Warlock. Capítulo 2: Ella

Ella



Xhanya resplandecía ya en el despejado cielo nocturno cuando el viajero vislumbró al fin su destino. La luna de Áscadon brillaba con todo su esplendor entre las estrellas, como un gigantesco disco celeste que bañaba con su luz lavanda cada rincón de aquellas tierras. Y bajo ella, guiándose por su brillo como muchas de las criaturas que han elegido vivir en el embrujo de su penumbra en lugar de a la luz de Iridia, el extraño visitante se acercaba volando al hogar de los elfos Shidilay.
Los frondosos bosques de Artea eran una imagen reconfortante para el cansado viajero. Tras días cruzando el interminable mar de bruma que separa los continentes de Áscadon incluso su montura, un majestuoso grifo negro de pico y garras escarlata, mostró con un sonoro graznido su alegría por llegar de nuevo a tierra firme. Bajo sus alas el mar de hojas azul celeste de aquellos bosques substituía al vacío sobre el que había volado durante la última semana y su sombra al fin fue visible cabalgando sobre las olas que la brisa nocturna creaba al sacudir la espesura. Pero su destino no estaba en aquellos bosques teñidos ahora por la luz de Xhanya, ni tampoco en los colosos arbóreos que albergaban las ciudades de los Shidilay… sino más allá.
A una orden de su jinete el grifo descendió hasta casi rozar las copas de los árboles y puso rumbo hacia el extremo oeste del continente trazando una gran curva para evitar la capital élfica. Los Shidilay no eran famosos por su hospitalidad, ni siquiera entre otras razas de elfos, razón más que suficiente para que el viajero evitase acercarse siquiera a las luces de sus ciudades arbóreas.
Afortunadamente para el grifo y su jinete el destino al que se dirigían era uno de los pocos rincones del continente que los Shidilay evitaban poblar. Más allá de la última de sus ciudades, cerca de la costa Oeste del continente, podía verse un cambio en los bosques que marcaba el límite de su reino. Allí los árboles se volvían cada vez más y más pálidos pero no porque perteneciesen a otra especie sino porque tanto ellos como el resto del bosque se habían convertido en algo completamente distinto: cristal.
Los troncos de los árboles parecían hechos por brillante cristal blanco, sus hojas se habían convertido en hermosas aguamarinas y sus pequeños frutos en rubíes en cuyo interior podían vislumbrarse sus cristalizadas semillas. No se trataba solo de los árboles sin embargo: los arbustos, las flores que cubrían el suelo e incluso los animales habían seguido el mismo destino. Era como si la naturaleza misma se hubiese detenido de golpe en aquel lugar y todas sus criaturas fuesen ahora hermosas estatuas de cristal.
Para el visitante que esa noche sobrevolaba Artea nada de aquello era una sorpresa sino precisamente lo que había estado buscando. Un pequeño tirón a las riendas y el grifo descendió bruscamente hundiéndose entre la espesura justo antes de los primeros árboles de cristal. No había apenas espacio para una criatura tan grande, pero las garras y el fuerte pico del grifo bastarían para abrirle paso entre las ramas de los árboles hasta que al fin tocó tierra.
Una vez en el suelo el viajero no se demoró en bajar de su montura, un ágil salto y sus pesadas botas tocaron tierra incluso antes que las últimas hojas arrancadas por el brusco descenso del grifo. El animal parecía tranquilo por el contrario y dobló sus patas para tenderse sobre la hierba mientras agradecía con un suave gorjeo las últimas caricias de su dueño. Hecho esto, los ojos del jinete se giraron de nuevo hacia los brillantes árboles de cristal de aquel bosque y comenzó el último trecho de su camino.
La penumbra reinaba bajo la espesura y un antinatural silencio parecía cubrir el bosque, pero ni siquiera esta misteriosa atmósfera hacía vacilar los pasos del viajero. Sus ojos podían ver perfectamente entre las cortinas de luz lavanda que se filtraban bajo las hojas, quizás demasiado bien pues pronto tendría que cerrarlos al encontrarse con los destellos del bosque de cristal. La luz de Xhanya se convertía allí en un espectáculo casi cegador, saltando de gema en gema y adoptando infinidad de colores al descomponerse en sus caras facetadas. Pero aquel bosque no solo era hermoso… también era especialmente peligroso para aquel que no lo conocía.
