-Vuelves a ignorar mi llamada.
-Eres tú la que no me habla de nuevo.
-Mi voz está siempre contigo allí donde vas, como lo ha estado siempre… como siempre lo estará.
-Pero yo no la oigo, no puedo responder cuando no llega a mis oídos.
-No son tus oídos lo que busca, sino tu corazón. Él es el único que puede sentirla.
-Mi corazón es el mismo de siempre, nada ha cambiado.
-Sabes que no es así, lo sientes a cada hora, cada minuto, cada pequeño momento que está junto a ti.
-Sarah no tiene nada que ver con esto, no la culpes a ella.
-De nuevo la proteges aún cuando la amenaza no existe, tu propio corazón traiciona tus palabras.
-¿Por qué te molesta eso?. Tú fuiste quien me guió hacia ella.
-Sigues negándote a comprender… te empeñas en verme como su enemiga.
-Si no lo eres por qué usas su cuerpo de esa forma. ¿Por qué le robas lo único que tiene?.
-Tus palabras me hacen daño… no puedes comprender lo que siento.
-Tú eres la que se niega a explicármelo.
-No puedo… aunque sea lo que más deseo no puedo arriesgarlo todo por mi impaciencia. Ya hemos sufrido bastante.
-¿Quiénes?, ¿Qué es lo que esperas?.
-Lo mismo que tú… que ella… solo que ambos abráis los ojos y pongáis fin a esta espera.
-Hablas como si Sarah fuese como yo.
-Lo es… pero a la vez tan distinta como el día de la noche. Por eso ella no puede aceptarlo, la niña teme la verdad y solo crecerá cuando tú la llames por su nombre.
-¿Y si eso no es lo que yo quiero?.
-No puedes oponerte a algo que está escrito en tu propia alma, tus deseos van más allá de lo que tu mente comprende todavía.
-Sé que me acompañas allí donde voy y me has escuchado esta misma noche cuando hablé con ella. ¿Por qué crees que desearía que Sarah cambiase?
-Porque así debe ser…
-¡Esa no es una razón!. No sé qué es lo que quieres de nosotros, pero la Sarah que yo quiero es esta, no otra.
-Lo sé… lo siento… y mi corazón se alegra al oírte, porque así es como debe ser.
-Tus palabras se contradicen, no tienen sentido.
-Tu mente se niega a comprenderlas, tu corazón las rechaza por el mismo temor que esa niña.
-Yo jamás te he rechazado… jamás lo haré. Solo quiero que Sarah esté a salvo, no le hagas más daño.
-No puedo dañar a quien está más allá de mi alcance, su voluntad ya no es tan débil como antes… y eso se debe a ti.
-Entonces déjala tranquila, ella no comprenderá tus enigmas y solo quiere aprender a vivir en nuestro mundo.
-¿Es eso lo que quieres?
-Si.
-Esa era la respuesta que esperaba… pero todavía me resulta difícil aceptarla.
-¿Por qué?.
-Ahora eres tú el que repite la misma pregunta.
-¿Qué otra cosa puedo hacer?.
-Solo seguir tu camino, aunque tu mente no lo comprenda tu corazón ya ha elegido y eso hace que el mío se alegre. Pero también me entristece, pues significa que de nuevo me alejas de tu lado cuando más cerca estoy de ti.
-Eso no es lo que quiero.
-Lo sé… pero así debe ser. Hasta que todo termine y sea tu voz la que me llame a mi.
-¿Cuándo será eso? ¿Y qué sucederá entonces?.
-No lo sé… solo vosotros podéis decidirlo. Es hora de que despiertes, ella te espera.
-No quiero que te vallas… tu voz siempre ha sido mi compañera, no quiero perderla.
-Recuerda lo que te he dicho, mi voz siempre está contigo… vayas donde vayas...
-Pero solo yo escojo cuando escucharla, lo recuerdo… lo recordaré siempre.
Dos luces iluminaron en ese momento el sueño de Jonathan rompiendo la oscuridad que desde pequeño los había ocupado por completo. Dos estrellas de plata de una belleza cegadora, las mismas que ya había visto en los ojos de su esposa aquella noche y lo miraron por unos instantes con la misma mezcla de alegría y tristeza que sus palabras habían descrito y él no conseguía comprender. Eso fue lo último que vio esa noche, los ojos de plata de aquella de quien parecía acabar de despedirse se desvanecieron en la bruma de su consciencia mientras su mente volvía a la realidad y Jonathan se despertó de nuevo en su habitación sintiendo una vez más el cálido abrazo de su esposa tendida a su lado.
La mañana había llegado una vez más a la gran Ramat y de la calle provenían multitud de sonidos como prueba de la frenética actividad que a esas horas reinaba en ellas. Sarah, sin embargo, parecía completamente ajena a estos y seguía dormida resguardando todavía su rostro junto a su cuello como si tratase de ocultarse. Algo que no lo sorprendía en absoluto después de cómo se habían despertado en Ruran y le dio además la oportunidad de observarla con calma por unos segundos.
No había olvidado sus palabras de anoche, pero su mente no quería escucharlas en aquel momento y su corazón mandó por unos segundos en su cuerpo mientras su mano se deslizaba suavemente sobre la espalda de su esposa acariciando sus cabellos con cuidado, apenas rozando su piel de forma que esta reaccionaba incluso dormida buscando el contacto cálido y amable de aquella mano que se lo negaba. Y para sorpresa del propio Jonathan, pronto daría con la forma de hacerlo.
Cuando este acercó su mano a su rostro y se movió hacia un lado para mirarla de nuevo a la cara pudo ver una tranquila sonrisa en sus labios que lo hizo sonreír igualmente ante la dulce expresión de su esposa, pero cuando su mano se acercó para apartar los cabellos que cubrían en parte su mejilla algo se adelantó a sus intenciones y lo detuvo.
Con la misma libertad que ya los había visto otras veces, los cabellos de Sarah se movieron por si solos y un largo mechón rojizo se deslizó sobre su mano enroscándose alrededor de su muñeca como para detenerlo. Esto lo sorprendió en un principio y pensó en apartar de nuevo la mano, pero antes de que lo hiciese los cabellos de Sarah se deslizaron tras la espalda de la joven despejando su rostro y aquel único mechón tiró suavemente de su mano hasta acercarla a su mejilla.
Jonathan sonrió de nuevo ante lo curioso de aquella saturación, sin comprender en absoluto a qué se debían aquellas reacciones inconscientes de Sarah ni, por otra parte, el menor interés en saberlo. Le bastaba con que así fuese y su mente no pensó más en ello, solo se dejó llevar por la belleza del tranquilo rostro de su esposa mientras la acariciaba delicadamente hasta que al fin creyó que ya era hora de levantarse y se decidió a despertarla.
-Sarah… -La llamó con suavidad empujando ligeramente su hombro izquierdo. –Vamos, ya es hora de levantarse, despierta.
Sarah reaccionó lentamente a los pequeños empujones de su esposo y pronto empezó a despertarse como él quería. Con una cara de sueño todavía evidente la joven abrió los ojos apoyando ambas manos en el colchón para separarse de la almohada y miró a Jonathan con más curiosidad que sorpresa al ver que este sonreía observándola tranquilamente.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó con voz soñolienta.
-Ya es de día y tenemos mucho que hacer hoy. –Explicó Jonathan. –Es mejor que nos levantemos cuanto antes.
-Está bien. –Refunfuñó Sarah no muy contenta mientras se sentaba sobre la cama y se frotaba los ojos con las manos tratando de despejarse.
-Sarah. –La llamó de nuevo Jonathan sonriendo divertido. -¿No olvidas algo?.
Esto la sorprendió aún más, no solo por sus palabras sino por el tranquilo tono de Jonathan al decirlas y Sarah lo observó con curiosidad unos segundos sin comprenderle en absoluto. Hasta que, al fin, Jonathan levantó su mano mostrándole su muñeca y esta se rió ligeramente al ver que ocurría.
-A veces se enreda un poco cuando me duermo. –Sonrió retirando sus cabellos de su mano sin apenas moverse y haciendo que estos empezasen poco a poco a arreglarse en su espalda deshaciendo el pequeño desastre en que se convertían cada noche para peinar de nuevo su larguísima melena. –Espero que no te moleste.
-¿Cambiaría algo si lo hiciese?. –Preguntó Jonathan sin dejar de mirarla.
-No. –Negó tajantemente Sarah sonriendo burlonamente. –No pienso cambiar mi pelo digas lo que digas. Pero puedo rodearte con él antes de dormirme para que te acostumbres antes.
-No te preocupes, así está bien. –Se conformó Jonathan aceptando la indirecta de su esposa. -Solo quería asegurarme de que tenía razón.
-¿En qué?. –Preguntó curiosa Sarah.
-En que nunca ganaré una discusión contigo. –Se burló Jonathan. –Empiezas a parecerte peligrosamente a mi hermana.
-Eso no es nada malo. –Sonrió Sarah. –Jess es muy simpática.
-Lo es. –Admitió Jonathan. –Tanto que es imposible no darse cuenta. Se hace notar te guste o no.
Justo en el momento en que Jonathan decía esto, dos golpes sonaron en la puerta de su habitación haciendo que los dos se girasen hacia esta al instante y una voz familiar sonó desde el otro lado confirmando curiosamente las palabras de este.
-¿Estáis despiertos?. –Preguntó Jessica entreabriendo la puerta.
-Si no lo estuviésemos no podríamos contestarte. –Replicó Jonathan sentándose en el borde de la cama.
