El Paraiso de los Sentidos (Novela larga - Primera parte Capitulo 1)

Hola voy a probar con mis historias, espero que les guste. Esto es un libro que estoy escribiendo:
EL PARAISO DE LOS SENTIDOS

Capitulo 1: Mirándole a los ojos

Rodolfo caminaba con lentitud por la gran vía madrileña acompañado de su fiel perro pastor. En todos estos años Runo no le había abandonado ni un segundo, siempre a la vera de su dueño con un ojo puesto en los rostros de las personas que se cruzaban en su camino y otro en guiar el paso de su querido amo. Rodolfo oía hablar a sus vecinos mientras marchaba a paso lánguido por la calle rumbo al hogar donde muchos años antes toda su familia le vio surgir de las entrañas de su madre con un signo especial que le marcaría de por vida. Runo adoraba ver la sonrisa de su dueño mientras escuchaba las historias de la señora Luisa, la del quinto derecha, que siempre se explayaba en contar las aventuras de su adorado hijo por las tierras de los infieles árabes donde fue mandado dado su cargo de honrado militar. A voces, como si quisiera que todo el barrio se enterase, le contaba a la señora Josefina, la del quinto izquierda, como el otro día su hijo Carlos se había encontrado una niña que maldecía a Dios a cada paso recordándole que por miserias no había venido al mundo. Al oír tales herejías Carlos, que heredó de su madre su cristiandad, no pudo más que azotar en plena calle a la niña que no le llegaba ni a la cintura, pero que por el hambre había aprendido a saber más de vida que todos los que en este mundo nacimos, en verdad, con un pan bajo el brazo. La señora Luisa se erguía en defender la actitud de su hijo afirmando que para maldecir a Dios hay que tener mucho valor y que cualquier cristiano que se precie actuaría como su hijo al ver a una pequeña pagana faltar el respeto a Nuestro Padre por sus propios pecados. Al mismo tiempo que se dilataba en defender la moral de su querido hijo, blasfemaba de aquellos que habían castigado a su pobre Carlos por decir verdades como puños y poner derechos a esos pecadores paganos. “Este país ya no es lo que era” acababa rumiando mientras se despedía de la señora Josefina que se mantenía callada en todo momento durante las charlas con su vecina, solo ungiendo su rostro para dictaminar como ciertas las alegaciones de la señora Luisa. Como Rodolfo no podía contemplar tales gestos, acabó por dictaminar que la señora Luisa tenía la manía de hablarle a las flores de su ventana para verlas crecer más y más felices, algo que muchos años antes él tomo como práctica en su abundante tiempo de soledad, así que no le parecía extraño ver que su vecina le hablara a las plantas.
Lo que más le costaba a Rodolfo en su camino de vuelta a casa era subir los angostos escalones de su piso, aunque el edificio donde vivía tenia siete plantas nadie, ni la señora Luisa, ni María la portera, ni el señor Antonio recién elegido presidente de la comunidad se habían molestado por iniciar los trámites para poner un ascensor en el edificio. En las reuniones de la comunidad, a las cuales Rodolfo nunca olvidaba faltar pues era el momento donde más podía conocer y hablar a sus vecinos, el señor Antonio se escudaba al oír el tema del ascensor diciendo que de presupuesto andaban algo cortos y que habría que renunciar a otras cosas como la antena para la televisión digital que estaban a punto de colocar para disfrutar de las grandes corridas de toros y de todo el fútbol. Ante tales explicaciones Rodolfo no podía hacer otra cosas más que callar pues cuando se oía la palabra ‘fútbol’ sus vecinos, sobre todo los hombres, agudizaban el silencio y se podía notar la respiración airosa y pronunciada de todos ellos caldeando poco a poco el ambiente.
Durante aquellas reuniones de la comunidad, que se alargaban hasta la madrugada pues el señor Antonio tenía la sana costumbre de invitar a tomar algo a todos sus vecinos, Runo permanecía en el descansillo afuera de la casa del señor Antonio ya que le tenía manía a ese perro ruidoso que no paraba de ladrar cada vez que oía algún sonido extraño. En realidad era Runo el que había cogido tirria a Antonio tras haberle prohibido a su dueño llevarlo a hacer sus necesidades al descampado de la esquina, pues dejaba un olor nauseabundo en el ambiente. A Runo le encantaba olisquear por los matorrales de aquel raso, ver como las verdes hierbas iban poco a poco creciendo hasta llegarle a suficiente altura como para poder aliviarle los picores de su barriga y así, cuando tales cosas se daban, tenía la costumbre de azuzarse entre las hierbas hasta que su blanco pelo tomaba un color verdoso que solo se quitaba en los baños que Rodolfo le solía dar cada miércoles. Cuando Runo tuvo que sacrificar su pequeño paraíso de hierbas por los nichos de tierra que se habilitaron para los animales en el parque de enfrente al edificio, odió al señor Antonio con todas sus fuerzas y cada vez que lo oía venir de la calle pegaba sonoros ladridos que hacían retumbar todas las paredes de la casa.
