Los Hijos del Cristal. Capítulo 4: La sede blanca.

Tarsis. Este nombre era lo único que se repetía en la cabeza de Jonathan durante el viaje en tren. Aquella ciudad era la segunda en importancia dentro del reino de Acares, la sede del gobernador general de las provincias que el reino dominaba en las praderas. Solo la propia capital, Ártanor, la lejana ciudad de la bruma levantada entre los picos de las montañas de plata podía competir con su influencia en el reino. Pero todo esto no se debía a la importancia de su comercio o a la riqueza de sus habitantes, sino a la presencia allí de una única construcción: la gran catedral de los monjes blancos.
La catedral de Tarsis era el centro religioso más importante de toda Linnea y sobre esta se había levantado el poder de la ciudad. Sus monjes, los descendientes de la antigua escuela blanca, habían extendido por los reinos una nueva religión tras la caída de Árgash y su importancia había crecido hasta límites en un principio inimaginables. Eran sacerdotes, diplomáticos, políticos, sanadores y, como algunos sabían, también espías y mercenarios cuya fama en Lusus rivalizaba con la alcanzada por la orden en Acares y Tarman. Y esto último era precisamente lo que más perturbaba a Jonathan.
Tarsis no era una simple ciudad de labradores como Tírem, había sobrevivido a la guerra y se encontraba perfectamente protegida por dos formidables fuertes levantados sobre las colinas entre las que había sido construida. Además de esto, la presencia allí de los monjes blancos hacía aún más inverosímil pensar que pudiesen necesitar contratar a mercenarios de otra ciudad, mucho menos a tres tan jóvenes y sin experiencia como ellos. Tan solo se le ocurría una razón para que los hubiesen llamado, pero prefería no preocuparse demasiado por aquello por el momento y dedicar su atención a sus hermanos.
Jessica estaba impacienta, su ansiedad podía notarse en cada nervioso movimiento con que sus dedos jugueteaban enroscando sus propios cabellos y parecía no poder estarse quieta en su asiento frente a él. Llevaba aún el uniforme de la escuela de amazonas, una gruesa túnica azul oscuro que le cubría el pecho y los hombros prolongándose hasta sus caderas, pero totalmente abierta en ambos costados. Bajo esta, sin embargo, la joven llevaba una blusa blanca y unos toscos pantalones que la cubrían por completo, algo que ya antes de subir al tren se había ganado más de una sonrisa por parte de sus hermanos. Álbert, por su parte, había preferido no usar el pesado uniforme de cuero tachonado de la escuela y su atuendo era muy similar al de Jonathan, tan solo unos sencillos pantalones de cuero negro y una camisa del mismo color que la blusa de su hermana. La única diferencia entre ambos estaba en la gabardina de Jonathan y en la pesada pieza de armadura que cubría el hombro y el brazo izquierdo de Álbert sujeta a su pecho por una especie de chaleco de cuero bajo su camisa.
Ninguno de los dos tenía el aspecto de alguien realmente dedicado a la profesión que habían elegido, pero de alguna forma eso hacía que Jonathan se alegrase al mirarlos. Había visto otros mercenarios antes, o caza recompensas como Jessica prefería llamarlos, todos hombres y mujeres curtidos, de rostros duros e inexpresivos cuya mirada helaba la sangre tanto o más que las armas y armaduras que solían acompañarlos. En sus hermanos, sin embargo, no solo veía la falta de equipo que su escasez de dinero había provocado, sino también sus sonrisas, sus miradas tranquilas y cargadas de sentimientos, los mismas que sin duda ellos podían ver en su propio rostro y que los convertía afortunadamente en alguien todavía mucho más vivo que aquella gente.
Así pasó la mayor parte del viaje, mirándolos con el mismo interés y admiración con qué Jessica observaba el cambiante paisaje que se veía a través de la ventanilla mientras su hermano dormitaba a su lado. Tarsis estaba lejos, a más de trescientos kilómetros de Tírem, y durante el trayecto habían tenido incluso que cambiar de tren en la pequeña estación de paso de Nilith, a medio camino entre Tírem y Ramat. Desde ese momento, el viaje había tomado un nuevo rumbo y se había alejado de las grandes praderas dirigiéndolos hacia el sur, hacia los grandes bosques de Narmaz, el inmenso manto natural que cubría las estribaciones meridionales de la cordillera de la plata.
