Los Hijos del Cristal. Capítulo 22: La sangre de la sombra.

Weno, pos ahí tenéis el siguiente capítulo. Pa los que hayáis llegado hasta aquí, muchas gracias por aguantarXD y como veréis esto se acaba (quedan así a ojo 3-4 capítulos). No voy a decir que espero que os haya gustao porque el que se haya tragado todas estas páginas una de dos, o le gusta o está locoXD. A los que se han quedao por el camino simplemente lo de siempre: NENAZAS[poraki]

Los Hijos del Cristal
A la mañana siguiente todo volvió a la normalidad sobre la ciudad dorada del desierto. La tormenta aunque ruidosa había sido tan seca como de costumbre en aquel clima y no significaba nada para sus habitantes cuyas vidas continuaban como cada mañana bajo el naciente sol de Lusus. Para tres de sus visitantes, sin embargo, esta si tenía una importancia especial y les permitió sonreír esa mañana mientras esperaban a que la pareja se despertase.
Tal vez fuese solo una pequeña tontería para otros, pero para ellos contemplar de nuevo a su hermano y a su esposa libres de la preocupación que los había ensombrecido durante los días anteriores era la única buena noticia que el grupo había tenido desde hacía tiempo. Ambos volvían a sonreír juntos como de costumbre y esto les animó el día a todos hasta que la tarde llegó una vez más y las sombras se extendieron sobre las calles anunciando la hora de su cita con los maestros.
No hubo grupos en esta ocasión, a pesar de las intenciones de Jess de volver a dejar solas a ambas parejas sus hermanos no se lo permitieron y todos pasaron el día juntos como la familia que habían empezado a ser. Incluso al atardecer, mientras se dirigían hacia el extremo de la ciudad con el gran orfanato de Lusus como objetivo, ambos caminaron a su lado manteniéndola entre ellos pero sin soltar tampoco a sus respectivas acompañantes.
Su destino era el edificio más imponente de toda aquella ciudad, el único en realidad que podía recibir aquel calificativo dada su altura y su tamaño totalmente contrarios a la arquitectura del resto de Lusus. Su forma piramidal habría destacado entre las del resto de edificios aun siendo de su mismo tamaño, pero este no era en absoluto el caso ya que era decenas de veces más alto que las murallas exteriores y su base ocupaba por si sola todo el extremo Sur de la ciudad.
Lo más curioso de la estructura, sin embargo, no era su forma sino el hecho de que no fuese continua salvo por los cuatro colosales pilares que formaban sus aristas. Una gran abertura de unos dos metros separaba cada uno de los tres pisos que la formaba cortando horizontalmente sus cuatro caras salvo por los pilares. Incluso en su base, allí donde cualquiera esperaría encontrar su entrada, solo podía verse el vacío entre los pilares y la muralla amarillenta del primer piso comenzaba dos metros por encima del suelo.
Además de esto, lo único que rompía la monotonía del amarillento tono de las rocas eran los feldespatos completamente negros que se acumulaban en las cuatro caras del segundo piso para formar un emblema: el oscuro corazón formado por el contorno de los mangos y hojas de dos segadoras opuestas que representaba a la orden.
Pese a todo, los únicos a los que podía verse custodiar el edificio no eran sus caballeros sino simples soldados como los que protegían las puertas de la ciudad. A cada lado de las toscas escaleras de piedra que ascendían por la superficie de los pilares dos de ellos vigilaban impasibles los alrededores y el grupo se dirigió hacia los más cercanos en absoluto sorprendidos por aquello. Después de ver a Néstor y la forma en que el propio Jonathan se movía cuando trataba con estos el hecho de no verles allí resultaba totalmente normal para el grupo y solo se preocuparon por seguir al mayor de los hermanos.
En esta ocasión ninguno se sorprendió al ver la pasividad de los dos guardias ante su presencia, sabían que los esperaban y la forma en que miraron a Jonathan les era demás familiar. Él representaba algo para ellos que parecía importante, eso ya se lo había dejado claro Néstor en su entrada a la ciudad y el grupo lo siguió en silencio mientras ascendían por las escaleras hasta la tercera puerta abierta en el propio pilar, la que llevaba al último piso de la estructura.
Bajo ellos podían oír sonidos ya familiares, los de los niños jugando o estudiando en el primer nivel que tanto les recordaban a su viejo hogar, o los jóvenes entrenándose en el segundo. Sin embargo de aquel tercer piso no provenía un solo sonido, solo el siseo del viento al raspar las paredes con la arena que transportaba e incluso la puerta pareció negarse a hacer sonido alguno al abrirse para dejarlos entrar.
El interior estaba oscuro debido a la falta de ventanas y solo dos antorchas iluminaban la estancia con la danzarina luz de sus llamas, aunque era más que suficiente. La puerta daba a una habitación pequeña que servía solo como antesala a la principal y su luz bastaba para iluminarla revelando paredes de rocas mucho más oscuras que las del exterior así cómo estandartes con el escudo de Lusus y una gran puerta de madera ricamente labrada frente a la que los cinco se detuvieron finalmente.
-Es aquí. –Señaló Jonathan mirando totalmente serio los grabados de la oscura madera con que estaba hecha la puerta. –Si nos esperan los maestros estarán detrás de esa puerta.
-No hay guardias. –Notó Álbert mirando a su alrededor cómo si esperase encontrar a alguno de los caballeros entre las sombras de las esquinas. –Es extraño en un lugar tan importante, por lo que has dicho esos maestros son una parte importante del gobierno del reino.
-Son culturas distintas. –Explicó Jonathan. –En Acares y en Tarman basan su defensa en la intimidación, nadie en su sano juicio se atrevería a atacar un palacio en el que se ven soldados por todas partes. Aquí la defensa se basa en todo lo contrario. Para atacar un lugar necesitas conocer bien sus defensas o no sabrás cómo prepararte ni a qué atenerte. Por eso aquí nunca verás a los verdaderos guardianes de los maestros a menos que ellos quieran.
-Caballeros de la orden. –Supuso Álbert. –De todas formas confiaría más en el sistema de Acares.
-Este nunca ha fallado. –Apuntó Jonathan girando la cabeza hacia él antes de empujar la puerta. –No puede decirse lo mismo del de Acares.
Terminada esta frase, Jonathan empujó las dos puertas de madera y estas se abrieron lentamente permitiendo que el grupo entrase al fin en la sala principal del orfanato. Aquella era ya una habitación mucho más grande a pesar de su proximidad al vértice de la pirámide, de paredes tan oscuras cómo la anterior salvo allí donde los anaranjados estandartes del reino cubrían los muros. El suelo, por el contrario, estaba ocupado por una gran alfombra de un intenso color rojo en cuyo centro se veía de nuevo el símbolo de la orden justo bajo la única fuente de luz de toda la sala: su techo.
A diferencia del resto de la pirámide, su parte final estaba totalmente vacía y ni siquiera los pilares continuaban hasta su vértice superior. En lugar de eso, cuatro grandes cristales se unían para formar una ventana piramidal desde la que la luz caía directamente sobre el centro de la sala provocando un juego de sombras que había sido aprovechado a la perfección por sus ocupantes.
Tal y cómo Jonathan les había dicho varios caballeros vigilaban el interior desde la penumbra que las sombras tejían en las esquinas de las paredes, pero esta vez no eran los únicos ocultos bajo su manto. En la parte más alejada de la sala, justo donde finalizaba el rectángulo de luz que entraba desde el techo, podía verse una extraña mesa con forma de triángulo cuya base apuntaba hacia ellos y tras cuyos lados se encontraban aquellos que los habían llamado. Al otro lado de aquel delta de roca tan negra cómo las paredes podía verse a ocho personas, cuatro mujeres y cuatro hombres repartidos a ambos lados del vértice opuesto a la base frente al que se encontraba un gran trono vacío. Este último probablemente el asiento del propio rey cuando acudía al orfanato.
Nada más entrar, la puerta se cerró tras ellos sin más sonido que el siseo de la gabardina de uno de los caballeros y el grupo avanzó hacia el centro hasta detenerse sobre el emblema. Las caras y las manos de los maestros eran lo único visible entre la penumbra dada la oscuridad de sus ropajes, todas ellas mostrando arrugas y cicatrices que probaban sus años así cómo su experiencia pero sin decir una sola palabra al igual que los cinco jóvenes. Todos parecían esperar algo, seguramente lo mismo que Jonathan puesto que este parecía saber qué hacía y sus ojos se dirigían solo hacia uno de los maestros en lugar de a todos cómo el resto del grupo.
Era el más joven de los ocho, o al menos el que aparentaba serlo. Su cara era la de alguien de nomás de sesenta años, aunque sus cabellos eran ya tan blancos cómo los del propio Jonathan salvo por algunos mechones grisáceos que todavía quedaban en parte frontal cayendo a ambos lados de sus mejillas hasta su barbilla. Pero lo más destacable de su aspecto no era esto, sino la alargada cicatriz que partía desde el lado derecho de su boca hasta su cuello descendiendo por su barbilla.
-Te has hecho de rogar. –Dijo al fin el maestro hablando con una voz ronca pero amable a la que acompañaba una extraña sonrisa mientras los claros zafiros de sus ojos miraban al resto del grupo. –Aunque veo que tenías tus razones. Bajo otras circunstancias me alegraría lo que veo, lástima que ahora tengamos algo mucho más importante entre manos.
-Si no fuese así no estaríamos aquí. –Respondió Jonathan con voz igualmente tranquila. –No tengo buenos recuerdos de este lugar y usted lo sabe, de lo contrario no habría usado su nombre para que aceptase.
-No has cambiado por lo que veo. –Continuó el maestro volviendo a posar los ojos en su antiguo pupilo. -Pero tienes razón, te comprendo, por eso preferiría que dejases el pasado a un lado y nos concentrásemos en el presente.
-¿Qué espera de nosotros?. –Preguntó Jonathan hablando por todos.
-Información. –Aclaró Hayato. –Sea quien sea el que está detrás de todo esto lo ha planeado demasiado bien y no podemos continuar actuando a ciegas. Si no colaboramos corremos el riesgo de cometer otro error como el que nos ha llevado a esta situación.
-Colaborar es algo más que pedir, maestro. –Le recordó el mayor de los hermanos mirando de reojo al resto de sus compañeros mientras su voz resonaba en el silencio de la sala. –A nosotros tampoco nos hace gracia lo que ha pasado y estoy seguro de que saben muchas cosas que desconocemos. Cuanto más sepamos todos, más posibilidades tendremos de encontrar una solución.
-Entiendo. –Dijo el maestro sonriendo ligeramente con la ironía de quien comprendía las verdaderas intenciones ocultas tras la amabilidad de aquellas palabras. -¿Estás ofreciéndonos un trato?.
-Tómelo como quiera. –Fue la respuesta del joven. –Pero cuanto antes decidan mejor para todos. Usted mismo lo ha dicho, esto es demasiado importante.
Hayato desvió su mirada hacia el resto de los maestros en ese momento y los ojos del grupo los observaron pacientemente en el sofocante silencio de la sala. Ninguno decía nada, tan solo intercambiaban miradas entre ellos cómo si sus cansados ojos pudiesen hablar mejor que sus labios hasta que al fin Hayato volvió a mirar a los cinco jóvenes.
-De acuerdo. –Aceptó sin perder su sonrisa. –Supongo que las intrigas políticas de los reinos no os interesaran demasiado ya que no tienen nada que ver con lo que realmente está sucediendo, así que me limitaré a lo que nos preocupa de verdad: los cristales. Vosotros ya sabéis lo que sucedió con el cristal verde de Tírem y el cristal azul de Tarman así como con el propio cristal negro, pero lo que probablemente no sepáis es que todo esto comenzó hace casi un año. Hasta entonces los cristales habían sido poco más que reliquias que nadie sabía cómo usar realmente, pero entonces sucedió algo que nos hizo volver nuestra atención hacia ellos.
El cristal gris desapareció de su templo en la capital de Acares. Por imposible que pareciese, alguien había conseguido burlar la seguridad de la capital de las montañas y robar aquel cristal sin que nadie llegase siquiera a ver al ladrón. Aunque no fue esto lo que llamó nuestra atención, fue la forma en que este huyó de allí usando un poder que todos creíamos olvidado: el del propio cristal.
Fuese quien fuese el ladrón era capaz de usar el poder de los cristales y esto nos alarmó. Ni siquiera nosotros sabemos cómo usarlos y el hecho de que alguien tuviese de pronto un poder así en sus manos suponía un peligro a tener en cuenta. Pero por desgracia nuestras investigaciones no dieron más fruto que las de Acares y solo volvimos a saber de él cuando actuó de nuevo.
-En Tarsis. –Apuntó Jonathan comprendiendo el relato.
-Exacto. –Asintió el maestro. –Usando el poder del cristal de la tierra no pudo ser muy difícil para el ladrón llegar hasta el cristal negro sin encontrarse con los guardias y cuando nosotros llegamos todo lo que quedaba allí era la niebla del hechizo que había lanzado sobre la ciudad. Nada grave teniendo en cuenta el poder de ese cristal respecto a los otros, pero aún así preocupante por el hecho de que fuese incluso capaz de usar el cristal negro. El resto más o menos ya lo sabéis: la destrucción de Tírem para conseguir el cristal verde, las falsas ordenes de Acares de recuperar el cristal azul, todo parece ser también obra del mismo ladrón con el único fin de reunir todos los cristales.
-Si sabían eso por qué no nos lo dijeron. –Se apresuró a interrumpir Sarah cansada de tanto silencio. –Todo esto podría haberse evitado entonces.
-Suponíamos que las ordenes procedían realmente de Acares y confiábamos en que eso dejase el cristal a salvo del ladrón. –Respondió el maestro volviendo sus ojos hacia la joven de ojos dorados. –Desgraciadamente nos equivocamos. Pensamos que el siguiente paso del ladrón sería atacar a los príncipes para hacerse más fácilmente con ese cristal y desatar una guerra, pero eso era precisamente lo que él esperaba y lo usó contra nosotros para conseguir lo que quería.
-Si hubiésemos sabido esto antes… -Lamentó Jessica sacudiendo la cabeza. –Los caballeros que murieron ese día todavía seguirían vivos y ahora no habría una guerra. ¿Por qué no respondieron a nuestras preguntas?.
-Si todo el mundo confiase en los demás no habría guerras, ni ahora ni en el pasado. –Trató de explicar Hayato comprendiendo sus palabras. –Pero nuestro mundo no funciona así jovencita. Hay demasiadas intrigas e intereses ocultos en los reinos como para que exista esa confianza y esto es solo una muestra de lo que pueden llegar a causar.