-¡Eso ya lo sé!. –Exclamó su hermana entrando tranquilamente en la habitación y deteniéndose justo frente a la cama para mirarlos a los dos con una extraña sonrisa. –Pero prefiero llamar antes de entrar a vuestra habitación, no me gustaría interrumpir nada.
-Muy graciosa. –Respondió Jonathan mientras Sarah los miraba sin comprenderles en absoluto.
-En fin, ya que parece que habéis terminado con lo que estuvieseis haciendo. –Continuó Jess todavía en el mismo tono. -¿Qué tal si te largas a ducharte o algo y nos dejas hablar un rato?. Álbert tiene tu ropa limpia en la mochila creo.
-¿Me estás echando de mi propia habitación?.
-¡Sí!. –Afirmó Jess fingiendo ponerse seria. –Quiero enseñarle algunas de las cosas que compramos a Sarah para saber qué le gusta y poder comprarle algo cuando tengamos tiempo, no puede ir por ahí solo con un par de cambios de ropa y además casi iguales. Pero ayer estaba tan distraída por tu culpa que solo pudimos comprar algo para nosotras.
-¿Y por eso tengo que salir yo?.
-Es mi ropa la que quiero enseñarle. –Explicó Jessica. –Tengo que cambiarme, ¿Entiendes?.
-Eres mi hermana. –Insistió Jonathan en absoluto convencido con esta excusa. –No hay nada que no haya visto ya.
-¡Largo!
Dicho esto, Jessica se cansó de esperar, tiró de un brazo de su hermano obligándolo a ponerse de pie y lo empujó fuera de la habitación cerrando la puerta tras ella ante la divertida mirada de Sarah. Sin más opciones, el mayor de los hermanos suspiró con resignación en el pasillo y decidió hacer caso a su hermanita pequeña ya que no le quedaba otro remedio. Se dirigió hacia la habitación de Álbert que ya estaba despierto, cogió su ropa y fue a asearse antes de que alguna de sus tres compañeras reclamase también el baño para si.
Así pasó buena parte de la mañana para el grupo, sin nada importante que hacer ni la menor prisa pese a lo incierto de su futuro en aquella ciudad. Algo que quedaba más que patente en el tiempo que las tres jóvenes tardaron en bajar de nuevo y en el echo de que incluso Atasha se reuniese con sus dos nuevas amigas un poco más tarde para ayudar a Jess a enseñar a Sarah más cosas sobre ropa.
Cuando al fin bajaron, sin embargo, sus dos compañeros contemplaron que esta era la única cuyo atuendo seguía siendo prácticamente el mismo salvo por los colores de sus prendas que se habían invertido y la falta de mangas. Sus dos amigas, por el contrario, vestían totalmente diferente ahora y sus atuendos reflejaban perfectamente la mejora en su situación económica tras su trabajo en Tarsis.
Los desgastados pantalones de Jessica habían sido substituidos por una larga falda marrón oscuro de tela ligera que caía libre hasta un poco más allá de sus rodillas y contaba a ambos lados con largas aberturas hasta sus caderas. A través de estas sus piernas eran visibles a poco que se moviese salvo allí donde sus largas botas de suave cuero blanco no las cubrían, lo que representaba una buena parte de ellas dado que estas se detenían sobre sus rodillas ajustadas por cordones dorados.
Sin embargo, y debido a la excesiva movilidad de esta falda, la joven se había asegurado de poder seguir moviéndose con total libertad llevando también unos cortísimos pantaloncillos bajo esta totalmente invisibles a simple vista. Aunque, de todas formas, el echo de que su falda hiciese lo que le diese la gana no parecía convencerla demasiado y se había asegurado de evitarlo lo más posible rodeando su cintura con una cinta de tela cuyos dos extremos caían pesadamente sobre la falda frente a ella unidos por un broche dorado y la mantenían pegada a sus piernas.
Sobre aquella falda, cubriendo lo que antes ocultaban su blusa y su túnica, una estilizada chaqueta de hilo rojo se cerraba entorno a su torso ajustándose a su cuerpo no en su cintura, sino justo por encima de su ombligo. El curioso diseño de aquella prenda hacía que los botones se detuviesen sobre este y la tela partiese hacia los lados a partir de ese punto deslizándose por sus caderas y su espalda hasta sus rodillas de forma que su estómago quedaba por completo al descubierto. No tenía tampoco mangas y sus brazos estaban cubiertos solo por largos guantes de un rojo más oscuro y apagado que dejaban al descubierto sus dedos deteniéndose a unos centímetros de sus hombros donde una banda de tela blanca los ajustaba a sus brazos.
Todo el conjunto estaba además adornado por infinidad de detalles en blanco que remataban los bordes de los guantes, la chaqueta y las hombreras de esta última cuyas aberturas dejaban mucho más al descubierto que lo necesario para unas mangas y se mantenían derechas sobre sus respetando la forma de la propia tela que allí se volvía más rígida. Por último, los botones dorados y los cordones del mismo color que ajustaban sus guantes complementaban el conjunto combinando perfectamente con el color de sus cabellos dándole el aspecto agradable e inquieto que tan bien representaba su carácter.
Atasha, por el contrario, tenía un aspecto mucho más relajado y tranquilo que sin duda concordaba más con su carácter que los brillantes colores de la ropa de su amiga. Su atuendo era simple, formado solo por zapatos sencillos, calcetines cortos de color blanco ajustados por cintas doradas y una corta falta de tablas también totalmente blanca que dejaba la mayor parte de sus piernas al descubierto dándole un ligero toque infantil curiosamente agradable en alguien como ella.
El resto de su ropa estaba compuesta por un corpiño ajustado de color pastel entremezclado con blanco en un curioso diseño que cubría todo su pecho. Las mangas, sin embargo, eran de un solo color siendo el elegido el mismo tono pastel del resto de la prenda y solo en sus codos donde estas finalizaban podían verse también bordados dorador rematándolas. Aquellos bordados se extendían al centro de la prenda marcando un diminuto escote con forma de pica que no enseñaba absolutamente nada y se deslizaban por sus hombros señalando el punto del que nacían las mangas como imaginarios tirantes.
Para finalizar, un lazo del mismo tono pastel que la mayoría del conjunto adornaba su espalda a la altura de su cintura y dos cintas de tela descendían desde este totalmente libres pegándose a sus piernas, aunque a cualquier movimiento estas se movían sacudidas por el aire como lo haría una ligera capa.
-¿Qué tal?. –Preguntó Jessica deteniéndose frente a sus dos hermanos y mirándolos con una sonrisa. –Solo falta Sarah, pero ya tendremos tiempo para buscarle algo que le guste.
-No tengo la menor duda. –Afirmó Álbert dirigiendo su mirada hacia Atasha por un momento, especialmente hacia la falda que esta se empeñaba en hacer más larda de lo que era posando ambas manos sobre ella para mantenerla pegada a sus piernas. -Aunque me pregunto si realmente escogerás algo que le guste a ella, por lo que veo ya se te ha ido la mano como de costumbre con algunas cosas.
-Si los demás sois demasiado indecisos para elegir algo alguien tiene que hacerlo por vosotros. –Se defendió Jess sonriendo burlonamente. –Además, no habrías notado nada si no estuvieses mirando precisamente eso.
-No estoy ciego. –Explicó su hermano volviendo sus ojos hacia su hermana. –Y te recuerdo que también elegiste la nuestra.
-Ya. –Replicó esta decepcionada. –Pero por lo que veo ni siquiera así consigo que os vistáis decentemente.
-No es a mí a quien tienes que decirle eso. –Replicó Álbert señalando a la cazadora de cuero marrón que llevaba puesta cubriendo allí donde la falta de mangas de su camiseta dejaría de otro modo sus brazos y parte de su pecho al descubierto así como los holgados pantalones un poco más oscuros y con remaches plateados a ambos lados que ahora llevaba. –Yo también estaba harto de esa ropa tan vieja.
Al oír esto, Jessica desvió de inmediato su mirada hacia su otro hermano comprendiendo lo que Álbert quería decir y lo miró con resignación. Jonathan no había cambiado ni mucho menos aumentado su vestimenta. Seguía llevando unos simples pantalones negros, mucho menos desgastados esta vez y que se ajustaban perfectamente a su cuerpo sin impedirle en absoluto el movimiento pero tan carentes de detalles como de costumbre.
Solo su nuevo calzado, unas robustas botas de corte mucho más alto que cubrían incluso el pantalón, aportaban algo diferente con las tres correas que las ajustaban. Una de ellas ajustando la bota al pie a la altura del tobillo y las otras dos mucho más arriba ciñéndolas a sus piernas. Cada correa estaba formada por dos cintas de brillante cuero negro que resaltaban incluso junto a la opaca oscuridad de los pantalones y un brillante anillo de metal que quedaba hacia delante aportando algo de variedad a su vestimenta.
A parte de esto Jonathan llevaba también ahora una pequeña funda de piel de noath atada a su muslo derecho por dos correas similares y una muñequera negra del mismo material en su brazo opuesto, ambas pensadas sin duda para ocultar alguna clase de arma pequeña pero de las cuales Jonathan solo usaba en aquel momento la de su pierna para guardar el puñal de Agatha.
A partir de ahí lo único que cubría su pecho y su espalda eran como siempre sus cabellos y el tatuaje que todos ya conocían, algo que empezaba a molestar visiblemente a Jessica teniendo en cuenta el tiempo que había perdido buscando un chaleco ligero para él con la esperanza de que se lo pusiese pese a la extraña costumbre a la hora de vestir que parecía haber adoptado en Lusus.