Era en esas sesiones vecinales las únicas horas en las que Rodolfo y Runo andaban separados. El fiel perro pastor esperaba ansioso tras la puerta de la casa olisqueando a través de la pequeña abertura que dejaba en su parte inferior aquella cancela de madera, desde ahí también notaba cuando se caldeaba el aire, para él ese era el momento en que su dueño se levantaba y abandonaba la reunión dejando al resto de vecinos en su particular verbena de comida y bebida. En ese momento, cuando oía el rugir de la puerta, cambiaba su pose posándose sobre sus patas traseras y aleteando su rabo de un lado a otro, Rodolfo sentía la actitud alegre de su fiel compañero y los malos aires de minutos antes se difuminaban lentamente.
?Vamos, querido amigo, seguiremos yendo a casa por las escaleras una temporada más. ?Y se iban juntos derechitos a descansar a su casa, como siempre hacia arriba pues no había nada más encima del hogar de Rodolfo, exceptuando un viejo trastero que hacía años nadie se había visto en la necesidad de rondar. Había tenido la escasa fortuna de acabar en la séptima planta, alejados de todos sus vecinos pues en la casa contigua no habitaba nadie desde hacía ya varios meses. En aquel tiempo el silencio se hacía rey absoluto de la casa cuando llegaba la noche, sólo interrumpido por el sonido de los televisores del balcón de enfrente. Rodolfo se tendía llegada la medianoche en su cama y encendía la radio esperando escuchar la voz familiar de la locutora que acompañaba el inicio de sus sueños. En la llegada de sus fantasías nocturnas, lo veía todo claro, el rostro alegre de sus vecinos, la luz de la mañana con la llegada del sol tras las montañas, el azul del cielo y de los mares, el suave pelo blanco de su fiel compañero Runo; todo le parecía tan hermoso que mientras soñaba deseaba que al despertar fuese exactamente como en sus sueños. Pero a la llegada de la mañana todo volvía a ser vacío y negro como siempre, no había luz en la mañana, ni el azul del cielo, ni el blanco del pelo de Runo, todo era oscuridad, sólo el manso resonar del ladrido de su fiel compañero le devolvía el pequeño halo de vida que perdía cada mañana cuando se despertaba y volvía a su cruda realidad.
Las mañanas eran tranquilas en la pequeña casa de Rodolfo, al levantarse solía poner la radio para escuchar como andaba el tiempo. Si tiraba a lluvia se solía poner un buen abrigo que le previniese del agua, si hacía buen tiempo salía airoso con alguno de sus chalecos veraniegos o con alguna de las camisas de manga corta que solían regalarle en las verbenas que se celebraban en el barrio. Antes de prepararse su desayuno le llevaba la comida a Runo que yacía aún descansando en el pequeño rincón que su dueño le había preparado para dormir en su cuarto. El viejo pastor comía siempre dos veces al día, una por la mañana y otra durante el mediodía, así se mantenía fuerte para guiar sin descanso a su dueño durante las largas horas del día. Mientras anduviese por casa Runo permanecía aletargado y es que los años no pasaban el balde y a cada día que pasaba se sentía más cansado como si las fuerzas poco a poco le abandonasen. Eran más de quince años los que este viejo pastor arrastraba sobre sus cabezas, llegó al lado de Rodolfo cuando este aún era un mocoso. En su décimo cumpleaños recibió de sus padres un regalo que nunca olvidaría, su fiel mascota que le acompañaría desde entonces siempre a su lado guiándole y dándole más cariño que cualquier ser humano. Aquel día de cumpleaños, Rodolfo pudo ver por primera vez el regalo que recibía, sentía el cariño que aquella oronda mascota le hacía, Runo tenía apenas tres meses cuando llegó a manos de su querido dueño, pero ya entonces aleteaba su cola con alegría y fruncía su rostro mientras esperaba las suaves caricias de sus amos.
? ¡Fíjate, te mueve la cola eso es que le has caído bien! ?Le decía su padre mientras toda la familia contemplaba la especial relación que comenzaba a nacer entre Runo y Rodolfo.
?Lo sé papá, lo veo ?Aseguró Rodolfo ante lo cual sus padres no alcanzaron más que a sonreírse y abrazarse porque por primera vez desde que lo vieron nacer pudieron sentir un atisbo de felicidad en el rostro de su hijo.
