Las cosas no mejoraron en absoluto para los hermanos aún cuando el grupo se reunió de nuevo. Jonathan encontró a Jessica y a Sarah sentadas en el borde de la fuente que adornaba la plaza de la ciudad, pero la mirada apenada de su hermana al verle lo hizo darse cuenta de que no había conseguido nada..
Sarah seguía teniendo la misma mirada confundida y triste que cuando se había marchado y su rostro le resultaba súbitamente extraño, como si ya no fuese la misma a la que conocía y la ilusión de aquella niña a la que a veces se parecía tanto hubiese desaparecido por completo. Aunque no fue esto lo que más le dolió, sino el hecho de que ni siquiera le hablase y se levantase para alejarse de nuevo nada más verle llegar, sin echar a correr esta vez, solo manteniendo una distancia entre ambos como si no quisiese que se acercase a ella.
Aquello lo hizo detenerse un instante junto a su hermana y sus miradas se cruzaron un momento sin intercambiar tampoco palabra alguna. Podía ver la misma desaprobación en los ojos de Jessica que en los de su hermano y ahora comprendía perfectamente el porqué, o al menos una parte de si mismo sí lo hacía y lo castigaba con el dolor que sentía al mirar a aquella criatura sola entre la niebla. Pero seguía sin saber que hacer ni como remediarlo y su propia hermana se puso en pie al comprenderlo colocando una mano en su hombro para animarlo, consiguiendo esbozar una pequeña sonrisa al ver la preocupación en los ojos de su hermano.
Poco después Álbert y Atasha llegaron también junto a ellos y la mirada de todos se dirigió por un instante hacia Sarah esperando una reacción por su parte ante la presencia de la joven acólito. Pero no hubo nada esta vez, sus ojos la miraron por un instante y esta volvió a girarse para no verla ni a ella ni a Jonathan como si intentase ignorar su existencia.
Aliviados por esto, y aunque todavía no demasiado seguros de cómo saldría todo más adelante, los cuatro decidieron continuar su camino hacia las puertas de la ciudad para salir de allí cuanto antes y Jessica pronto alejó la seriedad de su mirada ante la noticia de que su nueva amiga los acompañaría también. Sin embargo, lejos de caminar junto a esta como Álbert, la menor de los hermanos aceleró el paso para acompañar a Sarah y no dejarla sola mientras Jonathan cerraba el grupo unos metros más atrás observando con resignación como su esposa y Jess hablaban entre si. Esperando que, de alguna forma, esta pudiese arreglar el daño que él había causado.
La ciudad estaba tan muerta como el día que habían partido y la cuarentena seguía vigente, pero sabían que no les impedirían abandonarla ahora que los monjes estaban ocupados preparándose para usar el cristal y con la ayuda de Atasha salir de esta no les resultó en absoluto complicado. El carruaje en que la joven los había traído hasta la ciudad también estaba cerca de la entrada ayudando a transportar las provisiones que diariamente eran traídas a la ciudad desde el exterior del paso dónde el tren las dejaba cada noche y su chofer no puso el menor problema en llevarlos consigo.
Era un viaje largo hasta el otro extremo de Lutwiz y el carruaje estaba hecho solo para cuatro lo que no auguraba un trayecto demasiado cómodo, o al menos así parecía en un principio. En cuanto Jessica y Álbert pasaron al interior y se sentaron junto a Atasha y Sarah procurando evitar que estas se sentasen juntas para prevenir problemas, los ojos dorados de esta última observaron a la muchacha de ojos negros que la miraba aún con temor justo frente a ella y se desviaron al instante hacia la puerta que se cerró de golpe frente a Jonathan como si un golpe de viento acabase de sacudir todo el carruaje.
El joven se quedó mirándola un segundo visiblemente sorprendido, pero los dos rubíes que formaban sus ojos pronto se movieron de nuevo buscando esta vez los de su esposa y por un breve segundo ambas miradas se cruzaron antes de que ella girase la cabeza hacia el otro lado. Esto fue más que suficiente sin embargo, Jonathan comprendió el mensaje a la perfección y subió junto al cochero para no empeorar las cosas mientras intentaba pensar en qué hacer.
Había esperado ver odio en sus ojos, tal vez incluso rabia o desprecio, pero lo que había visto en ese breve instante era completamente distinto. Sus ojos antes brillantes como el oro no ardían como cuando había luchado en el templo, no, todo lo contrario, se habían oscurecido súbitamente hasta tomar el color del cobre y solo podía imaginar una emoción capaz de causar eso. Pero la idea de que ella sintiese tristeza por su causa lo aterraba aún más que su furia y a los pocos minutos de viaje fue incapaz ya de seguir sentado en su sitio.
Para sorpresa del propio conductor, Jonathan se puso en pie sobre el asiento y saltó sobre el techo del carruaje colocándose sobre este mientras los caballos avanzaban poco a poco por el estrecho paso de Lutwiz y su mente lo torturaba una y otra vez con la imagen de aquellos ojos sin que ni siquiera el viento que rugía en el cañón y lo golpeaba en la cara pudiese acallarla.
Así continuó durante varias horas, preguntándose a si mismo qué había hecho, ¿en qué se había equivocado?, ¿Por qué había ella reaccionado así?. De nuevo preguntas sin respuesta, de nuevo enigmas como los que aquella voz le proponía cada noche y se negaba a responderle, pero en los que esta vez no podía dejar de pensar pues Sarah no desaparecería con la mañana como “ella”.
Fue precisamente mientras pensaba en ella, en la voz que en ese momento podría haberlo ayudado susurrando de nuevo en el viento que lo rodeaba, cuando oyó como aquella brisa le traía un extraño sonido que jamás había oído hasta entonces. Era como un murmullo, un débil rumor que recorría las paredes del cañón desde la ciudad y se hacía más fuerte poco a poco hasta volverse cada vez más reconocible.
Jonathan se sorprendió al principio y su primera reacción fue mirar al cochero, pero pronto comprobó que este también parecía oírlo y su mente se relajó un poco consciente de que no se trataba de ella. Era una voz, si, pero mucho más grave y solemne que la dulce voz de sus sueños y parecía formar un extraño cántico cuyo sonido los rodeaba esparciéndose por el aire como si no tuviese límites. La voz cambiaba a cada momento tomando diferentes entonaciones, semejándose más a un coro de diferentes voces que tomasen parte escaladamente en el cántico. Y en realidad eso era.
Justo en el instante en que Jonathan caía en la cuenta de qué estaban escuchando y se giraba para pedirle al cochero que detuviese el carruaje, una cegadora luz blanca brotó a lo lejos entre la niebla y se elevó hacia el cielo en forma de columna abriendo un gran agujero en la cúpula de niebla.
Los caballos se encabritaron ante el súbito resplandor y la carroza entera se paró sacudida por su nerviosismo mientras sus ocupantes abrían las puertas y se apresuraban a bajar, tan sorprendidos como el propio Jonathan que se había tambaleado a causa del súbito parón y continuaba mirando hacia Tarsis con una rodilla y las manos apoyadas en el techo del carruaje.
-El cristal… -Murmuró Jonathan observando la luz con una mezcla de admiración y temor. –Así que ese es su poder.
Sus hermanos lo miraron un segundo al oír esto compartiendo sus mismos pensamientos y la propia Atasha pareció sorprenderse ante la enorme columna de luz que ahora veían en el horizonte, solo Sarah lo ignoró todo una vez más y continuó en el carruaje a la sombra de una de sus esquinas como tratando de evitar aquella luz que la había alumbrado durante tantos años y ahora detestaba.
La columna luminosa continuó fluyendo hacia el cielo durante unos segundos, centelleó disolviendo la niebla a su arreador y comenzó de pronto a dividirse. El rayo original se separó en cuatro delgados haces tan brillantes como su antecesor y estos descendieron hacia tierra como colosales árboles de luz blanca recién talados, cayendo en direcciones opuestas hasta formar una gran cruz que dividía la ciudad y las tierras circundantes en cuatro fragmentos atravesados por aquellos intensos rayos luminosos.
Los cuatro vieron como estos empezaban a girar lentamente, ganando velocidad poco a poco mientras atrapaban el cañón entre ellos y las brillantes estelas que dejaban tras de sí. La luz lo cubrió todo por un instante al alcanzarlos, brotando entre las paredes del cañón como un colosal espectro luminoso que lo envolvía todo y desapareciendo en el interior de la siguiente pared al continuar su recorrido.
Y entonces, justo cuando la luz de los cuatro haces tocó la estela de sus compañeros formando un gran círculo, esta estalló cegándolos aún más. El resplandor blanco nacido del cristal formó una colosal columna luminosa de varios kilómetros de radio que abarcaba toda la extensión de aquella circunferencia consumiendo la niebla en su interior hasta disiparla por completo y todo se volvió blanco por unos segundos mientras el viento levantado por aquel inmenso despliegue de energía mágica rugía en el cañón sacudiendo las ropas de los cinco jóvenes y agitando aún más a los caballos.
Jonathan tuvo incluso que sujetarse al borde del carruaje para evitar caerse y su primera reacción fue buscar a sus hermanos con la mirada, pero entonces algo más captó su atención en uno de los riscos del cañón. Había algo allí, una silueta oscura de pie al borde del precipicio entre ambas paredes de roca a cuyo alrededor giraba la luz apartándose antes de continuar su ascensión como si algo la dividiese en dos, algo que ya había visto antes y lo hizo darse cuenta al instante de qué se trataba.
Sin embargo, casi al mismo tiempo que él la miraba, aquella figura pareció percibir su presencia y se movió rápidamente hacia atrás desapareciendo de su vista tras unas rocas. Jonathan entrecerró los ojos al ver esto y lo buscó por un instante, ignorando por completo el hecho de que lo estaba mirando a través de aquella luz mientras sus hermanos apenas podían verse unos a otros, algo que no pasó en absoluto desapercibido para el mayor de estos.
Un solo vistazo al carruaje había bastado para que Álbert se diese cuenta de que había algo raro allí. La luz parecía más apagada, menos brillante que en el resto de aquella columna luminosa debido a una extraña aura negra que lo rodeaba. Algo no tan extraño teniendo en cuenta que un demonio viajaba en su interior y que atribuyó de inmediato a ella, aunque el hecho de que Jonathan no pareciese notarlo todavía lo desconcertaba..
-Ha sido increíble. –Dijo al fin Jessica rompiendo el silencio del cañón mientras la luz desaparecía lentamente a su alrededor. -¿Ese es el poder de los cristales?.
-Eso ha sido solo una muestra. –Respondió Atasha volviendo la mirada hacia los dos hermanos. –Nadie sabe ya como usar el poder de los cristales, el conocimiento para hacerlo se perdió hace siglos. Lo que hemos visto ha sido el poder de los monjes que quedan en Tarsis, pero aumentado por el del cristal.