-Ya lo veo, pero ese no me hará ni caso. –Refunfuñó mirándolo de reojo y girándose hacia Sarah. –Deberías probar tú, seguro que no se niega.
-A mi me gusta así. –Respondió con sinceridad esta. -¿Qué tiene de malo?.
-Debí suponerlo. –Sonrió Jessica dándose cuenta de que era la respuesta más evidente y que, para su sorpresa, ella misma no podía contestar a la pregunta de su amiga. –En fin, al menos tú si sabes lo que quieres.
-Muy graciosa. –Le respondió Jonathan con otra sonrisa dándose por aludido. –Si habéis acabado qué tal si comemos algo de una vez, todavía tenemos bastante que hacer aunque ya tengamos casa.
Totalmente de acuerdo con Jonathan, los cuatro se reunieron en torno a la mesa que los dos hermanos ya habían preparado con la comida sobrante de la noche anterior y todos comieron tranquilamente hablando entre ellos de la ciudad y todo lo que habían visto en ella. Todavía tenían muchas cosas que hacer como comprar comida y leña, pero su mayor preocupación seguía siendo cómo dar con aquella que los había guiado hasta allí ahora que sabían su rango. Por mucho que su sello significase, no parecía muy probable que este les dejase entrar al palacio y era más que seguro que ella se encontrase allí.
Sin embargo, como los cinco compañeros pronto comprobarían, aquella ciudad les deparaba todavía más sorpresas. Poco después de que terminasen de comer alguien llamó a su puerta sorprendiéndolos bastante a todos dado que solo el anterior dueño de la casa sabía que ellos vivían allí y Jessica fue a abrir un tanto curiosa. Y lo que encontró tras esta la sorprendió aún más.
Quien llamaba a su puerta no era otra sino la propia Agatha que la miraba con una tranquila sonrisa como de costumbre sin guardia alguno esta vez que la acompañase. Algo que resultaba curioso dado que su ropa volvía ser la misma de cuando se habían visto y los tres suponían que se trataría de algún tipo de uniforme para ella, pero su expresión no era para nada la de alguien con un asunto oficial entre manos sino la de una vieja amiga que se alegrase verlos y cuando la invitaron a pasar incluso perdió algo de tiempo observando su casa con curiosidad así como los cambios en su aspecto.
-Veo que ya os habéis establecido. –Sonrió deteniéndose junto a la mesa donde todavía se sentaban los demás. –No está mal, pero resulta curioso veros aquí, os di un permiso especial para entrar en el centro de la ciudad.
-Como ya te dijimos, somos simples alumnos de un orfanato. –Explicó Jessica volviendo junto al grupo. –No creo que el poco dinero que tenemos nos permita vivir en un sitio así y, francamente, nos encontramos más cómodos aquí.
-Supongo que eso tiene cierta lógica. –Aceptó Agatha. –A mi también me resulta agobiante vivir allí a veces, esos nobles pueden ser extremadamente caprichosos y pesados. Por eso me gusta pasearme por el resto de la ciudad de vez en cuando.
-No creo que estés aquí solo por un paseo. –Dijo esta vez Álbert. –Además, me sorprende que nos haya encontrado tan fácilmente en una ciudad tan grande.
-No olvidéis que yo vivo aquí. –Explicó Agatha con una juguetona sonrisa. –Para mi la ciudad no es tan confusa como vosotros, y menos cuando nuestros guardias hacen un registro de toda la gente que entra, sale o se establece en ella. Un grupo como el vuestro fue fácil de encontrar en él.
-Sobretodo cuando tienes los medios para buscarlo. –Matizó Jonathan dirigiendo también su mirada hacia la joven general. –No todos tienen los mismos recursos que un general del ejército.
-Parece que mis soldados han hablado demasiado como de costumbre. –Rió Agatha en absoluto intranquila por la forma de hablar de Jonathan o lo que había dicho. –Pero me alegro, me ahorrará algunas explicaciones.
-Significa eso que has venido a vernos por lo que dijiste en Tírem. –Se alegró Jessica esperando que así fuese y las cosas empezasen a mejorar de nuevo para el grupo. –La verdad es que tenía algunas dudas después de saber que eras una general. Resulta extraño que alguien de tu rango se preocupe por gente como nosotros.
-No eres la primera que me dice que soy extraña. –Le respondió Agatha con la misma sonrisa divertida de antes. –Ni serás la última probablemente. Y sí, estoy aquí precisamente por lo que hablamos en Tírem, si todavía os interesa necesito algo de ayuda para una tarea a la que no puedo desviar a mis soldados ahora mismo con toda la ciudad en constante alerta por los príncipes y me vendríais muy bien. ¿Qué decís?
Los cinco se miraron al escuchar aquella pregunta y por un momento ninguno de ellos supo que decir. Tras lo que había hecho por ellos ayudándolos a entrar en la ciudad todos preferían ayudarla con lo que fuese, pero viniendo de un general las cosas podían complicarse más de lo que creían y prefirieron actuar con cautela.
-Sí está en nuestras manos sería un placer ayudarte después de lo que has hecho por nosotros. –Respondió por todos Jessica sonriendo amistosamente. –Además todavía no hemos encontrado ningún otro trabajo.
-No os preocupéis, si fuese algo fuera de vuestras posibilidades no os lo ofrecería, os repito que mi deber es ayudar a la gente del reino. –Aclaró Agatha comprendiendo su reparo. -¿Qué tal si salimos a dar un pequeño paseo y os cuento lo que necesito?. Así podréis decidir si aceptáis o no.
-¿No sería más seguro hablar aquí?. –Sugirió Jonathan un tanto sorprendido.
-La ciudad tiene muchos oídos, algunos que incluso ni mis guardias conocen. –Respondió Agatha posando de nuevo sus ojos en el mayor de los hermanos sin el menor reparo mientras sus pestañas aleteaban suavemente en un ligero parpadeo. –Sobretodo en esta parte.
Aunque igual de desconcertados que Jonathan, los demás aceptaron las explicaciones de Agatha sin problemas y pronto los cinco se encontraron caminando por las calles de la ciudad en compañía de la joven general. Resultaba curioso ver como la gente los ignoraba a pesar de la peculiaridad de su aspecto o la compañía de alguien como ella, todos parecían demasiado ocupados como para darse cuenta de su presencia y continuaban con sus vidas a su alrededor como si ellos no existiesen.
Agatha, por su parte, prefirió hablarles de la ciudad por el momento y fue señalándoles algunos lugares de interés de la misma mientras caminaban siempre hacia abajo por una de sus calles, descendiendo la empinada pendiente del anillo en que se asentaba el extrarradio de Ramat hasta que al fin llegaron a las orillas del gran lago. Allí la ciudad se detenía por completo desapareciendo a unos metros del agua para formar un bonito paseo circular adornado por jardines y baldosas blancas, aunque lo que más les interesaba a ellos no era esto, sino los pequeños muelles que había al otro lado del mismo.
Cada uno de ellos se adentraba tan solo unos tres metros en la superficie del lago, más que suficiente sin embargo para las alargadas y estrechas góndolas que descansaban a sus lados esperando a algún pasajero que desease cruzar hasta una de las islas. Y para mayor sorpresa del grupo, ese era precisamente su destino en aquel momento.
Tras unas simples palabras con el encargado de la embarcación Agatha los invitó a subir a ella y los seis cruzaron tranquilamente el lago en la góndola hablando todavía de la ciudad mientras sus miradas se dirigían de vez en cuando a las islas o a la cristalina superficie del propio lago sobre la que Sarah incluso jugueteaba con la mano para distraerse. Una vez en su destino, la embarcación se detuvo junto a otra exactamente igual que esperaba en la isla y los seis siguieron a la general al interior de la misma cruzando el tranquilo y hermoso paisaje que la formaba.
No sabían que hacían allí pero su guía parecía tenerlo todo perfectamente claro y no se detuvo ni un segundo, siguió caminando junto al pequeño río que dividía la isla hasta llegar junto a la catarata de la que este nacía y se detuvo a su lado junto a las escaleras de madera que conducían a la isla superior.
-Espero que no os asusten las alturas. –Bromeó. –Vamos a subir a la última de las islas, poca gente sube tan arriba y estaremos más tranquilos.
Sin esperar siquiera una respuesta, Agatha sujetó su falda con una mano tirando de ella hacia arriba para evitar tropezarse con esta y comenzó a subir sin preocuparse en absoluto por la forma en que sus piernas y prácticamente el resto de su cuerpo bajo su cintura quedaban al descubierto mientras lo hacía. Algo que, por supuesto, tampoco preocupó para nada a Jessica o a Sarah que la siguieron de inmediato totalmente tranquilas con su ropa. Aunque esta última si refunfuñó un poco puesto que prefería haber saltado directamente de una isla a otra pero sabía que no le dejarían.
Atasha, sin embargo, si se detuvo con ciertas dudas junto a la base de la escalera y miró por un segundo hacia arriba observando a Sarah. Su falda era incluso más corta que la suya por delante, pero por detrás su segunda falda la cubría por completo a pesar de la altura y no tenía que preocuparse, todo lo contrario de la suya.
-¿Os importa subir primero?. –Preguntó girándose hacia sus dos compañeros. –Preferiría ir la última.
Los dos se miraron un instante en absoluto sorprendidos y Jonathan fue el primero en hacerle caso siguiendo a sus compañeras por las escaleras. Álbert, por su parte, la miró un momento fijándose en la forma en que esta seguía apretando su falda contra sus piernas con la mano y sacudió la cabeza un momento antes de subir, notando cada vez más la mano de Jess en todo aquello pero visiblemente divertido por la situación.