Un simple descuido acercándose demasiado a una de las flores de cristal que tapizaban el suelo había bastado para abrir un profundo corte en las botas del viajero. Cada hoja era una daga en aquel bosque, cada delicado pétalo una cuchilla, y la misma hierba se había convertido en un manto de cristales que rodeaban los troncos de los árboles como coronas de afiladas esmeraldas con forma de espina.
Afortunadamente no todo el bosque era así. La hierba original se había convertido en un fino polvo esmeralda con el paso del tiempo y ahora eran plantas jóvenes las que cubrían la mayor parte del suelo, tan vivas como el resto de criaturas de Artea. Algo que hacía un poco más fáciles las cosas para el apresurado viajero que ya no tenía tiempo para preocuparse de dónde pisaba.
Los primeros indicios de que se acercaba a su destino no tardaron en llagar a oídos de aquel jinete de los cielos. Eran sonidos suaves, como susurros en la brisa nocturna que solo podían oírse gracias al silencio del bosque pero se hacían más y más fuertes conforme se adentraba entre los árboles. Y poco a poco los murmullos tomaron forma hasta convertirse en algo mucho más claro: dos voces. Una de ellas femenina y extremadamente dulce que a veces era tan suave como la brisa pero otras subía de tono hasta casi convertirse en un sensual grito. La otra más grave, claramente la de una criatura del género opuesto y que parecía responder a la primera en un tono similar.
Para el viajero resultó fácil adivinar qué significaba la peculiar canción que ambas voces tejían entre el silencio del bosque. Eran gemidos, sensuales palabras nacidas no de la mente sino de los cuerpos de unas criaturas que aún no podía ver pero cuyas excitadas respiraciones llegaban ya a oídos del jinete. Algo que lo sorprendió en un principio pues no era precisamente con lo que esperaba encontrarse pero que tampoco lo detuvo.
Con aquel coro de gemidos y jadeos como guía el viajero aceleró aún más su paso y minutos más tarde sus ojos al fin encontrarían lo que buscaba. Frente a él los árboles se detenían de golpe para formar un pequeño claro en la espesura de cristales y en su centro, bañados por la luz de de una Xhanya que parecía haberse detenido en el cielo justo sobre sus cabezas como si los estuviese observando, las dos criaturas a las que pertenecían aquellas voces daban vida a una escena aún más fascinante que el bosque que las rodeaba.
La voz más suave pertenecía efectivamente a una hembra, una joven doncella de aspecto élfico que se mecía suavemente arriba y abajo en el centro del claro. Su desnuda silueta era embriagadoramente hermosa, quizás demasiado incluso para una elfa, y aunque mantenía la elegante suavidad en sus curvas propia de aquella raza sus rasgos más femeninos parecían estar especialmente marcados como si dejasen intuir algo más. Pero no sería nada de esto lo que llamaría la atención del viajero sino precisamente la única cosa que disimulaba al menos en parte su desnudez: sus cabellos.
Sobre los hombros y la espalda de la joven caía una cascada de platino que no parecía tener fin, como una fina cortina de seda tras cuyos hilos las sensuales formas de sus nalgas seguían siendo perfectamente visibles. Los interminables cabellos de la muchacha no terminaban a sus pies sin embargo, se extendían por todo el claro como una brillante alfombra de platino interrumpida solo por pequeñas flores de cristal. Y en medio estaba ella meciéndose en aquel mar formado por sus propios cabellos mientras sus caderas cabalgaban sobre las del otro habitante del claro.
Aquellos no eran los rasgos de una elfa ni tampoco los de ninguna hembra de las razas mortales que habitaban Áscadon. Era una diablesa y por su aspecto casi humano seguramente pertenecía además a una de las muchas especies nacidas para alimentarse de los mortales. Por eso era tan hermosa, su belleza no era simplemente algo estético sino una más de sus armas a la hora de atraer a sus presas hacia ella. Y parecía funcionar pues el dueño de la segunda voz era un simple humano que yacía bajo ella sin mostrar el menor temor ante tan terrible compañera de lecho.
