Rendirse no es una opción (relato de supervivencia en el espacio)

Bueno, aquí os dejo mi relato. Espero que lo encontréis entretenido. Por cierto, este fin de semana del 19 al 21 de abril voy a tener mis libros, La esfera de Boltzmann y El hexaedro de gadolinio, en promoción gratuita (en formato en ebook)

Rendirse no es una opción

Generalmente, en los relatos de los héroes no hay lugar para las pequeñas incomodidades que las necesidades fisiológicas imponen a las personas normales y corrientes. En la diminuta cápsula espacial que iba en la deriva, el wáter estaba situado en el lateral derecho y una exigua cortinilla daba una poca de intimidad al usuario del retrete. En ese momento, la capitana estaba usando el cono con aspiración para la orina cuando se dio cuenta de que necesitaba ayuda.

—Bob, ¿me puedes pasar el paquete de compresas? Está en mi cajón de efectos personales.
—Sí, por supuesto —dijo el piloto mientras de un grácil salto en gravedad cero pasó por encima de los asientos de los astronautas para ir al otro lado de la cápsula.

Cuando abrió el cajón de Tessa, vio no solamente el paquete de compresas, sino también una foto plastificada de la capitana con el resto de su promoción. Ella se graduó con los máximos honores, por delante de todos sus compañeros. Cerró el cajón y, antes de volver volando al otro lado de la cápsula, aspiró hondo porque quería reunir el valor de comunicarle a su superiora lo que venía pensando desde hace dos días, tras el inesperado accidente que los dejó a la deriva.

—Gracias —dijo Tessa al coger el paquete— no me podía quitar el cono sin manchar el traje o la ropa interior.
—Mira, te quería decir…
—Espera un momento, no quiero soltar ninguna gota de coágulo mientras me la pongo…

Tras una incómoda espera donde el espeso silencio se veía interrumpido por los sonidos que hacía la capitana al ponerse la compresa, la cortinilla se abrió por fin y Tessa le espetó por fin a Bob:

—¿Qué es eso tan importante que me quieres decir?
—Son matemáticas puras.
—¿Matemáticas?
—La capsula llegará a la Tierra en cincuenta días y nosotros tenemos agua y comida para veinte días. Para dos personas. En cambio, una sola persona con raciones normales tendría para cuarenta días sin racionar. Con racionamiento llegaría fácilmente a los cincuenta.
—La respuesta es no. ¡No! ¡¿Me entiendes?! Soy capitana de esta nave y ya he perdido a Dick con la explosión del tanque de combustible y bajo ninguna circunstancia voy a perder a nadie más bajo mi mando.
—Podríamos echarlo a suertes…
—La respuesta sigue siendo no. Para mí, rendirse no es una opción. Si es necesario, podemos racionar nuestras provisiones al máximo, llegaremos como sacos de huesos a la Tierra, pero llegaremos.
—Sabes que la comida no es limitante. Es el agua lo que nos hace falta. En el módulo de servicio, que quedó destruido con la explosión, está el reciclador. La comida la podemos racionar, pero perdemos agua al excretar. El inodoro estaba conectado a la bomba del reciclador, en cambio ahora da al vacío del espacio. No podemos reutilizar el agua de nuestra orina.
—Lo sé, déjame pensar en algo. Todavía tenemos una bombona con oxígeno para realizar otra actividad extravehicular más, de treinta minutos de duración.
—De acuerdo, Tessa. Medítalo esta noche, pero mañana me tienes que dar una solución, cada día que pasa es un día perdido.
—Lo haré, en todo caso pospondremos el racionamiento para mañana. Quien salga mañana con el traje deberá tener toda la energía disponible para trabajar en los restos del módulo de servicio.

Tessa se movió inquieta esa noche durante el sueño. Nunca le gustó dormir con gravedad cero y tuvo una pesadilla muy extraña que recordó al día siguiente. Estaba de nuevo en el centro de entrenamiento de astronautas, realizando el curso para conseguir su certificación y todos sus compañeros habían pasado por el simulador de reentrada. Todos ellos lidiaban con un escenario imposible: la cápsula regresaba a la Tierra a velocidad de escape después de circunvalar la Luna y con el escudo térmico destrozado. Delante de ella, los otros aspirantes luchaban contra las adversidades inútilmente. La cápsula se convertía en una bola de metal fundido matando (virtualmente) a todos sus ocupantes. Otros intentaban un ángulo de ataque más elevado, pero la cápsula rebotaba en la atmósfera y se perdía en el espacio. Por fin llegó el turno de Tessa y no perdió el tiempo intentando frenar la capsula con los retrocohetes. Eso no rebajaba lo suficiente la velocidad de reentrada. Por eso, intentó una última estrategia a la desesperada: Los cohetes de frenado y posición funcionaban con propergoles hipergólicos, mezclando hidrazina con tetróxido de dinitrógeno. Pero ella conocía un menú de mantenimiento donde podía abrir sola la válvula de hidrazina sin abrir la del tetróxido de dinitrógeno. La hidrazina se congelaba a 274 K, casi la misma temperatura que el agua. Abrió los tanques a un ritmo bajo y dejó que se fuera sublimando parte y parte se fuera congelando. La hidrazina se fue infiltrando por el escudo térmico destrozado, congelándose en el vacío del espacio. Fue apurando los últimos segundos antes de tocar las capas superiores de la atmósfera viendo por la cámara de posición como el escudo se iba cubriendo de una capa helada, hasta que saltó una alarma: La válvula se había atascado. “No, no” pensaba ella, en el pasado, su particular Kobayashi Maru había funcionado y sus superiores la había felicitado. En el sueño, sin embargo, todo iba mal y veía como la capsula del simulador se iba poniendo cada vez más naranja hasta que despertó empapada en sudor. En todo caso, había tomado una decisión: A la mañana siguiente saldría ella con el traje espacial, porque ya sabía lo que había que hacer. Después de desayunar, se lo anunció a Bob:

