Se preguntaba hace algunas semanas Federico Steinberg, investigador principal del Instituto Elcano, sobre las razones que invitaban a creer en la Comisión Europea y sus dos socios: el FMI y el BCE. Y recordaba que hace apenas un año la ‘troika’ (en marzo de 2012) sostenía sin rubor que la quita aprobada sobre la deuda griega era “única e irrepetible”.
Como se ha podido observar tras el caso de Chipre (que representa apenas el 0,2% de la eurozona), nada más lejos de la realidad. Y no sólamente por el hecho de que su palabra comience a ser lo más parecido a cero tras la recficaciòn de ayer del Eurogrupo, sino porque se observa una ausencia total de hoja de ruta coherente y global. Ni Grecia ha sido un ‘caso único e irrepetible’, ni Chipre, como se afana en repetir ahora la troika, es un ‘caso especial’. Europa -ésta Europa, no la de los padres fundadores- se sigue edificando sobre mentiras. O medias verdades, como se prefiera. Quienes pagarán la orgía financiera en la que ha vivido la remota isla del mediterráneo (apenas poco más grande que la provincia de Madrid incluyendo la zona turca) serán los depositantes de más cien mil euros (si no hay nuevos cambios). Pero no sólo ellos, sino el conjunto la UE, que ha vuelto a quebrar uno de sus principios fundamentales: la libertad en el movimiento de capitales. Ya lo hizo anteriormente con el nombramiento a dedo de dos primeros ministros.
Europa -ésta Europa, no la de los padres fundadores- se sigue edificando sobre mentiras. El conjunto la UE ha vuelto a quebrar uno de sus principios fundamentales: la libertad en el movimiento de capitales
Y no es que haya que derramar muchas lágrimas por quienes han colocado su dinero en la quebrada banca chipriota (buena parte de los fondos proceden de Rusia y son de dudosa legalidad), sino que se sube un peldaño más en la construcción de una Europa de acreedores (Alemania y el núcleo duro del euro) y otra de deudores (los periféricos con deudas superiores al 90-95%% del PIB).
Lo curioso del caso, por no decir lo dramático, es que esta generación de eurócratas –sin duda la peor que haya existido nunca en casi 60 años de construcción europea- no cree ni siquiera en sus propias instituciones. El Mecanismo de Estabilidad Europea (Mede) nació para resolver este tipo de crisis, pero ya se ha quedado viejo a los pocos meses de nacer.
Es verdad que la quiebra del sistema bancario chipriota es un problema de deuda privada (la que tienen los bancos con sus depositantes), pero no es menor cierto que al final esta relación contractual se traslada al ámbito público por la vía de los hechos. Son los Estados quienes garantizan hasta 100.000 euros de cada ahorrador, lo que les convierte en garantes del sistema. Es irrelevante, en este sentido, dirimir si la deuda es pública o privada.
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Prestar a instituciones insolventes
Y es entonces cuando surge una pregunta muy oportuna: ¿Por qué los bancos centrales son tan reacios a comprar deuda soberana de países con problemas, pero, al mismo tiempo, están dispuestos a conceder préstamos a las instituciones financieras insolventes? Como, por cierto son las de Chipre, Grecia o algunas españolas (es de justicia reconocerlo). ¿No hubiera sido más fácil (y económico) monetizar deuda pública directamente -asumiendo y diluyendo las pérdidas en el balance del BCE- antes que optar por continuar con esta partida de dominó en la que ya se conocen los perdedores (los países altamente endeudados) y los ganadores (los acreedores que no quieren perder su dinero)? ¿O es el BCE quién decide quién gana y quién pierde en la partida? ¿Por qué la seguridad jurídica es intocable para los acreedores y no lo es para los ahorradores?
Habría otra solución, probablemente la más inteligente: poner en marcha el programa de compra de bonos OMT sin que ello requiriera la petición formal de rescate a la UE. El BCE -que por su propia naturaleza no es un órgano democrático- no puede ser quien dicte la política presupuestaria de los gobiernos. Lo que tiene que hacer es garantizar la estabilidad financiera y mantener a raya los precios.
Se dirá que monetizar deuda generará inflación a medio plazo, y que hay un evidente riesgo moral, pero estos dos perjuicios son, sin duda, menores que condenar a buena parte de Europa a ser mano de obra barata de los países ricos mediante esa entelequia que se llama devaluaciones internas competitivas. Una verdadera devaluación -con caídas reales de los activos (principalmente inmobiliarios)- provocaría un proceso de deflación de incalculables consecuencias y se llevaría por delante a buena parte del sistema financiero. Por eso, y en un gesto de realpolitik, el BCE acaba de cerrar un acuerdo con Irlanda para reducir parte de su deuda que es, en realidad, una reestructuración en toda regla a costa de su balance, cambiando plazos cortos por largos.
