CAPITULO 21
Daniel pasó la noche despierto. La turba se llevó a Jizriel y su mujer maniatados y le aterraba la idea de lo que iba a ocurrir. En cuanto aparecieron las primeras luces de la mañana corrió hacia el lugar donde dejó oculto a Rosjer. El hombre dormía en su escondite ajeno a todo. Daniel lo despertó, tuvo que zarandearlo levemente porque su sueño era muy profundo.
- ¡Nuestros perseguidores se llevaron a Jizriel y su mujer! ¡Debemos salvarlos antes de que los maten! –exclamó Daniel con aire urgente.
- ¿Por qué hacerlo? –inquirió Rosjer aún aturdido por el sueño.
- Porque son personas, son seres humanos los que van a morir –respondió Daniel, que se comenzaba a indignar con la pasividad de Rosjer.
- Si tú no me hubieras liberado ellos hoy me habrían comido. Si intentáramos salvarlos muy probablemente nos darían en mano del pueblo para que nosotros fuéramos los sacrificados. Esa es la pena con la que se castiga en mi pueblo el salvar a alguien condenado; si yo anoche hubiera querido dar tu vida a la multitud se me habría permitido seguir viviendo a condición de que fueras sacrificado.
Esas palabras asustaron a Daniel. No concebía cómo era posible que seres humanos se pudieran guiar por reglas de esa clase. Sin embargo tampoco le parecía que hubiera mentira en los ojos de Rosjer.
Daniel recordó el propósito de su viaje y decidió continuar el camino. Le dio a Rosjer el arco y flechas de Jizriel que, por la noche, habían quedado abandonados en el llano donde lo prendieron, y que por la mañana Daniel se encargó de recoger. Una hora después ambos coronaban la cima del peñón de Rizpá–Malpá.
Tras cinco horas de camino en las que apenas habían hablado llegaron a una zona pantanosa. La niebla cubría el cielo y todo a su alrededor; el aire era frío, apenas había unos cuantos árboles sin hojas ni flores en sus ramas, el agua era de una tonalidad marrón oscura y el silencio era prácticamente absoluto. Sin duda era un lugar que helaba la sangre.
- ¿Conoces esto? –preguntó Daniel.
- Nunca antes había salido de la garganta de Rizpá–Malpá, en la que vive mi pueblo, pero he oído hablar de cierta zona llamada el pantano de la oscuridad. De él dicen que ningún hombre lo ha atravesado jamás; puede que sea este –respondió Rosjer pensativo.
- No quiero obligarte a ir donde no deseas. Si no quieres acompañarme puedes ir a donde te plazca –dijo Daniel.
- Ningún propósito tiene mi vida salvo ayudarte en tu misión; no pierdo nada con la muerte por lo que te acompañaré allá donde me puedas necesitar. Solo dime tu nombre.
- Daniel –le contestó mientras trataba de imaginar qué le había quitado las ganas de vivir a Rosjer.
Los dos se adentraron en la zona pantanosa. Tras una hora andando entre las hojas mojadas del sueño y el fango acumulado a las orillas del pantano Rosjer pidió comida a Daniel. Este le dio algunos frutos y algo de pan que conservaba del bosque del hada y los orcires. Se sentaron en sendas piedras mientras Rosjer comía.
- Gracias Daniel, hacía casi una semana que no probaba alimento.
- ¿De qué suele alimentarse tu pueblo? –preguntó Daniel con una mirada expresiva, una mirada en la que se podía leer la repugnancia con respecto a lo poco que conocía de las costumbres de las gentes de la garganta de Rizpá–Malpá.
Rosjer percibió en los ojos color miel de Daniel lo que este pensaba.
- Eres noble chico, sé que no harías lo que nosotros hemos hecho durante tanto tiempo. Pero sólo hemos recurrido a las personas cuando no hemos tenido suficiente con los animales o frutos silvestres. Nuestro terreno es muy limitado, no podemos cultivarlo por la mala calidad de la tierra y nadie quiere salir de la garganta –contestó Rosjer tratando de restarle importancia.
- Siento no concebirlo, pero tampoco te juzgaré por ello pues no soy quien para hacerlo. Solo júrame que bajo ningún concepto intentarás hacer nada así mientras me acompañes en mi camino –le respondió Daniel con gesto serio.
- Que la muerte venga sobre mí si hago tal cosa.
Tras comer reanudaron el paso en un camino en el que, la oscuridad iba aumentando en cada paso que daban. Aunque se encontraban en las primeras horas de la tarde no había rastro del sol, cubierto por la niebla desde que entraron en el pantano. Poco después comenzó a llover, lo que oscureció aún más el día. De vez en cuando una brisa helada corría en la zona pantanosa. Daniel agradeció el gorro que le dio Tander antes de partir; a Rosjer le vino bien su abundante pelo para protegerse del frío.
Tras casi una hora andando bajo la abundante lluvia Daniel y Rosjer divisaron una cueva y se refugiaron en ella. Ambos se sentaron al cobijo de la fría piedra donde, al menos, no se seguían mojando. Aunque ambos se dieron cuenta de que en la situación en que se hallaban (mojados por completo), era peor mantenerse parado que andar; Daniel se dispuso a explorar la cueva y Rosjer le acompañó.
