Garzón es capaz de absolutamente cualquier cosa en su enloquecida carrera hacia el Nobel de la paz, que lleva persiguiendo al menos desde hace diez años. Y para ello no ha dudado en ser el protagonista de alguno de los sumarios más chapuceros de historia de la judicatura española, todo con tal de salir en los medios y crearse un aura de justiciero sin tacha.
Luego claro, llega la sala cuarta del tribunal supremo cuando los afectados recurren sus sentencias y se echan las manos a la cabeza de cómo este juez-estrella basa sus sumarios en aire, invenciones paranoicas y absolutamente ninguna prueba, así han tenido las movidas que han tenido entre ellos. Garzón es la antítesis de lo que debería ser un juez: imparcial, riguroso, meticuloso y respetuoso de las leyes que se supone debe defender. En definitiva, es un auténtico payaso.
Ojo, y yo habría sido el primero en alegrarme si hubiera logrado encausar a Pinochet, pero una cosa no quita la otra. Por cierto, que en ese caso y por una vez Aznar no fue el culpable de que no se llevase a término, fueron los británicos quienes le pusieron en el avión y le enviaron a su casita. No me cabe duda de que Aznar habría hablado largo y tendido con Tony Blair para ver cómo podían quitarse ambos ese marrón de encima, que ninguno de los dos quería, pero en cualquier caso la decisión final estaba en manos de los británicos, que a fin de cuentas el bigotudo de Valladolid tampoco pinchaba ni cortaba tanto en Europa como nos quería vender.