-Es una forma curiosa de admitir un error. –Notó Álbert siguiendo a sus compañeras en la incorporación a la conversación. –Pero quien planeó todo esto probablemente contase también con la reacción de los caballeros y con sus normas.
-Esa es una de las razones por las que estáis ahora aquí. –Dijo Hayato asintiendo ante las palabras del joven. –Quien ha hecho esto conoce muchas cosas de los tiempos antiguos y ha conseguido usarnos tanto a nosotros como a vosotros para sus propósitos. Necesitamos saber quien es cuanto antes para poder anticiparnos a sus intenciones.
Jonathan los miró a todos un momento al oír esto como buscando su confirmación y volvió sus ojos hacia el maestro una vez más.
-Se llama Agatha. –Respondió con la misma calma con que había hablado hasta entonces a pesar del leve centelleo de furia que asomó en los ojos de su esposa al oír de nuevo aquel nombre. –Y es uno de los generales de Acares, la misma que nos envió en busca del crista azul.
-La general al mando de Ramat… -Completó Hayato reconociendo el nombre mientras bajaba la mirada por un instante para pensar. –Sé quien es, pero no esperaba que ella fuese la responsable de todo esto. Es más una diplomática que una general, si todo es cosas suya ha sabido engañar muy bien a todo el mundo.
-No solo es ella. –Matizó Jonathan al ver que su maestro sabía más cosas sobre la general que ellos mismos. –Por lo que pudimos ver antes de irnos también hay un general de Tarman implicado.
-Kalar. –Se adelantó el maestro volviendo a levantar la cabeza. –No es ninguna sorpresa, hace tiempo que dejó de servir a su reino en favor de esa mujer. Aunque suponíamos que Acares lo sabía y precisamente por eso enviaban siempre a Agatha a Tarman.
-Ahora sabemos que ella tampoco sirve a su reino, la forma en que acabó con las vidas de sus príncipes lo ha dejado bastante claro. –Continuó Jonathan mientras el resto de maestros se miraban entre si sin decir palabra. –A menos que Acares buscase realmente empezar una guerra contra Lusus y conseguir el apoyo de Tarman, pero me parece un precio muy alto pudiendo conseguirlo a la larga mediante la boda.
-No, ese no ha sido el motivo. –Negó Hayato. -La guerra no beneficia realmente a ninguno de los reinos y menos eliminando a sus herederos para provocarla. El motivo para todo esto es otro.
-Los cristales. –Adivinó Jessica.
-Son lo único que podría llevar a alguien a hacer algo así. –Asintió el maestro sin apartar sus ojos del mayor de los hermanos. –Para una general como ella al cargo de la ciudad más importante de toda Linnea conseguir cualquier otra cosa sería extremadamente sencillo. Ya tiene poder y seguramente riquezas, lo que busca es otra cosa.
-¿Qué?. –Preguntó impaciente Sarah mientras sus dedos jugueteaban sobre su cadera con un mechón de sus cabellos. –Por ahora os estáis comportando exactamente igual que ella y diciéndonos solo los que os interesa. Si pensáis seguir así será mejor que nos vallamos, esto es solo una pérdida de tiempo.
Los ojos de todo el grupo se centraron en la joven por un instante al escuchar aquello, en su mayoría más preocupados por la brusquedad con que había hablado que por lo que significaban. Todos estaban de acuerdo con ella pero sabían también lo importantes que eran los maestros y su forma de hablar no parecía la más adecuada, aunque al ver cómo Jonathan sonreía ligeramente antes de volver a mirar a su maestro se dieron cuenta de que este no estaba tan preocupado cómo ellos.
-Yo no lo habría dicho mejor. –Dijo todavía sonriendo. –Hable claro maestro, ¿Qué sucede?. Saben algo más de lo que nos han contado.
-Tiene muy mal genio. –Respondió Hayato sorprendiéndolos a todos tanto por su expresión todavía tranquila como por sus palabras. –Pero también tiene razón, hay algo más y me temo que el robo de esos cristales sería solo una desgracia menor comparado con lo que podría suceder si se confirman nuestras sospechas. Sabemos que esa mujer no busca poder, si fuese así su puesto como general y los cristales que ya tiene serían más que suficientes y no necesitaría provocar una guerra arriesgando así su puesto en el reino. La única razón que nos queda para explicar su comportamiento es que desee reunir todos los cristales… y eso solo tiene una utilidad.
-Árgash. –Comprendió Álbert adelantándose a la siguiente frase del maestro. –La última vez que se reunieron los cinco cristales elementales fue para vencer a Árgash. Si se reuniesen de nuevo junto al cristal negro…
-Podrían usarse para lo contrario de lo que fueron usados hace cuatrocientos años. –Completó Hayato mirándolo con cautela al darse cuenta de que ellos también sabían más cosas de las que pensaba. –Y si eso sucede nos enfrentaremos a algo que nadie podrá parar, ningún mago en toda Linnea cuenta ya con el poder o los conocimientos de los maestros que consiguieron encerrarle hace siglos.
-¿De qué le serviría eso a Agatha?. –Trató de comprender Jessica perdida entre las reflexiones de su hermano y el maestro. –Árgash lo destruiría todo, no tiene sentido que intente algo así.
-Tal vez crea que pueda controlarle de alguna forma. –Supuso el maestro sin demasiada seguridad. –Ni siquiera los cristales le permitirían controlar toda Linnea, su poder destructivo es enorme pero quien los usa seguiría siendo humano y por tanto débil. Pero con Árgash… el poder de esa criatura es simplemente inconcebible y nadie podría oponérsele.
-¿Cree que eso sería realmente posible?. –Preguntó Álbert con cierta incredulidad.
-Sinceramente… no. –Negó tajantemente el maestro. –Hay muchos hechizos que desconocemos y trabajos que siguieron adelante aun tras la caída de la escuela negra, pero dudo que alguien pudiese llegar a controlar a un ser como Árgash. Además no sabemos lo suficiente de esa mujer como para descartar otras posibilidades, por lo que hemos visto no le importa matar ni arrasar una ciudad entera y causar de nuevo la destrucción de hace cuatrocientos años también podría ser su objetivo.
-¿Para qué?. –Insistió Jess sin ver una razón para algo semejante. –Destruir toda Linnea no le serviría de nada.
-Para comprender eso tendríamos que saber más de ella. –Explicó Hayato sin quitar ojo de su antiguo pupilo mientras hablaba con la menor de los hermanos. –Pero hay muchas razones por los que alguien podría llegar a ese extremo si tuviese los medios apropiados. Despecho, odio, venganza… incluso amor.
Jessica bajo momentáneamente la cabeza al oír esto cómo si aquello le bastase como respuesta. Su rostro había cambiado volviéndose aún más serio al recordar algunos de sus momentos con la general y lo que el maestro había dicho ya no le sonaba tan irreal, aunque pronto encontraría otra cosa en la que centrar su atención al escuchar de nuevo a su hermano continuar con la conversación.
-Ahora solo falta un detalle por descifrar. –Dijo Jonathan con la misma calma que hasta entonces pero sin desviar sus ojos de los de su maestro. -¿Cuál es nuestro papel en todo esto?.No creo que estemos aquí solo para hablar.
-No. –Admitió el maestro. –Desgraciadamente no es solo por eso por lo que os hemos llamado.
Nada más decir esto, Hayato se giró hacia otro de los maestros y los cinco jóvenes observaron en silencio como este sacaba algo de debajo de la mesa. Era un bulto pequeño, cubierto por una tele totalmente negra y aparentemente importante por el cuidado con el que lo trataba, aunque ninguno de ellos podía siquiera imaginar cuanto hasta que al fin lo vieron.
Cuando la oscura tela que lo cubría calló sobre la mesa lo que quedó sobre las manos del maestro fue lo mismo que habían visto ya en otras dos ocasiones aunque con un color y brillo totalmente distintos. El cristal rojo centelleaba frente a ellos como un gran rubí pero de un color más claro y luminoso, casi el mismo que los cabellos de la propia Sarah, y los ojos de Hayato pronto buscaron de nuevo a su pupilo.
-¿Por qué lo han sacado de su santuario en el desierto?. –Preguntó Jonathan tornando su semblante mucho más serio al encontrarse con los destellos carmesí del cristal. -¿Piensan usarlo contra Acares?.
-Aunque fuese eso lo que pretendemos nadie sabría como hacerlo, nosotros tampoco recordamos los encantamientos ni la forma en que se usaban. –Lo tranquilizó el maestro. –Hemos enviando a nuestros caballeros a buscarlo porque ya no estaba seguro en su templo. Los Sarugats por si solos no serían capaces de protegerlo de alguien como esa mujer.
-Y espera que nosotros sí lo seamos. –Comprendió Jonathan volviendo a mirar a su viejo maestro. –Es eso, ¿Verdad?. Quiere que nos ocupemos de proteger el cristal mientras la orden participa en la guerra.
-Eso es probablemente lo que la propia Agatha espera que hagamos. –Respondió Hayato cruzando ambos brazos sobre la mesa para apoyarse hacia delante. –Pero no podemos caer en su juego. Si ha provocado esta guerra para conseguir el cristal rojo seguramente espere desviar nuestra atención hacia la guerra y poder así conseguirlo sin problemas.
-¿Entonces qué harán?. –Preguntó de nuevo el mayor de los hermanos.
-Protegerlo como lo haríamos hasta ahora. –Explicó el maestro señalando con una mano al cristal. –Ese cristal nos acompañará a la batalla, allí estará a salvo de cualquier trampa o emboscada que esa mujer haya podido preparar y nos tendrá tanto a nosotros… como a vosotros para protegerlo.
-¿Quiere llevar el cristal al campo de batalla?. –Repitió visiblemente sorprendido Jonathan. –Eso es una locura, sería acercarlo aún más a quien intenta apoderarse de él. Si la batalla se perdiese y el ejército fuese derrotado el cristal…
-Si la batalla se pierde ni siquiera importará dónde esté el cristal, estará a su alcance de todos modos. –Cortó la voz ahora más ronca y autoritaria del maestro al tiempo que este apoyaba las palmas de ambas manos en la mesa. -La orden es lo único que se interpone en su camino, alejar el cristal de sus caballeros es arriesgarse a darle una oportunidad innecesaria a Agatha.
-Entonces haga lo que crea mejor para su gente. –Pareció conformarse Jonathan, aunque el tono de su voz bastaba para que su maestro comprendiese que no era tan sencillo. –Pero no cuente con nosotros. Ya no pertenezco a este lugar y no pienso participar en esa guerra, si la orden está tan segura de si misma que solucione sus propios problemas.
-No os pido que participéis en la batalla. –Trató de convencerlo Hayato. –Solo que protejáis el cristal si Agatha intenta algo mientras dura la lucha. Tú y Néstor sois lo mejor que tenemos, ¡Lo sé mejor que nadie, yo os entrené!, y os quiero a mi lado para evitar esta catástrofe. Con vosotros y tus compañeros allí todos estaríamos más seguros.
-Pídaselo a ellos. –Respondió secamente el mayor de los hermanos. –Mi respuesta ya la tiene, pero si ellos van yo los seguiré.
Dicho esto, Jonathan se dio la vuelta ignorando las miradas de los maestros y comenzó a caminar lentamente hacia la salida de la sala sin más sonidos que el que sus botas producían al pisar las pulidas baldosas de la sala. Pronto otros pasos siguieron a los suyos, los de los mismos que lo habían acompañado al interior y compartían con tal seguridad su decisión que ni siquiera esperaron a la pregunta de Hayato. Aunque Jonathan sabía que dicho pregunta nunca llegaría, conocía a su maestro y ya no se sorprendió en absoluto al escuchar el chirriante sonido de una silla apartándose hacia atrás antes de oír de nuevo aquella voz ronca dirigiéndose no a sus hermanos, sino a él.
-Ya es demasiado tarde para actuar como si no formases parte de esto. –Dijo en un tono serio y firme mientras se ponía de pie. –No puedes permanecer al margen cuando toda Linnea está en peligro, si Árgash vuelve a este mundo ni tu, ni tus hermanos… ni siquiera tu esposa estará a salvo.
-¿Realmente cree que nuestra presencia allí cambiaría algo?. –Replicó Jonathan sin girarse. –Será una batalla entre dos ejércitos no un duelo, cuatro o cinco “soldados” más no cambiarán nada. en esa carnicería.
-Vosotros no sois soldados, no es eso lo que os pido. –Insistió el maestro. –Y tú sabes mejor que nadie que no se os puede juzgar por el número, sé de lo que eres capaz y también lo que pueden hacer tus hermanos… y ella.
-Será una batalla en una guerra sin sentido, simplemente eso. –Lo contrarió Jonathan sacudiendo la cabeza. –Y en una guerra todo el que se encuentra en el campo de batalla participa en ella, lo quiera o no. Eso me lo enseñó usted… ¿recuerda?.
-Te enseñé muchas otras cosas. –Replicó Hayato suavizando la voz. –Si todavía las recuerdas…el tren saldrá esta noche hacia la frontera.
Una vez más su única respuesta fue el silencio. El joven al que se dirigía comenzó a caminar de nuevo tras oír aquellas últimas palabras y abrió la puerta para marcharse junto a sus compañeros. Las viejas hojas de madera de la puerta volvieron a obedecer a su mano sin protestas, deslizándose hacia un lado sin apenas perturbar el cargado aire de la estancia para cerrarse una vez más tras él y los demás dejando solo el leve eco de sus pasos como recuerdo de su presencia.
Fuera esperaba ya alguien, otro caballero al que conocían perfectamente y aguardaba junto a la entrada de aquel piso semioculto por la sombra de la puerta. Aunque las intenciones de este no eran hablar con ellos, Néstor se cruzó con el grupo en su camino hacia el exterior pero ni el ni Jonathan se dijeron nada a pesar de intercambiar una corta mirada que en el caso del primero se extendió también a la menor de los hermanos para sorpresa de esta. Simplemente continuaron sus caminos en direcciones opuestas, uno hasta desaparecer tras la puerta que el grupo acababa de cruzar y el otro hasta que el aire templado del ocaso lo recibió en el exterior.
El cielo de Lusus volvía a teñirse de rojo como cada noche con las últimas luces del crepúsculo y desde aquella altura la ciudad ofrecía una vista curiosamente hermosa. Pero esto no conseguía borrar lo que acababa de suceder, al contrario, el color carmesí de aquel cielo le recordaba demasiado a la joya que acababan de contemplar y Jonathan se detuvo en las escaleras para respirar profundamente tratando de aliviar la tensión que su charla había generado.