-Y por lo visto ha dado resultado. –Concluyó Álbert todavía mirando en la dirección de la que habían venido, ahora totalmente despejada permitiendo ver a lo lejos el brillo inconfundible de los muros blancos y las torres de Tarsis. –La ciudad vuelve a estar despejada, espero que la gente se recupere.
-Yo también. –Afirmó Atasha esbozando una pequeña sonrisa.
-Seguro que lo harán. –Los animó Jessica mirándolos orgullosa. –Y todo gracias a nuestro trabajo. No nos ha ido nada mal para ser el primero.
-Eso es cierto. –Admitió Álbert sonriendo hacia su hermana. –Incluso con todos los problemas que han surgido por el camino reconozco que nos las hemos apañado bastante bien, nos hemos ganado ese dinero.
-No solo el dinero. –Matizó Atasha. –Si la gente de Tarsis supiese lo que habéis hecho también tendríais su respeto y su agradecimiento, pero…
-Eso no pasará. –Negó Jonathan desde lo alto del carruaje. –Y será mejor que nos marchemos cuanto antes, recordad que no somos precisamente bienvenidos en ese lugar.
Todos aceptaron las palabras de Jonathan conscientes de que él sabía más que ninguno de ellos el modo en que actuaban los monjes y decidieron regresar al carruaje como este había sugerido. Sarah seguía con la misma expresión seria y abatida de antes y ni siquiera el animo de Jessica por su inminente llegada a Ruran parecía servir para romper la tensión que se respiraba en aquel carruaje, pero al menos seguía con ellos y parecía ignorar a Atasha permitiéndoles disfrutar de un tranquilo viaje hasta el final de Lutwiz.
Una vez fuera del cañón el carruaje se detuvo junto al improvisado andén en el que se encontraba el tren y el cochero lo acercó con cuidado a este para recoger un nuevo cargamento que llevar a la ciudad mientras sus ocupantes bajaban al fin de este.
El revisor se mostró un tanto sorprendido al principio por la llegada de los cinco jóvenes y mostró algunas dudas a la hora de dejarlos subir temiendo todavía la cuarentena. Pero Atasha volvió a resultar útil de nuevo y su sola presencia bastó para que aquel hombre los dejase entrar sin reservas en cuando vio su ropa al tomarla todavía por uno de los monjes. La influencia de la congregación parecía ser tan grande en Acares como Jonathan había dicho y nadie estaba dispuesto a cuestionar las acciones de uno de sus miembros aunque este fuese un simple acólito.
Ya dentro, el grupo comprobó que todos los vagones parecían estar vacíos y se repartieron en uno sentándose esta vez de forma muy distinta. Lejos de quedarse con ellos como había hecho en el carruaje, Sarah se alejó esta vez del grupo sentándose junto a una de las ventanillas en el lado opuesto del vagón y Jonathan acabó junto a su hermana, justo en frente de Álbert y Atasha.
Todos seguían tan callados como cuando habían salido de Tarsis, tal vez un poco más relajados si cabe ahora que Atasha y Sarah estaban más separadas, pero la seriedad de sus rostros seguía haciendo más que patente el estado de ánimo de todo el grupo y nadie dijo nada por un buen rato. Solo al cabo de casi una hora, cuando el tren terminó de descargar su mercancía y el vagón se sacudió ligeramente con el tirón de su locomotora al iniciar la marcha uno de ellos se decidió de nuevo a romper aquella tensión.
-Alguien tendrá que ser el primero en decir algo. –Dijo mirándolos a todos, en especial a Jonathan cuyos ojos los ignoraban por completo en aquel instante y solo miraban a su esposa. –Vamos, las cosas no han salido tan mal, al fin y al cabo todos estamos bien.
-Unos mejor que otros. –Replicó Álbert dirigiendo una rápida mirada hacia Sarah mientras los ojos de Jonathan se entrecerraban cambiando por un instante su enfoque hacia él, más que consciente del significado de aquellas palabras. –Pero tienes razón, ahogarnos en algo que ya ha sucedido es una estupidez.
-Eso está mejor. –Se animó Jessica. –Ahora qué tal si dejáis esas caras largas y animáis un poco a estas dos, no creo que ninguno pueda quejarse, venís solos y volvéis con dos chicas preciosas a casa.
-Ni se te ocurra. –Replicó al instante Álbert señalando a Jessica con la mano. -¿Entiendes?, No quiero ni que se te pase por la cabeza.
-No te preocupes. –Lo tranquilizó su hermana, aunque la burlona sonrisa en su rostro negaba por completo sus palabras. –Todavía no te ha llegado el turno.
-Jess, te conozco. No…
-Entonces ya deberías saber que es inútil que te esfuerces. –Lo interrumpió Jessica sin dejar de sonreír.
-Por desgracia…
Las palabras de Álbert consiguieron el efecto que Jessica había esperado. Nada más oír esto, Jonathan esbozó una pequeña sonrisa comprendiendo lo que estos habían querido decir y se giró hacia ellos mientras Atasha los miraba a todos un tanto desconcertada. Ella no había entendido nada, pero el ánimo de los hermanos se había relajado notablemente con las bromas de la menor de estos y la sonrisa de Jessica se acentuó aún más al comprobarlo.
-¿Qué tal si ahora comprobamos cuanto nos toca a cada uno?. –Continuó Jessica dispuesta a no dejarlos pensar en nada más que pudiese estropearlo todo de nuevo. –Después de todo es nuestro primer pago y hay un montón de cosas que necesitaremos comprar al llegar a casa.
-Eso será fácil. –Dijo Álbert sacando la bolsa del dinero y dejándola sobre la mochila del grupo que descansaba entre sus piernas y las de su hermano. –Nos han pagado cuatro mil monedas por el trabajo así que solo tenemos que dividirlo en cinco partes. Serán unas ochocientas para cada uno, un poquito menos ahora que hemos gastado ya algo en el tren.
-¿Cinco?. –Se sorprendió Atasha mientras observaba a Álbert pasando las monedas de una bolsa a otra. –Yo no puedo aceptar eso, vosotros ya me estáis ayudando mucho al dejarme acompañaros como para qué…
-¿Quieres ser una carga?. –La interrumpió de pronto Álbert deteniéndose un instante.
-¡No!. –Negó inmediatamente Atasha sacudiendo la cabeza.
-Entonces acepta tu parte en el trabajo. –Continuó Álbert volviendo a su tarea al tiempo que le dirigía una amistosa mirada a la joven. –No sé que planes tienes ni qué piensas hacer, pero si vienes con nosotros tendrás que trabajar como los demás para mantenerte. Eso es lo que has hecho esta vez y por eso te has ganado este dinero, no es ningún favor que nosotros te estemos haciendo. Solo acéptalo como la parte que te corresponde, tanto tú como Sarah habéis ayudado a que ahora estemos aquí a salvo y ninguna tiene que dar las gracias por tomar lo que le pertenece.
-Pero si por los problemas que os he causado. –Respondió Atasha al tiempo que esbozaba una pequeña sonrisa y los miraba a los tres. –Si creéis que os puedo ser de ayuda en algo me encantará poder trabajar con vosotros, pero si solo voy a causaros más problemas… -al decir esto, Atasha no pudo evitar dirigir una rápida mirada a Sarah y su voz tembló ligeramente. -…si es así me iré.
-Tranquila, eso no es cosa tuya. –Le sonrió Álbert al tiempo que le alargaba la primera bolsa de monedas que había llenado. –No te corresponde a ti arreglar lo que ha pasado. Y te aseguro que serás una ayuda excelente, sin tu magia ahora mismo tendría un brazo entablillado.
Atasha sonrió de nuevo al oír esto y cogió la bolsa agradeciendo silenciosamente sus palabras con una mirada carente por completo de la timidez que la caracterizaba, atreviéndose a mirarlos a todos a los ojos por un instante antes de recuperar su actitud de costumbre y volver a bajar la mirada.
El único que pareció no darse cuenta de esto fue Jonathan. Mientras su hermana miraba con una sonrisa a su nueva amiga y Álbert continuaba el recuento de las monedas este seguía mirando a Sarah a través del pasillo que los separaba, pero ella parecía ignorarle todavía por completo. Sus ojos estaban fijos en la ventanilla del vagón y su expresión no había cambiado en absoluto, algo que se hacía cada vez más insoportable para él.
Sin embargo, justo cuando el silencio volvía a hacer mella en el grupo, Jessica notó algo en su espalda al recostarse en su asiento un tanto cansada ya de tanto ajetreo y se puso derecha al instante mientras buscaba con su mano entre su ropa recordando lo que había guardado allí.
-Se me había olvidado por completo. –Dijo con voz juguetona y curiosa mientras sacaba de debajo de su túnica el viejo libro que le habían entregado sus hermanos en el templo. -¿Qué es esto?. Parecíais muy interesados en que lo escondiese.
-El libro del mago. –Murmuró Álbert nada más verlo. –No tengo ni idea, pero si estaba en manos de un mago negro seguramente será bastante valioso. Dudo que a Lardis le hubiese hecho gracia que nos lo quedásemos.
-¿Valioso?.
En absoluto convencida por la afirmación de su hermano, Jessica sacudió el polvo del libro con una mano para verlo mejor y limpió su tapa superior con un pañuelo al tiempo que lo acercaba a la ventana dejando que todos lo vieran. La cubierta era de color ocre, tal vez roja en otro tiempo y con las esquinas reforzadas por bordes metálicos. Otrora estos habían sido sin duda dorados, pero ahora carecían por completo del brillo de aquel metal precioso y lo único destacable eran los dos grabados en su centro: dos pares de alas de dragón totalmente abiertas y opuestas horizontalmente entre si, como si una fuese el reflejo de la otra en un estanque imaginario. Pero estaba claro que no era así, una de ellas brillaba como la plata a pesar de los años y la otra oscurecía su reflejo con su silueta totalmente negra.
-¿Conocéis ese símbolo?. –Preguntó Jessica con curiosidad. –Es la primera vez que lo veo.
Atasha negó con la cabeza tan sorprendida como ella y Jonathan apenas dedicó un segundo a mirarlo antes de volver a girar la cabeza negando igualmente. Álbert, sin embargo, lo miró un poco más y decidió cogerlo para tratar de averiguar algo más de aquello.
-Parece el símbolo de Árunor, lo he visto en la biblioteca del orfanato en algunos manuscritos de antes de la guerra. –Dijo pasando las manos sobre los grabados. –Pero hay algo raro, solo debería haber un par de alas negras, no sé lo que significa el resto.
-¿Por qué no lo abres?. –Sugirió Jessica impaciente. –Así sabremos de una vez qué es.
-No creo que sea tan fácil. –Respondió su hermano no demasiado convencido. -Pero podemos probar supongo.
Dicho esto, Álbert abrió el libro por su primera página y ojeó la escritura un instante sacudiendo la cabeza con resignación mientras comenzaba a pasar páginas una tras otra y sus dedos buscaban algo en la parte superior de esta para guiar a sus ojos.
