El interior del templo resultaba mucho menos imponente que su formidable entrada. El pasillo era estrecho, apenas lo suficiente para que un hombre caminase con comodidad, y sus paredes carecían casi por completo de adornos. Lo único que embellecía aquellos toscos bloques de roca, extendiéndose incluso por el suelo y el techo como un inmenso manto, eran las viejas runas del antiguo lenguaje de Acares. Elaborados símbolos de trazos complicados en su mayoría, pero sencillos a la vista, que se sucedían interminablemente en todas direcciones cubriéndolo todo con un mensaje que pocos serían ya capaces de descifrar.
Para los cuatro jóvenes y su “guía”, sin embargo, aquello era poco más que un montón de garabatos sin sentido y los cinco avanzaron por el laberinto de corredores del templo sin preocuparse en absoluto por esto mientras se adentraban más y más en el corazón de la montaña. La oscuridad dominaba por completo aquellos pasillos, como un pesado manto que lo ahogase todo en sus entrañas, pero la luz de Atasha la disipaba conforme avanzaban reemplazándola por las alargadas sombras de los jóvenes y solo el olor rancio y desagradable de aquel aire viciado les recordaba el tiempo que hacía que aquel lugar llevaba en desuso.
El templo debía haber sido diseñado como una gigantesca trampa. Una maraña indescifrable de corredores, pasillos y pequeños pasadizos que se abrían a cada paso en todas direcciones, incluso arriba y abajo en forma de escaleras agujeros abiertos en el techo o el suelo. Para Lardis, sin embargo, no parecía ser problema alguno y este avanzaba con firmeza al frente del grupo, eligiendo la dirección a seguir en cada nuevo cruce sin dudar apenas un segundo y llevándolos siempre hacia las profundidades. Así pasaron varias horas, sin encontrar nada en aquellos estrechos pasillos salvo murciélagos y algún que otro roedor que se cruzaba ocasionalmente en su camino y salía huyendo sorprendido por la visita de aquellos extraños seres. Hasta que, al fin, las paredes se abrieron de golpe frente a ellos y los cinco salieron a lo que parecía ser una de las salas del templo.
No era muy grande, un recinto cuadrangular con un techo piramidal de poco más de cuatro metros de altura en su vértice central y unos seis de largo, pero si lo suficiente para que todos pudiesen moverse con comodidad de nuevo. La luz de la pequeña gema que portaba Atasha iluminó poco a poco la estancia, revelando paredes cubiertas por las mismas runas que los pasillos, largas hileras de asientos tallados en la roca de las paredes laterales y ahora cubiertos por polvo y telarañas, incluso nuevos murales similares a los que ya habían visto en la entrada de la cueva, pero esta vez mucho mejor conservados gracias a la sequedad del aire y tallados no en las paredes, sino en las cuatro caras de la pirámide que formaba el techo. Sin embargo, lo que atrajo la atención del grupo en aquel instante no fue esto, sino lo que había en el centro de aquella sala.
En la parte central de la habitación, interponiéndose entre la abertura por la que acababan de entrar y la única salida de la misma, podía verse un pequeño altar tallado aparentemente en mármol blanco, aunque el polvo que lo cubría hacía difícil saberlo con exactitud. Y a los pies de este, tumbados en el suelo con las espaldas apoyadas en la fría roca de aquel altar y sostenidos el uno en el hombro del otro, los cadáveres descarnados y resecos de dos hombres los observaban impasibles.
-Cadáveres… -Murmuró Jessica con cierto reparo, observando los dos esqueletos cubiertos de telarañas y los harapos de lo que una vez había sido su ropa. -¿Qué hacen aquí?.
-Probablemente los protectores del templo. –Respondió Lardis con frialdad, ignorando los dos cuerpos y dirigiéndose hacia la otra salida. –Perdimos el contacto con ellos hace más de veinte años, ahora ya sabemos donde estaban.
Los ojos de la joven dirigieron una helada mirada hacia el monje en aquel instante. No podía creer la frialdad con que acababa de hablar de aquellos que una vez habían sido parte de su orden, pero sobretodo no podía ignorar lo que todo aquello significaba y pronto se giró hacia sus hermanos de nuevo.
-¿Creéis que…
-Si. –Asintió Álbert antes de que esta terminase siquiera. –Debieron refugiarse aquí para huir del dragón… y ya no pudieron volver a salir. Por la forma en que están, probablemente se durmieron por falta de comida, o agua, mientras esperaban en vano a que alguien viniese a rescatarlos. Un día simplemente no volvieron a despertarse, espero que al menos ese día fuese el mismo para los dos.
-Dudo que tuviesen esa suerte. -Murmuró Jonathan de pronto, adelantándose a los cuatro jóvenes e inclinándose junto a los cuerpos hasta posar una rodilla en el suelo para observarlos mejor. Su voz volvía a sonar extraña, distante, cargada una vez más por el misterio que siempre parecía rodearle, aunque esta vez ni siquiera él sabía por qué. Se quedó observándolos fijamente como si buscase algo, cómo si su mente intentase decirle algo que él no acertaba a entender. Pero al fin desistió y habló de nuevo mientras se ponía en pie y sus ojos recorrían lentamente el altar para examinarlo. -Sus ropas son las de un hombre y una mujer, si vivían aquí solos seguramente fuesen una familia. Y ella parecía sujetar algo, probablemente…
-¿Un niño?. –Finalizó Atasha estremeciéndose ante aquel pensamiento.
-Sí. –Confirmó Jonathan cerrando un segundo los ojos. –Si era muy pequeño puede que alguno de los animales que viven aquí abajo se llevase el cadáver a otro sitio. Esta gente debió morir poco a poco, uno tras otro empezando por el más débil… y el último se quedó junto a sus cadáveres hasta que la muerte le llegó también a él y lo dejó descansar en paz.
-Eran una familia. –Afirmó Lardis desde el otro extremo de la habitación. –Pero no hemos venido aquí para volver al pasado. Tenemos algo que hacer, sigamos.
Ninguno de los hermanos se movió. Los tres ignoraron las órdenes de Lardis cómo si este ni siquiera hubiese hablado y la propia Atasha se quedó allí también por un momento, observando los restos de aquella gente con la misma tristeza que los hermanos. Jonathan, sin embargo, había desviado ya su atención de ellos y sus ojos se centraban ahora en la parte superior del altar.
Había algo sobre este, una especie de tela cubierta por el polvo, pero cuya ligereza hacía todavía reconocible el tipo de tejido. Era seda, un material caro y no muy frecuente incluso en las ropas de los monjes, pero su color blanco era todavía visible y esto hacía más que probable que hubiese pertenecido a uno de estos. Aunque Jonathan pronto encontraría algo que lo haría cambiar de opinión.
Mientras sus manos examinaban aquella prenda apartando el polvo con cuidado para no deteriorarla aún más, sus ojos descubrieron una zona de otro color, una especie de mancha de color ocre que había endurecido la tela al resecarse. No ere difícil adivinar de qué eran aquellas manchas incluso a pesar de los años que debía tener aquella tela y los ojos de Jonathan se dirigieron de inmediato hacia sus hermanos dirigiéndolos sin palabras hacia donde él quería que mirasen.
-¿Crees que puede ser también de la pareja?. –Susurró Álbert, mirando de reojo a Lardis y volviendo su atención hacia Jessica para asegurarse de que también lo oía.
-No. –Respondió en el mismo tono Jonathan. –Es demasiado viejo, esta tela lleva aquí muchos más años. Probablemente desde el día en que sellaron el templo.
-Qué significa entonces. –Preguntó esta vez Jessica mirando a la vez a Atasha, pero comprendiendo por la confundida mirada de la joven que esta no sabía nada.
-Qué no podemos fiarnos. –Explicó Jonathan. –Parece…
-¡Jijiji!
Jonathan se detuvo de pronto. Sus últimas palabras desaparecieron en su garganta antes de llegar siquiera a formarse y sus ojos volaron hacia la puerta de la sala mientras la causa de aquella violenta reacción se desvanecía lentamente en sus oídos. Había oído algo, un murmullo que apenas había durado unas décimas de segundo pero tan claro que sus oídos seguían repitiéndolo como una burlona advertencia en forma de risa. Una risa limpia y clara, una débil carcajada entonada por la voz de una niña que parecía hablar tras una pesada cortina. Y cuando al fin se giró hacia la salida frente a la que se encontraba Lardis, sus ojos se abrieron de golpe al ver como una silueta se disipaba entre el polvo, cómo una ilusión blanquecina que se deshilachaba frente a sus propios ojos hasta desaparecer por completo.
-¿Qué ha sido eso?. –Preguntó inmediatamente Álbert dirigiendo también su mirada hacia la entrada.
-Parecía… una niña. –Titubeó Jessica siguiendo a sus hermanos. –Era la voz de una niña pequeña.
-Aquí no hay nadie más. –Negó el monje.
Los hermanos ignoraron una vez más a Lardis y se acercaron a la salida siguiendo a Jonathan. No podían ver nada en aquel corredor, solo las mismas tinieblas que habían atravesado en los demás, pero los ojos de su hermano parecían fijos en aquella oscuridad, cómo si pudiese ver algo más allí. Hasta que, de pronto….
-¡Jijiji!.
El mismo sonido se repitió una vez más, la misma risa inocente y limpia de la vez anterior retumbó en los corredores llegando hasta sus oídos. Sin embargo, esta vez no todos se quedaron inmóviles. Jonathan la vio de nuevo, vio la silueta formándose entre la oscuridad durante un breve segundo, la imagen difusa y pálida de una niña apareciendo y desapareciendo casi al instante en la oscuridad acompañada por el sonido suave y apenas audible de pequeños pasos. Y esto era todo lo que él necesitaba.
Para sorpresa de sus propios hermanos, Jonathan echó a correr de pronto hacia el corredor despareciendo en la oscuridad sin decir una sola palabra y los dos se miraron tan sorprendidos como la propia Atasha.
