Habían pasado tantas cosas desde que salió de Aucus hacia Ol. Todavía se acordaba del momento en el que su padre le dijo que iban a ir a la capital de Tirya y que iban a poder ver el torneo. Por supuesto, Allen también estaba allí, pues su amigo pasaba más tiempo en casa de Karib que en la suya propia.
Sin padres, Allen había pasado muchos malos momentos hasta que, junto con sus abuelos llegó, de muy joven, a Aucus. Allí se instalaron hasta la muerte de los cuidadores del muchacho. Por suerte para él, había hecho una gran amistad con Karib y nunca estaba completamente solo. Los padres del muchacho querían a Allen casi como un hijo propio, y lo demostraban con cada acto que hacían hacia el muchacho.
Pero esa era la primera vez que podían ir a Ol. Su padre era comerciante de telas, y todas las fiestas de la Luna se dirigía a Ol acompañando a una pequeña caravana. Ese año, sin embargo, decidió no ir solo, sino acompañado por su familia.
¿Fue esa una buena decisión? ¿Debía Karib haber ido a Ol con sus padres? Apenas tres días después de la excitante llegada a las puertas de la majestuosa ciudad, un suceso había cambiado toda su vida en un abrir y cerrar de ojos. En una explosión provocada por Dinas, toda su familia y sus seres queridos habían desaparecido. Y él se encontraba solo. Nunca antes en su vida había tenido esa sensación, y menos desde que conoció a Allen.
Todavía recordaba sus largos paseos hasta el alcázar de Dulain y su impresionante palacio sobre una gran cascada que parecía ser una columna de agua, sus aventuras por el bosque y sus correrías en los montes cercanos. No habían salido de las inmediaciones del pueblo, pero para ellos era más que suficiente estando el uno con el otro.
Una enrome tristeza recorrió todo el cuerpo del muchacho que empezó a soltar unas solitarias lágrimas que caían lentamente por sus mejillas apretadas contra las rodillas. Intentó no sollozar ni hacer ruido, y contuvo las lágrimas como pudo.
Una larga caravana de por lo menos quince o dieciséis carromatos se extendía a lo largo de la entrada de Aucus. Todas eran prácticamente iguales, pero Karib podía distinguir perfectamente cuál era la suya. Blanca y con suelo de madera de color oscuro tenía una de las ruedas ligeramente doblada, y lo utilizaba como señal para no entrar en la de otro comerciante. Cerca de una veintena de hombres armados custodiarían la caravana en el trayecto hacia su destino para evitar posibles ataques sorpresa de bandidos o bestias salvajes. Por último, una larga fila de caballos eran colocados en los carros de los que tirarían durante día tras día hasta llegar a Ol.
La primera carreta se puso en marcha antes del amanecer. La aldea entera estaba ya despierta y preparada para el trabajo de cada día, sin embargo, aquella mañana sería distinta para él. Se disponía a marchar hacia Ol. Ni más ni menos que la capital de todo el reino, donde todo era posible y la gente llegaba a ser famosa. Estaba tan emocionado que aquella noche apenas había podido dormir. Iba con su amigo Allen y su familia; su madre Aadala y su padre, Karion.
El camino que les esperaba era muy largo. Casi dos semanas de viaje que culminarían a los pies de los montes de Ol, cuna del río Elo. Por suerte para ellos, todo el terreno hasta la mítica ciudad era una planicie sin apenas ningún relieve que hiciese la marcha más lenta. En su camino pasarían por pueblos como Darenie o Musso, conocidos por el tráfico de comercio que por allí hay.
Para mejor suerte, el día, conforme aparecía el sol en el horizonte, se veía más y más radiante, como si hubiese estado esperando a su salida para darles la despedida con todo su esplendor.
Pronto dejaron atrás las pequeñas casas de barro y los tejos de paja que caracterizaban Aucus y se internaron de lleno en la amarillenta pradera. El camino se hacía a veces monótono, y los jóvenes que viajaban en la caravana junto a ellos salían a jugar alrededor del sendero que seguían. Eran los hijos de los comerciantes que acompañaban a su padre en el viaje de comercio, y algunos no eran de Aucus. Muchos venían de pueblos cercanos o incluso de la propia Ol. Éstos contaban a sus nuevos amigos las aventuras y desventuras de sus vivencias en las calles de la ciudad sin olvidarse de algún que otro detalle inventado, como lo eran los inmensos dragones que custodiaban el castillo o los terribles encapuchados de ojos rojos y garras que acechaban a los niños a partir de la caída del sol. Por supuesto, todos los muchachos quedaban con la boca abierta al escuchar estas historietas y se impacientaban más y más con la llegada a los muros que guardaban la ciudad de Tirya.
