Jamás había visto
el madrugar de
una ciudad;
tan tierna,
aún medio dormida, y
en su aliento
el sabor
a sueño.
Justo esa mañana
la dejé;
deprisa,
aún medio dormido, y
en mi aliento
el sabor
a trasnoche.
No huía
de nada:
simplemente
echaba de menos
a las parejas
paseando por
los parques
un domingo
por la tarde,
junto a mi casa.
Aún les veo,
fascinado, y
en mi boca
el sabor
que deja
el paso del tiempo...
(continuará)