Ambos ofrecían una imagen extraña y fascinante bajo la luz de Xhanya. El muchacho estaba desnudo como ella y su piel morena contrastaba con la palidez de la diablesa haciéndolo destacar entre el mar de sus cabellos. Era un joven de pelo negro como una noche sin la luz de Xhanya, de constitución atlética que resaltaba la anchura de sus hombros y unos músculos definidos en los que brillaban pequeñas gotas de sudor. Rasgos que lo convertían en un espécimen más que notable de la raza humana y daban una ligera idea de por qué ella le había elegido como su presa.
El muchacho no parecía preocupado por el tipo de criatura que yacía sobre él. Pese a estar atrapado entre sus piernas y enredado por completo en los largos cabellos de aquella hermosa criatura en el rostro del joven humano solo podía verse el mismo deseo que en el de la propia diablesa cada vez que sus labios se unían a los de ella. Quizás porque en realidad la diablesa no le retenía con nada salvo su belleza, ni siquiera con aquellos cabellos que simplemente caían sobre él salpicando su cuerpo de líneas de platino y no lo ataban en absoluto. Algo que él mismo dejaba claro cada vez que movía libremente uno de sus brazos arrastrando con ellos los mechones que centelleaban sobre su piel.
Desde hacía unos segundos el cántico de sus voces se había acelerado coincidiendo con la llegada del viajero. Ella se movía más deprisa sobre él como si todo su cuerpo sintiese una urgencia que ya no podía contener y él le respondía con una lluvia de caricias y besos a cada cual más ardiente. Sus manos jugaban con las zonas más íntimas del cuerpo de aquella criatura, su boca se negaba a abandonar una piel que ya había recorrido milímetro a milímetro y sus propias caderas se movían para encontrarse con las de ella ayudándolo a deslizarse cada vez más en su interior.
La diablesa había devuelto cada uno de sus besos hasta ese momento pero al fin su cuerpo ya no podría contener la excitación que se acumulaba en su interior. Sus labios se abrieron para dejar escapar un último gemido al tiempo que él la sujetaba por ambas nalgas atrayéndola aún más hacia su cuerpo, su espalda se arqueó acercando sus pechos al rostro del muchacho que no dudó en erguirse para tomar uno de sus excitados pezones entre sus labios y cada músculo de sus cuerpos se tensó liberando de golpe toda la pasión que ardía en sus corazones.
El bosque resonó por unos segundos con el dulce gemido de puro placer de la diablesa y la ahogada respuesta que su compañero le daría con uno de sus pechos todavía entre sus labios. Las manos de él caerían soltando las nalgas de aquella hermosa criatura mientras sentía como su esencia se derramaba dentro de ella y la inundaba con una calidez que de nuevo la haría temblar. Pero ella no parecía dispuesta a terminar todavía y cuando el joven al fin dejó ir su pecho para volver a tumbarse descendió de golpe sobre él buscando algo más.
Esta vez fueron los labios de la diablesa los que abrasaron la piel del muchacho mientras ella hundía la cabeza en la fragante curva de su cuello y lo cubría por completo con sus cabellos. Él no reaccionó para devolverle las caricias, ni siquiera se movió mientras ella inundaba el claro con el húmedo sonido de sus besos y aplastaba sus voluptuosos pechos contra el suyo convirtiendo sus agitadas respiraciones un una sensual cadena de caricias. Tampoco hizo nada cuando aquella hermosa criatura al fin separó sus labios de su cuello para volver a sentarse sobre su vientre. Siguió inmóvil bajo ella, en silencio… como si se hubiese dormido.
Algo parecía haber cambiado en el joven humano. Tenía los ojos cerrados y su rostro estaba anormalmente tranquilo tras lo que acababa de suceder, incluso la diablesa parecía haberlo notado pues ya no buscaba su atención como antes. Un detalle que resultaba preocupante cuando hacía tan solo unos segundos ella misma se había mostrado desilusionada solo por tener que separar sus pechos del suyo y abandonar el calor de su cuerpo.
