(Microrelato) - La Vida pasar

La vida pasar

Vuelve a sonar el despertador, otro día más en el contador.
Me levanto, y como cada mañana, me dirijo a la ventana, subo las persianas lentamente y veo cómo amanece.
Según voy subiendo las persianas, noto como un escalofrío recorre mi espalda, apenas entra luz por las rendijas, es un mal presagio.
Cuando finalmente el cristal queda libre de impedimentos veo la razón de tanta oscuridad, las nubes negras lo envuelven todo y descargan gran cantidad de agua sin cesar. El día previsto tenía ese color, era todo oscuridad y agua.
También es el motivo por el que la casa está tan aislada, soy incapaz de conciliar el sueño si oigo que llueve.

Continuo con mi rutina matutina, algo de ejercicio en ayunas, aseo y un desayuno. Procuro llevar la vida perfecta, cuidando mi cuerpo con la cantidad adecuada de ejercicio y la mejor alimentación posible, tengo todo tipo de cuidados que retrasen al máximo el envejecimiento. Me hago todo tipo de revisiones médicas, sé que está todo perfecto, sin embargo algo hay que nadie consigue ver, que marcará el final por mucho que intente evitarlo.
Cuando termino de vestirme y me planto frente al espejo, lo que veo me atormenta cada vez más.
En el cristal se refleja la ventana que tengo detrás, una ventana oscura y llena de agua, y en medio del espejo hay una cara, la de un tipo de 39 años, que aparenta exactamente esa edad, y que tiene las mismas arrugas y entradas que el tipo que había el día previsto.
Esa cara es el segundo mal presagio, no puedo evitar que mi mente se llene de pensamientos negativos, todo parece señalar que el contador se acaba.

Procuro focalizar mi mente en el momento presente, han sido muchos los días que he tenido la misma sensación, incluso me he pasado días escondido de la lluvia, para que al final no haya pasado nada, y haya terminado pasando una semana rabiando por haber perdido días del contador escondido en casa.
Esa sensación es mucho peor, así que con ese pensamiento me armo de valor, cojo el paraguas (¡maldita lluvia!) y salgo al trabajo.

Llego al trabajo, la comisaría central, rodeado de compañeros que no saben que pensar de mí.
La mayoría sienten una mezcla de admiración y miedo, los días que no llueve, no le tengo miedo a nada y actúo sin vacilar en todas las circunstancias, tanto es así que algunos creen que estoy loco y que me da igual vivir, entiendo que piensen así, no tengo pareja, ni amigos, parezco un lobo solitario.
Nunca quise empatizar mucho con nadie, sé que mi contador está limitado y prefiero dejarlo vacío sin dañar a nadie.

El día se presenta largo, estos días oscuros parecen sacar las alimañas que llevamos dentro y los pequeños incidentes se convierten en actos violentos.
Nos informan de un atraco con violencia en un bar, mi compañero Lázaro y yo somos la patrulla más cercana, así que acudimos raudos al lugar.
Se trata de un tipo, un pobre diablo, destruido por las drogas que trata de conseguir cualquier migaja para cambiar por droga. Está en un estado que necesita algo que le sacie y cualquier cosa le vale, y a la vez, está tan desesperado, que todo le da igual.
Tiene un cuchillo, totalmente oxidado, medio destruido, con tan mal aspecto que parece que el cuchillo esté maldito y solo traerá desgracia a quien lo porte.
Llegamos al lugar, dentro solo queda el pobre diablo y el camarero guarecido detrás de la barra con el tipo intentado pincharlo para conseguir el botín. El diablo no se encuentra en este mundo, el camarero le está dando el dinero pero él no es capaz de reconocerlo y piensa que lo están engañando, que siguen escondiendo su preciado botín.

Entro yo delante de Lázaro, sé que el momento previsto no era así, no había armas, así que me permito el lujo de ir directamente a por el diablo.
En cuanto se percata de mi presencia, empieza a lanzar puñaladas al aire en mi dirección. Tenemos un pequeño forcejeo donde casi me apuñala en varias ocasiones, no tengo miedo, sé que así no va a ser.
Le reduzco en apenas unos segundos y le esposamos.

Mi compañero Lázaro le esposa y pide refuerzos para llevárselo detenido, en apenas unos minutos llegan más compañeros para tomar declaración a los presentes y llevarse al diablo. Al pobre diablo que tendrá que seguir lidiando con los demonios que lleva dentro.
Lázaro me mira con orgullo, he intentado mantenerme al margen de todos pero con él me ha sido imposible, demasiados momentos juntos. Muchas veces he pensado en pedir cambiar de comisaría, por separarme de él, pero es la única persona que ha respetado mi perímetro de seguridad sin hacer una sola pregunta.
Es un gran hombre, espero no hacerle daño cuando llegue el momento.

Aunque parezca extraño, tengo que decir que me encanta este tipo de intervención, me hacen sentir vivo de una manera muy especial, sé que no soy tan valiente, que hago trampas y que actúo sabiendo el resultado final, pero aún así, la adrenalina que invade mi cuerpo me lleva a un estado de plena consciencia donde puedo disfrutar de cada segundo sin pensar en el contador.

