Todos los días se observan, sin embargo nunca se han visto. Son conscientes de la existencia del otro, pero andan dudando la suya propia. Se hablan, pero no se escuchan. Ríen, no saben de qué. Andan juntos, pero no van a ninguna parte. Duermen con los ojos abiertos. Sueñan, pero no despiertan. Leen, no entienden.
Si se divierten se engañan, si se engañan son felices y si son felices lloran.
Piensan, se arrepienten, arrepentidos sonríen y creen que una sonrisa vale más que mil palabras, entonces ya no hablan y dibujan el mismo gesto en su cara mil veces hasta que se aburren y buscan algo más aburrido con qué entretenerse. Si se entretienen se olvidan, y cuando ya es tarde para recordar, recuerdan que han perdido el tiempo, pero no lo buscan y al final se pierden ellos hasta que un día se encuentran. Aunque no se conocen se saludan, cuando se saludan se miran, cuando se miran agachan la cabeza avergonzados y avergonzados vuelven a casa. Los dos abren la puerta, uno antes, el otro después. Los dos viven en un segundo, la misma calle, el mismo edificio, la misma puerta, comparten la misma casa, el mismo techo, la misma indeferencia y todos los días se besan sin saber por qué.
Se mienten, se engañan, se hacen daño, pero juntos, creen y hacen creer que son felices.