. –Además ya es tarde y la ciudad es muy grande, me gustaría encontrar una casa antes de que se haga de noche.
Lejos de hacerle caso, Jessica ignoró su comentario por completo y comenzó a caminar de nuevo en dirección al otro extremo de la calle acompañada por Sarah y por la propia Atasha que se reía ligeramente consciente de que ninguno de sus dos hermanos sería capaz de convencerla. Algo que, por otro lado, estos también sabían e hizo que se limitasen a seguirlas acostumbrados ya a que las tres se adelantasen a ellos sin molestarse en esperarlos.
Esta vez, sin embargo, no todo sería cómo Jessica había esperado y su marcha se vería súbitamente interrumpida por la propia Sarah que se detuvo de golpe y se giró hacia atrás haciendo que las miradas de sus compañeras también se dirigiesen allí. Jonathan se había parado también y los miraba totalmente serio un poco más atrás incluso que Álbert, con una mano en el pecho como ya lo habían visto otras veces y los ojos fijos en su esposa consciente de que ella también lo había notado.
-Es él otra vez… -Dijo Sarah, afirmando en lugar de preguntar ya que sabía perfectamente la respuesta.
-Sí. –Respondió Jonathan con calma, cerrando los ojos un segundo y respirando profundamente. -No podemos seguir así, será mejor que aclare esto cuanto antes.
-¿Qué vas a hacer?.
-Darle lo que quiere. –Se resignó Jonathan dirigiendo una melancólica mirada hacia los tejados de los edificios –No hay otra forma… nunca la hay con ellos. Y no puedo seguir ignorándole, aunque no esté aquí por nosotros me preocupa que su trabajo siga siempre nuestro mismo camino. Quiero saber que está pasando para no estar en medio cuando suceda.
-Entonces iré contigo.
Dicho esto, Sarah dio unos pasos hacia él y sus ojos centellearon cambiando la inocente mirada de niña con que había observado Ramat hasta entonces por la firmeza y la seriedad de una mujer. Pero Jonathan sacudió la cabeza negativamente y su mirada bajo hacia ella una vez más, posándose sobre los círculos dorados de sus ojos por un instante antes de apartarse de ellos como de costumbre.
-Esta vez no, eso no serviría de nada. –Explicó Jonathan. –Además… él tenía razón, se lo debo.
-Me da igual. –Replicó Sarah sin la menor intención de hacerle caso. –Es muy peligroso, ya viste lo que pasó en el tren.
-No te preocupes. Confía en mí… -Pidió Jonathan sonriendo ligeramente, no por que encontrase nada gracioso, sino por la extraña sensación que la preocupación de Sarah despertaba en él haciéndolo comprender lo mucho que su esposa había cambiado durante aquellos días. -…por favor.
Sarah dudó un instante al oír esto, no quería arriesgarse a dejarle ir solo dijese lo que dijese, pero aquellas palabras la habían hecho darse cuenta de algo que le impedía negarse. Confianza… aquello era algo mucho más importante que lo que Jonathan tuviese que hacer y era eso lo que le pedía.
-Está bien… -Aceptó con voz más tranquila, sin apartar sus ojos de él. –Pero ten cuidado, recuerda tú promesa.
-No pienso olvidarla… -Afirmó Jonathan volviendo a sonreír. -…nunca.
Tras decir esto, Jonathan dio media vuelta y se dispuso a alejarse en la dirección en la que habían venido. Pero antes de poder hacerlo tendría que responder todavía a una pregunta más y ya no de Sarah, sino de su hermana.
-¡Jonathan espera!. –Lo llamó deteniéndose junto a Sarah. -¿A dónde irás?. La ciudad es muy grande, ¿Cómo piensas encontrarnos después?.
La respuesta de su hermano fue sencilla, aunque solo uno de ellos conseguiría entenderla. Lejos de decir nada, Jonathan giró la cabeza mirando hacia Sarah de nuevo por un instante y esta no tardó en asentir comprendiendo lo que su esposo quería decir. Aclarado esto, el joven continuó su camino y no tardó en desaparecer de su vista entrando en una de las calles transversales. No para ocultarse de ellos, sino de todos aquellos que no comprenderían lo que sucedería esa noche sobre las calles de su ciudad y tratarían de detenerlo.
Jessica, mientras tanto, se giró de nuevo hacia Sarah sin comprender lo que este había querido decir y miró a su amiga esperando una respuesta. Algo que esta no tardaría en darle, pero tampoco con palabras sino en forma de una diminuta aura negra que por un segundo rodeó su cuerpo haciendo que Jess se diese cuenta del por qué su hermano sabía que los encontraría estuviesen donde estuviesen.
-Sois perfectos. –Dijo mirándola con una sonrisa que Sarah no comprendió al igual que sus palabras. -¿Lo sabías?. Estáis hechos el uno para el otro, cuanto más os veo más segura estoy.
-Haz el favor de no confundirla aún más. –Bromeó Álbert adelantándose a Sarah al ver la extraña mirada con que esta observaba a Jessica y tratando de aligerar un poco la tensión que la marcha de Jonathan había creado en el grupo. –Ahora vamos, si queréis ver el palacio daros prisa, tenemos mucho que hacer mientras Jonathan se ocupa de sus cosas.
Las tres asintieron con la cabeza comprendiendo no solo que tenía razón sino también el por qué de sus palabras y se pusieron de nuevo en marcha hacia el centro de la torre. Conforme avanzaban notaban como aquel sonido se hacía cada vez más fuerte y el murmullo pasaba a convertirse en un coro, en una alborotada sinfonía de voces que pronto los ayudaría a comprender mejor el abandonado aspecto de la ciudad.
En el centro de aquel distrito, justo frente a la resplandeciente fachada del palacio y ocupando por completo la plaza en la que solo los pequeños árboles de sus jardines y sus fuentes eran ahora visibles como pequeñas islas, una marea humana lo cubría todo amontonándose en espera de algo que los hermanos aún no comprendían. Por sus vestidos de telas caras y diseños elegantes era fácil deducir que se trataba de los habitantes de aquella zona de Ramat y aquello explicaba el por qué todo parecía tan vacío, pero ninguno de ellos comprendía la razón de una reunión así y los cuatro se detuvieron junto a los más retrasados en la plaza dirigiendo sus miradas hacia el mismo punto que ellos. Fue entonces cuando todo quedó claro.
La gente no miraba al palacio como parecía en un principio, si no a lo que en ese momento sucedía en uno de sus balcones para alegría de todos los que allí se habían reunido. Allí, a unos cuatro metros de altura sobre la muchedumbre de la plaza, las armaduras de dos guardias de élite resplandecían custodiando la puerta que daba al balcón y a las cuatro figuras que en él se encontraban.
Una de ellas también llevaba armadura, aunque su diseño era muy distinto y dejaba claro que no se trataba de uno de los guardias. Su armadura brillaba como si estuviese hecha de plata pura con diseños de tonos violáceos entremezclándose en sus aristas y sus formas eran mucho más estilizadas y afiladas incluso bajo las dos bandas de tela verde que caían desde sus hombros sobre su espalda como dos pequeñas capas. Parecía más ligera, dejando incluso zonas como los muslos o el estómago al descubierto, pero era evidente que se trataba de una estupenda protección y el casco con forma de felino con las fauces abiertas les indicó al instante a donde pertenecía. Aquel era el sello de los caballeros de Tarman y por la larga pluma azulada que lo coronaba y caía tras él bajo su propio peso como una delgada cinta de seda estaba claro que era alguien importante. Seguramente uno de sus generales.