-¡Maldito loco!. –Gruñó furioso Lardis observando la oscuridad del corredor. -¿A dónde cree que va?. Esto es un laberinto, si se pierde jamás saldrá con vida.
-Entonces más vale que lo sigamos. –Sugirió con calma Álbert. –Si lo que ha dicho es cierto, y por tu reacción apostaría a que así es, le necesitáis. No os conviene perderle.
Lardis apretó los dientes con rabia al oír esto, pero no dijo nada más. Estaba visiblemente furioso por la forma en que Álbert le había hablado, pero parecía que este tenía razón y el monje se contuvo por el momento limitándose a hacer lo que este había sugerido. Sin perder un minuto más, se adentró también en el corredor sin preocuparse por la falta de luz y Álbert no tardó en seguirlo.
-No te preocupes. –Sonrió Jessica dirigiendo una rápida mirada hacia Atasha. –Jonathan sabe cuidarse solo. Vamos, ahora tenemos que alcanzarle.
Dicho esto, las dos jóvenes se pusieron también en marcha siguiendo a los demás y la luz de Atasha iluminó su camino de nuevo mientras seguían los pasos de Jonathan, aunque este parecía estar ya lejos y no llegaban a verle. El joven seguía su carrera por aquellos pasillos, oyendo como aquella risa se repetía una y otra vez a su alrededor, viendo la silueta de aquella niña apareciendo en cada esquina, en cada cruce, guiándolo siempre en una dirección concreta.
-¡Ven!. –Repetía aquella voz mezclando palabras con aquella pequeña risa.
-¿Dónde?. –Preguntaba su propia voz, a la vez a ella y a sí mismo.
-¡Ve!. –Repetía una segunda voz, una familiar que él conocía perfectamente y cuya intervención en aquel instante no alcanzaba a comprender.
Y Jonathan la seguía, corría tras ella obedeciendo aquella petición sin saber todavía qué o quién estaba hablando. No sabía por qué, pero su propio cuerpo lo invitaba a seguir adelante, lo impulsaba a correr hacia la oscuridad que tantas veces lo había rodeado en sus sueños aunque aquella niña no fuese la voz que él recordaba y así continuó durante casi una hora.
Sus hermanos, por el contrario, tardaron mucho más en recorrer el mismo camino al tener que guiarse siempre por Lardis y Jessica pronto empezó a preocuparse al darse cuenta de que lo habían perdido y el monje simplemente seguía el camino que conocía. Álbert, sin embargo, seguía tan tranquilo como de costumbre y su mente empezaba a encajar las piezas de aquel pequeño rompecabezas. La tela ensangrentada, las puertas completamente limpias de telarañas a pesar de los siglos de desuso, el secretismo de los monjes sobre lo que guardaba aquel lugar, todo empezaba a tener sentido. Por eso, cuando al fin alcanzaron la siguiente sala, fue el único que ni siquiera se sorprendió al encontrarse allí a su hermano y simplemente sonrió mientras Jessica corría hacia él.
-¡Se puede saber a que ha venido eso!. –Le gritó furiosa. -¿Y si te hubiésemos perdido?.
-Está cerca. –Respondió Jonathan ignorando las palabras de su hermana, mirando fijamente a la habitación que se encontraba al otro lado de la pequeña antesala en que se encontraban. –Me ha guiado hasta aquí, pero ya no la oigo.
-¿Quién?. –Preguntó Jessica desconcertada.
-No lo sé. –Mientras decía esto, los ojos de Jonathan se apartaron al fin de la oscuridad y este miró con una cariñosa sonrisa a su hermana. –Lo siento, ha sido una estupidez dejaros atrás así.
-¿Un poco tarde para eso, no?. –Se burló Álbert girándose a continuación hacia el monje que se había detenido a cierta distancia de la siguiente puerta y parecía mirarla fijamente. –En fin, por lo menos hemos avanzado un poco más. ¿Cuánto falta para llegar a la cámara del cristal.
-Está al otro lado de esa sala. –Respondió secamente, pero con la voz ligeramente temblorosa a causa de algo que ninguno alcanzaba a comprender. –Pero no podemos pasar.
-¿Por qué?. –Preguntó esta vez Jessica sorprendida. -¿Hay trampas o algo así?
-Una barrera. –Respondió Atasha hablando al fin de nuevo, mirando con cierto temor al propio Lardis pero sin desviar sus ojos de Jonathan. –Hace cuatrocientos años, cuando se selló el cristal en este templo, se creó una barrera de magia negra a su alrededor para impedir que ningún mago de nuestra orden, los únicos que realmente podrían usar este cristal, pudiese llegar hasta él.
-Por eso habéis sido contratados. –Continuó Lardis sonriendo con desprecio hacia los hermanos. –Necesitamos que alguien disipe esa barrera y mis superiores creyeron que Jonathan podría hacerse cargo de ella, por eso estáis aquí. De otro modo, jamás habríamos tenido que recurrir a alguien como vosotros.
-Suena un tanto orgulloso viniendo de alguien que nos necesita. –Replicó Álbert. -¿No crees?.
-Más incluso de lo que crees. –Respondió Jonathan adelantándose al monje. –Los únicos que conocían mis “habilidades”, como él lo ha llamado, eran los miembros de la orden y los dirigentes del propio orfanato en Lusus. Este… monje, ni siquiera se ha molestado en disimular el hecho de que tiene espías en todas partes.
La mirada de Lardis se cruzó de nuevo con la de Jonathan al oír esto. Aquello era un desafío claro hacia él y su sangre hervía deseando responder, pero sabía que no podía hacerlo y pronto bajó la mirada esperando a que este cumpliese su cometido. Atasha, sin embargo, si dijo algo más y se acercó a Jonathan antes de que este continuase hacia la puerta.
-Ten cuidado.
Jonathan le sonrió en respuesta, sus ojos miraron a los de la joven por un breve instante recordándole lo sucedido esa misma mañana y se apartaron de nuevo de ella para continuar adelante. La puerta parecía despejada, la siguiente sala era visible en la penumbra y nada salvo el polvo que flotaba en el aire parecía interponerse en su camino. Pero había algo que sí probaba la existencia de la barrera:
A ambos lados de la puerta, extendiéndose también al suelo y al techo, podía verse una larga abertura en la roca de apenas un centímetro de ancho, una brecha perfectamente recta que recorría toda la puerta cómo si algo hubiese cortado la propia roca abriéndose paso entre los gruesos bloques de los muros. Aquel debía ser el límite de la barrera, el punto en que esta sellaba la sala formando una gigantesca esfera negra que la hacía completamente inaccesible.
Pero algo no encajaba. A pesar de acercarse, Jonathan no sentía absolutamente nada y las marcas pertenecían a una barrera cuyo poder debía ser con mucho superior al del dragón con el que acababan de enfrentarse, algo que difícilmente pasaría inadvertido para él.
-¿Y bien?. –Lo apremió Lardis al ver que se había detenido. -¿A qué esperas?.
Ambos hermanos le dirigieron al instante una desagradable mirada al monje al oír esto, pero Jonathan pareció ignorarlo y continuó observando la puerta un rato más.
-No era una barrera para detener a quien intentase atravesarla, ¿Verdad?. –Preguntó colocando sus manos sobre la entrada, deslizándolas sobre el aire como si estuviese tocando algo que bloquease aquella puerta. –Estaba hecha para destruir a quien lo hiciese, no para detenerle.
-¿Supone eso algún problema?. –Preguntó con sarcasmo el monje.
-En absoluto. –Respondió Jonathan esbozando una pequeña sonrisa. –Ahora ya da igual.
Dicho esto, y para sorpresa de todos, Jonathan dio un paso adelante y atravesó la entrada como si nada girándose a continuación hacia ellos.
-Aquí ya no hay nada. –Explicó mirando satisfecho la cara de estupefacción del monje. –Una vez hubo algo, no lo dudo, pero ya no existe.
-¡Eso es imposible!. –Protestó el monje con una mezcla de furia y temor. -¡Tiene que estar ahí!
La reacción del monje preocupó aún más si cabe a los cuatro jóvenes. Era la primera vez que lo veían perder su calma y dejar de actuar con frialdad, y eso no podía significar nada bueno. Parecía asustado, preocupado por algo que sin duda no les había dicho, y ni siquiera se molestó en esperarlos antes de comprobar por el mismo que aquella barrear ya no existía. Entró a la nueva sala apartando incluso a Jonathan de un empujón y se detuvo en medio, mirando ansiosamente a su alrededor como un animal acorralado que busque una salida.
-¡Atasha!. –Gritó llamando a la joven acólito. -¡La luz!.
Atasha no perdió un segundo. Corrió hacia él tan rápido como pudo seguida por el resto del grupo y levantó la gema por encima de su cabeza iluminando toda la estancia con la luz blanquecina de esta. Era una sala circular, de techo abovedado y paredes bajas que parecía servir simplemente como obstáculo entre el pasillo principal y la gran sala que se abría al otro lado. Estaba casi completamente vacía, pero en el centro podía verse un pequeño pedestal de roca de un metro de altura que sostenía un disco de mármol blanco en cuyo centro se alzaban tres curvadas agujas de roca negra formando una especie de pirámide sobre la que una vez debía haberse sostenido algo. Fuese lo que fuese, sin embargo, ese algo había desaparecido y los ojos de Lardis se abrieron como platos al descubrirlo.
-¡No está!. –Exclamó más para si mismo que para los demás, pero en un tono de voz difícil de ignorar. -¡Es imposible!.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó Jonathan dirigiendo su mirada al monje y, a continuación, a Atasha.
-No lo sé. –Afirmó Atasha sacudiendo preocupada la cabeza, visiblemente desconcertada al igual que los demás.
-Pero él sí. –Señaló Jessica mirando a Lardis. -¿Qué demonios está pasando aquí?. Habla de una vez.