Lo que sufre Europa es una crisis de deuda y tradicionalmente ha habido dos maneras de enfrentarse a este problema: acudiendo al Club de París, como históricamente han hecho los países pobres, o dándole a la máquina de hacer billetes.
Lo primero no se quiso hace al comienzo de la crisis, y eso hubiera podido evitar muchos problemas, ya que se hubieran forzado acuerdos entre acreedores y deudores de forma directa; y lo segundo es lo que se está haciendo en EEUU y Reino Unido, lo que explica la debilidad del dólar y la libra, sin duda una mala noticia para el euro que pese a los problemas de crecimiento de la región sigue muy por encima de su tipo de cambio de equilibrio.
Perdonar deudas a Alemania
La vía de la condonación no es desde luego, ninguna novedad. La propia Alemania se benefició hace justamente ahora 60 años del Acuerdo de Londres por el que dos docenas de países hicieron una quita del 62% de la deuda germana generada durante las dos guerras mundiales. Y -¡sorpresa!- entre quienes perdonaron buena parte de la deuda estaban Grecia o España, ahora sometidas al yugo del endeudamiento.
Gracias a esa generosa quita –y sin duda al trabajo bien hecho desde Alemania- el país pudo salir del pozo hasta llegar a convertirse en el primer exportador mundial. Y nadie dijo que perdonar deuda era seguir amamantando a la bestia del déficit. De hecho, la compra de deuda por parte del BCE a costa de su balance no es incompatible con la exigencia de políticas de rigor presupuestario, como, por cierto, ha llevado a cabo Alemania desde 1947.
El BCE -que por su propia naturaleza no es un órgano democrático- no puede ser quien dicte la política presupuestaria de los gobiernos. Lo que tiene que hacer es garantizar la estabilidad financiera y mantener a raya los precios
Y el caso de Chipre es, en este sentido, de libro. La quita griega decidida hace un año arrastró a la banca chipriota, que había colocado buena parte de sus activos en Grecia, su país de referencia. El ‘corte de pelo’ le supuso unas pérdidas de más de 5.000 millones de euros que es ahora lo que se quiere recaudar entre los depositantes. Como se ve, una jugada maestra. A este tipo de enjuagues se les llama en castellano desnudar un santo para vestir otro, y eso es lo que hace de manera recurrente la UE por no atacar el problema de fondo: el volumen de deuda.
El caso de Chipre, en todo caso, pone de relieve el error que supuso dejar entrar en el euro a pequeños países que captan capital exterior con la garantía de su moneda: en este caso el euro, que en realidad es la de todos. Algo que ha provocado un imponente peso de su sistema financiero respecto de su economía, principalmente capital ruso. Rusia fue, precisamente, quien prestó hace un par de años 2.500 millones de euros al Gobierno de Nicosia al 4,5% para no dejar caer al país con el disgusto de Bruselas.
Por decirlo de una forma sencilla, lo que no hizo Alemania, lo hizo Moscú. Algo que explica que el rescate del sistema financiero chipriota vaya a costar en el peor de los casos nada menos que 17.000 millones de euros, una cantidad equivalente a su PIB. Incluso si la cifra final se sitúa en el entorno de los 7.500-10.000 millones, eso llevaría el endeudamiento público (ahora situado en el 84%) hasta muy por encima del 125% del PIB, un cifra inasumible para un país que vive del turismo y la agricultura.
Es como si España hubiera pedido a la UE más de un billón de euros para salvar a la banca. Como la cantidad es desmesurada, parece razonable que también los depositantes corran con algo de la juerga. Pero sin dejar al pequeño país en la ruina durante varias generaciones.
Chipre es un claro ejemplo del riesgo que supone mantener paraísos fiscales en la eurozona -una especie de lavadora gigante en medio del Mediterráneo-. Esa complacencia sólo produce procesos especulativos inmanejables mediante la llegada de dinero caliente (altamente remunerado) que tarde o temprano acaba en tragedia. Lo demuestra el hecho de que la UE haya preferido poner un impuesto a los depósitos antes que atacar el sistema tributario de la isla, manifiestamente insuficiente para atajar un problema de estas dimensiones. El euro es un invento demasiado valioso para dejarlo en manos de políticas suicidas.
Tiene huevos que lo que ayer era necesario, hoy no se quiera hacer porque no interesa. Nos quejamos de lo que tenemos en casa, pero fuera no es mucho mejor.
Y encima todo para nada, porque se desviste un santo para vestir a otro.