Al otro lado, justo en el rincón opuesto se encontraba alguien cuyo aspecto les resultó ya mucho más familiar y los sorprendió nuevamente: Agatha. La joven que habían conocido el día anterior entre las ruinas de Tírem estaba también allí como prueba de su rango, aunque su atuendo no había variado en absoluto y solo su vestido había cambiado de color siendo ahora de un tono azul claro similar al de la bandera de Acares.
Pero la atención de los cinco jóvenes apenas se detuvo en ella unos segundos. Entre esta y el caballero de Tarman había dos figuras más, una pareja de jóvenes cuyas edades difícilmente alcanzarían los dieciocho años y observaba a la multitud cogidos de la mano en un gesto que toda aquella gente esperaba y agradecía con su gritos de júbilo. Se trataba de los príncipes, dos muchachos cuyas vidas decididas ya por otros desde hacía tiempo podrían cambiar para siempre el curso de la historia de Linnea y en cuyas manos, irónicamente, reposaría en un futuro el gigantesco reino en el que Tarman y Acares iban a unirse.
A aquella distancia era difícil verlos con claridad, sobretodo en el caso de la princesa cuyo cuerpo aparecía cubierto por un delicado velo plateado hasta su cintura ocultando parcialmente su rostro. O al menos así fue durante un rato, ya que al cabo de unos minutos el príncipe se giró hacia ella siguiendo el clamor de la gente que los observaba y lo levantó suavemente dejando su rostro al descubierto para poder mirarla.
Toda aquella gente había ido hasta allí para ver a los futuros esposos, para contemplar con sus propios ojos a aquellos que traerían una paz duradera a unos reinos tan castigados por las constantes guerras. Y estos no tardarían en darle la prueba que ellos querían de que sus intenciones eran serias.
Ante los ojos de los cientos de personas que los contemplaban, el príncipe se inclinó hacia la joven princesa de Tarman y esta rodeó su cuello con sus manos cubiertas por delicados guantes de seda blanca hasta que ambos se besaron rozando suavemente sus labios por un instante. Fue un beso corto, pero era todo lo que la gente necesitaba.
La plaza al completo estalló en un grito de júbilo en respuesta al gesto de sus dos soberanos y los dos príncipes se giraron hacia ellos de nuevo sonriendo ante la respuesta de su pueblo. La misma sonrisa que había en el rostro de Agatha y en el general de Tarman, aunque estos no se dejarían llevar por la euforia de la gente y pronto recuperaron la seriedad para llevar a los príncipes de vuelta al interior. Ya habían estado bastante en público y su seguridad corría demasiado peligro si seguían exponiéndose así por más que esto decepcionase a la gente.
Los clamores y vítores hacia ambos soberanos fueron apagándose lentamente en cuanto las acristaladas puertas del balcón se cerraron y la gente comenzó a dispersarse para volver a sus ocupaciones. Tan solo los guardias permanecieron en sus puestos formando una especie de anillo en torno a la plaza con sus armaduras brillando todavía bajo los últimos rayos del atardecer allí donde las sombras de los edificios no llegaban aún, aunque por supuesto estos eran solo los visibles. Con un despliegue de seguridad como el que controlaba la ciudad en aquellos días era evidente que los generales no se habrían conformado con esto y que un gran número de soldados estarían también ocultos o pasando por civiles. Algo que, por otro lado, ya no preocupaba en absoluto a los cuatro jóvenes.
-En fin, ahora ya sabemos dónde estaba todo el mundo. –Dijo con calma Álbert esperando poder seguir al fin con lo que tenían que hacer. -¿Satisfechas con esto?.
-No mucho. –Negó Jessica contrariándolo adrede y sonriendo ligeramente. –Me habría gustado ver un poco más de cerca de los príncipes, ha sido muy bonito que hiciesen eso para agradar a la gente que había venido a verles.
-Yo tampoco lo esperaba. –Admitió Atasha. –Todo el mundo supone que la boda es solo por razones políticas, pero dan le impresión de saber lo que quieren. Puede que ellos también hayan tenido algo que ver en esa decisión.
-No seáis ingenuas. –Las contrarió Álbert. –Un beso no significa nada para esa gente, es solo una parte más del protocolo que tienen que seguir. Pase lo que pase esos dos solo harán lo que se espera que hagan, no lo que ellos quieren.
-Y si es lo mismo. –Señaló Atasha bajando ligeramente la mirada como de costumbre al responder a algo pero sin resignarse a aceptar la triste realidad que Álbert dibujaba con sus palabras. –No sabemos si se quieren o no, no tiene por qué ser en contra de su voluntad.
-Todo es posible. –Aceptó Álbert sonriendo ligeramente. –De todas formas es algo que no sabremos nunca, no vale la pena perder el tiempo pensando en eso. ¿Nos vamos?.
Aparentemente conforme con aquello, tanto Jessica como Atasha asintieron con la cabeza y Álbert supuso que al fin podrían volver a la periferia para buscar un sitio en el que establecerse. Sin embargo, para desgracia de este, la tercera de sus compañeras tenía todavía algo que decir y llamó a la más joven de los hermanos antes de que esta pudiese empezar a caminar.
-Jess… -Dijo Sarah en un tono dubitativo, mirándola con los ojos de niña curiosa que la caracterizaban. -¿Eso era un beso?. No es como el que Jonathan me dio en la cueva.
Jessica se quedó mirándola un momento visiblemente desconcertada ante aquella pregunta. Pese a conocer a Sarah, aquello la cogió por sorpresa y tuvo que hacer un esfuerzo para recordad la razón por la que le preguntaba algo tan sencillo antes de decidirse a responderle.
-No es lo mismo. –Trató de explicar adivinando ya que aquello le resultaría bastante complicado. –Lo que hizo Jonathan fue una tontería, un beso de amigos o de hermanos. Ese era distinto y era el que tenía que haberte dado él.
-¿Por qué?. –Preguntó Sarah recurriendo de nuevo a su pregunta favorita.
-Porque diga lo que diga este bruto. –Respondió Jessica señalando a su hermano que la miró de reojo al instante. –Para mucha gente un beso como ese todavía significa mucho. Es una muestra de cariño muy especial, cómo una forma más de decir “te quiero” en una pareja.
-¿Entonces fue por eso por lo que no lo hizo?. –Pareció comprender Sarah cuya voz cambió de pronto de tono. –¿Por qué no me quería?.
-Acababais de conoceros, aunque de todas formas yo no estaría tan segura. –Bromeó Jessica sonriendo ante el repentino interés de Sarah sobre los sentimientos de Jonathan. –Si Jonathan actuó así fue porque tú no sabías lo que significaba y no quería hacerlo sin estar seguro de era lo que tú querías
-No parece nada malo. –Se extrañó Sarah volviendo a mirarla como antes. -¿Por qué no iba a querer?. Si es lo que debía hacer no entiendo por qué no lo hizo.
