Habrás de ser tú el hombre que aguarde a los pies de mi cama. Creo que así debe ser dispuesto. Serás tú quien me dé la bienvenida tras decir adiós y me invite a emprender un nuevo comienzo. Serás tú quien me diga que no es una caída, ni un traspiés, sino que me encontraste dormido. Me despertarás.
Reencontraré entonces esa mano que a menudo, con una canción o un verso, se enreda en torno a mi pecho y sostiene mi corazón para que sea más consciente de mí mismo, del hecho de vivir. Porque esa mano está forjada de la luz de todos cuantos ya se han ido y puedo sentirla así, con una claridad evidente, cuando soy elevado por sensaciones que no requieren explicación.
Esa certeza mágica, atávica, que sacude la consciencia hasta lo más profundo y me hace temblar. Sintiendo sin pensar en nada. Y esa habrá de ser la forma.
Serás tú en lo que se convierta ese fantasma que vislumbro, a lo lejos, en la divisoria de la tierra y el cielo; en el pleno horizonte.