Strider salió meses antes de que cayera el muro de Berlín en los arcades, aunque lo había hecho un año antes en forma de manga. Era un juego de acción plataformero de scroll horizontal y en su época causó una verdadera revolución. Capcom supo crear un héroe de acción carismático e inteligentemente aprovechó la época que le tocó vivir para enmarcarlo dentro de un mundo distópico, con dictadura comunista de por medio. Era el ocaso de la Guerra Fría, en el juego un futuro soviético donde el sablazo de una espada veloz hacía caer hasta el gorila robótico más aparatoso.

Los Striders en el manga eran letales ninjas que trabajaban como matones a sueldo. En su primera aproximación al videojuego, Capcom decidió quitarle la tan personal bufanda de tela, que después recuperaría en la segunda entrega y en el futuro, pero creó una de las aventuras más fantásticas de la época. Strider era destreza con la espada, sus movimientos eran rápidos, su agilidad le permitía aprovechar las paredes para trepar y los gadgets robóticos animales ayudaban a acabar con enemigos. Eran escenarios que no solamente te permitían desplazarte horizontalmente, sino que también tenían desniveles y podías ascender hasta considerables alturas. Los enemigos eran tan variados como imaginativos, desde dinosaurios exoesqueléticos hasta amazonas en bikini pasando por soldados mecánicos con gorro ruso. Las peleas contra bosses eran épicas, desde una bola gigante con su propio campo gravitatorio que te hacía girar alrededor suyo hasta una serpiente mecánica formada por un parlamento soviético entero que surcaba los cielos con la hoz y el martillo en cada mano. La banda sonora merece un inciso, quién no recuerda la melodía que sonaba cuando bajábamos de la colina nevada a todo correr para que no nos pillase la deflagración de las minas?

Pasaron muchos años hasta que Capcom decidió realizar la segunda parte. Ya habían salido ports hacia todos los sistemas de la época e incluso versiones propias para sistemas como la Nes, pero fue diez años después cuando Strider Hiryu volvió a los salones recreativos. Esta vez en una aventura de acción 2.5D con sprites bidimensionales y escenarios poligonales. Esta vez los sablazos de Hiryu eran si cabe más rápidos y creaban olas de colores que partían a los enemigos, en un espectáculo de tonalidades que te invitaba a presionar el botón con rabiosa insistencia mientras corrías. Una pena que fallara en su dificultad y curva de desafío, ya que nos encontramos ante una vistosa y muy bien trazada aventura que serviría años después como base para el nuevo Strider Hiryu que ha llegado a las consolas y el pc.

Realizado por los americanos de Double Helix aunque con el apoyo de Capcom Osaka, Strider se muestra en fullHD en una aventura 2.5D completamente poligonal. En una acertadísima evolución del concepto original dentro del género Metroidvania. Una lástima que no ostente el refinamiento de Konami ni la intensidad de Nintendo en su propuesta. El personaje, los movimientos, el mapeado y el origen de su propuesta radican más en Strider II que en el primero, por mucho que se vanaglorien los clásicos al recordar su juventud. Lo que sí es meritorio aclarar es que este título podría haberse convertido en un clásico contemporáneo, cosa que no ha hecho. El diseño de mapas aunque concienzudo, se vuelve repetitivo y poco edificante. Si bien en los Castlevania todos nos hemos podido perder y disfrutado igualmente con ello, aquí el viaje resulta olvidadizo si no hay un objetivo concreto que lograr. Importante es el poco gusto al diseñar los decorados exceptuando dos o tres detalles como esculturas y edificaciones, ya que las zonas carecen completamente de singularidad, lo que nos acaba creando un síndrome de pollos descabezados corriendo de un sitio para otro. El desarrollo es una suerte de enfrentamientos estériles, si bien el buen control del personaje y sus posibilidades hacen que el juego luzca, pero a eones de distancia de competencia como Castlevania Symphony of the Night. Lo cual me hace recordar que elementos RPG no le hubieran venido mal al juego, aunque quizás sea demasiado excesivo para una propuesta de acción pura y dura. La música únicamente luce algo cuando suena un remix de un clásico pasado y los enemigos ni imponen ni se les espera que lo hagan, aunque en la dificultad de dotarlos de mecánicas diferenciadoras hay que decir que dan juego. Algunos bosses en opinión personal han quedado desfasadillos.

Strider gusta cuando a la contundencia del personaje, se unen decisiones de mapeado que dan juego y frenetismo que impone diversión. En momentos clave la continua salida de enemigos y el afán por buscar hasta en lo más recóndito, hacen de su mecánica algo embriagador, que se difumina cuando te paras a mirar el detalle de la composición. La música, los decorados, la trascendencia de lo que estás haciendo es lo que te deprime. Ves que aunque sea un buen juego y te esté dando horas, podría haber sido mucho más. La historia está malísimamente contada y no tiene ninguna gracia. Hay momentos en los que al entrar en la ciudadela te encontrarás con un orador, qué gratificante hubiera sido escucharle cosas interesantes sobre su ideología o mensajes que te hagan replantearte su legitimidad. Ante esos momentos únicamente puedes decir “qué oportunidad más buena perdida”. Porque aunque te guste a lo que estás jugando y pienses que la ecuación funciona, miras atrás a la historia de esta saga y es demasiada losa para este resultón bocado.