-Precisamente por lo que acabas de decir. –Respondió Jessica buscando otra forma de explicar aquello que le permitiese hacerla entenderlo mejor. –No es lo que debía hacer, es lo que quería hacer. Pero tú no lo habrías echo por eso, si te hubiese besado entonces tu habrías respondido porque creías que era lo que tenías que hacer para seguir con la boda, no porque realmente sintieses algo que te impulsase a hacerlo.
-¿Y como sabré que es lo que debo sentir?. –Insistió Sarah esperando que Jessica le diese una respuesta más clara que Jonathan el día anterior. –Desde que salí del templo he sentido muchas cosas que jamás había sentido antes, ¿cómo sabré cual de ellas es la que tú dices?. ¿Cómo sabéis cuando queréis a alguien?.
-Dudo que haya una respuesta para esa pregunta. –Dudó Jessica frunciendo el ceño mientras pensaba en algo, sin darse del todo por vencida para ayudarla a comprender aquello. –Es algo que notarás tu sola, cuando lo sepas no hará falta que nadie te diga lo que es. El amor es el sentimiento más fuerte que somos capaces de sentir, no lo confundirás. Cuando te des cuenta de que solo quieres estar con él y no puedas separarte de su lado sin sentirte apenada, cuando una sonrisa suya baste para que tú también sonrías, cuando su vida sea incluso más importante que la tuya y estés dispuesta a matar… o morir para permanecer a su lado o protegerle. Entonces te darás cuenta de que sientes lo correcto.
-Algunas de esas cosas ya las siento, por eso hice ese trato con vosotros. –Dijo Sarah bajando la mirada mientras repasaba mentalmente lo que Jess acababa de explicarle. –Pero otras… ni siquiera sé si podré sentirlas. No comprendo que sentido tiene dar mi vida para proteger a otro con el que deseo estar si al hacer eso me condeno a estar lejos de él para siempre… no sé si es posible.
-Date tiempo. –La animó Jessica sonriendo al ver que esta parecía habérselo tomado todo bastante en serio. –Todavía hace poco que os conocéis y Jonathan no ayuda mucho, pero estoy segura de que antes o después entenderás lo que he querido decir. Y entonces podrás decidir si quieres o no ese beso.
-No estoy segura de que sepa que tengo que hacer si llega ese momento. –Dudó Sarah cambiando de nuevo su expresión seria por la curiosa mirada de niña de antes, dejando claro que ya no hablaba de sentimientos sino de algo muy distinto. –Estaban muy lejos para ver lo que hacían.
-No te preocupes, Jonathan sí lo sabe y seguro que no le importará enseñarte. –Rió Jess. -Pero, de todas formas… –Mientras terminaba aquellas últimas palabras, la joven se giró de golpe hacia su hermano esbozando de pronto aquella traviesa y maliciosa sonrisa que delataba el nacimiento de una nueva idea en su mente y este supo al instante que no le gustaría lo que oiría a continuación. –…siempre podemos echarte una mano y ponerte un ejemplo para que lo veas mejor. ¿Tú que dices hermanito?.
Álbert no necesitó ni un segundo para comprender las palabras de su hermana. Sabía lo que tramaba y su rostro se volvió totalmente serio al instante para parecer lo más convincente posible mientras le respondía.
-¡Ni se te ocurra!. –Exclamó en un tono firme y para nada amistoso. –No pienso besar a la esposa de mi hermano, esa es la mayor estupidez que se te ha ocurrido nunca.
-¡A Sarah no!. –Replicó al instante Jessica un tanto sorprendida por la confusión. –Serás bruto, ¿Cómo se te ocurre pensarlo siquiera?. Quiero que le enseñéis lo que es un beso, no que la beses a ella.
-¿Qué se lo enseñemos?. –Repitió Álbert dándose cuenta al fin de cuales eran las verdaderas intenciones de su hermana y mirando por un segundo a Atasha cuyo rostro mostraba una expresión de confusión bastante evidente. -¿Y eso te parece menos descabellado?. No puedes jugar así con la gente.
-¿Qué tiene de malo?. –Preguntó inocentemente Jessica mirando ahora hacia Atasha como si realmente aquello fuese lo más normal del mundo. –A ti no te importa, ¿Verdad?.
-¿Yo?. –Se sobresaltó Atasha mirando instintivamente a Álbert al caer en la cuenta de lo que pretendía Jessica. -¿Quieres que le de un beso a tu hermano?.
-No es para tanto, con uno como el de los príncipes para que lo vea basta. –Explicó con una calma que desconcertó aún más a Atasha que no entendía como podía proponerlo con tal naturalidad. –Yo no puedo hacerlo, tú eres una chica y él es mi hermano y no me hace gracia en absoluto ninguna de las dos opciones.
-Jess, ¡basta!. –La interrumpió de golpe Álbert con tono serio, casi enfadado. –Ya está bien, esta vez te estás pasando.
-N-no… no importa. –Titubeo Atasha haciendo que los dos la mirasen de nuevo al instante, lo que como de costumbre provocó que esta bajase la mirada ocultando parcialmente el ligero rubor de sus mejillas. –Después de todo no es el primero… si es por ayudar a Sarah no me importa. Al menos esta vez es por una buena razón.
-¿Esta vez?. –Repitió confundida Jessica. -¿Qué quieres decir?
Al oír esto, el rostro de Atasha se enrojeció aún más comprendiendo su error al hablar de aquello y los recuerdos de Narmaz acudieron a su mente de golpe haciendo que no supiese que decir. Sin embargo, y por fortuna para esta, Álbert lo haría por ella.
-Está bien entonces, pero no preguntes cosas que son asunto tuyo. –Le advirtió a su hermana antes de acercarse a Atasha y mirarla esperando a que levantase la cabeza. -¿Estás segura?.
-Sí. –Asintió afirmando también con la cabeza. –Si a ti tampoco te importa.
Álbert pensó por un instante en una respuesta a aquella frase, pero pronto se dio cuenta de que cualquier cosa que dijese podría fácilmente interpretarse bien como lo que su hermana seguramente esperaba conseguir con aquello, que desde luego iba más allá de enseñar algo a Sarah, o bien como un desprecio a Atasha y decidió callarse.
En lugar de responder con palabras esperó pacientemente a que la joven que tenía delante reuniese el valor para levantar de nuevo la mirada, observó por unos segundos su rostro y la temblorosa mirada de aquellos alargados ojos negros y se inclinó hacia ella tratando de recordar el motivo por el que lo estaba haciendo.
Tal y como Jessica les había pedido fueron apenas unos segundos, lo justo para que este sostuviese el rostro de aquella muchacha entre sus manos para evitar que su timidez pudiese hacerlo todo más complicado y posase sus labios sobre los suyos por un momento, aunque por la forma en que las manos de esta se deslizaron hasta su cintura como tratando de no dejarle alejarse pronto se dio cuenta de que era del todo innecesario.
Terminado el beso los dos se separaron de nuevo soltándose al instante y Álbert se giró hacia Jessica todavía con la misma calma de costumbre procurando evitar cruzar su mirada con la de Atasha por el momento.
-¿Satisfecha?. –Preguntó tratando de parecer serio, aunque su mirada no era precisamente la de alguien al que aquello le hubiese desagradado demasiado. –Ya os habéis divertido bastante, ahora si no te importa me gustaría ir a buscar una casa de una vez por todas.