Fue en aquel instante sin embargo, justo cuando la diablesa apoyaba ambas manos en el pecho del muchacho y se enderezaba por completo sobre él, cuando el viajero pudo ver algo en su rostro que podía explicar lo que estaba sucediendo: sangre. Por los delicados labios azules de la diablesa corría un fino hilillo de sangre que caía por su barbilla destacando sobre el alabastro de su piel. Era roja, un color que no se correspondía en absoluto con el tono azulado de sus labios o de las sensuales aureolas de sus pechos e invitaba a pensar que no era suya. Duda que ella aclaró rápidamente al abrir sus labios por un instante dejando entrever seis colmillos manchados también de rojo.
El viajero no se inmutó a pesar de lo que acababa de ver, pero sí reaccionó al notar como de pronto la diablesa lo miraba fijamente. El rostro de aquella criatura era tan hermoso como su cuerpo y mirarla a la cara difícilmente podía considerarse algo desagradable. Tenía rasgos élficos tal y como sucedía con el resto de su cuerpo, con la cara ligeramente ovalada finalizando en una estrecha barbilla, pómulos suaves, labios finos aunque todavía ligeramente hinchados por los últimos besos y ojos alargados en los que brillaban fríamente sus pupilas. Pero esto último era precisamente lo que aterraba a cualquiera que posase sus ojos en ella sin su consentimiento.
Los ojos de la diablesa eran junto al color de sus labios la diferencia más notable entre su rostro y el de una verdadera elfa. Eran verdes y brillantes como el metal, con pupilas en forma de estrella que en ese instante miraban fríamente a su inesperado visitante como si pudiesen verle incluso entre las sombras. Algo difícil de saber pues ella ni siquiera parecía haberle buscado con la vista sino que se había girado directamente hacia él como si ya supiese desde un principio que estaba allí pero solo ahora se molestase en prestarle atención.
-No me gusta que me interrumpan.
La voz de la diablesa resultaba tan sensual como su aspecto y sonaba todavía ligeramente agitada pues su respiración aún no se había tranquilizado del todo. Sus palabras sin embargo eran tan frías como la forma en que miraba al recién llegado. Había esperado poder pasar una noche tranquila en aquel remoto lugar sin nadie que perturbase sus juegos nocturnos y el hecho de que la interrumpiesen de pronto le molestaba considerablemente.
El recién llegado había procurado no sobresaltarla precisamente para evitar su furia puesto que conocía de antemano el volátil carácter de los de su especie. Por eso seguía manteniendo las distancias y no se había movido del linde del bosque hasta que ella decidió mirarle. Aunque por la forma en que ella lo observaba frunciendo ligeramente el ceño nada de esto parecía haber dado resultado.
-¿Además de inoportuno eres mudo? –Volvió a hablar la diablesa mientras jugueteaba con su mano sobre el pecho del muchacho. -Al menos dime que no eres solo un mirón, sería una de las muertes más estúpidas que he provocado nunca.
El recién llegado titubeó un instante ante la velada amenaza de aquellas palabras pero pronto recuperó la serenidad y, tras mirar de reojo a los brillantes ojos de aquella hermosa criatura, posó los suyos sobre el cuerpo del humano en lugar de sobre ella como si así tratase de evitar caer en su embrujo.
-Traigo un mensaje de alguien que desea proponerte un acuerdo.
La respuesta a las preguntas de la diablesa vino entonada no por una, sino por dos voces que sonaron al unísono. Ambas parecían proceder del mensajero y estaban tan perfectamente sincronizadas que casi parecían una sola. Pero eran demasiado diferentes como para confundirse: una de ellas siseante como si hablase rasgando el viento, la otra tan ronca que casi parecía ahogada por algo.
A aquellas palabras las acompañó además el primer movimiento hacia la luz del misterioso mensajero. Una mano verdosa y coronada por largas y curvadas uñas carmesí salió de entre las sombras para mostrar algo a la diablesa bajo la luz de Xhanya: un pequeño y cuidado sobre de color ocre con los bordes marcados por relieves de plata y sellado con un complicado escudo impreso en cera negra.
