IX
Cuando terminó de subir la cuesta, Arahe contempló desde allí una vez más el desfiladero. Y después prosiguió andando hacia las Grandes Montañas que tenía enfrente. El lugar donde antaño Henry había habitado durante largo tiempo. Cuando llegó a la falda de la primera montaña advirtió una senda en el suelo que se internaba entre una maleza de la izquierda. Nadie que no tuviera la sensibilidad de percepción que tenía Arahe hubiera podido reparar en aquel casi invisible sendero. Decidió seguirlo. Quizás estuviera allí Kaont. Se internó dejando a un lado la montaña y salió a una gran explanada entre las dos estribaciones enfilada en cuña hacia la parte más hundida del valle. Corrió por aquel valle, primero de forma más sencilla y luego, cuando el terreno se hundía más formando una uve cerrada, con bastante más dificultad. Enganchó después la base de la siguiente montaña y ascendió en una increíble cuesta arriba que se internaba de nuevo entre las dos siguientes formaciones rocosas. Allí la senda se hacía más clara y torcía a la derecha pegada a una de las montañas. El camino ahora estaba flanqueado por grandes árboles y abajo del todo, en el siguiente valle se escuchaban las turbulentas aguas de un río bajando hacia las llanuras que van a desembocar al mar.
Siguió la senda, cada vez mucho más clara, hasta que se unía a la cuerda de la montaña. Allí el aire soplaba frío y las extensas praderas sonaban con el paso del viento. Allí el camino se internaba de nuevo en el vientre de aquellas montañas para terminar desembocando en un antiguo circo glaciar. Allí se encontraba la casa de Kaont. Enfrente justo de ella, como si la pared del fondo de un inmenso escenario se hubiese roto caía lamiendo las rocas una ligera cascada que parecía deshilacharse al final del todo. Tenía la forma de una cola de caballo. Alrededor las grandes montañas grises parecían abrazar toda la escena. La tierra del suelo era fértil y sobre ella crecían numerosas plantas y flores, casi todas, en aquella época del año, amarillentas y soltando sus semillas. Algunos brotes de vegetación verde se enganchaban a la pared rodeando la cascada. A la derecha de la misma, allá en lo alto, a mitad de la pared más vertical de la montaña se encontraba la cabaña de Kaont.
Tardó dos horas en subir hasta allí. Cuando llegó vio oculto entre las rocas el monoplaza del servicio de inteligencia. Entró para informarle de que ya tenía la baisa. Si bien por fuera la cabaña de Kaont rezumaba austeridad y antigüismo, por dentro se llenaba de la última y mejor tecnología. Un soldado la paró y la interrogó. Una vez se hubo identificado la llevo por dentro de la cabaña hasta unas escaleras que descendían al interior de la montaña. Allí decenas de hombres trabajaban afanosamente en recopilar información, filtrarla y redactar informes que pasarían al final del todo por las manos de Kaont
Kaont, a la señal del soldado, cruzó la inmensa sala subterránea hasta donde se encontraba Arahe.
-Tú debes ser una de las discípulas de Theis, supongo.
-Sí señor.
-¿La tienes de verdad?
-Sí, aquí la traigo- Arahe sacó la baisa de su bolsa- tenemos que hacérsela llegar.
-Lo sé, pero de momento hay cosas más urgentes que hacer ya que no sabemos donde están. Han conseguido huir. Pero Daev ha desaparecido. Sus hombres le perdieron la pista por la noche mientras dormían. Creen que ha sido secuestrado por el Enemigo. Vamos a ir hasta allí para intentar su rescate con un importante numero de hombres. No podemos hacer otra cosa. Tendrás que venir con nosotros. Sía ya no es un lugar seguro, no de momento. Además vosotros sois una parte fundamental de la Venganza y no podemos permitir que te atrapen.
-no pienso ir con escolta- Farfulló Arahe- No me sentiría libre. Odio a los soldados
-la única escolta que te voy a poner soy yo, y eso no pienso discutirlo. Mantente todo el rato cerca de mí y si me pasara algo, tienes que reunirte con los demás Hijos de Prometeo.
Arahe puso mala cara, pero aceptó. No soportaba la idea de estar constantemente vigilada. Pero le tranquilizaba la idea de tener cerca a aquella persona. Kaont le confería tranquilidad y serenidad. Era calmado y su vez melódica. Al cabo de un tiempo no le importó estar al lado de aquel hombre, del que tanto aprendería y con el que tanto compartiría.