-Dijiste que no volverías a hacer eso. –Dijo de pronto la voz suave pero ahora seria de su esposa todavía a su espalda. -¿Por qué no me dices lo que piensas realmente?. No es tan sencillo como tú has dicho, me basta mirarte para saberlo.
-Empiezas a asustarme. –Respondió Jonathan sentándose en las escaleras para mayor sorpresa de sus hermanos. –Te das cuenta de todo lo que me pasa con demasiada facilidad. ¿Desde cuando me conoces tan bien?.
-Desde que comprendí lo importante que eras para mí. –Aseguró Sarah con su sinceridad habitual. -¿Qué sucede ahora?.
-No lo sé. –Al tiempo que decía esto, Jonathan cerró los ojos un segundo echando la cabeza hacia atrás al igual que su espalda y los abrió de nuevo para mirar a sus compañeros. –Ese es el problema. No sé que hacer, por más que intente convencerme a mi mismo de una cosa o de otra no consigo ver con claridad qué debo hacer y me siento perdido. Lo que le he dicho al maestro es cierto, pero también sé que él tiene razón en lo que dice.
-¿Entonces por qué no lo decidimos entre todos?. –Sugirió Jessica sonriendo cariñosamente mientras se acercaba a él y se sentaba a su lado. –Tu ya diste una respuesta, pero nosotros no hemos dicho nada y creo que te mereces saber qué pensamos para que podamos decidir. Somos una familia, no es justo que uno solo cargue con todo.
-Parece que hoy va a ser uno de esos días llenos de sorpresas. –Murmuró su otro hermano hablando en un tono en absoluto tan serio como el suyo. –Primero nos encontramos con otro cristal y ahora Jess hablando con algo de sensatez.
-¿Te parece momento para bromas?. –Preguntó Jessica girando la cabeza hacia él para dirigirle una furibunda mirada.
-Me parece el mejor momento. –Explicó Álbert sorprendiéndola tanto a ella como a los demás. - Estamos dejando que todo esto nos agobie demasiado y eso no nos deja pensar con claridad.
-¿Qué sugieres entonces?. –Preguntó su hermana.
-Lo que tú has dicho, que lo decidamos entre todos. –Le sonrió este girándose a continuación hacia dónde estaba Atasha. –Y creo que tú eres la más adecuada para empezar. No has dicho una sola palabra en todo este tiempo.
-¿Yo?. –Se sorprendió Atasha visiblemente incómoda por que todos la mirasen de golpe. –No tenía nada que decir, yo apenas se nada de este reino.
-Pero ahora si puedes hacerlo. –La animó Álbert sonriéndole al mismo tiempo. –Has oído todo lo que se ha dicho ahí dentro. ¿Tú que harías?.
-Para mi la respuesta es muy sencilla. –Aseguró Atasha cruzando inconscientemente ambas manos frente a su falda como solía hacer cada vez que estaba nerviosa. –Sola ni siquiera tendría el valor de pensar en esa batalla, pero si vosotros estáis conmigo no me importa ir allí.
-Esa respuesta no aclara mucho. –Señaló Jessica al ver que Álbert prefería no insistir tratándose de ella. –Aunque no estuviésemos de acuerdo todos iríamos si los demás van, pero se trata de lo que tú quieres, no de que aceptes sin más lo que decidan los demás.
-Lo único que quiero es que se acabe todo esto. –Respondió la joven mirándola con ojos súbitamente tristes. –Estoy cansada de ver como la gente muere a nuestro alrededor por motivos que ni siquiera entienden y no poder hacer nada más que huir.
-Eso ya está mejor. –Sonrió Jessica satisfecha con su respuesta al tiempo que se giraba hacia su otra compañera. –Y supongo que a ti ni siquiera hará falta preguntártelo. Tengo la impresión de que preferirías ir a quedarte.
-Si Agatha va a estar allí, sí. –Le confirmó Sarah mientras sus ojos emitían un tenue centelleo dorado. –Delante de su ejército no podrá usar los cristales o todos sabrán la verdad. Y sin ellos nada nos impedirá devolverle el favor que nos hizo en Ramat. No quiero que nadie me quite el derecho de vengarme.
-Eso suponía. –Volvió a sonreír Jess en absoluto sorprendida por las palabras de su amiga. –Y si quieres que te diga la verdad, a mí también me gustaría ir. Aborrezco las guerras y lo último que deseo es participar en una, no he olvidado que fue precisamente eso lo que nos quitó a nuestros padres, pero tampoco quiero quedarme de brazos cruzados mientras alguien decide nuestro futuro por su cuenta.
-Lo que nos deja solo a nosotros dos. –Concluyó Álbert volviendo ahora sus ojos hacia su hermano. –O mejor dicho, a ti, yo no tengo ninguna duda sobre qué hacer. Después de leer el diario de ese mago y todo lo que cuenta sobre Árgash prefiero no pensar en lo que sucedería si despertase ahora en nuestro mundo, la catástrofe de la gran guerra parecería insignificante al lado de la destrucción que podría provocar. Y si puedo hacer algo para evitarlo me gustaría intentarlo.
-Parece que todos estáis de acuerdo. –Notó Jonathan mirando a su alrededor. –En ese caso creo que la decisión está clara.
-¿Y tú?. –Preguntó esta vez Sarah pasando entre hermano y hermana hasta quedar frente a Jonathan. –Por confuso que estés tienes que tener tu propia opinión.
-Por supuesto que la tengo, y en realidad no es muy distinta a la de Jessica. –Aseguró su esposo volviendo ahora a mirar hacia delante tras haberla seguido con los ojos mientras pasaba a su lado. –No me gusta la idea de que mi futuro no esté en mis manos y solo lo decidan otros.
-Entonces decidido. –Sonrió finalmente Sarah ladeando la cabeza de forma que gran parte de sus cabellos cubrían su hombro y su brazo izquierdo. –Todos pensamos igual, lo mejor es que vayamos y nos aseguremos de que todo va bien.
-Eso parece. –Asintió Jonathan poniéndose lentamente en pie al tiempo que dejaba escapar un extraño suspiro, mezcla de resignación y alivio. –Pero todo esto sigue sin gustarme demasiado, los planes de Agatha me parecen demasiado evidentes. No encaja con lo que sabemos de ella.
-Tal vez, pero te recuerdo que no sabemos nada realmente de ella, al menos nada que podamos considerar cierto. –Lo animó Álbert con una sonrisa. –No le des más vueltas y esperemos que esta vez todo salga bien.
-Claro que lo hará. –Reafirmó Jessica poniéndose en pie de un salto. –No siempre va a salirnos todo al revés. Solo tenemos que tomárnoslo como otro trabajo más, la diferencia es que esta vez al menos sabemos a qué nos enfrentaremos.
-Y que lo haremos gratis. –Apuntó Atasha sonriendo al igual que los demás.
-Sí, también eso. –Asintió Jess, aunque no tan ilusionada por la idea como su amiga. –En fin, ¿Qué tal si bajamos de una vez?. Aún nos quedan unas horas pero tendríamos que preparar algunas cosas y seguro que…
-¡No Jess, no queremos estar solos!. –La interrumpió bruscamente su hermano anticipándose a sus palabras. -¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo?.
-Bruto desagradecido… -Masculló Jessica mientras empezaba a bajar las escaleras delante de todos. –No sé por qué me molesto.
Álbert la escuchó perfectamente a pesar del bajo tono en que había hablado, pero prefirió no contestar y simplemente suspiró con resignación antes de seguirla junto a Atasha que trataba de no reírse a su lado. Jonathan, por el contrario, los observaba tan divertido como de costumbre por sus peleas y no tardó en girarse hacia su esposa para seguirlos.
-¿Vienes?. –Preguntó dándose cuenta de que esta miraba con desgana hacia las escaleras y no paraba de mirar al suelo. -¿O prefieres saltar directamente?. Supongo que para ti las escaleras son un engorro.
-No me tientes. –Respondió Sarah frunciendo el ceño.
-No lo hago, aquí puedes hacer eso si quieres. –Explicó este haciendo que los ojos de la joven centelleasen al instante. –En Lusus nadie va a sorprenderse si usas tu magia, recuerda que sus caballeros son también magos. Además la gente de este reino no teme a la magia, al contrario, la admiran.
-¡¿Por qué no me dijiste eso antes?!. –Protestó Sarah visiblemente alegre por la noticia pero a la vez molesta por saberlo tan tarde.
-Porque cada vez que puedes usar tus poderes acabas haciéndolo para tomar esa otra forma tuya. –Explicó Jonathan sin dejar de sonreír. –Y ya te he dicho que te prefiero con este tamaño.
-¿Te refieres a esta?.
Al tiempo que decía esto, Sarah sonrió sombríamente y su cuerpo centelleó por un instante antes de desaparecer en medio de la misma luz de otras veces para emerger una vez más como la diminuta criatura alada que su esposo ya conocía.
-Lo sabía. –Dijo este con resignación. -¿Ves por qué no lo hice?.
-No pensaba transformarme si me lo hubieses dicho. –Lo contrarió esta volando grácilmente hasta posarse sobre su hombro para sentarse sobre él como de costumbre. –Pero ahora te aguantas.
-Claro. –Asintió Jonathan sin creer ni una sola de sus palabras. –Supongo que no es tan malo después de todo. Otros pasean con su esposa de la mano, yo la llevo sentada en el hombro…
-Para mí es muy cómodo. –Le aseguró Sarah dejando escapar una pequeña risilla y acariciando juguetonamente su mejilla con una de sus alas.
-Para mi también, eso es lo peor. –Terminó su esposo comenzando ya a caminar. –Creo que me estoy acostumbrando incluso a eso.
Aclarado aquel último detalle, y con las risas tanto de Sarah como de la propia Jessica de fondo al verlos llegar así, los cinco jóvenes abandonaron el orfanato con una idea clara de lo que querían hacer y pasaron las horas que les quedaban preparando sus cosas. Su ropa, sus provisiones, incluso sus armas tenían que estar perfectamente comprobadas y listas para algo tan peligroso como lo sería aquella batalla y no dejaron nada al azar. Ni siquiera en lo referente a la comida y el agua que llevarían, algo en principio innecesario dado que el ejército les proporcionaría lo que necesitasen pero que preferían tener también asegurado por su cuenta en caso de que sucediese algo.
A su alrededor la mayoría de la gente seguía con sus vidas tratando de aparentar que no sucedía nada. La ciudad entera volvía a hervir con la actividad que las últimas horas del día traían a Lusus y esta brillaba entre las dunas como un diamante dorado repleto de pequeñas luces, pero esto era solo una máscara a través de la cual la realidad era fácilmente distinguible.
La marcha de sus caballeros y la mayoría de sus jóvenes había sumido a sus habitantes aún más en la tristeza y allí donde mirasen solo a los niños se los veía sonreír de vez en cuando. Los demás, mujeres y ancianos en su mayoría, trataban de seguir adelante y no parecer tan decaídos, pero en sus rostros podía verse que solo aquellos pequeños conseguían que no se derrumbasen. Al igual que aquellos que ya habían partido hacia la frontera para luchar la principal razón para seguir delante de los que quedaban no eran ellos mismos, sino sus hijos y el futuro que ahora trataban de asegurarles. Algo que, por un breve instante, hizo que todo el grupo se mirase de forma extraña y se sintiesen más seguros de lo que habían decidido.
Ninguno iba a luchar por ellos, eso era algo que todos sabían y con lo que no pensaban engañarse a si mismos para sentirse mejor. A diferencia de aquellas gentes para ellos su futuro estaba en ellos mismos, en la familia que poco a poco habían formado y no querían perder pasase lo que pasase, y este también era un buen motivo para luchar.
Al llegar la noche los cinco atravesaron una vez más las puertas de la muralla para dirigirse a la estación y lo hicieron ya sin dudas, con la mirada tan alta y firme como la de los soldados que los rodeaban. El tren los esperaba cargado con la última esperanza de Lusus y estos se dirigieron hacia él para formar parte también de ella aunque sus motivos fuesen distintos.
Los vagones antes vacíos estaban ahora ocupados por los caballeros de la orden, cerca de doscientos jóvenes cuyas edades rondarían entre los veinte y veinticinco años, pero aún así todo permanecía en silencio cómo si estuviesen vacíos. El único sonido que se oía en el andén era el de la gente a su espalda y el de las locomotoras preparándose para iniciar la marcha, algo que contrastaba por completo con la habitual vitalidad que la gente de aquellas edades solía contagiar a su alrededor.
La única excepción a la homogeneidad que parecía reinar en el tren se encontraba precisamente en una de sus puertas en aquel momento. El maestro Hayato observaba al grupo desde la entrada de uno de los vagones y todos pudieron ver una pequeña sonrisa en su rostro al verles llegar, una prueba más de lo que Jonathan y el esquivo caballero que volvía a observarlos desde el techo de uno de los vagones parecían suponer para él y su gente. Pero Néstor no sonreía en absoluto como este, al contrario, su rostro seguía siendo tan serio y adusto como de costumbre y simplemente les dirigió una rápida mirada que tan solo alcanzaron a apreciar Jonathan y la menor de los hermanos.
Una vez dentro, la puerta se cerró tras ellos confirmándoles que los estaban esperando tal y como les había dicho el maestro y el grupo avanzó entre los caballeros hasta encontrar el único sitio vacío de todo el tren. Resultaba incómodo tener que viajar entre ellos dada su actitud y su silencio, pero no tenían más remedio y cada uno ocupó un asiento salvo Sarah que todavía seguía sobre el hombro de su esposo y no tardaría en volver a su forma humana para, como de costumbre, sentarse sobre él ocupando su regazo.
-¿Cuántas veces hemos repetido ya esto?. –Suspiró Jessica apoyándose en el respaldo de su asiento. –Y pensar que antes del viaje a Tarsis apenas habíamos viajado en tren.
-Demasiadas. –Coincidió su hermano. –Pero esperemos que no sea la última. No sería buena señal que no volvamos de ahí.
-Muy gracioso. –Refunfuñó Jessica poniéndose seria. –No bromees con eso, ¿Quieres?.
-No te preocupes, ya has visto cuantos son. –La tranquilizó su hermano señalando con la cabeza hacia los caballeros. –Las cosas no pintan tan mal como pensaba.
-Eso espero.
-Son todos muy jóvenes. –Notó Atasha. –Esperaba que mandasen también a sus veteranos, será una batalla muy importante.
-No hay veteranos. –La contrarió Jonathan mirando por la ventanilla. –Los que ves son todos los que hay, nada más.
-¿No hay ningún caballero mayor que estos?. –Se sorprendió Álbert. –Resulta extraño en un cuerpo de élite como el suyo.