Allí se encontraba Tarsis, la ciudad de la magia como muchos la llamaban por ser el último rincón del reino en que tal arte estaba todavía permitido oficialmente, aunque solo entre los propios monjes y, por supuesto, orientada siempre hacia la curación, nunca hacia la destrucción por la que los antiguos hechiceros se habían ganado tan mala fama en los reinos. Pero fuese para un fin o para otro, la sola mención de aquella vieja palabra hacía centellear de emoción los ojos de Jessica y esta observaba con impaciencia el paisaje esperando verla aparecer de un momento a otro. Aunque su espera sería en vano ya que, antes incluso de que el tren se internase en el angosto paso de Lutwiz, el serpenteante cañón que comunicaba los bosques y su ciudad guardiana con las praderas, la noche llegó al fin y la oscuridad puso fin a su curiosidad por el exterior.
Fue en ese preciso momento, sin embargo, cuando se dio cuenta de un pequeño detalle que se le había escapado hasta entonces y decidió aprovecharlo para distraerse un poco, aunque fuese a costa de su hermano.
-Jonathan… -Dijo con cierta cautela, mirando de reojo a Álbert que seguía dormido y atrayendo la atención de Jonathan. -¿Se puede saber que te pasa?.
-¿A mí?. –Preguntó un tanto sorprendido ladeando la cabeza hacia la izquierda. –Nada, ¿por qué?.
-Llevas todo el viaje mirándonos. –Explicó Jessica sonriendo sutilmente al ver que su otro hermano seguía dormido.
-Hace mucho que no os veo. –Replicó Jonathan esbozando una sonrisa al darse cuenta de que ella tenía razón. –Además, tú has cambiado mucho en estos años, todavía me cuesta acostumbrarme a verte como una mujer y no como una niña.
-Seguro… -Aceptó Jessica en absoluto convencida por aquella respuesta al tiempo que esbozaba una traviesa sonrisa. -¿Crees que no la he visto verdad?
Aquella pregunta sorprendió por completo a Jonathan. Estaba acostumbrado a las respuestas desconcertantes de su hermana y a su curiosa forma de desviar siempre las conversaciones hacia donde ella quería, pero no alcanzaba a comprender el por qué de aquella repentina pregunta. Aunque, si de algo estaba seguro, era que aquella sonrisa escondía algo.
-¿De quien hablas ahora?. –Preguntó finalmente, temiendo más la respuesta que la incertidumbre de no saberla.
-No te hagas el tonto. –Continuó Jessica acentuando aún más su burlona sonrisa al tiempo que señalaba disimuladamente con la mano hacia la parte trasera del vagón. –Sé a donde mirabas, la vi al entrar al vagón. Y creo que ella también ha estado mirándote a ti todo este tiempo.
La expresión de sorpresa de Jonathan desapareció en aquel mismo instante. Nada más oír la explicación de su hermana su rostro reflejó la misma resignación que tantas veces había visto en la cara de Álbert y sus ojos buscaron lo que esta señalaba sabiendo ya por experiencias pasadas lo que encontraría allí.
El tren estaba ya casi vacío tras su escalada en la ciudad comercio de Ruran, la última estación antes de entrar en el paso, pero en el último asiento de su vagón, sentada curiosamente junto al pasillo y no al lado de la ventanilla pese a tener disponibles los dos asientos, una joven viajaba todavía con ellos. No era mucho mayor que él, tal vez incluso un año o dos más joven, de piel clara y cabellos oscuros como el azabache que le llegaban hasta los hombros y ojos igualmente negros que parecían observarlo en aquel instante tal y como su hermana había dicho. Su mirada era tímida, indecisa, y sus ojos ligeramente rasgados se apartaron de inmediato de él al notar que este también la estaba mirando, algo que lo sorprendió aún más que las palabras de la propia Jessica. Puede que su hermana tuviese razón y los estuviese mirando, pero le preocupaba más el hecho de que hubiese apartado la mirada por temor a ser descubierta que por vergüenza y sabía que, tratándose de alguien capaz de hacer sola un viaje tan largo, esta última posibilidad era la más remota de las dos.
-No parece de por aquí. –Dijo con calma, sabiendo que sería totalmente inútil intentar explicarle a su hermana que acababa de verla y las cosas no eran como pensaba. –Es curioso ver a alguien de Tarman tan al sur, pero no hay duda, esos rasgos son los de alguien del Norte.
-Estás intentando desviar el tema. –Notó Jessica frunciendo el ceño. –Vamos, es bastante guapa y te estaba mirando, al menos admítelo.