-¡El fragmento!. –Replicó el monje mirando nervioso a su alrededor. –Ya no está en su lugar, sin él la barrera no existe.
-¿Cuál es el problema entonces?. –Preguntó de nuevo Jessica un tanto desconcertada. –Todo más fácil para nosotros.
-Muy sencillo. –Respondió Álbert sorprendiéndolos a todos. –Que está libre.
-¿Libre?. –Repitió su hermana. -¿Quién?.
A modo de respuesta, Álbert hizo un gesto con la cabeza hacia un rincón de la sala y los tres se acercaron allí mientras Lardis continuaba examinando el pedestal. Allí, tumbado junto a la pared, los tres pudieron ver un nuevo cadáver del que poco quedaba ya salvo un polvoriento esqueleto cubierto de telarañas y las ropas que una vez lo habían vestido. Pero aún así, en aquel lamentable estado, la túnica ahora grisácea de aquel cadáver era inconfundible incluso para aquellos jóvenes y los tres recordaron al instante lo que tantas veces habían visto en los libros de historia del orfanato.
-Un mago negro…
Jonathan se arrodilló junto al cadáver mientras murmuraba aquellas palabras y apartó el polvo de las hombreras de la túnica con una mano para observar los desteñidos anagramas escarlata de la misma. Los símbolos eran claros, el triangulo de runas rodeado por un círculo de palabras escritas en la antigua lengua del imperio no dejaban lugar a duda de que se trataba de uno de ellos, aunque no fue esto lo que atrajo su atención. Bajo el hombro izquierdo, aprisionado junto a la esquelética mano del cadáver, podía verse la esquina de un grueso libro semienterrado en el polvo de la estancia. Un viejo manuscrito que aquel mago había guardado consigo hasta su última hora y sobre el que Jonathan atrajo inmediatamente la atención de su hermano que se limitó a asentir con la cabeza y colocarse detrás de él mientras este se ponía en pie de nuevo para mirar a Lardis.
–Lo suponía, pero es difícil de creer, no esperaba que fuesen capaces de caer tan bajo.
-¿De qué rayos estáis hablando?. –Preguntó Jessica mirándolos a los dos un tanto molesta. -¿Queréis hacer el favor de explicarnos a todos que pasa?.
-El guardián del cristal es un demonio. –Aclaró Álbert poniéndose en pie y pasándole disimuladamente el libro a su hermana que lo guardó bajo su ropa sin hacer preguntas. –La túnica ensangrentada que encontramos en la otra sala eran los restos del sacrificio para la invocación, y ahora que hemos encontrado al mago está claro por qué nuestro amigo se ha asustado tanto. Invocaron a un demonio para proteger el cristal y lo sellaron tras la barrera, pero la criatura debió romperla y ahora han perdido el control.
-¡Eso no puede ser!. –Negó con rabia Lardis. –Esa barrera era infranqueable para la mayoría de los demonios.
-¿Por qué estás tan seguro?. –Insistió Álbert. –Después de todo, esperabais que Jonathan la atravesase.
-La barrera no fue creada con magia corriente. –Explicó entre dientes Lardis, furioso por tener que dar explicaciones pero consciente de que no tenía más remedio. –Hace cuatrocientos años, el cristal negro en el que habían sellado a Árgash comenzó a agrietarse a causa del enorme poder de la criatura hasta que un día un pequeño trozo, apenas una esquirla del gran cristal original, se separó de este. Los magos se asustaron al darse cuenta de lo que podría ocurrir y fue entonces cuando decidieron separar los cristales y sellarlos en lugar de destruirlos como habían pensado originalmente. Y para sellar el cristal blanco, el cristal de nuestro fundador, los ancianos de la escuela blanca que habían sobrevivido a la guerra decidieron usar el fragmento del cristal negro para crear una barrera que nadie pudiese atravesar.
-¿Y el demonio?. –Preguntó Jonathan. –Es ella, ¿Verdad?. La niña que me guió hasta aquí es el monstruo que invocaron para proteger el cristal.
-¡No lo sé!. –Se defendió Lardis incapaz de encontrar más argumentos. –Esa… cosa, debería haber permanecido sellada en esa sala, ni siquiera sabemos qué es. El mago pidió a los ancianos un sacrificio para la invocación y le entregaron a la hija de dos acólitos, eso es todo lo que sé.
-¿Le entregaron a una niña para que la sacrificara?
La voz que hizo esta última pregunta no fue la de ninguno de los hermanos, sino la de Atasha. La joven Acólito apenas podía creer lo que acababa de oír y miraba con una mezcla de desconcierto y terror a su superior esperando una respuesta. Algo que, aparentemente, este no estaba muy dispuesto a darle.
-No solo eso, por lo que parece también se ocuparon de que el mago no pudiese contarle a nadie donde estaba este templo. –Respondió Jonathan en su lugar, acercándose a ella sin quitar los ojos de Lardis. –Pero parece que no les salió del todo bien.
Atasha bajó la mirada al oír aquellas palabras, avergonzada y a la vez asustada por lo que estaba descubriendo y lo que significaba para ella. Jonathan, sin embargo, no pareció darle en absoluto tanta importancia y, para sorpresa de esta, colocó una mano en su barbilla levantando suavemente su cabeza para que lo mirase y le sonrió tranquilamente.
-Tú todavía estás a tiempo. –Sonrió. –Procura decidirte antes de que sea demasiado tarde.
-¿Estáis rechazando el contrato?. –Preguntó Lardis al oír esto, recuperando de nuevo la frialdad y la pasividad que lo habían acompañado hasta entonces.
-En absoluto. –Negó Jonathan. –Después de todo, tendríamos que enfrentarnos con ella de todas formas aunque le barrera estuviese aquí. Esto sigue siendo parte del contrato.
-Perfecto. –Respondió el monje disimulando su sorpresa al oír aquellas palabras. –Adelante entonces, la cámara del cristal esté tras esa puerta.
Dicho esto, Lardis cogió su bastón, giró una pieza central en este haciendo que dos afiladas cuchillas brotasen de sus extremos y se dirigió hacia la puerta. Al mismo tiempo, Álbert se llevó la mano a la espada para desenfundarla, sin embargo, Jonathan lo detuvo dirigiéndole una rápida mirada al tiempo que sacudía la cabeza y los tres hermanos dejaron sus armas en sus espaldas por el momento mientras seguían a Lardis acompañados por Atasha.
Nada más abrir la puerta se hizo evidente que no se trabada de una sala como las demás. La cámara del cristal no estaba a oscuras como las anteriores, una intensa luz blanca lo iluminaba todo como antes lo había hecho el pequeño cristal de Atasha durante su viaje por los corredores y los cinco se detuvieron frente a la puerta observando con precaución aquel lugar mientras buscaban al guardián.
Era una habitación enorme, diez veces mayor que cualquiera de las otras salas con las que se habían encontrado. Su forma hexagonal recordaba en cierto modo a la catedral de Tarsis, una huella más de la mano de los monjes blancos, pero las columnas que adornaban cada vértice no eran en absoluto tan refinadas. Lejos de estar hechas de mármol, cada una de ellas parecía formar parte de la propia montaña y se semejaban más a enormes betas de cuarzo blanco que sobresalían de la pared que a columnas propiamente dichas. Entre ellas, representada en forma de mosaicos en cada una de las caras, podía verse una parte de la historia de Acares, batallas luchadas sin duda durante la gran guerra en las cuales siempre podía verse a un mago de túnica blanca dominando a sus enemigo.
En el centro de la sala, al igual que en la pequeña capilla en el corazón de la catedral, podía verse una vez más el símbolo de los monjes, aunque esta vez no dibujado en el suelo, sino tallado en forma de dos colosales manos de piedra que se juntaban para sostener algo. Y sobre estas, descansando en un centelleante altar de cristal sostenido unos centímetros por encima de aquellas manos por cuatro nuevas columnas de aquel mismo material que brotaban del techo curvándose hacia el centro de la sala, podía verse lo que habían ido a buscar.
El cristal no parecía gran cosa a simple vista, apenas distinto de los que formaban el lecho semitransparente sobre el que descansaba. Pero su luz era distinta a la de los demás, algo en ella parecía extenderse más allá de lo que los ojos podían ver y rociarlos a todos con un aura de tranquilidad difícil de comprender en aquel lugar.
-Ahí está. –Murmuró Lardis adelantándose a los demás y mirando a su alrededor. -Preparaos, el guardián no debe estar lejos.
-No lo está. –Afirmó Jonathan dirigiendo su mirada a las escaleras que llevaban al altar, donde una niebla blanquecina parecía cubrir el suelo brotando de entre aquellas dos manos. –Pero no creo que sea buena idea atacar sin saber a qué nos enfrentamos.
-Solo era una niña. –Dijo con frialdad Lardis, provocando un nuevo estremecimiento de la joven acólito que lo acompañaba. –Con un sacrificio así solo se consigue atraer a demonios de bajo rango, no será problem… ¡Aaaaaarrrrgh!
Antes de que Lardis pudiese terminar de hablar, un rayo negro como la propia noche brotó de entre las manos de roca y lo golpeó de lleno en el pecho lanzándolo hacia la pared con un grito de dolor ante la asombrada mirada de los demás. Jessica y Álbert no esperaron un segundo más, al ver esto ambos desenvainaron sus armas mientras Atasha corría a ayudar a su superior a ponerse en pie de nuevo y miraron hacia el altar. Jonathan, por el contrario, permaneció tranquilo en incluso sonrió burlonamente mientras daba unos pasos adelante.
-Parece que la has ofendido. –Se burló mirando de reojo al monje que parecía ya recuperado, pero centrando su atención en las escaleras. –Dime, ¿Cómo te llamas?.
-¿Por qué tendría que decírtelo?. –Respondió de pronto la voz de la misma niña que habían oído antes, pero esta vez sonando mucho más cercana, desde el centro mismo de la sala.