Jonathan no dio más explicaciones al respecto a pesar de lo extraño de aquello y los demás se conformaron como de costumbre con lo que sabían. Solo uno de ellos sí lo comprendió y se recostó hacia atrás hasta pegarse por completo a él para pronunciar una única palabra en su oído: Shinarz.
Jonathan asintió comprendiendo lo que ella quería decir y esta se dio por satisfecha dejando que el pequeño tirón del tren al ponerse en marcha la pegase aún más a él. La locomotora silbó abandonando lentamente su andén seguida por las dos columnas de humo de sus máquinas y poco a poco fue ganando velocidad conforme se adentraba en las murallas hasta salir de nuevo al gran desierto. La noche volvía a bajar las temperaturas hasta un punto aceptable para que sus calderas funcionasen a pleno rendimiento y esta pronto se deslizó entre las dunas siguiendo a las caravanas en su larga marcha hacia la batalla.
Durante aquellos días los encuentros en la frontera se habían vuelto más frecuentes y ya no había ninguna duda, la guerra era abierta entre los tres reinos y las noticias que les llegaban en cada estación así lo confirmaban. Poco a poco los ejércitos de Acares y Tarman habían comenzado a adentrarse en el desierto cruzando el río Marnir por varios puntos sin preocuparse ya por la frontera. Pero no todo era tan sencillo para estos cómo habían supuesto, el desierto era un enemigo tan duro como el ejército de Lusus y estos solo habían avanzado lo que sus rivales les habían permitido dirigiéndolos poco a poco hacia dónde ellos querían.
En cada nueva estación los jóvenes podían ver al maestro reunirse por unos minutos con mensajeros que llegaban y partían hacia la frontera y sabían que algo se estaba preparando. Las fuerzas de Lusus apenas habían luchado por el momento, tan solo seguían una guerra de guerrillas con la que debilitaban aún más a su rival aprovechando su conocimiento del desierto y la velocidad de sus deslizadores de las dunas frente a los Noaths o los pesados carros de los otros reinos. Sin embargo esto no duraría mucho, la gran batalla estaba a punto de librarse y Lusus había tenido la astucia de escoger el lugar en que se celebraría para tener la ventaja del terreno.
Fueron dos noches de viaje continuo con solo el día entre ambas como parada obligada debido al rigor del desierto, pero cuando llegaron observaron sin demasiada sorpresa que no eran los únicos que se habían dirigido allí durante este tiempo. Su destino eran las salinas de Karthar, una gran extensión de tierra yerma en medio del desierto en la que la arena dorada de las rocas se mezclaba con sales blancas procedentes de un antiguo mar ahora seco. Aunque lo que la hacía un buen cambo de batalla no era esto, sino la presencia de dos grandes elevaciones formadas por esa misma sal entre las que se extendía una llanura que formaría el perfecto cambo de batalla que esperaban.
Cada una de ellas tendría unos treinta metros de altura y su formación, a partir de una gran meseta erosionada con el tiempo, hacía que tuviesen la forma ideal para la batalla. Sus caras enfrentadas eran totalmente lisas formando barrancos por los que no podía accederse a pie salvo por un par de caminos laterales, pero su parte posterior era una pendiente no demasiado empinada y a su alrededor se encontraban ya centenares de carros y miles de soldados preparándose para la batalla. Tanto suyos, como de la alianza en el lado contrario.
El tren llegó durante la segunda noche a sus cercanías y tanto ellos como los caballeros alcanzaron las salinas en poco más de una hora, pero la batalla no se desarrollaría hasta la llegada del día. En ese momento el calor sería un gran enemigo para todos, sobretodo para Acares y Tarman al no estar acostumbrados a él, pero estos temían más a la orden durante la noche y no se arriesgarían a atacar antes. Y Lusus, por su parte, tenía en su papel de defensor y no de atacante su mayor ventaja, por lo que tampoco atacaría hasta que ellos lo hiciesen.
Kashali y Malar fueron de nuevo testigos de la meticulosa perfección de aquella estupidez humana llamada guerra. Los soldados, las armas, los carruajes cargados con municiones para estas, todo se distribuía lentamente alrededor y sobre la colina como piezas de un colosal ajedrez que pronto se pondrían en movimiento. Alrededor de los cinco jóvenes la actividad era frenética, con el sonido de los animales y el chirriar de los carros entremezclándose en una estridente sinfonía en que las voces de los capitanes apenas eran audibles. Incluso la atmósfera era agobiante, cargada con la tensión de cada uno de aquellos hombres que esperaban la batalla y con el olor a metal quemado de los afiladores que daban un último repaso a las armas.
Su puesto, sin embargo, no se encontraba abajo con ellos, sino en la parte superior de aquella colina junto al maestro. Allí se habían reunido las armas más pesadas del ejército: colosales catapultas capaces de lanzar enormes rocas y vasijas de aceite ardiente hasta el otro lado del campo de batalla así como ballestas del tamaño de dos hombres que solo los Noaths podían arrastrar y disparaban flechas diseñadas para acabar precisamente con sus congéneres. Junto a estas se encontraban los arqueros, cada uno rodeado por un círculo de flechas suavemente clavadas en el suelo para no perder tiempo en sacarlas de su carcaj y también los estrategas del ejército que dirigirían la batalla desde lo alto.
Por último, justo tras estos, un gran muro negro se recortaba bajo el cielo nocturno formado no por rocas, sino por las decenas de caballeros de la orden que aguardaban en silencio envueltos en sus oscuras gabardinas. Y junto a ellos, justo entre dos grandes catapultas apostadas por delante de sus filas en el borde mismo del precipicio, estaba su puesto en aquel deprimente espectáculo.
Abajo cientos de soldados formaban preparándose para la batalla, tan firmes cómo estatuas formando verdaderos bosques de metal con sus alabardas y cimitarras. Entre estos podía verse también a los Noaths y sus jinetes, aunque ya no tenían nada que ver con los que habían visto transportando armas o marchando en el desierto. Sus enormes cuerpos aparecían flanqueados por dos afiladas lanzas que terminaban un metro por delante de sus cabezas y sobre sus lomos viajaban dos jinetes protegidos tras un escudo atado al propio animal, ambos armados con arcos y alabardas.
Todos ellos aguardaban una orden para entrar en combate, pero sabían que solo cuando el sol levantase el telón de tinieblas que cubría aquel macabro teatro empezaría todo y la tensión era evidente en cada uno de ellos. Algunos la distraían hablando con sus compañeros, otros atenuaban su rabia y su nerviosismo apretando con todas sus fuerzas las empuñaduras de sus armas mientras oteaban las sombras buscando a sus enemigos, pero ninguno estaba en absoluto tan impasible como aquellos caballeros en los que descansaban sus esperanzas.
-Ya falta poco. –Dijo Hayato acercándose al borde de la colina seguido por los demás y por el propio Néstor. –No hay marcha atrás, en cuanto salga el Sol y podamos vernos mutuamente empezará todo.
-La única duda es cómo terminará. –Murmuró Jonathan llevándose una mano al pecho al tiempo que intercambiaba una rápida mirada con su esposa. –El cristal negro está cerca y eso quiere decir que Agatha está allí.
-No te sorprendas, ahora que se ha descubierto el lugar más seguro para sus cristales es precisamente ese. –Respondió el maestro. –A su lado.
-Eso es lo que queríamos, ¿No?. –Preguntó Jessica incapaz de seguir callada ante la tensión que se respiraba a su alrededor. –Así todo terminará aquí.
-Eso esperamos todos. –Respondió Álbert sonriendo al ver su nerviosismo y la preocupación de Atasha. –No os preocupéis, este ejército no será fácil de vencer en su propio terreno.
-De todas formas preparaos. –Sugirió Jonathan girándose hacia todos. –Aunque estemos aquí arriba seguimos en la batalla, no bajéis la guardia.
-Confía en nosotras. –Lo animó Atasha señalando también a Sarah con la cabeza. –Si vosotros os ocupáis del resto nosotras os protegeremos de las flechas.
-Dudo que las flechas sean lo único de lo que tendremos que preocuparnos. –La contrarió Jonathan sonriendo de todas formas para agradecer sus palabras. –Pero el resto será cosa nuestra. Si todos hacemos nuestra parte como siempre no lo tendrán nada fácil.
-Por eso estáis aquí. –Señaló el maestro mirando a todo el grupo. –No es muy frecuente encontrar a un grupo capaz de derrotar a nuestros caballeros con la facilidad con que lo hicisteis vosotros. Aunque confío en que no sea necesario que lleguéis a actuar.
-Todos esperamos lo mismo. –Asintió Jonathan mirando a su esposa que parecía ser la única a la que todos aquellos preparativos no afectaban en absoluto. –Pero si lo es esta vez no habrá miramientos. Si alguien nos ataca sabrán a qué se enfrentan… desde el principio.
-Decir eso no es muy propio de ti. –Notó Sarah comprendiendo sus palabras y respondiendo a ellas con un siniestro centelleo de sus ojos. -¿Ya no te importa que sepan lo que soy?.
-Aquí todo el mundo lo sabe o simplemente no les importa. –Continuó su esposo sin apartar sus ojos de las esferas de oro que formaban los suyos. –Los demás no me preocupan ahora, esto es una guerra y el miedo es un arma más poderosa que cualquier espada. Eres un demonio, deja que por una vez vea cómo es realmente mi esposa.
La respuesta de Sarah a esto ya no vino con palabras, sino con un nuevo y sutil destello de sus ojos mientras sus delicados labios formaban una sombría sonrisa que la volvía aún más hermosa resaltando su naturaleza no humana. Aunque, por desgracia, Jonathan no podría mirarla por mucho tiempo dado que la voz de su otro compañero de batalla pronto llamaría la atención de todos.
-Amanece. –Dijo secamente Néstor mirando al horizonte a la derecha del campo de batalla.
-Es la hora. –Comprendió Hayato mirándolo tanto a él como a Jonathan. –Venid, tienen derecho a saber quién está con ellos en esto.
Ninguno de los cuatro comprendió qué significaban aquellas palabras ni por qué iban dirigidas solo a Néstor y Jonathan, pero este último si lo hizo y siguió al maestro hasta el borde del precipicio mientras la luz aumentaba poco a poco. El sol comenzaba a iluminar las dunas con los templados rayos de la mañana y todo a su alrededor empezaba también a moverse intuyendo el comienzo de la batalla.
Los soldados se preparaban al lado de las armas, las antorchas se prendían junto a cada una para encender el aceite de las vasijas colocadas ya en sus puestos, incluso un soldado se acercó hasta donde estaba Jessica y comenzó a colocar flechas frente a ella al ver su arco. Todo estaba casi listo para la orden final y solo los caballeros seguían tan inmóviles como al principio, observando ahora al maestro y los dos jóvenes que lo acompañaban al igual que ellos.
Abajo una multitud de soldados los observaba con nerviosismo, con tensión, pero también con orgullo por los colores de sus estandartes y sus ojos se centraron de pronto en los dos jóvenes de gabardinas blanca y negra respectivamente que aparecieron en el borde de la colina. No hubo palabras entre ellos, solo un simple gesto del maestro hacia ambos, pero los dos lo comprendieron perfectamente y actuaron al unísono sacando sus armas.
Las dos segadoras se extendieron a la vez una vez más, cada una recorriendo el mango con la suave perfección con que habían sido diseñadas mientras las manos que las empuñaban las alzaban lentamente. Y cuando al fin llegaron al final, cuando sus dueños las sostuvieron sobre sus cabezas apuntando cada una hacia un lado y el pequeño chasquido de su último mecanismo al doblarse la hoja resonó en la colina, llegó aquello que el maestro había esperado.
Un clamor se extendió desde la base de la colina envolviéndola con los gritos de los soldados, un grito colectivo formado por las voces de los cientos de hombres que aguardaban abajo cargados de orgullo por los colores que brillaban en sus banderas y alegría al ver frente a ellos a aquellos dos jóvenes. Algo que desconcertó por completo a los cuatro compañeros de estos que se miraron mutuamente por un momento.
-¿Qué está pasando?. –Preguntó Sarah entre los gritos de los soldados. -¿Por qué reaccionan así?.
-Recordad las palabras del maestro. –Respondió Álbert en un tono extraño. –Aquí los caballeros de la orden no son temidos como en Acares, son alguien a quien admiran los habitantes de Lusus y consideran invencibles. Y ellos son los mejores, por eso cada soldado que está ahí abajo se alegra de verles a su lado.
-Pero pensaba que a Jonathan no le gustaba eso. –Siguió dudando Jessica.
-Probablemente no le guste, pero sabe lo importante que es para todos que esté ahí ahora. –Explicó su hermano. –En una batalla el miedo y el valor son armas más poderosas que cualquier espada. Y verles ahí dará valor a muchos de esos soldados para luchar sin miedo contra lo que los espera.
-Lo necesitarán… -Los interrumpió de pronto Atasha mirando preocupada hacia otro lado. –Mirad.
Nada más oír esto, los tres dirigieron sus ojos hacia donde apuntaba Atasha y contemplaron al fin lo que la noche les había estado ocultando hasta entonces. Al otro lado de las ahora centelleantes dunas que los separaban de la otra colina el ejército de Acares y Tarman los aguardaba tan preparado como ellos. Toda la colina brillaba con los destellos plateados de las armaduras portadas por sus caballeros y los estandartes de ambos reinos ondeaban juntos tras miles de soldados dispuestos a dar sus vidas por aquellos colores demostrando que estos tampoco habían perdido el tiempo.
Su número era mayor de lo que habían podido imaginar a pesar de la marcha por el desierto, allá donde mirasen solo podía verse un mar de armaduras perfectamente alineadas en la base de la colina hasta formar un verdadero océano de plata del que surgían incontables lanzas. Al frente se encontraba la élite de ambos ejércitos, los caballeros de Ramat con sus yelmos de águila y los caballeros de plata de Tarman con sus cascos de felino brillando bajo el sol de la mañana.
Entre ellos podían verse también Noaths armados para el combate, todos ellos cubiertos por armaduras tan brillantes como las de los soldados repletas de afiladas cuchillas que complementaban a las lanzas de sus jinetes. Aunque la principal función de estos no era la batalla, sino el transportar las pesadas armas de asedio que acompañarían al ejército en su ataque y proteger a los arqueros que avanzarían tras ellos.
Los ojos de los jóvenes, sin embargo, no se dirigieron allí por mucho tiempo. Su atención se centró en la cima de la propia colina donde seguramente se encontraban los generales de ambos reinos conscientes de que entre ellos estaba aquella a quien buscaban. Alguien que, en ese mismo momento, hacía lo mismo segura de que ellos estarían allí mientras a su lado otros generales daban las últimas ordenes.
