Es de un medio tan parcial como el ABC, pero lo pongo porque salio el hilo de Egiguren hablanco con Batasuna..
El 11 de diciembre de 1998, un vehículo de la Guardia Civil esperaba en el peaje de la A-1 para abrir paso a cuatro representantes de Herri Batasuna hasta un chalé de la comarca de Juarros (Burgos). Cinco minutos después llegaban los tres enviados de José María Aznar. El Ejecutivo del PP admitió este contacto sólo indirectamente, sin citar las siglas de HB. Así transcurrió esa reunión casi desconocida.
El PP ha recrudecido esta semana sus emplazamientos al Gobierno del PSOE para que aclare o desmienta si tiene algún tipo de línea de comunicación abierta con Batasuna. Sin embargo, aún no está muy lejos en el tiempo el día en que una representación del Ejecutivo de José María Aznar se sentó con representantes de Herri Batasuna. Ocurrió el 11 de diciembre de 1998, y sobre aquella cita se ha escrito muy poco: en su momento, porque el proceso abierto obligaba a la discreción; después, quizás porque aquel contacto ha quedado como un hecho absolutamente extraño en la reciente historia de Euskal Herria. De hecho, apenas pasaron cuatro años desde entonces hasta que el mismo Gobierno Aznar decidió ilegalizar a Batasuna. GARA ha accedido ahora a numerosos detalles sobre cómo se produjo aquella cita histórica.
En torno a la mesa se sentaron aquella tarde de otoño ocho personas. Por la parte estatal acudieron el secretario general de la Presidencia, Francisco Javier Zarzalejos; el secretario de Estado para la Seguridad, Ricardo Martí Fluxá; y el sociólogo y asesor personal de Aznar en este terreno Pedro Arriola. Nada más sentarse en la sala de estar del chalé _un sitio vallado y muy discreto, dispuesto por el Gobierno español para este contacto secreto_, los tres interlocutores quisieron dejar claro que no representaban a todo el Ejecutivo español, sino que eran enviados personales de José María Aznar. El presidente español había anunciado cinco semanas antes, el 3 de noviembre, que «he autorizado contactos» con un sector que no definía ya como «entorno de ETA», sino como «MLNV».
zarzalejos y arriola
En representación de Herri Batasuna acudieron dos de los principales representantes de la Mesa Nacional _Arnaldo Otegi y Pernando Barrena_, acompañados por el secretario general de LAB, Rafa Díez Usabia- ga, y por el abogado y entonces parlamentario en Gasteiz Iñigo Iruin. Estos dos últimos aportaban un importante plus de experiencia tras haber participado en procesos de conversacio- nes como el realizado en Argel entre el Gobierno de Felipe González y ETA.
Había una octava persona en esa mesa. Se trataba de un mediador de evidente relevancia social que se encargaría de engrasar las intervenciones y establecer el acta de la reunión.
No hubo reproches mutuos. Al contrario, desde el principio se hizo patente el interés de los enviados de Aznar por atraer la confianza de sus interlocutores a través de un lenguaje muy desenfadado en el que no faltaban las descalificaciones a terceros. La voz cantante del «equipo de la tregua» (terminología aplicada por el presidente español a esa terna de confianza) la llevaron Zarzalejos y Arriola, con dos estilos muy diferentes. El primero, natural de Bilbo y estrechamente ligado a Aznar en el staff jerárquico gubernamental, trazó un discurso más ortodoxo y exigente, centrado en recalcar cuestiones como la de que el presidente español había decidido enviarles a esa reunión con el único objetivo de confirmar si la tregua abierta por ETA en setiembre podía convertirse en definitiva. A su lado, Ricardo Martí Fluxá, un diplomático aupado a «número dos» del Ministerio de Interior, permanecía casi mudo. Y Arriola _el participante inesperado_ponía la nota heretodoxa desde su peculiar perfil de sociólogo y demostraba estar muy informado de la escena política vasca.
Arriola _andaluz con antepasados vascos y marido de la ex ministra Celia Villalobos_ fue quien más empeño puso en trazar un discurso cercano al de los interlocutores. Para dejar constancia de su conocimiento de la situación, comenzó apuntando que sabía que HB había reunido a su dirección apenas unos días antes en la casa de cultura de Elorrio, «ésa que lleva mi apellido». Y se recuerda que hizo además visibles esfuerzos por emplear la terminología habitual de la izquierda abertzale sobre el conflicto, mucho más extraña para Zarzalejos y Martí Fluxá.