-Es difícil hablar con alguien a quien no sabes como llamar. –Respondió Jonathan.
-¿Y por qué querría yo hablar con vosotros?. –Insistió la voz de la niña.
-Si no quisieras, ya nos habrías matado a todos hace tiempo. –Dijo Jonathan poniéndose completamente serio de pronto.
-Hace mucho que no veo a nadie. –Explicó la voz. –Si hiciese eso me habría aburrido enseguida.
-¿Ya te has cansado de “jugar” con nosotros entonces?. -Preguntó de nuevo Jonathan sin perder de vista a sus compañeros que lo observaban todo con atención.
-No.
Tras decir esto, y para sorpresa una vez más de todo el grupo, una risa burlona se oyó de nuevo en la sala y la niebla que rodeaba el altar comenzó a reunirse condensándose frente al cristal hasta tomar la forma de una niña. Era la misma que Jonathan había visto en los corredores, la misma pequeña vestida con la túnica blanca del sacrificio y el pelo largo hasta los hombros, pero ahora completamente sólida y ya no un espejismo, una criatura real cuyo aspecto parecía totalmente inofensivo a simple vista.
-Nunca he tenido ningún nombre. –Dijo con voz alegre y tranquila. –Pero el anciano de la otra sala me llamó Sarah una vez, puedes llamarme así si tanto necesitas un nombre.
-Sarah… -Repitió Jonathan entonando cada sílaba, cómo si aquellas palabras tuviesen un significado que su propia mente conocía pero se negaba a revelarle. –Bien, Sarah, supongo que ya sabes nuestros nombres y a que hemos venido. ¿Correcto?
-Queréis el cristal. –Respondió Sarah sonriendo burlonamente. –Lo sé, os he estado escuchando mientras bajabais… Jonathan.
-¿Nos lo darás?. –Preguntó este atrayendo al instante la atención de todos hacia la figura de la niña que, lejos de responder inmediatamente, puso cara pensativa y se tomó unos segundos para decidirlo.
-¡No!. –Dijo finalmente con el mismo tono burlón de antes, ignorando las caras de preocupación de todos al oírla.
-¿Por qué?. –Insistió Jonathan haciéndose el sorprendido. -¿Hay alguna razón por la que no quieras dárnoslo?.
-Ninguna. –Respondió tranquilamente la niña, esbozando una inocente sonrisa. –Simplemente no quiero.
-Si no nos lo das tendremos que luchar para conseguirlo. –Le advirtió Jonathan todavía serio. –Es importante que consigamos ese cristal.
-Adelante. –Lo animó la niña dando un pequeño saltito sobre las escaleras, aparentemente alegre por las palabras de Jonathan. –Será divertido.
-Cómo quieras.
Dicho esto, Jonathan cogió también su arma, la extendió y se colocó junto a sus compañeros mientras la niña los observaba sonriendo, sin preocuparse en absoluto por el amenazador aspecto de la segadora.
-Tened cuidado. –Advirtió. –Ese no es su verdadero aspecto, su voz es la de una niña pero su mente es mucho más complicada aunque parezca que solo quiere jugar con nosotros.
-Es un demonio. –Masculló Lardis mirándola con cautela. –Eso es todo. Acabemos con ella de una vez.
Los ojos de Lardis apenas mostraban emoción alguna una vez más. Su reacción de hacía unos momentos en la sala de la barrera parecía solo un espejismo y el monje volvía a tener aquel semblante frío a pesar del golpe. Aunque, por desgracia para él, esto no cambiaría demasiado.
Sin decir una sola palabra ni esperar al resto del grupo, Lardis se lanzó al ataque sobre aquella abominación con forma de niña y clavó sus ojos en el rostro de esta observando con desprecio la alegre sonrisa dibujada en sus labios. Ella ni siquiera se movió, lo esperó inmóvil sobre una de las escaleras y lo siguió con la mirada como si nada, pero pronto quedó claro que si estaba haciendo algo.
Mientras el monje se acercaba, un nuevo rayo brotó del cuerpo de la niña y se estrelló en la pared pasando a milímetros del monje que acababa de apartarse, otro brotó segundos después forzándolo a saltar para evitar ser golpeado y, justo cuando este estaba a punto de alcanzarla y movía su arma a un lado para dar el golpe, un tercer rayo lo golpeó una vez más en el pecho arrojándolo al fondo de la sala como si fuese una simple pluma.
Sin embargo, lo que aquella criatura no parecía haber tenido en cuenta era que el monje no estaba solo. Mientras ella prestaba atención a Lardis, Álbert llegó junto a ella seguido por Jonathan y las armas de ambos hermanos se cruzaron en el aire durante un segundo antes de golpear su objetivo… pero algo salió mal.
-Jijiji. –Se rió de nuevo la niña mirando alegremente las armas de los dos jóvenes detenidas a escasos centímetros de su cuerpo, cómo si acabasen de chocar contra una pared invisible. -Hacía tiempo que no me divertía.
Justo en el instante en que decía esto, Sarah dirigió su mirada hacia Álbert y un nuevo rayo lo arrojó hacia atrás lanzándolo cerca de los demás sin que este pudiese hacer nada. Al mismo tiempo, Jonathan se movió a un lado intuyendo un nuevo rayo y vio con temor como la mirada de la niña se desviaba ahora hacia él. Sin embargo, antes de que esta pudiese hacer nada, una flecha golpeó aquella misma pared deteniéndose a milímetros de su rostro y calló al suelo con la punta mellada.
Al ver esto, Sarah se giró de golpe hacia Jessica ignorando a Jonathan y un nuevo rayo rugió a través de la habitación dirigiéndose hacia la menor de los hermanos. Jessica no pudo hacer nada, acababa de tensar su arco de nuevo y apenas tuvo tiempo de reaccionar, pero alguien a su lado sí lo hizo.
Para sorpresa de todos, Atasha se interpuso de pronto en el camino del rallo murmurando de nuevo palabras desconocidas de la olvidada lengua de Linnea. Sus manos se iluminaron una vez más en respuesta, su pelo se agitó por unos segundos mientras abría los ojos dirigiendo su mirada hacia el rayo y una luz blanca se interpuso de pronto entre ambos desviando el haz de oscuridad hacia una de las paredes.
La luz estalló en pedazos a causa del golpe y la propia Atasha calló hacia atrás obligando a Jessica a sostenerla, pero ninguna de las dos recibió golpe alguno y esto atrajo aún más la atención de Sarah.
-Una hechicera. –Murmuró al tiempo que movía su mano hacia un lado y un rayo brotaba de esta en dirección a Jonathan para quitárselo de encima. –Esto será más divertido de lo que esperaba.
-No estés tan segura. –Dijo de pronto la voz de Jonathan todavía a su lado. –No te será tan fácil.
Sarah se giró al instante hacia él al oír esto y sus ojos se sorprendieron al ver que ni había sentido su golpe. Antes de que esta supiese como reaccionar, Jonathan tiró su arma a un lado y la cogió por los brazos consiguiendo así atravesar la barrera que antes la protegía para, a continuación, alzarla en el aire intentando detenerla.
-Tu magia no sirve conmigo. –Explicó Jonathan. –Por eso estoy aquí.
-¿Tú crees?. –Preguntó burlonamente Sarah, en absoluto preocupada por sus palabras. –Ahora lo veremos.
Nada más decir esto, el cuerpo de Sarah empezó a brillar rodeado por una luz azulada y Jonathan notó al instante como su propio cuervo vibraba bajo la descarga, sintió como la electricidad subía por sus brazos concentrándose en su cuerpo y trató de soltarla, pero inútilmente. Antes de que pudiese alejarse de ella, los ojos de la pequeña centellearon por un instante y la habitación entera retumbó bajo el rugido de un relámpago que lo golpeó enviándolo varios metros más atrás.
-Ha sido divertido. –Sonrió de nuevo Sarah mirándolos inocentemente.
-Todavía no ha terminado. –Gruñó Lardis. –No eres más que un demonio, no puedes derrotarme.
Al tiempo que decía esto, Lardis levantó su arma por encima e su cabeza como si fuese una lanza, recitó un cántico similar al que Atasha había usado hacía unos segundos y la lanzó hacia esta con todas sus fuerzas mientras sus propias manos brillaban con un tenue fulgor blanco y el bastón adquiría de pronto el mismo brillo.
-Estúpido.
Sarah ni se molestó en evitar el golpe. Se quedó quieta observando como aquella lanza de luz se acercaba a ella y cerró los ojos unos segundos antes del impacto, pero no por miedo, sino por que sabía lo que iba a pasar. En el instante en que el arma se acercó a ella, la habitación al completo se iluminó con un cegador destello luminoso y el bastón de Lardis calló al suelo con una de sus hojas completamente dobladas, sin rastro ya de la luz que lo había cubierto y tan inútil como las armas de cualquiera de sus compañeros.
-Eso no ha tenido gracia. –Le recriminó poniendo cara triste. –No me gusta esa luz, no quería volver a verla.
-¿Qué era?. –Preguntó Jonathan levantándose pesadamente con ayuda de su hermana y de Atasha. -¿Por qué la usas sin no te gusta?.
-Es el cristal. –Explicó volviendo a sonreír. –Mientras esté aquí me protegerá aunque yo no quiera.
-Entonces era eso. –Comprendió Álbert acercándose también a ellos. –Tenemos que apartar ese cristal de ahí o no podremos tocarla. Pero com…
Justo en el instante en que Álbert decía esto, algo silbó a su lado y este observó sorprendido como una flecha pasaba rozando su cabeza en dirección a Sarah. La niña volvió a ignorarla consciente de que no era peligro alguno para ella y solo suspiró aburrida, pero esta vez algo no salió como esperaba. Lejos de dirigirse hacia ella, la flecha pasó a su lado evitándola por completo y esta no comprendió lo que sucedía hasta que el sonido metálico del choque entre la punta de la flecha y su verdadero objetivo la hizo darse cuenta de lo que sucedía.