-Perfecto. –Asintió Jessica conteniendo la risa al ver las expresiones de los dos antes de girarse hacia Sarah de nuevo. -¿Más claro ahora?.
-Sigo sin entender por qué algo tan simple es tan importante. –Respondió esta todavía dándole vueltas a aquello. –Pero sí, ahora entiendo muchas más cosas.
-Entonces en marcha. –Atajó Álbert antes de que Jessica pudiese decir algo y liarlo todo de nuevo. –Busquemos un puente por el que cruzar el lago y vayamos a la periferia.
Sin esperar esta vez a que ninguna de sus compañeras dijese nada para evitar que se entretuviesen de nuevo, Álbert echó a caminar y las tres lo siguieron juntas como antes sin más peticiones. Tal y como ya habían supuesto el tren no estaba en la estación y el acceso por vía al resto de la ciudad era imposible desde allí, por lo que el grupo tuvo que caminar todavía un buen rato hasta dar con un lugar por el que cruzar.
Aparte de las cuatro vías principales, la cima de la torre comunicaba con el resto de la ciudad por medio de varias escaleras que descendían hacia el nivel inferior rodeando la pared de la torre y protegidas por un muro de más de un metro para evitar accidentes. Desde allí, y tras responder a alguna que otra pregunta de los guardias que vigilaban dichas escaleras debido a la ausencia de Jonathan y el puñal de Agatha, los cuatro tomaron uno de los puentes hacia el otro lado del lago y se dirigieron al fin a la periferia.
Estaban todavía a una altura considerable, unos doce metros sobre el nivel del agua, pero desde allí los jardines colgantes eran perfectamente visibles y sus miradas se recrearon en ellos por unos instantes mientras caminaban tranquilamente entre el resto de gente que se movía del mercado a la ciudad y viceversa. La única a la que no pareció interesarle tanto, curiosamente, fue a Sarah cuya mirada seguía dirigiéndose hacia la ciudad como si sus ojos pudiesen ver algo allí que los demás no alcanzaban a divisar.
Tratándose de otro ninguno de sus compañeros se habría sorprendido, pero todos sabían que Sarah era con mucho la que más disfrutaba observando aquellos lugares y Jessica no tardó en preocuparse. Sin embargo, antes de que ella pudiese preguntarle algo, Sarah se separó del grupo cruzando entre la gente hasta el otro borde del puente y se detuvo junto a uno de los bloque de roca que adornaban ambos lados del mismo para proteger a los viajeros de caer al lago.
Su mirada era extraña y melancólica, casi triste. Algo poco frecuente en ella y que hizo que Jessica la mirase con algo más que preocupación al verla allí de pie observando fijamente la ciudad mientras el viento agitaba su larga melena escarlata a su espalda como una delicada bandera de seda, sin preocuparse de nada ni nadie más, como si todo a su alrededor hubiese desaparecido de pronto.
-Sarah… -Dijo al fin dudando por un instante, más consciente que nunca de que estaba observando a un ser de otro mundo cuya sola visión despertaba en ella una sensación extraña… la misma que a veces había sentido al mirar a su hermano. -¿Qué ocurre?.
-Está allí. –Respondió ella en un tono tranquilo y sosegado, tan inusual en ella que su voz no parecía la misma. –Sabe donde está pero no irá a buscarle… está esperando. Los dos lo están.
-¿Jonathan?. –Comprendió Jessica dirigiendo su mirada hacia el mismo sitio que Sarah pero sin ver nada salvo los lejanos tejados de las casas. -¿Puedes verlo desde aquí?.
-No. –Negó Sarah girando la cabeza hacia ella de forma que parte de sus cabellos se cruzaron frente a su cara mientras flotaban en el viento. –Pero sé que está allí.
-Te lo dije. –Sonrió Jess al oír esto, sin molestarse en absoluto en intentar comprender algo que sabía no entendería por más que preguntase. –Los dos hacéis una pareja perfecta, solo hace falta que os deis cuenta.
-¿Crees que el piensa lo mismo?. –Preguntó Sarah todavía en el mismo tono. –¿qué él… me quiere?.
-Tú le gustas, eso me lo dijo el mismo. –Respondió con sinceridad Jessica sonriendo cariñosamente hacia su amiga. –Y ya has visto el efecto que tienes sobre él. Juzga tú misma.
-No estoy segura de saber hacerlo. –Dudó Sarah.
-Nadie lo está. –Afirmó Jessica. –Por eso es tan complicado incluso para nosotros. Pero si de verdad quieres estar segura solo tienes que hacer una cosa: pregúntaselo. Le conozco, sienta lo que sienta no será capaz de mentirte o ocultártelo si se lo preguntas.
-Gracias. –Sonrió Sarah alejando al fin aquella expresión seria y misteriosa de su rostro. –Me estás enseñando muchas cosas.
-No me las des. –Dijo sonriendo de nuevo Jessica al ver que esta parecía haber vuelvo a ser la de antes. –Sois las primeras amigas de verdad que tengo, me encanta poder ayudaros.
Ninguna de las dos necesitó más palabras para compartir sus pensamientos, sus sonrisas y sus miradas hablaron por si solas mientras ambas se alejaban una vez más del borde del puente y pronto continuaron el camino con sus dos compañeros. La noche se acercaba y, mientras que Jonathan la esperaba como había dicho Sarah, para ellos era una enemiga que se lo haría todo más difícil y debían darse prisa.
Los cuatro jóvenes se fundieron de nuevo en la marea humana que fluía en dirección al anillo exterior de la gran Ramat y sus vidas se unieron a las del resto de la ciudad durante el resto de aquel día. Sus interminables calles pasaron a ocupar el lugar de las praderas que los habían visto crecer, conduciéndolos entre el bosque de edificios mientras sus ojos intentaban acostumbrarse al nuevo paisaje en su búsqueda de un nuevo hogar.
Así terminó el día para el grupo, pasando desapercibidos entre los miles de habitantes de aquella ciudad mientras la noche hilaba su manto de tinieblas sobre ella extendiéndose como una gran sombra desde las murallas hasta cubrirla por completo. Pero Ramat no desaparecía en la oscuridad, sus calles y edificios cobraban entonces más vida que nunca y la ciudad se iluminaba como un titilante mar de luces que competían en belleza y brillo con el cielo y sus estrellas.
Era un espectáculo hermoso, una de las maravillas de aquella ciudad que recompensaba a aquellos cuyo trabajo los obligaba a estar fuera de sus casas hasta tarde con una de las vistas más sobrecogedoras de toda Linnea. Lo que ninguno de ellos sospechaba, sin embargo, era que esa noche algo más se ocultaba entre los juegos de luz y penumbra de su ciudad sin que ni siquiera los vigilantes ojos de sus guardias fuesen capaz de encontrarlos.
Dos figuras esperaban pacientemente sobre el tejado de uno de los edificios de la periferia, de pie sobre el estrecho canal del que partían los dos lados del tejado sin que el viento que agitaba sus gabardinas o sus cabellos pareciese afectar en absoluto a su equilibrio. Los dos se miraban fijamente separados por los apenas cuatro metros del tejado, inmóviles como si se tratase de dos estatuas en que solo el brillo de sus ojos hacía pensar que estaban vivos.
