"Media Hora en la sala de espera" Relato erótico RECOPILATORIO

Media hora en la sala de espera (relato erótico) CAP.1

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En pocos sitios me siento más a disgusto que en la sala de espera del médico de cabecera. Revistas de salud, viejecillos, una tos de fondo y la enfermera de prácticas que para colmo no me atrae. Y eso que me ponen las enfermeras. Minutos esperando mirando esa viga o leyendo y releyendo carteles de bronquíticos y de lo malo que es el tabaco. Tambien hay uno de cómo coger pesos sin dañar las cervicales. Es interesante éste, además los dibujillos estan currados no como otros. Y sigue sin llegar mi turno. Y la pila del reloj reduce los segundos a la mitad. Y llega alguien. Fresca y espontánea, se sienta al lado de un viejecillo. Mira a su alrededor y al reloj seguidamente y pregunta - ¿Quién tiene el de las once menos cuarto?. Era guapa, sí. Pómulos marcados, piel morena y la mirada achinada y dulce. Aún no la había visto sonreir. Le dije que lo tenía yo, me dio las gracias y sonrió. Tenía una sonrisa original. Vamos, no era sonrisa happydent, era una sonrisa graciosa, espontánea, contagiosa. Me gustó. La miraba de vez en cuando, de reojo; ella también, haciendose la tímida. No tenía un cuerpo de modelo, no era una maravilla de las que provocan accidentes por la calle, pero tenía algo que me gustaba, y mucho. A lo mejor para tí era un callo, o un coco, pero eso a mí de daba igual, me era indiferente. Llevaba una falda, corta, pues hacía calor, y se había sentado cruzando las piernas elegantemente. De repente, ante mi atónita mirada, volvió a cruzar las piernas a lo instinto básico lo suficiente como para que sólo yo me diera cuenta en aquella sala llena de viejecillos y viejecillas que su tanguita rosa le estaba molestando un pelín, pues ante su exagerada estrechez y con el sudor que provocan las altas temperaturas se le había colado entre su sexo. De repente mi adrenalina o mi bilirrubina o yo que sé la sustancia que es la que nos provoca la excitación, empezó a subir de nivel, hasta tal punto que tuve que cruzar tambien yo las piernas a lo instinto básico para disimular la tienda de campaña que había montado en un periquete. Qué poder de seducción. El caso es que no sabía si me estaba seduciendo, o si simplemente le molestaba el tanga. Vaya por dios ahí estaba yo todo morcillón y el del turno de las diez y media llevaba dentro más tiempo de lo normal, estaría a punto de salir.
CAP.2

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Sensual. Embriagada de misterio. Y con un estrecho tanga rosa. Resultaba una agraciadamente inverosímil situación para mí. El caso es que al mismo tiempo que el paciente de las diez y media salía de la consulta, la extraña y morbosa muchacha se levanta hacia el servicio de caballeros no sin antes darse la vuelta para pegarme una última ojeada endulzada de un sugerente guiño. ¿Qué hacia yo ante tal situación?. Parecía estar en un sueño. Nunca jamás me había pasado algo así, de tal manera que pensé... – qué demonios, al médico puedo venir todos los días.- Así que sin más dejé a la enfermera repitiendo mi nombre en voz alta en la sala de espera cual loro parlanchín ensimismado con algo y me aventuré hasta el fondo del pasillo donde se hallaba el servicio de mujeres, junto con el de hombres. La muchacha ya debía estar dentro ya que mi duda llegó a durar más de medio minuto, lo suficiente como para que aquellas hermosas piernas recorrieran quince o veinte metros de pasillo. El sudor me llegaba a las cejas y estaba tan nervioso como excitado lo que me convertía en una bomba de relojería. Necesitaba relajarme así que respiré hondo y pensé en aquella playa a la que solía ir a surfear. Titubeé un poco a la hora de empujar la puerta, no sin antes cerciorarme que los alrededores estaban despejados, y de que nadie me viera en un centro de salúd entrando en el servicio de mujeres una mañana de martes. Nadie parecía alertarse ante un sudoroso y sospechoso rostro titubeando entre dos puertas, así que me decidí a entrar. Al parecer estaba vacío. Ya me parecía a mí rara aquella situación. Todo había sido una mala jugada de mi imaginación. Pero... ¿aquel guiño insinuante?. Juraría que me quiso decir algo con ello. ¿Y si tenía un tic? No lo creo... Bueno no se... en fin. Así que me decidí a salir fuera a ver si la veía. Bueno a estas alturas mi miembro tomaba más decisiones que mi cabeza. Dispuesto estaba pues a abandonar el w.c. cuando oigo una llamada, uno de esos silbidos entre dientes que utilizamos para llamar a alguien, repetido. Parecía provenir del retrete de minusválidos, situado detrás de mí. Así era. Mi cara se sonrojó al ver aparecer a la mujer de la limpieza y yo ahí todo palote, en medio del servicio de mujeres. -Lo siento me he confundido.- y sin más abandoné el lugar. Volví a mi sala de espera pero esta vez sólo para ver si volvía a verla. Por mi mente sólo pasaban obscenas escenas de sexo sin límites con aquel tremendo y morboso cuerpo de mujer. Pero allí sólo había las mismas caras arrugadas de antes, y ni rastro de ella. Así que más confundido que Dinio en Nochevieja, abandoné el centro médico de salúd no sin antes pedir cita para el día siguiente.
CAP.3