-Hecho. –Sonrió Jessica mirando a sus hermanos que observaban aún sorprendidos como el cristal rodaba por el suelo. –No era tan difícil, ¿Verdad?.
Sus hermanos ni siquiera tuvieron tiempo parar responder. Antes de que ninguno de ellos pudiese decir algo, Sarah se giró furiosa hacia el grupo y la inocencia de su rostro desapareció de golpe convirtiéndose en una expresión sombría.
-No debiste hacer eso.
Justo en el instante en que terminaba aquella frase, Sarah dio un manotazo como si golpease algo y el propio aire estalló frente a ella provocando un golpe de viento que los arrojó a todos contra la pared una vez más, incapaces de hacer nada frente al inmenso poder que aquella niña estaba mostrando. En su rostro ya no había alegría como antes, pero tampoco tristeza, simplemente un vacío difícil de comprender que pronto quedaría oculto tras la colosal esfera de fuego que empezó a formarse en su mano derecha.
-Se acabó.
Dijo con la misma voz seria de antes al tiempo que levantaba su mano elevando la esfera por encima de su cabeza y los observaba una última vez mientras las llamas caían a su alrededor como una cascada de fuego. Todos seguían en el suelo recuperándose de los golpes, aunque Lardis y Jonathan habían salido mejor parados y estaban ya de rodillas intentando ponerse en pie, pero este último parecía más preocupado por proteger a sus hermanos y a la joven acólito que había caído junto a ellos que por salir de allí antes de que aquella esfera los devorase a todos.
Los ojos escarlata del joven se encontraron por un instante con las pupilas doradas de aquella niña. No iba a moverse aunque pudiese hacerlo, sus ojos seguían mirándola con la misma firmeza que cuando habían hablado y este desistió incluso de sus esfuerzos para ponerse en pie. Se quedó allí, junto a sus hermanos, esperando la destrucción que ahora centelleaba en las manos de aquella niña. Y esto la sorprendió, la hizo dudar por un instante cómo si aquellos ojos la perturbasen, pero fue solo eso… un instante. Decidida a acabar con todo de una vez, Sarah cerró los ojos, movió su mano hacia atrás preparándose para lanzar la esfera y…
-¡NO!.
La voz resonó en su cabeza como una advertencia, un grito aterrador que la hizo estremecerse por un instante. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontraron una vez más con los de Jonathan, sus miradas se cruzaron mientras ambos temblaban bajo atronador grito de aquella voz, y esto los sorprendió a ambos. Era ella, Jonathan la conocía demasiado bien para confundir su voz, era la misma que lo había acompañado desde su nacimiento, que lo visitaba cada noche en sus sueños. Y aquella criatura la había oído, sus ojos temblaban con el mismo desconcierto que los suyos y estaba seguro de que esa era la razón por la que se había detenido, pero… ¿Por qué?
Sarah tampoco tenía la respuesta, parecía tan desconcertada como él y se quedó unos instantes mirándolo bajo las llamas de aquella esfera. Hasta que, al fin, se decidió a hacer algo y cerró su mano haciéndola desaparecer de nuevo al tiempo que se giraba para darles la espalda.
-Marchaos. –Dijo con voz seria y en parte confundida. –Se acabó, salid de aquí antes de que os eche yo misma.
Todos salvo el propio Jonathan se sorprendieron al oír esto. Aquella criatura había estado a punto de acabar con ellos, había tenido sus vidas en sus manos y ahora los dejaba marchar como si nada. No tenía sentido, menos aún teniendo en cuenta la clase de criatura a la que se enfrentaba, pero ninguno estaba demasiado interesado en forzar su suerte. Uno tras otro, los tres hermanos se pusieron en pie ayudándose entre sí y el propio Jonathan le dio su mano a Atasha para ayudarla a sostenerse mientras no se recuperaba por completo del mareo que el golpe le había causado.
Sin embargo, lejos de irse tal y como esta les había dicho, y pese a que ahora incluso Lardis parecía no tener la menor idea de qué hacer y darse por vencido, Jonathan se quedó donde estaba y miró de nuevo a Sarah que seguía de espaldas a ellos.
-No podemos irnos. –Dijo con voz tranquila, ocultando los temores que golpeaban su pecho en aquel instante. –Hemos venido a por el cristal, no nos iremos sin él.
-¡Marchaos! –Gritó Sarah girándose de golpe hacia ellos y lanzando un nuevo rayo dirigido esta vez a Jonathan.
-No. –Insistió Jonathan sin moverse, sintiendo como el rayo pasaba a centímetros de su rostro antes de estrellarse en la pared y el viento que dejaba a su paso acariciaba sus cabellos. –No tienes ninguna razón para no darnos ese cristal, tu misma lo has dicho. Si quieres que nos vayamos deja que nos lo llevemos.
-Tampoco tengo ninguna razón para dároslo. –Respondió la niña sin dejar de mirarlo, clavando ahora sus ojos en la joven que seguía aferrada a su brazo tratando de sostenerse. –No sé quienes sois ni de donde venís, este lugar es todo lo que conozco y todo lo que he visto desde que nací, y sé que es todo por culpa de ese maldito cristal. Puede que lo odie, pero no entregaré algo por lo que me he pasado cuatrocientos años aquí sola a cambio de nada. Si lo hago ya no tendré ninguna razón para existir.
-¿Nos lo darías a cambio de algo?. –Preguntó de nuevo Jonathan sonriendo ligeramente, esperanzado por aquellas palabras.
-¿Qué podríais darme a cambio?. –Respondió ella visiblemente interesada de pronto, cambiando la expresión seria de su rostro por una sonrisa curiosa y juguetona.
-¡Lo que sea!. –Afirmó al instante Lardis entrando de nuevo en la conversación. –Puedo prometerte lo que quieras a cambio de ese cristal, no importa lo difícil de conseguir que sea, eso no es problema para mi orden.
-¿Cualquier cosa?. –Insistió Sarah acentuando su sonrisa de pronto, recuperando el aspecto juguetón y travieso de la niña de hacía unos minutos.
-¡Lo que sea!.
Repitió Lardis una vez más, con la misma expresión impasible de costumbre. Algo que hizo que todos lo mirasen por un segundo con cierta prudencia y, en el caso de Atasha, incluso vergüenza ante lo que estaba oyendo pues sabía que con aquello realmente quería decir cualquier cosa. Nada importaba si podía conseguir su objetivo y empezaba a darse cuenta de lo que su propia gente parecía ser capaz de hacer por salirse con la suya.
Sarah, sin embargo, respondió a aquella respuesta con una nueva sonrisa y, para sorpresa de todos, su cuerpo se disipó de golpe transformándose una vez más en aquella extraña bruma blanquecina que se deslizó entre ellos mientras la alegre risa de la niña se oía una vez más en la sala. Parecía observarlos, jugar con ellos deslizándose entre sus piernas como si los estuviese examinando, hasta que, al fin, llegó a Jonathan y se detuvo junto a este.
Lejos de seguir adelante, la bruma rodeó sus pies lentamente y comentó a ascender rodeando su cuerpo como una alargada serpiente de niebla que ascendió en espiral hasta detenerse justo frente a su pecho. Una vez allí, la niebla comenzó a condensarse una vez más y el rostro blanquecino de la niña se formó a escasos centímetros de la cara de Jonathan. Lo que, por supuesto, sorprendió bastante a este último que la miró un tanto desconcertado mientras la propia Atasha se apartaba de él al ver como la niebla se hacía más densa entre ambos.
-Tal vez si haya algo que podáis darme a cambio del cristal. –Dijo sonriendo, sin dejar de mirar a Jonathan.
-¿Qué?. –Preguntó este ahora con cierta cautela.
-Tú. –Respondió Sarah despreocupadamente. –Te quiero a ti a cambio del cristal.
Aquello los dejó a todos atónitos. Oír aquella petición hizo que tanto Jonathan como sus hermanos mirasen a Sarah con una mezcla de sorpresa y terror indescriptibles al igual que Atasha y ninguno acertó a decir nada por unos segundos salvo Jessica que, como de costumbre, no se paró en absoluto a pensar y respondió de inmediato a aquella absurda petición.
-¡NO!. –Negó inmediatamente mirando con furia al rostro de la niña dibujado en la niebla. –Me da igual lo importante que sea ese cristal, no pienso entregarte a mi hermano. Antes tendrás que deshacerte de nosotros.
-Haréis lo que ha dicho. -Ordenó fríamente Lardis, mirándolos desafiante. –He dicho cualquier cosa, ¡Y así será!. Interponeos y yo mismo os quitaré de en medio.
-¡¿Quieres intentarlo?!. –Lo retó furiosa Jessica, cogiendo su arco y preparando una flecha. –No creas que te tenemos miedo.
-Calma. –La tranquilizó Álbert dirigiendo una sombría mirada hacia el monje y, a continuación, una sonrisa a su hermana. –Antes de empezar a pelarnos entre nosotros, deberíamos dejar que Jonathan decida. Después de todo es su vida.
-¡Álbert!. –Se sorprendió Jessica, desconcertada por aquella respuesta y la tranquilidad de su hermano. -¿Qué estás diciendo, de verdad vas a permitir que…
Antes de que esta pudiese terminar su frase, Álbert sacudió la cabeza ligeramente e hizo un gesto con su cabeza dirigiendo la mirada de su hermana hacia el suelo, hacia su espada que había caído unos metros a su derecha. Jessica pareció comprenderle entonces y no dijo nada más, solo se giró hacia Jonathan como le había pedido Álbert y esperó a que su hermano diese una respuesta mirando todavía de reojo al monje y a la propia Atasha que parecía por completo sobrepasada por todo aquello y era incapaz de pensar en nada que hacer o decir.
