Tiempo roto
Me levanto fugazmente sin saber a donde ir; me miro al espejo, sonrío e intento olvidar mi pasado. Del angosto bolsillo de mi pantalón sobresale mi reloj, mi antigua cárcel, el viejo tic-tac de mi muerte, mi indeseable fin.
Todavía no se porqué pero todo lo calculaba minuciosamente, mis llegadas, mis salidas, mis sueños y a mi mismo. Nunca fui libre y la costumbre de vivir enjaulado, la monotonía de los barrotes y esas cadenas que me ataban y me flagelaban calmaron todas mis ilusiones. El tiempo era mi única meta y también la única razón que tenía para vivir. Me absorbió y comencé a ver a la gente como manecillas, agujas que calmaban mi mono. Pero inesperadamente encontré mi metadona en forma de placer, la lujuria me liberaba y me hacia volar libre; las largas resacas rompían los esquemas que con tanto ímpetu había trazado y la arena del reloj fluía de mis manos con la rapidez de un relámpago.
Ahora estoy de pie en medio de una lóbrega habitación de hotel con una botella de whisky vacía en la mano y, en la boca, el recuerdo del sabor a cigarrillo de una prostituta.