Necesito opiniones (2ª NOVELA)

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Necesito opiniones, críticas y demases. Gracias.

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La mujer negra corría. Los árboles le arañaban la cara, pero ella no se quejaba ya que huía y su perseguidor le seguía varios centímetros detrás. Yo me encontraba acuclillado contra un frondoso árbol, machete en mano. Sonreí viéndola correr hacia mí. Sus piernas bien torneadas se movían muy rápido. Dejé que pasara a mi lado y salí de mi escondite alzando el machete y le asesté varias cuchilladas al agresor. Él gritó con furia mientras la mujer seguía corriendo. Fui con ella hacia un puente a punto de venirse abajo donde los coches ardían sin control, allí vi a dos de mis amigos. De repente, una de aquellas bestias, que estaba encima de uno de los coches, me agarró con sus sangrientas entrañas por el cuello. Casi podía notar cómo me asfixiaba poco a poco, mi vida se apagó…. en la pantalla.

–¡Taaaank! –Gritó mi compañero por el micrófono.
–Lo siento, estoy muerto. Me quedan unos segundos para regenerarme.

Bebí un sorbo de café mientras mi personaje cobraba vida de nuevo. Eso era lo mejor de mis días libres: café, música y videojuegos en línea a mansalva.

–¿Dónde demonios está el Tank? –Me preguntó mi hermana, Ann.
–En el puente, junto a los coches quemados –dijo mi hermano, Tom. Su micrófono se oía fatal y me estaba haciendo polvo los oídos.
–Lo veo, lo veo.

La chica negra se armó de valor y le dio varias cuchilladas con la katana al gigantesco monstruo. Él se vengó lanzándole un trozo de asfalto que impactó en su cuerpo haciéndola caer junto al personaje de Getxa, mi compañero, también en el suelo.

–Vamos Leprechaun –me dijo–. Me he caído.

Cogí una bomba casera y la lancé.

Miré hacia el gran ventanal de salida al patio de mi ático y vi como el señuelo que tenía puesto encima de la puerta corredera empezaba a emitir un suave tintineo.

–¡Hostia puta! –Exclamó Getxa.

Me agarré a la mesa mientras intentaba mover al personaje. Mi pequeño beagle, Vagabundo, se metió debajo de la mesa del comedor con el rabo entre las patas.

–¿Qué coño hacéis? Moveos –dijo Ann.
–Como se nota que estás en Irlanda.

El mueble del salón crujió y la lámpara oscilaba en círculos casi perfectos.

–¿Qué demonios os pasa?
–Estamos en plena “montaña rusa del Pacífico.”
–Oh, mon…

Getxa salió de la partida.
Dieu –acabé.

La pantalla del ordenador se puso oscura y la torre emitió un suspiro antes de apagarse, se había ido la luz. Oí como en la cocina algo se rompía y como mis vecinos de abajo gritaban.

–¿Qué hacemos, Vagabundo? ¿Salimos o no? –El pequeño perro me miró y aulló asustado.

No me apetecía bajar trece pisos para luego volver a subirlos sin ascensor, así que decidí quedarme allí. La alarma del edificio empezó a sonar.

Bueno, los terremotos eran nuestro pan de cada día. Por algo ese país se llamaba Terra Da Lume o sea Tierra de Fuego, porque había un volcán en erupción debajo de nuestros pies, por la cercanía de Japón (estaba a ciento setenta kilómetros de la costa de Sendai) y del anillo de fuego.

Desde que viví el horrible terremoto del once de marzo, cada vez que concluía un terremoto de una magnitud tan grande, pensaba en que un edificio de trece plantas tardaría menos de siete segundos en caer. Adiós mundo cruel. La historia que estoy relatando pasó cinco meses después del Gran Terremoto que mató a quince mil personas en la costa japonesa y a cinco mil aquí. Cuatrocientas murieron en Ciudad Central y los demás en la costa de Terra da Lume.

El tono de mi móvil (Girl You'll Be a Woman Soon) me asustó. Lo cogí, era Getxa.

–¿Qué pasa, Guetta?
–Nada, quería saber si estabas bien.
–Aquí sigo, vivito y coleando como un pez.

Rió.

–A tomar por culo la partida… –dijo.
–Pues eso parece.

Cuando conocí a Getxa (pronunciado Ge-t-cha) hacía seis años, él bajaba de un autobús y llevaba una venda en la cabeza por una pedrada que recibió cuando iba caminando por el barrio donde vivía, en plena oleada de disturbios en Francia. Tuvieron que ponerle siete puntos de sutura, bueno, eso da igual. Era un tío cohibido que no quería ni decirme sus apellidos porque pensaba que me iba a reír de él. Sus apellidos eran Etxeberria (E-che-be-rria) Izara y para él eran muy complejos por su incapacidad para pronunciar las erres. Era de Mont-de-Marsan. Yo una vez estuve allí pero un terrorista se escapó de la cárcel y tuve que irme.