Durante unos veinte minutos anduvieron por las galerías de la cueva. Pudieron percibir que eran de unas dimensiones grandes, por lo que fueron marcando los lugares por donde pasaban. Gracias a la luz de una vela que Daniel llevaba pudieron guiarse. En el último tramo ciertas inscripciones en la piedra llamó la atención de Daniel.
Esta es la cueva de Rensir, al igual que el pantano toda ella me pertenece.
No hay lugar para la compasión ni la benevolencia en mis dominios.
Si a algún extraño hallara en mis territorios, la muerte pediría él.
Rensir, el señor de la cueva, no tendrá piedad de quien se aventure a verlo.
- Creo que deberíamos dar media vuelta –opinó Daniel tras leer las inscripciones.
- Como quieras –respondió Rosjer indiferente.
De repente, un gran resplandor proveniente de una galería que se adentraba en lo profundo de la cueva llegó hasta ellos. La luz blanca iluminaba todo a lo que se alcanzaba a ver. Daniel miró hacia Rosjer, el gesto de este indicaba el temor y sobrecogimiento que experimentaba.
- Sal de la cueva, yo voy a ver la procedencia de esa luz –ordenó Daniel a Rosjer.
- Como desees –dijo Rosjer, dirigiéndose en dirección a la salida.
Daniel anduvo por la cueva, en dirección a la intensa luz que veía, y que, se incrementaba cuanto más andaba. Poco tiempo después la estrecha galería concluyó y culminó en una gran sala. La luz ahí era ya irresistible, a Daniel comenzaron a dolerle los ojos y ese gran resplandor no le permitía ver nada.
Poco a poco comenzó a distinguir las enormes dimensiones del lugar donde se encontraba tanto en altura, anchura y profundidad. También comenzó a apreciar la figura, de lo que parecía un hombre, en la dirección donde la luz más cegaba.
- Querías verme ¿verdad? –exclamó una voz procedente de la silueta. Una voz que tenía cierta tonalidad especial.
Daniel guardó silencio.
- Sé que querías ver mi gloriosa apariencia, todos anhelan contemplarla antes de morir. Por eso abandonan el valle y vienen aquí, desean admirar tan solo una vez mi poder. Pero ahora que me has contemplado debo darte muerte. Dile adiós a tu miserable existencia –dijo el ser tras lo que extendió un haz de luz, que se dirigió velozmente hacia Daniel.
Daniel reaccionó rápidamente, desenvainó su espada y agarró su escudo, que interpuso entre el haz de luz y su cuerpo. Una gran fuerza lo lanzó unos cuantos metros más atrás.
- Vaya, es la primera vez que me oponen resistencia –dijo el ser, que disminuyó la intensidad de la luz.
Daniel se incorporó y lo observó con sus ojos doloridos; era similar a un hombre. Tenía largo pelo castaño, una altura ligeramente superior a la de Daniel, similar a la de un hombre alto y unos ojos en los que se encontraba su diferencia más notoria, ya que eran de un color plateado. Parecía también, llevar unas largas ropas negras que cubrían desde su cuello hasta sus pies, dejando tan solo su rostro al descubierto. Era obvio que se trataba de un mendhir; Daniel trató de mantener la serenidad ante uno de esos seres tan poderosos. Ante él estaba Rensir, el guardián de la cueva y del pantano de la oscuridad.
Rensir se acercó lentamente a Daniel, quien permanecía inmóvil.
- ¿Pretendes elevarte por encima de mí? Haré que supliques por morir –dijo Rensir extendiendo un nuevo haz de luz. Daniel volvió a repelerlo con el escudo, permaneciendo esta vez en el sitio.
Un gesto de sorpresa apareció en el rostro de Rensir, quien apreció algo distinto en Daniel.
- ¿Y cuál es la razón de tu venida, joven humano? –preguntó Rensir en un tono sarcástico.
- El de traer la muerte sobre ti y sobre todos los mendhires –respondió Daniel sin titubeo.
Una sonrisa apareció en el rostro de Rensir.
- Pobre infeliz, no puedes matarnos, pero ellos si que lo harán con tu amiga humana. Le causarán el mayor sufrimiento imaginable y lo harán en tu presencia, para que veas su trágico final.
Daniel se acercó rápidamente e infligió un rápido golpe de espada de derecha a izquierda sobre el cuello de Rensir. Daniel notó como la carne se cortaba y se cerraba al mismo momento que el acero pasaba por su piel de tal forma que, después de la estocada, Rensir se encontraba en el mismo estado que antes de ella.
Una risa estruendosa comenzó a salir de Rensir. La risa reflejaba toda la maldad y crueldad que había en su interior. De repente una gran luz resplandeció en él; esa luz fue demasiado para Daniel, que se alejó casi a tientas por la galería por la que había entrado.
Largo rato después llegó Daniel a la entrada de la cueva, donde esperaba Rosjer.
- Te creía muerto –le confesó–. Una risa cruel llegó hasta aquí.
- Un ser muy poderoso y malvado habita esta cueva –contestó Daniel, haremos bien en alejarnos.
Los dos emprendieron de nuevo el camino; apenas llovía ya sobre el pantano de la oscuridad.