Los ojos de Jonathan irradiaban un aura propia entre la maraña plateada en que sus cabellos se habían convertido en el viento, un débil centelleo rojizo que de vez en cuando brillaba reflejado en los cabellos que cruzaban su rostro agitándose en la brisa. Néstor, en cambio, era justo lo contrario de aquel joven. Sus ojos oscuros se fundían con su tez morena haciéndolos difíciles de ver en su rostro y su gabardina negra lo envolvía en un manto de oscuridad que se confundía con la propia noche mientras ambos continuaban aquella silenciosa espera. Hasta que, al fin…
-¿Es realmente necesario?. –Preguntó Jonathan en un tono tranquilo y ligeramente triste, cargado de la misma extraña melancolía que su mirada. –No arreglará nada pase lo que pase.
-Sabes que lo es… -Replicó Néstor con la mirada clavada en él. –Es la única forma de saber que habría pasado ese día si todo hubiese seguido adelante. Me lo debes… los dos se lo debemos a él.
-Eso no haría que se sintiese mejor. –Negó Jonathan todavía en el mismo tono. –Él lo odiaba con todas sus fuerzas, por eso sucedió. Pero tienes razón… te lo debo.
Dicho esto, Jonathan sacó su segadora de debajo de su gabardina y Néstor hizo exactamente lo mismo comprendiendo que había llegado el momento. Cómo si ambos fuesen el reflejo de una misma imagen, los dos alzaron su arma hasta colocarla frente a sus ojos sosteniendo verticalmente la hoja hacia el cielo, se miraron un momento con los mangos de ambas armas entre sus ojos y movieron hacia un lado las enormes espadas en que las segadoras se convertían al contraerse trazando un lento arco hacia abajo hasta extender por completo sus brazos haciendo que estas pareciesen una prolongación de sus cuerpos.
A un gesto de ambos jóvenes las armas se alargaron preparándose para el combate, sus hojas se deslizaron al mismo tiempo sobre sus mangos centelleando bajo la luz amarillenta de las farolas que iluminaban la calle y los músculos de ambos se tensaron anticipando el inicio de todo. Los dos secos chasquidos metálicos con que las hojas alcanzaron su punto final girando sobre su eje para formar las segadoras sirvieron como señal de partida y ya no hubo más palabras, solo el rechinar del metal esparciéndose por los callejones de Ramat.
Su lucha no solo era la de dos rivales, también la de dos compañeros de una misma orden que se enfrentaban con las mismas armas y habilidades, y esto la convertía en algo que rara vez podía verse en aquel reino. Ambos combatientes corrían, saltaban, rodaban sobre los tejados sin hacer el menor sonido salvo por el siseo de sus gabardinas, deslizándose como parte de la propia noche y dejando que los golpes de sus armas y el centelleo de las chispas del metal al chocar hablase por ellos.
Las segadoras cortaban el aire hacia su objetivo en arcos complejos en los que sus mangos eran parte tan importante del arma como sus hojas, pero su rival luchaba exactamente igual y cada golpe se encontraba con uno idéntico que lo detenía. Hoja contra hoja, mango contra mango, puño contra puño, todo lo que hacían era como una copia exacta de lo que hacía el otro y pronto el tejado se quedó pequeño para su lucha.
Los dos corrieron sobre las oscuras planchas de pizarra del tejado, saltaron a otro edificio cruzando un violento golpe en el aire que iluminó sus rostros con un nuevo brillo metálico y cayeron sobre otra casa saltando de inmediato hacia atrás para ponerse en guardia.
Sus pies apenas tuvieron tiempo de probar aquel nuevo suelo, en cuanto estos rozaron de nuevo el tejado volvieron a correr hacia su adversario y las segadoras silbaron rozando con sus hojas la oscura pizarra mientras daban un violento corte vertical ascendente hacia el pecho del otro. Los filos de menos de un milímetro de espesor de las armas se golpearon con una exactitud imposible, chirriaron como animales heridos rozando el uno con el otro y se movieron sobre la curva de cada hoja hasta liberarse de nuevo sobre las cabezas de los dos jóvenes que siguieron el arco girándolas sobre sus manos para volver a atacar.
Las puntas de las hojas chocaron entre sus pies deteniéndose de nuevo, sus mangos se bloquearon entre los pechos de ambos cuando estos invirtieron su giro para golpearse con ellos y los dos se miraron un instante bloqueando sus armas. Los ojos de rubí de Jonathan centellearon sobre los diamantes negros que formaban los de Néstor, reflejando no odio, ni furia, ni siquiera rabia, sino una calma desconcertante que parecía ocupar por completo los ojos de los dos jóvenes como si aquella lucha mortal fuese algo tan natural para ellos como respirar.
Su descanso duró menos de un segundo. Los dos se separaron de nuevo y el combate continuó con la misma violencia de antes mientras saltaban a un nuevo edificio moviéndose con la agilidad con que los felinos corrían por las llanuras de Acares. La noche ocultaba su lucha haciéndolos invisibles a los ojos de cualquiera, dejando ver tan solo dos medialunas de frío metal que brillaban con la palidez de Kashali dando mortales golpes mientras dos sombras se cruzaban continuamente. Dos fantasmas que luchaban sobre los tejados e incluso en el cielo saltando entre estos solo para cruzar un nuevo golpe en el aire bajo la sombra de Malar.
Pero aquello no podía durar eternamente. No eran caballeros cuyas luchas se decidiesen por resistencia o fuerza, sino luchadores silenciosos a los que habían entrenado para terminar lo antes posibles sus enfrentamientos pues de su rapidez solían depender sus propias vidas. Y al fin, cuando ambos se cruzaron una vez más junto al empinado borde de una de las casas deteniendo ambas hojas entre sus pechos en un equilibrio mortal en el que ambos podían perder una mano si estas se resbalaban sobre la curva de la otra, Jonathan reaccionó de forma distinta para terminar con todo.
En lugar de atacar de nuevo como Néstor esperaba, saltó hacia atrás evitando el golpe de este y corrió por el borde del tejado alejándose de él hasta tomar la suficiente velocidad como para saltar al tejado de la casa siguiente. Una vez allí, Jonathan se giró de nuevo hacia él y los dos se miraron un instante separados por el vacío que conducía a la calle antes de atacarse de nuevo.
Las segadoras rasgaron la oscuridad con el brillo de sus hojas, rozaron de nuevo los tejados marcando su paso con perfectas líneas negras y los dos saltaron el uno hacia el otro alcanzándose en el aire. Sin embargo esta vez algo fue distinto, la igualdad en sus movimientos había desaparecido y el arma de Néstor centelleó deslizándose por el mango de la segadora de Jonathan que había bloqueado el golpe.
El joven de cabellos más oscuros comprendió entonces sus intenciones, pero demasiado tarde. Su rival no se había limitado a detener su golpe esta vez, había colocado su arma en diagonal hacia uno de sus lados de forma que la fuerza de su propio golpe se volvía contra él haciendo que su arma resbalase sobre la de Jonathan hacia un lado y él quedase desprotegido por un segundo.