-Era de esperar en un libro tan viejo. –Dijo finalmente levantando la mirada hacia sus compañeros. –Está escrito en el idioma del imperio, aquel mago seguramente se educó en su escuela antes de que lo contratasen o lo capturasen los monjes.
–Es una pena. -Suspiró decepcionada Atasha, algo que los sorprendió un tanto a ambos. –Ese libro podría ayudarnos a saber mejor que pasó en el templo cuando sellaron el cristal, me gustaría saber hasta donde llegaron realmente los monjes para protejerlo. Pero no me parece muy prudente que llevemos un libro de un mago negro a algún traductor, podría traernos problemas.
-No será necesario. –Señaló Álbert sonriendo con cierto orgullo. –Yo puedo traducirlo, llevará algo de tiempo con el estado en que están las páginas y la forma en que escribía este mago, pero se puede hacer.
-¡Estupendo!. –Se alegró Jessica mirando a su hermano. –Parece que por fin todas esas horas estudiando van a servirte de algo. ¿Ves como tener que esperarme esos dos años en el orfanato no era tan malo?.
-Me gustaría verte a ti dos años enteros sin nada más que hacer que leer libros y más libros. –Replicó con cierto sarcasmo Álbert. –Dudo que la biblioteca o los maestros lo hubiesen aguantado más de dos semanas.
Jessica le dirigió inmediatamente una desagradable mirada a su hermano por aquel comentario y la propia Atasha ahogó una pequeña risilla al ver sus reacciones justo antes de que esta encontrase algo con que replicar. Sin embargo, antes de que Jessica pudiese decir nada, Jonathan se levantó de golpe sin decir una palabra y se alejó por el pasillo desapareciendo tras la puerta del vagón.
Al ver esto los tres se miraron un momento visiblemente sorprendidos sin comprender en absoluto aquello. Hasta que, al cabo de un rato, Atasha reaccionó tratando de levantarse, pero esta no llegaría a hacerlo. Antes de que pudiese apartarse de su asiento la mano de Álbert la sujetó por el hombro forzándola a quedarse sentada y esta lo miró un tanto desconcertada.
-No lo empeores aún más. –Dijo Álbert sacudiendo la cabeza.
Atasha comprendió lo que este quería decir y bajó la mirada resignada mientras Álbert giraba la cabeza hacia su hermana para decirle también algo, aunque en su caso ya no era necesario. Antes de que su hermano mayor lo sugiriese siquiera, Jessica se puso en pie por iniciativa propia y se alejó de los dos en la misma dirección que Jonathan usando los asientos como apoyo mientras avanzaba por el pasillo tratando da mantener el equilibrio entre las sacudidas del vagón.
Conocía a su hermano y sabía que no estaría lejos, en realidad casi podía apostar donde estaría y cuando al fin llegó allí no se sorprendió en absoluto al verle. Estaba de pie en el pequeño espacio vacío entre los vagones, con la mirada perdida en el cielo y la espalda apoyada en la pared del vagón mientras parte de sus cabellos se agitaba junto a su gabardina a causa del viento que la velocidad del tren levantaba al avanzar hacia Ruran.
-Aquí estás. –Exclamó Jess con su sonrisa de costumbre, pero mirándolo fijamente para dejar clara la seriedad de sus palabras. -¿Se puede saber qué haces aquí?. Huir no arreglará tus problemas y lo sabes.
-Ella nunca ha visto nada de esto. –Respondió Jonathan ignorando aparentemente sus palabras, sin apartar todavía su mirada del cielo. –Las colinas… los bosques…, todo este paisaje es completamente nuevo para ella. Pero esta vez no sonríe, cada vez que la miro espero ver la sonrisa de la niña que veía en el bosque o cuando llegamos a Tarsis, ni siquiera la niebla o la cuarentena fueron capaces de apagarla cuando vio por primera vez la ciudad. Pero lo único que veo es tristeza en sus ojos… y sé perfectamente cual es la causa.
-Te hace daño. –Comprendió Jessica dejando de sonreír al instante pero en absoluto triste. –Te duele verla así, ¿Verdad?.
-Es por mi culpa. –Asintió Jonathan girando al fin la cabeza hacia su hermana y separándose de la pared del vagón. -Creí que ella no sentía nada y no podía hacerle daño… y ahora no puedo soportar verla así.
Jessica sonrió de nuevo al oír esto y miró a los ojos a su hermano durante unos segundos como intentando ver algo en ellos. Fuese lo que fuese, pareció encontrarlo tal y como ella esperaba y su sonrisa se acentuó al instante haciendo que esta le diese un súbito abrazo a Jonathan que la miró bastante desconcertado durante unos segundos antes de decidirse a devolvérselo.
-¿Jess?. –Preguntó sorprendido.
-Estúpido. –Se burló ella separándose ligeramente de él y mirándolo a los ojos de nuevo. –Me habías preocupado, ¿Sabes?. Creí que te habíamos perdido para siempre.
-¿Jessica qué estás diciendo?. –Insistió Jonathan todavía con su hermana entre sus brazos.
-Creí que ella no te preocupaba. –Explicó Jessica sonriendo. -Después de lo de Atasha y de todo lo demás empecé a pensar que ya no eras el mismo y cuando te vi hacer eso me asusté, creí que nuestro Jonathan se había perdido en Lusus y ya nunca volvería.
-Claro que me preocupa. –Afirmó Jonathan. –Ahora es parte de nuestra familia como tú o como Álbert. Pero no sabía que hacer, no esperaba que ella…
-¿Se preocupase también por ti?. –Completó Jessica soltándole.
-Si. –Asintió Jonathan bajando la mirada. –Creí que era solo un capricho para ella, jamás imaginé que realmente fuese importante para una criatura con su poder.
-Su poder no significa nada, Sarah no es ningún monstruo como los otros demonios de que nos hablaban en el orfanato y tú ya deberías haberte dado cuenta. Ahora sabes que le importas. –Continuó Jessica con calma, visiblemente más animada que antes. -¿Qué piensas hacer?.
-No lo sé. –Respondió Jonathan sacudiendo la cabeza. –No consigo comprenderla, no sé que es lo que quiere.
-Te quiere a ti. –Dijo con tranquilidad su hermana, ganándose una mirada aún más extraña de Jonathan. –Creo que eso está bastante claro. Sino habría escogido a Álbert o a una de nosotras para que le enseñasen como es la vida fuera de esa cueva.
-¿Y qué significa eso para ella?. –Volvió a preguntar Jonathan. –Tal vez sea mi esposa, pero te recuerdo que para ella eso es solo una palabra más que no comprende.
-Antes de responder a eso creo que deberías preguntarte qué es lo que tú quieres que signifique. –Explicó Jessica. –Ella aprenderá su significado, yo misma me ocuparé de eso, y luego podrá decidir si es eso lo que quiere o no… si no lo ha hecho ya. Pero tú si sabes lo que has prometido, tú puedes decidir ahora antes de que todo se complique aún más.
-Tenía una buena razón para hacer eso. –Respondió Jonathan todavía visiblemente confuso. –Y por desgracia no tiene nada que ver con lo que realmente significaba esa promesa.
-Está bien, te lo pondré más fácil. –Se desesperó Jessica comprobando que su hermano era tan hábil como de costumbre dando respuestas esquivas a aquellas preguntas que no quería responder con claridad. -¿Te gusta Sarah?. Y no intentes mentirme, vi como la mirabais cuando se transformó por primera vez.
-Entonces para qué preguntas. Claro que sí. –Admitió Jonathan empezando a comprender a donde quería llegar su hermana. –Dudo que alguna mujer en toda Linnea pueda competir con ella en belleza, es simplemente preciosa. Pero sabes que eso no basta.
-Solo sé que ella te escogió a ti, sea por el motivo que sea, que a ti te gusta y que ahora mismo los dos estáis hechos polvo por haberos echo daño el uno al otro. –Sonrió su hermana. –Eso sí significa algo para mí, pero tu pareces negarte a verlo.
-¿Y qué quieres que haga?. –Dijo Jonathan ya un tanto cansado de aquella discusión que sabía no podía ganar. –¿Qué valla y le de un beso, un abrazo y la trate como cualquier otro trataría a su esposa?. Ni siquiera sé si ella quiere eso.
-Hacer eso sería una estupidez. –Señaló Jessica sonriendo burlonamente. –Pero me alegra que admitas que tú si lo quieres.
-No he dicho eso. –Replicó al instante Jonathan. –Jess, no intentes dar la vuelta a mis palabras, te conozco y sé lo bien que se te da eso.
-Como quieras, puedes seguir haciendo el imbécil un poco más si quieres, de todas formas todavía tengo que enseñarle a ella muchas cosas. –Dijo Jessica con una calma más que sospechosa. –Pero si quieres un consejo, olvida que estáis casados por un momento y empieza desde cero. Eso es lo que ella se merece, y creo que también lo que tu quieres.
-¿Estás sugiriendo que la trate como si no hubiese pasado nada?.
-No. –Negó Jessica abriendo la puerta para volver dentro. –Pero sí que la trates como tendrías que haberlo echo si quisieras que esa promesa sucediese de verdad y por los motivos por los que realmente debería haber tenido lugar. Recuerda que te conozco Jonathan a mi no puedes engañarme tan fácilmente como á Álbert, olvida tu miedo y haz lo que realmente quieres, no lo que debes.
-Eso no es tan fácil cuando no sabes lo que ella quiere.
-A eso nos enfrentamos todos antes o después, no pienses que por estar ya casados tú vas a tener la suerte de saltarte esa parte. –Aclaro Jess con una sonrisa burlona. –Y procura no olvidar una cosa, Sarah no entiende lo que significan muchas cosas pero si puede sentirlas aunque no sepa como llamarlas, nunca olvides eso.
Dicho esto, Jessica le dirigió una última sonrisa y volvió al interior del tren dejándolo solo por un instante. Todo aquello no había ayudado en absoluto a aclarar su mente, al contrario, ahora estaba si cabe más confundido que antes y los consejos de su hermana empezaban incluso a parecer razonables. Algo que lo asustaba bastante a decir verdad.
“Volver a empezar”… sí, tal vez eso funcionase como ella decía y lo ayudase a comprender qué sentía realmente o qué sentía ella, después de todo ambos estaban demasiado abatidos por lo que había sucedido como para seguir aparentando que no le importaba. Pero cómo… en ese sentido estaba tan perdido como la propia Atasha lo habría estado sin la ayuda de Jess o la suya para cumplir sus órdenes y lo único que pudo hacer por el momento fue entrar en el vagón para encontrarse de nuevo con ellos.
Todos seguían en su sitio como cuando se había ido y la mirada de Sarah no había cambiado en absoluto: triste, abatida, perdida a lo lejos en un paisaje que no conocía y ya no parecía importarle. Algo que definitivamente no podía seguir soportando y lo ayudó a decidirse por el momento
Lejos de volver junto a sus hermanos Jonathan se detuvo esta vez al otro lado del pasillo y se sentó al lado de Sarah. La joven no reaccionó en absoluto, cómo si ni siquiera lo hubiese visto, pero él sabía que no era así y no pensaba dejarla seguir ignorándole por más tiempo.