-Así que eres algo más que un simple mirón.
Los ojos de la diablesa centellearon ligeramente al oír aquellas voces e incluso sonrió aparentemente divertida por algo, como si en ellas acabase de notar algo que le resultase aún más interesante que sus palabras o aquel sobre. Aunque ni siquiera esto la hizo desviar del todo su atención del muchacho sobre cuyo pecho seguía jugueteando con uno de sus dedos.
-Lástima que esto también me aburra. –Continuaría la sensual voz de aquella criatura al tiempo que suspiraba con cierta desilusión. -Sea quien sea tu amo, ese mensaje solo servirá para interrumpir aún más lo que estaba haciendo.
-Mi señor exige que el mensaje sea leído por todo aquel al que le ha sido enviado. –Volvieron a decir las dos voces que parecían ignorar las últimas palabras de la diablesa. –Tómalo y responde a la petición.
La diablesa frunció el ceño al oír esto. Parecía bastante molesta por el tono con que acababan de hablarle y su hasta entonces juguetona sonrisa se tornó súbitamente sombría, pero eso no fue lo único que cambió en ella. Una de las manos de aquella hermosa criatura pasó a reposar sobre el pecho del muchacho dejando al fin de jugar con él y ella la usó como apoyo para moverse sobre su cuerpo.
Con suavidad, tan lentamente que casi parecía una sensual caricia, la diablesa deslizó sus redondeadas nalgas por el vientre del humano hasta sentarse lateralmente sobre su cuerpo. Una vez allí se giró por completo hacia el recién llegado mostrando toda la belleza de sus largas piernas, tomó entre ellas una de las manos del muchacho que pasó a reposar entre sus muslos como para cubrir la parte más íntima de su cuerpo y posó de nuevo los ojos en aquel inoportuno mensajero.
-Deberías ser más educado. –Dijo con voz juguetona y casi traviesa mientras levantaba un brazo y frotaba suavemente los muslos humedeciendo la mano del muchacho entre ellos. –Esa no es forma de pedir un favor.
Dicho esto, la diablesa chascó los dedos y una llama tan verde como sus ojos brotó de pronto en la mano del mensajero reduciendo a cenizas aquel delicado sobre sin que él pudiese hacer nada. El papel crepitó unos segundos entre las voraces llamas esmeralda, se dobló lentamente y acabó cayendo al suelo en forma de cenizas que la humedad de la hierba no tardó en apagar.
-¿Es esta la respuesta que debo dar a mi señor?
Las dos voces sonaron de nuevo pronunciando aquella pregunta con un tono mucho más autoritario del que habían usado hasta entonces. Al mismo tiempo su dueño dio un paso hacia delante para abandonar las sombras que hasta entonces habían ocultado su verdadero aspecto. Se trataba de otro demonio, algo que no sorprendía demasiado a la diablesa pues ya lo había reconocido solo por su voz. También tenía forma humanoide como ella pero pertenecía a una especie completamente distinta y en absoluto tan atractiva a ojos mortales como la suya.
Largos tentáculos decorados con anillas doradas cubrían su cabeza y caían sobre sus hombros en lugar de cabellos. Sus ojos eran negros en lugar de blancos, con pupilas ovaladas del mismo color rojo que sus uñas y borde aserrado. El resto de su rostro era completamente liso salvo por diez pequeños orificios nasales que cruzaban horizontalmente el centro de su cara formando una alargada línea. No tenía nariz, boca, pómulos ni ningún otro rasgo que interrumpiese la perfectamente lisa superficie de su piel, solo aquellos dos ojos.
Esto no significaba que no tuviese boca sin embargo tan solo que no se encontraba en su rostro. En los desnudos hombros de la criatura dos pequeñas espinas córneas sobresalían de su piel y bajo cada una de ellas se abrían las dos bocas a las que pertenecían aquellas extrañas voces. Ambas estaban ligeramente abiertas como si estuviesen respirando y tras sus labios completamente negros asomaban cuatro hileras de dientes tan afilados como colmillos entre los que siseaba una lengua bífida como la de una serpiente.