Nada más llegar arriba el grupo siguió exactamente el mismo proceso atravesando el pequeño bosquecillo que cubría esta vez el centro de la isla y ascendieron hasta la última de estas. Allí Agatha se detuvo al fin junto al pequeño lago que se abría en su centro y todos se sentaron junto a su orilla aprovechando que no había nadie tal y como ella había supuesto.
-¿Lo veis?. –Sonrió Agatha sentándose junto a Jonathan, al otro lado de donde se había sentado Sarah que por el momento parecía más interesada en observar las maravillas de aquellos jardines que en lo que esta tuviese que decir. –Es un sitio excelente para relajarse o hablar con calma.
-Y sin un solo lugar en el que alguien pueda esconderse para escucharnos. –Señaló Álbert mirando a su alrededor.
-Es otra ventaja. –Sonrió inocentemente Agatha girando la cabeza hacia este mientras se inclinaba hacia atrás y apoyaba ambas manos en el suelo. –Veamos, ¿Por dónde puedo empezar?. Siempre me hago un lío para explicar asuntos oficiales.
-Suponía que una general estaría acostumbrada a esas cosas. –Dijo Jonathan sin mirarla, más pendiente de lo que hacía Sarah cuya mirada seguía vagando por la isla mientras uno de sus cabellos jugueteaba enroscándose alrededor de la mano de este como tratando de asegurarse de que seguía allí.
-No hace mucho que lo soy. Y francamente, dudo que me acostumbre algún día a todos estos protocolos. –Respondió Agatha volviendo con una sonrisa su atención hacia el joven aún que este no la mirase. –En fin, empezaré por el principio. Supongo que todos sabéis lo que sucede con nuestros príncipes y lo que eso significará para los dos reinos, de ahí precisamente el aumento de seguridad en la ciudad. Pero lo que no mucha gente sabe es que la boda de esos dos muchachos es solo el broche que cerrará la unión, las preparaciones para la unificación de Acares y Tarman empezaron hace ya mucho tiempo y los dos reinos han hecho considerables gestos el uno hacia el otro para asegurarse de que sigue adelante. Entre estos los más evidentes han sido acuerdos de comercio, limitación de las guarniciones en las fronteras y ese tipo de cosas que tanto les gustan a los políticos, pero la que nos interesa a nosotros en este caso es una mucho más sutil: el intercambio de información.
Gracias a todos estos tratados se ha producido un flujo considerable tanto de manuscritos como de escolares entre ambos reinos y esto nos ha permitido entre otras cosas dar con algunas reliquias que habíamos perdido durante la última guerra. Como ya sabéis hace quinientos años nuestro reino ocupaba casi toda Linnea, pero tras la última guerra perdimos muchos de esos territorios y con ellos algunas viejas reliquias que el ejército no pudo recuperar a tiempo. Y una de estas acaba de aparecer precisamente gracias a la información que conseguimos de Tarman.
-En otras palabras. –Se adelanto Jessica sonriendo impaciente ante lo que aquello podía significar. –Quieres que vayamos a Tarman y recuperemos para ti esa reliquia o lo que sea. ¿Correcto?.
-Más o menos. –Respondió Agatha mirando hacia ella por un instante pero sin distraer demasiado su atención de lo que realmente parecía interesar a sus ojos. –En otras circunstancias habríamos enviado a alguno de nuestros capitanes a recuperarla, pero ahora mismo no podemos prescindir de ninguno de ellos. Además, por si no lo habéis notado el incidente de Tírem ha tensado aún más las relaciones con Lusus y un movimiento de tropas entre Acares y Tarman podría acarrear aún más problemas.
-¿Crees que podría estallar otra guerra?. –Se preocupó Atasha.
-En estos momentos es difícil saberlo. –Dudó Agatha suspirando ligeramente mientras dejaba caer su cabello hacia un lado para despejar sus dos ojos. –Espero que no, eso no beneficiaría a ninguno de los reinos. Pero no os preocupéis, eso ya no tiene nada que ver con vosotros.
Atasha no pareció en absoluto tranquilizada por esto y siguió mirando con preocupación a la general de Acares. Los demás, por el contrario, parecían más centrados en el trabajo que esta les había propuesto y pronto dirían algo más al respecto.
-Aún así, hay algo que no acabo de entender. –Señaló Álbert. -¿Por qué no se ocupa Tarman de esto?. Debería resultarles sencillo recuperarla si ya saben donde está y entregársela a los guardias de la frontera
-Para entender eso debes intentar pensar como lo hacen nuestro rey, sus ministros y sus iguales en el reino de Tarman. –Explicó Agatha dirigiéndoles a todos una curiosa sonrisa al tiempo que se ponía en pie y se giraba hacia ellos cruzando las manos a su espalda. -Ahora mismo todos se comportan como lo harían un par de críos jugando a ver quien se sale con la suya. Para Tarman sería una bajeza hacer de recadero para nosotros y para Acares también lo sería pedírselo, así que ni lo intentarán.
-Me recuerdan a alguien que conozco. –Rió Jessica mirando a sus hermanos por un momento. –Es muy típico de los hombres.
-Demasiado. –Asintió Agatha divertida. –Pero algunos también tienen su lado bueno, lástima que otros ya lo hayan descubierto antes.
Jessica se sorprendió un poco al oír esto y tardó unos segundos en comprender lo que esta había querido decir. Solo cuando siguió su mirada con la suya hasta su hermano y vio que parecía centrarse en el colgante que descansaba sobre su pecho comprendió lo que significaban sus palabras y la miró ya un tanto seria.
-Si eso es todo puedes contar con nuestra ayuda. –Dijo cambiando al instante la dirección de la conversación. –Solo dinos como encontrar la reliquia y que aspecto tiene para que sepamos qué buscar.
-Eso no será necesario. –Respondió Agatha notando el cambio en la actitud de la joven, pero sin dejar en absoluto de sonreír. –Yo os acompañaré, tendríais mucho que explicar si entraseis en un lugar así sin algún oficial para responder por vosotros.
-¿Es prudente que una general abandone la ciudad en un momento así?. –Se sorprendió Jonathan poniéndose también en pie al igual que sus compañeros.
-Necesitan a mis soldados, no a mí. –Aclaró Agatha con tranquilidad. –Mi única tarea hasta el momento ha sido hacer de niñera para los príncipes y por ahora Kalar se las arregla perfectamente solo.
-¿El caballero de Tarman?. –Preguntó esta vez Álbert.
-Es el primer general de su ejército y guardia personal de la princesa. –Confirmó la general sin apartar sus ojos de la pareja, dándose cuenta por como la miraba que el silencio de Sarah no significaba en absoluto que la ignorase. –Con él están a salvo hasta que haya otro acto público. Y yo prefiero alejarme de palacio cuanto pueda hasta entonces, no soporto a tanto noble paranoico preocupándose continuamente por quién podría esconderse detrás de las cortinas de su habitación para intentar atacarle.
-Como quieras. –Aceptó finalmente Álbert. –Supongo que siendo una general no hace falta que te advirtamos que puede ser peligroso ni nada parecido. Aunque tu aspecto no es lo que se dice corriente para alguien de tu rango.
-¿Y cómo se supone que debería ser?. –Preguntó aparentemente curiosa Agatha acercándose a Álbert y mirándolo fijamente a los ojos. -¿Más alta?, ¿Más corpulenta?, ¿Vistiendo una armadura enorme y pesada como Kalar quizás?.
-Eso describe perfectamente lo que yo esperaría de un general. –Asintió Álbert sin preocuparse en absoluto por su mirada. –Pero supongo que eso supone una ventaja táctica para ti, nadie podría adivinar quien eres solo con mirarte.
-Veo que lo vas entendiendo. –Le confirmó la general ladeando de nuevo la cabeza. –La gente confía más fácilmente en alguien como yo que alguien como Kalar, el peligro es más fácil de olvidar cuando te gusta lo que ves y no lo temes ya por su aspecto.
-En eso estoy de acuerdo. –Admitió Álbert. –Dudo que a alguien le desagrade el tuyo.
-Me tomaré eso como un cumplido. –Sonrió Agatha aparentemente complacida antes de mirarlos a todos de nuevo para confirmar la que parecía su respuesta. -¿Trato echo entonces?. Si estáis de acuerdo me gustaría partir en cuanto podáis, ya tenemos un tren listo para salir hacia Tarman.
-Todavía no hemos hablado de ningún trato. –Señaló Jessica. –No nos has dicho cuanto cobraremos por esto.
-Cierto. Lo siento, creo que estoy demasiado acostumbrada a tratar con los soldados. –Se disculpó Agatha metiendo una mano bajo su manga para sacar algo que había escondido en el guante que cubría una de sus manos. –Aquí tenéis, esto es todo lo que podemos ofreceros a cambio de vuestra ayuda, espero que os parezca suficiente.
Mientras terminaba esta frase, Agatha se giró una vez más hacia Jonathan y le lanzó una pequeña bolsa aparentemente llena de monedas. Sin embargo, antes de que este pudiese cogerla al vuelo como había hecho en Tírem con su puñal, la mano de Sarah se adelantó a la suya y la cogió en el aire mientras la miraba totalmente seria.
-No parece mucho. –Dijo sorprendiéndolos a todos al parecer ser más consciente de lo que creían de todo lo que habían estado hablando. –Aquí no puede haber más de cien monedas.