-Jessica, estamos trabajando ¿Recuerdas?. –Dijo de pronto Álbert, todavía recostado sobre el asiento y con los ojos cerrados, pero evidentemente no tan dormido como su hermanita había creído. -No es momento para estas tonterías.
-Otro igual, siempre decís lo mismo: tonterías. –Refunfuñó Jessica. –Estáis empezando a preocuparme.
-Hay un tiempo para todo. –Respondió Jonathan sonriendo. –Ahora será mejor que nos concentremos en lo que tenemos que hacer.
-Hablando de eso, ¿Cuándo llegaremos a Tarsis?. –Preguntó Jessica con cierta impaciencia. –Creí que ya estábamos cerca.
-Si todo va bien en unos minutos, la ciudad debería estar justo al final del cañón. –Explicó Jonathan. –Según el mapa que miramos antes de salir al final del cañón están las colinas de Uldar y Ushar que vigilan el paso, y entre estas la ciudad.
-Lo sé, pero creía que Tarsis tenía su propia estación dentro de la ciudad. –Señaló Jessica ahora hablando completamente en serio. -¿Por qué está reduciendo la velocidad el tren entonces?. Todavía estamos dentro del cañón.
-Creo que lo sabremos enseguida. –Señaló Álbert abriendo al fin los ojos y dirigiendo su mirada hacia la puerta del vagón. –Dudo que venga a comprobar los billetes, en la última estación no subió nadie.
Jonathan y Jessica miraron inmediatamente hacia la puerta tal y como hacía Álbert y observaron como el revisor entraba en el vagón. Estaba serio, algo no muy sorprendente en alguien de su profesión, pero en su semblante se adivinaba algo más, algo oscuro que lo preocupaba lo suficiente para que apenas levantase la vista del suelo. Y cuando al fin llegó a su lado y habló, su voz temblorosa y dubitativa confirmó al instante las sospechas de los tres hermanos.
-El tren se detendrá en unos minutos. –Anunció dirigiendo una furtiva mirada al resto del vagón y comprobando que ya estaba vacío. –Por favor, les ruego que se apresuren en bajar, nos gustaría volver cuanto antes.
-Creía que este tren iba a Tarsis. –Dijo Jonathan levantando la mirada hacia él y comprobando con sorpresa que aquel hombre parecía no haber reparado en absoluto en su aspecto. –Nuestro billete era hasta la ciudad, no hasta la mitad del cañón.
Las palabras de Jonathan parecieron desconcertar al revisor. Durante unos segundos el empleado del ferrocarril los miró como no sabiendo que decir y los tres se miraron entre si visiblemente preocupados, sin embargo, este pareció al fin decidirse a hablar y respondió a las dudas de Jonathan.
-Me temo que eso no será posible señor. Tarsis está en cuarentena, nadie puede entrar ni salir de la ciudad.
-¿En cuarentena?. –Repitió Jessica poniéndose en pie al instante. -¿Qué demonios significa eso?. Nosotros vamos allí. ¿Por qué no nos dijeron nada antes?.
-Lo siento señorita, nadie sabe la razón de la cuarentena, suponíamos que ustedes ya estaban al tanto de esto. –Respondió el revisor retrocediendo ante la reacción de la joven. -El tren debía detenerse en la última estación, si estamos aquí es solo por ustedes, pero esto es todo lo cerca que pensamos llegar.
-Supongo que no tenemos otro remedio entonces. –Dijo con calma Álbert poniéndose también en pie y colocando una mano sobre el hombro de su hermana. –Vamos, quien nos haya contratado seguramente estará esperándonos ahí fuera. O eso o nos espera una larga caminata hasta la ciudad.
-Dudo que alguien capaz de hacer llegar un tren hasta aquí a pesar de una cuarentena deje algo así al azar. –Añadió Jonathan recogiendo su arma y guardándola bajo su gabardina. –Además, parece que olvidáis algo, o más bien a alguien.
Dicho esto, Jonathan comenzó a caminar en dirección a la puerta del vagón y el revisor los observó con nerviosismo mientras Álbert y Jessica se miraban un tanto desconcertados y seguían a su hermano al exterior.
La noche era fría, algo no poco común en el sur de Linnea, y el helado viento que silbaba entre las paredes del cañón les dio la bienvenida con un gélido abrazo que los hizo estremecerse un instante. El tren apenas esperó a que bajasen, en cuanto Jessica puso los pies en tierra la segunda locomotora del convoy se puso en marcha en la cola del mismo y este comenzó a alejarse en la dirección en que había venido mientras la helada neblina que cubría el cañón ocupaba lentamente el espacio dejado por este. Pero el frío no era todo lo que se notaba en aquel lugar.
