Islandia

Tormenta de vapores castigan
la piel del orador, que sobre
cuatro cristales de colores
canta sus victorias con arrogante
vehemencia.

Y sin paciencia, lanzado al vacío
se encontró hasta su cabeza estampar
con el hermoso coral que simulaba
ser tu desnudo cuerpo.

El de las pecas contrastadas.
El del blanco cegador.

Pero el anciano de corazón arrugado
nos advierte al filo del ocaso.
Su dedo y tez descansan al raso,
gesto imperativo del silencio estorbador.

La tormenta de gigantes ya se acerca
y esta vez es de verdad.
Mis piropos en tus sesos susurran
hasta hacerte reventar.

Cóleras, demonios.
Y es que mi generoso dar
es sinónimo al que para ti
es antónimo de tus odios.

¿No es sino la forma
Lo que desean apreciar.?
No contengo coherencias
ni falsedades, ni mas que dar.

No se esperan que el sonido
detenga lo que para el poema
es un leve, gris
y triste final.
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