-Veo que no estáis familiarizados con cómo trabajan los mercenarios en esta ciudad.–Notó Agatha sosteniendo la mirada de oro de aquella muchacha de cabellos de fuego por un instante. –Eso representa un cinco por ciento de la suma total. Yo correré con todos los gastos de material y transporte que tengáis hasta que terminéis el trabajo, pero no os entregare el resto del dinero hasta que la reliquia esté de vuelta en Acares. Lo siento pero así es como funcionan aquí las cosas, no significa en absoluto que no me fíe de vosotros.
-Lo entendemos. –Afirmó Jonathan mirando todavía a Sarah, en parte sorprendido pero a la vez alegre por su reacción y la dura mirada que le dirigía a Agatha demostrando de nuevo su carácter posesivo a pesar de no entender todavía ciertas cosas. –Y me parece un pago justo, ¿Qué opináis vosotros?.
Todos asintieron en respuesta a su pregunta aparentemente de acuerdo y este volvió su mirada hacia su esposa esperando también una respuesta suya. Algo que pareció sorprenderla un poco en un principio pero que en absoluto evitó que respondiese también con un claro “sí”.
-Todo acordado entonces. –Volvió a decir Jonathan girándose hacia Agatha. –Danos una hora para recoger algunas cosas en casa y estaremos listos.
-Coged solo lo indispensable, de las provisiones me ocupo yo. –Reiteró la general con una nueva y sutil sonrisa. –Os esperaré en la estación Norte de la torre, no tendréis problemas para llegar si usáis mi puñal como pase.
Dicho esto Agatha se despidió del grupo y se alejó tranquilamente por el camino por el que habían venido caminando una vez más con la elegancia que su apariencia trasmitía a cualquiera que la miraba. Sus caderas y sus piernas se movían en una combinación perfecta contoneándose sensualmente bajo su falda para formar sinuosas curvas que esta trazaba a cada paso mientras se movía, aunque nadie la miró por mucho tiempo y solo Sarah apreció ya su última mirada antes de bajar las escaleras a lo lejos. Fueron solo unos segundos y solo su ojo izquierdo los miró tras la cortina que sus cabellos formaban frente a este, pero para ella fue más que suficiente como para comprender lo que miraba y por qué.
-Parece que ya lo tenía todo preparado. –Dijo Atasha al cabo de un rato interrumpiendo el silencio que reinaba en el grupo. –No creo que un “no” entrase en sus previsiones a pesar de no conocernos. ¿Qué pensáis?.
-Por la forma en que se comporta yo diría que está acostumbrada a conseguir lo que quiere de la gente, además parece saber como hacerlo. –Respondió Álbert encogiéndose de hombros. –Y después de todo, no teníamos ninguna opción mejor ahora mismo.
-Vamos, no os quejéis tanto. –Los animó Jessica. –Agatha parece un poco rara pero ha sido muy amable con nosotros. Deberíamos alegrarnos de tener un sitio en el que vivir y otro trabajo tan pronto.
-A mi no me gusta. –La contrarió Sarah totalmente seria. –Quiere algo más de nosotros de lo que nos ha dicho. Su forma de mirarnos no encaja con su sonrisa.
-Yo también me he dado cuenta de eso. –Afirmó Jess sonriendo burlonamente hacia ella en lugar de ponerse seria. –Pero creo que te las apañas bastante bien para conservarlo tu solita.
-Sarah tiene razón, su mirada no es tan clara como sus palabras. –Coincidió Jonathan arrancando al instante una pequeña sonrisa de su esposa. –Pero con alguien de su rango es difícil saber a que se debe. Parece que su juego es precisamente ese, el confundir a quien habla con ella para tener ventaja.
-¡Ya!. –Exclamó nada convencida Jessica. –Seguro que por eso te miraba así, si te pusieses algo más encima evitarías estas cosas. Deberías pensar un poco más en Sarah.
-Creo que eso ya lo habéis hablado antes. –Le recordó Álbert conteniendo con dificultad su sonrisa. -Dejad de discutir tonterías y volvamos a casa, no creo que debáis darle vueltas a algo que parece solo el juego al que esa mujer está acostumbrada.
-Yo no estoy tan segura. –Negó Jessica.
-Pero yo si. –Replicó esta vez Jonathan. –Y creo que en este caso es lo que cuenta.
-Tú no sabes nada de mujeres. –Insistió su hermana.
-Lo suficiente para saber que esa batalla ya está ganada hace tiempo. –Aclaró este con una curiosa sonrisa. –Sería una pérdida de tiempo para ella y creo que lo sabe. Deberías preocuparte más por Álbert.
-¿Preocuparse?. –Preguntó esta vez Álbert girándose hacia sus dos hermanos. –Te recuerdo que tú eres aquí el único casado y Agatha parece una mujer bastante… interesante.
-Pero que insensible eres a veces. –Le reprochó al instante su hermana sorprendiéndolo. –No sé cual de los dos es más estúpido en ese sentido.
Dicho esto, Jess se acercó a Atasha sin decir nada y la cogió por un brazo alejándose con ella en dirección a las escaleras mientras los demás los observaban desconcertados. Ni siquiera la propia Atasha parecía entenderla y solo se había dejado llevar sin decir una palabra, o al menos eso pensaba Álbert que prefería asociar ese silencio y la confundida mirada de la joven en aquel instante al comportamiento de su hermana y no al suyo.
Sin nada más que hacer allí arriba, los tres se decidieron también a bajar y pronto siguieron a sus compañeras sin más problemas que las ocasionales protestas de Sarah por la trabajosa y lenta manera en que la obligaban a bajar de una isla a otra. Agatha no les había dado mucho tiempo teniendo en cuenta la distancia a la estación, pero por otro lado tampoco tenían mucho que preparar si ella se ocupaba de las provisiones y el grupo se limitó a pasar por su casa para recoger sus armas, la mochila en que solían guardar cuerdas y el resto de su equipo.
Media hora más tarde los cinco entraban en la estación Norte del centro de Ramat con su equipaje listo y sus armas ya en absoluto ocultas salvo por la segadora de Jonathan que había vuelto a ponerse su gabardina. Algo que, por otro lado, no los preocupaba demasiado ya que como Agatha les había dicho los guardias estaban avisados de su llegada y ninguno puso problemas para dejarlos pasar.
La general no parecía llevar armas ni nada parecido y los esperaba junto al único vagón del tren con su sonrisa habitual. Esta vez no habló mucho, solo lo justo para saludarlos e invitarlos a entrar como si tuviese prisa, lo que parecía más que evidente por la forma en que todo estaba ya preparado.
A una señal suya el tren se puso en marcha abandonando lentamente el andén mientras sus pesadas ruedas de metal lo impulsaban poco a poco hacia el puente norte y la estela de vapor adornó el cielo de la ciudad serpenteando sobre el techo del vagón en el que se encontraban los cinco jóvenes. A pesar de la presencia de Agatha estos se habían sentado siguiendo la fórmula de costumbre y la general se conformaba con sentarse sola al otro lado del pasillo observando su ciudad a través de la ventanilla.
Para uno de ellos, sin embargo, su actitud no era en absoluto tan distante como podía parecer y sus miradas se cruzaron sutilmente mientras se sentaban. Sin palabras, sin gestos, entendiéndose perfectamente solo con lo que sus ojos transmitían al encontrarse, aunque esto no parecía ser suficiente para una de ellas y pronto reaccionaría para reafirmar su postura.
Tal y como ya había echo durante su viaje hacia Ramat, Sarah se recostó por completo sobre el pecho de su esposo acomodándose tranquilamente entre sus brazos y apoyó la cabeza en el asiento junto a la suya. Pero esta vez su posición fue sutilmente diferente, su cabeza pasó a reposar al lado izquierdo de la de Jonathan en lugar de junto a la ventanilla de forma que solo ella y sus compañeros eran capaces de ver el rostro del joven y sus cabellos se deslizaron suavemente bajo su gabardina rodeando su espalda como en un extraño abrazo que este notó enseguida pero no rechazó en absoluto.
El viaje era largo, no tanto como su anterior desplazamiento hasta Tarsis pero si lo suficiente como para que incluso a un tren tan libre de carga como aquel le llevase más de un par de horas alcanzar su destino.
La locomotora avanzó deprisa entre las praderas y sus pasajeros siguieron con la mirada el cambiante paisaje por el que se desplazaba mientras abandonaba al fin las planicies de Acares para adentrarse entre las formidables mesetas gemelas de Laniz y Rinen. Allí se encontraba la frontera de los dos reinos, fijada hacía más de veinte años tras una sangrienta batalla en el cañón de Catsar que dividía ambas elevaciones proporcionando el único paso seguro hacia el Norte en cientos de kilómetros.
Ahora aquel lugar recordaba con orgullo a los caídos entre sus impasibles muros de roca con innumerables nichos que se abrían en sus paredes tapizándolas como tétricos mosaicos de mármol. Un homenaje silencioso a la sangre que otrora estos habían derramado sobre aquellas mismas rocas en defensa de aquello en lo que creían..
No había fuertes, ni murallas, nada que pudiese sugerir que se trataba de una frontera, solo dos pequeñas torres que se alzaban frente a frente en el centro de Catsar mirándose en una eterna vigilancia. Pero las apariencias, como en la mayoría de los casos, también engañaban en aquel cañón.
Al levantar la mirada hacia el cielo, allí donde las paredes de roca terminaban para dar comienzo a la cima de las mesetas, los cinco pudieron ver cuatro formidables fortalezas levantadas al borde de cada una de ellas y dos inmensos puentes de roca que cruzaban el cañón a aquella altura. Pero no para permitir el paso entre ambas mesetas, sino para ayudar a la defensa de aquellas pequeñas torres con los centenares de flechas que los arqueros podían disparar desde sus innumerables arpilleras dejándolas caer sobre el enemigo como una lluvia de muerte.