Ya no había tiempo para más conversaciones. El maestro y los dos jóvenes regresaron con ellos en ese momento y las voces de los capitanes dirigiendo a sus hombres se escucharon de pronto por toda la colina substituyendo al júbilo de los soldados. Aunque ninguno daría la orden de atacar todavía, no hasta que el maestro lo decidiese.
Entonces comenzó todo. A una orden de sus generales la llanura que los separaba se llenó con el sonido del ejército de los dos reinos poniéndose en marcha y sus soldados avanzaron al unísono iniciando la carga en una formación perfecta que atravesaba toda la llanura. La propia arena temblaba a su paso bajo el tronar de los cientos de botas metálicas que la pisaban, bajo las pesadas pezuñas de los Noaths y las enormes ruedas de catapultas y ballestas. Y en ese instante llegó también la respuesta de Lusus.
-¡Preparaos!
La voz del maestro inundó la colina repitiéndose en las gargantas de cada capitán al tiempo que levantaba su mano. Las cuerdas de las catapultas crujieron al tensarse, las ballestas se doblaron recibiendo a la primera de las enormes flechas que tendrían que lanzar y decenas de antorchas prendieron fuego a sus vasijas mientras el ejército rival seguía avanzando como una gran ola de plata.
-¡Arqueros!.
Un nuevo grito y los soldados reaccionaron al instante. Cientos de arcos se elevaron hacia el cielo tensándose con una flecha lista para caer sobre sus objetivos mientras el sudor corría por las frentes de aquellos que los empuñaban.
-¡Apuntad!
El ejército de Acares había llegado ya a la mitad de la llanura y los ojos de los arqueros lo siguieron sin pestañear, calculando cada metro que recorrían, atentos a cada mínimo movimiento de sus formaciones. Hasta qué…
-¡Fuego!.
La ira de la colina se desató en ese instante sobre los ejércitos de la alianza. Una lluvia de oro descendió sobre ellos en forma de cientos de flechas y el fuego pronto los siguió acabando con el tenso silencio que hasta entonces reinaba en las salinas. Los gritos de los soldados lo inundaron todo mezclándose con los silbidos de las flechas, las explosiones, los ahogados rugidos de los Noaths al caer sobre las dunas. El silencio se transformó en un abrumador caos y el desierto ardió mientras la marcha de Acares y Tarman se hacía más rápida.
Sus soldados dejaron de caminar y comenzaron a correr manteniendo la formación al tiempo que sus gritos cambiaban del dolor causado por las flechas a la ira. La línea de plata que formaban atravesó el fuego de las catapultas y se abalanzó sobre la colina, acercándose cada vez más a sus soldados como una marea blanca mientras sus armas se preparaban también para atacar.
-¡Ahora!.
El brazo del maestro calló dando la orden final. Los soldados de Lusus rugieron corriendo al encuentro de sus rivales y el tronar de la batalla se hizo ensordecedor incluso a aquella altura. La formación en línea de Acares chocó con una formación en sierra formada por los soldados de Lusus y los Noaths que ocupaban cada punta de la misma rompieron entre el enemigo segundos antes de que ambos grupos de soldados chocasen desatando el caos sobre la llanura. Empalando a aquellos que tenían la desgracia de encontrarse frente a ellos y aplastando a los que caían a sus pies.
La arena se tiñó de rojo al son del choque de las armaduras y escudos, del chisporroteo de las cimitarras y las espadas… del acero encontrándose con la carne de aquellos que caían entre sus dunas. El avance de ambos ejércitos se detuvo y la lucha cuerpo a cuerpo se mezcló con las flechas que todavía llovían desde ambos bandos entre gritos de dolor y rabia.
Pero las cosas no iban tan bien como habían esperado. Los soldados de la alianza estaban cansados y se movían más lentamente debido a sus armaduras, pero seguían siendo mucho más numerosos a pesar de sus bajas y las líneas de Lusus comenzaron a retroceder empujados por estos dejando tras de sí una alfombra de cadáveres.
-Es horrible. –Tembló Atasha observándolo todo aterrada. -¿Qué importa quien gane si muere tanta gente?.
-No ha hecho más que empezar. –Replicó el maestro sacudiendo la cabeza mientras la sangre empezaba a predominar sobre el dorado de la arena en la llanura. –Lo peor todavía está por llegar.
-Los Sahmat… -Intuyó Álbert.
-Ya están llegando. –Le confirmó el maestro. -Ambos jugaremos nuestra última carta a la vez.
Dicho esto, el maestro se giró hacia los caballeros y dio una única orden moviendo bruscamente un brazo hacia su derecha. No hizo nada más, pero tampoco fue necesario, al instante los hasta entonces impasibles caballeros comenzaron a moverse y una marea negra atravesó la cima de la colina descendiendo por ambos caminos bajo la sombra de las flechas y las rocas.
Pero ellos no fueron los únicos en moverse. Al otro lado una sombra se alzó por encima de la colina y los Sahmat no tardaron en verse volando sobre el desierto en dirección a la batalla. Aunque su presencia no sería en absoluto tan perturbadora para los soldados como la de aquellos que acababan de entrar en combate.
Los dos grupos de caballeros se dividieron al alcanzar la batalla separándose para actuar cada uno por su cuenta y el miedo se apoderó de los soldados de Acares. Las flechas y espadas se mezclaron de pronto con rayos oscuros, con relámpagos negros que destrozaban a los soldados en segundos mientras otros caían atravesados por segadoras cuyos dueños parecían salir de ninguna parte y no temían a nada.
Los Sahmat descendieron por un momento para descargar una lluvia de flechas sobre las tropas enemigas y los gritos de bestias y humanos se mezclaron bajo la colina, pero los caballeros ni siquiera se inmutaron. Las flechas ardían consumidas por llamas negras antes de alcanzarles y los soldados de Lusus luchaban ahora con un espíritu imparable, animados por la presencia de sus caballeros mientras algunos Sahmat caían chillando a tierra y sus jinetes eran ensartados en las alabardas.
Sin embargo aquello no los detuvo. Los jinetes forzaron a sus animales a remontar el vuelo y fijaron un objetivo distinto aprovechando que los caballeros ya no la ocupaban: la colina.
-Ahí vienen. –Advirtió Jonathan.
-Acercaos. –Pidió Atasha empezando a recitar uno de sus hechizos.
Jessica y Álbert obedecieron al instante. La menor de los hermanos preparó una flecha acercándose a su amiga y Álbert se situó frente a ambas, pero los demás no parecieron escucharla. Jonathan se mantuvo junto a Sarah moviendo su segadora a un lado y esta continuó inmóvil al igual que el propio Néstor siguiendo con la mirada a los Sahmat.
-¡Preparaos!
Volvió a oírse en boca de los capitanes conforme los Sahmat giraban sobre la llanura para dirigirse hacia ellos, ordenando esta vez a cada arquero que dirigiese su atención hacia estos últimos y no hacia la batalla que tenía lugar a los pies de la colina. Todavía estaban demasiado lejos para alcanzarlos y las manos de cada arquero vibraban con la tensión, doloridas ya de lanzar tantas flechas aunque deseosas de arrojar una más por su país. Pero siguieron sin moverse, esperando impasibles mientras una lluvia de flechas se dirigía hacia ellos desde los animales conforme estos se acercaban.
A su alrededor los gritos de sus compañeros inundaban el aire junto a los silbidos de las flechas mientras la sangre salpicaba la blanquecina colina entremezclando su dulzón olor con el del aceite. La propia Jessica se sentía abrumada por su pasividad, notando como sus manos temblaban al verlos caer a su alrededor mientras las flechas rebotaban frente a ellos en las barreras de Atasha y de Sarah, pero cuando sus ojos encontraron el blanco que buscaba el deseo de responder al valor de aquellos hombres la hizo decidirse al instante.
-¡Fuego!.
Su flecha cruzó el aire en dirección a un jinete, se sumó a las decenas lanzadas por los otros arqueros y juntas alcanzaron a los Sahmat como una nube de muerte que llenaría el aire de sangre una vez más. Animales y saetas se cruzaron en su avance hacia la colina y el silbido de las flechas fue substituido por el chillido de las criaturas que caían hacia tierra. Muchos murieron ya en el aire, otros quedaron sin jinetes o cayeron tratando desesperadamente de aterrizar heridos en sus alas, pero la mayoría sabían que estaban condenados a muerte en cuanto alcanzasen el campo de batalla como sus jinetes puesto que caerían tras las líneas de Lusus.
Su número, sin embargo, seguía siendo considerable a pesar de las bajas y estos se abalanzaron sobre la colina con sus lanzas para encontrarse con los soldados que todavía quedaban sobre ella. La mayoría se centraron sobre las catapultas y arqueros que tanto daño causaban a sus soldados en la llanura, pero algunos se dirigieron hacia el grupo de jóvenes. Y estos serían los primeros en caer.
Uno de ellos ardió en el aire consumido por una llama negra al acercarse a Néstor, dos más perecerían alcanzados por sendos relámpagos lanzados por Sarah y un cuarto conseguiría acercarse a Jonathan solo para caer a sus pies atravesado por una nueva flecha de Jess. Algo que convenció a los demás al instante de que no eran un objetivo factible e hizo que se dividieran en dos grupos para atacar la colina a ambos lados de ellos.
-Esto es una locura. –Se lamentó Jessica relajando su brazo sin deseos de volver a disparar a menos que los atacasen. -¿Cuándo se detendrán?.
-No deberían tardar. –Explicó el maestro. –Sus soldados están agotados a causa de sus armaduras y no podrán enfrentarse a los caballeros por mucho tiempo.
-Para muchos ya es demasiado tarde… y está siendo demasiado fácil.
Al tiempo que decía esto, Jonathan dirigió su mirada hacia el cadáver a sus pies y sus ojos se cerraron antes de que sacudiese con tristeza la cabeza reconociendo las dos largas coletas negras que partían de aquella silueta de mujer. Sin saber que, en ese mismo instante, al otro lado del campo de batalla, alguien más cerraba también sus ojos y se preparaba para poner fin a la batalla como el maestro había predicho. Aunque, desgraciadamente, no de la forma que este esperaba.
En el clamor de la batalla, con su atención centrada por completo en la lucha de sus soldados bajo la sombra de la colina enemiga nadie percibió el delicado siseo de un guante al deslizarse sobre la piel aún más delicada de su dueña. Nadie observó como este caía al suelo seguido por una venda de seda mientras las flechas volaban en el campo de batalla, ni tampoco como una daga de plata deslizaba su filo sobre la cicatriz aún abierta de una herida haciendo brotar la sangre una vez más. Pero quién iba a reparar en algo tan insignificante, ¿Quién prestaría atención a una simple daga cuando las espadas mandaban en la batalla?. ¿Quién dejaría que un delgado hilo de sangre cobrase importancia cuando la arena estaba ya empapada por litros de esta?.
Solo uno de los capitanes lo hizo. Un joven demasiado abrumado por todo aquello para seguir mirando al campo de batalla que se encontró de pronto con algo imposible a su lado. Su general, la mujer a la que respetaba y habría obedecido hasta el final se había abierto una herida en la muñeca y su sangre goteaba sobre un cristal totalmente negro que sostenía en la otra mano y parecía latir como un corazón. Pero ya era demasiado tarde para que él pudiese hacer nada.
Antes de que el muchacho pudiese acercarse a ella sus ojos se abrirían de golpe al sentir su propia sangre recorriendo su piel y apenas alcanzaría a ver el rostro serio e impasible de otro general observándole tras las fauces metálicas de un felino. Su muerte alertaría a los otros generales, ese era su único consuelo y, por fortuna para él, su mente abrazaría el olvido antes de poder comprobar que no había servido para nada.
Pese a lo que acababan de ver, los otros generales y sus capitanes no pudieron hacer nada por detener a la causante de aquello. No por que Kalar volviese a detenerlos, algo imposible incluso para él dado su número, sino porque algo los separó a este y a Agatha de los demás en ese instante formando una oscura barrera negra a su alrededor que se hundió en la propia salina abriendo una brecha circular.
En ese instante empezó la verdadera batalla para Agatha. Su sangre siguió cayendo sobre el cristal como si este se alimentase de ella y poco a poco algo comenzó a escucharse en toda la llanura junto a la suave voz de la general. Al principio era apenas un murmullo, un débil susurro que el viento no alcanzaba a elevar por encima del estruendo de la batalla, pero cada vez se hizo más fuerte y pronto alcanzaría las líneas de Lusus en forma de un sombrío cántico que retumbaba no en los oídos, sino en los corazones de aquellos que lo escuchaban.
-¿Qué es eso?. –Preguntó inmediatamente Jessica nada más escucharlo. -¿De dónde sale ese sonido?.
-Es el cristal. –Respondió Sarah mirando fijamente hacia el otro lado de la salina. –El cristal negro está cantando… Agatha está usando su poder.
-¿Para qué?. –Trató de comprender Jessica.
-Árgash…
La voz que pronunciaría aquello ya no sería la de Sarah, sino la de Álbert cuyos ojos se abrieron de golpe al darse cuenta de lo que sucedía y corrió inmediatamente hacia el borde de la salina. Sabía qué estaba pasando, lo había leído en aquel maldito diario que ahora deseaba no haber tocado jamás y su corazón ardía con el temor de lo que esto podría suponer.
-Tiene que ser eso: el cántico de Árgash. –Continuó nada más alcanzar el borde del precipicio junto a los demás. –Pero cómo…
-¿Álbert qué sucede?. –Insistió Jessica mirándolo cada vez más preocupada. -¿Qué significa eso?.
-Los caballeros… -Respondió la voz apesadumbrada y súbitamente ronca del maestro. –No puede ser… eso era lo que buscaba.
Jess tampoco comprendió sus palabras al principio, pero nada más dirigir su mirada hacia la batalla como los demás sus ojos se estremecerían al entender al fin el por qué de las caras de sus compañeros. Abajo la batalla parecía haberse detenido al son de aquel cántico oscuro, sin embargo esto era solo un preludio de lo que estaba a punto de desatarse.
La razón por la cual los soldados se habían detenido no era el sonido que ahora lo inundaba todo ensordeciendo incluso el choque de sus armas, sino lo que sucedía a su alrededor a causa de este. Los caballeros de la orden habían dejado de atacar y sus gritos de dolor los aterraban aún más que su magia, haciendo que aliados y enemigos retrocediesen al ver como cada uno de ellos se retorcía sacudido por una fuerza invisible mientras su magia creaba una barrera negra a su alrededor que su voluntad ya no controlaba.