-¿Hasta cuando piensas seguir así?. –Preguntó mirándola fijamente, buscando sus ojos tras las sedas rojizas de sus cabellos que cubrían parte de su cara. –Si vienes con nosotros tendrás que hablarme antes o después, sino ya te habrías ido por tu cuenta.
-¿A dónde?. –Respondió secamente Sarah sin moverse en absoluto, hablándole al fin pero con una voz tan triste que este habría preferido no tener que oírla. –No conozco este mundo ni sé que hacer en él. Ahora que ya no tengo el cristal solo me queda una cosa a la que aferrarme… y tú has estado a punto de obligarme a destruirla.
-¿De qué estas hablando?. –Se sorprendió Jonathan. –¿Qué es eso tan importante?.
El propio Jonathan comprendió su error nada más hacer aquella pregunta. Su corazón se estremeció en su pecho como si una aguja se hubiese clavado de pronto en él y su mente respondió ella misma a la pregunta antes de que la propia Sarah lo hiciese. Pero demasiado tarde ya para corregirse.
-Tú. –Respondió ella girándose al fin hacia él, dejando que sus cabellos se apartasen por un momento de su cara y sus ojos dorados mirasen a los rubíes que formaban los de su esposo. –Olvidaste nuestra promesa solo para protegerla. No sé que significa pero sí sé que es muy importante, tu mismo me lo dijiste. ¿Por qué entonces la rompes por ella?.
-Sarah… -La voz del propio Jonathan tembló al pronunciar su nombre en aquel instante, confundido tanto por los sentimientos de aquella criatura como por el caos que se apoderaba de su mente cada vez que hablaba con ella. –Jamás pretendí romper esa promesa. No quería que cometieses un error mientras estabas furiosa, eso es todo. Sabía que tu rayo no me afectaría tanto como a ella y por eso la protegí, pero te aseguro que nunca tuve intención de dejar que tú me matases. No os haría eso ni a ti ni a mis hermanos.
-¿Por qué?. –Insistió Sarah. –Es uno de ellos y vosotros sabéis perfectamente lo que me hicieron, pero aún así la habéis traído con nosotros. ¿Tan importante es para ti como para obligarme a aceptarla?.
-La protegí precisamente porque no es como ellos. –Aclaró Jonathan notando cierto rencor en la voz de Sarah, como si no fuese solo aquel rayo lo que la había molestado. -Sé que lo que te han hecho es horrible y que no puedo ni imaginar lo que has debido pasar, pero no por eso puedo olvidar que ella nos ayudó aún cuando eso iba en contra de sus órdenes. Necesita ayuda, como tú, y nos gustaría dársela.
-Yo no os lo impediré. -Respondió Sarah dirigiendo una rápida mirada hacia Atasha antes de volver a mirarle a él. –Pero no quiero que vuelvan a quitarme todo lo que tengo. Si se convierte en una amenaza para mí de alguna forma me defenderé, digas lo que digas. Y la próxima vez no cometeré el mismo error, recuerda que si no me queda nada… ya no tendré nada que perder.
-Ella no es ninguna amenaza. –Sonrió Jonathan tomando aquellas palabras como un “está bien” por parte de su esposa. –Tu misma has dicho que solo hay una cosa que puedan quitarte esta vez, y esa ya te pertenece a ti.
-Las promesas pueden romperse. –Dudó Sarah. -Eso es algo que hasta yo sé.
-Esta no. –Negó Jonathan con la cabeza. –A menos que tú lo quieras así.
-¿Por qué iba a hacerlo?. –Preguntó Sarah más con curiosidad ya que con tristeza, recuperando poco a poco el brillo dorado de sus ojos. –Fui yo quien te eligió a ti, no tengo ninguna razón para romper ahora lo que yo misma he pedido.
-Entonces no tienes de que preocuparte. –Sonrió Jonathan de nuevo, sintiéndose extrañamente aliviado solo con ver el cambio en sus ojos. –Porque yo tampoco pienso hacerlo.
-¿Por qué te comportas entonces como si no te importase?. –Preguntó volviendo a sorprenderlo. –Yo no sé que significa ni qué debería hacer. –Admitió. –Pero tú sí, en cambio me tratas aún peor que a ella. ¿Es así como debería ser?.
-¿Peor que a ella?. –Jonathan no comprendía en absoluto estas palabras y sus ojos vacilaron un instante tratando de sostener la mirada de Sarah, consciente más que nunca de lo adulta que era. -¿Qué quieres decir?.
-Jessica me explicó lo que debería haber pasado cuando terminó la boda. –Continuó ella con voz seria y en parte todavía triste. –Me dijo que era normal que no fuese así porque yo no sabía nada todavía. Pero con ella no parece importarte aún cuando tu promesa es conmigo.
Jonathan tardó un momento en comprender el significado de todo aquello, pero cuando al fin lo hizo su mente comprendió de golpe que no todo era tan sencillo como él mismo había pensado y su corazón se estremeció una vez más por algún motivo.
-El lago. –Comprendió Jonathan mirándola con sorpresa. –Viste lo que sucedió allí y reaccionaste así contra Atasha por eso, ¿porque estabas celosa?.
-¿Celosa?. –La mirada de Sarah cambió de pronto una vez más volviendo a semejarse a la de una niña, recuperando aquella inocencia y curiosidad que tanto había echado de menos desde su partida de Tarsis. –Yo no sé que significa eso.
-Qué no solo la odiabas por ser uno de ellos. –Trató de explicar Jonathan mirando con una sonrisa la expresión de niña de su esposa. –¿Verdad?. No solo la atacaste por eso, también por que creías que quería quitarte algo que considerabas tuyo.
-¿Y no lo es?. –Volvió a preguntar ella. -¿No tengo derecho a sentirme así?.
-Sí. –Asintió Jonathan. –Pero no tienes que preocuparte, aquello fue solo un juego al que ella había intentado jugar sin darse cuenta de que yo ya lo sabía, por eso no me importó lo que hizo. Pero tú…
-Yo soy distinta, lo sé. –Pareció comprender Sarah interrumpiendo su frase. –No soy como vosotros, soy un demonio.
-No. –Negó Jonathan con una nueva sonrisa. –Eso no tiene nada que ver. Lo que te hace distinta es que tú no eres ningún juego, es algo muy serio y me asusta lo que podría pasar si cometo un error.
-¿Te doy miedo?.
-No de la forma que tú crees. –Aclaró este. –Tus poderes no me asustan, es algo muy distinto. Y me temo que ni yo mismo lo entiendo del todo todavía, no puedo explicártelo.
-¿Cambiaría algo el que yo supiese lo que debería haber pasado entre nosotros?. –Preguntó de nuevo Sarah recuperando por un breve instante la mirada adulta de hacía unos minutos. -¿Dejaría de asustarte entonces?.
-Algún día lo sabrás. –Sonrió Jonathan confundiéndola de nuevo. –Entonces podrás decidir que quieres realmente y sabremos si debería o no asustarme. No es lo que tú sepas o ignores lo que me preocupa, es lo que decidas cuando al fin lo sepas.
-Yo ya sé lo que quiero. –Afirmó Sarah mirándolo fijamente. –Tú eres el que no parece tenerlo claro.
-Tal vez. –Reconoció Jonathan. –Pero es todo lo que puedo hacer por ahora. Lo mejor será dejar que el tiempo decida por nosotros y esperar a que tú tengas claras muchas más cosas. Hasta entonces, creo que seguiré el consejo de Jessica.
-¿Qué consejo es ese?.
La voz de Sarah ya no parecía triste ni decaída, simplemente curiosa como de costumbre y Jonathan esbozó una nueva sonrisa al mirarla, observando con alivio el centelleo de sus ojos dorados.
-Empezar desde el principio, como todos. –Al tiempo que decía esto, Jonathan extendió su mano hacia Sarah y esta lo miró un tanto desconcertada. –Cómo amigos.
Sarah lo miró durante un instante tratando de dar sentido a sus palabras y por un momento levantó una de sus manos para aceptar la suya, pero entonces algo la hizo detenerse y Jonathan pudo ver un débil brillo en sus ojos mientras estos se desviaban de nuevo hacia Atasha.
-¿Ella también es vuestra amiga?. –Preguntó con voz extraña, no enfadada ni seria, solo curiosa y a la vez pensativa, como si estuviese dándole vueltas a alguna idea.
-Eso creo. –Asintió Jonathan creyendo comprender lo que esta intentaba entender con aquellas preguntas. –Y espero que las dos acabéis siéndolo también.
Sarah no pareció escuchar ya sus últimas palabras. En cuanto obtuvo su respuesta su mente tuvo claro lo que quería hacer y su cuerpo reaccionó en consecuencia moviéndose hacia Jonathan. El joven apenas se movió, dejó que esta se acercase a él pegando por completo su cuerpo al suyo y notó el roce de su mejilla junto a la suya mientras los brazos de su esposa se deslizaban bajo su gabardina y lo rodeaban abrazándolo suavemente, envolviéndolo en el dulce aroma que brotaba de sus cabellos mientras el calor de su cuerpo se mezclaba con el suyo a través de la finísima tela de su vestido.
-¿Es esto lo que debería hacer como amiga?. –Preguntó susurrando las palabras junto a su oído, ignorando por completo las sorprendidas miradas de Álbert y Atasha y la sonrisa de Jessica.
-No.
La negativa de Jonathan la hizo dudar y este notó como su cuerpo se despegaba del suyo, pero él mismo la detuvo al instante. Sus brazos la rodearon tal y como ella había hecho con él y la estrecharon suavemente contra su pecho mientras sus manos se deslizaban entre las sedas rojas y plateadas de su pelo, tocando apenas su espalda como si temiese que su delicada cintura se partiese entre sus manos si apretaba demasiado.
-Pero si es lo que tú quieres… -Continuó. –Es lo que haría una esposa.
-¿Qué hay de lo que tu quieres?. –Susurró ella.
-Si no lo quisiera no te estaría abrazando también. –Respondió él de nuevo.
Sarah se conformó con esto. Su cuerpo se relajó de nuevo al oír estas palabras dejándose sostener por él y cerró los ojos un instante satisfecha por lo que este acababa de decir. Antes, sin embargo, su mirada se habían clavado por un breve segundo en uno de sus compañeros de viaje y el débil destello que este había podido ver en aquellos ojos todavía hacía que Atasha se estremeciese en su asiento junto a Álbert, sin estar siquiera segura de si era aquel abrazo o solo la mirada de la criatura lo que la preocupaba realmente.
De esta forma continuaron el viaje en aquel tren, abrazados por primera vez como la pareja que en teoría eran y sin que ninguno de los dos pareciese querer soltar al otro. Pero a diferencia de la lentitud con la que habían pasado aquellas horas de tensión de la mañana, las últimas habían parecido apenas minutos para el grupo y el pequeño tirón del tren al detenerse por completo junto al andén pronto los hizo darse cuenta de que habían llegado a su destino.