Agatha pareció observarlas con interés por un momento al pasar bajo ellas, lo suficiente para ver algo, o a alguien, que la esperaba en aquel lugar y reaccionó de inmediato haciendo que los soldados de las torres ni siquiera se molestasen en parar el tren para revisarlo. Aquello probaba las buenas relaciones entre ambos reinos y confirmaba en parte las palabras de la general, lo que dio algo de confianza al grupo y les permitió seguir observando aquel nuevo reino mientras el tren continuaba su camino.
Tarman no se parecía en nada a las tierras que conocían y nada más salir de entre la formidable frontera geográfica que formaban aquellas dos mesetas todos se dieron cuenta de la abismal diferencia entre ambos territorios:
Las montañas de la bruma se alzaban en el horizonte como una gigantesca pared de hielo y rocas que perfilaban la costa Norte del continente. Un muro aserrado con picos de más de seis mil metros sobre el que reposaba la permanente capa de niebla que les daba nombre centelleando a lo lejos como una diadema de plata entre la que se perdían innumerables poblados y ciudades alzadas entre las rocas de la propia montaña.
Era una vista sobrecogedora, algo de un tamaño tan enorme incluso a aquella distancia que los hacía parecer insignificantes a ojos de aquellos colosos de helados cabellos blancos y azules que se derramaban sobre el resto del reino en forma de centenares de ríos y arroyos. Pero no eran los únicos que competían por tocar los cielos en aquel lugar.
Entre la lejana pared cubierta de bruma y las mesetas se alzaban numerosas montañas menores formando valles, cordilleras y todo tipo de formaciones que proporcionaban a Tarman un relieve tan variado como abrupto. De la sencillez de su camino por las tranquilas praderas de Acares el tren pasó a moverse por complicadas vías repletas de curvas, túneles y puntes que trataban de evitar las montañas en la medida de lo posible, aunque sin demasiada fortuna.
Las pendientes a las que de todas formas debía enfrentarse la locomotora aminoraron en varias ocasiones la marcha haciendo que apenas se moviesen. A sus pasajeros, sin embargo, esto les traía ya sin cuidado y sus miradas seguían devorando cada nuevo paisaje con la misma admiración con que Sarah lo había observado todo desde el principio.
Todo era tan diferente que resultaba difícil imaginar que solo ese mismo día habían estado en las llanuras de Acares. La vegetación era mucho más variada, cambiando desde los profundos bosques similares a Narmaz que cubrían los valles hasta los simples musgos y líquenes que reinaban en las áridas cimas de las montañas. En estos lugares, allí donde los últimos arbustos se daban por vencidos en la lucha por colonizar la montaña vivían también los ágiles adiri, criaturas increíblemente veloces que saltaban por los riscos de las paredes casi verticales de las montañas acercándose curiosas al tren para detenerse en posturas imposibles sin más sujeción que la de las afiladas garras en que terminaba cada una de sus tres patas.
Pero sin duda los reyes del paisaje eran los noath, las enormes bestias de carga que podían verse vagando por los valles en manadas salvajes o en forma de caravanas guiadas por humanos que los llevaban de un poblado a otro. Una tarea nada sencilla en aquel reino dada la forma en que los pequeños pueblos y ciudades se repartían por las hondonadas de los valles junto a los lechos de los ríos y las altas montañas que los separaban.
Precisamente mientras observaban uno de estos asentamientos y sus ojos se deslizaban por los tejados puntiagudos de sus casas el tren entró en el último de los túneles que todavía los separaban de su destino y la luz del otro extremo de la montaña pronto les devolvió la imagen del lugar al que se dirigían.
El último tramo de su trayecto los había llevado en un descenso constante incluso por el interior de la montaña y ahora se encontraban a una altitud mucho menor, adentrándose en el fondo de un valle tras haber salido por el centro de una de las paredes rocosas que lo rodeaban. Un bosque dominaba la parte este del mismo con árboles bajos y robustos de hojas oscuras mientras una llanura anegada por numerosos arroyos predominaba en el lado Oeste al otro lado del río Nizhir que dividía en dos aquellas tierras. Y en el extremo norte, allí donde se dirigían, se alzaba el único asentamiento visible en aquel momento del mismo ocupando tanto parte del fondo del valle como de la propia montaña.
La ciudad parecía levantarse sobre el nacimiento del río y este la recorría en su tramo más salvaje deslizándose por canales labrados por la propia corriente en la roca de las montañas durante siglos. Las casas eran pequeñas y de tejados afilados de tan solo dos aguas, aunque en estos no podía verse ningún rastro de nieve como en otros dado a su escasa altitud. La mayoría no se alzaban sobre la base del valle, sino sobre la propia pendiente de aquella montaña hincando sus cimientos en la roca madre como pequeños brotes de una planta colosal hasta llegar a fundirse por completo con ella en la parte más alta de la misma. Allí las casas desaparecían como tales y eran substituidas por grandes cuevas de las que nacían en muchos casos los arroyos del río pero que aún así eran el hogar de aquellas gentes y contaban incluso con pequeños tejados en sus entradas.
Todo esto se entremezclaba con infinidad de escaleras tanto verticales como diagonales talladas en la roca, cuerdas, escalas de madera y, sobretodo, agua. Las corrientes del cristalino líquido al que todo aquello debía su vida se deslizaban desde las cuevas, grietas y pendientes más altas de la montaña formando centenares de diminutos arroyos que descendían entre las calles de la ciudad perfectamente canalizados sin que ninguna de las casas desviase su curso. Algunos incluso formaban pequeñas cataratas entre los riscos saltando de roca en roca como para dar lugar a espumosos torrentes blancos que aportaban a la de otra forma gris ciudad un toque de vitalidad que los cautivó a todos por un instante.
Sin embargo, algo atraería de nuevo su atención en cuanto el tren giró para encarar la ciudad siguiendo la curva natural de las montañas: El fondo del valle estaba ocupado por soldados, legiones enteras de hombres armados realizando complicados ejercicios en columnas y formaciones más complejas sobre las praderas al borde de La ciudad. Y sobre estos, quitando por primera vez el protagonismo a los noath que algunos montaban, el orgullo de Tarman aparecía frente a ellos volando a más de cien metros del suelo en perfectas formaciones triangulares.
Los sahmat, los jinetes de los cielos como los llamaban en el reino de las montañas, se elevaban desafiantes trazando sus tenebrosas sombras sobre el valle sin temor a la para otros invencible fuerza de la gravedad. No eran demasiado grandes, apenas tres metros de altura en el caso de los machos más desarrollados con unos ocho metros de envergadura total en sus alas membranosas, pero su aspecto terriblemente similar al de un pequeño dragón de escamas grises los hacía temibles para cualquiera. Solo sus jinetes recordaban que no lo eran, hombres y mujeres que montaban sobre sus lomos en sillas atadas con cadenas al cuerpo del animal y recorrían los cielos de su reino armados con arcos y lanzas para atacar a cualquiera que amenazase a su gente.
Uno de estos, una joven de ojos oscuros y rasgados como los de Atasha tras la que se azotaban dos largas coletas negras que sobresalían bajo su casco, se acercó por un momento al tren para inspeccionarlo y su mirada se cruzó con la del grupo. Parecía sorprendida al mirarles y sus ojos mostraban cierto reparo, probablemente no por ellos sino por el extraño aspecto de Jonathan y la mirada carmesí que ahora se centraba en ella, pero pronto volvió a sus tareas y se elevó una vez más tras comprobar que nada estaba fuera de lo corriente.
El tren continuó su camino aminorando poco a poco la velocidad y se detuvo al fin junto al andén de la estación resoplando tras el esfuerzo al que lo habían sometido. En ese momento, Agatha reaccionó también poniéndose en pie y les pidió que la siguieran mientras abandonaban el vagón para salir de una vez al exterior.
El aire era frío, más incluso que en Tírem, aunque nada que no pudiesen soportar sin problemas y ni siquiera Agatha se inmutó a pesar de la evidente ligereza del tejido de su atuendo. Tan solo se detuvo un instante mirando a los soldados y se giró de nuevo hacia el grupo con una expresión un tanto seria en su rostro.
-Como veis las cosas tampoco van muy bien por aquí. –Dijo en un tono aparentemente preocupado. –Tarman se está preparando para una posible guerra y ejercicios similares a estos se pueden ver en la mayoría de los puestos del ejército en los dos reinos. Por suerte Lusus no puede usar un simple entrenamiento de tropas en sus negociaciones para acusarnos de buscar el enfrentamiento, pero no deja de preocuparme.
-¿Tan mal están las cosas?. –Preguntó Jessica compartiendo ahora la inquietud de Atasha en Ramat. –Creía que todavía no sabían nada de cómo había desaparecido Tírem.
-Y no lo sabemos, pero está cerca de la frontera y ha sucedido en un momento problemático. –Explicó Agatha no muy contenta con lo que veía. –Para los políticos de la capital eso basta.
-Espero que todo se arregle de otra forma. –Intervino Álbert sin el menor interés en tratar aquel tema con una general como ella. –Pero ahora mismo deberíamos preocuparnos por nuestro trabajo.
-Tienes toda la razón. –Sonrió Agatha aparentemente aliviada al cambiar de tema. –Vamos, el templo debería estar al fondo del valle, justo donde el río desaparece otra vez bajo las montañas y se funde con los arroyos del sur.