-Mi vida a cambio de la de toda una ciudad. –Murmuró al fin Jonathan reaccionando ante las miradas de todos, sin apartar su mirada del rostro de la niña. –Supongo que es justo.
Al oír esto, el rostro de Jessica y de la propia Atasha se entristeció de golpe y las dos lo miraron atónitas, sin poder creer lo que oían. Sin embargo, antes de que pudiesen decir nada, Jonathan sonrió de pronto y habló de nuevo.
-Pero lo siento. No.
Aquello los sorprendió de nuevo a todos salvo a Álbert, aunque en esta ocasión lo que apareció en los rostros de las dos jóvenes fue una expresión de alivio y no de preocupación al ver la tranquila sonrisa de su hermano. Todo lo contrario que Sarah cuyo rostro se había vuelto serio de pronto al igual que el de Lardis.
-¡Maldito egoísta!. –Maldijo el monje mirándolo con desprecio. -¿Sacrificarás las vidas de toda una ciudad solo para salvar una?. ¿Acaso es más importante tu vida que la de cientos de personas.
-No soy estúpido. –Replicó Jonathan con calma, todavía rodeado por la espiral de niebla de Sarah. –Me entristece la muerte de toda esa gente, por supuesto, pero no hasta el punto de dar mi vida a cambio. He esperado cinco largos años para volver a ver a mis hermanos, estás loco si esperas que entregue ahora mi vida por alguien que ni siquiera conozco.
-¡Lo harás!. –Ordenó de nuevo Lardis cerrando los puños. –De una forma o de otra.
-No lo creo. –Negó Álbert levantando su espada con el pie y cogiéndola en el aire. –Y será mejor que no lo intentes siquiera, Jessica tiene muy buena puntería y no es muy razonable cuando se enfada.
Lardis no pareció escucharle. En lugar de hacer caso a Álbert, los miró a todos con una maliciosa sonrisa como si sus armas no le preocupasen y empezó a murmurar unas palabras mientras doblaba las rodillas preparándose para algo. Pero…
-Yo no quiero tu vida. –Interrumpió Sarah ignorando por completo a Lardis, haciendo que el monje interrumpiese de pronto su conjuro y todos se girasen hacia ella de pronto mientras esta continuaba mirando solo a Jonathan. –Muerto no me sirves de nada.
-¿Qué quieres entonces?. –Preguntó Jonathan, tan sorprendido por su inesperada respuesta como por el tranquilo tono con que le hablaba.
-Ya te lo he dicho, a ti. –Repitió la niña sonriendo burlonamente. –Si vais a llevaros el cristal ya no tendré ninguna razón para seguir aquí y después de cuatrocientos años sin hacer nada salvo aburrirme en este templo empiezo a estar un poco cansada. Por eso necesito algo que reemplace al cristal para seguir teniendo algo que hacer, y eso serás tú, hoy me he divertido mucho gracias a vosotros y estoy segura de que contigo no me aburriré tanto.
-¿Por qué yo?. –Preguntó de nuevo.
-¿Necesito un motivo?. –Se burló Sarah al tiempo que en sus labios se dibujaba una inocente sonrisa. –Habéis dicho que puedo elegir lo que quiera, y eso eres tú.
-¿Solo quieres eso?. –Insistió Jonathan todavía sorprendido. -¿Qué me quede aquí contigo para distraerte?.
-No es eso. –Negó ella con voz un más seria, pero sin dejar de sonreír. –Estoy harta de este sitio, es lo único que he visto desde que nací y quiero ver que hay fuera, hacer algo más que pasar el día dando vueltas por estos corredores sin motivo. Pero no sé qué, yo sola no sabría ni qué hacer para evitar que la gente me tuviese tanto miedo como ese anciano hace años.
-Entiendo. –Mintió Jonathan bastante desconcertado por la actitud de aquella criatura que nada parecía tener que ver con lo que habitualmente se esperaba de los de su especie. –Está bien, si es solo eso tienes mi palabra. Valla donde valla vendrás conmigo y me ocuparé de enseñarte como pasar por alguien normal para que la gente no sepa lo que eres. ¿Suficiente con eso?.
-¡Perfecto!. –Se alegró Sarah girando alegremente en torno al cuerpo de Jonathan todavía en forma de bruma. –Además, sin el cristal para protegerme y en un mundo que no conozco de nada me vendrá bien alguien como tú. Eres bastante peligroso, ¿Sabes?.
-Por lo que he visto no creo que seas alguien que valla a necesitar que alguien la proteja precisamente. –Sonrió Jonathan divertido por la forma en que esta giraba a su alrededor. –No te ha sido muy difícil deshacerte de nosotros.
-¿Y si la necesitase?. –Preguntó esta deteniéndose frente a el, mirándolo ahora de una forma que lo sorprendió incluso a este.
-Ya te he dado mi palabra. –Afirmó Jonathan observando la silueta de su rostro. –La tendrás.
Sarah pareció darse por satisfecha con esta respuesta, dejó escapar una pequeña risilla y volvió al suelo alejándose de el una vez más para alivio de todos sus compañeros que, aunque sorprendidos, parecían más tranquilos al ver como se había solucionado todo. Sin embargo, y a diferencia de Atasha que parecía todavía un tanto preocupada por lo que Jonathan había tenido que prometer, Jessica no solo estaba más tranquila sino que parecía incluso alegrarse y se acercó a Álbert para decirle algo.
-Pobrecita, para ser un demonio es bastante ingenua. –Murmuró en tono burlón cerca de su oído, de forma que solo este podía oírla. –¿Cómo puede conformarse con una promesa para atar a un chico de esa forma?. Para eso necesitaría una boda, y aún así conozco a algunos del orfanato que…
-Shhhh. –Le advirtió Álbert conteniendo la risa. -¿Quieres liarlo todo aún….
-¿Boda?. –Repitió de pronto la voz de Sarah curiosamente cerca de ellos, haciendo que Álbert se callase al instante y mirase con enfado a su hermana. -¿Qué es eso?.
Los ojos de los tres jóvenes se dirigieron al instante hacia Jessica y esta miró un tanto preocupada a Jonathan que ahora sacudía la cabeza. Aunque no tendría tiempo para decirle nada ya que Sarah apareció en ese momento frente a ella transformándose de nuevo en la niña y la miró impaciente.
-¿Y bien?. –Insistió.
-Lo… lo siento. –Se disculpó Jessica mirando aún a Jonathan mientras trataba de disimular su propia sonrisa.
-Ahora ya da igual. –Se resigno Jonathan más que consciente de que esta encontraba aquello incluso divertido, y en parte sonriendo también ante lo ridículo de la situación. –Al menos explícaselo.
-Como quieras. –Sonrió Jessica borrando de pronto aquella falsa expresión de preocupación de su cara, algo que, una vez más, no sorprendió en absoluto a ninguno de sus hermanos. –Verás, una boda es una ceremonia que hace la gente como nosotros. Es un rito en el que dos personas se prometen estar juntas para siempre y cuidarse mutuamente.
-¿Cuál es la diferencia entonces?. –Preguntó con curiosidad Sarah.
-El motivo es distinto. –Trató de explicar Jessica sorprendida por las preguntas de esta y por lo difícil que le resultaba a ella misma encontrar respuestas para algo aparentemente tan evidente. –La mayoría de la gente que se casa se conocen de hace tiempo y se quieren, es una forma de mostrar lo mucho que se aman frente a todo el mundo. En la ceremonia se dan unos colgantes que son distintos para cada pareja, son como una prueba de que ambos se quieren para que todo el mundo sepa que ya tienen una pareja a la que aman.
-¿Y los demás?. –Volvió a preguntar la niña. -Has dicho solo la mayoría, no todos.
-Algunos lo hacen por otros motivos. –Continuó. –El dinero suele ser el más frecuente.
-De acuerdo. –Comprendió Sarah poniendo cara pensativa ahora que Jessica había dicho lo que ella quería oír. –Entonces eso es lo que quiero. Si crees que una promesa no es suficiente quiero una boda como tú has dicho.
-Lo suponía. –Se burló Álbert observando la cara de resignación que acababa de poner Jonathan y la sonrisa de su hermana. –Bien hecho hermanita, por fin te has salido con la tuya.
-¡No ha sido a propósito!. –Protestó Jessica tratando de parecer enfadada.
-Claro, como siempre. –Replicó esta vez Jonathan dirigiendo ahora su mirada hacia Sarah. -¿Estás segura de que eso es lo que quieres?.
-Si. –Afirmó con seguridad la niña.
-Está bien. –Aceptó finalmente.–Supongo que no es un precio tan alto por las vidas de tanta gente.
Aquello bastó para hacer sonreír de nuevo a la niña. Sus ojos centellearon mirando a los tres hermanos con una simpatía totalmente desconcertante viniendo de alguien que hacía unos minutos había estado a punto de matarlos y los tres empezaron a preguntarse si realmente era tan inocente como parecía. La única que la miraba de forma diferente era Atasha, la joven acólito había permanecido en silencio hasta entonces observándolo todo pero ya no podía más. No soportaba ver a su superior aceptando aquello con tanta pasividad y mucho menos su macabra sonrisa al ver como Jonathan aceptaba. Pero, sobretodo, sentía algo ardiendo en su interior al pensar en lo que aquella respuesta significaba, algo que la había estado perturbando desde esa misma mañana y que ahora la hizo hablar de nuevo sin que ella misma estuviese seguro del verdadero motivo detrás de sus palabras.
-No puedes pedirle eso. –Dijo tratando de parecer calmada, intentando apartar sus ojos de Jonathan y centrarlos en Sarah. –Una boda es algo mucho más serio de lo que crees y solo hay un motivo que la justifique realmente. Lo que Jessica ha dicho sobre el dinero es cierto, por desgracia, pero rara vez acaba bien y además no encontrarás a mucha gente dispuesta a celebrar una por un motivo como el tuyo.