Jonathan no necesitaba más. Mientras ambos se detenían en el aire y empezaban a caer giró hacia atrás usando el mango de su arma como punto de equilibrio y dio una fuerte patada en el pecho a Néstor con la que se impulsó para completar su voltereta. Los dos cayeron entre los edificios tras encontrarse en el aire a más de seis metros de la calle, pero ninguno de los dos se preocupó por esto.
Jonathan extendió su mano hacia un lado mientras caía, sujetó una tubería que cruzaba entre las dos casas soportando el dolor del tirón en su brazo y giró bajo ella saltando de nuevo hacia arriba para caer con ambos pies sobre la misma tubería en un equilibrio perfecto. Néstor, sin embargo, caía sin control desequilibrado por el golpe y apenas pudo agarrarse a uno de los salientes de la pared de la casa del que quedó colgado por un instante sosteniendo con un brazo todo su peso y el de la propia segadora que colgaba de su otra mano. Lo que lo dejaba en una posición bastante vulnerable frente a Jonathan.
-Se acabó. –Murmuró Jonathan mirándole desde donde estaba y apuntando hacia él con el extremo de su arma. -Aquí acaba todo.
Jonathan no quiso saber nada más, recogió su arma guardándola de nuevo a su espalda y saltó sobre los salientes de la pared volviendo al tejado sin la menor dificultad. Pero las cosas no terminarían tan deprisa, el mismo viento que le dio la bienvenida nada más llegar arriba y acarició su rostro y su pecho deslizándose entre sus cabellos en un agradable y fresco abrazo que sus músculos agradecían tras el esfuerzo del combate le trajo de nuevo aquella voz desafiante recordándole que aún no había acabado.
-No te será tan fácil esta vez. –Dijo Néstor desde el otro extremo, mirándolo ahora sí con furia mientras cerraba un puño con rabia. –A diferencia de ti yo tengo otros recursos, ¡No lo olvides!.
Jonathan se giró hacia él y vio como sus labios se movían pronunciando el principio del conjuro, escuchó el creciente murmullo de aquel cántico ancestral y sacudió la cabeza con preocupación, pero ni siquiera se movió. Huir entonces no serviría de nada y solo le quedaba una opción, pero algo lo preocupaba y su voz habló una vez más tratando de disuadirle.
-No lo hagas Néstor. –Le advirtió sin saber muy bien por qué. –Detente de una vez.
Su rival no le escuchó. A un movimiento de su mano un intenso rayo negro oscureció la noche frente a él y cruzó el tejado a una velocidad terrible partiendo las planchas de pizarra a su paso hasta alcanzar su objetivo. Y el resultado fue exactamente el mismo de la última vez.
Jonathan cerró los ojos recibiendo el rayo y sintió como este se deslizaba por cada fibra de su cuerpo, como se introducía poco a poco en su interior como tantas otras veces sin que el mortal poder que lo formaba le afectase. Pero también sintió algo más, sintió el fuego ardiendo en su interior, la misma llama que lo abrasaba por dentro como la última vez y calló de rodillas jadeando, tratando de recuperar la respiración que de pronto le faltaba como si el aire no llegase a sus pulmones.
-No olvides quien soy. –Dijo con tranquilidad Néstor acercándose lentamente a él y parándose justo frente a su cabeza con la segadora a un lado. –Hace dos años no sabía nada, pero las cosas han cambiado mucho desde entonces.
-Estúpido…
Néstor se sorprendió ante la respuesta de Jonathan, pero no solo por sus palabras sino por el desconocido sonido de su voz. Y pronto comprendería que algo no había salido tan bien como pensaba. Jonathan seguía con la cabeza baja y la cara tapada por sus cabellos como si apenas pudiese moverse, pero sus dedos se habían clavado como garras en una de las planchas de pizarra del techo y los ojos de Néstor se abrieron de golpe al oír los crujidos y ver como esta estallaba literalmente bajo la fuerza del joven.
No sabía qué estaba pasando pero aquello lo hizo reaccionar y levantó su arma para protegerse… demasiado tarde. Jonathan levantó la cabeza de golpe mirándolo con ojos centelleantes, golpeó con un brazo su segadora arrancándosela de las manos con una facilidad asombrosa y lo cogió por la gabardina alzándolo en el aire como a un saco de paja. Néstor trató de soltarse, golpeó el brazo de Jonathan intentando aflojar su presa sin apartar sus ojos de las dos brillantes gemas en que se habían convertido los de su viejo compañero, pero no pudo hacer nada.
Jonathan lo cogió como si fuese una pluma, lo arrojó hacia un lado golpeando violentamente su espalda contra la chimenea del edificio y dio un violento puñetazo hacia su rostro que hizo que Néstor llegase incluso a cerrar los ojos por un segundo. Todo pasó terriblemente rápido, pero cuando los abrió de nuevo comprobó con sorpresa que no lo había tocado y que su brazo se había hundido hasta el codo en la chimenea, aunque lo que más lo aterraba no era esto, sino las dos brillantes luces escarlata que ahora iluminaban su rostro mirándolo fijamente a apenas unos centímetros enmarcadas por hilos de plata.
-Se terminó… todo. –Repitió Jonathan con voz jadeante mientras sus ojos vibraban al son de sus palabras. –El pasado no puede hacernos más daño del que ya nos ha hecho, entiérralo de una vez como le enterramos a él. Nada de lo que hagas le traerá de vuelta y sabes que no estás luchando por ese maldito torneo, ¡Deja de mentirte a ti mismo!.
-He visto a tus hermanos… a tú familia. –Respondió Néstor con voz súbitamente apenada. –¿Tú serías capaz de hacerlo?.
-No lo sé… -Admitió Jonathan relajándose un poco al tiempo que sus ojos dejaban de brillar poco a poco y sacaba su brazo de la chimenea. –Pero no destrozaría su recuerdo haciendo lo que ellos más odiaban. ¿Es que no has aprendido nada de aquello?.
-Él querría que fuese así. –Lo contrarió Néstor empujándolo para apartarse de él y poner algo de distancia entre los dos. –Le habría gustado verte ganar... siempre estuvo seguro de que sería así y solo quería verte.
-Eso no era lo único que le importaba. –Replicó Jonathan –Y te lo demostró… nos lo demostró a los dos.
-Eso ahora ya no importa. -Sentenció Néstor recuperando el tono orgulloso de la última vez. –Has demostrado lo que él quería… se ha terminado.
-No tenía por que ser así. –Dijo Jonathan dándole la espalda al fin. –Pero ahora alejaos de mi y de mis hermanos, estoy harto de veros allí donde voy. Lo dejé todo atrás al volver a casa y no tenéis derecho a seguirme.
-No te confundas. –Sonrió Néstor con ironía como si todo lo que acabase de suceder fuese solo un sueño que jamás había tenido lugar. –El que yo esté aquí no tiene nada que ver contigo. Mi trabajo es más importante que cualquier asunto personal y la única razón por la que he dado contigo es porque tú ibas en la misma dirección.
-¡Me da igual vuestro trabajo sea cual sea!. –Replicó Jonathan sin girarse. –Sé lo que sucede cuando estáis cerca y no quiero ver a mis hermanos involucrados en algo así. ¡Dejadnos en paz!.
