Temblaba de forma leve pero persistente con un arrítmico compás fruto del gélido chorro matutino que se colaba por el hueco abierto en mi ventana. Se convertía por momentos en una auténtica molestia, como premonitoria de algún hecho nefasto que había de suceder, forzosamente, al parecer.
-¿Por qué me has hecho esto?. -La pregunta apareció fortuitamente en mi cabeza, pero luego volvió se repetiría de como la línea de un círculo.
Atravesé raudo el corto trecho que me separaba de mi armario, presa de un ominoso presagio, intentando ignorar aquel frío maldito que pugnaba por adentrarse profundamente hacia mis entrañas. Me vestí y en un santiamén estaba en mi coche con el volante entre las manos y dispuesto a rugir por las calles de la ciudad.
Triste viaje.
Triste destino.
Ni yo mismo sabía qué buscaba; qué anehelaba tan fervientemente que me había transtornado de aquella forma tan irracional.
Mi pie derecho empujó con fuerza, mientras mi pie izquierdo se levantaba suavemente y supe en ese preciso instante que la decisión estaba tomada.
La furia que invadía todo cuanto me rodeaba me empujaba hacia mi crudo destino, venciendo al fin el frío, como una tropa letal.
Y entonces recordé. Mi rostro se ensombreció.