Las manos que una vez habían empuñado las segadoras sostenían ahora sus cabezas tratando de contener el desgarrador dolor que aquel sonido provocaba en sus mentes. Pero no servía de nada, sus cuerpos eran incapaces de luchar contra aquello y caían de rodillas como si estuviesen a punto de desvanecerse ante la desesperación de sus aliados y la esperanza de sus rivales que creían tener al fin una oportunidad frente a ellos. Irónicamente ninguno de ellos estaba en lo cierto al pensar así, sin embargo todos sufrirían sus consecuencias.
Cuando sus barreras desaparecieron de nuevo abriéndose a la vez como un centenar de flores negras entre la marea humana que los rodeaba los caballeros se pusieron en pie una vez más como si nada hubiese pasado, pero la batalla ya había terminado para ellos… y para todo el que se encontraba a su alrededor. Sin el menor aviso los caballeros atacaron una vez más y sus segadoras volvieron a mancharse de sangre, pero no ya con la de sus enemigos, sino con la de todo el que se cruzaba en su camino mientras sus ojos antes negros brillaban con un diabólico fulgor dorado.
Ya no importaban los colores de sus banderas, ni tampoco las intenciones de quien estuviese frente a ellos, todos se convertían en víctimas de sus armas o su magia y la batalla se convirtió de pronto en una carnicería mientras los caballeros se reunían dirigiéndose a la colina y un grupo atravesaba las filas enemigas en dirección al otro lado de la batalla.
-¿Qué les ocurre?. –Intentó comprender Atasha tan confusa como los demás. -¿Por qué están atacando a sus compañeros?.
-Esos ya no son nuestros caballeros. –Respondió el maestro. –Ese maldito cristal…
La voz del maestro se interrumpió de pronto al oír un gemido a su lado y todos se giraron de golpe hacia Néstor. Su cuerpo temblaba como antes lo habían hecho los del resto de caballeros y sus manos sujetaban también su cabeza mientras se convulsionaba luchando contra aquel sonido. Pero en su caso no duraría mucho.
Antes de que su magia pudiese siquiera empezar a formar la barrera que había protegido al resto de caballeros, el maestro corrió hacia él y su puño golpeó de lleno su estómago antes de girar pasando a su lado y golpear con el dorso de su mano la nuca de su alumno. El resultado fue inmediato, Néstor se derrumbó a sus pies totalmente inconsciente sin que aquel sonido pudiese ya afectarle y los ojos del maestro lo miraron con seriedad antes de buscar a su otro alumno.
Demasiado tarde. Cuando sus ojos se encontraron con los de Jonathan pudo ver como estos vibraban al son de aquel cántico y trató de alcanzarlo tal y como había hecho con Néstor, pero esta vez no llegaría a tiempo. Antes de que pudiese siquiera tocarle Jonathan dio un manotazo hacia él gritando con una furia desgarradora y el maestro salió despedido hacia atrás mientras todos a su alrededor lo miraban aterrados.
-¡Jonathan!. –Gritó su hermana tratando de correr a su lado al verlo caer de rodillas retorciéndose de dolor. -¡No!. Tú no puedes ser como ellos... ¡tú no!.
-No lo es… -La detuvo su hermano atrapándola con uno de sus brazos y tirando de ella para alejarla de él mientras la colina entera comenzaba a retumbar bajo los gritos de este. –Mírale bien, no le está sucediendo lo mismo que a los demás, vuelve a ser como en Ramat.
-¡Suéltame!. –Gritó Jessica desesperada. –Me da igual lo que sea, es mi hermano. ¡Sarah!. Por favor, haz algo… tú puedes ayudarle.
Sarah ni siquiera podía oírla. Sus ojos miraban aterrados la lucha de su esposo contra algo que ella no comprendía y su corazón latía tan fuerte que apenas podía escuchar con el retumbar de su sangre en sus propios oídos. No necesitaba que nadie le dijese que le ayudase, ella misma habría hecho lo que fuese por correr a su lado para detenerle, pero esta vez no sabía qué hacer.
Su voz lo llamó como la última vez mientras se acercaba a él para intentar tocarle, para abrazarle una vez más y dejar que se tranquilizase entre sus brazos de donde nada ni nadie podría arrebatárselo. Sin embargo él no la escuchó esta vez, sus ojos la miraron con tristeza como si realmente pudiesen verla pero su cuerpo no la esperó y el dolor que sentía se hizo insoportable hasta que este se giró para darle la espalda.
-¿Qué va a hacer?. –Temió Jessica forcejeando con su hermano mientras Jonathan apoyaba ambas manos en el suelo mirando al precipicio con ojos de fuego entre la cortina de plata que cubría su cara. -¡No!.
Álbert también intuyó lo que estaba a punto de suceder y su corazón lo sentía tanto como el de su hermana, pero no cedió en ningún momento. Siguió sujetándola para no perderla a ella también mientras Jonathan soltaba la mano con que Sarah intentaba detenerle y se ponía en pie tambaleándose entre espasmos de dolor. Nadie podía alcanzarle ya, la propia salina crujió bajo sus pasos desgarrándose tras él y su gabardina cayó al vacío junto a esta antes incluso de que él saltase al precipicio con un último grito de dolor que hizo retumbar toda la llanura.
Su voz se había convertido en un rugido ensordecedor y su cuerpo flotó unos segundos en el aire antes de empezar a caer como aquellas rocas, pero nunca llegaría a hacerlo. Ante los ojos atónitos de sus compañeros cuyas voces trataban inútilmente de llamarlo, la espalda de Jonathan se manchó con su sangre de pronto cubriendo el negro de su tatuaje y algo brotó de esta desgarrándola desde dentro.
Parecían espinas, largas y aplanadas espinas negras que se superponían abriéndose paso a través de su piel como cuchillos mientras su sangre teñía de rojo las rocas de la propia salina. Pero pronto tomaron otra forma, conforme más y más de estas espinas brotaban uniéndose unas a otras hacia ambos lados su aspecto fue cambiando por completo hasta que al fin sus compañeros pudieron ver con claridad de que se trataba: alas.
De la espalda de Jonathan nacían ahora dos enormes alas negras, ambas más grandes que su propio cuerpo y cubiertas no de plumas, sino de aquellas afiladas espinas con forma de cuchilla que centelleaban bajo el sol del desierto como escamas de hielo negro entremezclándose con los regueros escarlata de su sangre que goteaba desde sus extremos.
Jonathan volvió a rugir en ese instante. Sus ojos se abrieron centelleando con el brillo de dos brasas ardientes y toda la llanura lo miró sorprendida al ver ante ellos a aquella criatura que todavía sostenía en su mano la segadora. Aunque, desgraciadamente, estos no podrían hacerlo por mucho tiempo.
Con un fuerte golpe de sus alas Jonathan lanzó cientos de aquellas escamas hacia tierra dejándolas caer sobre los soldados como una mortal lluvia negra y él las siguió a continuación bajando en picado ante la desesperación de la propia Sarah. Quería volar hasta él como había hecho la última vez, detenerle para que volviese a ser el que conocía, pero su propio cuerpo se negaba a obedecerla de pronto y no podía seguir adelante.
-¡No!. –Repetía la vez en su cabeza. -¡Esa no es la forma!. Le perderás… él te perderá a ti… todo habrá sido inútil.
-¡Déjame!. –Gritaba su mente desesperada. –Déjame ir con él, ¡Por favor!.
-Niña… -Insistía la misma voz. –Recuerda… no tengas miedo a recordar, esa es la única salida.
Sarah seguía sin comprender nada de aquello, tan solo sabía que deseaba seguir a su esposo con todas sus fuerzas y su mente no era capaz de pensar en otra cosa en aquel momento. Sus ojos lo siguieron mientras descendía y ya no volvió a moverse, ni siquiera al sentir como la propia colina retumbaba entre gritos de dolor cuando Jonathan al fin alcanzó el suelo golpeando las dunas con una fuerza terrible.
Nadie podía verle en ese momento, solo escuchar el chirriante sonido de una armadura abriéndose bajo sus manos al ser atravesada por su segadora y los agonizantes gritos del soldado sobre el que había caído, pero era más que suficiente para que ambos ejércitos retrocediesen aterrados. A sus pies la salina volvía a teñirse con el color carmesí de la vida, salpicando las dunas con largos trazos escarlata que centelleaban a la sombra de sus alas haciéndolo visible antes incluso de que la nube se disipase por completo.
Sin embargo esta no pertenecía solo a aquel soldado, su propia sangre manchaba su cuerpo deslizándose todavía entre las espinas y cuando la arena se posó por completo los soldados pudieron ver que esta no era la única. La piel de sus brazos se había abierto al igual que la de su espalda dejando paso esta vez a dos alargadas cuchillas negras que partían de sus muñecas. Cada una de ellas tan larga como sus brazos y curvada hacia atrás como la hoja de una segadora por cuyos filos corrían todavía gotas de su sangre. Algo que le daba un aspecto todavía más aterrador al mezclarse con el negro azabache de sus alas y la plata de sus cabellos. Y, por una vez, ese aspecto si sería justificado.
Cuando sus ojos se abrieron de nuevo nada más ponerse en pie su cuerpo reaccionó a una velocidad impensable para aquellos soldados y la mayoría ni siquiera supo qué estaba pasando. Sus brazos eran más letales que su segadora y este ya no la necesitaba, simplemente corría entre la aterrorizada muchedumbre de soldados destrozando a todo aquel que se encontraba en su camino con un único objetivo en su mente.
-Los caballeros. –Murmuró Álbert desde la colina tratando de mantener la compostura a pesar de lo que estaba viendo. –Va hacia ellos, exactamente igual que en Ramat.
-¿De qué estás hablando?. –Gritó desesperada Jessica incapaz de creer que aquella criatura fuese realmente su hermano. -¿Qué le está pasando a Jonathan?. ¡Ese no puede ser él!.
-Tal vez no del todo, pero sí una parte de él. –La contrarió el maestro mirando fijamente el rastro de cuerpos mutilados que este dejaba a su paso. –Se alimenta de magia negra y ese cántico ha debido afectarle, pero no de la misma forma que a los caballeros. Él no obedece a Agatha, solo busca más magia de la que alimentarse y por eso va hacia ellos.
-Entonces tenemos que hacer algo. –Insistió Jess. -¡No podemos dejarle así!.
-Dudo que nadie pueda realmente detenerle ahora. –Negó el maestro sacudiendo la cabeza. –Mírale bien, está más allá de todos nosotros.
Jessica volvió a dirigir su mirada hacia la batalla al escuchar esto y sus ojos no tardaron en dar con lo que había hecho que Hayato dijese aquello. Jonathan había alcanzado ya a los primeros caballeros, pero estos ni siquiera tenían una oportunidad frente a él y sus poderes eran tan inútiles como las armas de los soldados. Un golpe de su brazo había atravesó la segadora y el cuello de uno en plena carrera decapitándolo al instante, sus alas absorbieron los rayos de otros dos antes de responder con una lluvia de espinas que los destrozó por completo y su puño atravesó la barrera, el pecho y la propia gabardina de un cuarto sin la menor dificultad.
Nada le detenía, ni siquiera las armas de asedio que el ejército apuntaba ahora contra él presa del pánico. La mayoría fallaban su blanco matando a sus propios soldados y aquellas que realmente alcanzaban su objetivo no conseguían nada salvo arrancar una o dos espinas de sus alas. Y esto, por supuesto, no pasó inadvertido para Agatha.
Los ojos de la general observaban con curiosidad y sorpresa la criatura que acababa con su ejército, no con el temor con que Kalar lo hacía. Para ella no era un monstruo como para estos, sino una ser poderoso y terrible cuya visión hizo que en sus labios se dibujase al instante una tenue sonrisa mientras sus ojos se volvían hacia el cristal por un segundo.
A su alrededor los caballeros que ya habían llegado a la colina sembraban la muerte que ella había ordenado sobre sus antiguos camaradas y pronto todo estaría bajo su control, pero no serviría de nada si lo dejaba continuar. Necesitaba atraerlo hacia ella y solo se le ocurría una forma de hacerlo.
Con un simple gesto de su mano un grupo de caballeros reaccionó separándose de los demás para dirigirse hacia Jonathan y lo rodearon por un segundo. Aunque, como este pronto comprobaría, ninguno pretendía detenerlo sabiendo que era imposible y comenzarían a moverse hacia el otro lado de la llanura llevándolo con él.
Los caballeros caían uno tras otro a sus pies destrozados por la fuerza de algo a lo que no podían enfrentarse y su sangre empapaba ya las manos, el pecho y los propios cabellos de aquella criatura dándole un aspecto cada vez más macabro. Sin embargo eso era precisamente lo que Agatha quería, a pesar de sus muertes aquella criatura los estaba siguiendo y el resto de los caballeros eran libres para continuar adelante mientras él centraba su atención en algo mucho más poderoso: en su cristal.
Nada más acabar con el último de aquellos caballeros, los ojos de fuego de la criatura se alzaron hacia la colina mientras el cadáver se deslizaba todavía hacia el suelo por la cuchilla de su brazo y comenzó a moverse hacia allí. Algo que sus propios compañeros observaron con temor al darse cuenta de lo que aquello podía suponer.
-Va hacia el cristal. –Comprendió el maestro sacudiendo la cabeza. –Pero dudo que pueda alcanzarlo, la magia de Agatha parece ser muy poderosa.
-Entonces tenemos que detenerle. No pienso seguir aquí sin hacer nada. –Aseguró Jessica cansada de mirar aquel horror por más tiempo y girándose hacia una de sus amigas. –Sarah, tú puedes llevarnos hasta él. ¿Verdad?. Si lo intentamos entre las dos puede que se detenga.
-Yo no puedo… -Respondió Sarah con la mirada perdida en la batalla, apenas susurrando las palabras como si su voz ya no fuese la misma. –No sé que hacer…
-¡Por favor!. –Pidió Jessica acercándose a ella para coger una de sus manos. –Tenemos que intentarlo, ayú…
La voz de Jessica se detuvo al instante en cuanto su mano tocó la de Sarah. Su cuerpo hervía, casi hasta quemarla solo con aquel pequeño roce y esta la miró asustada al ver que sus ojos no parecían tampoco los de la Sarah que conocía.
-Sarah… -La llamó temblorosa. –No, tu también no… si tú nos dejas ya no nos quedará nada.
-Alejaos de mí. –Pidió esta girando su cabeza hacia su amiga. –Yo no puedo ayudarle… y a ella no le importáis. Solo le preocupa él, si os interponéis en su camino os matará.
-Sarah de qué estás hablando. –Intentó entender Jessica totalmente desconcertada. –Tú fuiste quien le detuvo en Ramat, podrás hacerlo otra vez.