-¿Qué quieres decir?. –Preguntó Sarah entrecerrando los ojos. -¿Por qué necesitamos a alguien más?.
-Se necesita a alguien que conozca los ritos y tenga autoridad para celebrarla. –Explicó esta vez Lardis dirigiendo una desagradable mirada a Atasha que se estremeció de pronto y volviendo su atención a la niña. –Pero eso no será un problema, como monje yo tengo esa autoridad y sé lo que hay que hacer, los ritos no son complicados.
-¡Estupendo!. –Se alegró Sarah girándose hacia el monje. -¿A que esperáis entonces?.
-Necesitaré dos colgantes iguales, forman parte del rito. –Continuó Lardis acercándose de nuevo al grupo que todavía lo miraba con cierto recelo. –Cualquier cosa servirá, solo tienen que ser iguales entre si.
Sarah puso cara pensativa por un instante, miró a su alrededor como buscando algo y, de pronto, sonrió de nuevo al tiempo que corría hacia el altar donde antes estaba el cristal. Una vez allí, colocó ambas manos sobre uno de las muchas formaciones de cuarzo cristalino y estas brillaron por un instante con una luz rojiza al tiempo que dos delgados hilillos de humo brotaban bajo sus palmas. Hecho esto, cerró las manos de nuevo como cogiendo algo y regresó junto al grupo.
-¿Servirá esto?.
Al abrir de nuevo sus manos, los cinco pudieron ver en ellas dos brillantes figuras de cristal talladas por el fuego y exactamente iguales. Ambas representaban dos lunas entrecruzándose, dos arcos de cristal opuestos y ligeramente cruzados uno de los cuales parecía más oscuro que el otro.
-Será suficiente. –Respondió Lardis cogiéndolos con cierta precaución de las manos de la niña y buscando algo en su bolsillo. –Ahora solo necesitáis a alguien que pruebe que la boda ha tenido lugar. Cada uno debe elegir a un testigo para la ceremonia.
-Eso también será fácil. –Afirmó Sarah mirando por un segundo a Atasha y, a continuación, posando sus ojos en Jessica a la que sonrió inmediatamente. -¿Quieres serlo tú?.
-¡Claro!. –Se alegró Jessica mirando a su hermano con una nueva sonrisa. –Será un placer.
-Entonces decididos los testigos. –Dijo Jonathan dirigiendo simplemente una mirada hacia su hermano que asintió con una sonrisa al comprender perfectamente su significado. –Pero antes de que sigas tengo una condición.
Esto pareció sorprender a la niña. La sonrisa de su rostro se atenuó de pronto y se giró hacia Jonathan esperando con cierta preocupación a que este continuase.
-¿Cuál?.
-No pienso casarme con una niña. –Respondió con firmeza. –Si quieres una boda tendrás que tomar otro aspecto.
-Eso no es ningún problema. –Se tranquilizó Sarah sonriendo de nuevo al tiempo que ladeaba la cabeza. -¿Cómo quieres que sea?.
La pregunta cogió por sorpresa a Jonathan. Había dado por supuesto que efectivamente no sería un problema para ella cumplir su petición, pero con lo que no contaba era con que también querría que eligiese su aspecto y este tardó unos segundos en encontrar algo que decir. Aunque el mismo se sorprendió al oír sus propias palabras.
-Quiero tu verdadera forma. –Dijo finalmente. –Al menos quiero saber con que clase de criatura tendré que compartir el resto de mi vida.
Esta vez fue Sarah la sorprendida por aquellas palabras, aunque por la forma en que Álbert sacudió la cabeza en aquel instante no fue la única. No podía creer la estupidez de su hermano al decir aquello, no solo por perder la oportunidad de elegir el aspecto de su futura esposa sino por arriesgarse a ver el tipo de criatura que esta era realmente. Y no fue el único, Sarah también parecía algo más que desconcertada por su petición y su rostro se había vuelto totalmente serio una vez más, como si algo la preocupase.
-¿Cómo sabes que esta no es mi verdadera forma?. –Preguntó desviando la mirada a un lado.
-Has dicho que tienes cuatrocientos años. –Respondió Jonathan. –Me sorprendería que una criatura como tú tuviese el aspecto de una niña humana de ocho.
-De acuerdo. –Aceptó con desgana. –Es justo.
Dicho esto, Sarah dio unos pasos atrás separándose de ellos y su cuerpo comenzó a brillar disolviéndose nuevamente en la bruma que se condensó casi al instante tomando una nueva forma. Poco a poco, la antes pequeña figura de la niña se fue transformando en algo mucho mayor, una silueta tan alta como la propia Jessica que recordaba curiosamente a la de una mujer y fue haciéndose más y más clara hasta que, al fin, se volvió completamente visible con un último destello luminoso sorprendiéndolos visiblemente a todos.
La figura que apareció ante ellos no solo se parecía a la de una mujer: ¡era la de una mujer!. La nueva forma de Sarah era casi como una versión adulta de aquella niña, algo que no pareció sorprender mucho a Jonathan, pero que sí los dejó atónitos a todos los demás e hizo que incluso este la mirase sin conseguir apartar sus ojos de ella. Parecía joven, tal vez de la misma edad que Jonathan o sus hermanos, de ondulados cabellos rojo fuego entremezclados con pequeños mechones plateados que caían alborotadamente hasta llegar casi a sus rodillas y se deslizaban incluso sobre sus hombros, ojos dorados y brillantes como joyas, con pupilas verticales como las de un felino pero aspecto mucho más humano que los hacía extrañamente misteriosos. Su rostro era delicado, de rasgos suaves que parecían totalmente fuera de lugar en aquella criatura tras haber visto su poder, pero encajaban perfectamente con el resto de su figura. Su cuerpo estaba cubierto por la misma túnica blanca que antes había llevado Sarah, una simple tela de seda que caía libre desde sus hombros y permitía intuir su silueta gracias a la luz del cristal. Y esta no era en absoluto desagradable, sus piernas largas y perfectamente torneadas daban paso a la sensual curva de sus caderas que resaltaba una cintura perfecta antes de que su cuerpo se curvase de nuevo al llegar a las fascinantes ondulaciones de sus pechos, dos delicadas colinas que elevaban la tela de la túnica haciendo que esta se deslizase suavemente entre ellas a cada movimiento, como acariciándolas mientras se pegaba de de nuevo a su cuerpo.
-Muy bonito. –Gruñó Jessica mirando un tanto molesta a sus hermanos que todavía observaban atónitos a Sarah. –Dejad de babear. Y tú, dame eso.
Dicho esto, y sin esperar contestación, Jessica le quitó la gabardina a Jonathan ganándose una curiosa mirada de este y se la colocó sobre los hombros a Sarah abrochándola justo sobre su pecho para cubrirla al menos un poco más.
-Así dejarán de mirarte como un par de babosos. Ya te compraremos otra ropa cuando tengamos oportunidad.
Sarah sonrió ante la reacción de Jessica, la miró por un segundo sorprendida al ver que ahora los rostros de ambas quedaban a la misma altura y giró su cabeza hacia Jonathan clavando sus ojos en los dos rubíes que formaban los del joven.
-Esto es todo lo que pienso acercarme a mi verdadera forma. –Dijo sin dejar de mirarle. -¿Será suficiente?.
-Supongo que tendrás tus motivos para no mostrarla. –Comprendió Jonathan todavía perdido en el espejismo de oro y fuego que sus cabellos y sus ojos tejían en su mente. –Por supuesto que es suficiente, tendría que estar ciego para decir lo contrario. Como niña resultabas graciosa, ahora eres sencillamente preciosa.
Los dos sonrieron a la vez en cuanto él terminó de decir aquello. Los delicados labios de Sarah formaron una maravillosa sonrisa tan inocente como la de aquella niña pero a la vez totalmente diferente y el rostro de Jonathan pareció reaccionar al instante devolviéndosela. Pero alguien desviaría pronto su atención nuevamente hacia lo que realmente importaba.
-Si habéis terminado, deberíamos hacer esto cuanto antes. –Sugirió Lardis terminando de atar un cordón alrededor del último cristal para que ambos fuesen realmente colgantes. –Tarsis necesita ese cristal cuanto antes, no podemos perder más tiempo.
Los tres asintieron con la cabeza en respuesta a las palabras del monje y se acercaron a él con Sarah para que este pudiese comenzar, solo Atasha se quedó atrás, mirándolos a todos con una mezcla de confusión y temor al no comprender la forma en que actuaba su superior.
-Bien, lo haremos lo más sencillamente posible. –Dijo Lardis dándole un colgante a cada uno. –Teniendo en cuenta los motivos creo que será mejor omitir y abreviar algunas partes.
-Simplemente hazlo. –Respondió Jonathan.
-De acuerdo. –Aceptó el monje mirándolo con una sombría sonrisa y desviando a continuación su mirada hacia Jessica y Álbert, ambos colocados a los lados de la pareja. -Vallamos a lo que importa entonces. Vosotros, como testigos de esta ceremonia, ¿Aceptáis la responsabilidad de dar fe de que ha existido y probar ante todos la unión de esta pareja?.
-¡Si!. –Respondieron a la vez hermano y hermana.
-Perfecto. –Dicho esto, Lardis volvió su atención a la pareja una vez más. –Ahora es vuestro turno. Vosotros, como futuros esposo y esposa, ¿Aceptáis la responsabilidad que eso conlleva?. ¿Aceptáis cuidaros mutuamente como tales y manteneros unidos como este día a partir de ahora?.
-Sí. –Respondió Sarah sin dudarlo, sonriendo tranquilamente mientras esperaba la respuesta de Jonathan.
-Si. –Afirmó también él con cierta resignación, aunque sonriendo con una tranquilidad que no encajaba en absoluto con su tono de voz.
-Que así sea entonces. –Dijo Lardis. –Ahora colocaos los colgantes para que pueda sellar la ceremonia.