Jonathan la soltó al fin entonces, con más desgana de la que él mismo había imaginado como si sus propios brazos no quisiesen perder el contacto de su cuerpo, pero consciente de que no había elección. Sarah pareció entenderlo también y se separó de el lentamente dejando que sus cabellos se deslizasen alrededor de sus manos y sus ojos se mezclasen con los suyos por un momento una vez más.
-¡Vamos parejita!. –Bromeó una voz tan familiar ahora ya para Sarah como para Jonathan. –Ya habéis tenido tiempo para eso, ahora tenemos que bajar y hacer algunas compras.
Los dos sonrieron al oír a Jessica y Jonathan fue el primero en ponerse en pie ofreciendo su mano a Sarah para ayudarla a levantarse, aunque esta la ignoró por completo poniéndose de pie por si misma y Jessica no pudo evitar reírse al ver esto. Consciente de que no lo había hecho por desprecio como podría pensarse de cualquier otro, sino simplemente porque podía levantarse perfectamente ella sola y eso le resultaba más natural.
-Creo que tengo más cosas que enseñarte de las que pensaba. –Se burló Jessica mirando con alegría a todo el grupo, aliviada al ver que solo Atasha parecía todavía un poco nerviosa. –Vamos, ahora ponte eso y salgamos fuera de una vez.
El rostro de Sarah mostró al instante la misma desilusión de la última vez al comprender lo que aquellas palabras significaban y miró por un momento a Jessica esperando que esta no insistiese, pero su mirada pronto la convenció de que no sería así y volvió su atención hacia Jonathan una vez más extendiendo ambas manos hacia él como esperando algo.
Al ver esto, Jonathan también comprendió las palabras de su hermana y se quitó una vez más la gabardina para que su esposa pudiese ponérsela. Hecho esto, Jessica empujó a Atasha delante de ella para hacerla salir cuanto antes y sus hermanos la siguieron unos pasos más atrás junto a Sarah, seguros de que sí no lo hacían ella misma volvería a buscarlos y los arrastraría fuera.
Ruran era muy distinta a Tarsis o Tírem. Era una ciudad joven que no conocía la guerra y tanto su tamaño como la forma en que había sido construida reflejaban esto perfectamente. No había murallas, fosos ni nada que rodease la ciudad como sucedía con la mayoría, las casas simplemente se alzaban unas junto a otras en medio de lo que antes debía haber sido una pequeña planicie entre dos colinas agrupándose para formar las calles de la ciudad. Eran construcciones pequeñas, muy similares a las que formaban los barrios más pobres de Tírem, y parecían haberse levantado en forma de elipse alrededor de un gran espacio vacío en el que podían verse numerosas lonas de distintos colores que dejaban claro el propósito de aquel lugar.
Ruran era una ciudad de paso, un simple trámite para los viajeros que iban y venían de Tarsis, y como tal su principal fuente de ingresos era el mercado de la ciudad. Los tenderetes eran visibles incluso desde la estación, una simple cabaña de madera construida junto al andén a unos trescientos metros de las primeras casas, y las voces de los vendedores llegaban hasta los viajeros traídas por la brisa tratando de atraer la atención de futuros compradores.
-Ahí la tienes. –Dijo Jonathan deteniéndose al borde del andén junto a Sarah. –Eso es una ciudad.
-Hay mucha gente. –Respondió ella observándolo todo con su mirada de niña, con la curiosidad infantil que volvía a reinar en sus ojos tranquilizando al fin el corazón de Jonathan mientras volaba entre la multitud de personas y carros que entraban y salían de la ciudad. -No se parece en nada a la otra.
-Ya te dije que Tarsis estaba en cuarentena. –Explicó Jonathan sonriendo. –Esta es solo una pequeña ciudad de paso, en cuanto se recupere por completo la gente que ves aquí no será ni una décima parte de la que habrías visto en Tarsis.
-Es… extraño. Nunca había visto tanta gente junta. –Continuó ella siguiendo con la mirada un grupo de viajeros que se adentraban en la ciudad. –Estoy impaciente por entrar y ver como es.
-No tendrás que esperar mucho. –Afirmó Jessica colocándose también a su lado. -Ahora que tenemos dinero hay un par de cosas que me gustaría comprar, y todavía tenemos que buscarte algo de ropa para ti.
-Antes será mejor que saquemos los billetes para Tírem. –Advirtió Álbert. –Así sabremos de cuanto tiempo disponemos.
Casi al mismo tiempo que terminaba esta frase, Álbert se separó del grupo dirigiéndose hacia una pequeña ventana abierta en la pared de madera de la estación y se detuvo frente a esta para hablar con el encargado. Tírem no era un destino demasiado común en aquella zona, en realidad podría decirse que no era un destino frecuente en ninguna parte, pero aún así no esperaban tener problemas para conseguir un billete ese día.
Sin embargo, tras ver como el encargado de la estación negaba varias veces con la cabeza mientras hablaba con Álbert y como este último fruncía el ceño se dieron cuenta de que no todo sería tan sencillo y las noticias que este traería ya no les sorprenderían demasiado.
-Parece que vamos a quedarnos aquí más de lo que pensábamos. –Dijo con resignación. –No hay un solo billete a la venta hacia Nilith, todo está ya ocupado.
-¿Todos los trenes?. –Se sorprendió Jessica. –Eso es imposible.
-Díselo al revisor. –Replicó Álbert encogiéndose de hombros. –Parece que hay un montón de gente interesada en ir a Ramat antes de que los soldados empiecen a restringir el acceso. Y ahora que los príncipes ya están allí no creo que tarden en empezar a revisar cada tren que entra o sale de la ciudad.
-La boda… -Comprendió Jonathan recordando los rumores que había oído en Lusus. –Lo había olvidado por completo, debería ser pronto según se rumoreaba en mi orfanato.
-Si todo va bien así es, aunque todavía no han puesto una fecha fija para evitar problemas. –Explicó Álbert. –Y hacen bien, yo tampoco estaría tranquilo teniendo bajo mi custodia a esos dos.
-¿Por qué?. –Preguntó esta vez Sarah un tanto desconcertada. -¿Tan peligrosos son?.
-En absoluto, en realidad no creo que los dos sean más que marionetas en todo esto. –Aclaró Álbert. –Ni nuestro príncipe ni la princesa de Narmaz tienen la madurez suficiente para tomar una decisión así, ella es incluso más joven que Jessica.
-¡Oye!. –Protestó Jessica tomando aquello como una indirecta.
-Pero hay mucha gente interesada en que esa boda tenga lugar para que los reinos se unan en uno. –Continuó Álbert ignorando con una burlona sonrisa a su hermana. –Y por desgracia también hay mucha que no quiere que suceda y que harían lo que fuese por impedirla.
-Parece muy complicado. –Reconoció Sarah con cara pensativa.
-Lo es. Demasiadas guerras y rencores entre los tres reinos como para que salga bien, pero allá ellos. –Concluyó Álbert con tranquilidad. –No es asunto nuestro y prefiero no meterme en cosas de ese calibre.
-Entonces no dejad el tema. –Sugirió Jessica. –Ya que tenemos que quedarnos hasta mañana más vale que entremos de una vez, tenemos mucho que hacer.
Todos aparentemente de acuerdo, los cuatro asintieron ante la sugerencia de Jessica y abandonaron al fin el andén para dirigirse a la ciudad. El camino entre la estación y la calle principal que serpenteaba entre las casas en dirección al mercado estaba toscamente empedrado y en algunas zonas el continuo paso de carromatos había acabado formando lodazales allí donde el agua de las lluvias se acumulaba. Aún así, para alguien que fuese a pie como ellos era relativamente sencillo evitarlos y el grupo avanzó tranquilamente entremezclándose con la multitud que entraba y salía de la ciudad.
Pero no todos lo tenían tan fácil. Mientras caminaban Jonathan reparó en la presencia de una pequeña entre la multitud y sus ojos la siguieron con curiosidad mientras esta iba y venía entre la gente. No parecía tener más de seis años, de pelo castaño atado en dos largas trenzas, grandes ojos claros y ropas descoloridas cubiertas con lo que parecía ser un trozo de una vieja capa.
Era evidente que aquella niña no estaba solo de paso como ellos y Jonathan continuó mirándola por un rato, tal vez por algún recuerdo inconsciente de su experiencia en el templo con la propia Sarah o solo por curiosidad. Por como se movía entre la gente preguntando a unos y a otros, parando y aquí y allá para saludar con una sonrisa a un nuevo desconocido que generalmente la ignoraba, Jonathan dedujo que trataba de vender algo y su mirada pronto encontró la respuesta al fijarse en sus manos.
La pequeña apretaba contra su cuerpo un atillo de flores, tal vez una docena o más de hermosas rosas rojas envueltas en un paño que esta intentaba vender entre los transeúntes. O al menos así fue por un rato.
Aparentemente cansada de no conseguir nada entre la gente de a pie, la niña decidió probar con los que viajaban en los carromatos y se acercó a un gran carro de hierba seca que volvía de los establos de la ciudad. Por desgracia para ella, los dos hombres que ocupaban el carro en aquel momento tenían ya bastantes problemas con intentar hacer que sus bueyes tirasen del carro en la dirección que ellos querían y la presencia de la pequeña resultó un incordio del que se deshicieron sin demasiados miramientos.
Sin la menor amabilidad, el conductor la empujó con el pie desde el carro para no tener que parar y la niña calló de espaldas sobre el barro del camino junto a sus flores, algo que está vez tampoco pasó desapercibido para Sarah que se había interesado también por lo que su esposo estaba mirando.
Nada más ver esto, Jonathan se separó del grupo y llegó rápidamente junto a la pequeña para ayudarla a levantarse sin que nadie más pareciese preocuparse por lo que había pasado, algo que, por desgracia, era ya más que común en la mayoría de las ciudades. La niña agradeció su mano al principio y sonrió mientras sujetaba con fuerza sus flores aliviada porque estuviesen bien, pero en cuento levantó la vista y se encontró con los ojos de Jonathan su rostro cambió al instante y esta dio un pequeño salto hacia atrás mirándole con miedo.
-¿Estás bien?. –Trató de tranquilizarla Jonathan, acostumbrado ya a aquellas reacciones cuando alguien se fijaba en sus ojos o en su pelo. -¿Te has hecho daño?.
La pequeña sacudió la cabeza negativamente como única respuesta y continuó mirándolo con cierto recelo. Sabía que acababa de ayudarle, pero los ojos rojo rubí de aquel joven la asustaban y esta no parecía muy dispuesta a decir una sola palabra.
-¿Cuánto cuestan tus flores?. –Preguntó Jonathan todavía con una amistosa sonrisa en su rostro. –Las estabas vendiendo, ¿verdad?.