Aquel día no pararon para comer, así que, al llegar la noche habían recorrido un largo tramo. Según su padre, iban muy adelantados a sus planes. Podrían llegar un día antes de lo previsto si la marcha continuaba así.
La noche era lo que más esperaban los más jóvenes del campamento, pues, a la luz de las hogueras contaban historias de miedo separados de los mayores. Éstos, por su parte, comían tranquilamente mientras los contratados para guardarles de posibles bándalos hacían la guardia nocturna. Poco después todos o casi todos dormían junto al fuego o en las carretas.
Esta rutina se repitió uno y otro día durante cerca de una semana, tiempo que tardaron en llegar al primero de los pueblos importantes, Darenie. Llegaron antes del atardecer del séptimo día de viaje y decidieron por casi unanimidad descansar en las posadas que ofrecía el pueblo pues las mujeres decidieron que era hora de bañar a los niños y de paso a los mayores también. Ese último apunte no recayó demasiado bien en los comerciantes, y menos aún en los hijos de éstos, pero no tuvieron más remedio que aceptar las órdenes de las mujeres.
Esa noche fue corta y tranquila para Karib y Allen que echaban de menos sus cómodas camas de paja y que empezaban a tener algunas rozaduras de dormir casi en el mismo suelo. El sueño fue profundo y reconfortante y la mañana siguiente partieron de nuevo un par de horas antes del amanecer. Esa segunda parte del viaje terminaría dos días después en Musso donde realizaron la misma parada que en Darenie, pero, para suerte de los hombres, sin obligación de ducha. Llevaban definitivamente un día de adelanto, lo que quería decir que en apenas cuatro días más llegarían a la ciudad del Ol.
Aquella noche Karib y Allen no estaban para nada cansados pues se habían llevado todo el día descansando en su carreta debido a una aparatosa y ridícula caída de un caballo cuando intentaron probar a ver que tal sabían montar. Por supuesto no duraron apenas un minuto ya que en cuanto el animal notó la presencia de algo afilado que se le clavaba en su costado se encabritó y tiró al suelo a sus jinetes. Ese objeto puntiagudo resultó ser la espada corta de Karib que sobresalía de su vaina enganchada en su cinturón. Por suerte para ellos nada les pasó, pero la regañina que obtuvieron por su “alocado acto sin conocimiento”, como fue calificado, resultó ser mucho más dura de la que ellos mismos se esperaban. El resultado final fue un tranquilo día en la carreta y sin historias de miedo por la noche.
Pero aquella noche no durmieron a la intemperie, sino que descansaron en una posada de Musso lo que trajo como consecuencia el fin de su castigo injustificado. Los dos amigos se dirigieron a las afueras del pueblo y allí se tumbaron tranquilamente a contemplar las estrellas una noche más, como solían hacer. Su charla fue larga y entretenida, y, en más de una ocasión, sacaron las espadas y hicieron alguna que otra pirueta. Por supuesto Karib era el que acababa mal parado.
La luna estaba casi en cuarto creciente, preparándose para las fiestas de la Luna, en Ol, que empezarían dentro de cinco días y su luz azulada bañaba toda la pradera que les rodeaba. A su lado, el río Elo, que habían estado siguiendo desde su partida, en Aucus, brillaba y reflejaba la luz. Parecía un río de plata.
Karib se sentía feliz. Era feliz. Estaba cumpliendo uno de sus mayores deseos, visitar Ol. Y no sólo iba a ir a la ciudad, sino que estaba viendo todo el reino de Tirya junto a sus seres queridos; su familia, y Allen. Éste último también era feliz. Feliz de estar con una nueva familia y de tener a su mejor amigo a su lado.
Realmente eran más que amigos. Eran como hermanos de sangre. No había secretos para ninguno de los dos, aunque la cabezonería de Allen a veces les llevaba a discutir, pero, qué clase de hermanos no discute. Para Karib, Allen era fuerte, pero ingenuo, valiente en exceso y demasiado impulsivo. Muchas veces se había metido en problemas, nunca serios, por obedecer a su primer pensamiento. Por el otro lado, Allen veía a Karib como un oponente fácil de vencer, un idealista sin remedio y un gran amigo. Sabía pensar y hallar la solución a los problemas en los que se metían, con demasiada facilidad, por lo que le tenía mucho respeto, aunque a veces no se lo mostrase. Es más, un guerrero como él no puede dejar ver que le tiene respeto a nadie pues eso podría traerle serios problemas.
Cada uno tan distinto pero siempre juntos.
Hasta que llegaron a Ol.
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siento q sea tan largo, pero es importante tener unos pequeños datos de este capítulo.
A ver si sois lo suficiente avispados para cogerlos ( son obvios, amos )
xDD
nos e ves y ojo con lo q se acerce ( jos, esto parece un culebron xD )