Los dos obedecieron al instante. Casi al mismo tiempo, ambos deslizaron el cordón que ataba cada uno de los cristales sobre la cabeza del otro y lo dejaron reposar sobre su pecho deteniéndose un instante cuando las manos de ambos llegaron a los hombros del otro y sus brazos se cruzaron al igual que sus miradas. Aunque esto no pareció detener a Lardis.
En el instante en que ambos se colocaron los cristales, el monje levantó una mano colocándola entre los dos jóvenes y su voz entonó un viejo cántico de su orden. Las palabras eran extrañas, complicadas, todas ellas pronunciadas con un acento desconocido en una lengua tan antigua como la propia Linnea y cargadas de una solemnidad que pareció envolver toda la sala por un instante. Hasta que, de pronto, una brillante chispa de luz brotó sobre las manos del monje y todos salvo Sarah la miraron conscientes de lo que estaba a punto de suceder.
Antes de que la sorprendida Sarah pudiese decir una sola palabra, la luz centelleó emitiendo dos brillantes rallos luminosos que golpearon a la vez cada colgante y un único haz de luz unió ambos cristales por unos segundos serpenteando entre ambos. Cuando al fin se apagó, los dos cristales emitieron un débil centelleo y Sarah miró de nuevo hacia Lardis esperando a que continuase.
-Eso es todo. –Finalizó el monje. –Con esto termina la ceremonia, ahora ambos sois maridos y mujer, ya sabéis como va el resto.
-¿El resto?. –Preguntó Sarah desconcertada.
-Ahora tendríais que besaros. –Explicó Jessica evitando un codazo de su hermano. –Es como terminan las bodas.
-Eso no es ningún problema. –Respondió tranquilamente Sarah girándose hacia Jonathan. -¿A qué esperas?.
-No es necesario. –Afirmó Jonathan todavía mirándola a los ojos. –Esa tradición no forma parte de la ceremonia en si.
-¿No quieres hacerlo?. –Preguntó en un tono que lo sorprendió, sin rastro de tristeza o decepción en su voz.
Jonathan dejó escapar un suspiro de resignación al oír esto. La respuesta no estaba clara ni para él mismo, pero lo que si tenía claro era lo que pensaba hacer y al fin decidió acercarse a ella para evitar la mirada de aquellos ojos dorados. Sus propios ojos se habían desviado hacia los labios de la muchacha, cómo si tuviesen mente propia, pero su cabeza todavía controlaba el resto de su cuerpo y este alejó aquel pensamiento de ella rápidamente. En lugar del típico beso de recién casados, Jonathan la cogió suavemente por los hombros, la acercó a él y le dio un pequeño beso en la frente como si esta fuese una niña pequeña. Algo que la sorprendió tanto a esta como a su propia hermana.
-¿Se puede saber que clase de be… -Trató de preguntar Jessica, pero un nuevo codazo de su hermano la hizo parar al instante y esta lo miró un tanto enfadada. -¡Eso duele ¿sabes?!. En fin, supongo que en el fondo si que sigue siendo el mismo de siempre.
-¿Satisfecha ahora?. –Preguntó Jonathan soltándola, sabiendo ya de antemano la respuesta al ver como esta entrecerraba los ojos al mirarlo.
-No. –Negó Sarah con sinceridad, dándole la espalda de pronto como si la hubiese ofendido y mirando a Jessica. –Creo que las dos tendremos mucho de que hablar, tienes que enseñarme muchas cosa.
-Puedes estar segura de que lo haré. –Sonrió inmediatamente Jessica, encantada al oír esto. –Dame unos días y serás tu la que le enseñe cosas a él.
Las dos se rieron a la vez nada más decir esto, ambas mirándose ahora más como viejas amigas que como asesina y víctima como habían sido hacía poco. Todo lo contrario que Jonathan que, en aquel instante, miraba con preocupación a la causante de todos sus problemas: su propia hermana. Sin embargo, su esquivo compañero de viaje pronto dirigiría su atención hacia otros temas una vez más.
-¿Podemos llevarnos ahora el cristal?. –Preguntó Lardis mirando a la mujer en que ahora se había convertido aquella niña. –Ya tienes lo que querías.
-Es todo vuestro. –Respondió Sarah. –Me alegra no tener que volver a verlo.
Nada más oír esto, Lardis se dirigió hacia el cristal y se agachó a cogerlo, sin embargo, un nuevo rayo brotó de una de las manos de Sarah quemando la roca justo frente a la mano de este y el monje se giró inmediatamente hacia ella.
-Tú no. –Dijo totalmente seria, con sus cabellos ondeando todavía a su alrededor a causa del viento levantado por el rayo, dándole un aspecto terriblemente hermoso y a la vez peligroso que jamás habían visto en su forma de niña. –No me fío de ti. –Dicho esto, Sarah miró de nuevo a Jessica y sonrió una vez más. -¿Puedes cogerlo tú?. No me gusta ese amigo vuestro.
-No es nuestro amigo. –Replicó Jessica. –Claro, lo llevaré yo hasta la catedral.
Dicho esto, y pese a la desagradable mirada que Lardis le dirigió en aquel instante mientras se alejaba del cristal y recogía su maltrecha arma del suelo, Jessica recogió aquella gema luminosa de las baldosas de roca en que había caído y la guardó junto al libro que le había dado su hermano ocultándolo en un bolsillo interior en la espalda de su túnica.
-Todo solucionado entonces. –Confió Jonathan, mirándolos a todos para asegurarse. -¿Nos vamos?
El grupo al completo asintió al instante. Incluso el propio Lardis parecía haber olvidado lo sucedido y se adelantó al grupo como antes, aunque su mirada se había vuelto si cave más fría que antes. La única que sí pareció tener algo más que hacer antes de irse fue Sarah que, para sorpresa de Jonathan, se adelanto a este deteniéndose justo frente a él y lo miró esbozando una traviesa sonrisa similar a la que tantas veces había visto en la niña, pero ahora mucho más atrayente y al mismo tiempo desconcertante.
-Esto es muy pesado. –Dijo señalando a la gabardina que todavía llevaba puesta. –Estaré mejor sin ella.
-¿Piensas salir fuera de aquí solo con eso como ropa?. –Preguntó Jonathan tratando de recordar que se trataba de un demonio, no de una mujer, y no debía sorprenderse.
-No. –Negó Sarah sacudiendo la cabeza. –No sé que tiene de malo, pero seguro que tu hermana tiene razón al querer que no valla vestida solo así.
-Supongo que ahora que eres mi esposa debería alegrarme de oír eso. –Dijo sonriendo para si mismo. -¿Qué piensas hacer entonces?.
-Muy sencillo. –Respondió Sarah. –Lo mismo que antes.
Nada más decir esto, y para sorpresa tanto de Jonathan como de los demás, el cuerpo de Sarah comenzó a brillar de nuevo y la gabardina calló al suelo al tiempo que una luz plateada la envolvía por completo haciéndose cada vez más y más pequeña hasta volverse menor incluso que la que antes había envuelto a la niña. Y cuando esta se apagó, los cuatro observaron con asombro que lo que había allí ya no era una mujer, ni una niña, sino una pequeña criatura de apenas veinte centímetros de altura con el cuerpo de una mujer vestida con la misma ropa que Sarah y dos grandes alas membranosas de color negro con las que voló rápidamente hasta posarse sobre la cabeza de Jonathan donde se sentó tranquilamente sobre su pelo.
-Hecho. –Dijo la misma voz suave y atrayente de Sarah, no de la niña sino de la mujer que realmente era, pero hablando ahora por boca de aquella pequeña criatura. –Así ya no hay problema.
-No podrás hacer eso una vez que entremos en la ciudad. –Le advirtió Jonathan sin saber muy bien que hacer con su esposa sentada sobre su cabeza y jugando con las manos entre su pelo. –Será mejor que evites usar la magia en exceso delante de otros, y sobretodo cosas como esa, o sabrán lo que eres y tendremos problemas.
-Está bien. –Aceptó Sarah con desgana. –Cuando lleguemos allí volveré a ponerme tu gabardina, pero hasta entonces prefiero esto.
Aclarado esto último, Jonathan se agachó a recoger su arma que había sido arrastrada también hasta allí por el golpe con que Sarah los había golpeado a todos así como su gabardina, se la puso una vez más apartándose el pelo para que no se le quedase dentro de esta y se puso en marcha siguiendo a Lardis al igual que su hermano. Jessica, por el contrario, tardó un poco más en seguirlos y se detuvo un momento mirando a la única a la que hasta entonces todos habían ignorado por completo.
Atasha ni se había movido, seguía en el mismo sitio con una expresión de confusión terrible en su rostro y la mirada en el suelo. No comprendía la reacción de Jonathan, no comprendía la reacción de su superior, ni siquiera su propia reacción al oponerse así a algo que iba a favor de sus órdenes. Ni ella misma estaba segura de qué pensar y la sola idea de que ellos, alguien que en teoría debía luchar contra aquellas criaturas monstruosas, estuviesen facilitando y permitiendo así la salida de uno demonio del templo le resultaba aberrante.
-¡Atasha!. –La llamó Jessica en parte triste al verla así, imaginando el por qué de aquella cara tras lo que había visto esa mañana. –¿No vienes?.
-Si… -Respondió con una voz apenas audible. –Ya voy.
Dicho esto, la joven acolito se puso también en marcha y alcanzó a Jessica, pero, antes de ponerse también a caminar, esta le puso una mano en el hombro y la miró un momento a los ojos.
-Lo siento mucho.
Ninguna de las dos dijo nada más, pero tampoco era necesario. Ambas sabían perfectamente el por qué de aquellas palabras y Atasha simplemente colocó su mano sobre la de Jessica sacudiendo la cabeza para que no se preocupase al tiempo que seguía adelante y las dos desaparecían de nuevo en el corredor, llevándose consigo la luz que durante siglos había iluminado aquel lugar ahora sumido para siempre en las tinieblas.