Alejandra

ALEJANDRA



Las diez en punto de la mañana. Alejandra cerró la puerta y se dispuso a bajar las escaleras. Antes de llegar a la calle, miró el buzón. Nada. Ni rastro de la carta que Jorge le había prometido.

Ya se encontraba en la calle. Cruzó la carretera. Primero fue a comprar el pan, y después a buscar el periódico, como hacía cada sábado. Mientras esperaba en la panadería, una chica le habló:

- ¿Ya tienes noticias de Jorge?- preguntó la joven.
- No - Alejandra no tenía ganas de hablar del tema.
- Qué raro. ¿Ya hace un mes que tenía que haber vuelto, no?

Alejandra la ignoró.

Su turno. Pidió una barra de cuarto. Al salir del establecimiento, miró a la chica de antes. Era una vecina.

Alejandra avanzaba por la calle. Con paso firme. Llegó al quiosco enseguida. Cogió el primer periódico que vio. Lo pagó y se fue. Entonces se dio cuenta que era uno que su padre odiaba. Pero no tenía ganas de volver atrás.

Siguió de camino a su casa. No tenía planes para ese día. Ni para ese, ni para ninguno. Desde que Jorge le dijo que volvía de Berlín, no hacía nada con tal de esperarlo. No podía seguir así. Lo sabía. Pero su estado de ánimo no cambiaba.

Ya había cruzado la calle. Veía el portal de su casa. Allí un hombre estaba entrando. No lo reconoció.

Alejandra llegó a su destino. Eran las diez y cuarto. Sacó sus llaves, pero el desconocido le abrió la puerta. Llevaba gafas de sol. Algo extraño en pleno mes de diciembre. Enseguida se marchó de nuevo.

Ella empezó a subir las escaleras. Se detuvo. Veía un papel blanco sobresaliendo de su buzón. Bajó. Sacó el papel. Estaba escrito a mano. Reconoció la letra. Decía:
“Alejandra, te espero en el lugar de siempre. Jorge.”

La nota la dejó muy desconcertada. Por dos motivos. Uno: la letra era de Jorge, así que él mensaje era cierto. Dos: “el lugar de siempre”, era un banco que había al lado del portal.

Pero allí no había nadie. Las diez y veinte. Jorge no podía haber llegado.
Alejandra salió. Contempló el banco. No. No podía ser.

El desconocido de las gafas de sol estaba ahí. No. No era Jorge. O eso creía ella.

El hombre la llamó. Sabía su nombre. Aquella voz le sonaba. Alejandra se acercó.

Él se quitó las gafas. Aquellos ojos… aquella mirada…Otra vez. Otra vez de tantas veces. Se miraron fijamente. Era él. Por fin. Después de diez años. Pero había cumplido su promesa. ¿O ya era tarde?
atrapante historia... sencilla y sin florituras.

Grata de leer, me ha gustado ese toque final de ¿O ya era tarde?, como reflexion sobre el continuo cambio de las personas
Hola a quien lo lea.

Me ha gustado mucho la frase final como desenlace a un texto que sigue un tono de vida cotidiana, me ha gustado mucho esa pregunta...no se cosas mías supogo.

Un saludo.
Me alegro que os haya gustado, y gracias por leerlo ;) .
3 respuestas