La miraba por la mirilla. Deseándola. Con un exceso de ganas de hacerle el amor. Era una de aquellas viejas cerraduras con la forma del símbolo masculino que encontramos en puertas de retretes. Ya eran las doce de la noche y observaba ansioso cómo se acostaba ella, la mujer misteriosa. Ella, con una leve música de fondo, se disponía a acostarse en una de esas viejas camas de madera y colchón blando tan cómodas e incómodas por la mañana. Se quitó su vestido de seda, frente al espejo. Parecía que llevaba todo el día esperando ese momento, pues el calor era insoportable esos días de verano así que se desprendió bruscamente de él y lo tiró de forma indeseable encima de la cama. Si antes tenía exceso de ganas ahora no creo que pudiera aguantar. Su estrecho tanga rosa hacía juego por supuesto con su discreto sujetador. Estaba bastante mojada, el sudor estaba presente en cada poro de su cuerpo, así que se desplazó hacia la ducha, después de desprenderse lentamente de toda su ropa interior. Sus pechos, estaban bien erguidos y tenía levemente la piel de gallina a juzgar por sus duros y oscuros pezones. Quizás se había quedado fría con el cambio de temperatura. No podía más. Intenté abrir la puerta cuando se metió al baño. Y la abrí. Estaba abierta. Por unos instantes me dije ¿qué coño hago aquí? Estoy invadiendo una intimidad. Pero ella... era tan misteriosa. Parecía como si me estuviera poniendo a prueba, hasta que punto era capaz de llegar. Las insinuaciones eran más que obvias por su parte. Me quedé sorprendido en tal momento de la manera con que era aún capaz de razonar con mi céfalo superior. Se oía la ducha, y la música de fondo. Por cierto, música muy poco común. Como muy espiritual... hindú india o qué se yo. Abrí levemente la puerta y allí estaba, masajeandose su esbelto cuerpo. Su cara no fue de sorpresa precisamente. – Sabía que me encontrarías. – y acto seguido me premió con un dulce beso. Aquello me dejó un tanto descolocado pero no estaba yo como para ponerme a debatir. Me estaba mojando la camisa, así que me la empezó a desabrochar lentamente y me invitó con un gesto al interior de la bañera. Me desnudé en un periquete, y por fín mi deseo se vió cumplido, lo conseguí. Cuerpo a cuerpo, desnudos, en la ducha, para hacernos el amor. Su piel era realmente suave, me corría con sólo imaginar como la chupaba. No tuve que esperar mucho tiempo, pues acto seguido de besarnos pasó su lengua por todo mi abdomen produciéndome una agradable sensación de cosquilleo. No le hizo falta levantármela, pues estaba bastante entonado desde esa misma mañana que la ví por primera vez. Se la introduje en su boca y ví las estrellas. No me fallaban mis diagnósticos. La chupaba como pocas veces me la habían chupado. Lentamente, sabiendo casi en cada momento como lo quería, insinuándose mientras lo hacía con la mirada, excitada. Le invité a cambiar de postura para que no tuviera que masturbarse ella ahí agachada, con la otra mano, pues estaba realmente caliente, sí. No le hizo falta mucho para darse cuenta, y de una manera casi sincronizada y entrenada y mientras el agua caliente de la ducha lavaba nuestros cuerpos inclinó su sexo hacia mi cara y rozó levemente mi lengua tres veces seguidas, como cuando haces rabiar a alguien que tiene mucha hambre ofreciéndole y quitándole el bocadillo. Ella jugaba y reía mientras acariciaba mi miembro y le pegaba lametadas intermitentes. Su culo era casi perfecto, ni muy gordo ni muy delgado. Su sexo, ofrecía un aspecto invitador, levemente rasurado por la parte de abajo y una pequeña cresta arriba, con unos labios no muy comúnmente salientes y un tamaño extra. Harto de tanto jueguecito, le atrapé de las nalgas y le empezé a comer el clítoris de una manera brutal, pero con tacto, mientras le agarraba las nalgas con ambas manos y las friccionaba para que no quedara rastro de cohibición, dejando todo bien abierto. Ella jadeaba como una loba y no era capaz casi de chuparmela así que empezó manualmente. La muchacha del tanga rosa era una chica apasionada. Ohhh que bueno era aquello. Cerró el grifo del agua, y sin nisiquiera secarse, se levantó y salió de espaldas del baño mirándome y sonriendo, invitándome a cambiar de lugar. Se acercó al frigorífico y sacó un bote de nata de esos de spray. Sabía yo que aquella mañana en el ambulatorio no podía estar equivocándome, y así era, estaba pasando una de las mejores noches que jamás había pasado. Y era martes, y nada podía frenar ya tal desenfreno.
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