Dos discursos sin conexion
En el otro lado de la mesa fueron Arnaldo Otegi y Rafa Díez quienes intervinieron con más profusión. Aprovecharon la oportunidad para abordar las cuestiones políticas pendientes con un criterio previo: HB consideraba, como hoy Batasuna, que al Estado español no le corresponde más papel que el de respetar las decisiones que se adopten en Euskal Herria.
Así, la delegación de la formación abertzale puso sobre la mesa cuestiones como la territorialidad o el derecho a decidir. Ello hizo que la reunión se prolongara durante casi tres horas en que las respuestas de los interlocutores a estas cuestiones fueron muy escasas. Los representantes de Aznar ha- bían acudido al parecer prácticamente con el único encargo de confirmar el alcance de la suspensión de acciones armadas de ETA. Para entonces, casi tres meses después, el PPparecía haber caído ya en la cuenta de que aquello era algo más que una «tregua-trampa», como la habían definido de entrada.
A este respecto, los representantes de HB no pudieron sino recordar lo que venían manifestando reiteradamente en sus comparecencias públicas: que para saber cuál es la disposición de ETA había que hablar con ETA. El Gobierno español no lo hizo hasta casi seis meses después. Este «equipo de la tregua» de Aznar se encargó también de ello.
La reunión finalizó con un resumen satisfactorio por parte del moderador y con el intercambio de algún teléfono privado para facilitar futuros contactos. Pero el Gobierno del PPnunca más habló con HB.
aznar evito reconocerlo
En realidad, no hubo punto de conexión posible. El Gobierno español sólo quería saber qué haría ETA, e intentó implicar a HB en esa rueda sin lograrlo. Y a Aznar le sobraba la discusión política, el único terreno en el que HBiba a entrar.
Hubo otro segundo punto de discrepancia. En la reunión se estableció que el Gobierno de Aznar debería revelar que se había producido ese contacto. Sin embargo, lo único que hizo una semana después, tras el Consejo de Ministros, fue explicar que había mantenido «contactos significativos» _sin precisar más_ de los que concluía, en palabras del portavoz Josep Piqué, que «la tregua de ETA puede consolidarse como cese definitivo de la violencia».
Así las cosas, HB decidió tomar la palabra. En una rueda de prensa en Iruñea el 22 de diciembre, cuatro días más tarde de esta declaración genérica del Gobierno del PP, los cuatro participantes en la reunión de Juarros explicaron públicamente que habían mantenido un «contacto oficial» con el Ejecutivo, en el que advertía, según precisó, «una voluntad provocadora y muy lejana a los objetivos de alcanzar la paz».
Otegi, Barrena, Díez e Iruin denunciaron «la hipocresía con que el Gobierno español gestiona esta nueva situación», y le acusaron en concreto de «impregnar a la sociedad vasca y española de unas expectativas no acordes a la propia actuación del Ejecutivo español».
Aunque algunos detalles de la reunión se filtraron, José María Aznar nunca admitió de forma expresa y clara la celebración de esta cita con Herri Batasuna. También fue significativa la forma en que confirmó la existencia de la reunión con ETA de mayo del 1999. Cuando un periodista le preguntó sobre una información aparecida al respecto, Aznar dijo:«Si lo que usted me pregunta es si como consecuencia de la autorización pública que hice el 3 de noviembre para que representan- tes del presidente del Gobierno constataran la voluntad de ETA de abandonar las armas se ha producido un contacto, reunión o entrevista, le digo que sí».
Quedaba en evidencia la incomodidad de Aznar por tener que sentarse con la izquierda abertzale. Ahora, los dirigentes del PP emplazan al PSOE y a su Gobierno a que no hablen. Pero el PP lo hizo: en mayo de 1999, con ETA en algún punto de Europa; y el 11 de diciembre de 1998, con HBen Burgos. -
IRUÑEA
Descolocados por el esquema de Lizarra y mudos ante las criticas
Quienes estuvieron presentes cuentan que el tono de la reunión fue tan correcto y frío como el escenario: una villa a las afueras de una de las localidades de la comarca de Juarros con una mesa de apenas tres metros de largo y uno de ancho en torno a la que se sentaron los ocho interlocutores. No hubo cordialidad en los saludos ni «apartes» para conversaciones personales más informales. Tampoco había mobiliario ni se dispuso nada sobre la mesa. Sólo a solicitud de uno de los representantes de HB alguien acabó trayendo agua.