-¿Verles involucrados?. –Repitió Néstor con una sonrisa de superioridad más que evidente. –Esto está por encima de vosotros y ni siquiera nos preocupa que estéis aquí. Es demasiado grande para que puedas entenderlo, os supera por completo.
-Entonces espero no volver a verte. –Concluyó Jonathan acercándose al borde del tejado y dándose la vuelta para mirarle, en absoluto molesto por sus palabras. –Hasta nunca.
Esta vez ya no esperó a que Néstor pudiese responder. Sin decir nada más, Jonathan se dejó caer hacia atrás como había echo tantas otras veces en el pasado y sus cabellos ocultaron por un instante el brillo de sus ojos mientras se deslizaban como cortinas de plata a ambos lados de su rostro siguiendo al resto de su cuerpo, giró sobre si mismo para caer sobre el bordillo de una ventana y de allí salto a otra desde la que pudo ya bajar al suelo.
No estaba en absoluto tan tranquilo como había aparentado y nada más tocar el suelo su primera reacción fue mirar su propia mano. No podía creer lo que él mismo había echo ni cómo, solo recordaba el dolor de aquella llama que lo abrasaba y verse ya frente a Néstor con el puño hundido en los ladrillos. Y esto lo desconcertaba incluso a él.
Con el tiempo se había acostumbrado a las extrañas reacciones de su cuerpo frente a la magia negra, pero aquello lo superaba todo con creces y en cierto modo le preocupaba lo que pudiese significar. Solo se le ocurría que podía ser todavía debido a lo sucedido en la cueva de Sarah y que, como ya le había dicho a ella, su cuerpo empezase a rechazar aquella magia después de absorber algo tan poderoso como el fuego de un dragón negro, pero no dejaba de ser extraño.
Aún así, ahora que al fin había solucionado uno de sus problemas pronto volvió su atención a lo que realmente le importaba y se puso en marcha una vez más siguiendo el inconfundible rastro de su esposa entre las calles de Ramat. Era difícil perderla incluso en una ciudad tan grande, para él resultaba casi como seguir a una estrella que reluciese con fuerza en medio de la noche y pronto llegó al edificio que, aparentemente, sería su nuevo hogar a partir de entonces.
Era un edificio de los más bajos de la ciudad, de tan solo dos pisos y un pequeño ático cuyo techo era ya el propio tejado. Compartía las paredes laterales con las dos casas contiguas, algo típico en una ciudad tan grande para ahorrar espacio, y carecía por completo de un jardín o un simple patio en el que descansar fuera.
De todas formas, las tres ventanas en su fallada y la mezcla entre el blanco del encalado de sus paredes y los bloques de piedra más oscuros que enmarcaban puertas, ventanas y los límites entre las casas resultaban agradables a la vista bajo la temblorosa luz amarillenta de las dos lámparas engarzadas en esta haciendo que Jonathan sonriese mientras se acercaba a llamar a la puerta.
Al instante, una voz familiar respondió desde el interior y oyó los rápidos pasos de alguien corriendo hacia ella, lo que le permitió adivinar de quien se trataba antes incluso de que abriese la puerta.
-¡Por fin vuelves!. –Exclamó su hermana apareciendo tras la puerta como esperaba y mirándolo con una alegre sonrisa ahora que veía que estaba bien. –Ya empezabas a preocuparnos, ¿Sabes?.
-Lo siento. –Se disculpó Jonathan pasando al interior de la casa. –Me ha llevado más tiempo del que pensaba, pero ya está todo solucionado. Y por lo que veo vosotros os las habéis arreglado perfectamente sin mí.
-¿Lo dudabas?. –Se burló Jessica cogiéndolo por una mano y tirando de él a través del pasillo en dirección a la única habitación de aquel piso. –Anda, entra y dime que te parece. Además, hay alguien esperándote, ¿No crees que ya la has dejado sola bastante?.
Esta vez Jonathan no protestó y se dejó llevar por su hermana sin más respuesta que una tranquila sonrisa. La casa parecía bastante agradable, con una amplia sala en la que también se encontraba la cocina al fondo del pasillo, unas escaleras hacia el segundo piso junto a la puerta y un baño justo en frente de estas. Arriba por el número de ventanas y el tamaño de la casa debía haber por lo menos tres habitaciones, lo que tenía sentido ya que eran las que necesitaban.
El amueblado por su parte no era demasiado lujoso, por lo que podía ver tanto en el pequeño mueble de la entrada como en las despensas de la cocina, la mesa y los armarios de la sala todos eran ya bastante viejos, de maderas oscuras probablemente del norte y todavía polvorientos por falta de uso, aunque esto no le preocupaba demasiado. Con tiempo la convertirían en un lugar agradable para vivir y, después de todo, lo más importante ya estaba allí.
Su hermano, Sarah y Atasha los esperaban sentados junto a la mesa que habían cubierto con un mantel aparentemente nuevo y sobre esta descansaban algunos platos con comida caliente, sopa por lo que parecía y filetes todavía humeantes. La cocina estaba apagada y todavía no tenían leña para ella, por lo que dedujo que la habrían comprado también en alguna parte y fue a sentarse junto a Sarah tras saludarlos a todos.
Fue precisamente ella la que sí tuvo algo que decir antes de que empezasen a comer. A diferencia de los demás Sarah si había notado algo extraño en él y lo siguió con la mirada mientras se acercaba. Algo que este notó perfectamente, aunque la sonrisa que podía ver en el rostro de su esposa lo tranquilizaba y solo cuando ella habló al fin su mente lo traicionó un segundo haciéndolo volverse serio por un breve instante.
-Tus ojos… -Señaló Sarah todavía mirándolo, sin importarle en absoluto que el tratase de evitar encontrarse con las joyas doradas de sus pupilas. -¿Ha sido otro hechizo?.
-Sí. –Asintió Jonathan volviendo a sonreír para quitarle importancia. –Pero no ha pasado nada, no te preocupes. Ya está todo solucionado.
Sarah no pareció muy convencida por esto y siguió mirándolo desconfiada, pero acabó por aceptarlo y su rostro volvió a reflejar la misma sonrisa juguetona de niña de costumbre mientras volvía la atención a su plato para cenar con los demás. No hacía mucho que había empezado a comer de aquella forma y todavía le resultaba graciosa la forma en que organizaban las comidas en Linnea cuando ella había pasado casi cuatrocientos años comiendo tan solo los cereales que habían dejado en su cámara los monjes y las raíces y pequeños animales que se vio obligada a cazar con su magia cuando estos se terminaron. Pero no podía negar que el cambio le agradaba y la sensación que sentía al compartir aquella mesa con todos sus compañeros la hizo sonreír durante el resto de la velada.
Terminada la cena, los cinco decidieron acostarse de una vez ya que todos estaban bastante molidos después del largo viaje en tren y la caminata por la ciudad. Tal y como Jonathan había imaginado su distribución en las habitaciones fue la misma de Ruran: Álbert en una, Jess y Atasha en otra y por último él y Sarah en la que quedaba, aunque en esta ocasión ya habían aclarado aquel tema y todo resultó mucho más sencillo.