A pesar del peculiar aspecto del demonio la diablesa no cambió en absoluto su expresión al verle. Sus ojos siguieron mirándolo con tranquilidad como si aquello no la sorprendiese lo más mínimo e incluso dejó escapar otro pequeño suspiro. En este caso no suspiraba por desilusión sino simplemente por pura pereza al tener que levantar de nuevo la mano para acabar lo que había empezado.
-¿Por qué siempre me tiene que tocar a mi ocuparme de estas cosas? –Refunfuñó justo antes de que sus ojos se iluminasen con su poder. -Con lo poco que me gusta mancharme.
Las palabras de la diablesa no parecían tener mucho sentido y cualquier otro en su lugar seguramente no las habría comprendido, pero el mensajero sí lo hizo. Un solo vistazo a los ojos de aquella criatura bastaron para que el viajero adivinase el terror que se escondía tras su hermosa apariencia y todo el orgullo con que hasta entonces se había mantenido frente a ella desapareció de golpe. Incluso trató de girarse para huir olvidando por completo la misión que lo había llevado hasta allí… pero ya era demasiado tarde.
Sonidos de metal raspando vidrio inundaron el claro por un breve segundo, pétalos de cristal saltaron por los aires arrancados por algo que se movía justo bajo la fina capa de hierba y la marea de platino sobre la que descansaban la diablesa y aquel muchacho pareció cobrar vida de pronto. Ella ni siquiera tenía que mover un dedo para que se cumpliese su voluntad, simplemente mirar a su presa mientras dejaba que otra parte de su cuerpo cumpliese con la letal tarea que le había encomendado.
Los aserrados ojos del demonio apenas llegaron a ver qué se abalanzaba sobre él. Corrientes de platino atravesaron de pronto su cuerpo a una velocidad imposible, cada una de ellas surgiendo a sus pies como serpientes de metal formadas en realidad por los hermosos cabellos de la diablesa. Algunas atravesaron sus brazos quebrando los huesos con la misma facilidad con que habían abierto su piel, otros se hundieron en sus piernas y pies clavándolo literalmente al suelo como alargadas lanzas de platino, y el último de ellos se dirigió directamente a su cabeza. Sin embargo aquel mechón convertido ahora en una larga aguja de platino ni siquiera llegó a tocar al demonio. Y no porque el moribundo mensajero pudiese hacer todavía algo para defenderse sino porque la propia diablesa detuvo sus cabellos al ver que algo más estaba sucediendo en el claro.
Una extraña luz violeta había surgido junto a ambos demonios. En el caso de la diablesa era una luz intensa, como si una pequeña estrella de aquel extraño color hubiese nacido justo tras ella tiñendo con su brillo los interminables cabellos de la criatura. La luz que había aparecido junto al mensajero era del mismo color pero mucho más sutil, similar a un aura que rodeó poco apoco el pecho del demonio hasta envolverlo por completo.
Los ojos del demonio miraron a la diablesa en aquel momento comprendiendo lo que sucedía y en ellos aparecería una dolorosa súplica, ya no por su vida sino para que ella acabase con él antes de que lo hiciese la luz. La diablesa no movió un solo dedo y tan solo siguió mirándolo con la misma tranquilidad que antes. Ella también sabía lo que ocurría pero a diferencia del demonio no la preocupaba en absoluto, al contrario, incluso le hacía sentir cierta curiosidad invitándola a seguir observando.
El hechizo al que precedía aquella luz comenzó apenas unos segundos después de que terminase de rodear a su víctima. El cuerpo del mensajero empezó a convulsionarse violentamente como si algo lo sacudiese desde el interior, sus extremidades se retorcieron bruscamente desgarrando sus heridas, sus dos bocas se abrieron babeando un viscoso líquido blanquecino mezclado con sangre tan negra como sus labios y ambas voces se escucharon por última vez. En esta ocasión entonando un último y agónico grito de dolor mientras la cabeza del demonio temblaba como si tratase de romper su propio cuello. Hasta que, de pronto, todo el cuerpo del demonio se tensó en un último estertor y su pecho estalló abriéndose de golpe.