Aquello sí pareció hacerla reaccionar. A pesar del extraño aspecto de Jonathan su voz amable y su interés por las flores que tanto trabajo le estaba costando vender hicieron que el rostro de la pequeña se iluminase con cierta esperanza de pronto y esta lo miró un instante todavía con dudas antes de decidirse a hablar.
-Solo una moneda de cobre cada una. –Respondió tratando de sonreír. -¿Quiere una señor?.
-Yo no. –Negó Jonathan desilusionando por un instante a la niña, aunque sabía que pronto la haría sonreír otra vez. –Pero me gustaría darle algunas a aquellas chicas que ves allí. –Continuó señalando ahora con la cabeza hacia donde estaban Sarah y los demás. -¿Las ves?.
La niña miró un segundo en aquella dirección y asintió sonriendo con la cabeza al ver a las tres jóvenes y a Álbert al tiempo que soltaba el paño que rodeaba las flores y miraba de nuevo a Jonathan.
-¿Cuántas quiere?.
-Todas. –Respondió Jonathan arrancando una nueva sonrisa de la niña que parecía haber olvidado ya por completo su extraño aspecto. -¿Bastará con esto?.
Acompañando a estas últimas palabras, Jonathan dejó una moneda de oro sobre la mano de la niña y esta la miró sorprendida al instante, sonriendo visiblemente alegre pero a la vez con ciertas dudas.
-Solo son dos monedas de plata. –Titubeó con la moneda aún en la mano. –Esto es mucho.
-Entonces hazme un favor a cambio del resto. –La animó Jonathan cogiendo las flores de sus manos y separando con cuidado dos de ellas del resto. –Ve junto a ellas y dale a la chica del pelo rojo el ramo y una flor a cada una de las otras. ¿Lo harás?.
-¡Claro!.
Ya sin dudas, la pequeña guardó la moneda en uno de sus bolsillos y corrió inmediatamente hacia donde estaban las tres chicas y Álbert con las flores en las manos. Ninguno de ellos había oído lo que esta había hablado con Jonathan y Sarah parecía un tanto desconcertada al ver como la pequeña le ofrecía el ramo, todo lo contrario que Jessica que no se sorprendió en absoluto y cogió con una sonrisa su flor sin quitar ojo de la cara de Sarah. Era evidente por su expresión que no conocía la tradición que aquellos regalos seguían entre su gente, pero de alguna forma sí parecía entender algo al mirar su ramo y las flores de sus compañeras y la dulce sonrisa que apareció en su rostro en ese instante hizo difícil imaginar que aquella misma chica había sido capaz de causar tanta pena en su hermano con su propia tristeza.
-Eso sí es un detalle. –Sonrió Jessica mientras Atasha observaba como la niña se alejaba aparentemente contenta y Sarah desviaba su mirada hacia Jonathan que se acercaba de nuevo a ellas. –Ya podían otros aprender a hacer lo mismo.
-Yo no estoy casado. –Replicó Álbert dándose por aludido.
-Eso puedo arreglarlo. –Amenazó Jessica burlonamente.
Aquellas palabras se ganaron de inmediato una sombría mirada de su hermano cuya tranquilidad no fue esta vez suficiente para permitirle ignorar las más que posibles intenciones su “querida” hermanita. Algo que, como de costumbre, no serviría de nada ya que esta lo ignoró por completo volviendo su atención a Sarah que observaba sus flores todavía con una sonrisa mezclando el rojo de aquellos pétalos con el tono escarlata de los ojos de su esposo mientras su mirada volaba entre ambos.
-Gracias. –Dijo con una sonrisa.
-Dáselas a la niña. –Respondió Jonathan, mucho más tranquilo ahora que la veía sonreír de nuevo, escondiendo en parte su rostro tras las flores para aspirar su aroma. –Ella es quien te las ha traído. Yo solo he hecho algo que necesitaba hacer para sentirme un poco mejor conmigo mismo.
-Eso pienso hacer.
Dicho esto, y para sorpresa de todos, Sarah giró de pronto la cabeza hacia atrás buscando algo entre la multitud mientras apretaba suavemente sus flores contra su pecho y sus ojos centellearon por un breve instante. No hubo nada más, solo aquel débil destello en el fondo de los soles que formaban sus ojos, pero fue más que suficiente para que un escalofrío recorriese de pronto la espalda de sus cuatro compañeros. Y no tardarían en comprobar que tenían motivos para sentirlo.
Ante el estupor de la multitud que entraba y salía de la ciudad, uno de los carros que salían de esta se detuvo de pronto sin razón aparente, sus animales comenzaron a bramar como tratando de huir de algo que sus dueños no parecían ver y, antes de que ninguno de ellos pudiese hacer nada, estalló en llamas consumido por una violenta explosión que los devoró a ambos y a sus bestias de tiro sin darles tiempo siquiera a gritar por sus vidas.
La gente retrocedió aterrada de las llamas, corrió en todas direcciones alejándose de los restos del carromato y el fuego que todavía los cubría atropellándose unos a otros mientras los animales de otros carros enloquecían intentando huir, provocando más y más caos que los guardias de la ciudad eran incapaces de contener ya.
Los únicos que no se mostraron tan asustados y desconcertados como los demás fueron, por supuesto, Jonathan y el resto del grupo que sabían perfectamente qué había pasado y miraban totalmente serios a Sarah. O al menos así era en el caso de los dos hermanos, ya que Jessica tenía sus dificultades para contener la risa ante la cara de inocencia de Sarah pese a lo que acababa de hacer y Atasha parecía demasiado asustada para decir nada.
-Sarah, no vuelvas a hacer eso. –Dijo Álbert con seriedad pero manteniendo su voz tan tranquila como de costumbre, consciente de que ella ni siquiera sabía por qué estaba mal. –No puedes ir por ahí matando a la gente sin motivo. Por muy mal que te caigan.
-¿Lo que le hicieron a esa niña porque no podía defenderse no es un motivo?. –Preguntó ella.
-No como para matar. –Explicó Jonathan sacudiendo la cabeza con resignación. –Pero eso no es lo que más me preocupa. Si usas tu magia de esa forma alguien acabará descubriendo lo que eres y estarás en peligro. Intenta comportarte como nosotros.
-Está bien. –Se resignó Sarah, algo que los sorprendió bastante dado la facilidad con que lo había echo. -Ya os dije que necesitaba alguien que me enseñase como actuar en vuestro mundo para que la gente no me temiese como en la cueva. Intentaré aprender de vosotros.
-No te lo tomes tan en serio. –La animó Jessica tratando de relajar los ánimos de todos mientras la gente se calmaba poco a poco a su alrededor y la explosión pasaba a sustituir al colosal despliegue de luz de Tarsis en las conversaciones de la muchedumbre. –No has hecho nada malo y mientras tengas tanto cuidado como esta vez no pasará nada.
-Jess, eso no ayuda. –Le advirtió Álbert.
-¿Tú que habrías hecho?. –Replicó su hermana.
-Eso no. –Afirmó él tajantemente. –Tal vez volar solo la carreta, pero no a ellos. Aunque supongo que al no apartarse aún cuando sus animales se volvían locos no había forma de evitarlo.
-Exacto. –Sonrió Jessica. -¿Ves como no todo es tan sencillo?. Y menos cuando uno sabe tan pocas cosas como Sarah.
-Para eso estamos nosotros. –Insistió él. –Para enseñarle. No lo olvides.
-No lo he olvidado. Y precisamente eso es lo que pienso hacer ahora.
Dicho esto, Jess cogió a Sarah por una mano, a Atasha por la otra y miró hacia sus dos hermanos con una sonrisa que dejaba bastante claro lo que pensaba hacer a continuación.
-Vosotros buscad la posada y ya os encontraremos allí. –Explicó sonriendo. –Nosotras tenemos que comprar algunas cosas, y no os quiero a vosotros por el medio mientras lo hacemos.
Terminada su frase, y sin dar tiempo a sus hermanos a decir nada, Jess se puso en marcha tirando de sus dos nuevas amigas y las dos la siguieron sin protestar mientras Jonathan y Álbert las miraban desaparecer entre la multitud.
-¿Crees que acabará aprendiendo?. –Murmuró Álbert mirando a su hermano.
-Con Jessica a su lado… no tengo ninguna duda. –Respondió Jonathan con un pequeño suspiro. –Lo que ya no sé es si eso será bueno o malo.
Álbert sonrió comprendiendo a la perfección las palabras de su hermano y los dos se pusieron también en marcha hacia la ciudad en busca de una posada en la que pasar la noche. Después de todo, mediodía había pasado ya hacía unas horas y los dos tenían algo de hambre que sin duda podrían apaciguar en la posada ahora que tenían dinero, algo que estaba seguros sus tres compañeras harían también picando aquí y allá entre los puestos del mercado.
Lo que estos dos ignoraban, sin embargo, era que ya no sería Sarah la única en sorprenderse al llegar al centro de la ciudad. Pese a estar acostumbradas a vivir en una, tanto Atasha como Jessica miraron asombradas la multitud de puestos, mercancías y gentes que se agolpaban en el óvalo central de Ruran creando una mezcla de aromas, sonidos y colores que podían llegar a marear.
Aún así, Jessica tenía muy claro lo que buscaba y pronto se orientó de nuevo en medio del bullicio dirigiendo a sus dos compañeras hacia donde ella quería sin darles en absoluto la opción de elegir. Sabía que la gente se paraba a veces a mirarlas, sin duda por la compañía de la joven de cabellos rojo fuego que la seguía a su derecha vestida con poco más que aquella gabardina, pero ya estaba más que acostumbrada a aquella sensación después de años con Jonathan.
Juntas atravesaron pequeñas callejas formadas por puestos de frutas y verduras, por tenderetes que despedían intensos aromas a especias y exhibían carnes de todo tipo, incluso llegaron a detenerse frente a algunos de los extravagantes comerciantes de animales. En sus jaulas podían verse criaturas de toda Linnea, desde las terribles serpientes de cuerpo cristalino del desierto de Lusus hasta crías de los majestuosos Noaths, las enormes bestias de carga usadas en Narmaz y en la lejana capital de Acares. En aquella etapa de su desarrollo eran poco más que regordetas bolas de pelo de diferentes colores con dos brillantes ojos azules en su parte frontal como único signo de la posición de su cabeza y sostenidas sobre sus dos robustas patas, pero en tan solo dos años pasarían a convertirse en enormes animales de más de dos metros sobre cuyos lanudos lomos montarían jinetes capaces de sacar partido a la colosal fuerza de sus extremidades convirtiéndolos en criaturas enormemente apreciadas en los dos reinos.
Esto, a decir verdad, retrasó notablemente los planes de Jessica ya que Sarah mostraba una enorme curiosidad por todo lo que veía y ella se sentía por completo incapaz a negarle las respuestas que pedía. Pero aún así pronto consiguió avanzar de nuevo hacia donde quería y las tres jóvenes no tardaron en verse rodeadas por telas de los más diversos tejidos y colores que se amontonaban en los puestos de la zona este de la ciudad.