-No puedo. –Negó Sarah levantando la mano que su esposo había rechazado antes de saltar al vacío y mirándola con tristeza. –Pero ella sí podrá. Y no me importa, me da igual lo que me cueste si puedo recuperarle.
Dicho esto, Sarah cerró los ojos con tristeza y se quedó en silencio como si estuviese esperando algo que los demás no comprendían, aunque esto no duraría mucho tiempo. De pronto su cuerpo comenzó a brillar emitiendo una intensa luz blanca y su aspecto cambió poco a poco hasta convertirla en aquella que solo ella y el propio Jonathan conocían.
La propia Jess dio un paso atrás totalmente sorprendida, no por la luz sino por la larga melena de plata en que los cabellos carmesí de su amiga se habían convertido. Pero eso no era todo, cuando esta al fin volvió a reaccionar y giró la cabeza hacia ella abriendo lentamente los ojos pudo ver que estos ya no eran las dos esferas doradas de siempre, sino dos discos de plata que la miraban con una ternura tan incomprensible como la pequeña sonrisa que podía verse en sus labios.
-¿Sarah?... –Titubeó Jessica.
-Tú también formas parte del ciclo… -Susurró una voz que ella no conocía pero brotaba de la boca de su amiga. –Fuiste atrapada en él como nosotros… por eso te importa tanto. Pero tendrás tu propio destino, no tengas miedo.
-¿Quién eres?. –Preguntó ahora la menor de los hermanos consciente de que aquella no era Sarah.
-Alguien que no puede hacer nada que ella no pueda. –Aseguró la misma voz sin dejar de mirarla. –Si tan solo dejase de temerme. Pero la niña sigue negándose a crecer, daría su vida por él y sin embargo sigue teniendo miedo…
-¿Qué va a pasarle a Sarah?. –Insistió Jess. -¿Y a Jonathan?. ¿Puedes ayudarles?.
-Solo puedo intentarlo. –Respondió aquella criatura acercándose lentamente al borde de la Salina. -Ellos son los únicos que pueden ayudarse realmente.
Dicho esto, la dueña de aquella extraña voz se detuvo y volvió su mirada hacia la llanura centrando sus ojos en Jonathan. Sus manos se abrieron lentamente al tiempo que su luz se hacía más intensa y de su espalda brotaron una vez más las alas blancas que solo Jonathan conocía hasta entonces. Esta vez, sin embargo, estas no se detendrían al extenderse y sus alas de dragón siguieron brillando cada vez más fuerte hasta estallar de pronto en un cegador destello luminoso que los obligó a todos a cerrar los ojos por un segundo.
Cuando los abrieron de nuevo la imagen de la joven a la que observaban había cambiado por completo. Las estilizadas alas membranosas que antes ocupaban su espalda se habían convertido en dos enormes alas de plumas blancas que se esparcían con el viento como si se desprendiesen libremente de ellas. Aunque lo que más llamaría su atención todavía estaba por llegar y no sería nada relacionado con su aspecto.
Para mayor sorpresa de los tres jóvenes y el maestro, aquella criatura abrió sus labios y empezó a cantar de pronto inundando la llanura con un dulce cántico que se mezclaba con el del cristal rompiendo la sombría sinfonía de este. Era un sonido suave y apenas audible, un leve siseo que su voz matizaba junto a sus labios para formar una melodía extraña y sensual dirigida solo a los oídos de la criatura que había causado aquella carnicería a sus pies.
Los demás ni siquiera parecían oírla o simplemente no le prestaban atención, todavía ocupados con los caballeros o huyendo hacia sus puestos de mando. Pero él sí lo haría, el sonido de aquella voz lo alcanzó en su camino hacia la otra colina y se detuvo de golpe al oírla girándose lentamente hacia ella para buscar con la mirada a aquella que cantaba.
-El cántico de Xhalina… -Murmuró Álbert nada más oírlo mientras recogía del suelo una de las cuchillas negras lanzadas por las alas de Jonathan y la comparaba con las delicadas plumas que volaban a su alrededor. –Esa criatura no es como Sarah, ella sí recuerda su mundo o no conocería ese cántico.
-Sabes cosas que la mayoría desconoce muchacho. –Le advirtió el maestro sin mirarle. –Ten cuidado, podría traerte problemas si otros lo supiesen.
-Me preocuparé por eso si salimos de esta. –Replicó Álbert dirigiendo su mirada hacia la llanura. -Todavía no se ha terminado.
-¡Funciona!. –Los interrumpió Jessica contrariando sus palabras mientras señalaba esperanzada hacia la llanura. -¡Mirad!.
Siguiendo las indicaciones de su hermana, Álbert volvió también sus ojos hacia el lugar en que se encontraba su hermano y sintió de pronto el mismo alivio que ella al ver como este se detenía. Jonathan había dejado de avanzar hacia la otra colina al escuchar la voz de aquella criatura y se giró lentamente hacia ellos para mirarla sin preocuparse aparentemente por los enemigos que dejaba a su espalda o los que todavía quedaban frente a él.
Sus ojos de rubí la miraban fijamente a pesar de la distancia, observando con una atracción inexplicable la radiante figura de aquella a quien solo había visto una vez más y su cuerpo comenzó a moverse de nuevo. Para alegría de todos sus compañeros, sus pies empezaron a caminar una vez más llevándolo esta vez hacia ellos y por unos instantes pareció que todo saldría bien. Pero desgraciadamente serían solo eso: unos instantes.
Antes de que Jonathan pudiese acelerar el paso para correr hacia ellos Agatha reaccionó en absoluto dispuesta a perder a aquella criatura y el cristal vibró entre sus manos mientras recitaba un nuevo hechizo. Su voz no podía compararse a la de aquella que intentaba recuperarlo, pero el poder de su cristal la obedecía igualmente y en apenas un par de segundos decenas de hilos de oscuridad atravesaron la llanura partiendo de él hasta alcanzar a Jonathan.
La nube negra que formaban se abalanzó sobre el joven desde su espalda y trató de detenerle. Cada hilo se enroscó en su cuerpo atándolo como una infinidad de cintas negras que rodeaban sus brazos, sus piernas e incluso sus alas impidiéndole avanzar a pesar de la velocidad con que él los absorbía. Por cada hilo que su cuerpo absorbía el cristal lanzaba dos más para aprisionarle y este pareció darse por vencido deteniéndose a medio camino entre ambas colinas. Sin embargo había alguien que sabía que no era así, alguien que había visto como sus ojos de rubí se apartaban de los suyos a pesar de la distancia y tembló adivinando lo que estaba a punto de suceder.
-No… -Pidió mezclando su voz con su canción para sorpresa de los tres jóvenes. –No lo hagas… escúchame.
No sirvió de nada. La respuesta a sus palabras fue un violento rugido que sacudiría toda la llanura una vez más y Jonathan se giraría de pronto hacia el cristal negro dejándose envolver entre sus hilos solo para destrozarlos a continuación con un fuerte golpe de sus alas como si estos no significasen nada.
-Mi voz ya no sirve… -Lamentó ella dando un paso atrás al tiempo que bajaba los brazos tambaleándose ligeramente. –No es a mí a quien desea escuchar… solo la busca a ella.
-No te detengas. –Suplicó Jessica nada más verla. -¡Por favor!. Te estaba escuchando, no te rindas.
-Solo escuchaba un recuerdo que se parecía a lo que él desea. –Negó ella cerrando los ojos y sonriendo una vez más. –Mi tiempo ya ha pasado… no puedo hacer nada que ellos no hagan. Lo siento…
La voz se extinguió por completo en ese momento y con ella la luz que había envuelto a Sarah. Para sorpresa de Jessica y de los demás, el cuerpo de su compañera calló hacia atrás entre la nube de plumas en que se disolvían sus alas forzando a Jess a sostenerla y su pelo recuperó su color normal mientras esta la dejaba suavemente en el suelo. Volvía a ser ella y su respiración los tranquilizó a todos demostrándoles que estaba viva, pero parecía haber quedado inconsciente y la desesperación creció en el grupo al ver que no podían despertarla y ya nada detenía a Jonathan.
La criatura en que se había convertido había llegado ya al borde de la salina y solo su altura lo separaba de su objetivo. Pero esto no duraría mucho tiempo, con un potente golpe de sus alas su cuerpo volvió a elevarse dejando tras de sí cientos de sus extrañas plumas y ascendió a gran velocidad hasta detenerse justo frente a Agatha que continuaba mirándolo con más admiración que temor.
Kalar no se lo tomó con tanta calma e intentó detenerlo a pesar de todo abalanzándose sobre él con sus dos espadas en cuanto este tocó tierra. Desgraciadamente ni la habilidad del general era rival para aquella criatura, su ataque se estrelló contra la muralla negra de una de sus alas cuando Jonathan la cruzó frente a su pecho deteniendo una espada y una de sus manos cogió la hoja de la otra en el aire antes de que llegase a su cuello.
El metal ni siquiera alcanzaba a cortar su piel, la hoja tembló entre sus dedos como si algo la estuviese fundiendo y un simple movimiento de su muñeca la partió en dos dejando a Kalar solo con su empuñadura. Hecho esto, su ala volvió a extenderse a su espalda y Jonathan rugió al tiempo que arrojaba la espada a un lado dirigiendo su furia hacia el general.
El efecto fue inmediato. Como si su propia voz fuese un poder más fuerte que el de su cuerpo, la colina vibró bajo sus pies y todo frente a él voló por los aires arrastrado por una explosión de viento terrible que arrojó al general varios metros más atrás agrietando incluso la propia salina.
La única que continuó impasible fue Agatha. La antigua general de Acares seguía mirándolo protegida por su barrera negra y ni siquiera retrocedió al ver como este se lanzaba hacia ella golpeando la esfera oscura que la rodeaba con la cuchilla de uno de sus brazos.
-Increíble. –Murmuró observando como la barrera se combaba en torno a su brazo como si esta la absorbiera al igual que su último ataque. -Tu sed de magia no tiene fin y cuanta más tomas más poderoso te vuelves… y más incontrolable. Creo que ya es suficiente, si te dejase seguir luego sería difícil recuperarte.
Jonathan respondió con un nuevo rugido a estas palabras, forzando a su brazo a atravesar aquella barrera en busca de la general mientras todo a su alrededor vibraba y partes de la salina se desprendían hacia la llanura. Sin embargo ella continuó sin alejarse, aunque su sonrisa si desapareció esta vez al ver la brecha en su barrera y se apresuró a sacar de entre su ropa un pequeño cetro en el que se encontraban engarzados los tres cristales que ya poseía.
De nuevo su voz se mezcló con el viento y el cántico del cristal recitando un hechizo. Las antiguas palabras de los maestros se escucharon una vez más sobre la tierra por la que habían dado sus vidas y los cristales cobraron vida en su mano apuntando a aquel que amenazaba con acabar con ella.
El cielo bramó al instante respondiendo a su llamada, la salina se estremeció haciendo lo mismo y los cabellos de ambos flotaron en el aire por unos segundos antes de que esta pronunciase la última palabra. En ese instante la furia de los cristales se desató a la vez, el cielo lanzó sus rayos sobre la tierra que se elevó alrededor de Jonathan para recibirlos y todo lo que había frente a Agatha estalló en una violenta explosión que sacudió una vez más la salina luchando con su propia barrera.
Los propios caballeros habían retrocedido para evitar el golpe e incluso Kalar la miraba sorprendido, observando con respeto y temor la enorme nube de polvo en cuyo interior se apagaba poco a poco el rugido de aquella criatura. Hasta que, cuando esta al fin se disipó, pudo ver de nuevo la sinuosa silueta de Agatha recortándose entre el humo y corrió hacia ella sin esperar a ver qué había sucedido con su rival.
Nada más llegar a su lado, sin embargo, comprobaría que no tenía de que preocuparse al ver el cuerpo del joven al que ya conocía yaciendo inconsciente frente a ella sin rastro de las alas o las monstruosas armas que habían segado tantas vidas.
-Deberíamos acabar con él ahora que podemos. –Sugirió Kalar apuntando su espada hacia el cuello del joven. –Es muy peligroso.
-Sería un desperdicio. –Negó Agatha con una voz extrañamente dulce para la situación mientras se inclinaba hasta apartar los cabellos de Jonathan con una mano para descubrir su cara. –Destruir a una criatura tan hermosa y poderosa como él… a veces me sorprende que no seas capaz de ver más allá.
-¿Cómo esperas controlarle?.. –Insistió Kalar. –Dejar que su aspecto interfiera con tus sentimientos no es propio de ti. Y ya has visto que ni el cristal le afecta.
-En lugar de preocuparte de eso deberías estar buscando lo que necesitamos. –Le recordó Agatha enderezándose para dirigir sus ojos al otro lado de la llanura. –Esa criatura ha conseguido controlarle por un momento y solo hay una cosa en este mundo capaz de hacer eso.
-¿Crees que ella lo tiene?. –Pareció sorprenderse Kalar.
-Es la única explicación. –Asintió Agatha entrecerrando ligeramente los ojos. –Si es así nos ahorrará una larga búsqueda. Siempre que nuestros caballeros sean capaces de traérnosla.
-¿Y si no es así?. –Insistió el general guardando su espada. –Si él ha podido hacer eso ella puede ser todavía más poderosa.
-Tal vez. En ese caso necesitaremos los cristales que nos faltan. –Respondió ella encogiéndose de hombros como si no le preocupase. –Y ahí es donde él nos será de ayuda. Pueda o no controlarle nos permitirá ganar tiempo.
-¿Seguro que es esa la única razón?.
-Tal vez. –Repitió Agatha sonriendo juguetonamente antes de girarse hacia los caballeros. -¡Llevadle a mi tienda!.
Respondiendo a la orden de la general, el grupo de caballeros de la orden que la custodiaba recogió el cuerpo de Jonathan del suelo y se alejó hacia la parte trasera de la salina mientras esta seguía observando la batalla. Al otro lado los soldados huían en todas direcciones ignorando ya la guerra tras todo lo sucedido y solo los caballeros parecían continuar adelante, pero estos no lo hacían en el campo de batalla sino en dirección a la colina en que se encontraban los cuatro jóvenes y el maestro.
-Se acabó, ya no hay nada que hacer. –Murmuró el maestro siguiendo con la mirada los dos grupos de caballeros que ascendían hacia ellos. –Coged a vuestra compañera y a Néstor y salid de aquí, yo me ocuparé de entretenerlos.
-¿De qué está hablando?. –Protestó Jessica. –No vamos a ir a ninguna parte sin Jonathan, no pienso dejarle aquí.
-Ahora no puedes hacer nada por él. –La contrarió el maestro dirigiéndose hacia uno de los caminos por los que ascendían sus antiguos alumnos. –Y si caéis aquí le habréis perdido para siempre, haced lo que os digo y huid.