No falla, siempre que voy a cualquier sitio algo sale mal o en algunos casos muy mal, en el último viaje que hice con mis hermanos casi la palmo, que coño, tendría que estar muerto en este momento en vez de estar escribiendo esto. ¿Cuál había sido mi última metedura de pata? Después del Gran Terremoto y del posterior tsunami, yo me hallaba mirando al océano desde el mirador. Debo decir que volé, pero Isaac Newton y su manzana me enseñaron que lo que sube tiene que bajar, así que aterricé contra las piedras del acantilado poniendo de escudo mis brazos. Diagnóstico: tres semanas en coma inducido, las cuatro extremidades rotas; tibia y peroné en las dos piernas y cúbito, radio y codo en los dos brazos. Los huesos se habían soldado perfectamente pero tenía constantes dolores de cabeza, o sea que mi trabajo en comisaría consistía en hacer y tramitar denuncias. No sabéis la de carteras, motos y coches que roban en una ciudad de tres millones de habitantes al día.

¿Y por qué el apodo de Leprechaun? Primero, soy irlandés. Segundo, para sacar a mi gran familia (tengo siete hermanos) adelante empecé a trabajar de zapatero a los ocho años. Cuando crecí, de edad, trabajé en el barco pesquero de mi padre. Tercero, apenas llego al metro sesenta. Cuatro, soy más asexual que los ángeles.

Vagabundo ladró con su suave voz y noté que alguien abría la puerta; después del accidente no me dejaron irme solo a casa así que vivía conmigo otro de mis hermanos, Josh. Un tío de cincuenta tacos que todavía conservaba su pelirrojo natural y tenía todo el cuerpo lleno de pecas, era el más alto de la familia, con un metro ochenta y tres de estatura.

–J-joder –dijo intentando recuperar el aliento. Casi podía oír como su corazón latía desbocado. Se tiró en el sofá y dejó caer las piernas al suelo, dando un tremendo golpe a la madera.
–Como se nota que tú no has pagado el suelo, no vuelvas a hacer eso.
–Que puta manía de cortar la luz, ¡que solo son temblores! He visto a le Marseillaise, estaba andando por el parque con cara de estar muy asustado.
–No le llames así, pobre Getxa. Siempre se asusta con los terremotos y más después del de marzo. Uno de magnitud nueve a diez kilómetros de la ciudad asusta muchísimo.
–Seguro que sí.

Mi hermano tiene una paga ya que cuando tenía veinte años sufrió un terrible accidente cuando iba en coche con mi otro hermano, Gerald, a Josh tuvieron que amputarle la pierna izquierda de rodilla hacia abajo, y mi hermano Gerald habla mediante una máquina que a veces se queda atascada en la letra eme. Somos como una versión irlandesa de la familia Kennedy, me refiero a la mala suerte, no a que somos mafiosos.

–¿Que quieres comer?

Lo mejor que tiene Josh es que cocina de puta madre, su mujer siempre quiere que cocine él. Además sabe arreglar televisiones, lavadoras, neveras... de todo. Entró en la cocina.

–Joder, ¡lo acababa de limpiar! ¡Mierda!
–¿Qué pasa?
–Se han caído todos los cubiertos –hizo un ruido extraño–. ¡Y huele a gas! ¿Qué coño pasa con las alarmas?

Oí como le daba un golpecito. Mi cocina estaba dotada de varias alarmas, alarmas de gas, humo y otra que no se para que sirve.

–¿Vagabundo no se ha percatado del olor? No pienso cocinar en una habitación tan llena de gas. Voy a llamar a que revisen todo.

Miré a Vagabundo, me pareció muy raro que no hubiera ladrado cuando empezó a salir el gas.

–¿A ver si no va a tener olfato?
–No digas eso, por Dios –dije mirando al animal.
–Hay animales con anosmia.
–Por favor, no. A lo mejor por eso lo abandonaron.
–No creo que fuera por eso. Podemos ponerle algo en la nariz a ver si lo huele.

Cogió una cerilla, la encendió y la puso en la nariz del perro que se fue hacia atrás. Suspiré y le toqué el lomo.

–¿No es peligroso encender una cerilla con gas corriendo por la casa?
–¿Por la casa? He cerrado la puerta y he abierto la ventana. Voy a llamar al tío del gas.

El hombre del gas vino y reparó una pequeña fuga que había en una de las tuberías y nos pidió que no encendiéramos la cocina hasta el día siguiente. Josh le explicó lo de la alarma y la probó. Sonó al instante. Me di cuenta que con el ruido de la alarma general del edificio no había oído la de la cocina. Nos aconsejó que pusiéramos otra que sonara diferente y se fue diciendo que el seguro nos lo cubría.

A las doce de la noche volvió la luz y vi que las cosas que tenía en la nevera no se habían estropeado.

Cuando todo se fastidió, la mañana siguiente, era un día precioso de cielo azul. Estaba sentado en una incómoda silla de plástico azul mientras el médico del hospital de la cercana ciudad de Bridgeport me comunicaba las palabras que había deseado escuchar desde ya hacía cinco años. Le di las gracias un millón de veces y salí de la consulta con una sonrisa de oreja a oreja.

–¿Buenas noticias? –Me preguntó Josh.
–Las mejores. Volvamos a Ciudad Central y te invito a comer.
–Si invitas tú...
–Claro.

Bajamos al aparcamiento y dejé el informe que contenía aquellas palabras mágicas: EN REMISIÓN.
Pensé que la racha de mala suerte ya había pasado pero el tiempo me diría que estaba equivocado.
Es tu segunda novela dices? Quién te publicó la anterior? Echo en falta metáforas, descripción moral de los personajes y un sinfín de cosas q hacen q yo al menos no te la publicara. Suerte no obstante.
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