Los ojos de Sarah y Atasha vagaban entre los puestos sin tener muy claro donde posarse, observándolo todo mientras otros se acercaban directamente a comprobar la textura de los tejidos y alborotaban cada puesto formando entramados de colores que los vendedores se afanaban por ordenar una y otra vez. Jessica, por el contrario, apenas dudó un segundo sobre lo que quería y no tardó en tirar de ellas una vez más llevándolas junto a un puesto en el que las sedas de Lusus parecían predominar sobre todo lo demás mostrándose al público en forma de velos que siseaban en el viento con sus vivos colores semitransparentes.
Una vez allí, Jessica intercambió unas rápidas palabras con el vendedor como si ya supiese lo que buscaba y este sonrió al instante pasando a mostrarle una serie de muestras de sedas de distintos colores que las tres observaron por unos minutos. Cuando al fin dio con el apropiado, Jessica se lo señaló al vendedor, señaló también a Sarah desconcertándola aún más y este pareció asentir con la cabeza al mirar a la joven que su clienta había señalado.
Con la misma rapidez que había sacado aquellas telas, el dueño de la tienda buscó algo entre las cajas de mercancía que tenía tras su puesto y dejó sobre este la prenda que Jessica había estado buscando. O al menos eso era lo que parecía por la sonrisa que apareció en su cara nada más verla.
-¡Perfecta!.
Exclamó Jessica cogiendo con cuidado una finísima prenda color lavanda que no parecía estar formada por más que dos bandas de seda de apenas un palmo de ancho atadas por un pequeño lazo plateado en su parte superior y una cinta dorada mucho más grande en la inferior con un lazo a cada lado que sostenía las dos partes de una falda abierta por ambos lados y lo que parecía ser una delicada prenda de ropa interior.
-Esto era justo lo que buscaba. –Dijo colocando la prenda entre ella y Sarah y mostrándosela sonriendo. -¿Qué te parece?.
-¿Esto es la ropa que querías que me pusiera?. –Preguntó esta un tanto desconcertada, mirando a Jessica a través de la propia tela gracias a la total transparencia de esta. –No veo la diferencia con mi viejo vestido.
-No digas tonterías. –Replicó Jessica al instante bajando la prenda hasta dejarla sobre el tenderete de nuevo. -¿Cómo vas a ir por ahí solo con esto?.
-¿Para qué es entonces?. –Insistió cada vez con más curiosidad. –Creí que habías dicho que íbamos a comprar algo para que no tuviese que seguir llevando esta gabardina.
-Y lo haremos. –Asintió Jessica. –Pero antes quería compraros algo a ti y a Jonathan, tómalo como mi regalo de bodas.
-¿También es para él?. –Volvió a preguntar mirándola de nuevo, más que consciente de cómo encajaría aquella prenda en cuerpo pero sin ver la forma de relacionarla con Jonathan.
-No exactamente, en realidad el regalo es para ti. –Explicó Jessica ahogando una pequeña risilla. –Pero créeme, si te pones eso Jonathan también tendrá mucho que agradecerme.
-Está bien.
Sin apenas pararse a pensarlo, Sarah se llevó las manos a su hombro para quitarse la gabardina y la propia Atasha la miró atónita al comprender lo que pretendía, aunque afortunadamente Jessica ya lo había esperado y la detuvo antes de que pudiese siquiera quitársela.
-¡Ni se te ocurra!. –La advirtió mirando de reojo al tendero que ahora las observaba con bastante interés, especialmente a la extraña joven de cabellos rojos y plateados. –No puedes ponerte eso aquí.
-Tu fuiste la que me lo dijo. –Refunfuñó Sarah confundida. –No te entiendo.
-Dije que te lo pusieses para Jonathan. –Repitió Jessica tratando de parecer lo más clara posible. –Solo para él. Nadie más debe verte con algo así.
-¿Por qué?. –Preguntó con sinceridad Sarah.
-¿Vas a ponérmelo difícil verdad?. –Preguntó Jessica con resignación, sin esperar ya una respuesta antes de empezar su explicación. –Míralo de esta forma. ¿Te gustaría que alguna otra chica abrazase a Jonathan como lo hiciste tú en el tren?.
Los ojos de Sarah centellearon al instante con la sola mención de aquella posibilidad y su mirada voló por un segundo hacia Atasha que dio instintivamente un paso atrás, pero esta pareció calmarse rápidamente y respondió con un no tan claro y rotundo que Jessica no pudo evitar sonreír de nuevo.
-Pues esto es lo mismo, solo que al contrario. –Explicó Jessica. –Hay cosas que no podéis compartir con nadie más salvo vosotros mismos, es algo que os pertenece tanto por la promesa que habéis hecho como por lo que deberías sentir el uno por el otro. Y esta es una de ellas. Estoy segura de que a ti no te gustaría que otras tuviesen o viesen algo que te pertenece solo a ti, y a Jonathan le pasa lo mismo.
-¿Cómo sabes que a él si le importaría si otro hace eso conmigo?. –Preguntó de nuevo, ahora con un extraño tono de voz del que la curiosidad había desaparecido ya por completo.
-Porque es mi hermano. –Sonrió Jessica. –Y le conozco. Tal vez todavía no signifique lo que debería, pero eres su esposa y no me gustaría estar en el lugar de quien se atreva a hacerlo. –Al decir esto Jessica no pudo evitar sonreír ligeramente recordando cosas pasadas. –Siempre ha sido muy celoso con las cosas que quiere, tú eres la primera persona que conozco que parece realmente ser más posesiva que él.
Sarah no entendió tampoco estas últimas palabras, pero si pareció comprender todo lo anterior y volvió a recuperar su sonrisa al tiempo que, para sorpresa de Jessica y de Atasha, se abrochaba de pronto la gabardina dándole las gracias por el regalo.
Más satisfecha por esto que por haber encontrado lo que buscaba, Jessica pagó su compra entregándole al fin su regalo a Sarah, cogió de nuevo las manos de sus compañeras y las llevó hacia el resto de tiendas de ropa del mercado en busca de algo con que vestir finalmente a la esposa de su hermano.
Mientras tanto, no muy lejos de allí, sus hermanos habían encontrado una de las muchas posadas de la ciudad tras pasar también un momento por el mercado para ocuparse de algunos detalles que todavía no habían podido arreglar y Álbert se ocupó de reservar habitaciones para los cinco antes de que los dos se sentasen a comer algo. La posada no era muy lujosa, un viejo edificio de dos plantas hecho de madera y ladrillos con una de sus fachadas encalada para dar mejor aspecto. Pero su interior de maderas viejas y oscuras les recordaba a su propia casa y los dos comieron tranquilamente disfrutando de algo caliente por primera vez desde su partida de Tírem.
Terminada su comida, los dos hermanos salieron a la puerta con la vaga esperanza de ver llegar a su hermana y a las demás como esta les había dicho, pero tal y como ya habían supuesto esta no llegaría precisamente pronto. Las horas pasaron para los dos jóvenes sin nada más que hacer salvo sentarse en la pequeña taberna de la posada charlando con el dueño sobre los rumores que corrían por la ciudad, la mayoría provocados por ellos mismos muy a su pesar y no fue hasta el anochecer cuando sus tres compañeras al fin se dejaron ver bajo las temblorosas luces de las lámparas de la posada.
Sin embargo, en el mismo momento en que habían entrado los dos se habían dado cuenta ya de que algo había cambiado e ignoraron por completo al posadero dirigiéndose hacia ellas. O al menos así fue en el caso de Álbert ya que la dirección de Jonathan era mucho más concreta y sus ojos se centraban por completo en su esposa cuyo cuerpo estaba al fin libre de su gabardina y cubierto con ropas más apropiadas.
Jessica había hecho bien su trabajo, tanto que Sarah era apenas reconocible con aquel nuevo aspecto. Sus piernas antes casi por completo al descubierto ahora aparecían envueltas por una larga falda de un suave tono azul verdoso con un bordado blanco en su parte inferior que rozaba casi el suelo y solo la parte frontal, donde esta desaparecía por completo, permitía ver todavía la figura de la joven. Sin embargo, para cubrir la carencia de aquella falda esta llevaba otra de color blanco y bordados azules mucho más pequeña y ajustada que, aún desapareciendo muy por encima de las rodillas y careciendo casi por completo de tela en ambos lados salvo por un fino hilo que unía las dos partes, cumplía perfectamente su función cubriendo lo justo para darle un aspecto encantador.
Su cintura ahora estaba desnuda salvo por un cinturón que ataba sus dos faldas rematado con adornos de plata y nada cubría el espacio entre su ombligo y la siguiente prenda. Justo por encima de este, una ajustada pero suave prenda de terciopelo del mismo color que la falda más larga envolvía su torso cubriendo sus pechos y parte de su espalda, sin tirantes ni nada que la sujetase salvo la curvatura de su cuerpo y la presión que la tela ejercía sobre este formando un pequeño y atractivo escote con forma de “U” bajo el que podían verse varios bordados plateados a modo de adorno.
Completando el conjunto, dos mangas de algodón totalmente blancas salvo por los adornos de color azul al final de estas cubrían sus brazos abrochándose frente a su cuello sin cubrir más que sus hombros y su nuca de forma que buena parte de su espalda quedaba aún tan desnuda como su cintura.
-Al menos podrías decir algo. –Sugirió Jessica mirando al mayor de sus hermanos con una sonrisa burlona.
-Si pudiese ya lo habría hecho. –Respondió este con voz extraña, sin apartar en absoluto los ojos de su esposa. –No puedo creer que sea la misma.
-¿Te gusta?. –Sonrió Sarah dando un rápido giro sobre si misma, aparentemente alegre con la atención que estaba recibiendo de todos en aquel instante. –Jessica dijo que me quedaba mejor que mi otro vestido.
-Y no se equivocaba. –Afirmó Álbert adelantándose a Jonathan que no parecía encontrar todavía que decir. –Hacía tiempo que no veía una mujer tan hermosa. Ya es hora de que ese deje de comportarse como un imbécil y se de cuenta de que tiene algo por lo que esforzarse un poco.
Al oír esto, Jonathan se giró hacia su hermano y lo miró un tanto sorprendido, comprendiendo sus palabras a la perfección pero desconcertado por haberlas oído de él. Sin embargo, antes de que pudiese decir nada, este le lanzó algo que había guardado junto al mostrador al entrar y Jonathan no necesitó ya explicaciones.
-Póntela y tira ese viejo trapo que has traído de Lusus. –Dijo con una sonrisa. –Intenta al menos parecer digno de ella.
-Gracias, ya iba necesitando una. –Sonrió igualmente Jonathan, mirando un momento la gabardina de color gris claro que su hermano acababa de regalarle antes de ponérsela y comprobar como le quedaba. –Pero dudo que esto baste para lo que pretendes. Hay cosas que no se pueden igualar.