Conformes con la explicación de la general, los seis se pusieron de nuevo en marcha y bajaron tranquilamente el andén dirigiéndose hacia el Sur. Sin embargo, antes de que pudiesen alejarse, dos soldados aparecieron corriendo frente a ellos y los detuvieron cruzando sus alabardas para evitar que siguiesen adelante.
-¿Qué ocurre?. –Exigió saber Agatha en un tono de voz desagradable y autoritario que sorprendió por igual a los soldados y a sus compañeros. –Apartad ahora mismo vuestras armas, no sabéis con quien estáis hablando.
Los soldados se miraron un momento como si aquello fuese exactamente lo que esperaban y uno de ellos apartó su arma al tiempo que sacaba un sobre de su armadura y se lo alargaba a la general. Agatha lo miró un tanto desconcertada, pero lo aceptó al ver en él el sello real de Tarman y lo abrió con cuidado para sacar la carta procurando que ninguno de sus compañeros pudiese verla.
Sus ojos repasaron la elaborada caligrafía de aquellas líneas escritas en el idioma oficial de Tarman, uno de los pocos que habían sobrevivido a asimilación cultural producida en tiempos del imperio y posteriormente de Acares pero que ya solo se usaba para comunicados entre altos cargos dado que solo estos lo conocían. Su rostro se volvió serio una vez más como si aquello no le agradase y cuando guardó de nuevo la carta para mirarlos pudieron ver en su cara que algo no iba del todo bien.
-Parece que ni siquiera ahora van a dejar que me relaje un poco. –Les dijo en un tono decaído, visiblemente molesta por aquello. –Me temo que no podré acompañaros, Kalar quiere que arregle unos asuntos por él ahora que estoy aquí. Es su forma de darme las gracias por dejarlo solo haciendo de niñera.
-No te preocupes, nos las arreglaremos. –La animó Jessica sonriendo con su alegría de siempre al ver que no era nada grave. –Ahora que ya sabemos donde buscar no nos costará mucho.
-Espero que no, confío en vosotros. –Afirmó Agatha haciendo un gesto para que los soldados se apartasen ahora que sabía que estos eran conscientes de su rango. -¿Tenéis alguna otra pregunta antes de iros?.
-Solo una. –Dijo esta vez Jonathan. -¿Qué buscamos exactamente?. Será difícil dar con esa reliquia si no sabemos que aspecto tiene.
-Créeme, cuando la veáis sabréis qué es lo que tenéis que traer. –Le aseguró Agatha cruzando ambos brazos frente a ella de forma que estos levantaban ligeramente sus pechos. –Solo tenéis que ir hasta la cámara central del templo y buscarla allí, no os será difícil dar con ella.
-Eso espero. –Respondió Jonathan no muy convencido por su explicación. –Sería una perdida de tiempo volver con algo equivocado.
Agatha respondió a aquellas palabras con una confiada sonrisa como si realmente no dudase que la encontrarían y los cinco jóvenes se decidieron a continuar su camino ahora que los soldados no bloqueaban el paso. No conocían aquellas tierras, pero las indicaciones de la general parecían bastante claras y el grupo tomó el primer camino hacia el sur que pudo encontrar siguiendo el curso del río.
Las tierras en aquella zona estaban casi anegadas y en ocasiones era difícil saber qué era tierra firme y qué no ya que la llanura se convertía en marisma por momentos, pero el camino seguía siendo seguro y el grupo continuó su trayecto sin demasiados problemas. La vista era agradable para alguien que nunca hubiese visitado aquel lugar, con los bosques a un lado y los arroyos que nutrían el río fluyendo al otro mientras una mezcla de humedad y jazmín se mezclaba en el aire dando un aroma peculiar a aquella zona.
Por desgracia para ellos, sin embargo, el camino no llegaba hasta el final del valle como estos habían supuesto y ya cerca del anochecer, cuando los cinco estaba a poco más de un cuarto de camino de las últimas montañas que cerraban el valle, se encontraron con que este giraba bruscamente hacia el oeste ascendiendo hacia las montañas. Arriba podían verse varias columnas de humo por encima de los riscos más bajos, señal inequívoca de que allí había una nueva población y el camino la unía con la ciudad de la que provenían, pero esto no servía en absoluto para animarlos.
Sin la ayuda del firme sendero empedrado que hasta entonces habían seguido el grupo tuvo que arreglárselas para navegar entre las marismas buscando zonas firmes y la marcha se hizo más lenta dadas las pocas ganas que todos tenían de mojarse con aquel frío. Aunque, como pronto comprobarían, el valle del Nizhir todavía tenía más sorpresas para ellos y no parecía dispuesto a permitir que lo cruzasen con tanta tranquilidad.
Apenas un par de kilómetros más allá del punto en que habían abandonado el sendero el Nizhir se unía a dos grandes afluentes que descendían desde las montañas cruzando las praderas y el bosque respectivamente para formar un gran tridente de aguas azuladas y turbulentas. Era un paraje natural indudablemente hermoso y que muchos de los habitantes de Ramat habrían pagado por ver, pero para ellos se convertía en un pequeño obstáculo que solo podían cruzar mojándose y los cinco se miraron no muy contentos.
-Estupendo. –Refunfuñó Jessica mirando con mala cara su tembloroso reflejo en la corriente de uno de los arroyos. –Tanto cuidado para nada, al final tendremos que mojarnos.
-No te quejes, podría ser peor. –Dijo con calma Álbert mirando hacia la otra orilla. –No parece que tenga mucha profundidad, seguramente podremos cruzar andando hasta la otra orilla a pesar de la corriente.
-Eso espero. –Suspiró con preocupación Atasha mirando con dudas a los demás tras echar un rápido vistazo al arroyo. –Yo no sé nadar, en el monasterio nunca nos enseñaron.
-Tranquila, no creo que el agua nos dé por encima de la cintura. –La animó Jessica dejando a un lado sus quejas por el momento. –Lo único malo será el frío, viniendo de la montaña este río estará helado.
-¿Se te ocurre una opción mejor?. –Preguntó esta vez Jonathan quitándose las botas y la gabardina.
-Unas par de ellas. –Replicó su hermana con una sonrisa traviesa. –Pero sé que sería perder el tiempo con dos brutos como vosotros.
Dicho esto Jessica se sentó en el suelo al borde del arroyo y se quitó también sus botas para no mojarlas mientras Álbert y Atasha repetían exactamente el mismo proceso con su calzado. La única que no hizo nada parecido fue Sarah que continuó mirándolos como si nada y esperó pacientemente a que todos estuviesen listos para cruzar.
El agua estaba tan fría como ya suponían y aquello les dio más de un escalofrío al sumarse al la helada brisa del valle, pero afortunadamente parecían haber acertado con su profundidad y ninguno tuvo problemas para llegar al centro del río. Ni siquiera Atasha que, dada su falta de experiencia con aquel elemento, prefirió mantenerse cerca de Jessica y solo de vez en cuando se apoyaba en esta con una mano para no caerse a causa de la corriente mientras con la otra intentaba mantener su falda bajo el agua. Algo más difícil de lo que parecía en un principio dado que esta estaba empeñada en flotar justo a la altura de su cintura.
Al alcanzar este punto, sin embargo, uno de ellos se dio cuenta de que sucedía algo extraño y se giró de golpe hacia la última de sus compañeras mirándola totalmente serio.
-Sarah, te advertimos que no hicieses eso. –Le recriminó Jonathan observando con cierto enfado como esta flotaba tranquilamente sobre la superficie del río como si no tuviese peso alguno. –Alguien podría verte y nos meteríamos en líos. Baja y cruza como los demás.
-No pienso hacerlo. –Se negó su esposa inclinándose hacia él pero sin descender en absoluto. –No quiero mojarme y aquí no hay nadie que pueda ver lo que hago.
-Eso no significa nada, ya has visto a los jinetes de los sahmat. –Insistió Jonathan para nada dispuesto a consentir que siguiese adelante así. –Uno de ellos podría verte y tendríamos que dar muchas explicaciones. A nadie le gusta mojarse pero no hay otra forma de cruzar.
-A mi se me ocurre otra forma. –Dijo de pronto Sarah sonriendo juguetonamente. –Si te parece mejor no tendría que usar ni mi magia ni mojarme.
-Lo que sea. –Se resignó Jonathan sospechando que sus palabras escondían algo. –Pero deja de volar por favor.
Nada más oír esto, Sarah sonrió de nuevo aceptando con un “como quieras” la petición de su esposo y flotó lentamente acercándose a él como si fuese a dejarse caer en el agua. Pero para su sorpresa, lejos de hacer esto su esposa giró lentamente hasta colocarse de forma horizontal sobre él y se dejó caer de golpe en sus brazos obligándolo a cogerla y haciendo que la mirase visiblemente sorprendido.
-¿Lo ves?. –Rió mirándolo tranquilamente mientras este la sostenía unos centímetros por encima de la superficie del arroyo. –Ya no hay ningún problema.
-Debí imaginármelo. –Respondió con un tono extrañamente tranquilo Jonathan que la hizo mirarlo con cierta desconfianza. –Pero sabes, a mi también se me ocurre otra forma de que puedas cruzar sin tener que preocuparte más por mojarte.
Sarah no lo comprendió al principio, pero la mirada de Jonathan pronto la hizo caer en la cuenta de lo que este estaba pensando y abrió los labios para decir algo. Demasiado tarde, antes de que su voz pudiese formar las palabras para advertirle a su esposo que ni se le ocurriese hacer lo que estaba pensando este bajó ambos brazos de golpe y el chapoteo de su cuerpo hundiéndose fue lo único que pudo oírse.