Esta vez los dos estaban de acuerdo en lo que sucedería y Jonathan no dijo absolutamente nada, solo fue a quitarse la gabardina y el calzado esperando a que ella hiciese lo misma. Sin embargo, para su sorpresa esta vez Sarah no intentó quitarse en ningún momento toda la ropa y se conformó solo con la falda más larga, las botas y las mangas de sus brazos. De esta forma su cuerpo solo quedaba cubierto por la corta falda que cubría sus caderas y por la prenda de terciopelo que envolvía su pecho, algo que difícilmente disimulaba sus encantos pero al menos no iba más allá del límite que ella misma había comprendido en Ruran y ahora asociaba en cierto modo con lo que Jessica le había enseñado hoy.
La parte complicada, sin embargo, vendría a la hora de acostarse. La cama estaba echa para una sola persona y no para dos, con lo que ambos tuvieron que pegarse lo más posible para no caerse por uno de los lados y aquello no le facilitaba en absoluto las cosas a Jonathan. Podía sentir perfectamente el contacto del cuerpo de su esposa a su lado, el roce de cada curva de la delicada silueta de aquella hermosa criatura cada vez que esta se movía ligeramente y esto hacía estragos en sus sentidos.
Su cuerpo reaccionaba con fuego ante su presencia, ardiendo bajo su piel como si esta fuese a hervir, pero todavía había algo en él que conseguía contener aquella quemazón.
Una mirada a sus ojos, a la inocencia de la niña que podía ver en su rostro a través de los pequeños hilos plateados de los cabellos que ahora cruzaban su cara bastaba para que su corazón apartase aquellas sensaciones a favor de otras muy distintas. Sabía que ella no lo rechazaría y su cuerpo probablemente reaccionaría a sus caricias aunque no supiese a qué se debían, pero eso era precisamente lo que lo detenía a él. No quería solo su cuerpo y que su mente lo aceptase sin más, se sentiría como si le robase algo. No, él la quería a ella, quería que su mente lo desease tanto como su cuerpo y eso solo sucedería cuando comprendiese los sentimientos que debía… o no… sentir por él.
Pero por ahora aquello no sucedería, no hasta que ella entendiese más cosas al menos y él solo podía abrazarla para calmar de alguna forma lo que sentía. Sus brazos la rodearon sorprendiéndola incluso a ella y la recogieron del colchón estrechándola suavemente contra él hasta que esta también reaccionó y pasó un brazo sobre su pecho reposando la mitad de su cuerpo sobre el suyo e incluso entremezclando una de sus piernas con las suyas mientras reposaba su cabeza en la almohada a centímetros de la suya y sus cabellos los cubrían a ambos con un tenue velo carmesí deslizándose suavemente sobre su espalda y el pecho de su esposo hasta mezclarse con los suyos.
-¿Por qué te asustaba tanto esto?. –Susurró Sarah con los ojos ya cerrados, descansando tranquilamente en aquel cálido abrazo. –Solo quería eso, estar contigo y no tener que volver a sentirme tan sola. Me gusta cuando me abrazas, es una sensación muy extraña poder estar tan cerca de alguien. Hace que me cueste alejarme de ti después y te echo de menos cuando te vas como hoy, pero me gusta.
-No es eso lo que me asusta. –Respondió también en voz baja Jonathan deslizando ligeramente una de sus manos entre sus cabellos, apenas consciente de que lo estaba haciendo. –Es lo que siento cuando lo hago. A mi también me gusta tenerte en mis brazos, tanto que mi cuerpo no se conforma con eso y arde al sentir el tuyo tan cerca deseando algo más. Pero sé que tú no lo entiendes y no quiero que aceptes simplemente algo porque deba ser así sin saber todavía si sientes o no lo que deberías.
-¿Y tú?. –Preguntó ella con un tono de voz que Jonathan encontró extraño. –¿Las sientes?. Tú si sabes lo que es pero no me lo has dicho nunca.
-¿Serviría de algo que te lo dijese?. –Sonrió Jonathan observando en la oscuridad la belleza de su rostro ahora que tenía los ojos cerrados. –Ni siquiera sabes lo que significa.
-Jessica me lo ha explicado hoy. –Afirmó ella moviendo ligeramente la cabeza hasta casi pegar su rostro a su cuello impidiendo que pudiese seguir mirándola. –Pero ella tampoco sabe lo que tú sientes. Si tú sí lo entiendes por qué no me lo dices… eso me ayudaría a entenderlo mejor.
Jonathan tardó unos segundos en contestar a esto. Su rostro volvió a mirar hacia el techo de la habitación y la mano que había rodeado la espalda de Sarah para abrazarla la estrechó un poco más fuerte como si su propio cuerpo respondiese antes que su mente. Pero esta también lo hizo al fin, y el mismo se sorprendió al encontrarse pronunciando aquellas palabras.
-Sí. –Respondió con una voz suave y casi temblorosa. –Te quiero... y por eso me duele tanto que tú no lo comprendas. Me gustaría decirte tantas cosas para explicártelo, pero no servirían de nada y me asusta que cuando al fin sepas qué responder esa respuesta… sea un no.
-Gracias. –Murmuró ella sonriendo a pesar de sus últimas palabras pegándose más a él bajo el impulso de una calida sensación que en ese momento invadía todo su cuerpo, desconocida para ella pero que esta vez no quería comprender, solo sentir y dejar que la envolviese por completo. -No sé si yo siento lo mismo, pero me ha gustado mucho oírlo. Sé que ya siento muchas de las cosas que Jessica me ha dicho y me gustaría poder responderte ahora, pero hay otras que todavía no entiendo.
-Esperaré. –La tranquilizó Jonathan recuperando la sonrisa al oír aquellas palabras. –Me basta con que te guste oírlo, creo que yo también necesitaba decírtelo pero no sabía como. Ahora que ya lo sabes no me importa seguir esperando, no mientras siguas queriendo estar conmigo aunque no sea por lo mismo que yo.
-Eso es lo que prometimos. Además… me gusta estar con vosotros, es agradable tener una familia ahora que sé lo que es.–Dijo Sarah sin moverse, dejándose envolver por aquella calidez que brotaba de su pecho. –Eras tú el que hasta ahora me apartaba de ti como si me tuviese miedo.
-No es fácil no hacerlo. –Aclaró Jonathan cerrando los ojos para dejar que solo el contacto de su esposa ocupase sus sentidos. –Es difícil tener algo que deseas al alcance de la mano y resistirse a tocarlo, era más sencillo cuando estabas lejos.
-Lo siento… -Se disculpó Sarah no muy segura de por qué, pero sintiendo que realmente debía hacerlo. –Si estuviese más segura de lo que…
-Tenemos tiempo. –La interrumpió Jonathan, susurrando ya las palabras antes de intentar dormirse. –No tengas prisa, ahora ya sabes mi respuesta y yo estaré siempre ahí para escuchar la tuya. Pero es mejor que te asegures antes de darla, esta es una de las cosas con las que no se pueden cometer errores. Son demasiado dolorosos cuando suceden.
Sarah aceptó aquel último consejo ya sin moverse y todo su cuerpo se relajó sobre el de su esposo abandonándose a aquel abrazo para no pensar en nada más. Se sentía reconfortada… alegre… pero no podía explicar del todo el por qué y solo quería abrazarle con fuerza hasta que el día los despertase y los obligase una vez más a separarse devolviéndolos a la realidad. Y eso fue exactamente lo que hizo durante el resto de la noche.