-Acabo de darme cuenta. –Se burló nuevamente su hermano. –Pero al menos intenta no dar pena a su lado.
Esta vez incluso Sarah comprendió las bromas de los dos hermanos y las tres jóvenes no tardaron en reírse juntas tal y como habían estado haciendo la mayor parte de la tarde, incluso la propia Atasha que había olvidado por un momento su miedo hacia Sarah y conseguía volver a mirarla con tranquilidad.
Aún así, todos sabían que era noche ya y que la mañana siguiente tenían un tren que coger para volver a su casa, así que decidieron dejar las bromas a un lado y tras una agradable cena al fin todos juntos Jessica se ocupó e ir a buscar las llaves de sus habitaciones. Algo en principio un tanto extraño dada la prisa que esta se había dado en ofrecerse voluntaria, pero cuyos motivos quedarían enseguida claros al ver como esta discutía con el posadero sobre algo y volvía al fin junto a ellos con una nueva y más que sospechosa sonrisa en su rostro.
-Aquí tenéis, una para ti. –Dijo mientras cogía las llaves y le lanzaba una a Álbert. –Una para nosotras. –Continuó pasándole otra a Atasha. –Y otra para vosotros. Tenéis suerte de que esté libre, solo tienen una de ese tipo.
Los dos hermanos se miraron al oír esto y Jonathan miró con cierto reparo la llave que acababa de pasarle Jessica intuyendo lo que sucedía, aunque no fue él sino Álbert quien habló para protestar.
-Jess, yo había reservado cinco habitaciones.
-Y yo las he cambiado por tres para ahorrarnos un poco de dinero. –Aclaró esta con tranquilidad. –A Atasha no le importará compartirla conmigo y esos dos no van a dormir separados. Después de todo, ya han pasado las dos últimas noches juntos.
-Eso es cierto. –Admitió Álbert ganándose una mirada aún más extraña de su hermano. –Perfecto entonces, será mejor que nos acostemos cuanto antes.
Dicho esto, Álbert se dirigió a las escaleras que llevaban al segundo piso y todos lo siguieron menos Sarah y Jonathan que todavía buscaba una forma de salir del lío en que acababa de meterlo su hermana pequeña. Pero como de costumbre, aquella salida no existía y no tuvo más remedio que seguirlos también acompañado por Sarah hasta que los dos estuvieron al fin solos en su propia habitación.
Tal cómo ya había supuesto era una habitación con una sola cama, probablemente una de las pocas que tenía la posada, y por el tamaño de esta era evidente que no había sido pensada para una sola persona. El único mobiliario a parte de la cama era un robusto armario de roble a un lado de la habitación con ambas puertas cubiertas por espejos de cuerpo entero, dos pequeñas mesillas de noche a cada lado de la cama adornadas cada una por un jarrón con flores, una butaca en el rincón más alejado de esta y una ventana que daba a la parte exterior de la ciudad y desde la que podía verse el lejano brillo de Kashali iniciando su marcha nocturna junto a su gemela oscura.
Más que suficiente sin duda para lo que la mayoría de las parejas usarían aquella habitación en un día como aquel, pero aquellas no eran en absoluto las intenciones de Jonathan y este miró con resignación a su esposa temiendo lo que Jessica podía haber hecho en toda aquella tarde.
-Supongo que es mi turno. –Dijo tratando de desviar la conversación hacia otro lado, o más bien de evitar que llegase siquiera a tomar cierto camino. –Todos han hecho ya su regalo.
-¿Qué quieres decir?. –Preguntó Sarah deteniéndose en medio de la habitación. -¿Nosotros también teníamos que hacer regalos?.
-No. –Negó Jonathan sonriendo y acercándose un poco a ella mientras metía una mano en el bolsillo de sus pantalones. –Pero todavía hay algo con lo que yo debía cumplir para esa ceremonia y aún no había tenido la oportunidad.
Mientras terminaba aquella frase, Jonathan sacó de su bolsillo un envoltorio de papel y desenvolvió con cuidado una pequeña cadena de plata que centelleó en sus dedos por un segundo mientras extendía su mano hacia su esposa.
-Déjame tu medallón un momento. –Pidió. –Esa cuerda no es muy apropiada para algo así.
-¿Hace falta que me lo quite?. –Dudó Sarah mirándolo con cierto recelo. –El monje dijo que eran muy importantes.
-Lo son, por eso no quiero que cuelguen de unas simples cuerdas. –Explicó Jonathan al tiempo que se llevaba la mano al pecho y levantaba el suyo que ahora pendía de una cadena similar. –Pero serán siguiendo iguales, incluso sus cadenas.
Sarah pareció dudar todavía un momento, pero al fin cedió y se quitó el medallón dándoselo a Jonathan que pasó a soltarlo de la cuerda y atarlo a la cadena que acababa de comprar. Hecho esto, cogió ambos extremos de esta y pasó sus brazos alrededor del cuello de su esposa acercándose a ella mientras deslizaba sus manos bajos sus cabellos cerrando a tientas la cadena, procurando evitar por algún motivo encontrarse con sus ojos a aquella distancia.
-Ya está. –Sonrió en parte aliviado cuando al fin terminó. –Ahora tiene mucho mejor aspecto.
-Gracias. –Respondió ella esbozando una extraña sonrisa, cómo si algo la entristeciese de pronto. –Yo no tengo ningún regalo… solo el que me dio Jessica.
-¿Jessica?. –Repitió Jonathan con más temor que curiosidad.
-Sí. –Asintió Sarah sonriendo de nuevo al recordad lo que esta le había dicho al dárselo. –Olvidaba que tenía que ponérmelo. Ahora solo estás tú aquí.
Dicho esto, Sarah desabrochó las mangas de su conjunto dejándolas caer al suelo, se soltó el cinturón quitándose también la falda más larga y se llevó las manos a la espalda para soltar la siguiente prenda, pero Jonathan reaccionó al fin en ese momento y la detuvo sorprendiéndola visiblemente.
-Sarah, no hagas eso.
-¿Por qué?. –Preguntó ella de nuevo, repitiendo aquella pregunta a la que tanto se estaba acostumbrando y que cada vez le traía una respuesta nueva.
-Porqué todavía no sabes muchas cosas y si lo haces acabaré haciendo algo de lo que tenga que arrepentirme más tarde. –Respondió Jonathan con una sinceridad que lo sorprendió incluso a él. –No entregues algo tan importante sin saber todavía lo que significa.
-No soy estúpida. –Replicó Sarah deteniéndose y mirándolo fijamente, tan seria que este se sorprendió al verla.
-Lo sé. –Afirmó Jonathan. –Pero no sabes muchas cosas, y esta es una de ellas.
-Jessica me dijo que dormiríamos juntos, como siempre. –Continuó Sarah sin comprender en absoluto la actitud de su esposo. -¿Por qué te comportas así de pronto?.
-Porque no debería ser Jessica quien te lo hubiese dicho, es algo que debes decidir tú sola. –Trató de explicar este, furioso con su hermana por haberle hecho aquello, consigo mismo por ser incapaz de hacer algo que solo una pequeña parte de su corazón se negaba a aceptar y con ella por ser tan condenadamente hermosa. –Hazme caso y acuéstate, la cama es toda para ti. Yo dormiré en el suelo.
-No he salido de ese templo para pasar las noches sola de nuevo. –Lo contrarió Sarah en absoluto calmada. –Hemos pasado las dos últimas noches juntos, ¿Por qué no hoy?.
-Porque si lo haces seré yo el que se pase toda la noche despierto. –Replicó Jonathan tratando de encontrar explicaciones razonables, aunque esto era cada vez más difícil con ella. –No eres la misma que se durmió sobre mi hombro anoche, no puedes comportarte como tal en esa forma.
-¿Por qué?. –Insistió Sarah. -¿Qué significa eso?.
-¡No lo sé!. –Se desesperó Jonathan alejándose de ella y tratando de calmarse. –Esto tampoco es fácil para mí, ¿Entiendes?. Sí, teníamos que pasar la noche en la misma cama, pero no, no era para dormir precisamente. Y ahora haz el favor de acostarte y no hacerlo más difícil.
-¿Y si no quiero hacerlo?. –Amenazó Sarah.
-Entonces pasarás la noche ahí de pie. –Respondió Jonathan alejándose de ella y dejando su gabardina en el suelo junto a la cama. –Yo dormiré en el suelo de todas formas.
-¡Eres un ogro!. –Vociferó Sarah furiosa por su actitud.
-Y tú un demonio. –Replicó Jonathan casi al instante, cansado de aquella discusión en principio estúpida.
Pero aquello no fue una buena idea. Ya fuese por una razón o por otra, las palabras de Jonathan parecieron enfurecer a Sarah y este vio como sus ojos centelleaban de pronto mientras un débil brillo azul brotaba en su mano. Fueron apenas décimas de segundo, una sutil muestra de poder antes de la descarga real, pero suficientes para que Jonathan se agachase evitando el rayo que esta lanzó contra él y que abrió un pequeño agujero en la cubierta de madera de la pared dejando los ladrillos al descubierto.
Hecho esto, e ignorando la asombrada mirada de su esposo, Sarah se dio la vuelta bruscamente evitando mirarle y comenzó a flotar sobre la habitación girando lentamente en el aire hasta colocarse horizontalmente mientras una extraña bruma plateada se formaba a su alrededor cubriendo poco a poco su cuerpo salvo sus cabellos que colgaban libres hasta casi tocar el suelo.
Jonathan suspiró aliviado al ver esto esperando que ya se hubiese acabado y se quedó de pie mirándola unos segundos. Su cuerpo brillaba entre la niebla perfilado por los rayos de luna de la ventana y su hermosa silueta parecía llamarle sin palabras, pero su mente se negaba a aceptar aquella llamada mientras no fuesen sus propios labios los que la hiciesen y sonrió ligeramente al tiempo que se dejaba caer sobre la cama y cogía la almohada para taparse la cabeza con ella. Consciente de que ahora estaba furiosa, no triste, y de que eso sí era algo que podría solucionar.
-Definitivamente… –Pensó. –…esta será una noche muy larga.
Mientras todo esto tenía lugar en Ruran, lejos de allí, en el verdadero destino de los cinco jóvenes, el último tren de esa noche había llegado a Tírem en su trayecto hacia Lusus y varios pasajeros se apearon para dirigirse hacia la ciudad. Todos ellos gente corriente, campesinos y labradores que volvían de hacer algún negocio en otra ciudad en su mayoría, pero solo uno de aquellos hombres se detuvo en el andén por un momento para observar la ciudad antes de continuar adelante.
No parecía diferente a los demás, tan solo un vagabundo más envuelto en un viejo manto marrón rasgado y manchado de barro, pero su paso era firme en contraste con el de los demás y a su paso, allí donde sus huellas se hundían en la tierra húmeda del camino dejando la firma de sus botas, pequeñas gotas escarlata marcaban su camino en un anticipo del fatídico presagio que su presencia traía a la ciudad.