Desde entonces la estrecha amistad entre Runo y Rodolfo se fue fortaleciendo cada día que pasaba. Sus padres veían como su hijo poco a poco iba abandonando las escasas amistades que aún tenía concentrando su cariño en aquella bola de pelo blanco que iba creciendo más y más hasta convertirse en un magistral ejemplar de perro pastor. Hasta el día que por primera vez estando junto a su querida mascota Rodolfo se sintió más solo que nunca. Fue una tarde de otoño, cuando el sol aguardaba su despedida, el pequeño mocoso que en su décimo cumpleaños recibió el mayor regalo que recordaría en toda su vida se había convertido en un espléndido muchacho con los cabellos oscuros, el cuerpo lánguido pero esbelto y el rostro rojizo con los mofletes hinchados; había aprendido a vivir acompañado en su soledad por su fiel amigo Runo que le vigilaba a todas horas caminando a su lado protegiéndole con sus ojos de todos aquellos peligros que él no podía ver. Rodolfo aguardaba tras la despedida del sol la llegada de sus amados padres, jugueteando en el suelo, leyendo con sus manos los cuentos que su madre le traía de la biblioteca donde trabajaba, impaciente y tembloroso, sabiendo que a cada minuto que pasaba eran menos los que faltaban para su regreso. Pero aquella tarde de otoño los segundos se convirtieron en minutos y estos en horas, pues cuando el sol fue dando su paso a las estrellas y la luna, nadie regresó. A la mañana siguiente, cuando aún el pequeño muchacho esperaba ansioso el retorno de sus padres, pensando que quizás había contado mal las horas, que aquella tarde de juego con Runo fue más corta de lo que en realidad predijo, recibió la inesperada llegada de la tía Angustias, cuyas visitas se contaban en fechas testimoniales como Navidad o Semana Santa. Había llegado el momento de que aquel pequeño niño se convirtiera en hombre de la forma más cruel que la vida nos podía otorgar. En un instante todo su mundo cambió, en los segundos que su tía le comunicaba la muerte de sus padres, en un accidente de coche cuando regresaban como cada tarde a la vera de su querido hijo, el resto de detalles ni siquiera llegaron al oído de Rodolfo porque en el momento que escuchó el trágico hecho todo lo que le rodeaba se derrumbó y se sintió más solo que nunca. A pesar de los cariños de Runo que revoloteaba entre las piernas de su amo, aquel pequeño muchacho se hundió en su miseria, en la desgracia de no poder ver la realidad, de no poder haber visto el rostro de sus padres, la felicidad de contemplarlo crecer o los llantos de su tía Angustias cuando observaba como su sobrino quedaba segado por su pena, ni siquiera a Runo con su suave pelo blanco, sus orejas puntiagudas y su revoltoso rabo, todo ante sus ojos se mostraba oscuro y vacío como los sentimientos que en ese momento albergaba en su corazón. Y quiso en ese momento soñar para siempre, acompañando a sus padres, en un mundo donde podría admirar la belleza y la fealdad, la alegría y la tristeza, el amor y el odio. Todo volvería a tener sentido para él en ese maravilloso paraíso donde todos sus sentidos andaban despiertos y vivos como nunca antes.
Pasaron meses hasta que Rodolfo volvió a ser un leve resquicio del joven que siempre fue, en todo ese tiempo permaneció aislado tras los muros de su hogar acompañado de su tía Angustias que tras la muerte de sus padres se trasladó a su casa para cuidar de su sobrino. Durante el periodo que le duró su pena pasaba las horas ensimismado en sus sueños, abrazado al peludo cuello de su fiel Runo, llorando cuando no le oían, viajando por mundos imaginarios donde le acompañaba la felicidad, sus padres, su perro Runo y, ante todo, el maravilloso placer de contemplar toda la belleza de lo que le rodeaba. En su pequeño paraíso imaginario volvió a sentir la alegría en su corazón y todo lo que le quedaba era desear que algún día sus sueños se hiciesen realidad.
Los años sucedían cada vez más rápido y Rodolfo crecía cada vez más tímido y retraído, nadie sabía lo que pasaba por la cabeza de aquel niño que acontecía las horas rodeado del poco afecto que le daba su perro Runo. Su tía Angustias ya no sabía que hacer pues en cada acercamiento que intentaba dar a su sobrino se encontraba con un muro infranqueable de rechazo y desconcierto. Un día como otro cualquiera, se acercó en silencio a la habitación de Rodolfo deslizó suavemente la puerta para evitar que éste la oyera entrar, el muchacho yacía inerte en su cama como si la vida le hubiese abandonado. Angustias sobresaltada abrió la puerta de un golpe y fue corriendo a socorrer a su sobrino que parecía haber caído en trance, le agarró y le agitó hasta que Rodolfo abrió los ojos.
? ¿Estás bien hijo? ?le gritó alterada
?Sí tía, estaba soñando.
? ¡Uf! Qué susto me has dado pensé que te había pasado algo. Y ¿con qué soñabas si me lo quieres decir?
?Con mis padres, soñaba que estaba con ellos y podía verlos, contemplar la belleza de mi madre mirándome a los ojos, y como mi padre observaba a cada instante la sensual sonrisa de ella, el rizo de su pelo rubio, el verde intenso de sus ojos, la mansa expresión en el rostro de mi padre. Y cuando cerraba los ojos sentía todo el amor que me daban y seguía viendo su felicidad estando ahí a mi lado.
Desde aquel momento Angustias no volvió a temer cuando veía a su sobrino pasando tarde tras tarde cobijado en su habitación, pues sabía que en ese momento aquel chiquillo que nació con la tragedia de no poder ver lo que le rodeaba era feliz soñando que era capaz de admirar todo lo que sus ojos no le permitían observar. Y así, entre sueños y la cruel realidad, Rodolfo creció y se convirtió en aquel hombre que iba y venía por las callejuelas madrileñas escuchando las historias de sus vecinos acompañado de su inseparable compañero Runo.
CONTINUARÁ...
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