Los huesos salieron a través de la piel del mensajero como si fuesen cuchillas que su propia carne empujaba desde el interior, las vísceras estallaron cayendo a sus pies como amasijos sanguinolentos y todo su torso quedó vacío. El centro del pecho de la criatura quedó reducido a un gran agujero dónde solo quedaban sus tres corazones latiendo todavía con los últimos estertores de una vida que se extinguía lentamente.
La luz que había rodeado el cuerpo del demonio se condensó a continuación en el centro mismo del agujero abierto en su pecho y algo más tomó forma en su interior. Al principio era pequeño y casi inapreciable pero conforme la luz se extinguía y los corazones dejaban de latir iría creciendo más y más hasta tomar una forma clara: la de un hermoso cristal del mismo color que aquella luz.
Una vez completo el cristal flotó suavemente hasta abandonar el pecho del demonio y sus tres corazones se pararon al unísono, como si la vida acabase de abandonar por completo un cuerpo que al fin se relajó en el mortal abrazo de aquellos extraños cabellos. En ese momento la diablesa decidió soltarlo y las agujas que lo atravesaban volvieron a separarse en las finas sedas de unos cabellos ahora teñidos de sangre negra. Algo a lo que ella misma puso remedio en cuestión de segundos con otro simple chasquido de sus dedos.
Mientras el mismo fuego verde que había devorado el mensaje lamía los cabellos de la diablesa limpiándolos de sangre sin causarles el menor daño el cristal continuó su camino. La diablesa lo miraba con curiosidad pero en ningún momento trató de cogerlo pese a que se dirigía directamente hacia ella pues sabía perfectamente cual era su destino. Por eso no solo evitó tocarlo sino que además se giró para ver como al fin se detenía en la mano de aquel que lo había creado: el joven humano.
-¿Podemos seguir ya? –Preguntó despreocupadamente el muchacho mientras abría los ojos cómo si no hubiese pasado nada. –Te distraes con cualquier cosa.
-Encima de que me ocupo de tus cosas. –Refunfuñó la diablesa volviendo a pasar una de sus piernas sobre el pecho del joven para sentarse a horcajadas sobre él. –Si le hubieses contestado habría acabado mucho antes.
-Siempre vienen con el mismo cuento. -Respondió el muchacho al tiempo que levantaba la cabeza para posar sus profundos ojos negros en los de aquella criatura. –Estoy cansado de repetir que no me interesa.
-Si ni siquiera sabes quién lo mandaba. –Apuntó la diablesa posando uno de sus dedos sobre el pecho del joven.
-¿Te recuerdo quién ha sido el que ha quemado el mensaje? –Se rió el humano, haciendo botar suavemente a la diablesa con los movimientos de su vientre.
-La culpa fue tuya por no hacerme más caso. –Protestó la diablesa al tiempo que ponía una cara de niña que resultaba casi graciosa, como si estuviese haciendo un puchero. –Sabes lo que pasa si dejas que me aburra.
-Solo era un minuto. –Se disculpó el muchacho mientras llevaba una de sus manos hasta las caderas de la diablesa para acariciarla suavemente. –Soy humano, ¿Sabes?
-Ya. –Asintió ella al tiempo que cogía entre dos de sus dedos un mechón de platino que destacaba entre el resto de cabellos color azabache del muchacho y tiraba de él atrayendo su cabeza hacia ella. –Eso cuéntaselo a otra.
El muchacho se rió de nuevo ante sus comentarios y por unos segundos no dijo nada más limitándose a seguir con la mirada el suave balanceo de los pechos de la diablesa justo frente a su cara. Fue en ese momento cuando sus ojos dieron con un pequeño detalle que aún no había notado: la sangre. Pequeñas gotas carmesí caían sobre uno de los pechos de la diablesa tiñendo su pálida piel con aquel intenso color y los ojos del joven las siguieron hasta sus labios. Momento en que al fin comprendió lo que sucedía y su expresión cambió por completo.
