Despertaba la mañana en aquel pequeño pueblo, como cada dia teñida del palido fulgor de la luz del alba, y sus pequeños habitantes se ponian, dispuestos pero cansinos todavia, a sus quehaceres.
Dos personajes tiraban de un carro camino del mercado mientras se jactaban de lo importante que era su tarea, pues eran ellos quienes transportaban cada dia tan pesada carga.
Cruzaronse entonces con una bella dama que, al oirlos, intercedió malhumorada. Pues ciertamente los retaba de si no era ella la mas valiosa por recoger la cosecha que a todos alimentaba.
Hasta el pueblo llegaron los reproches y pronto todos se reunieron allí discutiendo acaloradamente.
El farolero que mantenia las luces encendidad para que todos pudieran ver; la panadera que transformaba la harina de la labranza en pan para alimentarlos ; el barrendero que limpiaba los desperdicios...
El alcalde , que habia oido la algarabia se aproximó despacio y , apaciguando sofocones, dijo que todos eran importantes a su modo, pero si acaso el era el valor mas necesario, pues los gobernaba a todos y coordinaba sus esfuerzos.
Todos ellos charlaban y discutian a la sombra de un arbol acaloradamente hasta que una voz, pausadamente les interrumpió, mudos se quedaron pues el mismo arbol parecia que les hablara.
"Soy la la esencia de la tierra" les dijo, "Soy la fuente que os da la vida, la que no podeis ver, la que trabaja todo el dia en haceros ser. No podeis comprenderme ni encontrarme sabreis, pero todos vuestra vida me debeis"
Así hablo el Alma. Y los ojos , la boca, el estomago, los pies... Todos a la vez, callaron y volvieron a su ser. Hasta el cerebro, que a punto estuvo de intervenir, calló en aquel instante, sin saber que decir.