La representación del Gobierno del PP abrió el fuego dialéctico. Francisco Javier Zarzalejos trató de enmarcar la conversación, en el fondo y en la forma: el Ejecutivo admitía que había un nuevo escenario político fruto del Acuerdo de Lizarra-Garazi y la tregua de ETA, y quería hablar con HB sobre el papel de la organización armada en ese nuevo escenario. Este esquema abocaba a la reunión a un punto imposible, ya que los cuatro enviados de la formación abertzale, por boca de Arnaldo Otegi, recalcaron que no estaban dispuestos a jugar la función que se les pedía.
Fue Pedro Arriola quien se encargó de reconducir la conversación e impedir que la reunión terminara antes de tiempo. En un tono calmado y cercano, muy diferente al de Zarzalejos _calificado de arrogante por sus interlocutores_, el sociólogo dejó claro que el Gobierno aceptaba la existencia de dos ámbitos de interlocución: uno con HB y otro con ETA, y que éste segundo se abriría en su momento. E incidió en que al margen de esta cuestión querían saber la opinión de la formación abertzale sobre Lizarra, la incipiente asamblea de municipios vascos... Y apostilló que la reunión no debía considerarse como una mera «toma de temperatura», sino como algo más: el inicio de un proceso «serio» para «ir ganando confianza».
Los representantes de Aznar no se recataron a la hora de admitir que el esquema de Lizarra-Garazi les descolocaba. Y preguntaron, de forma más concreta, cómo había que interpretar la afirmación de que la tregua de ETA «no se dirige al Gobierno español».
HB, por su parte, intentó convencer a la representación estatal de que efectivamente había «una oportunidad histórica para respon- der de forma definitiva a un conflicto histórico». Añadió que estaba dispuesta a hablar sobre eso con el Gobierno de Madrid, el PP y el PSOE, al igual que lo hacía con partidos, sindicatos, organizaciones sociales, empresariales... Planteó incluso conformar una agenda de temas sobre el conflicto y sus claves de resolución de cara a una eventual segunda reunión.
El discurso del Gobierno español, que había empezado con ímpetu a través de Zarzalejos, fue decayendo paulatinamente. En los últimos minutos, Otegi y Díez intensificaron las críticas sobre aspectos puntuales como el mantenimiento de la política penitenciaria o las acciones del juez Garzón. Personalizaron toda esta batería en la figura de Jaime Mayor Oreja, a la sazón ministro del Interior. En este punto, y de forma sorprendente para los representantes abertzales, ni Zarzalejos ni Arriola ni Martí Fluxá tomaron la palabra para sacar la cara a Mayor Oreja. Sólo Zarzalejos alegó que «en España puede ser más fácil asumir la independencia de Euskal Herria que la amnistía». El resto de preguntas quedó flotando en el aire.
No hubo partida de mus
El anecdotario de este tipo de citas tan inhabituales resulta siempre rico. Cuentan, por ejemplo, que la Guardia Civil se extendió en todo tipo de muestras de amabilidad hacia los enviados abertzales. Un Nissan acudió al peaje de la A-1 entre Gasteiz y Burgos, punto de cita, para despejar el camino hasta la casa de Juarros a los cuatro representantes vascos. Estos, claro está, acudieron también acompañados de gente de confianza que esperó pacientemente en el exterior del discretísimo chalé. Como quiera que la reunión tenía visos de prolongarse, varios guardias civiles _los escoltas que, de paisano, acompañaban a los tres delegados de Aznar_ se acercaron hasta los abertzales para proponerles aligerar la tarde jugando una partida de mus. Un veterano militante de LAB que había acudido conduciendo uno de los vehículos excusó la oferta en el mismo tono amable. En aquella tarde, desde luego, nadie diría que allí se ha- bían citado dos bandos enfrentados. Pero ni dentro ni fuera del chalé de Burgos hubo partida de mus.
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