Había algo más en el aire, algo siniestro que flotaba a su alrededor como un débil velo de sombra que se deslizaba desde el suelo lamiendo las paredes de roca del cañón como las olas de un mar invisible. El propio viento parecía estar viciado y la bruma no era clara y limpia como en Tírem, sino grisácea como si se tratase más de humo que de niebla. Todo a su alrededor estaba en silencio, ni siquiera los animales que tantas veces habían oído en la noche de Tírem parecían vivir en aquel lugar, cómo si algo hubiese alejado a todo ser vivo.
-Esto no me gusta. –Dijo Jessica mirando desconfiadamente a su alrededor. –Nunca me ha asustado la oscuridad, pero este sitio da escalofríos.
-No eres la única que se siente así. –Afirmó Álbert mirando a Jonathan que se había parado unos pasos frente a ellos y seguía de espaldas a los dos, oteando la oscuridad con sus profundos ojos color rubí mientras se llevaba una mano al pecho. -¿Te encuentras bien?.
-Perfectamente. –Respondió con voz extraña, sin conseguir ocultar del todo el dolor en su voz. –Pero tenéis razón, hay algo raro en el aire.
-¿Seguro que estás bien?. –Preguntó esta vez su hermana acercándose a él y mirándolo preocupada al ver que su mano estaba justo sobre su corazón. –Jonathan… ¿es otra vez…
-No. –Negó inmediatamente dirigiéndole una tranquilizadora sonrisa al tiempo que apartaba la mano de su pecho y respiraba profundamente, como aliviado. –No es nada de eso, no te preocupes.
Las palabras de Jonathan no sirvieron en absoluto para calmar a Jessica, su memoria recordaba perfectamente lo sucedido hacía cinco años y el solo ver aquel gesto había traído demasiados recuerdos a su mente como para ignorarlos. Pero Álbert si podía, su mente era mucho más fría que la de su hermana y un simple vistazo a los ojos de Jonathan le había bastado para darse cuenta de que aquello no era algo que debiese preocuparles.
-Tranquila, si fuese eso ni siquiera tendrías tiempo de preguntárselo, ¿Recuerdas?. –Sonrió mientras se colocaba a su lado y miraba fijamente a Jonathan. –Ya sabes lo raro que es, no le des más vueltas.
-No es tan fácil. –Respondió Jessica.
-Entonces simplemente piensa en otra cosa. –Dijo Jonathan con la voz ya normal, como si no hubiese pasado nada. –Cuando tengamos tiempo te explicaré que ha pasado, no es nada de lo que tengas que preocuparte. Ahora concentrémonos en lo que hemos venido a hacer aquí y no te preocupes.
-Está bien, pero ayudaría si no fueses siempre tan misterioso con tus cosas. –Aceptó finalmente Jessica sonriendo de nuevo. –Ahora busquemos a quien nos haya citado aquí, quiero salir de este sitio cuanto antes.
-No creo que tengamos que buscar mucho. –Replicó Jonathan mirando por encima de su hombro. -¿Ya la has olvidado?.
Jessica tardó un segundo en comprender lo que quería decir, pero cuando al fin lo hizo se giró de golpe hacia donde este miraba y no pudo evitar esbozar una traviesa sonrisa al encontrarse con ella. La chica del vagón también estaba allí, esperando en medio de la bruma con la misma mirada tímida y dubitativa que en el tren, pero esta vez con la suficiente determinación como para no apartarla cuando los tres la miraron. Aunque no había sido esto lo que había convencido a Jonathan de que se trataba de ella, sino el colgante que reposaba sobre el tosco manto gris que la cubría: un pequeño cristal blanco engarzado entre dos manos doradas.
-Tú eres… -Empezó Jessica.
-Un monje blanco. –La interrumpió Jonathan clavando sus ojos en la joven.
-Así es. –Afirmó con una voz suave y débil, apenas audible pese al silencio del cañón. –Y vosotros sois los mercenarios, ¿Correcto?.
-Caza recompensas. –Matizó Jessica. –Sí, somos nosotros. ¿Tú eres quien nos ha contratado?.
-No, pero os llevaré hasta él. –Respondió la joven, hablando todavía con aquella voz tímida que parecía perderse entre la propia bruma. –Me llamo Atasha, bienvenidos a Tarsis.
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