—Ayúdame a ponerme el traje, seré yo quien salga.
—No es necesario, puedo hacerlo…
—Soy la capitana y estás bajo mi mando. Harás lo que yo te ordene y si algo sale mal ya tendrás resuelto tu jodido problema de matemáticas.
—De acuerdo —transigió Bob cabizbajo.

Tessa salió al exterior con su traje y la última bombona de oxígeno que quedaba en la cápsula. Su traje estaba atado con un hilo de nailon a la maneta de la escotilla y, agarrándose por los salientes de la nave fue bajando hasta los restos del módulo de servicio. Una pequeña explosión de combustible remanente fue lo que se llevo a Dick por delante cuando intentó hacer la misma maniobra. Eso fue dos días antes, ahora Tessa esperaba que todo se hubiera evaporado ya en el vacío del espacio. Tessa se fue moviendo lentamente hasta el lado derecho de la nave, justo la zona que quedaba debajo del retrete y que estaba en el lado más alejado de donde se había producido la explosión. Tras desatornillar un panel, vio la unidad de reciclaje. Las tuberías que llevaban a esta estaban destrozadas, por eso la orina era succionada hacia el espacio, pero la unidad en sí estaba dentro de una caja de acero que había resistido relativamente intacta. Empezó a desmontarla a contrarreloj.

—Tessa, te quedan quince minutos.
—Lo sé, joder. No me metas más presión.
—No te va a dar tiempo a desmontar la unidad antes de que se te acabe el oxígeno.
—¡Cállate!

Tessa sudaba dentro del traje y a la unidad solo le quedaba un tornillo que estaba muy duro. En ese momento saltó la alarma de que quedaba solo un minuto en la bombona. Apretó los dientes y con un último esfuerzo el tornillo se aflojó. Empezó a mover la unidad con dificultad. Estaba llegando ya a la escotilla con los avisos en rojo y respirando entrecortadamente un aire cada vez más bajo de oxígeno. Pudo ver por el cristal que Bob tenía puesto el traje de presión para el interior de la nave, con una pequeña cantidad de aire de reserva y estaba abriendo la escotilla. Tessa estaba a punto de perder la conciencia, por eso ató a una argolla de su traje un cable que sobresalía de la unidad. Tras hacer eso se desmayó.

Se despertó cinco minutos después dentro de la cápsula. Bob la había introducido a ella y a la unidad dentro, no sin dificultad, porque el traje presurizado para el interior no estaba hecho para el vacío del espacio aunque contase con oxígeno propio.

—Me alegro que estés bien, Tessa —dijo Bob al ver que había recuperado la conciencia.
—Gracias. Como ingeniero de esta nave, ¿cuál es tu opinión?
—La unidad está bien y podremos conectarla a la electricidad de la nave Tengo manguitos y recipientes. Si meamos, usando la manguera de aspiración, por este otro conducto deberá salir agua destilada, en teoría.
—Pues manos a la obra.

Ambos se pusieron a trabajar en reparar la unidad. Bob hizo los honores, meando por el interior de un manguito, unido por cinta aislante al aparato. Por el otro lado, Tessa sujetó con una goma una bolsa para almacenar líquido. Tras recolectar un poco de agua decidió, como capitana, arriesgarse ella a probarla.

—¿Qué tal, Tessa?
—¡Puaj! En fin, es agua… casi. No nos moriremos de sed, eso te lo garantizo.

Al final Tessa y Bob llegaron vivos a la órbita terrestre, tras pasar mucha hambre y beber un agua que sabía, literalmente, a meados. Fueron recibidos como héroes y su gesta fue contada como una historia de superación. Tessa, tras sacrificar su vida personal para convertirse en una astronauta de prestigio, tomó su última decisión como capitana. Bob, por supuesto dijo que sí. Si para conocer a una persona te tienes que comer mil kilos de sal con ella, a Bob y a Tessa le bastaron con mil litros de agua. La pareja que recicla unida permanece unida.
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