Sus compañeros se giraron al instante hacia ellos sorprendido por el sonido, pero nada más verles sus miradas cambiaron por completo y a duras penas consiguieron contener la risa al observar la escena: Jonathan se alejaba hacia la orilla caminando tranquilamente entre el agua dejando atrás a una empapada y furiosa Sarah cuyos ojos centelleaban tras sus cabellos ahora húmedos y pegados a todo su cuerpo.
-¡Ah no!. –Gritó mirándolo furiosa mientras el agua comenzaba a burbujear a su alrededor y las risas del resto del grupo desaparecían al instante. –Esto no acaba aquí.
Sin más avisos que aquellas palabras, Sarah apuntó con su mano hacia su esposo y un rayo de fuego se abalanzó sobre este siseando sobre el agua que burbujeaba a su paso. Jonathan casi no tuvo tiempo de reaccionar, se lanzó al agua tan deprisa como pudo y se giró bajo esta observando como el haz de llamas cruzaba sobre la superficie justo donde él había estado hacía unos segundos.
-Estupendo, bonita forma de pasar desapercibidos. –Murmuró Álbert para sus dos compañeras mientras observaba como Jonathan salía de nuevo a la superficie ahora también mojado de pies a cabeza. –Vaya una pareja.
-Al menos una cosa es segura. –Rió Jessica mirándolos también a los dos. –Será difícil que esos dos lleguen a aburrirse.
Tanto Atasha como su propio hermano parecieron coincidir con Jess en aquello y los dos siguieron sonriendo mientras reanudaban la marcha hacia la orilla dejando a la pareja unos metros más atrás para que pudiesen resolver sus asuntos solos y, de paso, evitar encontrarse en medio de cosas como aquella. Aunque esto era del todo innecesario ya que, pese a la seriedad que en un principio había aparecido en el rostro de Jonathan, este no pudo evitar por mucho tiempo sonreír al verse a si mismo y a Sarah totalmente empapados y acepto aquello sin más dándose la vuelta para seguirles.
Su esposa, por el contrario, no pareció tomárselo tan bien y lo miró sombríamente por un momento antes de seguirlos. Se había salido en parte con la suya pero esto no significaba en absoluto que ya estuviese conforme, cosa que demostraría nada más salir del río secándose con un gesto de su mano para evaporar el agua que la cubría con sus poderes e ignorándolo a él por completo.
Pasado aquel pequeño obstáculo, todos se pusieron de nuevo su calzado y reanudaron la marcha tratando de ignorar el helado abrazo del viento acentuado ahora por la humedad de sus ropas. Su destino no estaba lejos y ni siquiera la falta de luz conforme las horas pasaban los detuvo. Siguieron avanzando hasta que al fin pudieron ver lo que buscaban con sus propios ojos al fondo de una pequeña depresión que cortaba verticalmente el terreno en el sur del valle.
Allí los cinco se detuvieron un momento junto a la pendiente al lado de la pequeña catarata en que el río se transformaba. No era una gran altura, tal vez unos cuatro o cinco metros, y además la pendiente no era totalmente vertical por lo que podía descenderse por ella teniendo algo de cuidado. Y a unos metros de la base de esta, justo donde la montaña se abría para tragarse al río, el templo al que los habían enviado parecía esperarlos impasible.
El templo en sí parecía formar parte de la propia montaña y su fachada estaba tallada en su ladera en forma de una escultura gigantesca. Su parte central representaba la cabeza de un gigante, un coloso de roca cuyo rostro inexpresivo y carcomido por los años reposaba sobre el río con la boca abierta para devorar aquellas aguas que desde tiempos ancestrales se adentraban en la roca en aquel punto. A sus lados, mucho más altos pero más estrechos, los brazos del coloso reposaban con los puños cerrados a ambos lados del río y en uno de ellos el centro del mismo se abría formando una abertura circular de unos dos metros de diámetro perfectamente visible a pesar de las enredaderas y el musgo que la cubrían.
Los días de gloria de aquel gigante habían pasado hacía tiempo y sus otrora perfectamente esculpidos miembros habían desaparecido bajo la erosión o el musgo en muchos puntos, pero todavía conservaba parte de su gloria de antaño gracias a su colosal tamaño y los cinco jóvenes se alegraron de poder contemplar algo así. Aunque todavía les quedaba un obstáculo más por salvar y no para todos sería del todo sencillo.
Mientras que Sarah se limitaba a dejarse caer usando sus poderes para flotar suavemente hasta el suelo y su esposo la seguía saltando sobre las rocas que sobresalían aquí y allá entre la removida tierra de la pendiente, el resto del grupo lo hizo a su manera y con mucha más calma. Tanto Jessica como Álbert parecían bastante seguros de lo que hacían y no era un problema, pero para Atasha resultaba complicado mantener el equilibrio y las cosas no tardaron en complicársele.
Tras dar un mal paso, la tierra bajo su pies se deslizó con el peso de su cuerpo y esta se resbaló hacia delante a punto de caerse. Sin embargo, antes de que nada sucediese, la mano de Álbert la sujetó a tiempo cogiendo una de las suyas y la joven dejó escapar un sus piro de alivio al tiempo que lo miraba agradecida. O al menos así fue por unos segundos.
Antes de que este pudiese soltarla, Álbert notó un pequeño golpe en la espalda y tanto este como Atasha cayeron el uno sobre el otro rodando juntos colina abajo en un atropellado abrazo hasta caer justo a los pies de sus dos compañeros envueltos en una nube de polvo y tierra. La pendiente era empinada y habían caído bastante rápido, pero por fortuna la tierra era blanda y no habían sufrido daño alguno salvo por el evidente aturdimiento inicial tras rodar de aquella forma. Algo que las burlonas sonrisas de sus compañeros al mirarles pronto ayudarían a despejar.
Para sorpresa de ambos Atasha había caído sobre Álbert tras la caótica caída y esta se encontró mirando a su estómago nada más abrir los ojos. Esto la sorprendió bastante no solo por el echo de que ella misma estuviese abrazándolo con fuerza sino por que sus posiciones parecían haberse invertido mientras caían, pero no le dio mayor importancia y se enderezó apoyando ambas manos en el pecho de Álbert. Fue entonces cuando sí se dio cuenta del por que de las miradas de los demás.
Estaba sentada justo sobre el pecho de Álbert pero de espaldas a este, lo que dada su vestimenta suponía un pequeño problema ya que el rostro del joven había caído bajo su falda y esta se ruborizó al instante tratando de ponerse en pie. Pero ya no tuvo tiempo de hacerlo, Álbert se cansó de esperar a que se levantase y sus manos la cogieron por la cintura de pronto levantándola como si fuese una pluma para posarla a continuación sobre la hierba a su lado y sentarse también él.
-¿Estás bien?. –Preguntó procurando no mirarla para no empeorar la vergüenza que ya parecía sentir. –Lo siento, no esperaba caerme yo también.
-Sí… -Titubeó Atasha poniéndose poco a poco en pie con la mirada clavada en el suelo como de costumbre. –Muchas gracias, te caíste por mi culpa.
-No exactamente. –Respondió Álbert girándose de golpe hacia la colina para mirar a su hermana que bajaba tranquilamente deslizándose poco a poco con sus botas sobre la tierra suelta. –Tu peso no basta para hacerme caer, pero a alguien le pareció gracioso vernos rodar así.
-No seas mal pensado. –Negó su hermana llegando al fin abajo y deteniéndose junto a ambos procurando disimular la burlona sonrisa que asomaba en su rostro a cada momento. –Me tropecé y me apoyé en ti, creí que lo aguantarías.
-Ya. –Replicó nada convencido Álbert. –Lo que tú digas, como siempre.
Sin más explicaciones, Álbert reanudó la marcha hacia la entrada del templo y los demás lo siguieron tratando de olvidar la ridícula situación por la que este y Atasha acababan de pasar. Al cabo de unos minutos el grupo se encontraba al fin bajo la sombra del gigantesco brazo de aquel coloso y decidieron acampar allí hasta el día siguiente aprovechando el abrigo que la estatua les proporcionaba junto a la montaña.
Las provisiones que les había dado Agatha mientras bajaban del tren eran más que suficientes para varios días y en la mochila había incluso algunas ramas secas con las que encender un fuego, por lo que ni el frío ni la comida fue problema y cuando la noche los cubrió finalmente con su negro manto de sombras todos estaban ya listos para dormir apoyados en la pared de la montaña o los unos en los otros.
Esta vez no hubo discusiones al respecto, Atasha se tumbó junto a Jessica y Álbert dejando a la menor de los hermanos en medio una vez más y la joven pareja se acomodó en otro rincón apoyándose en un principio el uno en el hombro del otro. Algo que no duraría demasiado ya que Sarah parecía todavía un tanto molesta por el improvisado baño al que la había sometido su esposo y no tardó en alejarse de él con la excusa de que este todavía estaba mojado.
Jonathan sabía que el estado de sus ropas no tenía nada que ver con su comportamiento, pero también conocía el mal genio de la criatura con la que le había tocado compartir el resto de su vida y simplemente suspiró con resignación acomodándose por su cuenta en un rincón de la pared. Le habría sido fácil cargarla a través del río y sin duda le habría ahorrado aquella reacción, en realidad no podía negar que era agradable llevarla en sus brazos, pero tampoco podía evitar reírse al recordar su cara y su reacción cuando la había dejado caer y aquel carácter fuerte y a veces difícil de llevar era también una de las cosas que empezaba a apreciar de ella. Por peligroso que esto pudiese resultar para su propia vida.