Unos días más tarde se fueron en los monoplazas hasta una explanada cerca de la costa oceánica más al norte. Allí habían montado el dispositivo militar y varios cruceros de combate esperaban la llegada de Kaont. Había hombres de Daev, todos los que se habían refugiado en las montañas tras la invasión ádahas y habían sido encontrados por los hombres de Daev que venían del planeta de los anillos exteriores. Pero la mayor parte de los hombres lo integraban las fuerzas especiales del servicio de inteligencia de los humanos. Hombres preparados para todo tipo de combate que sabían moverse por el universo haciéndose pasar por casi todo tipo de personas sin que los ádahas se enterasen. Había tres tipos. La Guardia, vestidos completamente de negro con un escudo amarillo en el hombro. Eran los únicos entrenados para combate en masa y no en pequeños grupos. Eran los reservados para las grandes guerras. También vestidos completamente de negro pero con un escudo azul estaban los Ingenieros. Se dedicaban a manipular todo tipo de naves, crear dispositivos de seguridad y evitar cualquier tipo de control defensivo. Normalmente abrían el camino para el grupo de Asalto, el tercero, también enteros de negro pero con el escudo rojo. Tremendamente letales con sus armas de pólvora a poderosas ráfagas de tres disparos. Sabían moverse en las sombras sin hacer ruido y un grupo de diez normalmente bastaba para desalojar un emplazamiento militar avanzado. Su terreno era el del enemigo, luchando sin ser vistos. Los tres grupos vestían además un pasamontañas negro que solamente les dejaba al descubierto los ojos. Siempre que entraban en acción o estaban con personas ajenas al cuerpo de inteligencia lo utilizaban. Todos estaban directamente supeditados a las órdenes de Kaont, él confiaba en ellos plenamente, y ellos confiaban en Kaont casi como un hijo confía en su padre. Había allí casi mil hombres vestidos así, y casi no cruzaban palabra con los hombres de Daev. Eran dos estilos de soldado completamente diferentes, que tardarían en aceptar la realidad obligada de tener que bailar bajo los mismo compases.
Con la mayor celeridad posible terminaron de subir el material y los víveres a los cruceros y partieron rumbo al planeta. Entonces entraron en juego los Ingenieros. Dieron las claves correctas para salir de Sía y camuflaron sus números de nave bajo valores numéricos que los acreditaban como cargueros de desperdicios. Pero dos naves salieron a cerciorarse. Aquello cruceros que en la pantalla de control eran cuadrados, como todas las naves de desperdicio eran cargueros de combate, y se dio la alarma. Solamente una docena de monoplazas de combate estaban preparados. Y allá salió la primera remesa. Pronto un número no muy superior de cazas de los hombres de Daev salieron a interceptarlos. Comenzó una rápida batalla donde los monoplazas y biplazas de combate se movían con precisión en el espacio. Veinte minutos después la maniobra de distracción había comenzado y los cazas volvían a los hangares. Algo más de dos días y un par de cambios de rumbo fueron suficientes para que los cargueros fueran dados como desaparecidos. El mérito fue de los Ingenieros quienes consiguieron mantener en los visores de los cruceros que les perseguían una posición “fantasma” de sus cargueros militares. Las naves de Kaont eran no solamente mucho más avanzadas en armamento que las de Daev, sino que mucho más rápidas y en la mitad de tiempo en que lo hicieran Daev y sus hombres, que además se vieron obligados a pasar controles y a detenerse para hacer escala.
Cuando llegaron al planeta era de noche. Los hombres que habían estado al otra vez con Daev indicaron a los pilotos cual era es sitio exacto y las naves descendieron algunos kilómetro más allá, cerca de la única concentración de agua del planeta. Bajó la primera nave, una pequeña de transporte de reconocimiento. Se posó suavemente sobre la tierra y la compuerta se abrió. Del interior salieron pequeños sonidos de voces. Escrutaban el exterior antes de salir. A un pequeño susurro diez hombres vestidos de negro completamente, con pasamontañas negros y armas de pólvora corrían de dos en dos de cobertura en cobertura moviéndose con sigilo entre las sombras. Después de unos minutos se comunicó por radio que el terreno estaba despejado. Entonces bajaron el resto de naves y el casi millar de hombres se movía de arriba abajo descargando el material y montando el campamento. Se erigieron seis torres de vigilancia por infrarrojos cargadas con ametralladoras pesadas de pólvora que lanzaban casi tres mil balas por minuto. Capaz de pulverizar a un ser humano en menos de tres segundos. Tremendamente letales.
Al día siguiente Kaont, con Arahe a su lado, empezaba a trazar el sistema de ataque para entrar en aquellos planetas y buscar a Daev. Era aquel plan, que no le convencía demasiado, o intentar contactar otra vez con ellos para un intercambio. Ninguna de las dos hizo falta. Dos noches más tarde una de las torretas avistó a alguien acercándose al asentamiento. El desconcierto fue total pues ninguno de los avanzados sistemas de detección que tenían habían detectado presencia alguna de naves. ¿Un habitante del planeta? Imposible, y si lo fuera, sería de ellos. El soldado que estaba de guardia por arriba recibió la orden de esperar al sujeto en el bosque y detenerlo. Una hora más tarde se confirmó que era Daev y se mandó al soldado que estaba de guardia al sistema de denfunción del campamento para que su cuerpo sin vida fuera incinerado.