Con todo recogido sucede un momento curioso, una vez que está todo calmado mi cuerpo me reclama vaciar urgentemente la vejiga.
Un pensamiento cruza mi mente, ¿estará empezando a fallar la próstata? Por extraño que parezca esto me hace sonreír, no pensé que llegaría a sentir esa sensación.
Lázaro me mira extrañado y me pregunta, "¿estas bien compañero?" Creo que la respuesta que le dí sólo ha servido para incrementar mi fama de ser extraño, "Perfectamente, simplemente me meo." Comenzamos a reír, el resto de compañeros nos mira extrañados, en 15 años juntos, nunca habíamos pasado un momento así. Mi insistencia en marcar distancia con el resto de la gente no me lo permitía.

Como movidos por una fuerza invisible, varios compañeros y yo acudimos al baño del local.
Una vez dentro, la estancia queda fuertemente iluminada por un rayo, se hace el silencio dentro del baño, el local se queda sin energía y llega el trueno haciendo vibrar las paredes e imponiendo su voz a la de los demás.
De repente la estampa tiene exactamente la misma forma que la del día previsto, una habitación a oscuras, rodeado de gente riendo, gritando, oyendo llover a mares.
Es el día y es el momento.
Comienzo a sentir un fuerte dolor en el pecho, seguido de un entumecimiento del brazo izquierdo. Miro a mi alrededor, Lázaro se percata de que algo pasa.
Caigo al suelo, un último pensamiento cruza mi mente, cómo he podido ser tan estúpido, me he confundido.
Todo se vuelve negro y me invade una gran paz, al menos, eso no está tan mal.

Despierto dentro de una ambulancia, todo es ruido y gente trabajando a mi alrededor.
Un médico me habla y me pregunta continuamente, trato de responder que estoy bien, que estoy consciente. Las palabras se quedan atrapadas durante unos instantes que parecen eternos, hasta que finalmente consigo hablar, el médico parece respirar más tranquilo.
Fuera de la ambulancia veo a mucha gente, al principio son siluetas borrosas en la oscuridad hasta que se descubren y veo que son mis amigos de la academia.
Ahora empiezo a recordar, hemos aprovechado el fin de semana para salir de Ávila y coger a las novias para escaparnos a una casa rural. Todo iba bien, disfrutando del viaje y de la carretera, hasta que nos metimos en mitad de una tormenta y tras una serie de curvas donde donde no se veía nada y solo había agua por todas partes, terminamos por caer.

¡¿Sofía!? ¡¿Donde está Sofia?! Iba conmigo, sí yo estoy así, ¿Cómo esta ella?. Rápidamente me incorporo, mi cuerpo se despereza del todo, vuelvo a estar plenamente consciente.
El médico que me atiende trata de calmarme pero yo solo grito el nombre de Sofía. Me explica que está en la otra ambulancia, que los dos hemos sufrido un fuerte impacto pero que ella ha recuperado antes la consciencia y esta bien.

Finalmente nos encontramos de nuevo, nos abrazamos y lloramos por el susto y la alegría de volver a vernos.
Le pido mil perdones por el accidente, me produce un fuerte dolor pensar que la podría haber hecho mucho daño.
Ella, que es un ser de luz, se ríe y le quita hierro al asunto, me comenta que no ha pasado nada, que la experiencia ha sido buena, mientras estaba en esa parte del universo entre la vida y la muerte, ha visto pasar toda su vida, su infancia, sus abuelos, todo.
Cuando termina de contarme todo lo que ha visto me pregunta, "¿y tú que viste?".

Y fue ahí, justo en ese preciso instante, cuando recordé lo que vi.
Vi a un tipo, de mediana edad, con alguna arruga y alguna entrada, en un día lluvioso y oscuro, en una sala rodeado de gente que ríe.
Ese tipo era yo, y ese momento, era el instante que moría.
Yo no vi mi vida pasar, vi mi vida acabar. Supongo que un fallo del universo me mostró la parte equivocada de mi vida.
A mi mente acudieron mil pensamientos, ¿Qué sitio era ese? ¿Quiénes me rodeaban? ¿por qué reían?
A Sofía no le conté nada de esto, le dije que había visto lo mismo que ella y le hablé de mi vida.
Sofía es un ser de luz, no podía contarle eso.

Transcurrieron varios días en los que me dediqué en cuerpo y alma a tratar de recordar todos los detalles que rodeaban al momento.
Cuanto más tiempo pasaba, más se difuminaba todo en mi mente, tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo ya.
Al final llegué a la conclusión de que el momento, era en casa rodeados de los míos.
Era el típico día de lluvia que te quedas en casa. Seguro que los que me rodean son Sofía, amigos y, quien sabe, quizás hasta niños.
Sí, seguro que hay niños, por eso ríen.

Tuve que tomar una decisión, iba a evitar ese momento, quizás así pudiese burlar al universo y mantenerme en este lado durante más tiempo.
Me alejé de Sofía y de mis amistades, estaba convencido que eliminando esa parte social de mi vida, iba a eliminar toda posibilidad de verme en casa rodeado de gente y divirtiéndonos.
Estaba seguro que así burlaría a la muerte por segunda vez.

Que necio.
0 respuestas