El pintor (capitulo 1)

Tenía un pequeño taller de pintura, diría mejor, un cuarto de trastos habilitado para él. Primeramente debió ser su sala de juegos, y más tarde evolucionó con los años hasta trasformarse en una especie de refugio muy particular. Su única ventana, angosta como la de un torreón, se abría sobre una calle de empedrado desigual y frente al edificio de pisos en donde yo vivía.

Recuerdo aquella estancia diminuta, de paredes mal pintadas y manchadas por la humedad, con una mesa desvencijada en la cual se apilaba todo un mundo variado y extraño de papeles, libros, tinteros, lápices y tubos de pintura al óleo. Por las paredes, en un caballete, y también en el suelo, se veían cuadros sin marco, paisajes en su mayoría, y algún que otro retrato, en los que solían predominar los tonos oscuros; no había atmósfera en ellos, demasiado cerrados en sí mismos, como pensativos. En algunos casos, por ejemplo, en el del cuadro que representaba a una ventana, parecía la propia ventana un objeto aparte de la pared, igual que si se mirase en ella, reflexionando acerca de si sería oportuno, o no, ir a ocupar su puesto allí.

En otro de sus cuadros se hacinaban las más diversas cosas -como en una repetición del espectáculo que ofrecía la desordenada mesa de trabajo-: una estufa negra y deforme, una silla... Aunque ahora me pregunto si mi memoria no me falla; hace años que no he vuelto a ver esos cuadros...

Luego estaba aquel de la escalera, un rellano, unos peldaños, la barandilla... Era, todo, un triunfo de rojos apagados, de azules cobalto y ultramar, de marrones obsesivos.

Me acuerdo de varios retratos suyos, el de su madre, decorado en intensos rojos bermellón, con la piel tratada en un amarillo suave, palidísimo, marfileño, imitando el desvaído color de los marchitos pétalos de las rosas, un inconsciente homenaje en el que la representaba primaria y sólida, como algo muy firme y seguro, el puerto al que acogerse, la mater, o mejor, matriarca, por excelencia...

El retrato de su tía Maria magistral. Sobre un fondo azul de tinta, azul prusia quizá, la figura transparente, rubia, de aquella señora, miraba a través de una ventana el paisaje sombrío, obscurecido, en el que apenas breves pinceladas amarillas componían un fugaz respiro...

Luego estaba ese en el que él mismo se representaba con algunos de sus amigos, tonos lilas y pardos, un fondo grisáceo, brochazos leves de un rosa ceniciento. Titulaba ese cuadro. "Amistad", y verdaderamente nunca he conocido a una persona que de la amistad hiciera culto, como él.

Por esa época, yo aún no había descubierto la pintura de los expresionistas y no podía comparar; más tarde, un día, muchísimo tiempo después, fue en un libro, que ya no recuerdo si me regalaron, compré yo mismo, o hallé en la biblioteca de la escuela, donde lo encontré.
Bueno, esta historia esta mucho más cuidada que la anterior que posteaste.
Va mucho más lenta, explicando todo con mucho más detalle, y espero que esta sea más larga que la otra, al menos por ahora eso cabe pensar...;)
Solo me queda la duda de quien narrará la historia, que no se sabe nada aun...:)
Salu2.
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