-Usted tiene el cristal. –Le advirtió Álbert comprendiendo dolorosamente sus palabras. –Eso es lo que buscan.
-Lo sé…
Las palabras del maestro fueron sencillas, pero suficientes para que Álbert comprendiese lo que trataba de hacer y se girase hacia los demás. Jess seguía mirándole de la misma forma y la comprendía, él mismo haría lo que fuese por recuperar a su hermano y odiaba tener que huir, pero sabía que dejándose matar en aquel lugar no arreglarían nada y se forzó a actuar como el hermano mayor que debía ser en aquel instante.
-¡Vamos!. –Dijo totalmente serio. –Coged a Sarah, yo llevaré a Néstor.
-¿Es que te has vuelto loco?. –Se negó al instante Jessica mirándolo con incredulidad. -¿Vas a marcharte y dejarle aquí?. No podemos hacer eso, es..
-¡Nuestro hermano!. –La cortó Álbert mirándola fijamente. -¿Crees que no lo sé?. También es mi hermano, pero si morimos ahora jamás volveremos a verle. Por favor Jess, hazme caso por una vez.
Jessica lo miró sorprendida por un momento, pero la forma en que los ojos de su hermano vibraban mientras le hablaba la convencieron finalmente. Asintió con la cabeza cerrando los ojos por un segundo y corrió al lado de Atasha para cargar a Sarah entre ambas mientras Álbert hacía lo mismo con Néstor. A su alrededor ya no quedaba nadie, los Sahmat y los arqueros habían huido hacía tiempo presa del pánico y estos se apresuraron a dirigirse a la pendiente de la colina para hacer lo mismo. Sin embargo en su caso no todo sería tan sencillo.
Lejos de dirigirse únicamente hacia el maestro como habían esperado, un grupo de caballeros se interpuso en su camino subiendo por el otro camino y estos se detuvieron mirándolos con desesperación al comprender por su número que no podían hacer mucho frente a ellos.
-¡Maldición!. –Masculló Álbert entre dientes soltando a Néstor. –Ni siquiera ahora van a dejarnos marchar.
-¿Qué hacemos?. –Preguntó con voz temblorosa Atasha. –Son muchos.
-Aguantar. –Respondió Álbert arrancándose la armadura del brazo de un tirón y recogiendo otra espada del suelo. –Si Sarah se despierta tendremos una oportunidad, sino… da igual lo que hagamos.
-Yo no pienso rendirme. –Dijo Jessica tensando ya una flecha en su arco y mirándolos con furia. -Con Sarah o sin ella no lo conseguirán, no hasta que recuperemos a Jonathan.
-Yo tampoco. –Afirmó Atasha colocándose a su lado tras recitar un nuevo hechizo.
-Entonces adelante. –Sonrió Álbert mirando con cariño a ambas jóvenes antes de volver sus ojos hacia los caballeros a través de la brillante barrera de Atasha. -¡Vamos!, ¡¿A qué esperáis?!.
Los caballeros parecieron reaccionar a sus palabras. Nada más oír el desafío de Álbert, cuatro de estos corrieron hacia ellos separándose del grupo y la cima de la colina se iluminó de golpe con el choque entre sus hechizos y la barrera. La magia de Atasha consiguió resistir a duras penas, arrojando incluso a la joven al suelo al intentar lanzar un nuevo hechizo que estalló antes de completarse, pero esto les dio tiempo a sus compañeros para tener una oportunidad.
Álbert no les permitió atacar una segunda vez, corrió hacia dos de ellos cortándoles el paso y sus espadas frenaron las hojas de ambas segadoras forcejeando con ellas por unos segundos. Sabía que esto lo dejaba al descubierto y que un tercer caballero estaba ya a su espalda, pero aquello era justo lo que él esperaba.
Sin importarle aparentemente las armas de los dos caballeros, Álbert las empujó hacia atrás de golpe, se giró rápidamente hacia el tercero desviando su segadora hacia el suelo con un golpe de sus espadas y por un momento pudo ver a sus dos rivales reflejados en los ojos de este mientras se preparaban para dar el golpe final. Sin embargo ninguno llegaría a darlo, en ese instante dos flechas silbaron pasando a ambos lados de su cabeza y la del tercer caballero y los dos cayeron muertos a su espalda. Con las gargantas atravesadas por sendas flechas de penachos dorados y solo el ahogado sonido de sus gemidos como última muestra de su existencia.
Esto hizo que el tercer caballero lo tomase más en serio y saltase de inmediato hacia atrás para ponerse en guardia, aunque no sería el único en hacerlo. Al ver aquello, el cuarto miembro de la orden corrió en dirección a Jessica lanzando otro hechizo hacia Atasha para anular una nueva barrera de la joven y se encontró cara a cara con la menor de los hermanos. O al menos así fue durante unos segundos ya que, al ver que este no parecía tan fácil de sorprender como el que se había encontrado en Ramat y sus manos no podrían hacer nada frente a él a aquella distancia, Jess buscó otra táctica y echó a correr haciendo que este la siguiese.
Mientras más de veinte caballeros continuaban acercándose y su hermano seguía luchando con uno ella corrió buscando una de las ballestas, saltó sobre ella evitando un golpe hacia sus piernas mientras tensaba su arco con dos nuevas flechas y volvió a impulsarse hacia arriba desde esta. El caballero la seguiría una vez más saltando sobre la ballesta para alcanzarla y trataría de usar su magia en esta ocasión, pero demasiado tarde. Antes de que terminase su hechizo Jess giró verticalmente en pleno salto, soltó sus flechas en el momento en que su cabeza se acercaba al suelo mirando hacia él y se impulsó con sus piernas para girar una vez más cayendo de pie al otro lado de la ballesta.
Su puntería fue tan certera como siempre. Al tiempo que ella tocaba el suelo, el caballero caía a su espalda con dos flechas hundidas entre sus costillas y su atención se volvió inmediatamente hacia su hermano. Su lucha continuaba todavía y sus espadas golpeaban sin cesar la segadora sin dar tiempo al caballero a reaccionar, procurando por todos los medios que no pudiese usar sus hechizos para tomar ventaja. Algo que este no estaría dispuesto a permitir por mucho tiempo.
Usando la segadora como un bastón, su rival detuvo ambas espadas frente a él y trató de recitar un hechizo mientras forcejeaba con Álbert. Y esto pronto probaría ser un error. A pesar del tamaño de su arma, la diferencia de fuerzas entre ambos era más que evidente y Álbert aprovechó ese momento para derribarlo venciendo su bloqueo con un violento empujón que lo arrojó al suelo frente a él.
El caballero todavía no estaba vencido y trató de defenderse desde el suelo dando un corte hacia su costado, pero la espada de Álbert detuvo el arma golpeando la base de la hoja y solo el extremo de esta consiguió hundirse en su brazo llegando a herirle. Lo que, desgraciadamente para él caballero, no era en absoluto suficiente para detener el avance de su otra espada que giró en el aire sobre su cabeza y descendió de golpe sobre su pecho empalándolo contra la salina.
Con su rival ya muerto, Álbert miró al frente y se dispuso a esperar al grupo principal sujetándose momentáneamente la herida con una mano. No podía hacer otra cosa, aunque fuesen demasiados tenía que intentar frenarlos como fuese y se negó a retroceder de todas formas. En ese instante, sin embargo, el familiar sonido de la voz que su corazón había aprendido a amar se escuchó una vez más a su espalda y la colina entera centelleó con la luz de un nuevo hechizo.
Esta vez no hubo ninguna barrera, simplemente una gran línea de luz que cruzó la salina de un lado a otro interponiéndose entre ellos y los caballeros. Pero aún así en los labios del joven apareció inmediatamente una sonrisa y este corrió hacia ellas.
-El hechizo de Lardis. –Recordó Álbert mirando a las dos jóvenes.
-No los detendrá por mucho tiempo. –Jadeó Atasha visiblemente cansada. –Pero es todo lo que puedo hacer. Lo siento.
-No te disculpes, has hecho lo que has podido. –Respondió Álbert poniendo una mano en su hombro y girándose hacia la línea de luz que empezaba ya a oscurecerse con la presencia de los caballeros. –Eran demasiados y lo sabíamos.
Atasha bajó la cabeza a pesar de sus palabras y no tuvo valor para seguir mirando. A diferencia de sus dos compañeros no pudo ver como los miembros de la orden se abrían paso entre la luz, cómo se detenían frente a esta alzando sus manos para terminar lo que habían empezado… ni cómo sus ojos se abrían de pronto antes de terminar sus hechizos al escuchar el implacable sonido de la propia muerte.
Ninguno de ellos sabía de dónde procedía, pero el terrible rugido que se extendió en ese instante sobre la colina los hizo estremecer a todos y los tres jóvenes se giraron de golpe hacia sus espaldas buscando su fuente. Aunque lo que verían al hacerlo los sorprendería todavía más.
Frente a ellos, volando a unos seis metros del suelo, podían ver de nuevo a una criatura familiar pero no por eso menos terrible que los observaba a todos con sus ojos de oro: ¡Un dragón!. El mismo dragón negro al que una vez se habían enfrentado en la cueva de Sarah, con las alas todavía marcadas por las cicatrices de su encuentro con ellos y la mirada tan furiosa como la última vez. Pero, curiosamente, no dirigida hacia ellos en esta ocasión.
Para sorpresa de los tres jóvenes, el dragón pasó volando por encima de ellos hasta posarse unos metros más adelante y de su boca brotó de pronto la misma tormenta de fuego negro que habían visto desaparecer en el pecho de Jonathan. Esta vez, sin embargo, él no estaba allí para detenerla y su furia destructiva pudo verse en toda su extensión devorando a los caballeros como una marea de muerte a la que pocos podían escapar. Y aquellos que lo hacían, los pocos cuyas barreras mágicas conseguían resistir el ataque y salían casi a rastras de entre el fuego, caían al instante aplastados por las garras del dragón o por su cola sin que este mostrase la menor piedad por ellos.
-¿Qué significa esto?. –Trató de comprender Álbert ahora sí totalmente desconcertado. -¿De dónde ha salido este dragón?.
Cómo si hubiese escuchado esto, el animal se dio la vuelta nada más acabar con el último de los caballeros y se acercó lentamente a ellos sin mostrar la menor hostilidad. Al contrario, en lugar de atacarlos bajó su cabeza apoyando sus garras delanteras en el suelo y la acercó hasta Sarah olisqueándola suavemente. Sus ojos ya no parecían furiosos como antes, sino tristes, e incluso pudieron ver como la empujaba suavemente con el borde de su hocico tratando de despertarla.
-Ahí tienes tu respuesta. –Fue todo lo que alcanzó a decir Jessica. –Está aquí por Sarah.
-Todo esto cada vez tiene menos sentido. –Se desesperó Álbert. –Pero al menos estamos vivos. Será mejor que salgamos de aquí ahora que podemos.
-¿Crees que dejará que nos la llevemos?. –Dudó Atasha mirando con recelo a la criatura.
-Lo sabremos enseguida.
Dicho esto, Álbert comenzó a caminar hacia el dragón tan despacio como sus nervios le permitían y pudo ver como este giraba los ojos para mirarle. Por un momento pareció que no fuese a reaccionar y el joven respiró aliviado al no ver hostilidad en sus ojos, pero esto pronto cambiaría, aunque afortunadamente no para atacarles.
Al ver como alguien se acercaba, el dragón recogió el frágil cuerpo de la joven con una de sus garras poniendo un cuidado todavía más desconcertante y abrió sus alas como si fuese a echar a volar. Sin embargo, y para mayor sorpresa de todos, en lugar de eso acercó el ala más próxima al grupo hasta el suelo y la colocó a modo de rampa hacia su lomo haciendo que todos lo mirasen una vez más.
-No puede ser… –Negó Jessica mirando a su hermano. -¿No me digas que ahora quiere que subamos?.
-Eso parece. –Asintió este incapaz de seguir mostrando sorpresa ante todo lo que sucedía por descabellado que pareciese. –Quiere llevársela y nos dejará ir con él si subimos.
-Pero… -Titubeó Jessica mirando hacia el otro lado del campo de batalla.
-¡Jess!. –La llamó de inmediato su hermano para no dejarla seguir pensando. –Ahora no podemos hacer nada más. Tenemos que salir de esta para encontrarle, ¿Lo entiendes?. Y Sarah te necesitará cuando despierte, nos necesitará a todos.
-Lo sé. –Asintió Jessica bajando la cabeza. –Por eso te haré caso.
Aunque tan apenada como antes, Jessica aceptó las palabras de Álbert y lo ayudó a subir a Néstor al dragón mientras Atasha los seguía mirando todavía con recelo al animal. Una vez arriba, los tres se acomodaron entre las espinas dorsales del mismo y el dragón no esperó un segundo más. Con un par de poderosos golpes de sus alas su enorme cuerpo se elevó por encima de la salina destrozando con su viento todo lo que había bajo él y ganó altura con sus cinco pasajeros mirando todavía al campo de batalla con tristeza.
Mientras tanto, abajo, el último combatiente que todavía aguantaba en aquella batalla ya perdida seguía resistiendo en el otro camino de acceso a la Salina rodeado por los cuerpos inertes de una decena de caballeros. A su alrededor había ya más de una veintena de ellos esperando para atacar, pero sus hechizos eran absorbidos continuamente por el cristal rojo y cuerpo a cuerpo su viejo maestro era un adversario difícil de batir.
Sin embargo él mismo sabía que no aguantaría mucho tiempo. Su viejo cuerpo estaba cansado y sus rivales eran demasiados para que pudiese detenerlos por más tiempo. Por eso, nada más ver como el dragón se elevaba alejándose de la salina, sus labios sonrieron alegrándose de haber conseguido lo que pretendía y sus brazos cayeron dejando de luchar.
En ese instante los caballeros cayeron sobre él como una manada de depredadores sobre su presa. Sus segadoras se hundieron en el cuerpo de su viejo maestro derramando su sangre sobre el cristal y lo último que pudieron ver fue como sus viejos ojos se cerraban antes de pronunciar las últimas palabras del hechizo que había estado murmurando. Las últimas de su vida… y de las de aquellos que lo rodeaban.
El poder del hechizo incendió el cristal al tiempo que se extinguía su vida, creando una enorme columna de fuego de más de doscientos metros de radio que lo abrasó todo a su alrededor consumiendo también a los caballeros. Y esa sería la última imagen que todos tendrían de aquella batalla, el último y radiante estertor de una guerra que terminaba y los únicos supervivientes de ambos bandos observaban con tristeza y curiosidad respectivamente desde la distancia.
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