-Sithy… -Dijo dejando escapar un pequeño suspiro. -¿Ya se te ha vuelto a ir la mano? Te tengo dicho que tengas más cuidado cuando muerdes, me has hecho sangre otra vez.
-Yo no he visto que te quejases. –Respondió la diablesa, negándose a darle la razón mientras lamía sensualmente aquellas últimas gotas de sangre de sus labios.
-No me estoy quejando. –Aseguró el humano con un tono de voz ahora tan sensual como el de ella. –Pero estás más bonita sin esas manchas.
-Ahora hazme la pelota. –Respondió ella tratando de disimular su sonrisa y alejándose de pronto de él cuando intentó posar sus labios sobre su pecho para limpiarla. –Vas a tener que compensarme con algo más que eso por no dejarme acabar lo que estaba haciendo.
-No seas mala. –Se quejó él llevando esta vez una mano a la espalda de la diablesa para asegurarse de que no volvía a escapársele y deslizándola suavemente hacia abajo hasta explorar con sus dedos el valle que separaba sus nalgas. –Lo hice precisamente para compensarte por la interrupción.
-¿Es para mí? –Pareció comprender Sithy cuyos ojos miraron de pronto al cristal con renovado interés.
-Si lo quieres… -Respondió él, haciéndola temblar de pronto al introducir uno de sus dedos en la humedad de su cuerpo.
-Eso tampoco te servirá. –Consiguió decir la diablesa tras un pequeño jadeo. –Pero es un comienzo.
Aparentemente cansada de que él llevase la iniciativa Sithy cogió el cristal entre sus delicados dedos y lo acercó de pronto a los labios del muchacho sin decir una palabra. Él pareció sorprenderse pues para un humano aquel cristal no suponía lo mismo que para una diablesa como ella, pero no tardó en comprender lo que quería y le siguió el juego. Tras coger el extremo de la gema entre sus labios el muchacho levantó ligeramente la cabeza y dejó que ella hiciese el resto tal y como sabía que le gustaba.
A la diablesa le bastó con esto. Con solo mirar a los ojos del muchacho podía ver que sentía lo mismo que ella y descendió sobre su cuerpo una vez más acercando sus labios azules al otro extremo del cristal hasta deslizarlo en su boca. Ella no se limitó a sostenerlo como él sin embargo, lo acarició lentamente con sus labios y su lengua conforme lo introducía en su boca y avanzó por él hasta llegar finalmente a los labios del muchacho. En ese instante sus bocas se fundieron en un ardiente beso en el que el cristal ni siquiera parecía existir mientras sus cuerpos se frotaban mutuamente compartiendo el calor y la humedad que los cubría.
Cuando él al fin rompió aquel beso los ojos de ella brillaban con más vitalidad que nunca y el cristal había desaparecido. En su lugar un pequeño haz de luz del mismo color violáceo fluía todavía entre las bocas de ambos como prolongando la unión que hasta entonces habían mantenido sus labios y sus lenguas. No duró mucho sin embargo y de nuevo ella se mostró desilusionada, aunque esta vez su desilusión se debía más al fin del beso que a la desaparición del cristal como probaba la forma en que lamía todavía sus propios labios como para no olvidar el sabor de los del joven mientras lo miraba con impaciencia. Pero él no la hizo esperar mucho tiempo, aunque no fueron sus labios lo que la boca del joven buscó a continuación.
La boca del muchacho buscó de nuevo la pálida piel de la diablesa y esta vez ella no hizo nada por evitar su contacto. Al contrario, cuando sintió como él posaba lentamente sus labios alrededor de la azulada aureola que coronaba uno de sus pechos las manos de la criatura sujetarían suavemente su cabeza negándose a dejarlo marchar.
En ese momento la sinfonía que aquel mensajero había interrumpido regresó de de nuevo al bosque. La sensual voz de la diablesa resonó en forma de un dulce gemido por todo el claro junto a la de su amante y los dos continuaron su apasionado encuentro a la luz de Xhanya. Sin que nada ni nadie más, ya fuese mortal o demonio, se atreviese ya a volver a molestarles.
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